PIGMALIÓN-MY FAIR LADY: PESADILLAS EN EL LABORATORIO DE FONÉTICA.
¿Qué
vínculo escondido podría existir entre My
Fair Lady
y Frankenstein?
La historia de la literatura es también la de la génesis de una
inmensa matriz cultural en la que resuenan, aquí y allá, como en
una gigantesca cámara subterránea, ecos de todas las obras que en
el mundo han sido y las que serán en el futuro. Y dentro de esa
caverna podemos ver que la sombra de la genial Mary Shelley es
realmente alargada. Por eso no debe extrañarnos la omnipresencia del
mito del científico creador, soberbio e irresponsable, y de su
criatura monstruosa y rebelde, en mil y una formas distintas. En esta
entrada me propongo demostrar cuánto hay de ciencia-ficción en un
musical tan bello como el que protagonizan el Profesor Higgins, un
misógino irredento, y una muchacha como Eliza Doolittle, pobre e
inculta pero con aspiraciones de progresar en la escala social. Y
veremos cómo el poder de la palabra los transforma a ambos, aunque
más a la criatura que al creador. La obra de teatro en la que se
basa la película, Pigmalión,
de George Bernard Shaw, es muy profunda en sus ideas rectoras porque
el autor intuía que, en ese proyecto de creación y transformación,
estaba implicada toda la humanidad: la mujer socialmente oprimida por
la moral burguesa y el hombre atrapado en las redes de su propio
discurso opresor. Vamos a otorgar a esas avanzadas ideas, y al
proyecto científico que les servía de base, toda la atención que
merecen.
Una
de las metamorfosis que relata el poeta romano Ovidio se basa en el
mito griego de Pigmalión. Se dice que este rey de Chipre talló en
marfil la bellísima figura de una mujer, a la que llamó Galatea. Y
se enamoró tan perdidamente de su creación, que imploró a Venus
que le concediera el divino don
de la vida. La historia tiene su origen, quizá, en un factor
psicológico, el impulso erótico que parece surgir de manera natural
entre el creador y su obra más perfecta, una suerte de narcisismo.
En la obra de teatro de G. Bernard Shaw, Pygmalion
(publicada en 1912), ese vínculo nace entre el Profesor Higgins y su
aventajada alumna Eliza Doolittle. Probablemente por el enorme peso
de esa tradición mitológica, como también por nuestra natural
predilección por los happy
endings,
el público se resistió, desde el principio, a aceptar el romance
frustrado entre los protagonistas que, con fines abiertamente
didácticos, proponía el autor. Aunque luego hablaremos también del
militante reformismo del dramaturgo irlandés, esta entrada quiere
poner especial acento en algo que ha pasado un tanto desapercibido
entre los comentaristas de la obra: la visión de la ciencia en que
se sustenta la trama y que comparte con otras piezas literarias
fundamentales del siglo XIX, entre ellas algunas novelas de
ciencia-ficción de H. G. Wells, amigo y correligionario de Bernard
Shaw.
Para esta pequeña investigación me voy a basar en las cuatro obras sucesivas que giran en torno al tema de Pigmalión: la obra de teatro, que se estrenó en 1913; la película con el mismo título de 1938, cuyo guión elaboró el propio Shaw y por el que fue galardonado con un Óscar; el musical de 1956, basado en ese film; y la maravillosa película que todos conocemos, My Fair Lady (1964), dirigida por George Cukor y que puede considerarse la culminación de las anteriores.
Para esta pequeña investigación me voy a basar en las cuatro obras sucesivas que giran en torno al tema de Pigmalión: la obra de teatro, que se estrenó en 1913; la película con el mismo título de 1938, cuyo guión elaboró el propio Shaw y por el que fue galardonado con un Óscar; el musical de 1956, basado en ese film; y la maravillosa película que todos conocemos, My Fair Lady (1964), dirigida por George Cukor y que puede considerarse la culminación de las anteriores.
Pigmalión
Higgins. Pesadillas en el laboratorio de Fonética
Como
pretendo situar la obra de teatro y al Profesor Higgins en una
tradición literaria preexistente, conviene que recapitulemos qué
evoca esa expresión de "pesadillas en el laboratorio".
Nuestro mundo actual tiene su origen en la Ilustración y en el
trascendental cambio de paradigmas que introdujo. Y es que el
espectacular desarrollo de la ciencia en el siglo XIX, y las enormes
expectativas que generó, desafiaban de manera radical la cosmovisión
vigente en el Antiguo Régimen, en la que Dios aparecía como garante
último de todo conocimiento. Tras la Revolución Francesa el hombre
experimentó, ante las infinitas posibilidades que ofrecían las
nuevas ciencias en plena expansión (la química, la biología, el
electromagnetismo...) una actitud ambivalente: por una parte, el
vértigo irresistible de superar los límites de lo humano; por otra,
la ansiedad de estar suplantando poderes divinos. Es en ese miedo
donde se enraíza la figura del científico demente, capaz de los más
asombrosos logros pero también de malograrlos por culpa de su
soberbia. Lo hemos visto en la entrada dedicada a la creación de
vida artificial en Frankenstein
(1818),
de Mary Shelley
(https://anthropotopia.blogspot.com/2016/07/pesadillas-en-el-laboratorio.html);
con el desdoblamiento entre El
Dr. Jekyll y Mr. Hyde
(1886), de Robert Louis Stevenson
(https://anthropotopia.blogspot.com/2016/09/el-mito-del-doble-en-el-dr-jekyll-y-mr.html);
con la andreida de Fritz Lang y Thea von Habour en Metrópolis,
1927
(sin olvidar otros personajes que la precedieron, de los que todavía
tenemos que hablar, como la autómata Olimpia en El
hombre de arena
(1817) de E. T. A. Hoffmann, o la mujer robot en La
Eva futura
(1886), de Villiers de L´Isle-Adam)
(https://anthropotopia.blogspot.com/2016/10/metropolis-1927-pesadillas-en-el.html).
Igualmente hemos abordado, desde esa perspectiva de análisis, tres
grandes novelas de H. G. Wells: La
isla del Dr. Moreau
(1896) y su creación de humanos bestiales mediante la vivisección
en animales; la esquizofrénica disociación de los humanos en dos
especies antagónicas, incapaces de convivir pacíficamente, en La
máquina del tiempo
(1895); y el uso perverso de la invisibilidad, una vuelta de tuerca
al viejo experimento mental de Platón con el anillo de Gigues, en El
hombre invisible,
1897
(https://anthropotopia.blogspot.com/2016/08/pesadillas-del-laboratorio-el-hombre.html).
También nos hemos ocupado de los replicantes de Philip K. Dick en
¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?
(1968) y su reflejo cinematográfico en Blade
Runner,
1982
(https://anthropotopia.blogspot.com/2016/09/androides-en-blade-runner-demasiado.html
). Y, como último antecedente en nuestra serie de "Pesadillas
en el laboratorio", hay que citar el extraordinario relato de
corte feminista de Charlotte Perkins Gilman, "El
papel pintado amarillo"
(1890), en el que se criticaba la psiquiatría decimonónica como
instrumento de control mental sobre la mujer (
https://anthropotopia.blogspot.com/2016/11/locas-en-el-laboratorio-el-papel.html
). En aquel momento, el opresor modelo victoriano del “Ángel del
hogar" (célebre expresión tomada del título de un poema de
Coventry Patmore, de 1854), estaba desmoronándose de forma
irremisible.
La
"Nueva Mujer".
En
línea con el pensamiento del dramaturgo sueco Henrik Ibsen, del que
Bernard Shaw era un declarado admirador, el irlandés fue un gran
defensor de la figura de la New
Woman,
un nuevo sujeto
revolucionario
como lo era el proletariado para el socialismo. Esa Nueva Mujer, un
tanto utópica, se definía como independiente, resuelta, una “torre
de fortaleza”, como admirativamente califica el Profesor Higgins a
Eliza Doolittle tras su transformación final. La defensa de esa
fuerza y autonomía fueron el motivo por el cual el dramaturgo se
empeñó en que Eliza-Galatea, convertida en un ser pensante gracias
a un peculiar experimento lingüístico, libre, dueña de su destino,
-en definitiva, un sujeto de pleno derecho y no un objeto en venta en
el mercado matrimonial-, decidiera no casarse con Higgins por más
que lo amase. Pero la obra, con todo su reformismo social y su afán
pedagógico, es también tremendamente romántica y divertida. Por
eso el público no aceptó ese final agridulce que proponía el
autor, fruto de abstractos principios de teoría social. El teatro y
el cine se plegaron a las exigencias de la taquilla, aunque ello
supusiese traicionar la postura del comprometido dramaturgo. Por
tanto, el final feliz de My
Fair Lady al
que estamos tan acostumbrados, con Eliza trayéndole las zapatillas a
Higgins, signo indubitado de un plácido futuro marital a costa de la
sumisión de la esposa, nos resulta tan alejado de la moraleja
feminista que proponía Bernard Shaw.
Simply
Phonetics. The science of speech.
