RITOS NUPCIALES EN "CUATRO BODAS Y UN FUNERAL" (1994)



Transcurrido un cuarto de siglo desde el arrollador éxito que siguió al estreno de la película de Mike Newell es buen momento para volver a disfrutar con las aventuras de Charlie y sus amigos, ahora, desde la perspectiva de la Antropología. Aprovecharemos las cuatro ceremonias nupciales que se desarrollan ante el espectador y que servirán para establecer sus elementos comunes y, de paso, para estudiar los orígenes de un rito que puede servir de ejemplo de cómo el paso del tiempo varía el significante  sin llegar a perder un significado que se remonta en muchos casos a la Antigüedad clásica. Es lo que Martine Segalen llama “el margen de maniobra de los rituales”. 

En una entrada anterior, la dedicada a las denominadas Noches de Tobías (https://anthropotopia.blogspot.com/2020/03/las-noches-de-tobias-antropologia-en-la.html), aludíamos al libro de Xosé Ramón Mariño Ferro “Imágenes de la mujer y del hombre. Símbolos de sexo, seducción, matrimonio y género”. Gracias a la amplia información que ofrece y a las referencias culturales que nos aportarán, según los casos, el cine, la pintura y la literatura, recorreremos multitud de detalles que hemos presenciado en numerosas ocasiones sin pararnos a indagar en el concreto mensaje que encierran. Gran parte de ellos serán ilustrados con imágenes de la película. Por razones sistemáticas, el orden en el que se colocan no se corresponde con el argumento. Se trata de animar al lector a volver a verla, no de hacer un resumen que lo impida.


En la actualidad  el matrimonio se celebra en un solo acto. Pero no siempre fue así. Los esponsales tenían por finalidad publicar el compromiso de los futuros cónyuges. En Roma se utilizaba una fórmula de la que el término deriva etimológicamente (“spondesme? espondeo”); también solían intercambiarse regalos. No significaba que hubiera de celebrarse la boda necesariamente ni tampoco permitía las relaciones sexuales. Con la posterior obligatoriedad del matrimonio eclesiástico perdió su importancia simbólica. Sin embargo, permanece la petición o pedida de mano que se sigue realizando en la actualidad. Se mantiene el intercambio de regalos entre los futuros contrayentes y se hace intervenir a las familias, pues suelen acompañar al novio los familiares o amigos que actúan en su representación. Es obvio que el padre de la novia ha de consentir para que pueda esta casarse y es significativo que sea el novio el que ha tomar la iniciativa y no al contrario.


En la película no aparece ningún acto de este tipo. Por eso recurrimos al momento en el que Bernard y Lydia dan el primer paso en una relación que terminará en la segunda boda en la pantalla. Como dama de honor en el enlace entre Angus y Laura, ella había pensado que tenía el “ligue” asegurado y se viene abajo cuando comprueba que no es así. Afirma sin embargo que no está tan desesperada como para aceptar el remedio que le ofrece él. No sabe que los banquetes de boda suelen alargarse mucho.

En la Antigüedad Clásica los novios realizaban un baño ritual de purificación antes de desposarse. En la Edad Media se mantuvo esta costumbre que, por otra parte, era común a determinados actos importantes, como por ejemplo el de armarse caballero. En la carta a los Efesios San  Pablo aporta la visión de la Iglesia: “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo”.
Que como en otros casos se trata de una acomodación a la doctrina de costumbres anteriores lo demuestra Mariño Ferro con la cita de varios autores latinos que presentan la purificación con el fuego y la limpieza con agua de la esposa como símbolo de su pureza y castidad.



Si algo caracteriza a Charlie es su incapacidad para llegar puntual. Sus amigos, con un plan sibilino, consiguen que la única boda a la que no llegue tarde sea la suya. En la imagen se ven hasta seis despertadores y al bueno de Tom, que se quedó  a dormir con él. No contentos con eso, añaden a su plan una mentira sobre la hora. Resultado, el novio no se baña y se acicala a la carrera, pero llega con mucha antelación a la iglesia.


Un detalle importante que merecería una reflexión aparte es que la carga simbólica parece decantarse claramente en el lado femenino. El aliño indumentario (en palabras de Antonio Machado) es un claro ejemplo. Nos centraremos en la corona, el velo, el ramo, el cinturón y el traje. Por si el lector supone que se trata de usos recientes, transcribiremos unos hermosos versos de Catulo:

“Cinge tempora floribus
suaue olentis amarace
flammeum cape laetus, huc,
huc veni, niveo gerens
luteum pede soccum”.

(Ciñe tus sienes con las flores
de la suavemente perfumada mejorana
toma alegre el velo rojo, aquí,
ven aquí trayendo en tu pie de nieve
la bota amarilla).

En otro lugar, llevado por la pasión hacía su amada de la que resulta inocente partícipe un gorrión, dice:

“tam gratum es mihi quam ferunt puellae
pernici aureolum fuisse malum
quod zonam soluit diu ligatam”.

(me es tan grato como dicen
que fue la manzana de oro para la doncella
que desató la cintura largo tiempo anudada).

Las coronas de flores eran utilizadas por las novias romanas y se mantuvieron con el cristianismo con un doble significado. Por un lado simboliza la victoria sobre el deseo carnal y, por otro, la virginidad. Solían hacerse de azahar, siemprevivas, rosas o mirto y de su fuerza significativa da idea la costumbre recogida en Borgoña en el siglo de XIX de conservarla durante años, hasta que se convertía en polvo. Solamente el esposo estaba autorizado a quitarla.


Llegado el día de una boda largamente ansiada, Hen ("Duckface") no dejó ningún detalle al azar. Antes de salir para la iglesia comprueba ante el espejo que su corona había "aterrizado" correctamente.


La misma referencia a la virginidad encontramos en el ramo de flores aromáticas, uno de los elementos insustituibles en toda ceremonia nupcial que se precie. Mariño Ferro nos refiere que en Portugal es costumbre que sean las amigas de la novia las que se encarguen de prepararlo. Probablemente de ahí deriva la costumbre de que, una vez concluida la boda, sea arrojado al aire de manera que aquella muchacha en cuyas manos caiga será la próxima en casarse. En la boda de Laura, se cumple este presagio porque es Lydia la que, con gran alborozo, se hace con él.


Además de en el ramo, las flores están presentes en los adornos de la iglesia, las solapas del novio y el padrino y en el coche que los transporta hasta el altar. En Grecia y Roma se usaban para engalanar las puertas de las casas de los esposos, tanto las de sus padres como de la futura residencia común.


La costumbre de que la novia portase un cinturón, nuevamente, como indicativo de su virginidad, no está muy en boga en la actualidad, si bien ya hemos visto en los versos de Catulo que en Roma sí lo estaba. Se llamaba “lazo de Venus” a un cordón o cinta de lana que llevaba anudada la novia. Siempre se ha atribuido al esposo la prerrogativa de desatarlo, en referencia a uno de los trabajos de Hércules, que despojó a la reina de las Amazonas del suyo.



En el cuadro de Van Eyck “El matrimonio Arnolfini” vemos como la esposa lo lleva, aunque para algunos estudiosos, que no están conformes con que sea la imagen de una boda, denota su embarazo.


En la actualidad el término “enlace” o la imagen de dos anillos entrelazados que aparece en muchas invitaciones de boda nos recuerda esa costumbre.
Al contrario de lo que ocurre con el cinturón, el velo es utilizado como uno de los elementos característicos de la indumentaria nupcial actual. Esta última palabra, deriva del término latino “nubo” que significa cubrir o velar, lo cual da idea de la importancia que se concedía a este aditamento. Ello es así porque simbolizaba el paso de soltera a casada y, para demostrarlo, estamos acostumbrados a ver cómo se alza tras la prestación del consentimiento.


En Grecia y Roma también se utilizaba. El de las novias romanas se llamaba “flammeum” y era de color rojo o anaranjado (recuerde el lector el verso de Catulo copiado al principio). El paso de los siglos no le restó relevancia. En la Edad Media seguía utilizándose con la misma función. En el Cantar del Mío Cid se narra cómo el rey Alfonso, al salir de misa, pidió a Rodrigo Díaz las manos de sus hijas Doña Elvira y Doña Sol para los Infantes de Carrión. Lo de que pidiera es un decir: “ellos los piden y os lo mando yo”. El padre acepta, pese a la corta edad de sus hijas,- “no tienen mucha edad y de pocos años son”,- movido por la lealtad que siente hacia su monarca, que presenta los enlaces como honrados y muy provechosos. Entonces el rey pronuncia unas palabras muy significativas, pues utiliza el término “velar” como sinónimo de matrimonio o, al menos, de compromiso. Reproducimos seguidamente el fragmento del manuscrito con la palabra subrayada (la imagen ha sido obtenida en la web www.cervantesvirtual.com).


En las versiones modernas del poema (por ejemplo, en la de Alberto Montaner Frutos, que puede consultarse en la web www.caminodelcid.org) se aproxima al uso moderno del castellano y se cambia la expresión “dolas por veladas” por “las doy por esposas”:

“Desde aquí las cojo con mis manos a doña Elvira y a doña Sol
y las doy por esposas a los infantes de Carrión”.

Quédese el lector con la frase “las cojo con mis manos”, pues más adelante se hará referencia al intenso significado de la unión de manos en el matrimonio. Por exceder de los límites de esta entrada, omito cualquier mención a lo que ocurrió después con Dª Elvira, Dª Sol, los Infantes de Carrión, el Rey Alfonso y la lealtad que  le tenía  D. Rodrigo. Pero, desde luego, nada bueno.

Hay constancia de que, en algunos lugares, el velo se colocaba durante la ceremonia a ambos cónyuges. Incluso el origen de esta última palabra está relacionado porque el yugo, además de ser lo que todos estamos pensando, es el velo que se pone en la velación a los que se casan (según el diccionario de esa auténtica reina de las Amazonas que se llamó María Moliner). Con esta imagen se quiere poner de relieve que los casados compartirán las cargas del matrimonio, como si quedasen uncidos al mismo yugo.


En la película todas las novias van de blanco. No solamente en las cuatro bodas que se desarrollan ante el espectador; también en las que aparecen en los títulos finales. Incluso, cuando Carrie convence a Charlie para que la acompañe a elegir su traje de novia para casarse con Amish, son blancos todos los trajes que le muestra en un improvisado desfile de modelos, cada uno más rompedor que el anterior. Curiosamente, el más disparatado, el que parecía sacado de “La casa de la pradera”, será el  elegido en el futuro por la esposa de Tom.


No obstante, sin duda alguna todos recordamos  antiguas fotografías de boda en las que la novia vestía de negro y en Roma la novia llevaba una túnica de color azafrán. 


Mariño Ferro nos enseña que hasta el siglo XIX no era costumbre que la mujer se casase con un traje especial y que la dualidad blanco/negro en el color obedecía a la clase social. Así, el blanco empezó a utilizarse por las novias de familia adinerada urbana, mientras que el negro lo era en las familias más humildes y en los entornos rurales.


El blanco se utiliza para significar la pureza de la novia. Otro uso del color para encarnar elevados ideales lo encontramos en el Caballero Blanco que busca el Santo Grial. Una aproximación al concepto aparece en la siguiente entrada de Encarna Lorenzo:


Antes de entrar en el templo Lydia se para, se alza el velo y recibe el beso de su padre. Claramente evoca su gesto el consentimiento paterno al que tanta importancia se otorgaba en el pasado. Podía recibirse por el novio solamente o por ambos contrayentes, de rodillas o de pie, ante la familia e invitados o en privado y antes de salir de casa, en el banquete o ya en la alcoba, pero siempre está presente este gesto de los progenitores.

Mariño Ferro recoge la costumbre de que el novio o la novia reciban un golpe  tras la bendición; en otros casos es la mujer la que lo recibe en la cara antes de ser despedida. No debe extrañarnos porque el rito es idéntico a otros como el del sacramento de la confirmación. En el capítulo 3 de la primera parte del Quijote, el que trata de la graciosa manera en la que fue armado caballero, el ventero dice que lo fundamental no es que carezca de capilla en su establecimiento (que el hidalgo consideraba un castillo), sino “en la pescozada y en el espaldarazo”. La primera expresión aparece también en Las Partidas de Alfonso x (2ª, título XX1, ley XIV); se propina al nuevo caballero tras ceñir las armas y prestar juramento y su finalidad es que todo ello “le venga en miente”.


Si algún día regreso a Florencia y visito la iglesia de Santa María Novella me detendré en el fresco de Ghirlandaio que representa los desposorios de la Virgen. Especialmente en el personaje que está detrás de San José y se dispone a propinarle un golpe mientras sus manos están a punto de ser unidas a las de María.
Para que no quede ninguna duda, ampliamos la imagen.


A través de Rabelais nos llega noticia de la extraña costumbre consistente en que los novios se golpeasen mutuamente durante la ceremonia. Algo similar sucede en la boda de Charlie, que es dejado fuera de combate por Hen “Duckface” cuando expone en público sus dudas.


En la ceremonia propiamente dicha nos detendremos en el significado de la unión de las manos de los novios, los anillos, las arras y el beso nupcial.


Esta imagen corresponde a la boda de Bernard y Lydia. Delante del oficiante ambos unen sus manos. Antiguamente era el sacerdote el que aproximaba las de los contrayentes, como hemos visto en el fresco de Ghirlandaio. También esto tiene un significado muy concreto. Mariño Ferro distingue hasta nueve modalidades de este símbolo del compromiso recíproco que asumen los esposos; y atribuye a cada uno consecuencias relativas al régimen de igualdad o supeditación que se establecen. En concreto, la que muestra la fotografía se corresponde con la dependencia de la mujer respecto al hombre.


En el cuadro de Van Eyck “El matrimonio Arnolfini” vemos un ejemplo similar en el que la mujer posa su mano sobre la del hombre.
La unión de manos tiene cierta relación con el vasallaje, en cuya constitución se incluía la “inmixtio manum” en la cual el vasallo ofrece sus manos al señor, que las encierra entre las suyas.
Sin embargo, en esta otra, tomada de la película de J. Ford “El hombre tranquilo”, Sean y Mary Kate entrelazan sus manos de manera que la idea de sometimiento femenino parece excluida.


Esta costumbre ya existía en Roma y Grecia. Los esposos estrechaban sus manos en la denominada “dextrarum iunctio”. La vemos representada en el bajorrelieve que adorna el “Sarcofago degli Sposi” (ca. 160-170 d.C.) custodiado en el “Palazzo Ducale” de Mantua. Puede apreciarse el contrato nupcial en manos del marido y la presencia de Iuno Pronuba, personificación del matrimonio, Himeneo, dios del matrimonio, con la antorcha nupcial, y Suada, personificación de la armonía de la vida matrimonial y las buenas intenciones de la pareja. Detrás del novio está el testigo de la unión.


En “Cuatro bodas y un funeral” no aparecen las arras. La entrega de las trece monedas aparece en la liturgia católica desde el siglo XII y es muestra de que el matrimonio, entre otras cosas, participa también de la naturaleza de los contratos en cuya celebración ya desde el derecho romano aparecían con una doble finalidad: como confirmación de su celebración o posibilidad de que uno de los contratantes desista del negocio, perdiéndolas o restituyéndolas dobladas. En las bodas cumplen la primera función. Suelen ser de plata (aunque la costumbre en algunos lugares era que una de ellas fuese de otro metal).

 Sí intervienen los anillos en la película; como las monedas, también se usaban en la Antigüedad como prueba de los negocios jurídicos. En Roma eran de hierro bañado en oro o de este último metal y significaban la promesa de fidelidad entre los esposos. De ahí viene la palabra “alianza” y el término italiano “fede”.  Desde la Edad Media la bendición de los anillos forma parte del rito religioso del matrimonio. Curiosamente, hasta el siglo XVI no se estableció que los contrayentes lo llevasen en el dedo anular. Si volvemos a la ampliación del cuadro de Van Eyck usada para ilustrar la costumbre relativa al cinturón, observaremos que la señora Arnolfini llevaba anillos situados hacia la mitad de dos de sus dedos. Conociendo la minuciosidad del artista, sin duda alguna no era un detalle casual.



Además de llegar por los pelos a la boda de Angus y Laura, Charlie olvidó los anillos. Tras pedir con gestos desesperados ayuda a sus amigos, tuvo que conformarse con dos de los que portaba su hermana Scarlett. Una imagen vale más que mil palabras.
En el enlace de Bernard y Lydia, Tom no comete el mismo descuido y se encarga de mostrarlos con cierto descaro. De su actuación posterior, incluido el discurso, mejor no hablar.


Las formas de los anillos “de casados” han variado a lo largo del tiempo como también lo han hecho sus inscripciones (en la actualidad solamente se graban la fecha y el nombre del otro contrayente), pero pocas costumbres nupciales han resistido mejor el paso de los siglos.


¡Que se besen! Los invitados a una boda suelen pedirlo a los novios. Aunque haya perdido gran parte del significado que tenía en Roma y en la Edad Media, el beso es una parte esencial de este rito al igual que en otros sacramentos. Curiosamente, en el Concilio de Trento se prohibió (lo mismo que el banquete). Para dar idea de la categoría que tenía como proclamación pública del matrimonio e incluso dentro de las relaciones entre el  hombre y la mujer, transcribimos la estrofa 685 de “El libro del Buen Amor” del Arcipreste de Hita.

Esto dixo don' Endrina: "Es cosa muy provada
"Que por sus besos la dueña finca muy engañada:
"Encendemiento grande pon' abracar al amada,
"Toda muger es vencida, desqu' esta joya es dada.


Además, el beso tenía importancia desde el punto de vista jurídico. En Roma se utilizaba como prueba de la conclusión de los contratos y en el libro III del Fuero Juzgo aparece la siguiente ley:
“Si algún esposo muriese por ventura fechas las esposaias, y el beso dado, e las arras dadas, estonze la esposa que finca deve aver la mitad de todas las cosas quel diea el esposo…”.
El resto de las normas sobre el matrimonio no resiste una lectura con perspectiva de género.

Aunque desde una visión actual pudiera resultar hilarante la mención a las muestras de resistencia de la novia al matrimonio de las que se ya se dio noticia en la entrada dedicada a las noches de Tobías, deben interpretarse como una muestra de respeto hacia la autoridad familiar que a partir de ese momento se abandonaba. Sin llegar a los excesos que se narraron en la otra ocasión, se rastrean en determinados eventos consuetudinarios que acontecen en las nupcias (como diría Juan de Mairena). Nos referimos a la tardanza de la novia en llegar a la iglesia  y a que esperase unos momentos antes de pronunciar el “Sí quiero”. Quizá la clave está en que, no mostrándose especialmente deseosa, demuestra que tampoco lo está de abandonar la casa de sus padres.


En la boda de Bernard y Lydia la prestación del consentimiento se dilata y adquiere tintes de película de suspense, pero no es por su causa, sino por la inexperiencia del sacerdote, magistralmente interpretado por Rowan Atkinson, que lo convierte en algo interminable y lleno de obstáculos.


En cambio, Angus y Laura no tuvieron ese problema. No obstante, en la escena en la que ella, algo bebida, se despide de los invitados entre lágrimas (“no te conozco, pero te quiero mucho”) podría incluirse en esta categoría, y también en la de las trabas, esta vez involuntarias, a la consumación del matrimonio, de lo que hablaremos pronto.


