UNA APROXIMACIÓN SOCIOCULTURAL A LA ARQUITECTURA MUDÉJAR

Dibujo vegetal de un artesonado mudéjar
La Antropología no es sólo una ciencia en sí misma considerada. También puede convertirse en una aliada imprescindible para otras disciplinas, como la Historia del Arte. El trabajo que viene realizando José Ignacio González Lorenzo sobre la arquitectura mudéjar es un buen ejemplo de ello. Así, a la hora de establecer cuál sería el modo más correcto para rehabilitar casas de este estilo, previamente examina la cuestión desde planteamientos propios de la Antropología social y cultural, enfocando la atención hacia las diferencias en el modo de vida de las poblaciones cristiana, mudéjar y musulmana y su conflictiva coexistencia, poniendo el énfasis en sus distintas concepciones del espacio y de los elementos decorativos. Siguiendo su exposición, veremos cómo existen radicales contraposiciones entre esas culturas. 
Me parece que este trabajo tiene también gran relevancia para la Antropología Política, porque se refiere a contextos de dominación y segregación, y a los signos externos con los que el poder se muestra e in-corpora (en términos de P. Bourdieu) en elementos tales como la vestimenta o la arquitectura. Casas, palacios y edificios religiosos se convierten así en un auténtico manual de instrucciones sobre diferencias culturales, no siendo simples creaciones humanas con un simple valor funcional o artístico. 
Un tercer aspecto por el cual me parece especialmente meritorio el estudio que realiza J. I. González Lorenzo es por la clarificación que lleva a cabo de los conceptos de población y arte mudéjar. Aunque en la práctica se solapan con frecuencia, poseen una diferente relevancia desde el punto de vista social y artístico. El estudio demuestra hasta qué punto los gustos y valores de un grupo humano minoritario, como ocurrió con la población y el arte mudéjar, son capaces de permear la ideología de los grupos mayoritarios y dominantes. Comprobaremos igualmente que la estrella de David para marcar a los judíos no fue un invento de los nazis sino que tenía claros antecedentes en las leyes de exclusión social tardomedievales, y al final nos quedará abierto un interrogante para seguir estudiando esta apasionante etapa de la historia.                                                                                                                                                   Encarna Lorenzo

Casa mudéjar de la Calle Cristo de la Palma, Llerena
Abstract
La rehabilitación de casas mudéjares de Llerena plantea una serie de interrogantes fundamentales para la comprensión del arte mudéjar y su contexto sociocultural: ¿De quién eran estas casas, de cristianos o de mudéjares? ¿De las clases populares o de la nobleza? ¿Corresponden a una tipología cristiana o musulmana? Razones sociológicas, culturales y artísticas diferencian claramente la arquitectura cristiana de la musulmana e impiden su atribución a  la minoría mudéjar o a las clases populares.

1. Diferencias de tipo cultural: La casa musulmana constituye un  universo familiar replegado sobre sí mismo y vedado a la mirada exterior. No suelen tener aberturas exteriores ni fachadas propiamente dichas que eviten incluso el reconocimiento de la posición social y económica de sus dueños. Por lo tanto, las casas de Llerena no pueden corresponder a la población mudéjar.  

 2. Entorno sociológico de la minoría mudéjar: La población mudéjar fue un grupo social sometido a los cristianos y que ocupaba el escalón más bajo de la sociedad. Carecen de una élite dirigente, les está vedado el acceso a puestos de importancia y están gravados con impuestos y prohibiciones. La ostentación pública de riqueza mediante lujosas fachadas hubiera sido un desafío social intolerable para los cristianos. No pueden ser propiedad de mudéjares.

3. Las leyes sociológicas de la exclusión social: La marginación de un grupo se realiza mediante la atribución de caracteres distintivos que son socialmente repulsivos. La población dominante se mantiene así diferenciada y a salvo del contacto con los sometidos. Las clases populares cristianas son las más interesadas en preservar su pertenencia al pueblo dominante evitando la confusión de caracteres. Por tanto, no pueden ser viviendas populares.  

