METRÓPOLIS (1927). Pesadillas en el laboratorio.
La ciudad
de Metrópolis, en el año 2026, es una gran urbe de elevados rascacielos,
sistemas de transportes terrestres y aéreos muy avanzados y cuyo
funcionamiento está basado en una tecnología puntera. Esta megalópolis ha sido
diseñada por Joh Fredersen, que actúa como un dios creador que rige sus
destinos con firmeza. No en balde su nombre recuerda al de Jah-ve.La vida
cómoda, de lujo y de placer de las élites, y la seguridad de la ciudad superior,
depende de que los alienados obreros que habitan en el subsuelo trabajen durante largas y extenuantes jornadas. La eficiencia de Metrópolis en su conjunto, que es como un organismo vivo con sus miembros interconectados, se
basa en el control de la información y el tiempo por parte de ingenieros y
burócratas, tal como ahora mismo sucede en el capitalismo avanzado.
Freder,
el hijo del dueño de la ciudad, vive también alienado pero en un sentido bien
diferente al de los obreros. Como el joven príncipe Gautama Buda, en su recinto
palaciego desconoce todo el sufrimiento que padecen los seres humanos en los
rincones ocultos de la ciudad cuyo gobierno un día heredará. Mientras se
entretiene jugando con bellas pero anodinas mujeres en el Club de los Hijos,
vislumbra a María, una hermosa y humilde joven que se ocupa de educar a los
hijos de los explotados operarios. Ella recuerda a los niños la igualdad entre
los ricos y los marginados porque todos son hermanos.
Fascinado por el aura de bondad que desprende María la sigue hasta la ciudad inferior y allí Freder descubre horrorizado las intolerables condiciones de trabajo que soportan los obreros. Contempla la realidad de la gran máquina M, una especie de divinidad maléfica que exige constantes sacrificios humanos, las vidas de los trabajadores. Como en la leyenda del califa Harún al Rashid, que salía disfrazado de palacio para ver con sus propios ojos los problemas de su pueblo, o en la novela Príncipe y mendigo (1882) de Mark Twain, el heredero de Metrópolis trueca sus vestidos con los de un operario para experimentar, en aquel espacio antagónico a su mundo de rascacielos, el martirio del trabajo. Su vivencia tiene unas evidentes resonancias cristianas pero también le permite encontrar, en las entrañas de la tierra, a la profetisa María, que anuncia la llegada del "Mediador", que logrará reconciliar a las dos castas sociales enfrentadas.
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Fascinado por el aura de bondad que desprende María la sigue hasta la ciudad inferior y allí Freder descubre horrorizado las intolerables condiciones de trabajo que soportan los obreros. Contempla la realidad de la gran máquina M, una especie de divinidad maléfica que exige constantes sacrificios humanos, las vidas de los trabajadores. Como en la leyenda del califa Harún al Rashid, que salía disfrazado de palacio para ver con sus propios ojos los problemas de su pueblo, o en la novela Príncipe y mendigo (1882) de Mark Twain, el heredero de Metrópolis trueca sus vestidos con los de un operario para experimentar, en aquel espacio antagónico a su mundo de rascacielos, el martirio del trabajo. Su vivencia tiene unas evidentes resonancias cristianas pero también le permite encontrar, en las entrañas de la tierra, a la profetisa María, que anuncia la llegada del "Mediador", que logrará reconciliar a las dos castas sociales enfrentadas.
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Freder
suplica a su padre que alivie la miseria que ha encontrado en su viaje al
inframundo pero aquél no sólo se muestra insensible al dolor de su pueblo sino
que, además, solicita ayuda al científico Rotwang para desarticular la organización de trabajadores que se
reúne en secreto en las catacumbas. Rotwang, enamorado de Hel, la esposa de
Fredersen que murió al dar a luz a su único hijo, ha conseguido crear un robot
que puede tomar apariencia humana. Cuando contempla el enorme poder de
convocatoria que tiene María sobre los obreros, Fredersen sugiere que la
sustituya por la androide, con el fin de que los incite a sublevarse y así justificar su castigo. Rotwang secuestra a María y clona su apariencia en la robot. Siguiendo el plan de Fredersen, la suplantadora incita a los trabajadores a que destruyan las
máquinas, como también despierta la lujuria y las pasiones más destructivas
entre los miembros de las élites. Todo ello ocasiona un auténtico caos
descontrolado en el que Metrópolis está a punto de ser completamente aniquilada.
Finalmente Freder consigue desenmascarar a la perversa usurpadora, que es quemada en la
hoguera como bruja, mientras él y la auténtica María salvan a la ciudad del
desastre. Los obreros y el patrón reconocen que debe existir una alianza entre el
corazón y el cerebro y sellan la paz de la mano de Freder, el heredero que
anuncia el advenimiento de un orden social más justo.
