UNA APROXIMACIÓN SOCIOCULTURAL A LA ARQUITECTURA MUDÉJAR
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Dibujo vegetal de un artesonado mudéjar |
Me parece que este trabajo tiene también gran relevancia para la Antropología Política, porque se refiere a contextos de dominación y segregación, y a los signos externos con los que el poder se muestra e in-corpora (en términos de P. Bourdieu) en elementos tales como la vestimenta o la arquitectura. Casas, palacios y edificios religiosos se convierten así en un auténtico manual de instrucciones sobre diferencias culturales, no siendo simples creaciones humanas con un simple valor funcional o artístico.
Un tercer aspecto por el cual me parece especialmente meritorio el estudio que realiza J. I. González Lorenzo es por la clarificación que lleva a cabo de los conceptos de población y arte mudéjar. Aunque en la práctica se solapan con frecuencia, poseen una diferente relevancia desde el punto de vista social y artístico. El estudio demuestra hasta qué punto los gustos y valores de un grupo humano minoritario, como ocurrió con la población y el arte mudéjar, son capaces de permear la ideología de los grupos mayoritarios y dominantes. Comprobaremos igualmente que la estrella de David para marcar a los judíos no fue un invento de los nazis sino que tenía claros antecedentes en las leyes de exclusión social tardomedievales, y al final nos quedará abierto un interrogante para seguir estudiando esta apasionante etapa de la historia. Encarna Lorenzo
Casa mudéjar de la Calle Cristo de la Palma, Llerena |
Abstract
La rehabilitación de casas mudéjares de Llerena plantea una serie
de interrogantes fundamentales para la comprensión del arte mudéjar y su
contexto sociocultural: ¿De quién eran estas casas, de cristianos o de
mudéjares? ¿De las clases populares o de la nobleza? ¿Corresponden a una
tipología cristiana o musulmana? Razones sociológicas, culturales y artísticas
diferencian claramente la arquitectura cristiana de la musulmana e impiden su
atribución a la minoría mudéjar o a las
clases populares.
1. Diferencias de tipo
cultural: La casa musulmana constituye un universo familiar replegado sobre sí mismo y
vedado a la mirada exterior. No suelen tener aberturas exteriores ni fachadas
propiamente dichas que eviten incluso el reconocimiento de la posición social y
económica de sus dueños. Por lo tanto, las casas de Llerena no pueden
corresponder a la población mudéjar.
2. Entorno sociológico de la minoría mudéjar: La población mudéjar
fue un grupo social sometido a los cristianos y que ocupaba el escalón más bajo
de la sociedad. Carecen de una élite dirigente, les está vedado el acceso a puestos
de importancia y están gravados con impuestos y prohibiciones. La ostentación
pública de riqueza mediante lujosas fachadas hubiera sido un desafío social
intolerable para los cristianos. No pueden ser propiedad de mudéjares.
3. Las leyes sociológicas
de la exclusión social: La marginación de un
grupo se realiza mediante la atribución de caracteres distintivos que son
socialmente repulsivos. La población dominante se mantiene así diferenciada y a
salvo del contacto con los sometidos. Las clases populares cristianas son las
más interesadas en preservar su pertenencia al pueblo dominante evitando la
confusión de caracteres. Por tanto, no pueden ser viviendas populares.
4.
Diferencias artísticas formales y funcionales: La vivienda cristiana se
diferencia de la musulmana por la estructura de sus patios, su alineación con
el eje axial de la fachada, y la disposición de aberturas externas en fachadas
monumentales que pregonen el status social de sus moradores. Son, pues, casas
cristianas y nobles, no musulmanas ni populares.