Pero
con estos prolegómenos nos estamos apartando un tanto de lo que,
principalmente, quería contar aquí. Las "pesadillas en el
laboratorio" antes mencionadas se movían en un terreno
tecnocientífico indiscutible (la biología, la medicina, la
psiquiatría, la robótica…), si bien llevado a unos extremos
patológicos. Con la Fonética del Profesor Higgins nos situamos en
el campo de las humanidades, de las ciencias sociales. Sin embargo,
ello no resta importancia al hecho de que el autor la presenta como
una auténtica ciencia experimental, que se desarrolla, además, en
el lugar tradicionalmente destinado para ella, el laboratorio. En el
Acto I, mediante sus adivinaciones, Higgins intenta calmar a los
alborotados viandantes, que lo han confundido con un policía secreta
al verlo tomar notas a escondidas. Lo que en realidad estaba haciendo
era transcribir los acentos vivos de las gentes de toda clase social
en un lugar tan emblemático de la capital como Covent Garden.
Para ello utiliza un lenguaje especial de signos, unas extrañas anotaciones que Eliza no consigue desentrañar y que, por ello, afirma que no son “proper writing”, una escritura normal. Gracias a sus estudios de Fonética, Higgins consigue determinar el lugar exacto de procedencia de cuantos lo rodean. Cuando el sorprendido coronel Pickering,-otro fonetista como él pero sin su inmenso talento-, le pregunta cómo consigue saberlo, su reveladora respuesta es: "Simplemente Fonética. La ciencia del habla. Esta es mi profesión, y también mi pasatiempo". Henry Higgins vive rodeado de los aparatos necesarios para discriminar los sonidos del habla de forma muy precisa. Pickering, autor de la obra El sánscrito hablado, se rinde ante su superior capacidad cuando le demuestra que logra distinguir 130 vocales, cuando él sólo consigue diferenciar 24.
Del musical, con Julie Andrews como Eliza |
Para ello utiliza un lenguaje especial de signos, unas extrañas anotaciones que Eliza no consigue desentrañar y que, por ello, afirma que no son “proper writing”, una escritura normal. Gracias a sus estudios de Fonética, Higgins consigue determinar el lugar exacto de procedencia de cuantos lo rodean. Cuando el sorprendido coronel Pickering,-otro fonetista como él pero sin su inmenso talento-, le pregunta cómo consigue saberlo, su reveladora respuesta es: "Simplemente Fonética. La ciencia del habla. Esta es mi profesión, y también mi pasatiempo". Henry Higgins vive rodeado de los aparatos necesarios para discriminar los sonidos del habla de forma muy precisa. Pickering, autor de la obra El sánscrito hablado, se rinde ante su superior capacidad cuando le demuestra que logra distinguir 130 vocales, cuando él sólo consigue diferenciar 24.
Es
particularmente revelador el esmero que pone Bernard Shaw al
describir, mediante las indicaciones escénicas, el instrumental con
el que Higgins lleva a cabo sus investigaciones, a las que se dedica
en cuerpo y alma con los fondos que le proporcionan las clases de
dicción que imparte a incultos millonarios que quieren brillar en
sociedad. Así, menciona el fonógrafo y los cilindros de cera
necesarios para efectuar las grabaciones de voz, el laringoscopio,
una hilera de tubitos de órgano con fuelle, tubos de quinqué con
inflamables de gas para producir llamas al sonido, múltiples
diapasones de distinto tamaño y, para ilustrar los procesos
fonéticos, una lámina a tamaño natural que muestra los órganos
vocales en una cabeza en sección. Después añade referencias al
gramófono y a las fotografías que Higgins toma a la alumna para
facilitar su aprendizaje. Siguiendo con la descripción de su método
científico, el Profesor transcribe el habla de Eliza con un sistema
de notación inventado por él, el Alfabeto Universal Higgins, marca
sus posiciones vocales en fotografías y graba su pronunciación en
discos de cera, que reproduce en el fonógrafo. Por otro lado, su
forma de trabajar con Eliza es intensiva y sistemática, un trabajo
incuestionablemente experimental que caracteriza a las ciencias de la
naturaleza. De hecho, Higgins y Pickering conciben a Eliza misma como
un "experimento". Después profundizaremos en los métodos
de trabajo de Higgins y en sus referentes históricos reales.
Aunque
en la obra de teatro se dedica poco tiempo a recrear el entrenamiento
y la transformación fonética de Eliza hasta que desaprende su nada
distinguido dialecto cockney ( ello ocurre fuera del escenario), la
película de 1938 y, más aún, el musical y My
Fair Lady, muestran
directamente ese cambio radical.
En este filme, además, el espacio dedicado al laboratorio de lenguas
en la residencia del Profesor Higgins se triplica. La gran biblioteca
alberga los aparatos de grabación y reproducción, pero igualmente
dispone de un anejo ampliatorio y, además, existe una pequeña aula
donde Eliza es obligada a ensayar la pronunciación de las vocales
sujeta a un artefacto metálico que recuerda a los instrumentos de
tortura medieval. Un aparato registra en papel un gráfico con sus
defectuosas vocalizaciones (remeda a un audioespectrógrafo), con el
fin de verificar los anhelados avances. Con enorme dedicación, Eliza
consigue finalmente aprender el inglés estándar con el perfecto
"acento de la reina", gracias a que lo estudia como una
persona extranjera, como si fuese para ella una segunda lengua.
Una
propuesta revolucionaria.
Mediante
ese dificultoso aprendizaje también cambia la identidad personal y
social de Eliza. Lo que hace el Profesor Higgins, al enseñarle el
uso adecuado del elevado lenguaje y la tradición cultural recibidos
de Shakespeare, Milton y la Biblia, es crear a la Nueva Mujer, aunque
no fuera ese su propósito. Higgins se ocupa de su correcta
pronunciación y, especialmente, de que aprenda la gramática de
manera impecable. Y, con esas lecciones, Eliza asimila todo el
cortejo de normas de etiqueta asociadas a las clases educadas: la
higiene; la elegancia en el vestir; los modales distinguidos; el
autodominio de las emociones (mientras que antes se comportaba como
una histérica con el menor motivo); la capacidad de disfrutar de la
alta cultura; y, sobre todo, la conciencia de la propia dignidad y
valor personal y el derecho a pensar y decidir por sí misma más
allá de los deseos de su creador. Pigmalión Higgins crea a Eliza
Galatea mediante la palabra pero, una vez que Eliza la domina, el
nuevo ser cobra vida propia, se independiza de su creador y es capaz
de pedirle cuentas y de autodeterminarse plenamente. Y aunque a
nosotros nos parece esto perfectamente lógico y normal, tenemos que
recuperar la perspectiva histórica para darnos cuenta de que esa
emancipación era totalmente revolucionaria y resultaba una
"monstruosidad" inconcebible para la conservadora sociedad
británica de la época.
El
maestro obliga a su esforzada alumna a repetir noche y día frases
endemoniadas, como "the rain in Spain stays mainly in the
plain", cuyos diptongos Eliza pronuncia no como "ei"
sino con "ai"("the rine in spine sties minely in the
pline"), con gran abertura bucal. Higgins, con su habitual
sadismo, le ordena repetir la frase 50 veces antes de irse a dormir,
como si fuera una jaculatoria ( En este enlace podéis ver esta parte del filme, 4 minutos: https://www.youtube.com/watch?v=uKxd30lQ1f0 ). Con el trabalenguas "In Hertford,
Hereford, and Hampshire hurricanes hardly ever happen", Eliza,
situada ante el tubo de llamas de gas inflamable, comprueba cómo
omite todas y cada una de las haches aspiradas y, en cambio, las
utiliza en lugares inapropiados, como en "hever".
Y también pronuncia la "r" intrusiva (que no aparece en la
grafía), como en su típica expresión "Garn", por "go
on".
Además, como hablar correctamente no consiste en proferir fonemas aislados sino en dar a las unidades de entonación el ritmo necesario, Higgins le enseña, a golpe de xilófono, a pronunciar cadenciosamente los saludos de presentación en sociedad. Con el mismo fin de dar musicalidad a su discurso, le hace recitar versos del poema Mariana (1832), de Lord Alfred Tennyson, con bolitas de mármol dentro de la boca, como cuenta la leyenda que lo hizo el orador Demóstenes para superar su tartamudez:
Detrás de Higgins, el diagrama de la vocales
Además, como hablar correctamente no consiste en proferir fonemas aislados sino en dar a las unidades de entonación el ritmo necesario, Higgins le enseña, a golpe de xilófono, a pronunciar cadenciosamente los saludos de presentación en sociedad. Con el mismo fin de dar musicalidad a su discurso, le hace recitar versos del poema Mariana (1832), de Lord Alfred Tennyson, con bolitas de mármol dentro de la boca, como cuenta la leyenda que lo hizo el orador Demóstenes para superar su tartamudez:
With
blackest moss the flower-pots
Were
thickly crusted, one and all:
The
rusted nails fell from the knots
That
held the pear to the gable-wall.
Apiadado
de Eliza, que casi se ahoga, Pickering propone algo mucho más
sencillo, al estilo de las rimas infantiles como El
búho y la gatita
(The
Owl and the Pussy-Cat),
de Edward Lear. Bajo semejante presión, no debe extrañarnos que la
pobre Eliza sufriese "pesadillas fonéticas" que atormentan
sus cortas horas de descanso nocturno. Curiosamente este es un
interesante detalle que solo explora el film de 1938.
Del filme de 1938 con Leslie Howard y Wendy Hiller |
Pero
cuando Eliza finalmente decide tomar las riendas de su vida y expresa
a Higgins sus verdaderos pensamientos, en lo que hace descansar su
verdadera transformación no es en esas intensivas lecciones de
lingüística sino en la manera en que, desde el principio, fue
tratada por el bondadoso coronel Pickering. Mientras que Higgins es
un maltratador verbal de mujeres, Pickering la trató como una dama,
con respeto y deferencia, aunque no fuese más que una desheredada
social. Y ese trato igualitario por lo alto, es decir, comportarse
con una florista como si fuese una duquesa ( mientras que el
misógino Higgins piensa que es mejor tratar a las duquesas como a
floristas), proporcionó a Eliza la medida de su dignidad como ser
humano.