Uno de
los aspectos más relevantes para comprender el sentido de esta historia es el
diseño de la ciudad futurista de Metrópolis, que es en sí misma la gran
protagonista del film. El espacio urbano se encuentra estructurado en cinco
niveles jerarquizados, los cuales tienen su directa correspondencia en la ubicación de las clases sociales. En el subsuelo se hallan la fábrica, la
ciudad dormitorio de los trabajadores y, aún más abajo, la ciudad de los
muertos que se remonta a 2000 años atrás. En el plano superior se encuentra la
ciudad de los rascacielos, que imitan a las montañas con sus poderosas
y esbeltas moles. El edificio más imponente de todos es la Nueva Torre de
Babel, el centro neurálgico de la ciudad donde tiene su residencia el poderoso
Joh Fredersen, un gobernante tiránico e implacable que, con su mano férrea,
mantiene sometida a la enorme masa de trabajadores.
Entre el espacio superior y el inferior existe una interdependencia mutua, pues la riqueza y ostentación del primero se sustenta en el sudor y el esfuerzo de los operarios de la segunda. A su vez, toda la maquinaria en la que estos trabajan es controlada y dirigida por los ingenieros y administradores que se encuentran al servicio del dueño y señor de Metrópolis. Fredersen es el artífice de esta asombrosa urbe ultramoderna. Por sus autopistas y carriles elevados circulan vehículos y trenes eléctricos, mientras incontables aparatos cruzan el cielo, un panorama inspirado por la visita de Fritz Lang y Thea von Harbou a Nueva York en 1924. Esta fecha marca el estilo arquitectónico y decorativo dominante en la película, el Art Decó. La monumentalidad y belleza del diseño de Fredersen se muestra en muchos otros lugares de la ciudad superior. Los Jardines Eternos son un auténtico Edén de plantas, amenas fuentes y de columnas reminiscentes de las palmeras de piedra de Gaudí en el Park Güell, Barcelona. Allí los hijos de los aristócratas se entregan al hedonismo acompañados de beldades ataviadas con los más sofisticados atuendos, mientras un maestro de ceremonias organiza sus juegos. En el colosal estadio olímpico, que evoca la grandiosidad arquitectónica grecorromana, los varoniles descendientes de los plutócratas dan culto al cuerpo. Por las noches, vestidos de etiqueta, disfrutan de los placeres más sensuales en los cabarets de Yoshiwara, el barrio rojo de Metrópolis, un eco de las locas noches del Berlín de la República de Weimar.
Entre el espacio superior y el inferior existe una interdependencia mutua, pues la riqueza y ostentación del primero se sustenta en el sudor y el esfuerzo de los operarios de la segunda. A su vez, toda la maquinaria en la que estos trabajan es controlada y dirigida por los ingenieros y administradores que se encuentran al servicio del dueño y señor de Metrópolis. Fredersen es el artífice de esta asombrosa urbe ultramoderna. Por sus autopistas y carriles elevados circulan vehículos y trenes eléctricos, mientras incontables aparatos cruzan el cielo, un panorama inspirado por la visita de Fritz Lang y Thea von Harbou a Nueva York en 1924. Esta fecha marca el estilo arquitectónico y decorativo dominante en la película, el Art Decó. La monumentalidad y belleza del diseño de Fredersen se muestra en muchos otros lugares de la ciudad superior. Los Jardines Eternos son un auténtico Edén de plantas, amenas fuentes y de columnas reminiscentes de las palmeras de piedra de Gaudí en el Park Güell, Barcelona. Allí los hijos de los aristócratas se entregan al hedonismo acompañados de beldades ataviadas con los más sofisticados atuendos, mientras un maestro de ceremonias organiza sus juegos. En el colosal estadio olímpico, que evoca la grandiosidad arquitectónica grecorromana, los varoniles descendientes de los plutócratas dan culto al cuerpo. Por las noches, vestidos de etiqueta, disfrutan de los placeres más sensuales en los cabarets de Yoshiwara, el barrio rojo de Metrópolis, un eco de las locas noches del Berlín de la República de Weimar.
Islas del pasado
En la
estructura tan racionalmente proyectada hacia el futuro de Metrópolis, se
insertan dos elementos muy singulares del pasado que poseen una centralidad
dominante en la historia. Por un lado, la catedral gótica, repleta de
inquietantes gárgolas y en la que nos atrapa la figura de la Muerte, rodeada de
los Siete Pecados Capitales.
En este recinto se dan cita los miembros de una secta opositora al régimen de Fredersen, los góticos, hombres y mujeres vestidos con hábitos negros a los que un monje, que recuerda a Savonarola arengando a los florentinos contra la corrupción de los Medicis, anuncia el inminente advenimiento del Apocalipsis. Curiosamente, esta es la parte del film más mutilada. La catedral, que ocupaba inicialmente el lugar central de la urbe, como en el esquema medieval heredado por nuestras ciudades, fue finalmente desplazada por la Nueva Torre de Babel, cuartel general de operaciones de Fredersen. Sin embargo, el templo, como símbolo del amor cristiano, recupera su puesto esencial al final de la película, ya que el acuerdo de paz entre los obreros y el capital se sacraliza delante de su pórtico.