UNA APROXIMACION SOCIOCULTURAL
A LA ARQUITECTURA MUDÉJAR DE LLERENA
José Ignacio González
Lorenzo
(Profesor de Gª e
Historia de E. Secundaria)
La rehabilitación de casas de estilo
mudéjar en Llerena (Badajoz) trae a primer término un insidioso problema teórico: ¿De
quiénes eran estas casas? ¿De los cristianos o de los mudéjares? En el caso de
que fueran de cristianos ¿de las clases populares o de la nobleza? Con frecuencia se lee en los libros de
historia del arte que las viviendas de estilo mudéjar constituyen la
arquitectura propia de la población mudéjar o, al menos, de las clases
populares. Existe una arquitectura mudéjar de carácter popular y este término
se utiliza indiscriminadamente sin importar ni el lugar ni la época.
Anticipemos un dato fundamental que nos servirá de hilo conductor
en la respuesta a esta pregunta: Se trata de viviendas de amplias proporciones,
tanto en sus grandes y altas fachadas como en la superficie construida y en la
organización del espacio, disponiendo muchas de ellas de patios porticados con
dos pisos de arquerías en cada uno de sus cuatro lados. Las identificamos por
la calle central de sus fachadas compuestas por portada de dintel adovelado,
ventanas geminadas de arcos islámicos (de herradura, lobulados), y coronadas
por alero sobre modillones. En su construcción consta que intervinieron con
frecuencia cuadrillas de alarifes mudéjares. Y de ahí la confusión, ¿arte
mudéjar o arte de la población mudéjar?
Arte mudéjar y población
mudéjar son términos no análogos sino equívocos. Población mudéjar designa con
toda exactitud a los musulmanes que permanecieron tras la conquista cristiana
como población sometida regulada por las capitulaciones de la rendición. En
cambio, arte mudéjar designa las obras encargadas por y para la población
cristiana que funden elementos tanto cristianos como musulmanes en un todo
indisoluble que se diferencia claramente
de las obras exclusivamente hispano-árabes. La mayor parte de la arquitectura
mudéjar son obras funcional y estructuralmente cristianas: iglesias, casas
señoriales, plazas, claustros, etc. Únicamente la arquitectura palacial ligada
a la monarquía muestra su profunda deuda con el origen islámico de modo que su
atribución principal bien a lo cristiano bien a lo musulmán puede ser
discutible.
No tiene
sentido, pues, considerar la arquitectura civil mudéjar, como se hace
repetidamente en tantas publicaciones incluso académicas, como la expresión del
tipo de vivienda de la propia población mudéjar. En este sentido, las casas
mudéjares de Llerena son las casas solariegas de la nobleza llerenense y no
tienen nada que ver con las viviendas de la minoría mudéjar que se apiñaba en
la morería. Un abismo cultural y sociológico separa las realizaciones de uno y
otro grupo social.
Razones
sociológicas, culturales y artísticas diferencian claramente la arquitectura
cristiana de la musulmana. Aparte de los elementos formales islámicos que
entran en la composición del arte mudéjar, estableceremos el punto de
confluencia entre estas dos culturas en lo que consideramos el origen y punto
de partida del arte mudéjar: la arquitectura palacial de los reyes cristianos.
Comencemos
por las razones que sustancian las diferencias entre una y otra comunidad y son
la base del arte mudéjar civil.
Diferencias de tipo cultural:
Uno
de los hechos diferenciadores más relevantes y conocidos de la cultura
musulmana es su firme determinación de preservar la vida familiar de cualquier
tipo de miradas exteriores. El ámbito de lo privado es un mundo absolutamente
desconocido para todos los que no pertenecen al círculo familiar estricto.
Hechos como el matrimonio del rey pueden ser ignorados incluso por la
generalidad de los súbditos de un reino. Baste citar a modo de ejemplo, el caso
del rey Hassam II de Marruecos cuyos matrimonios fueron un secreto
herméticamente guardado desconociéndose incluso después de su muerte la
identidad, la personalidad y la figura de quien o quienes fueron sus esposas.