A
las novelas que antes hemos mencionado les une el tratamiento de
temas científicos, que se escenifican en un laboratorio por un sabio
desequilibrado y que constituye un peligro para el orden social
porque su mente trastornada se proyecta o desdobla en una criatura
monstruosa. ¿Responde el Profesor Higgins a ese estereotipo de
científico chiflado? Sin lugar a dudas. En el Acto II de la obra de
teatro, cuando Eliza acude al 27A de Wimpole Street a demandar sus
servicios profesionales, al principio el Profesor se niega
tajantemente a aceptarla como alumna porque ello no le proporciona
ningún estímulo intelectual: ya cuenta con muestras de su espantoso
acento de Lisson Grove, que tomó la noche anterior. Pero la apuesta
que le propone Pickering desata su ambición de ser reconocido como
el más grande maestro en la materia. Así empieza a fantasear con
que, cuando acabe su trabajo, las calles se llenarán de suicidas
enamorados de Eliza. El ama de llaves, Mrs. Pearce, le pide que no
diga más locuras y Eliza decide marcharse inmediatamente porque se
da cuenta de que Higgins está mal de la cabeza ("He´s off his
chump, he is. I don ´t want no balmies teaching me"). El propio
Higgins replica: "I´m mad, am I?" ("¿Así que estoy
loco?").
Hay
también un detalle muy revelador en el Primer Acto, cuando Higgins
están poniendo en práctica sus asombrosas dotes de deducción de la
procedencia y trayecto educacional de cada persona a través del
acento. Algunos de los presentes opinan que es magia, pero el
Transeúnte Sarcástico le espeta: "Yo sé de dónde viene Ud.,
de Anwell". -"Hanwell",
replica Higgins, casi más irritado por la indebida omisión de la
"h" ( típica del cockney) que porque lo está llamando
lunático ya que el lugar era famoso por el sanatorio mental para
pobres construido en 1831.
El
autor, además, acentúa la imagen de Higgins como científico loco
otorgándole un carácter frío e insensible hacia cualquier asunto
que no sea el genuino trabajo de investigación científica en su
disciplina. Para él, Eliza no es más que un conejillo de Indias.
Sólo le importa la ciencia por la ciencia y su propia gloria, sin
preocuparse por las implicaciones morales y sociales de sus actos, y
en esto se asimila totalmente a Victor Frankenstein. Hasta tal punto
es así que, en el Acto IV, cuando Eliza ha superado la prueba con
matrícula de honor y se ve abocada a abandonar la casa para volver a
su sórdido lugar de procedencia, planta cara al Profesor exigiéndole
responsabilidad por su creación, lo mismo que hizo la Criatura con
Victor Frankenstein. Bernard Shaw incluso parafrasea la novela de
Mary Shelley cuando Higgins comenta el estado emocional de Eliza,
cuando esta estalla finalmente: "The creature
is nervous, after all".
Entre
sus rasgos psicopatológicos, Higgins muestra fobia social, una
compulsiva dependencia del chocolate y los dulces, y una misoginia
rampante. Sólo tiene idealizada como mujer a su madre, un indicio
del complejo de Edipo. Su desapego en el trato humano, su desprecio a
los sentimientos de la pobre Eliza (a la que no duda en calificar,
varias veces, de simple hoja de col aplastada que recogió en el
mercado de Covent Garden), integran un estereotipo humano exagerado
pero que nos resulta muy familiar: el científico con rasgos
autistas. Casi podría decirse que los diálogos acerados de Higgins
han servido de inspiración para los guionistas de la serie The
Big Bang Theory (2007).
Sheldon Cooper es un Profesor Higgins del siglo XXI. Si al final no
resulta un odioso villano es porque Bernard Shaw se cuida de
presentarlo como un niño grande, necesitado del cuidado de los demás
y totalmente inconsciente del daño que causa con sus experimentos.
No
falta tampoco en su perfil un toque de prestidigitador o incluso de
mago, que también encontramos en otros referentes del científico
chiflado, como en el nigromante Rotwang, creador de la malvada mujer
robot en Metrópolis
(1927).
Higgins distingue los variados acentos dentro de un margen de seis
millas, que se reducen a dos en Londres y hasta a dos calles en las
zonas populares como Lisson Grove, Cheapside, en el caso de Eliza.
Ello hace que Pickering, en el Primer Acto, desconociendo todavía la
identidad de su interlocutor, le pregunte si se dedica al music
hall.
El traductor al castellano de 1919, que se permitió muchísimas
licencias para acercar el ambiente tan británico del drama al mundo
hispano, incluyó por su cuenta la comparación de Higgins con el
mago Onoffrof, un ilusionista de finales del siglo XIX célebre en
todo el mundo por sus dotes con el hipnotismo y la adivinación.
Salvador Dalí se entusiasmó con esta figura cuando actuó en
Figueras en 1920 y hasta puede que influyese en su surrealismo.
Elementos
góticos en Pigmalión.
Y, por su relación con el tema del mago y el científico loco, puede mencionarse también el "pacto faústico" que está en el origen de la re-creación de Eliza. Es en My Fair Lady donde lo vemos desarrollado plenamente. Al comienzo de la película contemplamos a la sociedad más elegante de Londres al salir del teatro de Covent Garden, al termino de la representación de la ópera Fausto de Gounod. Recordemos que esta vieja leyenda medieval narra el pacto que firma con Satán un viejo y fracasado sabio que quiere recuperar su juventud y disfrutar del éxito en su trabajo. Una vez que Higgins invita a Pickering a que se instale con él, ambos abandonan a Eliza, que se ha quedado sin flores para vender. Ella les pide que le den algún dinero y en ese momento Higgins escucha las campanas de la iglesia de Saint Paul. Ese sonido mágico le recuerda la voz de Dios advirtiéndole que no debe ser farisaico al predicar la reforma social y, en cambio, negar la ayuda material a los pobres, así que se muestra particularmente generoso con Eliza. Tanto, que esta no duda en coger un taxi para volver a su casa en lugar de deambular sola por las calles, expuesta a que la confundan con una buscona. Y así comienza a disfrutar de las mieles de la vida burguesa. A la mañana siguiente, cuando en el mismo lugar Eliza vuelve a escuchar las campanas, en su mente resuena la promesa de Higgins de convertirla en una gran señora por medio de la Fonética y, entonces, se monta nuevamente en un taxi para acudir a Wimpole Street. El pacto satánico se transforma en esta obra en la apuesta por engañar a los esnobs. Higgins se comporta como un auténtico demonio seductor que consigue retener a Eliza, cuando esta quiere marcharse a toda costa por miedo a su alocado profesor, con la oferta de bombones, vestidos y paseos en taxi. La compra del alma de Eliza se materializa finalmente con el pago de 5 libras al padre de la muchacha. A partir de ese momento, el mefistofélico Higgins se considera dueño total de Eliza y piensa que puede hacer con ella lo que él desee. Pero el bien triunfa finalmente y Eliza se libera de su dominio. Así vemos que la semejanza estructural con la leyenda de Fausto se mantiene.
Y, por su relación con el tema del mago y el científico loco, puede mencionarse también el "pacto faústico" que está en el origen de la re-creación de Eliza. Es en My Fair Lady donde lo vemos desarrollado plenamente. Al comienzo de la película contemplamos a la sociedad más elegante de Londres al salir del teatro de Covent Garden, al termino de la representación de la ópera Fausto de Gounod. Recordemos que esta vieja leyenda medieval narra el pacto que firma con Satán un viejo y fracasado sabio que quiere recuperar su juventud y disfrutar del éxito en su trabajo. Una vez que Higgins invita a Pickering a que se instale con él, ambos abandonan a Eliza, que se ha quedado sin flores para vender. Ella les pide que le den algún dinero y en ese momento Higgins escucha las campanas de la iglesia de Saint Paul. Ese sonido mágico le recuerda la voz de Dios advirtiéndole que no debe ser farisaico al predicar la reforma social y, en cambio, negar la ayuda material a los pobres, así que se muestra particularmente generoso con Eliza. Tanto, que esta no duda en coger un taxi para volver a su casa en lugar de deambular sola por las calles, expuesta a que la confundan con una buscona. Y así comienza a disfrutar de las mieles de la vida burguesa. A la mañana siguiente, cuando en el mismo lugar Eliza vuelve a escuchar las campanas, en su mente resuena la promesa de Higgins de convertirla en una gran señora por medio de la Fonética y, entonces, se monta nuevamente en un taxi para acudir a Wimpole Street. El pacto satánico se transforma en esta obra en la apuesta por engañar a los esnobs. Higgins se comporta como un auténtico demonio seductor que consigue retener a Eliza, cuando esta quiere marcharse a toda costa por miedo a su alocado profesor, con la oferta de bombones, vestidos y paseos en taxi. La compra del alma de Eliza se materializa finalmente con el pago de 5 libras al padre de la muchacha. A partir de ese momento, el mefistofélico Higgins se considera dueño total de Eliza y piensa que puede hacer con ella lo que él desee. Pero el bien triunfa finalmente y Eliza se libera de su dominio. Así vemos que la semejanza estructural con la leyenda de Fausto se mantiene.