En este recinto se dan cita los miembros de una secta opositora al régimen de Fredersen, los góticos, hombres y mujeres vestidos con hábitos negros a los que un monje, que recuerda a Savonarola arengando a los florentinos contra la corrupción de los Medicis, anuncia el inminente advenimiento del Apocalipsis. Curiosamente, esta es la parte del film más mutilada. La catedral, que ocupaba inicialmente el lugar central de la urbe, como en el esquema medieval heredado por nuestras ciudades, fue finalmente desplazada por la Nueva Torre de Babel, cuartel general de operaciones de Fredersen. Sin embargo, el templo, como símbolo del amor cristiano, recupera su puesto esencial al final de la película, ya que el acuerdo de paz entre los obreros y el capital se sacraliza delante de su pórtico.
Un
segundo espacio de corte medieval en la superficie de Metrópolis es la Casa de
los Siete Días. Fue construida, mucho tiempo atrás, por un mago venido del lejano
Oriente pero Rotwang se apropió de ella. Al levantarse la megalópolis, esta
casa, tan distinta de los rascacielos de su entorno, quedó misteriosamente
intacta. Es un reflejo contradictorio de la tradición que coexiste con la modernidad. Sobre el umbral aparece el pentáculo, símbolo de los
cabalistas judíos. Las escaleras descienden hacia el nivel más profundo de la
ciudad, el de las catacumbas. Las puertas de la casa se abren y se cierran
mágicamente, como si tuvieran vida propia. Pero el edificio también alberga el
laboratorio mejor equipado al servicio de un científico demente, que lleva a
cabo atrevidos experimentos en robótica. Su objetivo es devolver a la vida a Hel,
la mujer amada que lo abandonó por el poderoso Fredersen, que es su alter ego y secreto archienemigo.
La
secuencia de la transfusión de vida desde la angelical María a su doble demoníaca
es verdaderamente antológica y ha sido imitada y homenajeada miles de veces,
aunque es justo recordar que no es completamente original. Por una parte tiene
una deuda literaria con Frankenstein (1816)
de Mary Shelley, que abría esta serie de entradas sobre las “Pesadillas en
el laboratorio”. Por otra, también debe ponerse en relación con la novela Cuando el dormido despierte (1899) de H.
G. Wells, quien acusó de plagio a los autores de Metrópolis. También existe algún precedente cinematográfico,
como sucede con la película francesa L ´Inhumane
(1924) de Marcel L ´Herbier, aunque ciertamente aquí la escena del robot no constituye el clímax de la historia sino su epílogo. En cualquier caso, el despliegue
visual de Metrópolis en este punto es
verdaderamente deslumbrante, gracias a los efectos especiales de Günter Rittau,
inspirados en los arcos eléctricos de la bobina de Tesla, y la sobreimposición de imágenes de neones y gas
incandescente. La Eva Futura (1886). El diseño del inventor loco muestra los
órganos sexuales de la primera mujer de metal, que se sienta bajo una estrella apuntando hacia abajo, lo que
nos alerta de que se trata de un ser diabólico desde su origen.
Vemos fluidos luminscentes en los que, a pesar del blanco y negro, resulta perfectamente perceptible el simbolismo de los colores. Los líquidos que fluyen de María son blancos, como su pureza, mientras que los de la robot malvada son rojos, el color de la pasión y la revolución. Con todo ello la película consigue escenificar, de manera inolvidable, cómo el robot cobra vida y su corazón empieza a bombear sangre a las venas, que se iluminan sobre la estructura metálica que, en realidad, estaba hecha con una novedosa pasta de madera moldeable. En la novela de Thea, el androide creado por Rotwang se llamaba Futura, como en la obra de Villiers de L´Isle-Adams,
La
película no proporciona información acerca de Hel, la esposa muerta de Fredersen. Rotwang la ha deificado al erigirle una enorme cabeza esculpida, y desea devolverla a la vida a
través de su robot.
Su nombre evoca a la poderosa deidad de los muertos en la mitología nórdica. Hel era hija del dios Loki y de la gigante hechicera Angrboda, y de su nombre deriva en inglés la palabra “hell”, “infierno”, lugar que el cristianismo teñiría de matices morales, haciéndolo residencia del mal absoluto. El reino subterráneo de Hel es el espacio oscuro y lúgubre donde habita la muerte. El lugar de predicación de María, en el subsuelo más profundo de las catacumbas, es una especie de templo paleocristiano cuyo altar está flanqueado por unas cruces altas y agrietadas, y allí se dan cita los obreros para escuchar su mensaje liberador.
Vemos fluidos luminscentes en los que, a pesar del blanco y negro, resulta perfectamente perceptible el simbolismo de los colores. Los líquidos que fluyen de María son blancos, como su pureza, mientras que los de la robot malvada son rojos, el color de la pasión y la revolución. Con todo ello la película consigue escenificar, de manera inolvidable, cómo el robot cobra vida y su corazón empieza a bombear sangre a las venas, que se iluminan sobre la estructura metálica que, en realidad, estaba hecha con una novedosa pasta de madera moldeable. En la novela de Thea, el androide creado por Rotwang se llamaba Futura, como en la obra de Villiers de L´Isle-Adams,
Su nombre evoca a la poderosa deidad de los muertos en la mitología nórdica. Hel era hija del dios Loki y de la gigante hechicera Angrboda, y de su nombre deriva en inglés la palabra “hell”, “infierno”, lugar que el cristianismo teñiría de matices morales, haciéndolo residencia del mal absoluto. El reino subterráneo de Hel es el espacio oscuro y lúgubre donde habita la muerte. El lugar de predicación de María, en el subsuelo más profundo de las catacumbas, es una especie de templo paleocristiano cuyo altar está flanqueado por unas cruces altas y agrietadas, y allí se dan cita los obreros para escuchar su mensaje liberador.