La
reclusión de las mujeres en el interior de las casas, la limitación de sus
contactos sociales y sus salidas, siempre veladas por el chador a la mirada
curiosa del transeúnte, hacen del hogar familiar musulmán un grupo social
hermético prohibido a los extraños.
El
corolario de estos planteamientos culturales es la opacidad externa de las
viviendas musulmanas: la casa musulmana no tiene fachada propiamente hablando.
Es un cerramiento prácticamente ciego y sin apenas decoración que no sólo
impide ver el interior desde fuera sino que oculta la propia identidad de la
vivienda. Casas populares o lujosas mansiones, pequeñas viviendas o grandes
palacios no se diferenciarán apreciablemente desde fuera. La fachada no es sino
el velo que oculta las auténticas facciones de la vivienda musulmana. Es por
ello por lo que el arte musulmán palacial es siempre una arquitectura
interiorista, en la que no existen grandes fachadas exteriores. Incluso el
acceso al interior de los palacios se hace en recodo de modo que ni siquiera al
abrir la puerta al visitante pueda entreverse fugazmente desde fuera la
disposición interior del palacio.
Además
del tradicional papel secundario de la mujer musulmana y del fuerte patriarcado
familiar entre las tribus semitas, podrían aducirse (vid. Ibn Jaldún: Al-Muqqadima) al efecto algunas razones de tipo
político y económico en cuanto el gobernante musulmán fue las más de la veces
un poder arbitrario y despótico que saquea de forma inmisericorde a sus
súbditos cuando necesita dinero. El hecho de que buena parte de las dinastías
reales pertenecieran a tribus rurales del interior (a veces, incluso
seminómadas) explica que ejerzan el poder por derecho de conquista y tiendan a
tratar a sus súbditos urbanos como una propiedad que hay que explotar sin
reconocerles ningún tipo de derechos (como fue el caso de los fueros medievales
y de las libertades urbanas del Occidente cristiano). Por todas estas razones,
el musulmán oculta celosamente su vida familiar y sus riquezas al exterior de
modo que no pueda apreciarse desde fuera la posición social y económica de
quienes allí viven.
¿Fachadas
mudéjares? Está claro que cristianas, nunca musulmanas.
El entorno sociológico de la minoría mudéjar:
La minoría mudéjar fue un grupo social sometido y, por tanto,
inferior a todos los efectos respecto del grupo social cristiano dominante. Lo
mismo podría decirse de los judíos. Su posición social era simétricamente
inversa de la que habían tenido los mozárabes en Al-Andalus. Es más, se piensa
que fueron los mozárabes de Toledo quienes sugirieron a Alfonso VI la fórmula
de capitulaciones que constituyó la base del Fuero Viejo de Toledo tomando como
referencia su pasada posición social.
Este
status social inferior consistía en la debilidad de su número, su alejamiento
de los centros de poder urbanos, su exclusión de todo tipo de cargo público
laico o religioso, la exclusión de la nobleza, el clero, el ejército, las
profesiones relacionadas con la administración, la incapacidad para fundar un
mayorazgo y el sometimiento a impuestos especiales, y la prohibición de las
manifestaciones públicas de su religión o cultura (ceremonias religiosas
públicas, observancia externa del propio calendario litúrgico), etc. Desde los
decretos de conversión forzosa de principios del siglo XVI, la situación
religiosa de los mudéjares fue terreno resbaladizo: oficialmente estaban
obligados a convertirse y, por tanto, ya no eran mudéjares sino cristianos
conversos (moriscos); en la práctica, la corona les concedió algunos plazos de
gracia para que conociesen la nueva religión y completaran su aculturación. Por
ello, estaban sometidos a la Inquisición que podía perseguir de oficio
cualquier desviación heterodoxa respecto a la doctrina oficial (lo que era
fácil en una población neoconversa); A partir de la sublevación de las Alpujarras,
la Inquisición empleó todo su rigor contra los moriscos hasta su definitiva
expulsión en el siglo XVII.