         4. Diferencias artísticas formales y funcionales: La vivienda cristiana se diferencia de la musulmana por la estructura de sus patios, su alineación con el eje axial de la fachada, y la disposición de aberturas externas en fachadas monumentales que pregonen el status social de sus moradores. Son, pues, casas cristianas y nobles, no musulmanas ni populares.   
PARA LEER MÁS HAZ CLICK EN MÁS INFORMACIÓN


UNA APROXIMACION SOCIOCULTURAL
A LA ARQUITECTURA MUDÉJAR DE LLERENA

José Ignacio González Lorenzo
(Profesor de Gª e Historia de E. Secundaria)


         La rehabilitación de casas de estilo mudéjar en Llerena (Badajoz) trae a primer término un insidioso problema teórico: ¿De quiénes eran estas casas? ¿De los cristianos o de los mudéjares? En el caso de que fueran de cristianos ¿de las clases populares o de la nobleza?  Con frecuencia se lee en los libros de historia del arte que las viviendas de estilo mudéjar constituyen la arquitectura propia de la población mudéjar o, al menos, de las clases populares. Existe una arquitectura mudéjar de carácter popular y este término se utiliza indiscriminadamente sin importar ni el lugar ni la época. 

Anticipemos un dato fundamental que nos servirá de hilo conductor en la respuesta a esta pregunta: Se trata de viviendas de amplias proporciones, tanto en sus grandes y altas fachadas como en la superficie construida y en la organización del espacio, disponiendo muchas de ellas de patios porticados con dos pisos de arquerías en cada uno de sus cuatro lados. Las identificamos por la calle central de sus fachadas compuestas por portada de dintel adovelado, ventanas geminadas de arcos islámicos (de herradura, lobulados), y coronadas por alero sobre modillones. En su construcción consta que intervinieron con frecuencia cuadrillas de alarifes mudéjares. Y de ahí la confusión, ¿arte mudéjar o arte de la población mudéjar?

         Arte mudéjar y población mudéjar son términos no análogos sino equívocos. Población mudéjar designa con toda exactitud a los musulmanes que permanecieron tras la conquista cristiana como población sometida regulada por las capitulaciones de la rendición. En cambio, arte mudéjar designa las obras encargadas por y para la población cristiana que funden elementos tanto cristianos como musulmanes en un todo indisoluble que se diferencia  claramente de las obras exclusivamente hispano-árabes. La mayor parte de la arquitectura mudéjar son obras funcional y estructuralmente cristianas: iglesias, casas señoriales, plazas, claustros, etc. Únicamente la arquitectura palacial ligada a la monarquía muestra su profunda deuda con el origen islámico de modo que su atribución principal bien a lo cristiano bien a lo musulmán puede ser discutible.

Salón de Embajadores. Palacio del Rey Don Pedro, Alcázar de Sevilla
No tiene sentido, pues, considerar la arquitectura civil mudéjar, como se hace repetidamente en tantas publicaciones incluso académicas, como la expresión del tipo de vivienda de la propia población mudéjar. En este sentido, las casas mudéjares de Llerena son las casas solariegas de la nobleza llerenense y no tienen nada que ver con las viviendas de la minoría mudéjar que se apiñaba en la morería. Un abismo cultural y sociológico separa las realizaciones de uno y otro grupo social.

Patio interior de la casa de los Zapata, Llerena
Razones sociológicas, culturales y artísticas diferencian claramente la arquitectura cristiana de la musulmana. Aparte de los elementos formales islámicos que entran en la composición del arte mudéjar, estableceremos el punto de confluencia entre estas dos culturas en lo que consideramos el origen y punto de partida del arte mudéjar: la arquitectura palacial de los reyes cristianos.

Comencemos por las razones que sustancian las diferencias entre una y otra comunidad y son la base del arte mudéjar civil.