María
tiene cierto parecido con la madre de Freder y por eso Rotwang la secuestra. El
inventor de la androide posee conocimientos científicos y técnicos muy
avanzados pero también es un mago y un alquimista. Se trata de un personaje que
presenta muchas similitudes con el Dr. Caligari y con el doctor Mabuse del
propio Fritz Lang. Su asombroso laboratorio es reflejo de esa contradictoria
mezcla de ciencia y religión, con su profuso simbolismo esotérico junto al
equipamiento tecnológico más revolucionario. El propio Rotwang es un ser
híbrido, entre lo antiguo y lo moderno, lo humano y lo cibernético. El carácter
monstruoso de su estilo científico se revela en la presencia de su ayudante enano, y él mismo
es un cyborg porque sustituyó su brazo perdido por otro biónico. Este sabio
perverso, con vestiduras que remedan una túnica medieval y que conserva en su
biblioteca libros antiquísimos, es también un ser del futuro, el hombre maquina
sin corazón, que construye replicantes del hombre desafiando el poder creador exclusivo
del Dios todo bondad. Como el corazón de Rotwang es rencoroso, su
ciencia está orientada al mal, a la destrucción y a la venganza contra Freder,
el anhelado “Salvador”.
El hombre sojuzgado por las máquinas
Uno de
los temas más relevantes en Metrópolis
es la fascinación por el maquinismo, triunfante los años 20 y, al mismo tiempo,
el temor a su poder destructivo y deshumanizador, que era uno de los postulados
del expresionismo. La juventud dorada, cómodamente vestida con ropas amplias y
de colores claros que reflejan su alegría de vivir, participa en
insustanciales carreras al aire libre, en entornos de majestuosa
arquitectura.
Los obreros, por el contrario, vestidos con ropas opresoras y de colores oscuros, descienden hasta las entrañas de la tierra en abarrotados ascensores, como autómatas carentes de la menor individualidad. Se mueven en bloque, con la cabeza agachada y la espalda curva por los esfuerzos. Su lenguaje corporal es geométrico, sincronizado y totalmente contrapuesto a los movimientos libres y gráciles de los jóvenes aristócratas. Casi visualizamos en ello el desarrollo de dos especies humanas divergentes, como sucedía con los Eloi y los Morlocks en La máquina del tiempo (1895) de H. G. Wells. Los que terminan el turno de trabajo caminan como un ejército de esclavos, aún más lento y cansado que el que comienza su jornada. En esta escena clave les acompaña una música muy apropiada, en la B.S.O. una marcha fúnebre, mientras que en la versión de Giorgio Moroder (1984) aparece la excelente y muy alusiva canción Blood from a Stone.
Los obreros, por el contrario, vestidos con ropas opresoras y de colores oscuros, descienden hasta las entrañas de la tierra en abarrotados ascensores, como autómatas carentes de la menor individualidad. Se mueven en bloque, con la cabeza agachada y la espalda curva por los esfuerzos. Su lenguaje corporal es geométrico, sincronizado y totalmente contrapuesto a los movimientos libres y gráciles de los jóvenes aristócratas. Casi visualizamos en ello el desarrollo de dos especies humanas divergentes, como sucedía con los Eloi y los Morlocks en La máquina del tiempo (1895) de H. G. Wells. Los que terminan el turno de trabajo caminan como un ejército de esclavos, aún más lento y cansado que el que comienza su jornada. En esta escena clave les acompaña una música muy apropiada, en la B.S.O. una marcha fúnebre, mientras que en la versión de Giorgio Moroder (1984) aparece la excelente y muy alusiva canción Blood from a Stone.
Toda la
ciudad de Metrópolis está regida por el movimiento simultáneo de dos relojes
distintos, tal como podemos ver en el despacho de Fredersen en la Nueva Torre
de Babel. Uno, más pequeño, marca las horas del día. En otro más grande las
agujas sólo recorren 10 horas, que son las que duran las extenuantes jornadas
de trabajo. Este reloj tiene su réplica en una máquina de la fábrica. Mientras
que en la novela ésta se encargaba de asegurar el funcionamiento de la gran
Torre, en la película los operarios deben manipular sin descanso, sin un fin aparente, las manecillas de la esfera
gigante de la máquina del Pater Noster. Debe este nombre a que, cuando Freder
sustituye al obrero agotado que ha caído al suelo, con grandísimos esfuerzos y
con posturas que recuerdan a Cristo crucificado, exclama: “¡Padre, padre, estas
10 horas no pasan nunca!”