En
estas coordenadas, no tiene mucho sentido histórico ni social el tan repetido
tópico de la convivencia medieval entre las tres culturas, sea en el Al-Andalus
omeya o en el Toledo o la Sevilla cristiana. Que no se expulsase a toda la
población mudéjar y judía o que no se la tratase con violencia física depende
de circunstancias objetivas ajenas a la actitud o la ética de la población dominante.
Fue la conveniencia de evitar el asalto final en la conquista de las ciudades y
la debilidad numérica de los conquistadores para la explotación de los
territorios conquistados lo que aconsejó llegar a algún tipo de acuerdo con los
vencidos. Un asalto sangriento para administrar unos territorios desiertos
sería una situación sin sentido; la propia conquista tendría más efectos
negativos que positivos y perdería su propia razón de ser.
La
existencia de sociedades multiraciales en el mundo antiguo se debe a la
recurrencia de la dominación de un territorio por parte de un pueblo
extranjero. Los conquistadores se erigen en clase dominante pero minoritaria,
tanto en caso de conquista militar como en el supuesto de migración de un
pueblo entero. La población autóctona sometida constituye, en cambio, la
mayoría social del territorio. No es posible en estas circunstancias ni la
eliminación física ni la expulsión o desarraigo de los sometidos por parte de
los conquistadores. En la Península, los sucesivos conquistadores e invasores
(cartagineses, romanos, visigodos, musulmanes) fueron siempre un contingente
reducido en número en torno a los 50.000 individuos de una vez, excepto en el caso visigodo que tal vez pudo
duplicar esta cifra. Poca cosa respecto de la mayoría peninsular que debió
contar al menos con cinco millones de habitantes. Esto es, una proporción de 1 a 100.
La
dominación en el mundo antiguo es un fenómeno casi exclusivamente político: es
el poder político y militar de la minoría gobernante el que justifica la
explotación económica y social de los sometidos. Y el fundamento del orden
social y político no es otro que la preservación de esta relación
–estrictamente política- de dominación.
Los casos
de intolerancia y de expulsión de un grupo social completo se dan únicamente
cuando el grupo dominante es mayoritario y el grupo expulsado minoritario. Así
sucedió en el periodo final de Al-Andalus cuando la islamización de la sociedad
era casi completa, por lo que almorávides y almohades pudieron deshacerse de
los mozárabes y judíos más recalcitrantes (ni siquiera pudieron expulsarlos a
todos); o en la España cristiana cuando los monarcas españoles decretaron la
expulsión primero de los judíos y luego de los moriscos. Del mismo modo, el
sometimiento o la explotación total de una población sólo puede realizarse
cuando ésta es un grupo reducido en el conjunto social (los esclavos en el
mundo antiguo, los judíos bajo casi todos los regímenes). En cuanto el grupo de
hombres sin derechos crece significativamente se alivia su situación social y
política: los siervos en la Edad Media, los mawlas conversos al Islám en
Al-Andalus. Es simplemente absurdo pensar en cualquier otro tipo de solución.
La
población mudéjar fue una minoría en el conjunto de los reinos cristianos. Su
elite social emigró inmediatamente después de la conquista a otros territorios
musulmanes. El grueso de la población mudéjar fue generalmente alejado de las
ciudades (cuando menos de su centro). Sin una minoría dirigente, con un status
social y político inferior, dispersos y en número reducido, los mudéjares ni
podían tener casas señoriales que los situaran por encima de la población
cristiana ni era prudente pretender tener una vivienda de estas
características. Que un individuo del escalón inferior de la sociedad pretenda
desafiar a las clases altas en términos simbólicos de relevancia social, ha
sido considerado en todos los tiempos y lugares como un atentado social. Algo
de ésto hay en la persecución de judíos y conversos en la España medieval. La
magnífica sinagoga del Tránsito de Toledo puede leerse también como la soberbia
afirmación de una orgullosa minoría: su constructor, Samuel Ha-Leví,
propietario de la llamada Casa del Greco, fue el tesorero mayor del rey Pedro
el Cruel. En la Francia del siglo XVIII, el banquero más rico del reino fue
privado de sus bienes y ejecutado por el mero hecho de construir un palacio
rival de la Corte francesa.