Otro
aspecto gótico fundamental de la obra es el doblamiento de los
protagonistas. El doppelgänger
es una de las fórmulas más características y exitosas de la
literatura gótica, la proyección externa de los elementos oscuros y
reprimidos del alma que se plasman en personajes atormentados. Así
sucede entre el científico demente y la criatura monstruosa en
Frankenstein;
con el yo escindido entre su parte buena y mala en El
Dr. Jekyll y Mr. Hyde;
y también en la contraposición entre la protagonista de buen
corazón y la malvada que amenaza y atormenta su existencia, como en
Jane
Eyre.
La obra de Bernard Shaw se articula muy claramente alrededor de
oposiciones binarias (clase alta y baja, buen y mal inglés...) y ese
desdoblamiento de personajes contribuye a reforzarlas. Así tenemos
un primer eje estructurado entre Higgins y Eliza (Creador y Criatura)
y un segundo entre Higgins y Pickering. Como novedad frente a
Frankenstein,
en Pigmalión
encontramos un creador bicéfalo y ello no es un hallazgo casual de
Bernard Shaw sino que, de haber seguido la lógica frankensteiniana,
Eliza habría debido ser una criatura fallida y mala (“de tal palo,
tal astilla”). Pero ambos creadores unifican las polaridades
extremas, Eliza hereda de Higgins la perfección verbal y, de
Pickering, tan excelentes cualidades que hacen de ella la criatura
perfecta que Shaw esperaba mostrar como fruto de una buena educación:
la New
Woman.
Pero
¿quién era, en realidad, el Profesor Higgins?
La
obra de teatro rezuma información sobre la ciencia fonética por los
cuatro costados, hasta el punto de que ha sido calificada como una
"fábula lingüística". Por ello resulta interesante
atisbar, aunque sea muy brevemente, el ambiente científico real que
le sirvió de base. Y en este momento el panorama se llena de
personajes de todas las nacionalidades, apasionantes pero
desconocidos para el gran público.
El
lingüista francés Paul
Passy
(1859-1940) fue el primero en calificar la Fonética como verdadera
ciencia y no como una simple técnica para la representación de los
sonidos. En 1886 fundó la Asociación Internacional de Fonética
(AIF, o IFA en el mundo anglosajón). Fruto de sus esfuerzos fue, en
1889, el Alfabeto Fonético Internacional (IPA en inglés), una
herramienta fundamental para la notación de los sonidos de cualquier
lengua (en 2005 contaba con 105 símbolos básicos y 55
modificadores).
El
trabajo de Passy se inspiró en otra figura de primer orden, Henry
Sweet
(1845-1912). En 1877 publicó una obra clave, el Manual
de Fonética.
Sweet fue pionero en describir científicamente el habla educada del
Londres victoriano, que más adelante se conocería con el nombre de
"received pronunciation" (RP en abreviatura), en
contraposición a otros acentos populares como el del dialecto
cockney. También abordó la transcripción de los procesos del
lenguaje hablado ("connected speech"). Con tal fin
desarrolló, en 1884, un sistema de taquigrafía llamado "current
shorthand", al que Bernard Shaw hacía referencia, en el
Prefacio a la obra de 1916, lamentando que no fuese este el preferido
por el público sino el de Pitman, que consideraba defectuoso. Shaw
también deploraba que Henry Sweet, a pesar de su inmenso talento,
hubiese obtenido un nulo reconocimiento social y académico debido a
la rudeza de su carácter y a su afilada lengua. El dramaturgo
entonaba un encendido elogio al "hombre que enseñó fonética a
Europa", y afirmaba que Higgins no era una transposición de
Sweet aunque le había otorgado algunos toques suyos.
A pesar de esas afirmaciones, en 1998 Collins y Mees publicaron un libro desvelando que la verdadera fuente de inspiración para Higgins fue Daniel Jones (1881-1967). Este lingüista fue discípulo de Henry Sweet, y de Paul Passy en la Sorbona. Igualmente fue un miembro muy activo de la Asociación Fonética Internacional, y se convirtió en el jefe del primer departamento de Fonética en el University College de Londres. En 1918 llevó a cabo una descripción completa del RP y fue quien, por primera vez, utilizó la palabra "fonema” con su sentido actual. A él debemos también el famoso diagrama de vocales, más simplificado que los que habían elaborado Sweet y Alexander Ellis. Podemos ver tal diagrama adornando las paredes del laboratorio de Higgins-Leslie Howard en la película de 1938.
Daniel Jones |
A pesar de esas afirmaciones, en 1998 Collins y Mees publicaron un libro desvelando que la verdadera fuente de inspiración para Higgins fue Daniel Jones (1881-1967). Este lingüista fue discípulo de Henry Sweet, y de Paul Passy en la Sorbona. Igualmente fue un miembro muy activo de la Asociación Fonética Internacional, y se convirtió en el jefe del primer departamento de Fonética en el University College de Londres. En 1918 llevó a cabo una descripción completa del RP y fue quien, por primera vez, utilizó la palabra "fonema” con su sentido actual. A él debemos también el famoso diagrama de vocales, más simplificado que los que habían elaborado Sweet y Alexander Ellis. Podemos ver tal diagrama adornando las paredes del laboratorio de Higgins-Leslie Howard en la película de 1938.
Pero
la pregunta más pertinente al respecto es, ¿por qué habría
ocultado Shaw esa fuente de inspiración, poniendo tan gran énfasis,
en cambio, en la figura de Henry Sweet? Los autores indicados ofrecen
una explicación plausible y múltiples argumentos en respaldo de su
tesis, que hoy está ampliamente aceptada. Aunque el dramaturgo
presentaba a la Fonética como una ciencia capaz de sustentar una
radical reforma social, también satirizaba sus procedimientos y el
modo en que sus posibilidades eran aprovechadas por los arribistas.
Así lo entendió Daniel Jones, a quien indignó aquella forma de
presentar la disciplina ante los espectadores, aunque acabó
reconociendo que Shaw había contribuido a divulgar su existencia.
Así que, citando a Sweet, que había fallecido un año antes del
estreno de la obra, Shaw se ponía totalmente a resguardo de
cualquier acusación por libelo. Lo cierto es que el dramaturgo, en
la época en que estaba escribiendo Pygmalion, visitó a
Jones en su laboratorio de Fonética y pudo ver el instrumental
pionero de que aquel disponía, que debió de ser muy similar al que
Higgins utilizaba en la calle Wimpole. El dramaturgo agradeció a
Daniel Jones su asesoramiento proporcionándole un abono perpetuo
para asistir a la obra.
La
transcripción fonética. Una técnica esencial para la nueva
ciencia.
El cuaderno de Higgins-Lagefoged |
No
obstante, hay determinados aspectos técnicos que me interesa
destacar más que los particulares de esa polémica. En la obra de
teatro, Higgins menciona expresamente que utiliza el "Visible
speech",
un sistema de transcripción fonética similar al Alfabeto Fonético
Iinternacional. Aquel fue elaborado en 1867 por Alexander
Melville Bell
(1819-1905), padre del inventor del teléfono, Alexander Graham Bell.
Su autor lo diseñó para ayudar a los sordos en el aprendizaje del
habla, aunque también se utilizó para mejorar la enseñanza de las
lenguas extranjeras. En su libro de 1867 mostraba cómo ese sistema
de transcripción permitía reproducir una frase exactamente en la
misma forma en que se pronunciaría con un acento extranjero o
regional. Higgins, en el Primer Acto, hace lo mismo con las palabras
de Eliza: "Cheer ap, keptin, n´haw ya flahr orf a pore gel",
que era su peculiar forma de pronunciar la frase "Cheer up,
Captain, and buy a flower off a poor girl".
A.
Graham Bell
(1847-1905) salió un aventajadísimo discípulo de su padre e
inventó el espectrógrafo para visibilizar las características del
habla, y también esto podemos verlo reflejado en alguna medida en My
Fair Lady.
En
el Acto II, Higgins explica ante un anonadado Pickering cómo, en un
segundo paso, traslada las notas taquigráficas al alfabeto
rómico,
obra de Henry Sweet. Este fue un desarrollo del primitivo sistema que
había diseñado otro gran talento en la materia, Alexander
Ellis
(1814-1890). En el alfabeto rómico cada símbolo representa un solo
sonido pero, en la variedad amplia ( broad
)
que maneja Higgins, las vocales cortas se escriben con una sola letra
y, las largas, con dos. Sweet, experto en inglés antiguo, rescató
tres letras del anglosajón: Þ,
ae y đ,
y estas dos últimas se incorporaron al Alfabeto Fonético
Internacional. Tras esos dos pasos previos, Higgins llevaba a cabo la
grabación de los cilindros de cera del fonógrafo, permitiendo con
ello verificar las deficiencias y los avances de su alumna. Así es
como Higgins y Pickering consiguieron que Eliza aprendiese con
facilidad a pronunciar hasta los sonidos más complejos (dialectos
continentales y africanos, con los clicks o chasquidos hotentotes
(presentes en la lengua de los hazda y de los zulúes), que Higgins
reconoce que a él le costó años aprender.
Un
pequeño detalle más: el tema fonético no fue un aspecto superfluo
en la película de George Cukor sino que contaron con el
asesoramiento de un gran especialista, Peter
Ladefoged.