Hay otra
máquina más, la del Corazón, que asegura la estabilidad del mecanismo de Metrópolis,
la cual gobierna el capataz Grot, representante de los trabajadores. Desde una
avanzadísima cámara de visión y comunicación telefónica, una especie de ojo del
Gran Hermano, Fredersen se encuentra en permanente contacto y escrutinio del
inframundo industrial. Cuando la robot incita a la rebelión a los obreros, su
objetivo es, precisamente, sabotear esa Máquina Corazón, que impide que la ciudad
se inunde y desplome. Mientras Freder deambula por la ciudad subterránea tiene
una visión mística ante esta mastodóntica Máquina M, que mata a múltiples obreros al explotar. En su mente, trastornada por el ambiente opresivo, el ruido, el
humo y la oscuridad, en todo opuestos a su luminoso mundo de origen, Freder ve
transformarse a la máquina en un voraz ser vivo. Los trabajadores, como si fueran esclavos, ascienden por
las escaleras de un templo pagano, desde las que son arrojados en sacrificio al
interior del monstruo devorador. Por aquellas fechas se estaban realizando investigaciones arqueológicas en Cartago que revelaron que en el tofet, el antiguo
cementerio, se llevaban a cabo frecuentes sacrificios
de niños como ofrenda al dios Moloch o Baal, para propiciar su favor,
seguramente, en el contexto de las luchas contra el expansivo imperio romano. La
Antropología del sacrificio estudia los sistemas de pensamiento de aquellos
pueblos que adoran a divinidades que se nutren de la muerte y de la
destrucción.
En la espectacular película Cabiria (1914), de Giovanni Pastrone, Moloch era el emblema del sacrificio de la juventud italiana en la Primera Guerra Mundial, y de este importante referente sale la Máquina M(oloch) en Metrópolis. La creencia en estas deidades crueles lleva a los hombres a ofrecer sacrificios para aplacar su ira y así salvar a la comunidad. También en Metrópolis se ve cómo los trabajadores aparecen como las víctimas propiciatorias en aras del avance industrial. En la historia hay un correlato del rito sacrificial del chivo expiatorio en la fiesta judía del Tabernáculo. Tal como se relata en el Levítico 16, se ofrecían dos machos cabríos: uno a Yahve y otro a Azazel, que representaba la potencia de Dios localizada en el desierto. Tras confesar el sacerdote la iniquidad del pueblo de Israel por sus pecados, se producía la catarsis social. El mal quedaba relegado fuera de los muros de la ciudad. En su traslación al argumento de Metrópolis, Freder comprende en su visión iluminada cómo la muerte de los obreros en la ciudad subterránea es la condición para que los privilegiados como él puedan disfrutar de una vida muelle. Esta catarsis personal es lo que lo decide a luchar contra la tecnocracia sin corazón que preside su padre.
En la espectacular película Cabiria (1914), de Giovanni Pastrone, Moloch era el emblema del sacrificio de la juventud italiana en la Primera Guerra Mundial, y de este importante referente sale la Máquina M(oloch) en Metrópolis. La creencia en estas deidades crueles lleva a los hombres a ofrecer sacrificios para aplacar su ira y así salvar a la comunidad. También en Metrópolis se ve cómo los trabajadores aparecen como las víctimas propiciatorias en aras del avance industrial. En la historia hay un correlato del rito sacrificial del chivo expiatorio en la fiesta judía del Tabernáculo. Tal como se relata en el Levítico 16, se ofrecían dos machos cabríos: uno a Yahve y otro a Azazel, que representaba la potencia de Dios localizada en el desierto. Tras confesar el sacerdote la iniquidad del pueblo de Israel por sus pecados, se producía la catarsis social. El mal quedaba relegado fuera de los muros de la ciudad. En su traslación al argumento de Metrópolis, Freder comprende en su visión iluminada cómo la muerte de los obreros en la ciudad subterránea es la condición para que los privilegiados como él puedan disfrutar de una vida muelle. Esta catarsis personal es lo que lo decide a luchar contra la tecnocracia sin corazón que preside su padre.
Mujer, resistencia, poder y cambio
social
Fredersen,
frío e insensible a las necesidades de los trabajadores, ordena a la robot
malvada que los incite a amotinarse. Su maquiavélico plan persigue justificar
con ello una represión brutal que meta a los obreros en cintura de una vez para
siempre. Mientras que la dulce y recatada María predicaba la necesidad de
esperar pacientemente la llegada del "Mediador", que pondría fin a la
explotación laboral, la libidinosa ginoide (palabra que alude a un robot de formas
femeninas) hace uso de su sexualidad sin freno para arrastrar a unos y a otros
a la perdición total. Anima a los obreros a hacer lo que desean desde hace largo tiempo:
“Matad a las máquinas”.