¿Casas
señoriales? Luego cristianas, nunca mudéjares.
Las leyes sociológicas de la exclusión social:
Decimos
que la minoría mudéjar era un grupo social sometido y constituía, por tanto, el
escalón más bajo de la sociedad. Varias circunstancias fundamentaban esta
posición social: El hecho de ser un grupo sometido por medio de una derrota
militar, y el tener caracteres distintos de los del grupo dominante: religión,
lengua, cultura, costumbres..
La
condición necesaria para que se produzca un fenómeno de exclusión social es que
el grupo sometido tenga unas características externas que permita su
reconocimiento externo, siendo la posesión de este carácter distintivo
(fenotipo, que dirían los biólogos) la que determina que un individuo
pertenezca o no a la minoría postergada. El color de piel ha sido a lo largo de
la historia el más frecuente carácter de exclusión social por su condición
visible e indeleble (al menos hasta Michael Jackson).
En el caso
de la población mudéjar, los rasgos visibles de la diferenciación social eran
de tipo cultural: lengua, vestidos, costumbres. Con el paso del tiempo, sin
embargo, estos rasgos debieron debilitarse considerablemente entre la antigua
población mudéjar de Castilla y Extremadura que estaba muy asimilada, no así en
los moriscos granadinos expulsados tras la sublevación de las Alpujarras. Era
frecuente la adopción de apellidos castellanos incluso borrando las actas de
bautismo donde constaban los apellidos árabes. Por supuesto, la adopción de la
etiqueta social de los cristianos (excepto comer carne de cerdo y aún rozarse
con esos animales, lo que era absolutamente insufrible para los moriscos). En
cualquier caso, no conocemos bien las costumbres de la época. Hay cronistas
musulmanes de la época nazarí que se quejan de que los moros granadinos
gustaban de vestir como los cristianos, lo cual va en contra del tópico del
turbante y la chilaba.
Pero el
problema de la segregación social no es tanto la diferencia de rasgos del tipo
que sea cuanto la voluntad de no mezclarse con la población marginal, de no ser
confundida con ella, de evitar su contacto. Y si estos rasgos son muy parecidos
y no hay formas visibles de diferenciación, entonces hay que implementar
medidas que permitan alzar la barrera social que segregue a la minoría. En el
caso de los mudéjares, estas medidas fueron la prohibición de los matrimonios
mixtos, la obligación de vivir separados en morerías que pudieran cerrarse, y
llevar un distintivo en el traje (una media luna de color verde), aunque parece
que no se cumplían con demasiado detalle. Así, en Llerena, había una morería
situada junto a la iglesia de Santiago, pero no estaba cerrada como exigía la
ley, y por muchas quejas que se hicieron, nunca llegó a cerrarse. Lo mismo
sucedía con los distintivos textiles, muchos no lo llevaban. Eran los mudéjares
los que querían imitar a los cristianos, confundirse con ellos. Y eran los
cristianos los que querían segregar a los moriscos, distinguirse de ellos.
En
cuestiones de rango social, el principal enemigo de mudéjares y judíos, las
clases sometidas, eran las clases populares y la pequeña nobleza dirigente de
las villas y lugares que eran quienes podían sacar algo positivo de la
segregación social de los primeros. De los judíos porque competían con la
pequeña nobleza en la administración de la hacienda, los oficios públicos, las
profesiones liberales, el préstamo, etc. De los mudéjares porque era una mano
de obra cualificada y barata que podía hacer caer los salarios y los precios
agrarios en detrimento de braceros y pequeños campesinos. En cambio, la alta
nobleza estaba a salvo, muy por encima de tales distingos y se podía permitir
el lujo de entroncar con los judíos por otro tipo de razones (económicas,
culturales...). De hecho, la nobleza emparentó repetidamente con la población
judía (así lo denuncia el Libro Verde de Aragón, el Tizón de la Nobleza) y
hasta la casa real de Aragón tenía sangre judía (una abuela de Fernando el
Católico).