Diferencias de tipo cultural:

         Uno de los hechos diferenciadores más relevantes y conocidos de la cultura musulmana es su firme determinación de preservar la vida familiar de cualquier tipo de miradas exteriores. El ámbito de lo privado es un mundo absolutamente desconocido para todos los que no pertenecen al círculo familiar estricto. Hechos como el matrimonio del rey pueden ser ignorados incluso por la generalidad de los súbditos de un reino. Baste citar a modo de ejemplo, el caso del rey Hassam II de Marruecos cuyos matrimonios fueron un secreto herméticamente guardado desconociéndose incluso después de su muerte la identidad, la personalidad y la figura de quien o quienes fueron sus esposas.

         La reclusión de las mujeres en el interior de las casas, la limitación de sus contactos sociales y sus salidas, siempre veladas por el chador a la mirada curiosa del transeúnte, hacen del hogar familiar musulmán un grupo social hermético prohibido a los extraños.

         El corolario de estos planteamientos culturales es la opacidad externa de las viviendas musulmanas: la casa musulmana no tiene fachada propiamente hablando. Es un cerramiento prácticamente ciego y sin apenas decoración que no sólo impide ver el interior desde fuera sino que oculta la propia identidad de la vivienda. Casas populares o lujosas mansiones, pequeñas viviendas o grandes palacios no se diferenciarán apreciablemente desde fuera. La fachada no es sino el velo que oculta las auténticas facciones de la vivienda musulmana. Es por ello por lo que el arte musulmán palacial es siempre una arquitectura interiorista, en la que no existen grandes fachadas exteriores. Incluso el acceso al interior de los palacios se hace en recodo de modo que ni siquiera al abrir la puerta al visitante pueda entreverse fugazmente desde fuera la disposición interior del palacio.   
 

         Además del tradicional papel secundario de la mujer musulmana y del fuerte patriarcado familiar entre las tribus semitas, podrían aducirse (vid. Ibn Jaldún: Al-Muqqadima) al efecto algunas razones de tipo político y económico en cuanto el gobernante musulmán fue las más de la veces un poder arbitrario y despótico que saquea de forma inmisericorde a sus súbditos cuando necesita dinero. El hecho de que buena parte de las dinastías reales pertenecieran a tribus rurales del interior (a veces, incluso seminómadas) explica que ejerzan el poder por derecho de conquista y tiendan a tratar a sus súbditos urbanos como una propiedad que hay que explotar sin reconocerles ningún tipo de derechos (como fue el caso de los fueros medievales y de las libertades urbanas del Occidente cristiano). Por todas estas razones, el musulmán oculta celosamente su vida familiar y sus riquezas al exterior de modo que no pueda apreciarse desde fuera la posición social y económica de quienes allí viven. 

         ¿Fachadas mudéjares? Está claro que cristianas, nunca musulmanas.


El entorno sociológico de la minoría mudéjar:

         La minoría mudéjar fue un grupo social sometido y, por tanto, inferior a todos los efectos respecto del grupo social cristiano dominante. Lo mismo podría decirse de los judíos. Su posición social era simétricamente inversa de la que habían tenido los mozárabes en Al-Andalus. Es más, se piensa que fueron los mozárabes de Toledo quienes sugirieron a Alfonso VI la fórmula de capitulaciones que constituyó la base del Fuero Viejo de Toledo tomando como referencia su pasada posición social.

         Este status social inferior consistía en la debilidad de su número, su alejamiento de los centros de poder urbanos, su exclusión de todo tipo de cargo público laico o religioso, la exclusión de la nobleza, el clero, el ejército, las profesiones relacionadas con la administración, la incapacidad para fundar un mayorazgo y el sometimiento a impuestos especiales, y la prohibición de las manifestaciones públicas de su religión o cultura (ceremonias religiosas públicas, observancia externa del propio calendario litúrgico), etc. Desde los decretos de conversión forzosa de principios del siglo XVI, la situación religiosa de los mudéjares fue terreno resbaladizo: oficialmente estaban obligados a convertirse y, por tanto, ya no eran mudéjares sino cristianos conversos (moriscos); en la práctica, la corona les concedió algunos plazos de gracia para que conociesen la nueva religión y completaran su aculturación. Por ello, estaban sometidos a la Inquisición que podía perseguir de oficio cualquier desviación heterodoxa respecto a la doctrina oficial (lo que era fácil en una población neoconversa); A partir de la sublevación de las Alpujarras, la Inquisición empleó todo su rigor contra los moriscos hasta su definitiva expulsión en el siglo XVII.    

