LAS JEFATURAS, UNA FORMACIÓN SOCIAL OLVIDADA

                                                                                        Por Jose Ignacio González Lorenzo


Guerreros en un poblado celta
Sociedades con Jefatura
La definición de sociedades o tribus con jefatura es una de las aportaciones más interesantes y útiles de la antropología cultural al estudio de la prehistoria y la protohistoria. Hace referencia a sociedades elementales donde aparece por primera vez un poder político coercitivo, el Jefe, que gobierna la sociedad con la ayuda de una nobleza secundaria. Se distingue de las tribus igualitarias que no conocen el poder político propiamente dicho, donde no hay diferencias sociales y cuyo líder, llamado el gran hombre, no tiene poder para obligar a los demás y sólo puede inducirlos a actuar en determinado sentido mediante su trabajo, su ejemplo y su abnegación. Incomprensiblemente, muchos por no decir la mayoría de los historiadores siguen ignorando esta institución. Así resulta habitual en los manuales de Historia para estudiantes establecer una secuencia en la evolución de las sociedades humanas ciertamente improbable: Cazadores y recolectores – Aldeas agrícolas y ganaderas – Primeras civilizaciones urbanas, siendo la Revolución Urbana el hecho determinante del cambio de aldea a ciudad, un salto imposible.
¿Qué es una Jefatura? El concepto define una sociedad rural (no urbana) basada en la agricultura y la ganadería, aunque puede conocer otras actividades (metalurgia, comercio, incluso guerra y pillaje) y que tiene suficiente desarrollo como para que sea posible la producción y apropiación de algunos excedentes. Este hecho implica que, en algunas actividades económicas, se ha producido una intensificación de la producción, es decir, que aportando mayores cantidades de trabajo en combinación con algunos elementos técnicos, se ha aumentado la cantidad final de bienes producidos. Estos excedentes son apropiados de forma desigual y jerarquizada por el  jefe y la aristocracia que desarrolla las funciones auxiliares de gobierno local.
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Una jefatura es un sistema social centralizado. Constituye el punto de partida de un proceso de centralización que culmina en el Estado. Se diferencia de la tribu en dos aspectos básicos: tiene una densidad de población más alta, debido a su mayor nivel de productividad, y es más compleja, caracterizándose por algún tipo de autoridad central. Las jefaturas tienen órganos centrales de gobierno relativamente permanentes. Es definitoria la existencia de una autoridad central, que además preside una estructura de unidades jerarquizadas. Desde el punto de vista económico, es el centro y el coordinador del sistema de redistribución del excedente económico. Por otra parte, aunque no sea directamente hereditario, el cargo de jefe sólo es accesible a ciertas familias o linajes. 
Acumulación, redistribución desigual y poder.
            En las jefaturas, la riqueza del jefe es un signo de su poder y a la vez uno de los medios para su ejercicio. En las islas Trobriand, una de las principales fuentes de riqueza del jefe proviene de sus parientes políticos. Éste toma como esposa una mujer de cada uno de los poblados que se hallan bajo su autoridad; las elegidas siempre suelen ser hermanas o parientes de los jefes de poblados subordinados. Los familiares de la esposa tienen que proporcionar grandes cantidades de alimentos a su cuñado, el jefe, de acuerdo con las normas tradicionales. De esta manera, todo el poblado tiene que trabajar para él. Se ha calculado que cerca de tres cuartas partes de la cosecha de un individuo se destinan, de una parte, al jefe como tributo y, de otra, al marido y la familia de la hermana.


Big Man en la región de Sepik, Nueva Guinea
            Mediante una política de matrimonios múltiples, el jefe principal consigue unir las obligaciones tributarias con las de parentesco, de tal manera que unas refuerzan a las otras y que los conductos por los que se opera la acumulación son los vínculos del parentesco político.
            De esta manera, con la provisión de alimentos conseguida, este tipo de jefatura puede recompensar los muchos servicios que pide y necesita y proporcionar comida a todos los que participan en las grandes fiestas, las reuniones del distrito o las expediciones comerciales lejanas. Parte de los alimentos los destina a la adquisición de objetos de lujo o a pagar para que se los fabriquen. Es, pues, el privilegio de la poligamia lo que le permite mantener su elevada posición.
            El poder del jefe implica no sólo la posibilidad de recompensar, sino también la de castigar. El castigo se aplica de forma indirecta a través de la hechicería. Si alguien ofende o quebranta la autoridad del jefe, éste, que puede disponer de los mejores hechiceros, ordena a través de uno de ellos que el culpable muera por magia negra. Debe, sin embargo, recompensar este servicio, al igual que todos los que se le prestan.
            Los jefes son reverenciados mediante un protocolo especial. Ningún individuo permanece en pie cuando el gran jefe se le acerca. Dondequiera que vaya es considerado la persona más importante, se le coloca en una plataforma elevada y recibe un trato respetuoso. Suele pertenecer al subclan o linaje de mayor rango, lo que constituye el punto de partida de su poder; pero la sustancia del mismo proviene de la riqueza que acumula a través de sus parientes políticos y que redistribuye en parte.
            Es mediante esa acumulación de riqueza y la consiguiente distribución copiosa de la misma, como el jefe alimenta importantes empresas colectivas. La jefatura viene a ser como un canal por el que circula la riqueza, concentrándose en un punto para fluir de nuevo.