Las notas que aparecen en la libreta de Higgins en el Primer Acto son
obra suya y también es él a quien escuchamos en la grabación de
los 130 sonidos vocálicos diferentes con los que el Profesor
deslumbra a Pickering.
Al
principio Eliza sólo repite las frases mecánicamente pero sin
dominar el sentido de la oportunidad para su uso, lo cual se conoce
técnicamente como competencia
comunicativa.
Se trata de una intuición muy importante en la obra que anticipa
trabajos fundamentales en la Sociolingüística. En 1971 Dell Hymes
(1927-2009), antropólogo, folclorista y sociolingüista, puso de
relieve que, además de la gramática y la pronunciación, el
hablante debe saber utilizar apropiadamente la lengua en sociedad.
Ello comprende el manejo de los factores contextuales, la relación
con el interlocutor y el uso adecuado del registro. Shaw saca un
enorme partido humorístico de la forma en que Eliza usa un registro
muy formal, aunque salpicado de términos de la jerga del hampa, para
relatar a los encopetados asistentes al tea
party
de la Sra. Higgins la sospecha de que a su tía la envenenaron sus
parientes. En esto se comporta como una marioneta descerebrada que
recuerda mucho a la Olimpia de E. T. A. Hoffmann. Pero tras ese
ensayo fallido, la segunda parte de su educación se orienta a poblar
su mente con las obras de la tradición cultural más elevada, a
visitar ciudades y exposiciones, y todo ello la lleva finalmente a
pensar por sí misma y a gobernar su comportamiento con sus propias
ideas sobre el mundo.
Todas
aquellas precisiones lingüísticas no habrían tenido el menor
interés para el reformador Bernard Shaw de no poseer una proyección
práctica inmediata en la Inglaterra post-victoriana. El dramaturgo
era un reconocido fabiano, sociedad fundada en 1884 para la reforma
social y de la que también eran miembros H.G. Wells, Sidney Webb,
Beatrice Potter, la célebre sufragista Emmeline Pankhurst... En
todas las obras de Bernard Shaw es posible encontrar una finalidad
política y social que armonizaba con las tesis reformistas de la
Sociedad Fabiana, antecedente del Partido Laborista. En Pigmalión
una de las tesis es que, si la enseñanza de un correcto inglés
permite hacer pasar por duquesa a una pobre de solemnidad, entonces
las clases sociales solo tienen una existencia artificial y sus
barreras pueden desmantelarse mediante la mejora en la educación. El
manipulador Higgins dice a su madre: "No tienes ni idea de lo
terriblemente interesante que es tomar a un ser humano y
transformarlo en otro completamente diferente al crear una nueva
lengua para él. Es colmar el amplio mar que separa una clase de
otra". Higgins y Pickering están encantados inventando nuevas
identidades para esta Eliza tan versátil que todo lo hace perfecto
bajo la dirección masculina, pero la perspicaz Sra. Higgins les
advierte que están jugando con la joven como si fuera una muñeca,
algo sitúa a Pigmalión
en la estela de Hoffmann y Villiers de L´Isle -Adam. En una primera
fase, Eliza aparece como un ser creado artificialmente y manipulado
como un títere por el poder patriarcal, al servicio de los
caprichos de sus amos. Higgins presume varias veces de que la ha
comprado por cinco libras y de que no sirve a nadie más que a él,
para sus intereses científicos. Pero en contra del mito de Galatea,
Eliza no es un ente pasivo sino que se rebela. Aunque estamos
hablando de tipos humanos simplificados, con rasgos exagerados para
los fines teatrales, Higgins no cambia sustancialmente a lo largo de
la obra mientras que Eliza sí está en una proyección dinámica
continúa hacia la plena madurez y se autoafirma plenamente frente al
Hombre. Bernard Shaw estaba tan orgulloso de Eliza que llegó a decir
que, desde la Kate de La
fierecilla domada
de su admirado Shakespeare, no se había visto otro personaje
femenino con tanta fuerza en la escena inglesa. Y es verdad que Eliza
se muestra, en muchos momentos, como una mujer indómita y salvaje.
Un ser humano redondo, auténtico, magnífico, como la Nueva Mujer
que el autor quería proponer como modelo. Soltera, en situación de
igualdad con el hombre o, mejor aún, domina a su marido (Freddy
Eynsford Hill), en el sentido de no depender económicamente de él.
Después
de abordar tres de los ejes del mito de la creación científica en
Pigmalión: fonética, laboratorio y científico demente, aún
falta por desentrañar el cuarto, la criatura monstruosa. Esta es el
símbolo de que la mujer, en la sociedad post-victoriana, era un
auténtico quebradero de cabeza. El gobierno británico tan
patriarcal de la época no sabía qué hacer con la mitad de la
población, que demostraría su enorme valía al sustituir a los
varones cuando marcharon a luchar en el frente de Flandes durante la
Primera Guerra Mundial. Carentes de autonomía jurídica pero
sosteniendo el país, el sufragismo se vio tan claramente respaldado
en sus argumentos que, en 1918, el Parlamento no hubo más remedio
que reconocer tímidamente el derecho del voto femenino, al menos
para los estratos más pudientes de la sociedad (mujeres mayores de
30 años con una cierta capacidad patrimonial). No es extraño así
que las obras feministas de Bernard Shaw, en ese contexto social,
obtuvieran tanto predicamento. Pero en el momento en que el autor
estaba escribiendo la obra, en 1912, la lucha por la emancipación se
encontraba en su punto álgido (podéis seguir las apasionantes
incidencias de la batalla de las "sufragettes" contra el gobierno en
este
enlace: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com/2016/03/sufragismo-la-gran-batalla-por-el-voto.html).
En
la obra de teatro aparecen múltiples elementos que apuntan a esa
condición de problema que tenía la mujer en la época. Una primera
es la división genderizada de los lugares. La mujer solo
tenía derecho a ocupar el espacio doméstico, el hogar, mientras que
el hombre se adueñaba del espacio público. Ello implicaba una
dificultad casi insuperable para que la mujer pudiese acceder a la
educación superior, al ejercicio profesional, al disfrute del ocio y
la cultura...Los espacios privado y público no solo estaban
separados sino también jerarquizados y el respeto a esa distribución
se garantizaba por el disvalor social atribuido a las mujeres que se
atreviesen a salir a la calle sin la necesaria compañía.
Lógicamente ese castigo solo importaba a quien podía postularse
como candidata a un buen matrimonio, las mujeres de la clase media y
alta, cuyos guardianes se ocupaban de custodiarlas debidamente para
que no se depreciasen como moneda de cambio. Por el contrario, esa
moral burguesa no era de aplicación para los pobres. Como
sarcásticamente dice Alfred Doolittle, estos no se pueden permitir
los elevados principios. De hecho, la prostitución ocasional era
algo a lo que cualquier joven sin recursos estaba abocada si su
trabajo no le permitía llegar a fin de mes. El temor al contagio de
enfermedades de transmisión sexual, una auténtica epidemia en la
época y que se consideraba un azote divino por la doble moral
victoriana, exponía a las chicas en la calle a su detención en
cualquier momento bajo sospecha de prostitución. En el Primer Acto,
cuando Eliza recibe una limosna de Pickering, un viandante le
aconseja que le entregue una flor para justificar el cobro porque
piensa que Higgins, que toma notas escondido, es un policía secreta.
De ahí las lastimosas protestas de Eliza para evitar su supuesta
detención. También se conectan con el omnipresente problema de la
prostitución las insidiosas preguntas que la Sra. de Eynsford Hill
dirige a Eliza para averiguar cómo sabía el nombre de su hijo
Freddy ( ella le explica que es un comodín, como Charlie, para
dirigirse a cualquier desconocido). Son detalles muy reveladores de
un contexto social que se pierden fácilmente por la falta de
perspectiva histórica. Igual sucede con la posición de Eliza cuando
se instala en la casa del Profesor. Distraídos con el emocionante
experimento que se avecina, no nos percatamos de la ambigua y
delicada posición de una joven soltera viviendo en la casa junto con
dos caballeros igualmente solteros. Pero los personajes femeninos de
la obra sí se preocupan de ello, y mucho. El ama de llaves, Mrs
Pearce, exige a Higgins que clarifique los términos de la presencia
de la chica y, si tuviera la condición de sirviente, que debía ser
retribuida, y en los mismos términos se expresa Mrs Higgins. Así
vemos que la estricta moral victoriana, con su preocupación por
guardar las apariencias, seguía muy vigente a las puertas de la Gran
Guerra, que tanto cambiaría la situación de las mujeres en la
sociedad británica.
En segundo lugar, Eliza sufre una doble discriminación, en tanto mujer y pobre. El autor hace patentes los prejuicios que soportan las mujeres de clase baja, y que serían extensivos a cualquier grupo en el que concurra un marcador diferencial, como es la raza o etnia, que pueda situar a sus integrantes en posición de desigualdad frente al tipo dominante (blanco y rico). La mujer pobre es vista como agresiva y pronta a perder el control de sus emociones, algo particularmente mal visto en el mundo anglosajón. Junto con los deberes de obediencia al varón, limpieza y pureza sexual, la moral victoriana exigía al "ángel del hogar"que agradase al varón y reflejase su ego sobredimensionado, como agudamente puso de relieve Virginia Woolf en Una habitación propia (1929). En ese sentido vemos a Higgins protestar por el histerismo de Eliza en el Acto I y II y echarle en cara, principalmente, las molestias que le causa. Y de acuerdo con Amelia Valcárcel, mientras que aquellos otros deberes se han diluido, este deber de complacer al varón ( siempre sonriente, con actitudes y ropas femeninas, con receptividad sexual...) impuesto a la mujer continúa plenamente en vigor. No hay más que ver las imágenes que transmiten al respecto la publicidad y los medios de comunicación.