         En estas coordenadas, no tiene mucho sentido histórico ni social el tan repetido tópico de la convivencia medieval entre las tres culturas, sea en el Al-Andalus omeya o en el Toledo o la Sevilla cristiana. Que no se expulsase a toda la población mudéjar y judía o que no se la tratase con violencia física depende de circunstancias objetivas ajenas a la actitud o la ética de la población dominante. Fue la conveniencia de evitar el asalto final en la conquista de las ciudades y la debilidad numérica de los conquistadores para la explotación de los territorios conquistados lo que aconsejó llegar a algún tipo de acuerdo con los vencidos. Un asalto sangriento para administrar unos territorios desiertos sería una situación sin sentido; la propia conquista tendría más efectos negativos que positivos y perdería su propia razón de ser.   

         La existencia de sociedades multiraciales en el mundo antiguo se debe a la recurrencia de la dominación de un territorio por parte de un pueblo extranjero. Los conquistadores se erigen en clase dominante pero minoritaria, tanto en caso de conquista militar como en el supuesto de migración de un pueblo entero. La población autóctona sometida constituye, en cambio, la mayoría social del territorio. No es posible en estas circunstancias ni la eliminación física ni la expulsión o desarraigo de los sometidos por parte de los conquistadores. En la Península, los sucesivos conquistadores e invasores (cartagineses, romanos, visigodos, musulmanes) fueron siempre un contingente reducido en número en torno a los 50.000 individuos de una vez,  excepto en el caso visigodo que tal vez pudo duplicar esta cifra. Poca cosa respecto de la mayoría peninsular que debió contar al menos con cinco millones de habitantes. Esto es, una proporción de 1 a 100.

La dominación en el mundo antiguo es un fenómeno casi exclusivamente político: es el poder político y militar de la minoría gobernante el que justifica la explotación económica y social de los sometidos. Y el fundamento del orden social y político no es otro que la preservación de esta relación –estrictamente política- de dominación.

Puerta del León, Alcázar de Sevilla
Los casos de intolerancia y de expulsión de un grupo social completo se dan únicamente cuando el grupo dominante es mayoritario y el grupo expulsado minoritario. Así sucedió en el periodo final de Al-Andalus cuando la islamización de la sociedad era casi completa, por lo que almorávides y almohades pudieron deshacerse de los mozárabes y judíos más recalcitrantes (ni siquiera pudieron expulsarlos a todos); o en la España cristiana cuando los monarcas españoles decretaron la expulsión primero de los judíos y luego de los moriscos. Del mismo modo, el sometimiento o la explotación total de una población sólo puede realizarse cuando ésta es un grupo reducido en el conjunto social (los esclavos en el mundo antiguo, los judíos bajo casi todos los regímenes). En cuanto el grupo de hombres sin derechos crece significativamente se alivia su situación social y política: los siervos en la Edad Media, los mawlas conversos al Islám en Al-Andalus. Es simplemente absurdo pensar en cualquier otro tipo de solución.

La población mudéjar fue una minoría en el conjunto de los reinos cristianos. Su elite social emigró inmediatamente después de la conquista a otros territorios musulmanes. El grueso de la población mudéjar fue generalmente alejado de las ciudades (cuando menos de su centro). Sin una minoría dirigente, con un status social y político inferior, dispersos y en número reducido, los mudéjares ni podían tener casas señoriales que los situaran por encima de la población cristiana ni era prudente pretender tener una vivienda de estas características. Que un individuo del escalón inferior de la sociedad pretenda desafiar a las clases altas en términos simbólicos de relevancia social, ha sido considerado en todos los tiempos y lugares como un atentado social. Algo de ésto hay en la persecución de judíos y conversos en la España medieval. La magnífica sinagoga del Tránsito de Toledo puede leerse también como la soberbia afirmación de una orgullosa minoría: su constructor, Samuel Ha-Leví, propietario de la llamada Casa del Greco, fue el tesorero mayor del rey Pedro el Cruel. En la Francia del siglo XVIII, el banquero más rico del reino fue privado de sus bienes y ejecutado por el mero hecho de construir un palacio rival de la Corte francesa.

¿Casas señoriales? Luego cristianas, nunca mudéjares. 


Las leyes sociológicas de la exclusión social:

         Decimos que la minoría mudéjar era un grupo social sometido y constituía, por tanto, el escalón más bajo de la sociedad. Varias circunstancias fundamentaban esta posición social: El hecho de ser un grupo sometido por medio de una derrota militar, y el tener caracteres distintos de los del grupo dominante: religión, lengua, cultura, costumbres..

         La condición necesaria para que se produzca un fenómeno de exclusión social es que el grupo sometido tenga unas características externas que permita su reconocimiento externo, siendo la posesión de este carácter distintivo (fenotipo, que dirían los biólogos) la que determina que un individuo pertenezca o no a la minoría postergada. El color de piel ha sido a lo largo de la historia el más frecuente carácter de exclusión social por su condición visible e indeleble (al menos hasta Michael Jackson).

En el caso de la población mudéjar, los rasgos visibles de la diferenciación social eran de tipo cultural: lengua, vestidos, costumbres. Con el paso del tiempo, sin embargo, estos rasgos debieron debilitarse considerablemente entre la antigua población mudéjar de Castilla y Extremadura que estaba muy asimilada, no así en los moriscos granadinos expulsados tras la sublevación de las Alpujarras. Era frecuente la adopción de apellidos castellanos incluso borrando las actas de bautismo donde constaban los apellidos árabes. Por supuesto, la adopción de la etiqueta social de los cristianos (excepto comer carne de cerdo y aún rozarse con esos animales, lo que era absolutamente insufrible para los moriscos). En cualquier caso, no conocemos bien las costumbres de la época. Hay cronistas musulmanes de la época nazarí que se quejan de que los moros granadinos gustaban de vestir como los cristianos, lo cual va en contra del tópico del turbante y la chilaba.

Pero el problema de la segregación social no es tanto la diferencia de rasgos del tipo que sea cuanto la voluntad de no mezclarse con la población marginal, de no ser confundida con ella, de evitar su contacto. Y si estos rasgos son muy parecidos y no hay formas visibles de diferenciación, entonces hay que implementar medidas que permitan alzar la barrera social que segregue a la minoría. En el caso de los mudéjares, estas medidas fueron la prohibición de los matrimonios mixtos, la obligación de vivir separados en morerías que pudieran cerrarse, y llevar un distintivo en el traje (una media luna de color verde), aunque parece que no se cumplían con demasiado detalle. Así, en Llerena, había una morería situada junto a la iglesia de Santiago, pero no estaba cerrada como exigía la ley, y por muchas quejas que se hicieron, nunca llegó a cerrarse. Lo mismo sucedía con los distintivos textiles, muchos no lo llevaban. Eran los mudéjares los que querían imitar a los cristianos, confundirse con ellos. Y eran los cristianos los que querían segregar a los moriscos, distinguirse de ellos.

En cuestiones de rango social, el principal enemigo de mudéjares y judíos, las clases sometidas, eran las clases populares y la pequeña nobleza dirigente de las villas y lugares que eran quienes podían sacar algo positivo de la segregación social de los primeros. De los judíos porque competían con la pequeña nobleza en la administración de la hacienda, los oficios públicos, las profesiones liberales, el préstamo, etc. De los mudéjares porque era una mano de obra cualificada y barata que podía hacer caer los salarios y los precios agrarios en detrimento de braceros y pequeños campesinos. En cambio, la alta nobleza estaba a salvo, muy por encima de tales distingos y se podía permitir el lujo de entroncar con los judíos por otro tipo de razones (económicas, culturales...). De hecho, la nobleza emparentó repetidamente con la población judía (así lo denuncia el Libro Verde de Aragón, el Tizón de la Nobleza) y hasta la casa real de Aragón tenía sangre judía (una abuela de Fernando el Católico).