Estela de Ur, Mesopotamia
            La concentración y centralización de bienes y alimentos en un punto –la jefatura- y la distribución periódica de los mismos reciben el nombre de redistribución. Pero ésta no debe ser considerada sólo como una acción en beneficio de la comunidad, sino también como una forma de consolidar y acrecentar el poder del jefe. Los almacenes llenos y la expectativa de la distribución de bienes son instrumentos eficaces para que el grupo se mantenga unido y le sea fiel a aquél.
El modelo social organizativo que adopta la jefatura es el clan cónico. En éste, la proximidad de los miembros del clan respecto al antepasado fundador tiene una importancia decisiva para definir la posición social y política de sus miembros. El criterio de proximidad respecto al fundador del clan, que se diversifica en dos líneas de descendencia, es lo que crea la clasificación jerárquica, que abarca a todos los individuos del clan.
Los miembros de las líneas principales forman lo que se conoce como núcleo del clan y, a menudo, recibe, el calificativo de aristócratas, siendo calificados los demás de plebeyos. La calidad de miembro del clan se difumina a medida que uno se aleja de su núcleo o de sus líneas principales. La distinción entre aristócratas y plebeyos se pone de manifiesto, además, mediante la existencia, a veces, de derechos diferenciados sobre los recursos como la tierra, el ganado, etc.
La jerarquización dentro del clan cónico se refuerza mediante el establecimiento del principio de la primogenitura, tanto en el interior de las líneas principales como en las secundarias.

Un espacio social y económico circunscrito
La aparición de un poder político genuino, capaz de tomar las decisiones que afectan a la comunidad y de imponerlas por la fuerza si preciso fuera, disponiendo para ello de un grupo de especialistas guerreros, implica una existencia social condicionada por algunos elementos externos. Uno de los más importantes suele ser el de disponer de un territorio circunscrito por otras sociedades vecinas. A diferencia de los campamentos de los cazadores-recolectores, perdidos en medio de la selva, de los hielos y los desiertos; incluso de las aldeas agrícolas y ganaderas que a duras penas se descubren en los amplios paisajes de sabanas o de las tierras aptas para el cultivo, las sociedades de jefatura se encuentran rodeadas por otros grupos humanos vecinos. La cantidad de espacio disponible está, pues, limitada y, por tanto, es imprescindible tener la capacidad de defenderlo contra interferencias externas. Esta es la razón de la intensificación productiva: es necesario producir excedentes que mantengan un grupo guerrero que defienda al conjunto de la comunidad. Una tribu igualitaria vecina de una jefatura puede ser una presa fácil de conquistar. En algunos casos, las jefaturas de los desiertos fríos o cálidos, el espacio no disponible es el de las tierras de cultivo colindantes con el desierto o de los oasis dentro de él. En este supuesto, podría decirse que la sociedad de jefatura está circunscrita por la esterilidad de su extremado hábitat. Sus guerreros, integrantes de una sociedad nómada, demuestran una movilidad extraordinaria para razziar a sus vecinos agricultores sedentarios y esconderse inmediatamente en el desierto, un medio hostil imposible de penetrar para los sedentarios.
Guerrero íbero
La circunscripción de sus territorios, las relaciones de vecindad problemáticas y la existencia de contingentes guerreros, aconsejan defender la aldea con un perímetro defensivo, es el poblado fortificado. En su interior, se apiñan las chozas y los corrales del ganado y se distingue claramente por sus proporciones y su decoración la choza del Jefe y las de los nobles guerreros. La diferenciación social se deja ver también en el atuendo espectacular del Jefe y, especialmente, en los monumentos funerarios. El excedente junto con  la posibilidad de utilizar trabajo forzado y disponer de algunos especialistas, permite la erección de grandes monumentos funerarios, sea la llamada arquitectura dolménica, o bien los grandes túmulos de los pueblos esteparios de todos los tiempos. Murallas, chozas imponentes de los jefes, enormes monumentos funerarios e imponentes atuendos contribuyen a aumentar el poder y el prestigio del Jefe frente a los propios pero también frente a los vecinos, intimidando y disuadiendo de cualquier tentación agresiva.

