LAS NOCHES DE TOBÍAS. ANTROPOLOGÍA EN LA OBRA DE F. BOUZA BREY. SEGUNDA PARTE



Esta entrada es la segunda parte de la que dedicamos a la obra antropológica de Fermín Bouza-Brey. Si el lector ya conoce la primera, agradecemos su interés. Dejo indicado el enlace: https://anthropotopia.blogspot.com/2020/02/antropologia-en-la-obra-de-fermin-bouza.htmlAntes de entrar en materia, daré noticia de un libro de cuya existencia supe tras la primera publicación y que contiene interesantes datos sobre las vicisitudes que dieron lugar a su expulsión de la carrera judicial. Se trata del volumen “Fermín Bouza Brey, xuiz e galeguista” (disponible en internet). Por él sabemos que desde su primer destino en Galicia, durante la Guerra Civil, sufrió la persecución de los falangistas  a los que disgustaba que no quisiera limitarse a ser un mero espectador de sus tropelías; que, ya en la Audiencia de Pontevedra, sintió la animadversión de algunos compañeros, e incluso fue objeto de habladurías que a la larga fueron utilizadas en su contra en el expediente de expulsión; que sus traslados a la Audiencias de Lleida y Oviedo estuvieron relacionadas con las anteriores circunstancias, y que nunca se le perdonó que pronunciase una conferencia sobre Rosalía de Castro en el Centro Gallego de Buenos Aires porque los organizadores del acto no estimaron oportuno colocar en el local la bandera española y sí la “llamada gallega”.


Bien, dejando a un lado lo anterior, corresponde el turno  a otro estudio, uno más de los muchos que publicó a lo largo de su vida. Se trata de “Las noches de Tobías en las costumbres matrimoniales de Galicia”, publicada en 1969 en “Trabalhos de Sociedade Portuguesa de Antropología e Etnografía”. Al igual que el comentado en la otra entrada, demuestra que no se limitaba a ser un antropólogo de gabinete así como el manejo de las obras de los principales autores españoles y extranjeros. La separación temporal entre ambos (el referido al homicidio familiar se había publicado en 1940) sugiere el acendrado rigor con el que siempre afrontó la labor investigadora.
Antes de nada, es precisa una explicación acerca del título. Alude al “Libro de Tobías” del Antiguo Testamento, con fundamento en el cual la Iglesia propició durante siglos la práctica de abstinencia sexual tras el matrimonio. Bouza Brey halló diversas muestras de ella en Galicia. Citando a Casas Gaspar, alude a que en Mondoñedo (Lugo) era costumbre, al menos hasta la primera mitad del siglo XX, que la novia pasase la noche de bodas en compañía de la madrina; obviamente, separada del novio, que la pasaba con el padrino. En Celanova (Ourense) los novios dormían en sus respectivas casas familiares ocho o quince días tras las nupcias. Otro autor, Carré Aldao, refiere que la celebración de la boda duraba tres días, tras los que los novios se retiraban con sus familias y hasta pasados ocho no recogía el esposo a la esposa. Bouza Brey se lamenta de que no se indique en qué lugar se practicaba esa costumbre. Previa cita del profesor del Seminario Conciliar de Santiago, José  Ramón Barreiro Fernández, cuenta que en la Parroquia de Cabo de Cruz (Boiro, A Coruña), era costumbre que los cónyuges observasen tres días de abstinencia sexual en sus respectivos domicilios de solteros. También cita a Vicente Risco, si bien, ante la falta de detalle en la descripción de la costumbre,-“detalle extraño en tan erudito mitógrafo”-, deduce que se limita a copiar lo expuesto por Carré Aldao. 
Sin embargo, la referencia más explícita se la aporta un alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma capital, José Manuel Vázquez Varela. En la Parroquia de San Félix de Donis (Cervantes, Lugo), zona limítrofe con la provincia de León, constata que poco antes de la publicación, en 1968 y hasta en seis ocasiones consecutivas, el festejo nupcial se prolongaba hasta altas horas de la noche en casa del novio, acostándose este con el padrino, mientras su ya esposa lo hacía con la madrina. Al día siguiente, y en el mismo lugar, se repite la fiesta, al parecer, con vecinos que no habían acudido el precedente, teniendo lugar el mismo reparto de camas, de modo que en la tercera noche es cuando por fin los esposos se acuestan juntos.


