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Olympia, 1863, Manet |
El
apogeo de la prostitución en Francia coincidió con la revolución
estética emprendida por el impresionismo hacia 1870. En sus obras
quedaron grabadas las imágenes del mundo del espectáculo, los
cafés, los cabarets, la iluminación mediante la luz de gas que
dejaría paso a la luz eléctrica... Todos los adelantos de la
modernidad junto al oficio más viejo del mundo. Jugaremos con
metáforas muy expresivas, como la del espejo, el corsé, y la luz y
las sombras, para vertebrar un recorrido de más de un siglo de
duración por un fenómeno clandestino, hipócritamente disimulado
pero que representaba una realidad alternativa dada su magnitud. Como
veremos, su potencia subversiva fue tal que transformó hondamente el
sistema de costumbres de la época y, además, alumbró el nacimiento
de una nueva estética.
Oriente era
Occidente

A principios del
siglo XIX las guerras napoleónicas desviaron el Grand Tour, un viaje
a la vez iniciático y de formación, desde su destino tradicional en
Italia hacia Oriente. Allí se dirigieron artistas y burgueses en
busca de un espacio exótico, en el que descubrieron un fabuloso
universo de imágenes, colores y sonidos, una geografía física y
humana muy apetecible para la imaginación pero también para la
dominación colonial. En realidad, ya antes de aquel momento los
artistas habían forjado la iconografía del harén y la odalisca
otomana que inundó la pintura francesa en el siglo XIX y ofreció a
los europeos un prototipo de mujer como esclava sumisa capaz de
satisfacer todas las fantasías masculinas. En el baño turco,
acicalándose ante el espejo, esperando tendidas en un diván como La
gran Odalisca (1814) de Ingres, aquellas hermosas mujeres de
rasgos caucásicos, desnudas y ociosas, constituían una promesa de
placer inacabable. En El harén en Occidente (2006), Fatema
Mernissi (1940-2015) denunciaba la deformación ideológica
subyacente en esa concepción, puesto que la mujer musulmana
encerrada en el serrallo era todo menos sumisa, como demuestra la
figura de la inteligente y habilidosa Scherezade. La pista para
resolver ese enigma la encontramos en Virginia Woolf. En Una
habitación propia (1928) escribió que “Durante todos estos
siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso
poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del
natural”. Woolf utiliza brillantemente la metáfora del espejo para
destacar cómo la figura de una mujer intelectual y moralmente
rebajada, a la que se vieron reducidas forzosamente las féminas en
el mundo occidental hasta fechas bien recientes, estimula el ego
varonil, reforzando su autoestima con un sentimiento de (falsa)
superioridad. Si esa sensación magnificante ya resultaba patente
cuando utilizaba como "espejo" a una mujer "respetable",
el efecto llegaba al paroxismo cuando el varón se comparaba con las
prostitutas, situadas extramuros de la sociedad por su comportamiento
inmoral.
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Rolla, 1878, Henri Gervex. El sueño cumplido de la dominación masculina absoluta |
¿Un Estado
"proxeneta"?
En
1804 el gobierno francés reguló la prostitución, autorizándola en
las maisons closes
con filles soumises,
esto es, casas de tolerancia con chicas registradas que debían
someterse a controles administrativos y médicos mensuales para
evitar las consecuencias de la temida sífilis, una lacra que llegó
a adquirir proporciones alarmantes. Las trotacalles también debían
estar inscritas y controladas para que su actividad fuese legal. En
caso contrario, eran detenidas e internadas en la prisión de Saint-
Lazare.
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Inspección médica, Toulouse- Lautrec |
Las
pupilas eran reclutadas en pensiones y hospitales bajo la promesa de
dinero abundante y una vida fácil. La prostitución se ofrecía
igualmente como salida para las numerosas trabajadoras llegadas del
campo, sin formación, desarraigadas socialmente y que apenas
lograban sobrevivir en la gran urbe con sus míseros sueldos. También
sucedía así con las madres solteras, expeditivamente expulsadas de
la sociedad como castigo a su pecado, como la Fancine de Los
miserables (1862) de
Victor Hugo. Curiosamente, muchas de las trabajadoras del gremio
adoptaron el nombre de guerra de Fancine, y acudieron masivamente al
entierro del gran novelista, que supo plasmar en su monumental fresco
histórico las radicales transformaciones sociales, políticas y
económicas que experimentó la sociedad francesa durante la primera
mitad del siglo XIX, particularmente el auge de la clase urbana
enriquecida con el comercio y la industria en detrimento de la
aristocracia terrateniente. Con el II Imperio, que dio comienzo en
1852 con la coronación de Napoleón III, la población de la
capital- un millón de habitantes- prácticamente se duplicó en el
corto espacio de 20 años, y esas trascendentales mutaciones
demográficas tuvieron su reflejo directo en el fenómeno siempre
cambiante de la prostitución. La derrota de Francia en la Guerra
franco-prusiana ralentizó ese desmesurado crecimiento aunque no la
presencia del país en el escenario mundial, en el que cada vez
brillaba con más fuerza. A su potente y extenso imperio, con
ramificaciones en todos los continentes, solo le hacía sombra el
británico.