Como en el caso de las tribus igualitarias, diversas Jefaturas pueden compartir unas formas de vida y un universo cultural común que se remonta a unos mismos ancestros. Integran amplias federaciones tribales que pueden estar dirigidas por un Jefe máximo. Es probable que reconozcan algunos lugares de culto centrales. Y es en este contexto, federaciones tribales, lugares especiales de culto, jefes máximos y poblados fortificados centrales donde se pudo producir el siguiente paso de la humanidad: el nacimiento de la ciudad-templo y la ciudad-Estado. La secuencia así establecida es más verosímil que la usual en nuestros manuales de historia: campamento – aldea – poblado fortificado – ciudad.
El jefe Joseph,, de la tribu de los Nez Perce
Las Jefaturas en la Historia
La sociedad de Jefatura tiene una importante aplicación en la Historia además de la  Prehistoria  y la Protohistoria. Así en la protohistoria de la Península ibérica, la jefatura ayuda a comprender el grado de organización y los acontecimientos que se desarrollaron en torno a las colonizaciones mediterráneas y, sobre todo, a la conquista cartaginesa y romana. Los pueblos íberos y celtíberos estaban divididos en tribus que conocían ya una diferenciación social –existencia de una aristocracia guerrera -, vivían en poblados fortificados, se encontraban en un territorio circunscrito que, a pesar de sus riquezas mineras y el comercio, a veces no era suficiente para mantener a la población – de ahí el pillaje de los lusitanos sobre las tierras vecinas, el alistamiento de los íberos como soldados mercenarios – y, sobre todo, estaban dirigidos por jefes con suficiente autoridad y recursos como para hacer frente al ejército romano. Todo un arte decorativo subrayaba su poder personal que se explicitaba en las grandes ceremonias funerarias. En este estadio de desarrollo, el proceso de aculturación siguiendo el modelo de las ciudades-estado fenicias y griegas fue sencillo, pues era muy poca la distancia entre el poblado fortificado nativo y la nueva ciudad de los colonizadores recién llegados.

Guerreros escitas, un  pueblo nómada con una orfebrería asombrosamente sofisticada
En los tiempos plenamente históricos, una vez que aparecieron las primeras civilizaciones del mundo antiguo, hay una cierta tendencia entre los historiadores a considerar como reyes a los jefes de los diversos pueblos esteparios que protagonizaron las grandes migraciones, implicando en esa calificación los conceptos de Monarquía – Reino – Estado, que no proceden en este caso y provocan una considerable confusión. Indoeuropeos, germanos, eslavos, mongoles, turcos, etc. no eran en origen sociedades con Estado y no tenían ninguno de los caracteres que definen la civilización (organización estatal, ciudad, escritura, etc.). El concepto de Jefatura y de grandes federaciones tribales define mejor estos pueblos y los acontecimientos históricos que protagonizaron, a la vez que ayudan a comprender los subsiguientes pasos que siguieron una vez que se asentaron en los territorios de las civilizaciones invadidas.
El concepto de aculturación define la adquisición de unos caracteres culturales en sentido extenso que les permitieron pasar de un estadio de desarrollo a otro, de sociedad elemental (tribu de jefatura) a civilización. Su organización política de aristocracias guerreras gobernadas por un Jefe y la necesidad de desarrollar una estructura estatal de la que ellos carecían para gobernar los nuevos territorios y las nuevas poblaciones conquistadas, fueron las que dieron lugar a la creación de nuevas Monarquías con la ayuda de parte del antiguo aparato de Estado. En el caso de las tribus germánicas asentadas en Europa occidental, su oportuna conversión al cristianismo les permitió disponer de las estructuras eclesiásticas de la Iglesia con lo que suponían de aparato administrativo, estructuras educativas y culturales, capacidad  de legitimación, etc.