En segundo lugar, Eliza sufre una doble discriminación, en tanto mujer y pobre. El autor hace patentes los prejuicios que soportan las mujeres de clase baja, y que serían extensivos a cualquier grupo en el que concurra un marcador diferencial, como es la raza o etnia, que pueda situar a sus integrantes en posición de desigualdad frente al tipo dominante (blanco y rico). La mujer pobre es vista como agresiva y pronta a perder el control de sus emociones, algo particularmente mal visto en el mundo anglosajón. Junto con los deberes de obediencia al varón, limpieza y pureza sexual, la moral victoriana exigía al "ángel del hogar"que agradase al varón y reflejase su ego sobredimensionado, como agudamente puso de relieve Virginia Woolf en Una habitación propia (1929). En ese sentido vemos a Higgins protestar por el histerismo de Eliza en el Acto I y II y echarle en cara, principalmente, las molestias que le causa. Y de acuerdo con Amelia Valcárcel, mientras que aquellos otros deberes se han diluido, este deber de complacer al varón ( siempre sonriente, con actitudes y ropas femeninas, con receptividad sexual...) impuesto a la mujer continúa plenamente en vigor. No hay más que ver las imágenes que transmiten al respecto la publicidad y los medios de comunicación.
No obstante, el episodio de la quema de sus ropas y del baño forzado
de Eliza que Higgins ordena y que puede parecer un gesto de desprecio
hacia los pobres, en realidad es un rito de paso: marca la muerte de
la Eliza arrabalera y su renacimiento como una pulcra señorita
burguesa, con elegantes vestidos y un nuevo lenguaje. En ese sentido
Pigmalión es, también, un Bildungsroman, una historia de
formación tan típica de la novela decimonónica. La marcada
inseguridad psicológica inicial de Eliza, reflejada en sus continuas
autoafirmaciones mediante "question tags" (que formula de manera gramaticalmente
incorrecta), se transforma en un admirable aplomo. Tras casi
seis meses de curso intensivo, Eliza ya no puede volver al arroyo
pero tiene la dignidad suficiente para no intentar venderse en el
mercado matrimonial aprovechando la plusvalía generada por las
lecciones de Higgins. El dominio del lenguaje masculino la empodera y
la libera. Es educación lo que la mujer necesita para salir de la
trampa en la que se encuentra, propone Bernard Shaw. Pero Eliza,
una desclasada, al no contar con un medio de vida propio, se
convierte en una criatura sin lugar en la sociedad estratificada, de
forma paralela al monstruo de Mary Shelley, que es incapaz de encontrar un
espacio adecuado y se ve rechazado por las gentes. Y es entonces cuando la
inteligente Eliza anuncia a Higgins su intención de ofrecerse como
ayudante de fonética al húngaro petulante (Nepean en la obra de
teatro, Karpathy en My Fair Lady) que vio en ella una princesa
extranjera sin poder detectar el engaño. El mito grecorromano de Pigmalión era plenamente patriarcal, como fruto de la cultura a la que pertenecía. La mujer creada no tenía voz ni voto. En todo dependía de su creador, hasta en su misma existiencia. Pero la Eliza de Bernard Shaw deja atrás al varón que quiere imponerle sus condiciones. Ella existe y habla por sí misma, y hasta se convierte en empresaria.
La
tejedora Penélope abandona su jaula.
Rigolette, de Joseph Desire Court, con la jaula y la costura |
Hay
dos símbolos típicos de la feminidad en conflicto que no podían
faltar en esta obra tan llena de detalles importantes. Uno de ellos
es la jaula, un objeto que aparece de manera recurrente en el arte y la literatura del siglo XIX para representar el dilema social de la
mujer. Cuando Eliza se instala en Wimpole Street, de sus escasas
pertenencias solo encarga que le traigan una jaula, además de unas
postales y algo de bisutería. Esos otros objetos cambian de la obra
de teatro al cine pero la jaula permanece aunque rodeada de
interesantes adiciones. En Pygmalion, esa jaula parece que
está vacía. Sin embargo, en la versión española de 1918, el
traductor, quizá ajeno al simbolismo de la jaula, se sintió en la
necesidad de incluir un pájaro en dicha jaula. Por el contrario, en
el filme My Fair Lady vemos cómo Alfred Doolittle porta una
jaula vacía cuando se dirige a extorsionar a Higgins. Y, como
aspecto muy llamativo, este mismo tiene en su biblioteca una jaula
con un nido donde después vemos un pájaro, que crece al mismo tiempo que
Eliza se desarrolla como persona.
Otro
símbolo importante de múltiples significados (pero siempre al
servicio de las estrategias de supervivencia de la mujer) es el
trabajo de la tejedora. Cuando, en el Acto Quinto, Higgins acude a
casa de su madre para buscar consejo, Eliza hace su aparición, muy
digna, portando en la mano una labor de costura. El tejer y destejer
fue la estratagema que utilizó Penélope para engañar a los ávidos
pretendientes mientras esperaba el regreso de Ulises. Entre los
antiguos sajones, la mujer era conocida como la “tejedora de la
paz” ( podéis leer sobre ello en esta entrada:
http://mujeresparalahistoria.blogspot.com/2018/02/la-mujer-traves-de-la-poesia.html).
En el maravilloso poema publicado por Tennyson en 1832, la Dama de Shalott, enferma de sombras, solo distrae su completa soledad realizando maravillosos tejidos que reconstruyen imaginariamente la realidad que no puede habitar. En Pigmalión parece ser la forma en que Eliza demuestra que he encontrado un lugar donde quedarse, la casa de Mrs. Higgins, la matriarca a la que el Profesor respeta por encima de ninguna otra cosa. Es el símbolo de la sororidad creada, puesto que Eliza sabe que esa gran dama es, además, una mujer inteligente que la protegerá incluso frente a su hijo y sin preocuparse por su humilde procedencia.
Waterhouse, Half-sick of shadows. |
En el maravilloso poema publicado por Tennyson en 1832, la Dama de Shalott, enferma de sombras, solo distrae su completa soledad realizando maravillosos tejidos que reconstruyen imaginariamente la realidad que no puede habitar. En Pigmalión parece ser la forma en que Eliza demuestra que he encontrado un lugar donde quedarse, la casa de Mrs. Higgins, la matriarca a la que el Profesor respeta por encima de ninguna otra cosa. Es el símbolo de la sororidad creada, puesto que Eliza sabe que esa gran dama es, además, una mujer inteligente que la protegerá incluso frente a su hijo y sin preocuparse por su humilde procedencia.
Wendy Hiller |
La
geografía de los acentos.
Bernard
Shaw hace gran burla de los esnobs y, aunque el acento cockney
también le sirve para provocar muchas risas a lo largo de la obra,
no valora igual una y otra habla. En el Prefacio de 1916 afirma que
es mejor un acento de suburbio, honesto y natural, que imitar un
vulgar y pretencioso acento de club de golf. En puridad, el inglés
estándar y el cockney son los dos extremos del mismo continuum
lingüístico. La pronunciación recibida o inglés de la BBC es una
forma de habla del inglés estándar que sólo utilizan entre el tres
y el cinco por ciento de la población (la clase alta y media-alta).
Es la forma particular de expresión de las élites socioeconómicas,
que la utilizan para diferenciarse de las clases populares y cuyos
rasgos se construyeron definitivamente en el siglo XIX, en gran
medida, en oposición al habla del vulgo. Pero, en realidad, no
existe un elemento objetivo que haga a un acento intrínsecamente
mejor que otro. Sólo marcan la diferencia las circunstancias
sociales, que hicieron que el inglés de la reina se enseñase en las
escuelas más prestigiosas y que sirviera de criterio para la
selección de los funcionarios, quienes lo llevaron hasta los
confines del Imperio.
Por
otro lado, antes de que Francis Scott Fitzgerald utilizase la
geografía para dividir territorialmente a las clases sociales en El
gran Gatsby (1925),
trazando en el mapa de Nueva York y sus alrededores la línea de
división entre el linaje, el dinero y la pobreza, Bernard Shaw
realizó una operación similar en Pigmalión.
No es en absoluto casual la retahíla de lugares que incluye la obra
y las implicaciones simbólicas que comportan. Pickering procedía de
la elegante ciudad balneario de Cheltenham, en Gloucester, y estudió
primero en la prestigiosa Harrow School y, después, en la
Universidad de Cambridge. La Sra. Higgins vive en Chelsea, en el
centro de Londres, cerca del barrio tan chic
de Kensington. El Profesor Higgins reside en Wimpole Street, una
calle de Westminster asociada al ejercicio de las profesiones más
prestigiosas. La Sra. de Eynsford Hill fue educada en Epsom, condado
de Surrey. Allí, en el año del estreno de la obra en Viena, la
sufragista Emily Davison atrajo la atención mundial hacia su causa
al ser arrollada por el caballo del rey Jorge V, ante la mejor
sociedad de Inglaterra, cuando pretendía colgarle un banderín. En
My
Fair Lady
se indica que la Sra. de Eynsford Hill vive en Hampton Court, en el
municipio de Richmond, sede de un majestuoso conjunto de palacios
Tudor.
Por
el contrario, los hablantes del inglés "defectuoso" (esa
es la etimología de "cockney") viven en la periferia o en
barrios populares, como el Transeúnte Sarcástico en Hoxton
(Hackney). Pero el caso más evidente de geografía de la pobreza y
la incultura es el de Eliza. Antes de iniciar sus estudios con
Higgins, Eliza habla el cockney, un dialecto propio de las clases
populares en Londres. Ese estigma delata su humilde origen social.
Nació en Lisson Grove, el peor de los suburbios de la ciudad, en
Cheapside. En aquella época su reputación era terrible:
alcoholismo, crimen, prostitución, extrema pobreza... En particular,
las mujeres del distrito tenían fama de ser las más borrachas,
violentas y malhabladas de todo Londres. El traductor español, en
lugar de Lisson Grove, alude a Whitechapel, otro distrito cockney que
podría resultar mucho más evocador del lumpen para el espectador
español, por su asociación con los crímenes de Jack el
Destripador. Pero Eliza es lista y decidida, una auténtica
emprendedora, y cuando escucha a Higgins fanfarronear sobre sus dotes
pedagógicas, no duda en cruzar la ciudad en taxi desde Drury Lane
(más cerca de Camden que de Covent Garden) para contratar sus
servicios. Si no es con el acento posh
del West End, no la contratarán en una floristería en Tottenham
Court Road (Westminster), que es a lo que aspira para salir de la
venta callejera.
Alfred
Doolittle, padre de Eliza, procede de Hounslow, en la zona actual de
Heathrow, y su herencia galesa por línea materna le otorga el don
natural de la retórica. Padre e hija acaban siendo el resultado de
los alocados experimentos de ingeniería social de Higgins. Ambos
prosperan gracias al lenguaje pero también se ven atrapados en las
redes que el mismo crea. Como ingenioso orador y original moralista,
Mr Doolittle se hace acreedor de una pensión de 3.000 libras que le
lega un excéntrico millonario americano. Pero a este otro apóstol
de la soltería la fortuna lo aburguesa, obligándolo a casarse con
la "parienta", la madrastra de Eliza, que la ha echado de
la casa. Ya enriquecido, Alfred Doolittle contrae matrimonio en la
iglesia de Saint George, en la distinguida Hannover Street (Mayfair).
Un
elemento adicional acerca a las dos obras, Pigmalión
y El
gran Gatsby:
Bernard Shaw aplicó en su obra la Teoría
de la clase ociosa,
1899, de Thorstein Veblen, que igualmente serviría después a Scott
Fitzgerald para definir la diferente idiosincrasia de sus personajes.
Aspectos tales como los modales, el acento o la etiqueta, junto con
el nivel económico y la prosapia familiar, son los elementos que
determinan la inclusión en un estrato social más elevado y crean
barreras frente a los advenedizos. Y este es el verdadero núcleo de
la tragedia de Shaw: que Eliza es capaz de aprender un inglés
perfecto pero ello, por sí mismo, no varía ni un ápice su
situación económica y social si se niega a entrar como objeto de
cambio en el mercado matrimonial. Y cómo podría hacerlo, además,
si incluso es una hija ilegítima.
Las
novelas bizantinas y la comedia grecorromana tenían, como uno de sus
más rasgos más característicos, la reunión casual de familiares o
amigos separados por azarosas circunstancias, y que no se reconocían
hasta el clímax de la obra. Este es un aspecto muy teatral que
Shakespeare puso en práctica en sus comedias y que Shaw, gran
admirador del Bardo, utiliza en Pigmalión:
en el pórtico de la iglesia de Saint Paul, en Covent Garden, se
encuentra Higgins de incógnito, como un detective fonetista al
estilo de Sherlock Holmes, transcribiendo acentos bizarros. Y
Pickering, recién llegado a Londres, parece que ha salido de la
ópera. Desde la India ha vuelto a la capital del imperio
precisamente para reunirse con Higgins. Este por su parte, también
estaba dispuesto a viajar al subcontinente asiático para compartir
su ciencia con el experto en sánscrito que es Pickering. Con ese
pretexto, el autor justifica que ambos acaben viviendo juntos en
Wimpole Street y que actúen como mentores de Eliza Galatea, cada uno
aportando un aspecto esencial para su espectacular transformación.
Lo curioso es el posible origen de los nombres de los dos
protagonistas masculinos, que he descubierto por pura casualidad.
Shaw afirmó que un día vio un anuncio que decía Jones y Higgins y
que, como no podía utilizar el nombre de Jones, echó mano al de
Higgins. Pero este, a su vez, parece haber tenido otro referente más
sofisticado. La divulgadora científica Dava Sobel escribió en 2016
un libro extraordinario, El
universo de cristal. La historia de las mujeres de Harvard que nos
acercaron las estrellas.
En realidad, que midieron los astros a mediados de siglo XIX, una
verdadera revolución académica y social en el camino hacia la
igualdad de género. Uno de los personajes fundamentales en esa
historia es el astrónomo Edward Pickering
de Boston, un experto en fotografiar estrellas. Sólo tenía rival
en Inglaterra con el londinense Profesor William Huggins,
que logró captar la imagen de la corona solar. Bernard Shaw sin duda
debió de conocer a este personaje, pues fue presidente de la Royal
Society desde 1900. Según he descubierto en un artículo de los
archivos de la NASA, ambos astrónomos tuvieron más de un
enfrentamiento dialéctico que tuvo gran repercusión en la prensa.
Pero
hay un dato más: ¿será casualidad también que la esposa de
Pickering, una colaboradora esencial en el trabajo de su marido al
frente de las mujeres computadoras de Harvard, se llamase Lizzie?
Aunque todos llaman Eliza a la heroína de Shaw, en las acotaciones
escénicas de la obra su nombre aparece, invariablemente, como Liza.
Una
historia construida a capas.
Como
las imágenes, especialmente si vienen acompañadas con una bella
música, poseen un poder de atracción irresistible, puede resultar
oportuno recordar el íter concreto desde la obra de teatro Pygmalion
hasta la mucho más conocida My
Fair Lady,
particularmente en los aspectos que se refieren a la Fonética. No
obstante, comienzo mencionando dos curiosas ramificaciones que traen
causa del mismo argumento.
Una de ellas es Bola de fuego (1941), de Howard Hawks, en la que el Profesor Bertrand Potts (Gary Cooper) está encargado de la parte fonética de la enciclopedia que elabora junto con otros seis profesores. Mientras que estos están alejados del mundanal ruido para llevar a cabo su absorbente tarea, el lingüista Potts, como Higgins, va en busca del habla viva de la calle pero en su camino se encuentra a la descarada Sugarpush O ´Shea ( Barbara Stanwyck), experta en la jerga arrabalera. En otro sentido la historia se relaciona también con el cuento de Blancanieves y los 7 enanitos. Hawks, aficionado al auto-remake, repitió el argumento en clave musical en Nace una canción (1948), con Danny Kay y Virginia Mayo.
Una de ellas es Bola de fuego (1941), de Howard Hawks, en la que el Profesor Bertrand Potts (Gary Cooper) está encargado de la parte fonética de la enciclopedia que elabora junto con otros seis profesores. Mientras que estos están alejados del mundanal ruido para llevar a cabo su absorbente tarea, el lingüista Potts, como Higgins, va en busca del habla viva de la calle pero en su camino se encuentra a la descarada Sugarpush O ´Shea ( Barbara Stanwyck), experta en la jerga arrabalera. En otro sentido la historia se relaciona también con el cuento de Blancanieves y los 7 enanitos. Hawks, aficionado al auto-remake, repitió el argumento en clave musical en Nace una canción (1948), con Danny Kay y Virginia Mayo.
La
obra
de teatro
se estrenó en Londres en 1914, después de haberlo hecho en Viena,
en alemán, el año anterior. En lo que a la Fonética se refiere, la
obra presenta las mágicas habilidades de Higgins, el acento cockney
de Eliza e introduce con detalle el laboratorio pero solo somos
testigos de la breve demostración de su ciencia que realice ante
Pickering. El entrenamiento fonético de Eliza sí se despliega en la
película
Pigmalión,
de 1938, que añade la escena del baile de la embajada, donde el
triunfo de Eliza es absoluto, y que en la obra de teatro sucedía
fuera de escena. El guión y los diálogos fueron obra del propio
Bernard Shaw, salvo lo que se refiere al final feliz, que se le
ocultó cuidadosamente y del que solo fue informado días antes del
estreno. Fueron codirectores del filme Anthony Asquith y el actor
Leslie Howard, en aquel momento una gran estrella y que asumió
también el papel estelar del Profesor Higgins. La bella y talentosa
Wendy Hiller compuso una extraordinaria Eliza Doolittle. Como editor
fílmico aparecía ya la inmensa figura de David Lean, que pronto
empezaría su exitosa carrera como director. Como detalle muy
revelador acerca de la altísima calidad de esta producción, la
música se encargó al célebre compositor suizo Arthur Honegger.
El
musical
con el título de My
Fair Lady,
con partitura de Frederick Loewe y libreto de Alan Jay Lerner,
traslada la escena del tea
party
en la casa de Mrs. Higgins a las carreras de caballos en Ascott, se
amplía la formación fonética de Eliza y se otorga más
protagonismo a Freddy Eynsford Hill como rival de Higgins. A mediados
de la década de 1930, Shaw, harto de tanta traición a sus ideas
filosóficas, había prohibido que la obra se transformase en musical
pero la puerta a la adaptación quedó abierta tras su muerte en
1950. El estreno se produjo en 1956. Rex Harrison fue Henry Higgins y
Julie Andrews (que entonces contaba solo con 21 años), nuestra
Eliza.
George
Cukor dirigió el filme
de 1964,
con Rex Harrison repitiendo en el papel de Higgins, Audrey Hepburn
como Eliza y Wilfrid Hyde-White como Pickering. El genial Cecil
Beaton diseñó el suntuoso vestuario y la escenografía, y es autor
de las bellísimas fotos de la actriz protagonista, lo que causó un
enfrentamiento con el director. La película recibió ocho Óscars,
entre ellos a la mejor película, mejor dirección (único premio
para Cukor, por incompresible que ello parezca), mejor actor
principal (Rex Harrison), mejores fotografía, sonido y música
original, y mejor dirección artística y diseño (ambos para Cecil
Beaton). Paradójicamente, el Óscar a la mejor actriz de ese año
fue a parar a Julie Andrews por Mary
Poppins.
Desde
1912 a 1964 había mejorado sustancialmente la condición social de
la mujer, lo que explica que, en My
Fair Lady,
la carga revolucionaria de la obra de teatro aparezca desactivada y
se prescinda de muchos detalles que le servían de apoyo. Lo que
predomina es el elemento romántico sobre el feminista. Nunca
sabremos qué podría haberse hecho para plasmarlo 100 años después
del estreno de la obra de teatro. La nueva y prometedora adaptación
cuyo rodaje estaba previsto en 2008, con Carey Mulligan y Colin Firth
en los papeles estelares del reparto, lamentablemente cayó en el
olvido.
Fuentes
consultadas:
-Collins,
Beverly; Mees, Inger M.: The
Real Professor Higgins: The Life and Career of Daniel Jones. De
Gruyter Mouton, 1998.
-Holroyd,
Michael: Bernard
Shaw : A Biography. Vintage,
1997.
-Shaw,
George Bernard: Pigmalión.
Plaza y Janés, 1967.
-Shaw,
George Bernard: Pigmalión.
Cátedra, 2016.
-Shaw,
George Bernard: Pygmalion.
Wisehouse Classics, 2016.
-Sobel,
Dava: El universo
de cristal.
Ed. Capitán Swing, 2017.
-Arias
Badía, Blanca: “La función de la lengua en Pygmalion: Análisis y
propuesta de traducción al español del idiolecto de Eliza
Doolittle”. Web. 2011. 28-9-2018.
-Corbière,
Alain: “Pygmalion”. Web. 28-9-2018.
-Fernández,
Lola: “Serena Williams y el precio de la ira”. 29-9-2018. Mujer
Hoy.
-Gallardo,
Bárbara Cristina: “Why can't women talk like a man?”: an
investigation of gender in the play “Pygmalion” by Bernard Shaw.
Web. 19-9-2018.
-Lalor,
Malie:”My Fair Lady: simple phonetics and pygmalion words”.
15-3-2013.Web. 5-10-2018.
-Livingstone,
Josephine: “The Water in Majorca Don't Taste like What it
Ought”.11-11-2014. Web.29-9-2018.
-Schmigalle,
G: “El
nuevo Cagliostro: Onofroff, Rubén Darío y la crónica La Esfinge.
2015. Web. 12-10-2018.
-Smith,
Richard: “Paul Passy ´s life and career”, 2007. Web. 12-10-2018.
-ROmattageWRIT102:
”The Comparison of Social Classes through Analysis of Pygmalion”.
Web. 5-10-2018.
-Pygmalion.
Sparknotes. Web.6-9-2018.
-Script
de My Fair Lady (1964).
Web. 5-10-2018.
-Entradas
en Wikipedia: Pygmalion, Henry Sweet, Daniel Jones, Alfabeto
Fonético Internacional, Visible Speech, Romic Alphabet, Lisson
Grove. Web. 28-9-2018.
Recursos
audiovisuales:
-Pigmalión
(1938). DVD. La casa del cine para todos, 2015.
Un exhaustivo y completo análisis de una gran obra y un planteamiento original que dignifica a las ciencias humanas. También señalas el cambio hora status y clase social gracias al cambio de lenguaje, una tesis que me trae a la mente a la afirmación de WittWittgenst de que los límites del mundo son los límites del lenguaje. Un soberbio trabajo.
ResponderEliminarQué enorme volumen de trabajo en esta entrada. En mi línea, aconsejo dos películas de animación que de alguna forman conectan con este estudio.
ResponderEliminar- El primer corto es "Symphony in Slang" (1951), una obra maestra de Tex Avery que establece relaciones con "Bola de fuego". En ella, un joven americano que habla "slang" sube a cielo, pero al no poder comprender San pedro los extraños giros verbales de esta forma de hablar, pide ayuda al venerable Noel Webster, que inmediatamente visualiza todas las expresiones del protagonista de manera literal.
https://vimeo.com/267023353
- El segundo corto es "L'idée" (1932), de Berthold Bartosch, basado en la novela ilustrada de Frans Masereel. Como la versión de "Pigmalión" de 1938, cuenta con la música de Arthur Honegger (introduciendo el sintetizador de ondas Martenot), y además, también representa una relación de creador / creada, siendo aquí la idea (abstracta y desconocida, como un McGuffin) la que emerge de la mente del ideólogo como una bella figura femenina. Un imprescindible del siglo XX.
https://www.youtube.com/watch?v=zT__PCFqd2M
Muchísimas gracias por esas eruditas referencias que tan bien complementan la entrada. María, ¿tienes citas de animación para todo?
ResponderEliminarSí.
Eliminar¡Jajaja!
EliminarMaravilloso repaso a las mejores obras y adaptaciones que ha dado la obra de George Bernard Shaw. Totalmente de acuerdo en su relación con Frankenstein y, desde mi punto de vista, la misogínia de Higgins, en lo que respecta a la versión de George Cukor, se debe a que, en realidad, es homosexual, tal y como delata uno de los temas musicales en el que desprecia directamente todas las cualidades de Eliza... Lo del final con las zapatillas, que me gusta mucho, queda como final adaptado a la mentalidad del momento, aunque denota una tremenda sumisión... La versión previa de 1938 me parece deliciosa y muy divertida...
ResponderEliminarMuchas gracias, Luis, por tu aportación. Buen apunte sobre la misoginia de Higgins y su relación con Cukor. Y mil gracias a todos por leer. Ya sé que la entrada es larga pero está hecha con un enorme cariño hacia el autor, que volcó en su trabajo mil y una ideas, y hacia sus adaptadores. Hay muchísimo que contar sobre la obra de teatro y las películas y, para leer resúmenes, ya hay muchos en la red.
EliminarEstupendo trabajo. Extraordinario análisis en esta comparativa que realizas, tomando como referencia la obra de G.B.Shaw, que desde la perspectiva de género es la más revolucionaria: una vez formada esta Galatea logra emanciparse , desobedeciendo los mandatos de género. Me gusta la cita del ensayo de V. Woolf " Una habitación propia, que refleja muy bien los códigos de moral que rigen la sociedad patriarcal, el pobre papel que la mujer desempeña en el mundo literario, donde el canon masculino ignora la presencia de la mujer. Ésta vive relegada al ámbito doméstico, al rol de " ángel del hogar" , privada no sólo del acceso al ámbito de lo público (sin estatus juridico,) sino en su propio hogar, donde no dispone de espacio, de habitación propia para poder así dar rienda suelta a su creatividad literararia, o para satisfacer los demás placeres perdonsles.
Eliminar( Excelente ensayo, por otra parte ) Me gustaría resaltar el fuerte poder pedagógico del mito, del efecto " Pigmalion" que se ejerce sobre los alumnas/os en la escuela, o sobre nuestros hijos........el poder de las expectativas que se depositan sobre ellos de forma generalmente inconsciente. La profecía autocumplida. Si enunciamos en positivo, si confiamos en el poder de nuestras palabras, en nuestro discurso, se lograrán más fácilmente sus metas, o se amplia el ángulo de posibilidades de lograrlas. ( en contrario, los psicólogos hablan del efecto Golem, cuando pensamos y les decimos que no serán capaces de lograr su propósito) En definitiva, todos necesitamos de la aprobación del Otro . El poder de las influencias, el poder de nuestro lenguaje, de nuestro discurdo. Vale decir entonces, que todos necesitamos del Otro, y estamos bajo su influencias. El psicoanalista Lacan ya nos dijo: " la palabra funda un hecho" ." EL mundo de las palabras crea el mundo de las cosas" .( creo que al final voy a lograr entenderlo un poquito, ya lo creo Encarna ! Jejeje , ) En relación al anterior comentario relacionado con la posible orientación sexual del profesor Higgins , como nota de humor, espero, me resulta simpático el comentario refiero a la mención hecha a la serie" The Bin Ban Thory" , Higgins tiene similitudes con Sheldon Cooper, con un C.I. de 187, pero con limitadas habilidades para interactuar con los demás, sometido a estrictas rutinas, con problemas para socializar y una aparente indiferencia emocional. La simpática egolatría de Sheldon podria asemejarse a la de Higgins. La misoginia de ambos se explicaría en parte por su limitada capacidad de acceso y comprensión del mundo femenino. Ambos personajes nos resultan muy entrañables!
Muchas gracias por la entrada, que hoy leo dos años largos después de ser publicado. Nunca es tarde.