Esta parte de la historia ejemplifica muy bien la tesis del crítico neohistoricista Stephen Jay Greenblatt. En un ensayo seminal, Balas invisibles (1988), se ocupa de un tema muy relevante para la Antropología política, los mecanismos de perpetuación del poder. De acuerdo con este autor, el orden dominante genera a propósito subversión entre los dominados para sus propios fines, que son justificar una severa contención como castigo a la resistencia. Así es como, según Greenblatt, el poder consigue reproducirse y es justamente lo que aquí pretende Fredersen, quien da pie a que los obreros cometan actos violentos para legitimar su respuesta todavía más violenta, pero la situación se les va de las manos. Sin duda el telón de fondo de estos enfrentamientos en la obra era el temor a las revueltas obreras, que habían transformado el mapa político de Europa. La revolución bolchevique de 1917 amenazaba con extenderse a otros países bajo las mismas condiciones sociales deprimidas. Europa entera parecía un polvorín a punto de estallar porque las masas estaban cobrando conciencia de la inmensa fuerza de la unión frente al escaso número de privilegiados en la cúspide de la pirámide del poder.
Esta parte de la historia ejemplifica muy bien la tesis del crítico neohistoricista Stephen Jay Greenblatt. En un ensayo seminal, Balas invisibles (1988), se ocupa de un tema muy relevante para la Antropología política, los mecanismos de perpetuación del poder. De acuerdo con este autor, el orden dominante genera a propósito subversión entre los dominados para sus propios fines, que son justificar una severa contención como castigo a la resistencia. Así es como, según Greenblatt, el poder consigue reproducirse y es justamente lo que aquí pretende Fredersen, quien da pie a que los obreros cometan actos violentos para legitimar su respuesta todavía más violenta, pero la situación se les va de las manos. Sin duda el telón de fondo de estos enfrentamientos en la obra era el temor a las revueltas obreras, que habían transformado el mapa político de Europa. La revolución bolchevique de 1917 amenazaba con extenderse a otros países bajo las mismas condiciones sociales deprimidas. Europa entera parecía un polvorín a punto de estallar porque las masas estaban cobrando conciencia de la inmensa fuerza de la unión frente al escaso número de privilegiados en la cúspide de la pirámide del poder.
Un
aspecto interesante de la película es el tratamiento de la posición social de la mujer. No vemos
a ninguna en la fábrica. Sólo aparecen durante la revuelta y son o bien
trabajadoras o bien las esposas de los obreros. Hasta entonces permanecen
ocultas, controladas y disciplinadas por el poder patriarcal. Durante el tumulto
predicado por María la Roja dejan abandonados a sus hijos, a los que a duras penas consiguen
salvar Freder y María la Blanca. Sin duda ello conllevaba un severo juicio
moral contra las mujeres que no asumen el cuidado de los más débiles a su cargo.
Y, ciertamente, en la película aparecen dos modelos de mujer contrapuestos.
Frente a la robot blasfema, desvergonzada y provocadora de enfrentamientos
sociales de consecuencias fatales, María es religiosa, honesta y de actitudes
conciliadoras. Ese dualismo implica una repulsa contra la mujer liberada
sexualmente pero tiene razón María Lorenzo, en sus observaciones al capítulo Metrópolis: Cine y nazismo, cuando advierte que la protagonista
de la película dista de ser un ejemplo típico de las tres K (que corresponden a
la opresiva tríada “cocina, iglesia y niños”) que caracterizaron a la mujer alemana durante la égida del nazismo. María es un personaje enormemente carismático, al que
escucha y obedece una audiencia íntegramente masculina, la de los sufridos pero
también levantiscos trabajadores, y que es capaz de embarcar en su causa
salvadora, con la sola luz de su presencia, al heredero del imperio metropolitano.
Realmente resulta insólito este ejemplo de mujer líder, que tampoco se limita a ser una sacerdotisa
virginal, porque no duda en compartir su amor físico con Freder.
Un
aspecto que venimos comprobando reiteradamente en esta serie de entradas es la omnipresente
figura del doppelgänger, un juego de duplicidades entre personajes, situaciones y diseños espaciales que en Metrópolis
alcanza cotas muy elevadas. Así tenemos a María y su doble robot, una figura
idéntica pero sin alma, a la que en la novela, en alguna ocasión, se la denomina muy adecuadamente "Parodia". En la película vemos cómo esa duplicación da lugar a equívocos tales
como que, cuando la robot intenta escapar de la quema en la hoguera, a manos de
los enfurecidos obrero cuando se dan cuenta que la bruja ha condenado a sus
hijos a la muerte, la confunden con la auténtica María, quien tiene que huir
para salvar su vida al no poder justificar su verdadera
identidad más que a través de su discurso del bien.
Otra
pareja de dobles es la de Fredersen y Rotwang, personajes completamente
antitéticos pero en el fondo muy similares: ambos amaban a la misma mujer, tienen
una tremenda ambición de poder, son fríos y calculadores. La diferencia estriba
en que Fredersen admira el intelecto de Rotwang hasta el punto de acudir a
pedirle ayuda y consejo, mientras que éste sólo sueña con vengarse de su rival
porque le arrebató a su amada y por ello no tiene más objetivo que destruir a
su heredero. En Fredersen aparece la soberbia del ingeniero diseñador pero Rotwang,
además, es un malvado de libro.
Existen
más duplicidades especulares muy evidentes, como la que aparece entre las
élites y los trabajadores, que también tiene una réplica en la distribución espacial
de la ciudad superior y la inferior.
Se produce igualmente una duplicidad muy curiosa en el caso de las mujeres. Mientras que en el inframundo permanecen invisibles la mayor parte del tiempo, en la ciudad superior juegan en los Jardines Eternos vestidas con gran sofisticación, y se mueven con una gestualidad circular y elegante que guía el maestro de ceremonias. Por su parte, la María procaz baila en Yoshiwara con aquellos mismos movimientos circulares, símbolo de lo femenino, pero llevados ahora hasta el límite del paroxismo sexual.
Asciende al escenario representada como la gran prostituta de Babilonia, en un trono rodeado de las serpientes del pecado y es que, como también sucede en las restantes obras que hemos examinado en la serie, las referencias religiosas son una constante en Metrópolis. Además de la crítica al desafuero del científico guiado por el mal que desafía al Creador, encontramos escenas del Dies irae en la danza de la muerte en la catedral, el mito de Babel que relata María a los obreros como una película dentro de la película, el pagano dios Moloch devorador de vidas humanas, los elementos cabalísticos y hasta la trinidad que forman los personajes principales, Fredersen como dios, Freder el hijo redentor y los obreros, a los que acompaña María que, como la madre de Jesús, es una mediadora entre los mortales y la divinidad.
Se produce igualmente una duplicidad muy curiosa en el caso de las mujeres. Mientras que en el inframundo permanecen invisibles la mayor parte del tiempo, en la ciudad superior juegan en los Jardines Eternos vestidas con gran sofisticación, y se mueven con una gestualidad circular y elegante que guía el maestro de ceremonias. Por su parte, la María procaz baila en Yoshiwara con aquellos mismos movimientos circulares, símbolo de lo femenino, pero llevados ahora hasta el límite del paroxismo sexual.
Asciende al escenario representada como la gran prostituta de Babilonia, en un trono rodeado de las serpientes del pecado y es que, como también sucede en las restantes obras que hemos examinado en la serie, las referencias religiosas son una constante en Metrópolis. Además de la crítica al desafuero del científico guiado por el mal que desafía al Creador, encontramos escenas del Dies irae en la danza de la muerte en la catedral, el mito de Babel que relata María a los obreros como una película dentro de la película, el pagano dios Moloch devorador de vidas humanas, los elementos cabalísticos y hasta la trinidad que forman los personajes principales, Fredersen como dios, Freder el hijo redentor y los obreros, a los que acompaña María que, como la madre de Jesús, es una mediadora entre los mortales y la divinidad.
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Espero
haber sabido transmitir, como esta magnífica obra se merece, algunos de los elementos que
la inscriben en una tradición literaria y cinematográfica que enlaza ciencia,
tecnología, religión y problemática social. Es un riquísimo palimpsesto de
referentes culturales de muy larga trayectoria y cuyo valor filosófico resulta incalculable. Su grandeza consiste en haber sabido reflejar, a través de sus
impactantes imágenes, la extraordinaria complejidad del mundo que la vio nacer.
Ese fue el motivo de que no fuera entendida y apreciada completamente en su
época, y de esa lamentable incomprensión se siguió que una buena parte de su
metraje resultase eliminado. Afortunadamente ha podido recuperarse en gran medida,
especialmente tras el sensacional descubrimiento de 2008. Casi una centuria
después de su estreno, y a solo diez años del futuro que auguraba, esta
película irrepetible nos sigue maravillando gracias al inmenso talento de Thea,
Lang y su genial equipo de actores y colaboradores.
Enlaces recomendados:
-Un corto documental ( 7 min. ) de producción propia, sobre Metrópolis: cine y nazismo:https://www.youtube.com/watch?v=JBqr8DXeokw
-Un corto videoclip con multitud de fantásticas fotografías que permiten seguir la acción de la película, con la música techno de apertura de la versión de Giorgio Moroder:https://www.youtube.com/watch?v=LDTYXslCQ4Y
-El estupendo corto de animación El gato baila con su sombra (2012), un trabajo colectivo dirigido y coordinado por María Lorenzo, con la fascinante música de Armando Bernabeu Lorenzo, en el que explícitamente y de manera principal se homenajea a Metrópolis y a otra joya del expresionusmo, Nosferatu (1922) de Murnau: https://www.youtube.com/watch?v=oeN94ITdLdE
-Quería recomendar en particular un texto excelente de Miguel F. Rabán Mondéjar sobre los dioses y las máquinas en Metrópolis:http://www.miguelraban.es/2015/10/i-maquinas-dioses.html
-Un corto documental ( 7 min. ) de producción propia, sobre Metrópolis: cine y nazismo:https://www.youtube.com/watch?v=JBqr8DXeokw
-Un corto videoclip con multitud de fantásticas fotografías que permiten seguir la acción de la película, con la música techno de apertura de la versión de Giorgio Moroder:https://www.youtube.com/watch?v=LDTYXslCQ4Y