Y aquí es donde es pertinente hacerse la
pregunta: ¿imitaban las clases populares las costumbres y la cultura de los
mudéjares? Si tenemos en cuenta que la sociedad bajomedieval era una sociedad
estratificada por estamentos sociales, las clases populares eran el escalón
inmediatamente superior al de las minorías de judíos y mudéjares. Imitar a los
grupos marginados en sus signos visibles (vestido, arte, usos) era lisa y
llanamente descender por propia voluntad al último escalón social. El
desclasamiento voluntario hacia abajo es fenómeno poco frecuente. Es siempre
forzoso y lo habitual es que el individuo se aferre a determinadas pautas de
conducta aun cuando su nueva situación sea pública e irreversible. En el caso
de la España del siglo XVI había una agravante considerable: la amenaza
terrible de la Inquisición que acechaba no sólo las desviaciones del dogma sino
lo que en realidad no eran más que meros usos cotidianos. Conocido es como
descansar en sábado, no comer carne de cerdo, etc. eran pistas muy sospechosas
para tan celoso tribunal. No parece sensato que las clases populares jugaran
alegremente con pautas culturales que arrostraban tantas y tan graves consecuencias
sociales y personales.
La morería
de Llerena estaba situada a la espalda de la Iglesia de Santiago. Si se mira el
plano del recorrido mudéjar de esa magnífica Guía de Llerena y su comarca se
advertirá que no hay ninguna casa mudéjar en esa zona. Las casas mudéjares se
alinean en los ejes principales (la calle Corredera) que confluyen en la Plaza
Mayor.
¿Arquitectura
mudéjar popular? No, por cierto. Si hubo una clase social que de ningún modo
podía permitirse bajo ningún concepto un coqueteo con lo mudéjar eran sin duda
el pueblo llano.
Diferencias formales y funcionales en el arte mudéjar:
Hay
algunos elementos artísticos puramente formales en la arquitectura civil
mudéjar que apuntan también al elemento cristiano y no al musulmán. Es el caso
de los patios mudéjares como los magníficos ejemplares que conservamos en
Llerena.
El patio
musulmán más frecuente, el que vemos en los palacios musulmanes, se organiza en
torno a un espacio abierto rectangular donde las construcciones se alinean en
torno a los lados menores. La entrada tiene lugar por el pabellón de uno de los
lados menores que tiene una galería porticada trasera que comunica con el
jardín rectangular en cuyo extremo, y en el otro lado menor, se sitúa la parte
principal de la vivienda o el palacio: normalmente un amplio vestíbulo en
sentido transversal con sendas habitaciones en sus extremos.
El patio cristiano, en cambio, suele tener planta cuadrada y
presenta galerías porticadas en sus cuatro lados. Así suelen ser también los
claustros de los monasterios. Y no sabemos si los patios siguen el trazado de
los claustros o es al contrario: los claustros siguen el modelo de los
patios.