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Escena de baile en el Moulin Rouge, Boldini |
Pese a todos esos
datos, quizá no seamos todavía conscientes de las descomunales
dimensiones que llegó a alcanzar el fenómeno de la prostitución en
la Francia decimonónica. Sirva de ejemplo que Zola acusó al
libertino Napoleón III de haber convertido París en el burdel de
toda Europa. A finales de siglo, entre una población de 3 millones
de habitantes, se calcula que había unas 100.000 profesionales del
amor. Indudablemente se trataba de una industria en toda regla, que
incluso contaba entre sus clientes a poderosos monarcas extranjeros.
Hacia 1850 funcionaban unos 200 burdeles, que después se redujeron a
150 y, más tarde, a 110, aunque el número de las trabajadoras del
sexo siguió creciendo. La razón que explica esa paradoja fue una
huida hacia la ilegalidad y hacia formas disimuladas de prostitución
con el fin de eludir las cuantiosas tasas que se embolsaba un Estado
al que se ha llegado a calificar de “proxeneta”, puesto que
retenía entre el 50 y el 60 por ciento de los beneficios de la
prostitución a cambio de expedir los preceptivos certificados. Y es
que el mercado del sexo en París era verdaderamente lucrativo: hacia
1870, uno de cada cuatro hombres de la capital acudía a diario a los
prostíbulos. No debemos perder de vista el enorme número de
visitantes que las Exposiciones Universales de 1855, 1867, 1878, 1889
y 1900 atrajeron a la Ciudad de la Luz, convirtiéndola en el
escaparate de la modernidad para todo el mundo. Los turistas se
quedaban maravillados con sus adelantos técnicos, con el
espectacular diseño arquitectónico que imprimió el Barón
Haussmann a sus bulevares y, sobre todo, con el lujo y el glamour
que respiraba la ciudad, rebosante de optimismo y diversiones
nocturnas.
El baile
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Baile en el Moulin de la Galette, Renoir |
Entre esos
entretenimientos figuraban, en primer lugar, los bailes en el Moulin
de la Galette, a las afueras de París, en los que se
mezclaban las clases populares con los señoritos de la ciudad ávidos
de nuevas experiencias. Renoir, Picasso y tantos otros genios inmortalizaron aquella atmósfera de
joie de vivre con pinturas
maravillosas que forman parte de nuestra memoria colectiva.
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Moulin de la Galette, Picasso |
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El Moulin
Rouge en Pigalle, con su descocado can-cán, era uno de los
principales polos de atención de la capital, un atractivo
irresistible para los hombres gracias a las medias y los corsés negros en contraste con las enaguas blancas de las bailarinas, sus gritos
salvajes y las provocativas coreografías, como el galop
infernal a ritmo del Orphée aux enfers (1858) de
Jacques Offenbach, y el grand écart final.
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La Goulue, 1895, Toulouse -Lautrec |
Algunas de las
grandes figuras que actuaban en el Moulin Rouge, como la
Goulue o Jane Avril, han traspasado los siglos gracias a Toulouse-
Lautrec.
En la Guide des
plaisirs de París de 1898 se promocionaba el espectáculo
de este modo tan sugerente: "un ejército de jóvenes muchachas
que está allí para bailar este divino alboroto parisino, con una
elasticidad cuando lanzan su pierna en el aire que nos deja predecir
una flexibilidad moral al menos igual". Con el subrayado
pretendo destacar cuán claro resulta que los hombres consideraban
aquellos espectáculos de baile y music-hall un lugar alternativo
donde buscar amores mercenarios.
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El can-cán se bailaba entonces en figuras individuales, no en línea como ahora. A la izda. el grand écart |
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Los artistas
dejaron en sus obras alusiones veladas a la prostitución que eran
perfectamente reconocibles para el público de la época. Nosotros,
en cambio, precisamos una guía de lectura para descubrir e
interpretar esas pistas ocultas. Probablemente el caso más singular sea La clase de danza (1873) de Edgar Degas. Era el momento de
máximo esplendor de los ballets rusos, con las imperecederas
coreografías de Marius Petipa para la irrepetible música de
Tchaikovski.

Cientos de jovencitas soñaban con convertirse en las
(efímeras) estrellas de estos espectáculos, que mostraban la
anatomía y gracias femeninas de una forma inusitada para aquel
tiempo. Por este motivo no debería extrañarnos que los caballeros
suscribieran abonos a las escuelas de danza para poderse solazar
con la vista de aquellas ninfas y, eventualmente, convertirlas en sus
amantes. Las madres de las hermosas aprendices propiciaban sus
encuentros con aquellos señores acaudalados, que tal vez podrían
asegurarles un porvenir a salvo de la miseria. En el cuadro de Degas
lo que primero atrae la mirada es la escena aparentemente principal,
en la que el maestro de danza dirige la clase apoyado en un bastón para marcar el ritmo. Pero el secreto
inconfesable se encuentra al fondo: uno de aquellos vouyeurs
está abrazando a una bailarina en presencia de su madre, como
rúbrica del pacto de amor retribuido que acaban de firmar.
Cafés, cabarets
y brasseries des femmes
Los pintores
impresionistas, notarios de la modernidad, dejaron un fiel testimonio
de la vida en los cafés. En El bar del Folies-Bergère
(1881), la gran obra final de Édouard Manet, vemos el mágico
efecto reflectante que producía sobre el espejo del salón la luz
eléctrica, una sensacional innovación técnica que entonces muy
pocos establecimientos tenían instalada. El rostro de la bella
Suzon, una de las camareras que trabajaban en el bar, destila
melancolía ante el espectador, mientras que el enorme espejo detrás
de ella nos muestra la escena real: la camarera está escuchando,
entre hastiada y ausente del bullicio que le rodea, la charla de un
cliente tocado con sombrero de copa situado frente a ella, mientras
que, al fondo, a la izquierda, se observan varias demi-mondaines famosas
en la época, vestidas
con sus ropas de colores chillones. Más adelante hablaremos
de esas alegres figuras femeninas.
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Adrien Barrère |
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Otros espacios para
los encuentros clandestinos eran los cabarets artísticos,
como El Chat Noir en
Montmartre, que fue el principal punto de origen de las
vanguardias artísticas parisinas. Allí tocaba el piano Debussy o
componía sus versos Verlaine. Maupassant, Satie y Strindberg fueron
otros de los bohemios que frecuentaron el local. Los clientes podían
disfrutar de sus variados espectáculos-música, teatro de sombras o
circo-, pero también de la discreta intimidad de los reservados.
Durante quince gloriosos años, entre 1881 y 1896, el tout Paris
se dio cita en El Chat Noir, cuya exitosa fórmula sirvió de
modelo para el barcelonés Els Quatre Gats.
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Théophile-Alexandre Steinlen. A la dcha., en 1929 |
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Pero, sin duda, la
forma más ingeniosa y original que los parisinos encontraron para
burlar las reglamentaciones estatales de la prostitución fue la de
las brasseries des femmes, unas
cervecerías atendidas solo por camareras, en lugar de los consabidos
garçons. Llegó a
haber unas 130 de estas brasseries
en París. El fenómeno comenzó con la Exposición Universal de 1867
y, aunque estaba inicialmente orientado hacia el turismo, tuvo un
éxito general fulminante. En estas brasseries
se daban cita escritores, periodistas y pintores, y allí se
organizaron algunos de los clubs más insólitos que vio nacer el
siglo XIX, como los Hydropathes del
Barrio Latino, que se
la tenían jurada al agua.
Una
de las características más peculiares de estas cervecerías era
que, en cada una de ellas, las chicas iban disfrazadas con
vestimentas diferentes. Las había alemanas, españolas, alsacianas,
italianas, zíngaras en el Tambourin...
En otros locales hacían mofa de la religión disfrazándose de
monjas eróticas. En realidad, estos establecimiento eran casas de
lenocinio encubiertas, con las que la Policía de Buenas Costumbres
tuvo una insólita tolerancia. Las camareras no estaban obligadas a
registrarse y, por ende, escapaban a los controles médicos exigidos
a las prostitutas declaradas. No percibían ningún salario sino que
cobraban en especie y, además, debían pagar al dueño-generalmente
políticos que explotaban el negocio a través de testaferros-, una
cantidad para que las contrataran y, adicionalmente, una cuota por
cada mesa asignada. Trabajaban de las 3 de la tarde a las 2 de la
mañana, incitando a los clientes a beber con sus ademanes
seductores.
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Cartel de Ramón Casas, líder de los bohemios catalanes en París |
Además
de las brasseries,
también eran lugares propicios para los encuentros sexuales las
perfumerías, las casas de baño y de masajes y, por supuesto, todo tipo de locales de bebidas, lugar central en la vida de la época.
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Terraza de café por la noche, Van Gogh |
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Café de Montmartre, 1890, Santiago Rusiñol |
Variaciones
sobre un mismo tema
De todo lo anterior
resulta evidente que la tipología de las prostitutas era
variadísima. En la cúspide de la pirámide social se situaban las
más bellas y elegantes cortesanas, que arrastraban a los
ricos a la ruina con sus extravagantes caprichos, como Marie
Duplessis -que inspiró a Alejandro Dumas hijo el personaje de La
dama de las camelias ( 1.848) y a Verdi La Traviatta (1852)-,
o la española Agustina Otero Iglesias, más conocida como la
Bella Otero.

Las cortesanas pueden resultar difíciles de distinguir
de otras figuras cuyos nombres carecen de traducción exacta al
castellano, como son las grandes horizontales, las
cocottes, o las demi-mondaines, como
Liane de Pougy (en la foto a la derecha) o la Odette de Crécy del universo literario de Marcel
Proust. Es muy interesante indagar acerca del origen de esa última
expresión, que procede de "demi- monde", un término
que introdujo Dumas hijo en una novela de 1855 para hablar del mundo
crepuscular de los placeres nocturnos. Era como un reflejo
distorsionado de la realidad diurna en el que quedaba al descubierto
el escándalo y la falsedad escondidos tras la apariencia de las
buenas costumbres. Industriales, banqueros y otros caballeros
pudientes hacían gala públicamente de su virilidad instalando a sus
mantenidas en apartamentos lujosos y costeando su caro tren de vida,
que incluía cubrirlas de joyas y exhibirlas en espectáculos como
las carreras de caballos y en los restaurantes de moda, aunque
también en los salones parisinos. A menudo las demi-mondaines
tenían un amante principal y otros secundarios. Es un ambiente que
retrata muy bien la película Gigi (1958) de Vincente Minelli,
basada en una novela corta de Colette.
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El palco, Anglada-Camarasa |
Indudablemente los palcos de
los teatros y de la ópera o los bailes de máscaras eran los
escaparates más buscados por las cortesanas para lucirse- marcando
tendencias en moda que eran muy imitadas-, y atraer a nuevos clientes
cada vez más poderosos, hasta que los estragos del tiempo o las
enfermedades venéreas las arrojaban para siempre de su inestable
posición en la cumbre. Las más afortunadas conseguían disimular
su borrascoso pasado gracias al matrimonio. La tortura de Swann en En
busca del tiempo perdido era imaginarse la vida de lujuria de
Odette de Crécy antes de conocerlo.
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El Liceo, 1901, Ramón Casas |
Escalones más
abajo de estas prostitutas de lujo se situaban las bailarinas del
Moulin Rouge y otros cabarets, junto con las cantantes
y actrices; después venían las prostitutas ocasionales y,
finalmente, las chicas que hacían la calle. Se trataba de un
fenómeno social realmente muy diverso y de proporciones
verdaderamente asombrosas, que resulta clave para interpretar la
salud mental y moral de la sociedad francesa del siglo XIX, y, por
extensión, la de aquella Europa neurótica que psicoanalizó Freud.
No es casualidad que este publicara, al borde del fin de siècle,
sus Estudios sobre la histeria (1895),
en los que
ponía de manifiesto las
traumáticas consecuencias que producía sobre la mujer la absoluta
represión sexual que encorsetaba sus instintos.
Una ambigua zona
gris
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Cruzando la calle, Boldini. Nosotros solo vemos a una bella joven atareada. Ellos veían una posible prostituta |
La inclusión en el
mundo de la noche de prostitutas solo "a tiempo parcial",
como lavanderas, floristas, camareras, bailarinas y actrices, generó
una indefinida zona gris entre la mujer respetable y la meretriz, lo
que a la larga acabó fracturando el rígido sistema de valores de la
época. Algunas celebridades del mundo del espectáculo, como Sarah
Bernhardt, Lola Montes o Mata Hari, no dudaban en prostituirse cuando
andaban escasas de dinero o por pura afirmación de sus deseos.
Probablemente les atraía no solo la vida de lujo y placer frívolo
que acompañaba la prostitución sino, sobre todo, escapar de las
rígidas convenciones sociales impuestas sobre el sexo femenino, una
apuesta desafiante contra los valores de la sociedad bien pensante,
como Manon Lescaut (1753), una misógina fábula
moralista del abate Prevost, que causó un enorme escándalo.
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En el Moulin de la Galette, Ramón Casas |
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Retrato de Suzanne Valadon, Toulouse -Lautrec |
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La bebedora de absenta, Picasso |
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La bebedora de absenta, Degas |
Un
lugar muy demandado para las chicas que hacían la calle eran las
terrazas de los cafés. Al caer la tarde se sentaban con una copa de
absenta en la mano, a esperar que se encendieran las luces de gas,
hora que coincidía con el cierre de las tiendas en que tenían su
empleo las prostitutas ocasionales.
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Boulevard de Montmartre, 1874, Camille Pissarro |
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L´Attente, Jean Béraud |
A partir de este momento estaban
autorizadas para los encuentros con sus clientes. Flaubert escribió
que cuando las lámparas de gas se reflejaban en los espejos y en las
mesas de mármol, le gustaba pasear por los bulevares para ver a las
mujeres, especialmente a las prostitutas.
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El café en la terraza, 1890, Ernest Ange Duez |
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Mujer en una terraza de café por la tarde, 1877, Degas |
Durante
el día podía resultar difícil, en las calles y locales
públicos, descubrir si se trataba de una mujer decente o una
prostituta. A los hombres les encantaba jugar a adivinar su
disponibilidad sexual. Algunos detalles podían resultar reveladores,
como una mirada directa, un lunar pintado en la cara, una falda un
poco más corta de lo que mandaba la decencia que dejaba el tobillo
al aire, fumar o estar sentada sola en un café. Ninguna mujer honesta se
atrevería a hacerlo sin una carabina. Ramón Casas, sin embargo, pinta a una mujer
emancipada, que se atreve a leer y escribir, y que se sienta sola al
aire libre sin miedo a la opinión masculina. era una
auténtica invitación al cambio.
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Au plein air, R. Casas |
El artista en el
burdel
Los prostíbulos
eran una zona franca libre de prejuicios, un mundo en colores fuertes
que contrastaba abiertamente con el monótono gris de la decencia
burguesa. Frente a las vestimentas severas y los colores fríos y
oscuros, las prostitutas atraían a los clientes con el reclamo de
los maquillajes excesivos, los vestidos de colores alegres y diseños
atrevidos, las gasas y los terciopelos suntuosos. También los
hombres en el burdel dejaban temporalmente de lado los
convencionalismos. En aquel ambiente podían compartir diversiones de
igual a igual con las mujeres, algo impensable para el canon burgués
de comportamiento Los intelectuales, escritores y artistas, fieles
visitantes de estas casas, encontraban allí una atmósfera más
relajada, que ponía entre paréntesis, siquiera fuese por un corto
espacio de tiempo, el mundo exterior con su asfixiante ética.
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Salón en la Rue des Moulins, 1894, Toulouse-Lautrec |
En los
salones de los burdeles podían verse tableaux vivants de
mujeres desnudas. en posturas sugerentes y con ropas sutiles,
expuestas a la mirada masculina, en espera de ser escogidas. Pero los
artistas acudían, tanto o más que para disfrutar de los encantos de
aquellas bellezas fáciles, en busca de inspiración. El conde de
Toulouse-Lautrec compartió su vida con las meretrices entre 1893 y
1894 y encontró entre ellas, y en el alegre y colorido mundo del
cabaret, el respeto y el trato humanitario que le negaba la
aristocracia de la que procedía. Su talento atormentado hizo de ello
la clave para el éxito de su obra artística. Supo retratarlas con
su verdadera individualidad, no como víctimas o ni como seres
degradados, los dos extremos entre los que osciló su representación
en la pintura de la época.
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Mi muy admirado Toulouse-Lautrec |
Dalí, un habitual del famoso Le
Chabanais, decía que su ambiente le resultaba idóneo para
recopilar ideas. Los lupanares eran entonces el hogar donde habitaban
las musas lascivas, el lugar perfecto para encontrar modelos para los
desnudos femeninos, que dejaron de ser diosas para convertirse en
mujeres de carne y hueso, lo que explica el escándalo que producían
aquellos cuadros entre los contemporáneos, como el Almuerzo sobre
la hierba (1863) y la Olympia (1863)
de Manet.

Es poco conocido que la modelo que posó para este
impactante lienzo, Victorine Meurent, era una pintora. El revulsivo
para el público de la época no fue tanto su desnudez sino la
descarada forma de mirar de frente y directamente a los ojos del
espectador, algo que ninguna mujer decente debería hacer. Olympia se
mostraba dueña de su cuerpo, y esto era algo que la sociedad de la
época no podía tolerar. Ojalá que conociéramos a Victorine menos
por este cuadro que por sus propias obras como artista, pero tampoco
se permitía fácilmente a una mujer invadir el espacio creador, casi
divino, que se habían reservado los hombres.
Los burdeles fueron
también la fuente de inspiración para una nueva paleta colorista
que transformó radicalmente la historia de la pintura occidental.
Las chicas del prostíbulo en la calle Avignon de Barcelona, con su
intenso maquillaje, su desnudez hierática y provocativa y sus
posturas forzadas, ofrecieron a Picasso, en 1904, la oportunidad de
dar un vuelco definitivo a la historia de la pintura, al plasmar a
las desencajadas modelos como si portaran pintorescas máscaras
africanas. Antes Picasso ya había estudiado en París el problema
social de la prostitución. Con la meticulosidad propia de un
sociólogo, visitó y dibujó a las prostitutas encerradas en el
hospital de Saint-Lazare. Sus caras deformadas por los excesos y la
enfermedad fueron la inspiración para su periodo azul, plagado de
mujeres tristes entre sombras, como vírgenes ajadas.
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Madre e hijo, 1902, Picasso |
Pero la
prostitución precipitó algo más que una revolución estética: los
intelectuales encontraron en estos mundos cerrados una sociedad al
otro lado del espejo, con una filosofía de vida y un sistema de
valores inversos que, poco a poco, puso patas arriba los cimientos de
la estrecha moral dominante. Realmente no hubo ningún gran autor o
artista de la época que no abordara el fenómeno de la prostitución
en su obra.
Ritos de paso
En contra de la
igualdad entre los sexos que fomenta nuestro sistema educativo, en el
siglo XIX existía una rígida separación de los mundos femenino y
masculino, enfrentados por modelos de conducta totalmente opuestos.
La mujer aparecía a los ojos del varón como una desconocida que lo
atemorizaba. Por el contrario, las jóvenes de vida fácil allanaban
el camino hacia la mayor de las intimidades solo a cambio de dinero.
Frank Kafka escribió: “tengo tanta necesidad de buscar a alguien
para tener siquiera un roce amable, que ayer estuve en un hotel con
una prostituta”.
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El cliente, Jean Louis Forain |
La estricta
separación entre los sexos, y la inflexible exigencia de pureza
prematrimonial en la mujer, convirtió también a los lupanares en
una pieza social clave a través de los ritos de iniciación
masculina. Solían tener lugar a los 18 años, momento en que los
padres llevaban a sus hijos para que aprendieran cómo comportarse en
su noche de bodas. Las prostitutas se hacían cargo del joven como
guías expertas en las artes amatorias, mientras el padre esperaba en
el piso de abajo tomándose una bebida. Aquellas mujeres, pacientes
con la torpeza y la precipitación de los primerizos, oficiaban como
auténticas sacerdotisas de un rito profano. El profesor Adrien
Proust animó a ir al burdel a su hijo Marcel, que hizo de la
experiencia un relato hilarante: "tenía tal necesidad de
conocer a una mujer para acabar de una vez con mis detestables
hábitos de masturbación, que papá me dio 10 francos para acudir a
un burdel", escribió Marcel a su abuelo, añadiendo que, de la
emoción, había roto un orinal cuyo importe le exigían, motivo por
el cual precisaba el envío de dinero con toda rapidez: “esta es
la razón de que necesite 10 francos para satisfacer mis necesidades,
además de otros tres para restituir el orinal”.

Marcel Proust, un
habitual del inframundo parisino más elegante, encontró en los
prostíbulos casi toda la información necesaria para escribir su
magna obra, En busca del tiempo perdido. Allí pasaba largo
tiempo charlando en franca camaradería con las meretrices, que
tantos secretos conocían sobre la buena sociedad. Al llegar, Proust
pedía que le asignaran al menos dos o tres pupilas, que se sentaban
a su lado. Mientras bebía un poco de leche, se enzarzaba con ellas
en interminables charlas sobre sus clientes. También acudía a un
local de prostitución sólo para hombres, conocido con el nombre de
"El Templo de la Impudicia". Para él, aquel mundo
alternativo encerraba los datos que tanto codiciaba sobre la vida
disoluta de la aristocracia y las cuestiones relacionadas con la
genealogía y la etiqueta social, hasta el punto de considerar a sus
informadoras un Gotha viviente, el famoso almanaque de las rancias genealogías nobiliarias europeas.
Una clientela
muy variopinta
Los prostíbulos,
con sus ventanas cerradas y la discreción de las madames, se
convirtieron en un oscuro y atrayente no-lugar donde dar rienda
suelta a los deseos más inconfesables. Aun bajo secreto, la
prostitución formaba parte constitutiva de la vida social de la
época: los señores respetables, los jóvenes acomodados, los
estudiantes, los artistas y los bohemios, compartían lo que
podría calificarse como una democracia prostibularia. Los burdeles
resultaban también un espacio de diversión alternativo a los
salones mundanos, especialmente los más elegantes, como el Sphinx
o Le Chabanais. Quienes podían permitirse sus precios,
disfrutaban allí de un ambiente refinado, contemplando aquellos
cuerpos lujuriosos que, entre cálidos terciopelos, invitaban al amor
multiplicados en grandes espejos, con excelentes menús servidos en
cuberterías de plata y en la agradable compañía de chicas que
dedicaban todo su tiempo a acicalarse. En ese relajado ambiente los
potentados se consolaban de las muchas preocupaciones que a diario
les acarreaba el incansable amontonar dinero. Las madames recibían a
aquellos plutócratas tratándolos con gran respeto y, sobre todo,
garantizando el anonimato que necesitaban para poder mantener su
fachada de respetabilidad social.
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Baile en la ópera de parís, Henri Gervex |
Los casados constituían la mayoría
de los clientes de los burdeles, ya que se entendía que esa
actividad vergonzante era una salida adecuada para evitar algo
muchísimo peor: el adulterio y los hijos ilegítimos, que carecían
de existencia a los ojos de la sociedad. Pero no nos engañemos:
aunque hombres y mujeres eran víctimas por igual de aquel sistema
social opresor, la asimetría entre ambos sexos era abismal. El
hombre podía disfrutar de los placeres efímeros sin ninguna mancha
en su reputación. El siempre introspectivo Kafka escribió: “ la
satisfacción del deseo me parece en el fondo algo inocente y no me
deja casi ningún remordimiento”. Todo lo contrario, el hombre
ganaba prestigio social con aquellas escaramuzas nocturnas, mientras
que la mujer que cometía el menor desliz en su comportamiento era
arrojada sin contemplaciones del mundo de la decencia. Para ello no
hacía falta más que la sombra de una sospecha.
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Jean Béraud |
Esplendor y
miseria de la prostitución
El predominio de la
capital del Sena en el escenario europeo fue tal que convirtió al
francés en la lengua de la alta cultura durante todo el siglo XIX.
Pero quizá debería hacernos reflexionar que los extraordinarios
monumentos que tanto nos admiran en la capital del país vecino se
financiaron, en parte, con los impuestos derivados de la degradación
física y moral de incontables mujeres. Muchas jóvenes que soñaban
con un meteórico ascenso social se vieron atrapadas en las
inexorables redes de un mundo sórdido e infamante, como la Nana
(1880) de Émile Zola. El sueño del lujo y la molicie era un
espejismo porque la mayor parte de las prostitutas cobraba poco y
trabajaba en condiciones cercanas a la esclavitud. Salvo para las
afortunadas que exhibían sus encantos en burdeles de lujo, que disfrutaban de un ritmo de trabajo mucho más pausado (tres
clientes por día y solo dos los domingos), las demás se veían
obligadas a atender a un elevado número de clientes cada día sin la
necesaria higiene ni privacidad, sometidas a la violencia de la
mirada masculina como si fueran fieras encerradas en un zoo humano.
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Cafe concert, 1877, Degas |
La actitud de las
autoridades y la sociedad francesa, que había sido tan tolerante
hacia la prostitución, cambió a principios del siglo XX por los
serios problemas sociales entonces existentes, como las bajas tasas
de natalidad, la preocupación acerca de la degeneración moral del
país, los altos niveles de alcoholismo y las temibles consecuencias
de la sífilis.
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La Bella Otero |
Los
fotógrafos tenían prohibido realizar fotografías dentro de los
burdeles, porque la venta de esas foto fotos era ilegal, de manera
que sólo nos queda como documento de la época la visión del
fenómeno por los pintores y escritores. Evocando el conocido título
de una obra de Balzac, una exitosa exposición en el Museo d ´Orsay
nos recordaba el esplendor y miseria de la prostitución en el siglo
XIX a través de pinturas y fotografías. Pudo verse en París
hasta enero de 2016.
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Agustina Segatori, Van Gogh |
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Young Woman at a table, Toulouse Lautrec |
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En el café Hartcourt de París, 1897, Henri Evenpoel
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Fuentes
consultadas:
-Scaraffia,
Giuseppe: Señoras de la noche.
Editorial Antonio Machado Libros, 2015.
-García Martín,
Pedro: La clase de danza de Edgar Degas. Revista Descubrir
el Arte. Septiembre 2015.
-
Moline, Jean: Pintores catalanes en
Montmartre (1880-1900). Revista
Electrónica de Estudios Filológicos.
Web. 13-11 2015.
-Sciolino,
Elaine: “Splendor
and Misery: Images of Prostitution”, Captures a Profession in Paris
through Artists ´Eyes.
21-9-2015. The New York Times. Web. 4-11-2015.
-
Vassor, Bernard: Les
brasseries de femmes, ou brasseries a femmes. Web.
-Willsher,
Kim:Cocottes,
courtesans and sex in the city: Paris celebrates art of the
demi-monde.
The Guardian. 19-9-
2015.Web.4-11-2015.
-Willsher,
Kim: Monet,
cabaret and absinthe: Paris yearns for” la belle époque.
The Guardian. 15-2-2014. Web. 4-11-2015.
-
Splendor and Misery: Images of Prostitution.
Museo d´Orsay. Web. 4-11-2015.
-
Can-can.
Wikipedia. Web.16-11 2015.
-Demi-mondaine.
Wikipedia. Web. 19-12-2015.
-Histoire
de la prostitution en France.
Wikipedia. Web. 23-11-2015.
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La parisién, Louis Vallat |
Una buena aproximación a la prostitución y un tratamiento amplio y diverso, que nos hace recordar los papeles prescritos de la mujer en gran parte de las sociedades: o circunscrita a la casa - el gineceo - o en la calle, siendo "mujer pública", sin solución de continuidad hasta hace bien poco. Al leer la entrada, no podía dejar de pensar en la antigua Grecia y sus hetairas, una salida para aquellas mujeres que tenían inquietudes de ir más allá de la vida interior y ser una moneda de alianzas entre la familia paterna y la familia del marido. Era una posibilidad de tener "una habitación propia" - vuelvo a Virginia Woolf - e incluso acceso a lecturas y a tratar con intelectuales de los que podían aprender. También existían las "pornoi",en un plano más económico y con menos aspiraciones.
ResponderEliminarEn el fondo de la cuestión sigue latiendo la idea de Levi- Strauss de las mujeres como elemento intercambiable para el establecimiento de alianzas; la mujer cosificada y convertida en un valor de cambio, sin tener oportunidad de decidir acerca de su futuro.Si a esto le añadimos el tratamiento de la sexualidad en nuestra cultura, como un mundo íntimo y escondido, prescrito por la religión al matrimonio, las mujeres quedan divididas entre las que se someten a los designios del varón (padres o maridos), y aquellas que están fuera, estigmatizadas, pero la vía de escape de los deseos y fantasías del varón, una vez más cosificadas, usadas y dejadas una y otra vez.Sin embargo, y tal como señalas, el reconocimiento de su labor, su información y su posibilidad de vivir a su manera, ha sido resaltado por infinidad de artistas, pintores o novelistas que han dado a conocer unos personajes entrañables, y en gran parte de los casos, subrayan su gran corazón.
Felicidades por la entrada, muy bellamente ilustrada. Después de leer esto, el "barrio rojo" de Amsterdam me parece un carrusel.
ResponderEliminarTuvimos como guía del Barrio rojo de Amsterdam a un Salesiano. Nos entristeciò, no el Salesiano, que era bastante jovial, cuidaba la parroquia a la que acudían las católicas y nos ilustró sobre la sociología de aquel circo, como espejo de todas las guerras mundiales...
ResponderEliminarIba a escribir "cómo hemos cambiado", pero he recordado la impresiòn que me causó mirar desde una ventana de la Rue Courcelles a las que hacían la esquina, instruido en ello por el magnífico Monsieur Goutal. A principios de los 70, algo impensable aquí.
Y he pensado en el inmenso escaparate de la Red, mostrador de carnaza sin corazón y placer sin alma.
Un mundo sórdido sin duda también aquél, envés de la hipocresía machista, que puede resplandecer sublimado únicamente gracias al arte y al genio de los artistas.
Luego he pensado en la gracia de Irma la Dulce, y se me ha alegrado la cara.
Mil gracias por sus reflexiones, José. No se me ocurre un comentario mejor traído. A mí también me pareció el Barrio rojo un zoo humano. En un reciente viaje a Amsterdam el guía nos dio todo lujo de detalles con la fría impasibilidad de un entomólogo en visita guiada por un mariposario.
EliminarMi amigo Jose Ignacio me ha enviado este precioso comentario, que le agradezco de todo corazón:
ResponderEliminar"He leído tu artículo sobre la prostitución en París en el siglo XIX: ¡magnifico! Ignoraba que tantos cuadros de escenas de la vida de Paris, aparentemente inocentes, retraten las idas y venidas de las prostitutas de la época. Sigo admirando tu estilo al escribir. Consigues decir fácilmente lo que, como en este caso, podría ser engorroso y sales airosamente de los pasos más complicados. Describes con tanta viveza los lugares y las situaciones que parecería que has viajado en el tiempo hasta allí y nos contaras tus impresiones. Supongo que no habrá tantas imágenes del Madrid de esa época. Me pregunto si te animarías a intentarlo. Es un retrato tan vivo y tan real que merece la pena. Felicidades otra vez más, eres única".
¡Qué estupendo artículo! felicidades y muchas gracias por ponerlo a la disposición de los lectores.
ResponderEliminarTe agradezco muy sinceramente tu comentario. Es un gran estímulo para intentar seguir haciendo las cosas bien.
EliminarAdemás de disfrutar con la lectura del artículo, maravillosamente escrito y documentado, y de contemplar con gusto las bellas ilustraciones que lo adornan, me ha enseñado montones de cosas que no sabía acerca de su historia como fenómeno social. También yo pensé con esa protolegalización de la prostitución en París en el Barrio Rojo de Amsterdam y, como mucha gente, pensé que era una visita poco afortunada a la que no sé por qué demonios los tours operators siguen considerando esencial en la visita a la ciudad. No me gustó esa exhibición en los escaparates de chicas que, a veces, me parecían insultantemente jóvenes y que me transmitían un no sé qué de tristeza que helaba mi corazón que me hizo preguntarme qué coño hago yo aquí y todos estos gilipollas que hay a mi alrededor. Seguro que debe haber otros medios de dignificar a esas mujeres que ejercen la prostitución y debería de convertirse en un reto de primera necesidad, dado que no parece que su prohibición o la persecución a la clientela sean medidas efectivas. Mientras no se acabe con las redes internacionales de mercado de personas que resulta tan lucrativo, sólo se estarán poniendo parches en el casco del Titanic. Gracias, Encarna, por hacernos reflexionar con tus estupendos artículos.
ResponderEliminarBueno, esta entrada la pensé en su día para dedicársela a mi amiga María Poza. Para mí ella era una figura tan grande que al final no me atreví a hacer la dedicatoria. María ya no está con nosotros pero ella fue la fuerza motriz para este trabajo. In memoriam 2020.
ResponderEliminarImpresionante artículo. Me ha fascinado, por lo que mis más sinceras felicitaciones. Obras maestras del arte que recogen como fotografías ese recorrido histórico. Y es que no hay que engañarse, la prostitución siempre ha estado presente en la historia del ser humano. No podemos negarlo.
ResponderEliminarUn post genial. Saludos y gracias por compartir!
Maravillosa entrada Encarna! El estilo narrativo empleado para el tratamiento del tema no puede ser más funcional y a la vez tan hermoso!!. Suscribo las palabras que te dedica tu amigo José Ignacio. Felicidades.
ResponderEliminarLas ilustraciones me han llevado de nuevo a muchas de las obras impresionistas que pude visitar en el Museo D' Orsay hace unos años. Mi recuerdo visual está casi intacto de " Olimpya" , " El almuerzo sobre la hierba" Manet, " La clase de baile", Degas..... y tantos otros paisajes urbanos impresionistas..........Efectivamente, creo que en Olimpya se resume la mirada de los artistas decimonónicos hacia el mundo de la prostitución que de forma tan escelente has tratado. Esa Venus recostada a la manera de las pinturas renacentistas, pero aquí el rostro es el de una prostituta común a la que el pintor pone rostro, lo individualiza. Los artistas volvieron su mirada hacia todas esas minorías, hacia esas mujeres que sufrieron situaciones continuadas de abusos y explotación en el contexto de una sociedad que nunca las permitió desarrollar una existencia a la altura de sus sueños o sus deseos.
Y cómo has aludido a los paseos nocturnos de G. Flaubert , no puedo dejar de mencionar una de mis novelas favoritas : Madame Bovary.
Citas también a mi adorado Kafka, Prouts.... Una delicia, en suma.
En fin...Toda la entrada me ha deslumbrado. Muchas gracias . Un abrazo
Interesante el artículo. Yo busco muy especialmente los burdeles elegantes en el cine, aquellos lugares de rituales y de bella decoración, al estilo de Kubrick en "Ojos Bien Cerrados". Y una escena muy corta en la película española "La Vampira De Barcelona": Teatralidad y arte que dignifican a estos lugares. Gracias.
ResponderEliminarPor suerte descubrí su excelente artículo. Me encanta la originalidad de la aproximación a la prostitución. Felicitaciones.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por su comentario. Siempre agradezco profundamente a los lectores el tiempo que dedican a mis pequeños trabajos y, más aún, cuando lo comentan. Un saludo.
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