-El estupendo corto de animación El gato baila con su sombra (2012), un trabajo colectivo dirigido y coordinado por María Lorenzo, con la fascinante música de Armando Bernabeu Lorenzo, en el que explícitamente y de manera principal se homenajea a Metrópolis y a otra joya del expresionusmo, Nosferatu (1922) de Murnau: https://www.youtube.com/watch?v=oeN94ITdLdE
-Quería recomendar en particular un texto excelente de Miguel F. Rabán Mondéjar sobre los dioses y las máquinas en Metrópolis:http://www.miguelraban.es/2015/10/i-maquinas-dioses.html
-Para
saber más sobre el contexto político, social y cultural de Metrópolis desde la teoría de los 6 grados de separación y con especial referencia al nazismo: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/01/antropologia-en-contexto1922-un-ano.html
-Para
conocer mejor la interesante figura de Thea von Harbou y su relación con la cinematografía
de Fritz Lang:http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/09/thea-von-harbou-el-cine-aleman-entre.html
-Para
acceder a las restantes entradas de la serie Pesadillas en el laboratorio:
-Frankenstein, La isla del Dr. Moreau, La máquina del tiempo:http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/07/pesadillas-en-el-laboratorio.html
-El Hombre invisible: http://anthropotopia.blogspot.com/2016/08/pesadillas-del-laboratorio-el-hombre.html
-El Dr. Jekyll y Mr.Hyde: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/el-mito-del-doble-en-el-dr-jekyll-y-mr.html
-El Hombre invisible: http://anthropotopia.blogspot.com/2016/08/pesadillas-del-laboratorio-el-hombre.html
-El Dr. Jekyll y Mr.Hyde: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/el-mito-del-doble-en-el-dr-jekyll-y-mr.html
-Blade Runner: https://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/androides-en-blade-runner-demasiado.html
-Las locas del laboratorio: El papel pintado amarillo de Charlotte Perkins Gilman: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/11/locas-en-el-laboratorio-el-papel.html
-PIGMALIÓN/MY FAIR LADY: https://anthropotopia.blogspot.com/2018/11/pigmalion-my-fair-lady-pesadillas-en-el.html
-Las locas del laboratorio: El papel pintado amarillo de Charlotte Perkins Gilman: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/11/locas-en-el-laboratorio-el-papel.html
-PIGMALIÓN/MY FAIR LADY: https://anthropotopia.blogspot.com/2018/11/pigmalion-my-fair-lady-pesadillas-en-el.html
Fuentes consultadas:
-Imperiale, Giacinto: Figure bibliche nel cinema. Moloch, Golem e Faust nella settima arte.
Lupo Editore, 2013.
-Metrópolis,
version de Giorgio Moroder. Divisa,
2012.
-Metrópolis. Divisa, 2003. Con
el audiocomentario de Enno Patalas y el documental El caso Metrópolis.
-Metrópolis. Divisa, 2010.
Felicidades por la entrada.
ResponderEliminarUf, cuánto tiempo, las tres K: Küche, Kirche, Kinder.
Mientras leía me han venido varias ideas a la cabeza, pero solo voy a comentar dos: de alguna forma, la caracterización de Rotwang como científico, loco o visionario, es prácticamente la misma que adoptó Christopher Lloyd en las entregas de "Regreso al futuro". No en balde, a pesar de amar la ciencia y la tecnología, descubre que se siente más a gusto viviendo en el pasado (que es donde encuentra el amor).
En el DVD con la reconstrucción previa a la de 2008 (de la fundación Murnau), hay un comentario de la película donde señalan un aspecto muy interesante que caracteriza a Fredersen y Rotwang incluso a nivel de puesta en escena: Rotwang tiene una extraña lámpara de neón sobre la mesa, y libros de alquimia a sus espaldas; Fredersen, sin embargo, se mira el reloj de muñeca: es un hombre que vive en el presente. Por otro lado, vengarse en el hijo de Fredersen es trasladar la culpa del pasado al futuro.
La otra idea que me ha venido, sobre todo por la existencia de líneas argumentales divergentes, es la similitud de fondo que hay entre "Metrópolis" y otra oda a una gran urbe del futuro: "Akira", ambientada en la ciudad de Neotokio tras la tercera Guerra Mundial, donde se multiplican las tramas de conspiraciones políticas, conjuras militares, peleas de pandilleros, y, sobre todo, peligrosos experimentos dirigidos a trascender la potencialidad humana. Igual que clama María anuncia a un nuevo Mesías, en las calles de Neotokio los fanáticos religiosos claman, "Akira volverá". No en vano, el creador del cómic y director de la cinta, Katsuhiro Otomo, también firmó el guion de una curiosa versión animada de "Metrópolis" (a partir del cómic de Osamu Tezuka).
Mil gracias por tu comentario, siempre tan ilustrado con las referencias fílmicas más pertinentes. Metrópolis es una película río. Mira todo lo que he escrito resumiendo mucho, y ni siquiera he mencionado a los actores, ni los problemas ideológicos que ya abordé en 6 grados de separación en la historia de la cultura occidental, entre ellos la relación entre cine y nazismo. La verdad es que hay que armarse de valor para atreverse a escribir sobre esta película tan increíble.
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