También
es distinta la alineación habitual de los palacios y viviendas cristianas. Hay
un eje en profundidad que ordena todo el espacio en torno a él: La puerta
principal se sitúa en el centro de la fachada marcando el eje de simetría:
vertical, para ordenar la fachada a un lado y a otro, y horizontal en
profundidad, comunicando con el patio a través del vestíbulo. Con frecuencia,
las puertas permanecen abiertas de par en par. En el zaguán, una verja de
protección impide el paso al interior pero permitiendo que el patio central sea
visible desde la calle. Es justamente lo que se pretende: que todos admiren
desde fuera la magnificencia de la casa y la opulencia de sus propietarios. Es
lo contrario del palacio musulmán. La puerta principal da acceso a un vestíbulo
cerrado al frente y abierto en los extremos. Aunque el patio esté alineado con
la fachada, para pasar a él hay que girar haciendo recodo rodeando el muro
frontal del vestíbulo. El patio nunca es visible desde el exterior aunque
hayamos franqueado la puerta de entrada y nos encontremos en el vestíbulo. En
el peor de los casos: el recodo se prolongará en estrechos y tortuosos pasillos
como si se tratara de un laberinto que protege celosamente el jardín del
tesoro. Este secretismo también facilitaría la preservación de ciertos usos
culturales de dudoso significado respecto de vecinos indiscretos. Sabido es
cómo los moriscos de Hornachos que eran más del 90 % de la población de este
lugar, sospechosos de vivir dentro de la ley y las costumbres musulmanas, jamás
pudieron ser procesados por la Inquisición por mucho que lo intentó. Su vida
social íntima permaneció oculta a la mirada inquisitorial.
Ya
hemos hablado de las fachadas: el gusto por anteponer una vistosa fachada que
publique externamente la magnificencia de la casa y sus pobladores es un rasgo
cultural del occidente europeo, pero no del mundo islámico, que quiere ocultar
la situación económica y social de sus moradores.
Casa mudéjar de la calle Corredera, Llerena |
Lo mismo
podríamos decir de los huecos de la fachada: puertas y ventanas. No es
solamente un problema de adaptación bioclimática. Las casas y palacios
musulmanes las suprimen siempre que pueden, como si quisieran ocultar incluso
las dimensiones de la vivienda que se parapeta tras un muro exterior ciego y
cerrado. Las casas y palacios cristianos suelen tener suficientes ventanas.
Como si quisieran airear su interior, que éste pueda ser visto desde cualquier
posición. El Escorial, el palacio apartado de la capital de un rey solitario,
por ejemplo, es una impresionante alineación de ventanas. En su sobriedad
característica sus cuatro lados de fachada parecen tener un único componente:
ventanas.
Por
la misma razón, las casas nobiliarias cristianas exhiben orgullosas el escudo
de armas familiar en el centro de la fachada. Ya no conocemos el significado de
esos escudos: no sabemos leer esos campos decorados con armas, animales,
árboles, objetos cotidianos o formas geométricas. Pero en su tiempo cada uno de
esos elementos era identificado con un apellido concreto, con lo que el escudo
en su conjunto era como el árbol genealógico de la familia. El mayor rango de
nobleza era poder mostrar la antigüedad de los apellidos y la abundancia de los
mismos. El palacio cristiano quiere predicar a los cuatro vientos quiénes viven
en él, cuáles son sus orígenes, cual es su posición económica y social actual.
¿Fachadas,
ventanas, escudos, vestíbulos abiertos, patios con cuatro galerías…? Familias
nobles cristianas, nunca musulmanas. Las casas mudéjares de Llerena están
proclamando de todas las maneras posibles la nobleza, la importancia social y
la riqueza de sus pobladores. De ninguna manera podían pertenecer a la minoría
mudéjar o morisca: una minoría marginada, segregada en el barrio de la morería,
sospechosa de la Inquisición, culturalmente replegada sobre su vida familiar
celosamente guardada.
¿Por
qué entonces el gusto por el arte mudéjar, por qué incorporar elementos
artísticos musulmanes en las casas señoriales de la nobleza? En definitiva
¿cuál es el origen del arte mudéjar?
Éste es un
problema distinto que exige una compleja y documentada explicación. Pero eso
será otro día.
Felicidades por la entrada, es fascinante.
ResponderEliminarMe parece un excelente ejercicio de lectura del espacio urbano, casi siempre sentido como el fondo anodino donde suceden cosas, pero que, una vez interpretado con su saber, muestra una gran riqueza conceptual. Enhorabuena por esta magnífica entrada.
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