  Y aquí es donde es pertinente hacerse la pregunta: ¿imitaban las clases populares las costumbres y la cultura de los mudéjares? Si tenemos en cuenta que la sociedad bajomedieval era una sociedad estratificada por estamentos sociales, las clases populares eran el escalón inmediatamente superior al de las minorías de judíos y mudéjares. Imitar a los grupos marginados en sus signos visibles (vestido, arte, usos) era lisa y llanamente descender por propia voluntad al último escalón social. El desclasamiento voluntario hacia abajo es fenómeno poco frecuente. Es siempre forzoso y lo habitual es que el individuo se aferre a determinadas pautas de conducta aun cuando su nueva situación sea pública e irreversible. En el caso de la España del siglo XVI había una agravante considerable: la amenaza terrible de la Inquisición que acechaba no sólo las desviaciones del dogma sino lo que en realidad no eran más que meros usos cotidianos. Conocido es como descansar en sábado, no comer carne de cerdo, etc. eran pistas muy sospechosas para tan celoso tribunal. No parece sensato que las clases populares jugaran alegremente con pautas culturales que arrostraban tantas y tan graves consecuencias sociales y personales.

Casa de los Zapata, Llerena
La morería de Llerena estaba situada a la espalda de la Iglesia de Santiago. Si se mira el plano del recorrido mudéjar de esa magnífica Guía de Llerena y su comarca se advertirá que no hay ninguna casa mudéjar en esa zona. Las casas mudéjares se alinean en los ejes principales (la calle Corredera) que confluyen en la Plaza Mayor.

¿Arquitectura mudéjar popular? No, por cierto. Si hubo una clase social que de ningún modo podía permitirse bajo ningún concepto un coqueteo con lo mudéjar eran sin duda el pueblo llano.  

  
Diferencias formales y funcionales en el arte mudéjar:

         Hay algunos elementos artísticos puramente formales en la arquitectura civil mudéjar que apuntan también al elemento cristiano y no al musulmán. Es el caso de los patios mudéjares como los magníficos ejemplares que conservamos en Llerena.

El patio musulmán más frecuente, el que vemos en los palacios musulmanes, se organiza en torno a un espacio abierto rectangular donde las construcciones se alinean en torno a los lados menores. La entrada tiene lugar por el pabellón de uno de los lados menores que tiene una galería porticada trasera que comunica con el jardín rectangular en cuyo extremo, y en el otro lado menor, se sitúa la parte principal de la vivienda o el palacio: normalmente un amplio vestíbulo en sentido transversal con sendas habitaciones en sus extremos. 
        
         El patio cristiano, en cambio, suele tener planta cuadrada y presenta galerías porticadas en sus cuatro lados. Así suelen ser también los claustros de los monasterios. Y no sabemos si los patios siguen el trazado de los claustros o es al contrario: los claustros siguen el modelo de los patios.  

         También es distinta la alineación habitual de los palacios y viviendas cristianas. Hay un eje en profundidad que ordena todo el espacio en torno a él: La puerta principal se sitúa en el centro de la fachada marcando el eje de simetría: vertical, para ordenar la fachada a un lado y a otro, y horizontal en profundidad, comunicando con el patio a través del vestíbulo. Con frecuencia, las puertas permanecen abiertas de par en par. En el zaguán, una verja de protección impide el paso al interior pero permitiendo que el patio central sea visible desde la calle. Es justamente lo que se pretende: que todos admiren desde fuera la magnificencia de la casa y la opulencia de sus propietarios. Es lo contrario del palacio musulmán. La puerta principal da acceso a un vestíbulo cerrado al frente y abierto en los extremos. Aunque el patio esté alineado con la fachada, para pasar a él hay que girar haciendo recodo rodeando el muro frontal del vestíbulo. El patio nunca es visible desde el exterior aunque hayamos franqueado la puerta de entrada y nos encontremos en el vestíbulo. En el peor de los casos: el recodo se prolongará en estrechos y tortuosos pasillos como si se tratara de un laberinto que protege celosamente el jardín del tesoro. Este secretismo también facilitaría la preservación de ciertos usos culturales de dudoso significado respecto de vecinos indiscretos. Sabido es cómo los moriscos de Hornachos que eran más del 90 % de la población de este lugar, sospechosos de vivir dentro de la ley y las costumbres musulmanas, jamás pudieron ser procesados por la Inquisición por mucho que lo intentó. Su vida social íntima permaneció oculta a la mirada inquisitorial.     

         Ya hemos hablado de las fachadas: el gusto por anteponer una vistosa fachada que publique externamente la magnificencia de la casa y sus pobladores es un rasgo cultural del occidente europeo, pero no del mundo islámico, que quiere ocultar la situación económica y social de sus moradores.
   

Casa mudéjar de la calle Corredera, Llerena
Lo mismo podríamos decir de los huecos de la fachada: puertas y ventanas. No es solamente un problema de adaptación bioclimática. Las casas y palacios musulmanes las suprimen siempre que pueden, como si quisieran ocultar incluso las dimensiones de la vivienda que se parapeta tras un muro exterior ciego y cerrado. Las casas y palacios cristianos suelen tener suficientes ventanas. Como si quisieran airear su interior, que éste pueda ser visto desde cualquier posición. El Escorial, el palacio apartado de la capital de un rey solitario, por ejemplo, es una impresionante alineación de ventanas. En su sobriedad característica sus cuatro lados de fachada parecen tener un único componente: ventanas.

         Por la misma razón, las casas nobiliarias cristianas exhiben orgullosas el escudo de armas familiar en el centro de la fachada. Ya no conocemos el significado de esos escudos: no sabemos leer esos campos decorados con armas, animales, árboles, objetos cotidianos o formas geométricas. Pero en su tiempo cada uno de esos elementos era identificado con un apellido concreto, con lo que el escudo en su conjunto era como el árbol genealógico de la familia. El mayor rango de nobleza era poder mostrar la antigüedad de los apellidos y la abundancia de los mismos. El palacio cristiano quiere predicar a los cuatro vientos quiénes viven en él, cuáles son sus orígenes, cual es su posición económica y social actual.  

         ¿Fachadas, ventanas, escudos, vestíbulos abiertos, patios con cuatro galerías…? Familias nobles cristianas, nunca musulmanas. Las casas mudéjares de Llerena están proclamando de todas las maneras posibles la nobleza, la importancia social y la riqueza de sus pobladores. De ninguna manera podían pertenecer a la minoría mudéjar o morisca: una minoría marginada, segregada en el barrio de la morería, sospechosa de la Inquisición, culturalmente replegada sobre su vida familiar celosamente guardada.

         ¿Por qué entonces el gusto por el arte mudéjar, por qué incorporar elementos artísticos musulmanes en las casas señoriales de la nobleza? En definitiva ¿cuál es el origen del arte mudéjar?

Éste es un problema distinto que exige una compleja y documentada explicación. Pero eso será otro día. 
Torre del oro, Sevilla
Este artículo fue publicado originariamente en las actas de la I Jornada de Historia de Llerena de 2000.

Para facilitar que podáis seguir todas las entradas de la serie, acompaño los enlaces correspondientes por su orden


Comentarios

  1. Felicidades por la entrada, es fascinante.

    ResponderEliminar
  2. Me parece un excelente ejercicio de lectura del espacio urbano, casi siempre sentido como el fondo anodino donde suceden cosas, pero que, una vez interpretado con su saber, muestra una gran riqueza conceptual. Enhorabuena por esta magnífica entrada.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario