LOCAS EN EL LABORATORIO: "El papel pintado amarillo" de Charlotte Perkins Gilman
Seguimos
con la reflexión antropológica acerca de ciencia y literatura. En
la primera entrada de esta serie abordábamos la figura del monstruo
y su problemática relación con su creador, un científico
soberbio que desafía a Dios pretendiendo suplantar su papel. Éste
es un elemento estructural que se encuentra presente del mismo modo
en las entradas dedicadas a los androides y los robots, en
Blade runner y Metrópolis. Pero existe un segundo hilo
conductor que relaciona a los monstruos y a los robots, en cuanto que
unos y otros son dobles deformados, ya sea de sus propios
creadores (Frankenstein, Mr. Hyde, el Hombre invisible) o de otro
personaje de la historia (la mujer perversa y el ángel del hogar en
Metrópolis). En todas las obras examinadas hemos podido atisbar igualmente un nuevo espacio, el laboratorio, en el
que se hicieron realidad las fantasías y temores más acendrados de
la sociedad occidental en el siglo XIX, como reacción a los peligros
del tecnocientifismo. Existía una actitud ambivalente ante los
asombrosos avances de la ciencia, pues atemorizaba su potencial
destructivo y, en particular, la teoría de la evolución se percibía
como un enorme desafío para la ideología tradicional. En esta nueva
entrada pretendemos dar otra vuelta de tuerca a esa idea del
laboratorio como lugar antropológico: ¿y si, en lugar de
limitarse a ser un dominio espacial acotado, la propia sociedad se
hubiese convertido en un gigantesco laboratorio, en un espacio
totalmente medicalizado en el que experimentar con los cuerpos y las mentes de las mujeres, hasta convertirlas en dobles monstruosos de
los hombres? Para reflexionar sobre la cuestión vamos a rescatar
la figura del doble, esta vez una prisionera en el manicomio que
realmente era la opresora sociedad patriarcal de fin de siglo. Y lo
vamos hacer de la mano de una espléndida pero un tanto desconocida
autora, Charlotte Perkins Gilman (1860-1934), con su
obra El papel pintado amarillo (1891).
The
Yellow Wallpaper
Este
relato cuenta la terrible historia de una mujer que, aquejada de una
depresión postparto, pasa un verano en una solitaria mansión
colonial como parte de su tratamiento curativo. La protagonista está
casada con un médico que, sin atender a su voluntad, escoge
esa casa sombría y se empeña en confinarla en una horrible habitación durante tres largos meses. Para ello se ampara en su
doble autoridad de esposo y médico. A la nerviosa protagonista le
exaspera aquel cuarto enrejado y el horroroso papel amarillo de sus
paredes. Pero, sobre todo, le causa una enorme desazón no poder
escribir, pues la esencia de su cura es el reposo intelectual y una
soledad absoluta. Su aversión al papel pintado amarillo es, en
realidad, un síntoma físico, la somatización del tremendo malestar
que esa terapia le produce y que no se atreve a reconocer a nivel
consciente. En un arranque de rebeldía, la protagonista, que es
también la narradora de la historia, decide llevar secretamente un
diario porque siente alivio al expresar sus conflictivos
pensamientos. Constantemente vigilada por su esposo y por la hermana
de este, y alejada de su hijo recién nacido, sola y sin nada que
hacer, llega a obsesionarse con las extrañas volutas que observa en
el tapiz amarillo de la pared. Presa de alucinaciones cada vez más
intensas, intuye que esas líneas sinuosas las mueve una figura de
mujer que está atrapada dentro del papel pero que logra escaparse
por las noches, aunque sólo consigue andar arrastrándose. En su
irreversible avance hacia la demencia, la protagonista descubre a
otras muchas mujeres prisioneras del papel amarillo y, cuando su
estancia en la casa encantada está a punto de acabar, y ya
totalmente enajenada, arranca salvajemente el papel de la pared para
liberarlas.
La
Nueva Mujer y la sociedad medicalizada
Ese
cuento causó extrañeza cuando fue publicado en 1891. Un médico
opinó que su lectura era capaz de trastornar a cualquier persona,
mientras que otro lo consideró la mejor descripción de la locura
que jamás había leído. No debe extrañarnos porque la propia
autora había sufrido en sus carnes esa desasosegante terapia del
encefalograma plano y que, no casualmente, sólo se experimentaba con el género femenino. Hacia 1880-1890 una oleada de feminismo recorrió el
mundo occidental, instalando en la mente de muchas mujeres la ilusión
de una vida independiente del control patriarcal, más plena y
creativa. El resultado fue la aparición de la New Woman, que
se ponía como meta la mejora en su educación, el acceso al trabajo,
la libertad de decidir su destino, el fin del oprimente corsé…
Esas legítimas aspiraciones no tardaron en chocar con el rechazo
social. El resultado fue una auténtica epidemia de desórdenes
nerviosos en estas mujeres, disociadas entre sus expectativas vitales
y las escasas posibilidades de realizarlas. La anorexia, la histeria,
la neurastenia… producto de tal confrontación, llenaron los
consultorios y los manicomios de pacientes mayoritariamente del sexo
femenino. Como revela Elaine Showalter en su revolucionario ensayo
The Female Malady (1981),
la psiquiatría de la época, de corte darwinista, interpretó esa insania mental femenina como la regresión a
un periodo evolutivo anterior de la humanidad, como si la mujer
volviese, por su naturaleza instintiva, a la fase primitiva a la que
en realidad pertenecía y de la que no podía salir, en contraste con el hombre, siempre
mentalmente más avanzado. El elemento de comparación era el ideal victoriano de feminidad pero el problema no se limitaba a Inglaterra. También en Norteamérica la salud del cuerpo político se hacía depender de la estabilidad del núcleo familiar, pues se entendía que su disolución podía ocasionar la muerte del estado. Ello justificaba el sacrificio de ser un espejo de virtudes impuesto a la esposa en bien de su marido, de los hijos y de un ideal político más elevado. Por supuesto, esa renuncia, esa disciplina ética, solo se exigía a la mujer. En El papel pintado amarillo la autora satiriza la hipocresía escondida en ese doble estándar moral. El esposo la abandona para pasar cada vez más noches en la ciudad, y la ingenua protagonista cree ciegamente que ello es debido a que tiene muchos casos médicos que atender.
Para comprobar la tortuosa relación entre el darwinismo y la visión fin de siècle de la enfermedad mental femenina, conviene repasar algunos aspectos de la idea de mujer vigente entonces en la sociedad occidental. En El origen del hombre (1871), Darwin había afirmado la superioridad del varón sobre la mujer, en energía e intelecto, por su mayor capacidad para el arte, la ciencia y la filosofía, mientras que la mujer destacaba en intuición, percepción e imitación por su metabolismo pasivo y menos energético, lo que la situaba en un escalón evolutivo más bajo. La medicina de la época, exclusivamente ejercida por hombres, afirmaba que la gran cantidad de energía que el cuerpo de la mujer emplea en la menstruación impedía su desperdicio en actividades intelectuales. Incluso se pensaba que éstas podían causar epilepsia o un shock mental a las mujeres, o producir daños irreparables a su capacidad reproductora debida a la atrofia de los senos y la esterilidad. Desde la prejuiciada visión de la ciencia médica de entonces, estas mujeres liberadas se convertían en seres monstruosos: en su deseo emancipador, no llegaban a convertirse en hombres pero tampoco podían ya cumplir la función que la naturaleza les había encomendado. La solución era confinar a la mujer, con el pleno respaldo científico, a unos estrechos roles de género que la identificaban con sus órganos reproductivos. Su trabajo debía ser, exclusivamente, la maternidad y el hogar, y el sacrificio en interés del varón. A las que se atrevían a discutir el poder patriarcal las encerraban en asilos e instituciones mentales. La solución para la histeria, como se la conocía en Europa, o la neurastenia, nombre que recibió en América, pasaba por un abandono radical del trabajo intelectual, con sumisión total a la autoridad del Doctor, representante por antonomasia del género masculino. El ejemplo más famoso de esa terapia fue el desarrollado, tras la guerra civil americana, por el distinguido neurobiólogo norteamericano Silas Weir Mitchell. Consistía en aislar a la paciente de su familia y amigos-sus redes de apoyo- y someterla a masajes, electricidad, descanso y dieta. Si este sistema fallaba, la solución a la resistencia pasaba por ingresar a la mujer en una clínica para asegurar su inmovilidad total y su alimentación forzada. Con ello se pretendía garantizar la ciega obediencia a la figura del médico carismático y dictatorial. Las pacientes rebeldes quedaban así infantilizadas y se las reeducaba para provocar en ellas una suerte de renacimiento espiritual. Este sistema empezó a aplicarse también en Inglaterra en la década de 1880 y Dios sabe cuántos trastornos causó o agravó a un lado y otro del Atlántico. Tal fue el caso de la escritora Charlotte Perkins Gilman quien, tras tres meses de tratamiento en los que sólo se le autorizaban dos horas de lectura al día y, sometida el cruel imperativo de no volver a escribir jamás, llegó al borde de la demencia. La autora contó su traumática experiencia en The Yellow Wallpaper aunque magnificándola en su parte final pues ella, por suerte, no llegó a padecer alucinaciones y fue capaz de poner fin a aquel castrador experimento. De hecho, en el cuento se menciona al propio doctor Mitchell y, en su autobiografía, publicada en 1931, Charlotte confesó que su intención al escribir esta dramática historia fue ayudar a tantas mujeres que habían padecido un tormento semejante y obligar a Mitchell a cesar en aquel despropósito. Para ello le envió una copia de su relato y, de hecho, consiguió que su “verdugo” dejara de aplicar la tortura del reposo mental.
Para comprobar la tortuosa relación entre el darwinismo y la visión fin de siècle de la enfermedad mental femenina, conviene repasar algunos aspectos de la idea de mujer vigente entonces en la sociedad occidental. En El origen del hombre (1871), Darwin había afirmado la superioridad del varón sobre la mujer, en energía e intelecto, por su mayor capacidad para el arte, la ciencia y la filosofía, mientras que la mujer destacaba en intuición, percepción e imitación por su metabolismo pasivo y menos energético, lo que la situaba en un escalón evolutivo más bajo. La medicina de la época, exclusivamente ejercida por hombres, afirmaba que la gran cantidad de energía que el cuerpo de la mujer emplea en la menstruación impedía su desperdicio en actividades intelectuales. Incluso se pensaba que éstas podían causar epilepsia o un shock mental a las mujeres, o producir daños irreparables a su capacidad reproductora debida a la atrofia de los senos y la esterilidad. Desde la prejuiciada visión de la ciencia médica de entonces, estas mujeres liberadas se convertían en seres monstruosos: en su deseo emancipador, no llegaban a convertirse en hombres pero tampoco podían ya cumplir la función que la naturaleza les había encomendado. La solución era confinar a la mujer, con el pleno respaldo científico, a unos estrechos roles de género que la identificaban con sus órganos reproductivos. Su trabajo debía ser, exclusivamente, la maternidad y el hogar, y el sacrificio en interés del varón. A las que se atrevían a discutir el poder patriarcal las encerraban en asilos e instituciones mentales. La solución para la histeria, como se la conocía en Europa, o la neurastenia, nombre que recibió en América, pasaba por un abandono radical del trabajo intelectual, con sumisión total a la autoridad del Doctor, representante por antonomasia del género masculino. El ejemplo más famoso de esa terapia fue el desarrollado, tras la guerra civil americana, por el distinguido neurobiólogo norteamericano Silas Weir Mitchell. Consistía en aislar a la paciente de su familia y amigos-sus redes de apoyo- y someterla a masajes, electricidad, descanso y dieta. Si este sistema fallaba, la solución a la resistencia pasaba por ingresar a la mujer en una clínica para asegurar su inmovilidad total y su alimentación forzada. Con ello se pretendía garantizar la ciega obediencia a la figura del médico carismático y dictatorial. Las pacientes rebeldes quedaban así infantilizadas y se las reeducaba para provocar en ellas una suerte de renacimiento espiritual. Este sistema empezó a aplicarse también en Inglaterra en la década de 1880 y Dios sabe cuántos trastornos causó o agravó a un lado y otro del Atlántico. Tal fue el caso de la escritora Charlotte Perkins Gilman quien, tras tres meses de tratamiento en los que sólo se le autorizaban dos horas de lectura al día y, sometida el cruel imperativo de no volver a escribir jamás, llegó al borde de la demencia. La autora contó su traumática experiencia en The Yellow Wallpaper aunque magnificándola en su parte final pues ella, por suerte, no llegó a padecer alucinaciones y fue capaz de poner fin a aquel castrador experimento. De hecho, en el cuento se menciona al propio doctor Mitchell y, en su autobiografía, publicada en 1931, Charlotte confesó que su intención al escribir esta dramática historia fue ayudar a tantas mujeres que habían padecido un tormento semejante y obligar a Mitchell a cesar en aquel despropósito. Para ello le envió una copia de su relato y, de hecho, consiguió que su “verdugo” dejara de aplicar la tortura del reposo mental.
No
deberíamos olvidar que, en estas mismas fechas, se estaba
produciendo en el sistema penitenciario inglés una frontal violación
de la libertad de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo, como
medio de acallar las protestas de las sufragistas. Las prisioneras
en huelga de hambre eran liberadas para evitar la
publicidad a su causa y que el Estado tuviese que abonar
indemnizaciones. Con ello las sufragetes conseguían hacer más
visibles sus campañas y, además, volver a la línea de combate sin
cumplir sus condenas. Para atajar estas desventajas para sus
propósitos represores, el Gobierno inglés ordenó que las
huelguistas fuesen alimentadas a la fuerza. Emmeline Pankhurst, líder
del movimiento sufragista, escribió que la prisión "se
convirtió en un lugar de horrores y tormentos. Escenas repugnantes
de violencia tenían lugar a cada hora del día, mientras los
doctores iban de celda en celda efectuando su horrible trabajo”.
Éste consistía en alimentar a las huelguistas por vía nasal u
oral, utilizando para ello unas mordazas de acero que conseguían
mantenerlas con la boca abierta. Atadas a sillas y sometidas a una
fuerza considerable, el proceso debía de resultar dolorosísimo.
Emmeline escribió en su diario que nunca conseguiría olvidar el
sufrimiento de las mujeres, con los gritos que taladraban sus oídos.
Muchas sufrían a corto plazo daños en los sistemas circulatorio,
digestivo y nervioso, e incluso pleuritis o neumonía por defectuosa
colocación del tubo y, a largo plazo, arrastraban unos sufrimientos
físicos y psíquicos perdurables, como puede verse en la película
Sufragistas (2015).
Como
resulta obvio, el relato de Charlotte Perkins Gilman bebe de las
fuentes de la literatura gótica, en la que la casa siempre parece
tener una vida propia capaz de trastornar los destinos de los
personajes. Al principio del relato, la protagonista se sorprende de
que el alquiler de la casa fuese tan barato. Sabe que aquella mansión
colonial llevaba mucho tiempo sin alquilar pero lo atribuye a una
disputa entre los herederos. La narradora especula acerca de los usos
que habría recibido la dependencia superior donde se encuentra
encerrada. Inicialmente debió de ser el cuarto de los niños que,
con sus juegos, habrían destrozado horriblemente el papel en algunos
rincones, y después debieron de convertirla en un gimnasio, vistas las
anillas que cuelgan de las paredes. Sólo el lector alcanza a comprender que, en
realidad, aquella enigmática casa, ubicada en un solitario paraje,
fue en otros tiempos un manicomio, y los fantasmas de las locas no
tardan en materializarse en la febril imaginación de la
protagonista:
"Hay
cosas en ese papel que nadie conoce, ni conocerá, excepto yo.
Detrás
de ese dibujo principal, las formas tenues se vuelven más nítidas
con el paso de los días.
La
forma es siempre la misma, solo que se repite muchas veces.
Y
se trata de una especie de mujer que se encorva y se arrastra por
todos los lados tras ese dibujo. Esto no me gusta nada. Me pregunto
si..., empiezo a pensar que..., ojalá John me sacara de aquí".
El
papel pintado amarillo, pag.37.
Pese a que
las habitaciones de la planta baja son mejores, el esposo se empeña
en que ella permanezca en el piso de arriba, con el pretexto de ser más luminoso,
grande y aireado. A la enferma le horroriza el estado de
conservación de las paredes y su espantoso color amarillo sulfuroso. Sin embargo, su tiránico marido tacha de irracionales sus aprehensiones y,
poniendo siempre por delante consideraciones pragmáticas, le advierte que el trimestre que van a pasar allí no justifica gastos
adicionales en pintura. La sensibilidad a flor de piel de la
protagonista se exacerba con la constante visión de aquel papel
desvaído, y se trastorna cada vez más con su misterioso dibujo, en el que no
encuentra ningún patrón reconocible. De hecho, existe una
enfermedad denominada xantofobia, el miedo irracional al color
amarillo, que es capaz de provocar una grave ansiedad y alteraciones
emocionales ante el temor de que algo malo va a suceder. Presa de una
fuerte sinestesia, la protagonista experimenta la obsesión por el
amarillo, simultáneamente, con la vista y con el olfato. Hasta
piensa en quemar la casa cuando detecta que un olor "amarillo"
está impregnando todas las habitaciones, lo que nos pone sobre la
pista de una de las locas literarias más famosas, Bertha Mason, la
esposa criolla de Edward Rochester, el amor de la feucha Jane Eyre.
Sólo cuando Bertha, presa de incontenibles celos, prende fuego a la mansión señorial y muere en
el incendio, libera a los atribulados protagonistas para vivir el
verdadero amor. Susan Gilbert y Sandra Gubar, en el innovador texto La
loca del desván. La escritora y la imaginación literaria en el
siglo XIX (1979), abordan
el análisis de los conflictos que las escritoras decimonónicas
sublimaron en estos personajes femeninos trastornados, vertiendo en
ellos su potencia creadora reprimida y su rebeldía contra el
establishment masculino. Y, por supuesto, no dejaron fuera de su
estudio a El papel pintado amarillo, con su loca en el piso de
arriba que se obsesiona imaginando que hay en él unos ojos bulbosos
que la miran del revés, para acabar vislumbrando en su interior una
multitud de figuras femeninas atrapadas y reptantes, una parábola de
las locas de los manicomios y de las mujeres de la sociedad de su
época, que sólo podían avanzar suplicando y que debían
arrastrarse metafóricamente para obtener un mínimo de
independencia. Aunque durante el día la narradora trata de mantener
encerrada a la perturbadora figura femenina tras el demencial dibujo
en el papel, cuando la espía por la noche, a la luz de la luna-el
dominio femenino por excelencia-, ve cómo sacude su yugo para
liberarse. Es también una alegoría de que la protagonista trata de
reprimir su pasión escritora para amoldarse a las exigencias del
Doctor-Esposo. Su cuñada Jennie hace de enfermera y estricta gobernanta, lo
que debe entenderse como una crítica a que las propias mujeres
actuaban como las vigilantes más rigurosas para que se cumpliera la
ortodoxia patriarcal. Pero, pese a los intentos del doctor y la
enfermera, y de la propia Jane, el nombre de la narradora, la loca
secuestrada en el desván acaba por escaparse y se adueña de la
situación, aunque al precio de la fuga de la realidad. Otro detalle
literario muy interesante es que, al igual que El Dr. Jekyll y Mr. Hyde
de R. L. Stevenson, se trata de una historia detectivesca en la que
la autora se obsesiona con descubrir la identidad de la figura
atrapada que, en realidad, es su doble, la parte rebelde de ella
misma que se empeña en negar.
La
literatura femenina como territorio para la lucha de los sexos
Una
de las características más destacadas de esta narración es su
decidida vocación de estilo. La frase es corta y los párrafos son
cada vez más breves, porque la narradora debe escribir
apresuradamente para avanzar en su relato antes de que la descubran
sus carceleros. La escritura la ayuda a ordenar las confusas pistas
que va descubriendo poco a poco. Ésa escritura es su catarsis emocional. La alivia pero a la vez la angustia porque sabe que está
desobedeciendo las instrucciones médicas, que está siendo infiel al
tratamiento impuesto por el esposo, lo que la hace sentirse culpable.
Ella sabe que su mejor terapia sería una vida animada, rodeada de
amigos, con mucha actividad intelectual pero su yo consciente es
incapaz de liberarse. Solo lo consigue su subconsciente, con el retorno de
lo reprimido, la mujer atrapada en el irritante papel que, al final,
consigue adueñarse de la situación. En un texto verdaderamente
trascendental sobre mujer y ficción, Una habitación propia (1929), Virginia Woolf se interroga acerca de la existencia de una
frase característicamente femenina, diferente a la masculina y capaz
de expresar la idiosincrasia de las mujeres escritoras. De hecho, las
interrupciones que tanto teme la narradora de El papel pintado
amarillo son uno de los elementos más característicos que se atribuyen a la
literatura femenina del siglo XIX. Entonces se entendía que la
mujer sólo podía dedicarse a escribir si no tenía otra obligación
doméstica más importante que atender. Es sabido que Jane Austen
carecía de un espacio propio para dar vida a sus personajes y
argumentos. Escribía en la sala común del hogar paterno y tenía que esconder a toda
prisa sus escritos de la vista de su padre y de las visitas. Esta
falta de continuidad dificultaba que las autoras pudieran abordar un género que se considera típicamente masculino, la novela, que exige una importante inversión
de tiempo para la planificación y el desarrollo más extenso y
elaborado del engranaje de las acciones y los personajes, lo que
quedaba fuera del alcance de la mayoría de estas escritoras
decimonónicas a tiempo parcial. Ese es el motivo de que, entre su
producción, predomine el relato corto, como en el caso de Charlotte
Perkins Gilman, cuya impresionante miniatura literaria logra contar
una historia tan grande como la vida misma.
También
nos sirve la referencia a la obra de Virginia Woolf para reflexionar
acerca de las condiciones esenciales para la creatividad femenina.
Jane, la narradora de El papel pintado amarillo, dispone de
una habitación propia, mucho tiempo libre y dinero, pero carece de
lo fundamental: la libertad para dedicarse a crear. Sobre la
desigualdad de género en materia literaria es impresionante el
relato que hace Woolf del triste sino de Judith, la imaginaria
hermana gemela de Shakespeare. En este año del centenario de la muerte del excelso dramaturgo inglés está muy bien dedicar unos instantes a reflexionar por qué
no celebramos igualmente la muerte de autoras de talla tan gigantesca
como Cervantes o Shakespeare. Su gemela Judith, igual en todo excepto
en su sexo, estaba dotada de tanto talento, de la misma curiosidad y
de igual deseo de conocer el mundo que su hermano William, pero se le
negó el acceso a la cultura. No la mandaron a la escuela, le
desmotivaron en su afán por aprender y narrar. Judith, no obstante,
escribe secretamente, avergonzándose de ello porque sabe que
contraría la voluntad paterna. La familia la promete muy joven para
casarse y, cuando ella se niega, su querido padre la golpea. Sin
haber cumplido todavía los 17 años escapa a Londres con la idea de
ganarse la vida escribiendo, pero la gran ciudad no tiene un lugar
para esta escritora, que ama las palabras y la vida del teatro tanto
como su hermano. Cuando revela su propósito de ganarse la vida
actuando, los hombres se ríen en su cara. Ninguna mujer puede
hacerlo en Inglaterra, los varones las suplantan en el escenario.
Quizá entonces Judith deambuló a medianoche por las lóbregas
calles londinenses para ganarse un mendrugo de pan. Al final,
embarazada y sola, se da cuenta de la trampa en que está atrapada y,
presa de la desesperación, se suicida una fría noche de invierno.
Es una historia con algunos puntos en común con la de Jane, el
personaje que nos presenta Charlotte Perkins Gilman en The Yellow Wallpaper, el
alter ego de la propia escritora. Como advierte Virginia Woolf, que
también experimentó en sus carnes la prohibición de escribir,
cualquier mujer en el siglo XVI con un don para la escritura se
habría vuelto loca, disparado o habría acabado sus días en una
casa solitaria fuera de la ciudad, calificada como medio bruja,
temida y burlada. La tortura de verse arrastrada lejos de sus propios
instintos y facultades la habría llevado a la insania mental, que es
justo lo que le sucede a la narradora de El papel pintado
amarillo. Como vemos, la situación había cambiado realmente muy
poco durante 300 años, pero la argumentación para mantener apartadas a
las mujeres de la creación literaria se había refinado,
revistiéndola de premisas científicas que se aceptaban como el
nuevo dogma de fe. La mujer fue víctima del darwinismo rampante, el
conejillo de indias en aquel inmenso laboratorio social en el que se
pusieron en práctica toda suerte de teorías y prácticas para dominarlas.
^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^
Quisiera dedicar esta entrada a mi querida compañera de estudios y de escrituras en la red, Mari Angeles Boix Ballester. Por muchos años más de ilusiones compartidas.
Charlotte Perkins Gilman, o cómo ser feliz escribiendo |
^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^
Quisiera dedicar esta entrada a mi querida compañera de estudios y de escrituras en la red, Mari Angeles Boix Ballester. Por muchos años más de ilusiones compartidas.
Enlaces
sugeridos:
-A la versión en castellano del relato :http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/perkins01.html Pero no dejéis de leer la versión en inglés para captar la estupenda prosa de la autora: https://www.nlm.nih.gov/literatureofprescription/exhibitionAssets/digitalDocs/The-Yellow-Wall-Paper.pdf
-A una biografía de Charlotte Perkins Gilman elaborada para complementar esta entrada:http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2016/11/charlotte-perkins-gilman-y-la-new-woman.html
-A las demás entradas de esta serie:
-A la versión en castellano del relato :http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/perkins01.html Pero no dejéis de leer la versión en inglés para captar la estupenda prosa de la autora: https://www.nlm.nih.gov/literatureofprescription/exhibitionAssets/digitalDocs/The-Yellow-Wall-Paper.pdf
-A una biografía de Charlotte Perkins Gilman elaborada para complementar esta entrada:http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2016/11/charlotte-perkins-gilman-y-la-new-woman.html
-A las demás entradas de esta serie:
-Frankenstein, La isla del Dr. Moreau, La máquina del tiempo:http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/07/pesadillas-en-el-laboratorio.html
-El Hombre invisible: http://anthropotopia.blogspot.com/2016/08/pesadillas-del-laboratorio-el-hombre.html
-El Dr. Jekyll y Mr.Hyde: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/el-mito-del-doble-en-el-dr-jekyll-y-mr.html
-El Hombre invisible: http://anthropotopia.blogspot.com/2016/08/pesadillas-del-laboratorio-el-hombre.html
-El Dr. Jekyll y Mr.Hyde: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/el-mito-del-doble-en-el-dr-jekyll-y-mr.html
-Blade Runner: https://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/androides-en-blade-runner-demasiado.html
-Metrópolis:http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/10/metropolis-1927-pesadillas-en-el.html
-PIGMALIÓN/MY FAIR LADY: https://anthropotopia.blogspot.com/2018/11/pigmalion-my-fair-lady-pesadillas-en-el.html
-Metrópolis:http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/10/metropolis-1927-pesadillas-en-el.html
-PIGMALIÓN/MY FAIR LADY: https://anthropotopia.blogspot.com/2018/11/pigmalion-my-fair-lady-pesadillas-en-el.html
Fuentes
consultadas:
-
Gilman, Charlotte Perkins: El
papel pintado amarillo.
Edición bilingüe. Editorial Contraseña, 2012.
-Goodman,
Lizbeth (ed.): Literature and Gender. Routledge, 1996.
-Showalter,
Elaine: The Female Malady.
Women, Madness and English Culture, 1830-1980. Virago
Press, 2014.
-Woolf,
Virginia: Una habitación propia. Ed. Seix Barral, 1986.
Sería interesante relacionar este confinamiento de la mujer intelectual decimonónica, y el de las andreidas de "Ex machina", máquinas de placer creadas por y para el mismo hombre, pero que necesitan deseperadamente salir de su confinamiento. Al final uno se queda con la duda sobre la naturaleza moral de la mujer robot. También se puede relacionar con la magnífica "Camille Claudel 1915", sobre la reclusión (prolongada durante décadas) de la escultora francesa, a quien, paradójicamente, la mantenía encerrada en un manicomio su propio hermano. Camille Claudel, como las escritoras del s. XIX, también personifica ese conflicto de la mujer creadora con la sociedad que no le permite existir como tal. Felicidades por la entrada.
ResponderEliminar¡¡¡Muchísimas gracias por este regalo inmenso!!!
ResponderEliminarMe siento muy halagada de ver que una entrada tan grande y necesaria me cite.
Tocas el tema de cómo la sociedad intenta controlar la capacidad creadora/creativa de una parte de ella misma: la femenina desde unos planteamientos exclusivamente masculinos, pero también podemos hacer la lectura positiva de cómo , a pesar de tantas trabas, las mujeres han encontrado resquicios para hacer salir todo el talento que llevan dentro. Realmente, hasta las luchas de las feministas, el asunto no tuvo visibilidad suficiente, y tuvo que pasar el tiempo, y la sociedad digerir lo que se gestaba en su interior para que hoy podamos hacer esto sin problemas.
No obstante, tampoco en la sociedad de hoy hemos encontrado la misma libertad de la que gozan los hombres; todavía los estereotipos y cánones de belleza y modo de vida nos golpean con más fuerza que a los hombres, siendo un nuevo tipo de cárcel o manicomio (cuántas mujeres caen en desórdenes alimentarios por tener una imagen desajustada de si mismas, intentando ver en el espejo a las maniquíes de las pasarelas y la publicidad y no a la imagen reflejada en él), de lujo y sutil, pero otra forma de control.
Que interesante, Encarna ! Un estupendo ensayo desarrollado a partir de este breve relato que, efectivamente, lo lees en un ratito y tú le has sacado un enorme partido! Leí este relato un par de veces hace unos años. Lo saqué de la biblioteca de La Dona, y sí, lo encontré interesante por su contenido.
ResponderEliminarSin duda, resulta singular la
idea de incluirlo en vuestra serie de " Criaturas de laboratorio". Partir de esa idea de sociedad decimonónica convertida en gigantesco laboratorio, donde el poder patriarcal define, crea los roles de género, asignando a la Mujer un único destino, el de esposa y madre.
Leyendo la entrada he pensado en la escritora Emily Dickinson( 1830-1886) que vivió un encierro voluntario en su habitación la mayor parte de su vida, logrando así alcanzar su máxima aspiración: crear una gran Obra literaria. Escribió : " El alma elige su propia compañía y luego cierra la puerta" . Referido a su cuarto: " aquí está mi libertad." La libertad estaba en su mente. Con su reclusión voluntaria llevó hasta el extremo más radical lo que unas cuantas décadas después desarrolló Virginia Wolf en su ensayo Una habitación propia. Para escapar de ese control social ejercido por el poder patriarcal, Emily Dickinson se refugió en el papel de niña o de " loca del desván", y unas veces con actitudes extravagantes, otras con actitudes infantiles, que no eran sino mero teatro, se posicionó ante, o contra, el mundo y así encontró la forma de ejercer el propio control sobre su vida. Que no debió ser tarea fácil. En algunos poemas expresa sus temores a sucumbir. Tenía un fuerte sentimiento de su individualidad, de su capacidad intelectual, de su integridad, en definitiva. Hizo de la necesidad virtud y prefirió vivir en la posibilidad de dar forma a lo que realmente quería Ser. Rechazó siempre el papel de Ángel del hogar, el papel asignado en tanto que Mujer por esa Sociedad laboratorio que ahora encuentro muy bien traído, Encarna. Todo el texto cobra gran sentido, ya lo creo!
El aislamiento del artista, la "torre de marfil" que sólo estaba permitido a los escritores, Emily Dickinson parece que la encontró entre las cuatro paredes de su habitación. Virginia Wolf diría , refiriéndose al ángel del hogar décadas más tarde: " si aparece,
arrojadle el tintero.
Sus poemas están llenos de imágenes, de definiciones complejas, cargados de metáforas de doble significación. Solamente he leído un libro de poemas. Creo que escribió como 2000 y una pequeña parte de su correspondencia, pues tras su muerte, las cartas se destruyeron. Ya en vida en su ciudad, Amherst, se hablaba de El Mito , con ese aura lleno de misterio que le rodeaba. "Dicen que viste de blanco pero por las calles de Amherst nadie la ha visto nunca".
Bueno, lo expresado sirve para todas escritoras contemporáneas suyas: Charlotte y Emily Bronte, J. Austin.....
E. Dickinson le escribe a la que más tarde sería su cuñada, Susan Gilbert , con la que mantuvo mucha correspondencia a lo largo de su vida:
Has visto flores por la mañana, satisfechas con el rocío, y a estas mismas dulces flores al mediodía, con las cabezas dobladas de angustia ante el poderoso sol?
Piensas que estos capullos sedientos no necesitarán ahora nada más que rocío?
No llorarán por la luz del sol y
suspiraran por el ardiente mediodía, aunque éste las marchite y las abrase?
Oh, Susi, temo sucumbir yo también.
A Elena le respondí esta mañana por Whatsap, al enviarme el enlace, que me habías leído el pensamiento. Esta entrada había sido mi última lectura del blog . Y leía pensando de qué modo habías podido dilatar esta gran " miniatura literaria" de Charlotte Perkins!! Admirable!
Muchas gracias.
EliminarMadre mía, Carmen, vaya nivelazo el tuyo. No te perdono que no tomes la iniciativa de escribir tú misma y tus temas. Aunque lo del diálogo creativo tampoco está mal. Cuando Mari Ángeles Boix y yo diseñamos el blog pensamos en una que propusiera tema y otra lo glosara, que es justo lo que haces tú. Me encanta que seas tan buena lectora de la literatura angloamericana. No sabes cuánto tiempo dedicamos a Emily Dickinson, Jane Austen, Charlotte Brontë, Virginia Woolf...en el grado de Estudios Ingleses. Si no lo has leído, te recomiendo El despertar, de Kate Chopin. Hasta pronto.