FRANKENSTEIN Y LAS SOCIEDADES SECRETAS: LOS ILLUMINATI.



Halloween es tiempo de monstruos y también de secretos escondidos que salen a la luz. Por eso me ha parecido muy oportuno dedicar esta entrada a un tema apasionante, la relación entre la novela Frankenstein; o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley, y temas tan ocultistas como las artes oscuras, como la nigromancia y alquimia, y la sociedad secreta de los masones y los Illuminati. Siguiendo la pista de las ramificaciones de esta última podremos comprobar hasta qué punto el contexto político revolucionario y los sensacionales descubrimientos científicos que la precedieron llegaron a permear los temas y símbolos presentes en esa gran novela, que casi puede leerse como un libro de historia. Intentaremos rescatar las pistas de esas influencias y los mensajes encriptados en metáforas y alegorías, cuyas huellas casi se han borrado con el paso de dos siglos. Hablaremos también de los autores ocultos en el texto y examinaremos la hipótesis de si, en realidad, el creador de Frankenstein pudo ser Percy Bysshe Shelley, el esposo de Mary.



Frankenstein en Ingolstadt.
Antes de iniciar el recorrido os propongo que recordemos brevemente los hechos de la narración que afectan a la parte de la historia que vamos a estudiar. Victor Frankenstein descubre en su adolescencia a los grandes magos medievales y del Renacimiento, Cornelius Agrippa, Alberto Magno y Paracelso. Cuanto más se opone su padre a esas lecturas, más se empeña el rebelde joven en profundizar en aquellos textos esotéricos, que prometían revelarle los secretos ocultos de la naturaleza. Los filósofos modernos como Newton, que ofrecían una visión árida del mundo, regido por fuerzas inexorables, lo dejaban tibio en comparación con las prometeicas posibilidades que abrían aquellos textos mágicos. Victor soñaba con provocar la aparición de fantasmas y diablos hasta que contempló cómo, durante una fuerte tormenta, un rayo fulminó un viejo roble. La fascinante experiencia lo condujo al estudio de la electricidad, en cuyo campo estaban produciéndose incesantes descubrimientos. Victor averiguó todo acerca de la novedosa teoría del galvanismo, lo que finalmente le hizo desmitificar a los viejos e improductivos alquimistas. A partir de ese momento solo quiso dedicarse a la filosofía natural. Con diecisiete años marchó Alemania a estudiar en la Universidad de Ingolstadt. Allí, el profesor Krempe se burló de su anacrónica afición a la alquimia y le propuso nuevas lecturas científicas. Por el contrario, el joven y carismático profesor Waldman cautivó su atención al proponerle una sugerente alternativa a los viejos maestros: la química moderna. Waldman reconocía que los antiguos magos habían dado los pasos necesarios hacia la modernidad pero también le sugirió adentrarse en otros textos y le aconsejó que creara su propio laboratorio. Y ahí empezó a tomar forma la idea de traer vida desde la muerte.


Frankenstein y la Revolución Francesa.
Pero si Victor Frankenstein vivía en un cantón suizo francófono y calvinista en cuya capital contaba con una prestigiosa Universidad ¿por qué deja a su familia, a su amada novia y a su amigo del alma para marcharse a estudiar en otro país, en un idioma distinto, en una ciudad en la que se profesaba la odiada religión católica y, además, estaba situada a casi 700 km de Ginebra, una distancia tan enorme que le impidió volver a su casa en dos años? En la novela se nos dice que fueron sus padres quienes lo decidieron pero es claro que esto no es más que un pretexto argumental mediante el cual la autora introduce un aspecto político que era vital para la interpretación de la novela. Podemos anticipar ya cuál fue la realidad histórica que llevó a Mary Shelley a elegir deliberadamente Ingolstadt como lugar donde se forjaría Victor Frankenstein como un científico prometeico capaz de traer a la vida a su atribulada Criatura. La autora proponía ese proceso como una metáfora del fracaso de la tan anhelada revolución, la que tendría que haber dado paso a una nueva era de la Humanidad.

Baviera era entonces un Electorado alemán en el que estaba ubicada Ingolstadt, la ciudad universitaria que vio nacer al Monstruo. El abad Augustin Barruel, un clérigo ultraconservador cuyas memorias habían leído Mary y Percy Shelley, afirmó que la Revolución francesa fue una conspiración de intelectuales que tuvo su origen, precisamente, en Ingolstadt. Y en alguna medida es cierto, pues Adam Weishaupt (1748-1830) fundó allí, en 1776, la secta de los Iluminados, que fue una mezcla de las tendencias más subversivas que confluyeron en la Ilustración, de la misma forma en que Victor Frankenstein combinó distintas partes de cuerpos humanos para crear al Monstruo. