LA NOVELA "FRANKENSTEIN" DE MARY SHELLEY. Argumento y estructura.


LA NOVELA "FRANKENSTEIN" DE MARY SHELLEY. Argumento y estructura.


Existe una diferencia abismal entre la novela de Mary Shelley Frankenstein; o El moderno Prometeo (1818) y la película que James Whale dirigió en 1931. El hecho de que sea esta, y otras versiones paródicas como El jovencito Frankenstein (1974), de Mel Brooks, las que han conformado el mito de Frankenstein en nuestro imaginario colectivo, dicen mucho del inmenso poder narrativo del cine. Pero quedarnos sólo con la versión de terror gótico y ciencia ficción que ofrecen esas películas es cercenar injustamente el riquísimo tapiz de ideas que nos dejó en herencia Mary Shelley. Por eso creo que es un justo desagravio para la autora, 200 años después, que desandemos el camino del mito a la novela para reconstruir los elementos que se perdieron en las adaptaciones teatrales y cinematográficas, explicando cómo y por qué se produjo la simplificación de esta gran obra maestra. Comenzaremos el proceso en esta entrada relatando el contenido de la novela de una forma pormenorizada, para empezar a darnos cuenta de su arquitectura tan elaborada y atisbar los innumerables temas que presenta, lo que desarrollaremos en la siguiente ocasión.

Recuperar la novela de 1818. Un fascinante juego de matrioskas.
Siguiendo una tradición decimonónica, Frankenstein presenta una estructura muy sofisticada de capas concéntricas, lo que multiplica las voces narrativas y hace más complejo el relato, obligándonos a contemplar la historia desde múltiples puntos de vista. El primer marco es un prólogo explicatorio en el que “el autor” (silenciando que es una mujer) explica el making of de la novela. En él invoca los experimentos de Erasmus Darwin y otros científicos como referentes para una historia que, como todos sabemos ahora, se gestó en el verano de 1816, inspirada por los sublimes paisajes de la montañosa Suiza. En Villa Diodati, a orillas del lago Leman, Lord Byron, su médico Polidori, Percy y Mary Shelley, se concertaron para escribir cada uno un relato de terror. En el momento en que se publicó Frankenstein, solo la genial Mary lo había conseguido.



Las cartas del capitán Walton.
La historia propiamente dicha da comienzo con un segundo marco compuesto por cuatro cartas que escribe el joven capitán inglés Robert Walton a su hermana, Margaret Saville, en una fecha indeterminada a finales del siglo XVIII. La primera carta la envía desde San Petesburgo y le informa de su peligroso plan para encontrar el paso del noroeste, con el que espera alcanzar la gloria abriendo nuevas rutas comerciales y facilitando la investigación del polo norte magnético. El capitán Walton se presenta como un autodidacta de lecturas apasionadas pero anárquicas y que ha apostado todas sus cartas a esa aventura de exploración marítima pese a sus enormes riesgos. En la segunda carta, tres meses después, desde Arkangel, aún más al norte en Rusia, desde donde va a partir la expedición, el capitán confiesa su enorme soledad y sus temores e invoca al Viejo Marinero (Ancient Mariner), el trágico protagonista de la célebre balada de Coleridge, como fuente de inspiración de su aventura.



La tercera carta, fechada cuatro meses después, y ya durante la navegación, cuenta que todo va bien y su firme voluntad de perseverar en el proyecto. Sin embargo, en la cuarta misiva, pocas semanas después de la anterior, Walton registra un acontecimiento extraordinario: la aparición de una figura humana gigantesca cruzando los hielos del polo en un trineo, seguida por un ser moribundo, al que luego se identificara como el Dr. Frankenstein.



La forja de un científico demente.
En este viajero maltrecho Walton descubre un alma gemela que le narra las extrañas razones de su profunda tristeza. Walton anota ese relato en su diario, que es el tercer bloque narrativo. Este comienza con dos entradas en agosto, en la segunda de las cuales el taciturno Frankenstein se dispone a abrir su corazón narrando su terrible historia. En este momento comienza el relato en primera persona de Victor Frankenstein, y que es la cuarta muñeca rusa escondida en la narración. Nos habla de su origen ginebrino y, por tanto, de su pertenencia al cartón cantón francés. Por ese motivo habla inglés con acento extranjero. Miembro de una familia rica y respetada respetada, tuvo una infancia feliz y viajera. Sus padres adoptaron a una huérfana, la bella y dulce Elisabeth Lavenza, que luego se convertirá en su prometida, y años después nació su hermano William. Su gran amigo era Henry Clerval, apasionado por la literatura. Y no oculta a Walton el triste destino que le hizo descubrir al mago Cornelius Agrippa a los trece años y que enardeció su febril imaginación adolescente hasta que su padre despreció esas lecturas pero sin explicarle por qué. Con el típico espíritu de contradicción juvenil, Victor se entregó entonces, con redoblada pasión, al estudio de los alquimistas, Paracelso y Alberto Magno junto a Agrippa, porque los filósofos modernos como Newton lo dejaban tibio frente a la promesa que aquellos textos mágicos le ofrecían de revelar los secretos más ocultos de la naturaleza. Victor soñaba con provocar la aparición de fantasmas y diablos hasta que contempló cómo, durante una fuerte tormenta, un rayo fulminó un viejo roble. La fascinante experiencia lo condujo al estudio de la electricidad, en cuyo campo estaban produciéndose incesantes descubrimientos. Victor averiguó todo acerca de la novedosa teoría del galvanismo, lo que finalmente le hizo desmitificar a los viejos e improductivos alquimistas. A partir de ese momento solo quiso dedicarse a la filosofía natural. Con diecisiete años marchó Alemania a estudiar en la Universidad de Ingolstadt, aunque retrasó su partida por la muerte de su madre. Víctor dejó en Ginebra a su amada Elisabeth y a su gran amigo Clerval para conocer nuevas mentes en la universidad. Allí, el profesor Krempe se burló de su anacrónica afición a la alquimia y le propuso nuevas lecturas de filosofía natural. Por el contrario, el joven y carismático profesor Waldman cautivó su atención al proponerle una prometedora alternativa a los viejos maestros: la química moderna. Waldman le reconoció que los antiguos magos habían dado los pasos necesarios hacia la modernidad pero también le sugirió nuevas lecturas y le aconsejó formar un laboratorio.

Creador de una raza de Titanes.


Nada más hacerse a la idea de las posibilidades que se habrían ante él, Victor,-como Walton en el ámbito de la exploración geográfica-, ambicionó llegar más lejos que ningún otro científico. Tanto progresó el joven en su estudio que, al cabo de dos años, estaba enfrascado en investigaciones radicalmente innovadoras. Pero le absorbió la misteriosa cuestión del del origen de la vida y lo lanzó al estudio de la fisiología y la anatomía. Para averiguar todo sobre la vida, tuvo que hacerse experto los procesos de la muerte, incluso en los cementerios, abstrayéndose de los prejuicios éticos o estéticos ante la repugnante descomposición de los cuerpos. Finalmente, Victor pronunció el eureka del descubrimiento: dar vida a una materia inerte, algo que nadie antes había conseguido. Pero en su relato al capitán Walton se vio obligado a callar la fórmula creadora. Una vez conseguida, Victor meditó qué hacer con ella. Pensó que fabricar un organismo con sus nervios, músculos y vasos era muy complicado pero se enardeció con la posibilidad de crear un ser humano perfecto, y pensó en hacerlo de gran tamaño para poder trabajar más fácilmente. Pensaba que esa nueva raza de titanes lo bendeciría como a su Creador y que incluso podría devolver la vida a los muertos. Para cumplir su objetivo, no dudó en practicar la vivisección en animales o en profanar las tumbas. Había perdido el sentido de la realidad. Mientras tanto, Victor tenía completamente abandonada a su familia y sus "afectos domésticos", la regla de oro del valor de una actividad humana de acuerdo con Mary Shelley.



"On a dreary night of November"...
Y el tiempo fue pasando hasta que, en una siniestra noche de noviembre, Victor Frankenstein pudo encender el brillo de la vida en el ser inerte que había compuesto a trozos. Pero la Criatura era todo menos lo que él esperaba, un repugnante engendro, amarillo y arrugado como una momia, cuyo aspecto le horrorizó nada más verlo y del que salió huyendo despavorido. Pero era consciente de que el monstruo lo perseguía siempre, como el demonio horrible lo hacía con el Viejo Marinero de Coleridge por haber matado al inocente albatros.
Frankenstein se disponía a escapar a Suiza cuando se encontró con su buen amigo Clerval. Pero la tremenda tensión nerviosa que había experimentado hasta entonces le acarreó una violenta crisis que lo tuvo postrado varios meses, durante los cuales deliraba pensando en el monstruo. Victor ya no quería saber nada de la química y, por el contrario, empezó a considerar atractivo el estudio de las lenguas orientales a las que quería dedicarse su amigo. Volvió a ser feliz hasta que recibió de su padre la dolorosa noticia de la muerte de su hermano pequeño, supuestamente ser asesinado por su cuidadora, aunque Victor adivinaba que aquella muerte el sello de su Criatura. De vuelta a la majestuosa naturaleza alpina de Suiza tras seis años desde su partida, Victor encontró a su padre destrozado por la tragedia familiar, y le corroía el remordimiento de saber inocente a Justine y no haber hecho nada para salvarla. Sólo el paisaje sublime de su patria le proporcionaba algo de paz pero, mientras se encontraba en lo alto de un glaciar, apareció el monstruo que, con gran elocuencia, le reprochó su irresponsable acto creador, la soledad a la que lo había arrojado y cómo su bondad innata se había transformando en maldad por la falta de contacto humano. La Criatura le sugirió que si podía ser feliz, lograría ser virtuoso.

Habla el Monstruo.


La Criatura comienza entonces la narración de sus andanzas desde hacía dos años, una quinta muñeca rusa. En el momento de su creación, las sensaciones lo invadieron y escapó al bosque, donde sobrevivió alimentándose de bayas y protegiéndose del frío con un abrigo de Victor. Poco a poco su entendimiento se fue aclarando hasta distinguir los seres y los fenómenos y comprender sus causas. Encontró una cabaña donde habitaba un anciano y su familia y le pareció un lugar acogedor, cerca del cual se refugió con la expectativa de que, con el tiempo, lo acogiesen. A la Criatura le gustaba la música que los habitantes del bosque interpretaban y aprendió a hablar escuchando sus conversaciones a hurtadillas. Los De Lacey, una familia francesa, habían sido ricos pero por causa de su ayuda a un comerciante turco, que después los traicionó, se habían visto empobrecidos y obligados a salir del país. La Criatura, esperando que lo aceptasen como miembro de aquel cálido hogar, secretamente les hacía pequeños regalos que ellos atribuían a los espíritus buenos del bosque. La educación de la Criatura, un discípulo muy aventajado, mejoró con las lecturas que el hijo, Felix, hacía a Safie, una joven árabe de madre cristiana, hija del traidor turco. Principalmente, dichas lecturas eran las Ruinas o meditaciones sobre la revolución de los imperios, de Volney, que lo ilustró sobre historia, geografía, política y religión, dejando en él un espíritu crítico y compasivo hacia los oprimidos. Esa educación autodidacta de la Criatura se completó con el hallazgo casual de un talego conteniendo tres libros: El paraíso perdido de Milton, las Vidas de Plutarco y el Werther de Goethe, textos que la Criatura estudió con fruición puesto que ya tenía todos los elementos necesarios para comprenderlos. Sobre todo el Paraíso de Milton despertó su consciencia de ser como Adán, o quizá también como Satán, conclusión que le fue patente al descubrir, en un bolsillo de su abrigo, el diario de investigación que había llevado Victor Frankenstein, con lo que descubrimos una sexta muñeca rusa.
La Criatura seguía esperando que aquella bondadosa familia lo acogiera. Primero intentó ganarse al anciano quien, al ser ciego, no se inmutaría con su fealdad. Pero en ese momento aparecieron Felix, Safie y Agata, le atacaron y huyeron para siempre aterrorizados. Entonces el monstruo, en venganza, prendió fuego a la cabaña y decidió buscar a Victor en Ginebra para exigirle que le diera una compañera. En el camino salvo a una niña de morir ahogada pero, en recompensa, recibió un disparo de los campesinos, lo que avivó su sensación del una víctima de las injusticias sociales. En Ginebra encontró a un niño y pensó en educarlo para que fuese su compañero, pero este lo llamó  ogro y, al descubrir que era el hermano pequeño de Victor Frankenstein, lo mató e implicó en el crimen a su cuidadora, a la que primero pensó en violentar sexualmente.



La novia del Monstruo.
Tras ese atroz relato hecho a su Creador, el elocuente monstruo suplicó a Frankenstein que le fabricase una compañera con la que compartir su existencia en las profundas selvas de Sudamérica y, a fuerza de argumentos, Frankenstein acabó aceptando la propuesta. Pero para crear una mujer, un ser más complejo, tendría que ampliar sus estudios, consultar a científicos ingleses, para lo cual abandonó nuevamente a su padre y a su prometida. Aunque consideraba repugnante la tarea que el monstruo le había impuesto, pensó que sólo así conseguiría librarse de él. En Estrasburgo se reunió con Clerval, con quien viajó por Alemania y hasta llegar a Rotterdam, para embarcarse juntos hacia Inglaterra, disfrutando mientras tanto del maravilloso paisaje romántico de castillos y bosques. Frankenstein comunicó a su amigo su intención de marchar a Escocia para disfrutar de sus grandiosos paisajes y allí llegó con su laboratorio portátil y los documentos precisos para su  odioso trabajo. De Edimburgo partió él sólo para trabajar en la más alejada de las islas de Orkney, un lugar misérrimo donde comenzó a crear el monstruo femenino, sintiéndose en todo momento vigilado por su Criatura.



Pero cuando ya tenía muy avanzado su trabajo, le asaltó el temor de que ambos procreasen y su raza acabara con el género humano por causa de su fuerza, por lo cual decidió destruir lo realizado hasta entonces. La Criatura, que presenció el sacrílego acto, le amenazó con frustrar su noche de bodas. Victor inició la vuelta a Suiza pero antes se enteró de que habían matado a Clerval, crimen por el que fue detenido y juzgado aunque, finalmente, lo absolvieron.

Un trágico final y su enseñanza.
De nuevo en Ginebra, Victor prepara su boda con Elisabeth pero se obsesiona con la amenaza de la Criatura pero, cómo piensa que va le va a atacar a él, encierra a Elisabeth y se prepara para matarlo. Pero lo que acaba sucediendo es que encuentra a su amada estrangulada. A los cuatro asesinatos ya cometidos por la maldita Criatura se sumó la muerte del anciano padre de Victor, por el insoportable dolor de lo sucedido. Victor se presentó ante los magistrados de Ginebra a denunciar al monstruo para que fuese detenido pero, tomándolo por loco, no le hicieron ningún caso. Víctor entonces salió en su persecución. Navegó primero por el Mediterráneo, el Mar Negro, el Turkestán y Rusia. Siguió tras él hacia el Ártico. Por el camino, el monstruo incluso le dejaba sarcásticas notas advirtiéndole del sufrimiento que le esperaría entre tormentas heladas. Entonces fue cuando encontró el barco del capitán Walton, a quien Victor pide que mate al monstruo.

La pesadilla, de Fuseli, que inspiró la escena de la muerte de Elisabeth
En este punto termina el relato directo de Frankenstein y prosigue el diario de Walton, en el que dialoga con su hermana. El capitán da por cierta la increíble historia de su interlocutor por las pruebas documentales que le ofrece y porque ha visto a la Criatura. Frankenstein muere y Walton, entonces, comprende que el delirio de la ambición pone en peligro injustificadamente las vidas de los otros, como en su caso los hombres que lo acompañan, y por ello decide regresar a Inglaterra. Pero antes aparece la Criatura, quien se lamenta de sus crímenes y anuncia su marcha hacia el punto más lejano, para inmolarse en una pira funeraria. La versión cinematográfica de Kenneth Branagh de 1994 es, indudablemente, la más fiel a la novela. Pero del tránsito de la literatura al escenario y, de ahí, al cine, hablaremos en una próxima entrada.




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