 El reino visigodo de Toledo, gobernado por el Monarca germano rodeado de su aristocracia guerrera en el Aula Regia y con el concurso de la Iglesia en las magnas asambleas de los Concilios de Toledo, ejemplifica el paso de una tribu con jefatura al estadio de civilización mediante la creación de una monarquía dual hispano-gótica. Junto con la Iglesia católica, los germanos tuvieron que adoptar el alfabeto latino, el latín como lengua culta, la economía urbana, la arquitectura romana, el derecho romano y parte de las estructuras administrativas del Imperio romano. Y  en parecidos términos podríamos referirnos a tantos otros pueblos esteparios, a las grandes migraciones, a las grandes invasiones. Los pueblos de Jefatura conquistaron civilizados Imperios y constituyeron una casta gobernante separada, sean los mongoles en China, los turcos en el Imperio abasida, los almorávides y almohades en el Al-Andalus peninsular, etc. etc.

Las Jefaturas en la Historia Contemporánea
Pero el concepto de jefatura no sólo es de aplicación en el Mundo Antiguo, también en la modernidad y, aún, en los tiempos actuales. Una vez concluido el proceso descolonizador del siglo XX, no suele reconocerse otro poder político soberano que los Estados admitidos por la comunidad internacional. De esta manera, tendemos a representar el mapa político con el clásico mapa de los Estados. Una vista a los pueblos tradicionales africanos dibuja, en cambio, un mapa bien distinto, aunque lógicamente ya ha quedado anticuado a principios de nuestro siglo XXI.

Mapa de los pueblos africanos
 Hay Estados cuyo mapa en detalle nos ofrece una clasificación en regiones y provincias administradas por sus respectivos gobernadores, pero cuya realidad política obedece a jefaturas tradicionales en un contexto de divisiones tribales. Se implementó un procedimiento para integrar la organización tribal dentro de la moderna Administración; el juez o el gobernador refrendaba la sentencia o el mandato emanado de la autoridad tradicional para darle cobertura legal en el marco del Estado. Así se hizo en la segunda mitad del siglo XX en muchos Estados africanos aunque los procesos de modernización en curso han subsumido las diferencias tribales tradicionales en una naciente realidad nacional. Con todo, estos procesos de nacionalización no han conseguido borrar las diferencias culturales en las que la lengua se erige como elemento de diferenciación social y que tiene su traducción política en el apoyo a ciertos partidos regionales, como hemos visto antes.A los modernos Estados africanos nunca les ha interesado poner de manifiesto esta diversidad étnica y cultural subyacente, entre otras cosas porque estaban y están inmersos en el proceso de nacionalización de sus propios grupos humanos. Las fronteras coloniales no respetaron las divisiones tribales y crearon Estados étnicamente heterogéneos. Ignorar esta diversidad, y pretender construir una Estado de derecho democrático basado en la igualdad y la representación política, ha chocado frecuentemente con la terca realidad: los partidos políticos dibujaban con exactitud las antiguas líneas de división tribal. En este contexto, con etnias dominantes y minoritarias, la posibilidad del juego democrático plantea evidentes limitaciones. La guerra civil entre hutus y tutsis ejemplifica los peligros de este tipo de situaciones. 

Mapa político de Africa
Hoy está clara la existencia de Estados fallidos, aunque deberíamos hablar con más propiedad de la inexistencia de ciertos Estados por haber resultado fallidos. Y bien, si Afganistán o Somalia, por poner algunos ejemplos, no son Estados, ¿qué son entonces? Cuando no hay Estado ¿qué hay, qué queda? ¿Qué instituciones políticas debemos representar en su territorio? Porque se convendrá en que el fracaso de la forma política del Estado no hace desaparecer cualquier otro poder político organizado. En muchas ocasiones se ha hablado de los señores de la guerra. Jefes guerreros respaldados por organizaciones paramilitares que controlan políticamente un territorio y administran su población beneficiándose de todo tipo de extracciones económicas. Frecuentemente señalados como terroristas o como insurgentes, se olvida que son ellos el auténtico poder político del territorio, por muy cruel e injusta que sea su actuación como gobernantes. Donde se representa un territorio bajo el rótulo de Somalia, deberíamos dibujar una serie de compartimentos provinciales con la denominación de las diversas jefaturas ejercidas por los señores de la guerra. Así, al menos, representaríamos fielmente la realidad política de estos países.

la caída de los ídolos en la guerra de Irak
Parecidos problemas aunque en un caso muy distinto es el de las regiones asoladas por la guerra civil y que han dado como resultado una división del país en facciones encontradas, caso de Irak, Siria, etc. Se suele pasar por alto que estas facciones pueden estar claramente delimitadas por identidades étnicas, religiosas, culturales y lingüísticas muy definidas y, por tanto, bajo la dirección política y militar del partido o facción correspondiente, constituyendo auténticos Estados en formación. El dibujo de los mapas respectivos señalando los caracteres definitorios de unos y otros, ayudaría a comprender las razones o las sinrazones de estas regiones endémicas de guerra civil. 

Jefaturas entre las sociedades modernas
Por último, el concepto de Jefatura también es de aplicación a aquellas realidades sociales de los Estados plenamente modernos, en los que un grupo  organizado controla un territorio, apropiándose de rentas y beneficios de la población y las empresas, a despecho de las autoridades estatales. Éstas se muestran incapaces de hacerse con el control real de la situación, se las acata formalmente como autoridad legítima pero únicamente para enmascarar y disimular la realidad. Es el caso de las organizaciones mafiosas de todo tipo. Disponen de un aparato de coerción que asegura la obediencia de la población. Están organizadas mediante una federación de familias dirigidas por jefes secundarios y que obedecen las directrices que emanan de un jefe principal. Este es reverenciado con un protocolo repleto de simbología religiosa. Él es el destinatario de gran parte de los excedentes que redistribuye desigualmente premiando o castigando la actuación y la fidelidad de los otros jefes y sus sicarios. En los territorios en que actúan, hay dos ámbitos políticos: el del Estado y el de la organización mafiosa, cada uno con su propia organización, poder de coerción y competencias que se disputan de facto las contribuciones fiscales de la población. Es el mismo caso, a escala de un barrio urbano, de las llamadas bandas urbanas que controlan mediante la violencia y la fidelidad de sus integrantes a determinados sectores de una ciudad.
En todos estos casos, la elaboración de mapas políticos oficiales enmascara una realidad política muy distinta. Jefaturas y Estados son dos tipos de organización política rivales y, por tanto, excluyentes entre sí, salvo los procesos de integración de aquéllas en éstos ya mencionados. El Estado, como entidad soberana, se muestra absolutamente celoso de su poder omnímodo y ningunea aquellas realidades políticas que desmienten su pretensión del monopolio de la fuerza y el poder político. La ocultación sistemática de la realidad política de las jefaturas convierte, en algunas regiones continentales, el mapa político de los Estados en una realidad fantasmagórica muy alejada de las contingencias de la actualidad.

En cambio, la supervivencia de grupos tradicionales primitivos de cazadores-recolectores y de tribus agrícolas y ganaderas igualitarias (en la Amazonia, en determinadas zonas de África), precisamente por carecer de poder político organizado y basarse en una economía de subsistencia prácticamente sin excedentes, no plantea problemas de ningún tipo a los Estados en los que se encuentran. Las autoridades del Estado no tropiezan, en este caso, con ninguna otra autoridad política por lo que no hay ningún choque de competencias. La inexistencia de excedentes económicos excluye cualquier interés en implantar una fiscalidad cuyos resultados contables serían decepcionantes. El único, el gran problema de estas sociedades primitivas en nuestro tiempo y en todo tiempo, ha sido su tenue ocupación de grandes territorios que, ellos sí, son objeto de la codicia de la sociedad y el Estado moderno. Nótese que, en este caso, lo que constituye el objeto del deseo es el territorio, no la población. Ésta, que carece de organización política y militar, no puede hacer frente al Estado sin ayuda exterior. Por ello, cuando ha habido grandes intereses materiales en juego, el Estado o los particulares se han apropiado de sus tierras sin ningún miramiento. El destino de estos primitivos ha sido el trabajo forzoso, la emigración a los suburbios urbanos o el confinamiento en reservas mantenidas por la Administración, pues ni su número ni sus necesidades materiales han supuesto ninguna hipoteca especial para el Estado. Obviamente, ninguna de estas soluciones pueden aplicarse a las jefaturas: su control de la población y el territorio, su organización política y militar suponen un serio rival regional para el Estado. Los Estados fallidos son un buen ejemplo de ello. 
Mapa religioso de Siria

Fuentes consultadas: Las Razas Humanas. Instituto Gallach,  1984

Nota de Encarna Lorenzo: El autor del presente texto desea que se tenga en cuenta que utiliza el concepto de raza, anticuado y peligroso, de forma no esencialista sino, más bien, como categoría para hablar de correlaciones estadísticas entre grupos poblacionales.

Comentarios

  1. Un excelente resumen del poder político en sus primeras fases, y muy bien conectado con la situación actual.

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