De la importancia y extensión de los denominados ritos nupciales da idea que en el libro “Imágenes de la mujer y del hombre. Símbolos de sexo, seducción, matrimonio y género” su autor, Xosé Ramón Mariño Ferro, les dedique casi cien páginas.  Vemos así cómo gran número de los elementos que están presentes en las bodas modernas se remontan a tiempos remotos: la corona, el traje blanco, el anillo, la bendición paterna, el beso nupcial y las trabas a la consumación del matrimonio, entre otras. Estas últimas estaban muy extendidas por toda Europa y tienen incluso un sustantivo específico, cencerrada, aplicado al ruido producido por los vecinos en las noches de boda, especialmente, si se trataba de las segundas nupcias de una viuda o de un forastero que se casaba con  una  mujer del pueblo. En el libro “Los últimos caminos de Antonio Machado. De Collioure a Sevilla”, Ian Gibson  recoge esta costumbre al referirse a la boda del poeta. Algunos señoritos se dedicaron a alborotar tanto en la iglesia como en la estación de ferrocarril, pues los esposos salieron ese mismo día para Madrid. Este hecho causó profunda impresión al hijo de Demófilo, para el cual ese día fue el más triste de su vida.


Mariño Ferro recoge también las denominadas “Noches de Tobías”; cita a Casas Gaspar y añade algunos elementos interesantes. En primer lugar, un antecedente romano: era costumbre que el esposo no desflorase a la esposa en la  primera noche de casados. En segundo lugar, da cuenta de la extensión de la costumbre por varios países europeos, siendo especialmente importante en la Bretaña Francesa y en regiones septentrionales de España. En cualquier caso, y volviendo al trabajo de Bouza Brey, su mayor valor es que da cuenta de su pervivencia en Galicia ya muy avanzado el siglo XX.

Tobías con el pez, Hospital de S. Juan de Dios, Barna.

Según el Código de Derecho Canónico de 1917 el fin primordial del  matrimonio era la procreación y educación de la prole y, en segundo lugar, la ayuda mutua y el “remedio de la concupiscencia” (canon 1.013). Considero que esta visión de las relaciones sexuales como objeto secundario de la vida matrimonial e incluso la misma referencia a un “remedio”, casi como una medicina destinada a curar una enfermedad, explican el interés en promover una práctica que simboliza que la unión de los contrayentes no estaba guiada por el deseo carnal sino por otros más elevados y espirituales.
Desde el año 398 al siglo XVI (entre los Concilios de Cartago y Trento), la Iglesia ordenó la abstinencia sexual durante los primeros días del matrimonio. Después, recomendó su observancia con lo que pasó de norma imperativa a consejo. El autor francés Saintyves sostenía que costumbres similares fueron registradas en la India antigua y moderna, el Penjab y otros pueblos asiáticos, y en América, Asia y Oceanía. Y añadía que, desde la antigua barbarie oriental, que la había recibido a su vez del fetichismo, se transmitió al judaísmo y al cristianismo, hasta llegar a la Europa Occidental contemporánea.

Quien haya leído la primera parte comprenderá el porqué de esta foto

 Desde luego, no cabe en todos los casos la explicación religiosa, por lo que se apuntan otras, como la preocupación por asegurar la futura dicha de los cónyuges o propiciar la fecundidad. Tampoco está alejada de una idea más doméstica, pero sin duda más apegada a la realidad, que la mujer que vuelve a casa de sus padres tras su boda no desea abandonarla definitivamente o, al menos, no se trata de algo que ansíe fervientemente.
Pierre Grimal, en su libro “El amor en la Roma antigua” describe  así uno de los ritos nupciales. El día de la boda los novios ofrecían varios sacrificios y se reunían con sus invitados para esperar a que anocheciese. “Hasta ese momento la novia no había abandonado nunca la casa en la que transcurriera su infancia. La aparición en el cielo de la estrella Véspero la apartaba definitivamente de su antiguo hogar. La novia fingía desesperación, como si temiera esta separación; intentaba encontrar un refugio en los brazos de su madre, pero los invitados la arrancaban de ellos pese a su feroz resistencia y la conducían en cortejo hasta la casa del marido”.
Vicente Risco, quien, aunque como hemos visto, no mereció en su aproximación al tema el juicio favorable de Bouza Brey, calificaba esta actitud como un “paripé” que encerraba en sí mismo la fuerza del vínculo familiar afectado por el matrimonio.
Un detalle interesante que aporta el autor nacido en Ponteareas es que la frase que se interpreta como justificación bíblica de la abstinencia post-conyugal aparece en la traducción latina de San Jerónimo, conocida como la Biblia Vulgata, pero en las más recientes traducciones directas del hebreo el sentido es completamente distinto.
Para ilustrar esta diferencia acudo a las versiones del “Libro de Tobías” de las que dispongo. Así, en la edición de Editorial Alfredo Ortells SL, traducción del P. José Miguel Petisco, el capítulo 8, versículo 4 dice: “Al mismo tiempo, Tobías exhortó a la doncella y le dijo: Levántate Sara y hagamos oración hoy y mañana, y después de mañana; porque estas tres noches las pasaremos unidos en oración con Dios, y pasada la tercera haremos vida maridable”.
Sin embargo, en la edición de La Casa de la Biblia (1993), consta en el mismo pasaje: “Entonces se levantó Tobías de la cama y dijo a Sara: Levántate mujer, oremos y supliquemos a nuestro señor para que tenga misericordia de nosotros y nos salve”.

Parece claro que la primera versión se acomoda mejor a la prescripción eclesiástica de mantener tres noches de abstinencia sexual después del matrimonio. Pero, de estar Bouza Brey en lo cierto y ser la segunda más fiel al original hebreo, estaríamos ante un añadido con la clara finalidad de “aproximar” el texto del Antiguo Testamento a una doctrina posterior. Recomiendo la lectura directa, a ser posible en distintas traducciones, a fin de que sea el lector el que alcance sus propias conclusiones. En mi opinión, en la línea argumental del relato no encajan esas dos noches de oración suplementarias porque, tras producirse la derrota del demonio Asmodeo, al día siguiente el padre de Sara organiza un banquete y hace prometer a Tobías que permanecerá en su casa dos semanas, sin que se vuelva a  hacer referencia a lo sucedido en ellas.
Sin perjuicio de la recomendación anterior, se hace preciso un breve comentario sobre el Libro de Tobías. Recuerdo una entrevista a Leonard Cohen en “El país semanal” en la que decía que le gustaba leer la Biblia porque había encontrado en ella a buenos escritores. Creo que ese es el caso del autor desconocido de este relato, fechado a finales del siglo III a.C. e integrado en la tradición hebrea, desde la que pasó al Antiguo Testamento. Fue escrito en el contexto histórico de la Diáspora, cuando muchos palestinos vivían fuera de su tierra, a veces en un ambiente hostil; eso explica que contenga enseñanzas para que, quien se halle en tal situación, no pierda sus raíces y principios. El nombre de sus protagonistas, padre e hijo, evoca la bondad de Yahvé, y lo cierto es que ambos, muy en especial el primero, son ejemplos de piedad y de fidelidad a su pueblo. Es innegable la finalidad teológica de su autor, lo cual no resulta incompatible con los valores literarios. 

En una entrada  de Encarna Lorenzo, alojada en este mismo blog (“Los Machado: antropología y folclore en España”), encontramos referencia a la obra de Vladimir Propp “La morfología de los cuentos”, que explica los patrones que se repiten en los cuentos populares, algunos de los cuales se aprecian claramente en el Libro de Tobías: preguntas acerca del modo en el que los problemas podrán solucionarse, un objeto mágico, el desplazamiento del héroe en busca de su solución, la lucha contra el malvado, la victoria sobre este y la recompensa. También se aprecian rasgos de la literatura de aventuras y viajes, mezcla de elementos fantásticos y realistas, momentos de intenso dramatismo  e incluso algún rasgo inesperado de humor.Aquí tenéis el enlace: https://anthropotopia.blogspot.com/2013/02/los-machado-antropologia-y-folclore-en.html

La Virgen del Pez, con los personajes de la historia (izda.), Rafael, El Prado.

El relato comienza con la presentación de Tobit, emparentado con la tribu de Neftalí y que se había visto forzado a abandonar Israel. Destaca en él su religiosidad, que en algunas ocasiones le lleva a enfrentarse con el poder establecido, como cuando sepulta en secreto a sus compatriotas, infringiendo la orden de que sus cadáveres queden fuera de las murallas. Sufre destierro por ello, pero la muerte del tirano que lo ordenó le permite volver a su casa. En una ocasión, tras uno de esos enterramientos  clandestinos, la mala suerte hace que se quede ciego a causa de unos excrementos de pájaro que dañan sus ojos mientras dormía. Su triste lamento se eleva al cielo al mismo tiempo que el de Sara, una mujer de la misma estirpe que piensa en quitarse la vida porque después de siete matrimonios ha visto cómo sus esposos no sobreviven a la noche de bodas.
El autor de esta manera hace avanzar la narración, presentando un nuevo personaje, y permite que la intervención divina asegure solución común para las cuitas de ambos, algo que a esa altura de la historia parece muy difícil.
En esa situación tan apurada Tobit decide que su único hijo, Tobías, se traslade a una lejana ciudad en la que hace años dejó en depósito a un familiar una importante cantidad de plata. Las evidentes dificultades iniciales de la operación se solucionan porque tuvieron la precaución de firmar un documento que partieron en dos trozos, quedándose cada uno con una de las partes. Así, Tobías solamente tendría que emprender viaje llevando ese objeto casi mágico que le abriría las puertas de una gran fortuna. El otro problema es la lejanía del lugar y la juventud e inexperiencia del hijo. Es entonces cuando aparece “milagrosamente” Azarías, un desconocido que, sin embargo, es de su misma estirpe y, además, conoce perfectamente el camino. 


William Adolphe Bouguereau

Tobit decide que acompañe a su hijo y ambos emprenden un viaje cuyo hito inicial es la patética queja de la madre, cuyo corazón alberga negros presagios sobre el futuro de su hijo. Encuentro similitudes entre este pasaje y la despedida entre Héctor  y sus padres,  Príamo y Hécuba, en el canto XXII de “La Ilíada”.


Azarías y Tobías (acompañados de un perro cuya identidad se desconoce), se ponen en camino. En un descanso a orillas del río Tigris, mientras el segundo lava sus pies, se ve sorprendido por el ataque de un pez enorme; su compañero le ordena que lo capture y que le extraiga  la hiel, el corazón y el  hígado, vísceras de gran relevancia en el devenir de la historia. El narrrador, atento siempre a los detalles verídicos, nos dice que también asó una parte del pez para comerla ese día y que el restó lo saló, se supone que para alimentarse durante el periplo.

Algunos comentaristas sostienen que se trata de un lucio

Llegados a la casa de Sara,- claramente se aprecia que es Azarías, el acompañante, el que propicia el encuentro entre los jóvenes, sabedor sin duda del futuro desenlace-, conocen la tremenda situación de ella y que es causada por un demonio. Azarías convence a Tobías para que la pida en matrimonio porque le corresponde por parentesco y aleja sus temores respecto a lo que pudiera pasar en la noche de bodas. Así lo hace y ese mismo día se firma el contrato nupcial con el padre de la joven. Pero ya el demonio Asmodeo les acechaba, sin saber que Azarías había aconsejado al novio que echase el corazón y el hígado del pez a las brasas del incienso. El efecto es fulminante. Tiene lugar una escena de efectos especiales en la que el maligno sale corriendo por los aires hacia Egipto (la casa de Sara estaba en Media), perseguido por el misterioso amigo de Tobías,  hasta que lo alcanza, lo ata de pies y manos y lo deja encadenado. Algo parecido a lo que le sucedió a Jafar en la película “Aladdín”.


Solucionado el problema de mortalidad nupcial, los cónyuges dieron gracias a Dios y se acostaron para descansar de tantas emociones.
El padre de la novia quiso curarse en salud y al alba ordenó cavar una fosa para enterrar en secreto al que ya consideraba como su octavo “viceyerno”. Se trataba de evitar las burlas del vecindario, que a esas alturas ya eran muy molestas por su reiteración. Ordenó a una criada que con sigilo entrase en la habitación para comprobar que el marido había abandonado este valle de lágrimas. Para su sorpresa, la fámula volvió con la alegre noticia de que dormía plácidamente junto a su esposa. Ragüel, así se llamaba el desconfiado padre de Sara, elevó sus plegarias al cielo y se dispuso a organizar unos festejos que nada tendrían que envidiar a las bodas de Camacho que nos describe Cervantes en el Quijote. El autor se permite una nota de humor: “luego mandó a los criados que rellenasen la fosa antes de que amaneciese”.


En medio de la alegría festiva, el sorprendido suegro pide a su yerno que permanezca catorce días en su casa; luego podrá abandonarla con su esposa y volver a la de sus padres con la mitad de sus bienes. El joven no podía rechazar una proposición tan ventajosa pero, preocupado porque la dilación en su viaje sumiría en la desesperación a sus progenitores, decide pedirle a su acompañante (para él llamado Azarías), que acuda a Ragués y recupere en su nombre la plata que su padre tenía depositada. Así lo hace y parte  raudo con cuatro criados, dos camellos y, claro, la mitad del recibo sin el cual excusaba ponerse en camino. Ya se imaginará el lector que, a estas alturas del relato, nada podía salir mal, aunque, vista con los ojos de hoy, la expedición aparecía como de éxito más que dudoso (y no lo digo solo por la escasez de camellos).
Para entonces Tobit y su esposa ya se temían lo peor; Tobías era consciente de ello y, terminados los festejos, pidió a su suegro que le dejase marchar, a lo que este accedió con gran dolor de corazón. Resulta curioso que, cuando el autor describe el patrimonio que, según había prometido, se le entrega, se incluyen ropas, dinero, muebles, ovejas, bueyes, burros, camellos… y criados y criadas. No se detiene en aclarar si todos y todas iban de buen grado.



Cuando ya se aproximaban a la casa de sus padres, Azarías propone a Tobías que se adelante para darles la alegría del reencuentro, sin olvidar que lleve consigo la hiel del pez pues, según le indica, si unta con ella los ojos de Tobit, se curará.

La curación de Tobías, Bernardo Strozzi, El Prado.

La escena posterior se parecería mucho a la que se narra en la parábola del hijo pródigo, si no fuese porque la ceguera del padre le impediría divisar a lo lejos a su vástago y correr a abrazarlo; sin embargo, la intensa emoción que se describe es la misma. Nuevamente, se organiza una gran fiesta a la que acuden todos los judíos de Nínive.
Llega la hora de la partida para Azarías. Como paga, le ofrecen la mitad de la plata y las riquezas que había contribuido a conseguir, pero se niega a aceptarlo y les comunica que, en realidad, se llama Rafael y es uno de los siete ángeles que asisten al Señor. Comprenden entonces que han sido los designios divinos los que han puesto fin a sus desdichas. En ese momento para la sinceridad, el enviado les pregunta si no se habían dado cuenta de que nunca comía. Probablemente Tobías cayó entonces en la cuenta, lo cual no dice mucho de sus dotes de observación. Tras pedirles que pusiesen por escrito la historia, el ángel despareció. Un poco como Alan Ladd en el final de “Raíces profundas”.


Tras describir los cánticos de gracias a Dios, el autor dedica el último capítulo a narrar la muerte a edad muy avanzada de Tobit y cómo aconsejó a su hijo que regresase a Media con Ragüel.
Un digno colofón para una bella historia que ha viajado a lo largo del tiempo y cuyos vestigios recogió Fermín Bouza Brey  al final de los años sesenta del siglo XX.

Comentarios

  1. Maria Ángeles Boix ha puesto este comentario, que le agradecemos mucho:
    "Me ha gustado mucho está en segunda parte ( como ya lo hizo la primera) por este acercamiento a una antropología de la cercanía, de las relaciones más personales y familiares. Es un encuentro muy bien trabado, que pasa de las costumbres gallegas a las universales y acaba con la historia de Tobías. Da mucho que pensar. Enhorabuena por las entradas".

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  2. Una entrada muy interesante y amena, con comparaciones muy oportunas que nos recuerdan que no hay realmente separación entre el arte popular actual y tradiciones más antiguas. Muy divertido.

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  3. Me ha parecido una entrada estupenda y me consta que se ha cocido a fuego lento, así que no me extraña que esté tan cuidada en todos los detalles. La verdad es que es un relato de sabor oriental a más no poder. Seguro que los expertos conocerán un buen montón de versiones en múltiples países de Oriente Próximo, con todo tipo de variantes, cada cual más interesante. En esta versión bíblica predomina el elemento moral en los distintos personajes, el premio a la bondad... Estaría bien profundizar en esa compulsión enterradora del padre de Sara en relación a los deberes de sepultura en la época.
    Hay un detalle que acabo de descubrir por casualidad, que pone de relieve muy claramente hasta qué punto es una fábula moral. Es algo que a los israelitas que escucharan la narración no se les escaparía pero a nosotros sí: Azarías, el alias con el que se presenta el Arcangel San Rafael, es un nombre que en hebreo significa "Yahvé ha ayudado", así que era casi como una tarjeta de presentación ante Tobit: "me envía Dios a ayudaros", Con razón se fiaron de él.
    Y también es otra figura fantástica la que nos descubre la entrada, la de ese juez antropólogo Bouza Brey de desgraciada vida social y profesional por causa de su lealtad a sus ideales. Gracias al autor por compartir su trabajo de investigación con todos nosotros.

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  4. Buenas tardes. Pregunto: El relieve que encabeza esta entrada, parece Románico, a qué lugar pertenece? Gracias

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    Respuestas
    1. Tienes razón, parece románico, pero no lo es. Está en Rosslyn Chapela, una iglesia gótica templaria del s. XV cerca de Edimburgo con muchísimo misticismo gnóstico que bebe del medievo y tan enigmático que El Código Da Vinci sitúa allí el último tramo de la acción. Es un sitio único. Encarna Lorenzo.

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