En esta boda, al salir de los contrayentes del templo, son recibidos por una lluvia de arroz. Detrás de este gesto, que seguramente todos nosotros hemos hecho alguna vez, se esconden los deseos de prosperidad de los invitados y familiares; los mismos que adornaban las bodas en Roma, aunque en ese caso se lanzaban otros frutos. Por ejemplo, en la continuación del poema de Catulo del que antes se transcribieron unos versos se alude a las nueces, pero podrían ser trigo, dátiles u otros.


Del significado simbólico de que los esposos se reúnan para comer juntos da cuenta que la separación matrimonial se describa en el Derecho Canónico haciendo referencia al "lecho, techo y mesa". En Roma, la “confarreatio” era una de las formas del matrimonio, la reservada para las clases altas; el término deriva de una torta de cereal (panis farreus) que los contrayentes compartían simbólicamente.

En la actualidad los banquetes de boda, comunes a las ceremonias civiles y religiosas, concitan numerosos gestos llenos de significado: entrada triunfal de los novios, beber de la misma copa, brindis, corte conjunto de la tarta nupcial y baile iniciado por los recién casados.


En todos los casos se quiere significar de manera solemne y pública que a partir de ese momento sus pasos seguirán el mismo camino. Curiosamente, la palabra "divorcio", significa lo contrario, que cada uno seguirá el suyo propio.



En la boda escocesa de Amish y Carrie los invitados les siguen formando un cortejo iluminado por antorchas. De la misma manera ocurría en las bodas en Roma, si bien en ese caso  el destino de la marcha era la casa de los esposos. La utilización del fuego es recurrente; anteriormente se hizo referencia a su función purificadora antes de la ceremonia. En este caso, una vez que ha tenido lugar, parece estar más relacionada con la próxima consumación del matrimonio. Como signo de buen agüero se evitaba pisar el umbral de la casa y relacionada con ello está la costumbre de que el esposo lleve en brazos a su esposa. La esposa portaba tres monedas, destinadas respectivamente dos de ellas para el esposo y para los lares o divinidades familiares.


En “El hombre tranquilo” encontramos una modalidad de esta comitiva. Tras la tempestuosa boda de Sean y Mary Kate, los invitados, bastante beodos, llegan a la mañana siguiente con los muebles y ajuar de la novia cargados en un carro. En la costumbre hay  elementos de proclamación de la nueva vida y  ostentación de la dote de la novia; también de la función de la esposa. Mariño Ferro da cuenta de esta costumbre, mantenida hasta el siglo XX en zonas rurales de España, y señala que en lugar destacado del carro estaban la rueca, el huso y la cama del matrimonio.

Paradójicamente, las trabas a la consumación siguen a todos estos buenos deseos de los invitados. Nuevamente se hace conveniente la lectura del texto dedicado a las noches de Tobías, en el que se daba cumplida explicación del término “cencerrada”. Cuando Angus y Laura abandonan la carpa en la que tuvo lugar el banquete, comprueban que su coche, además de estar pintado para la ocasión, contiene una muñeca hinchable y un carnero, cuya fugaz aparición en la película no impidió que figurase en el cartel publicitario.



En “Cuatro bodas y un funeral” no sabemos lo que le ocurre a las parejas en su vida matrimonial. Los protagonistas de las dos primeras bodas asisten como invitados a las siguientes (Angus y Laura como padres de gemelos) y al funeral de Gareth. De Amish solamente sabemos lo que ocurrió tras la primavera desastrosa que precedió a la ruptura de su matrimonio con Carrie. De ella sabemos por los títulos finales que tuvo un hijo con Charlie. El resto del grupo de amigos también se empareja, incluida Hen, muy feliz el día de su boda con un militar. Los guionistas incluyen al príncipe Charles en un más que probable montaje fotográfico junto a Fiona. Que permanezcan así en nuestra memoria.


  

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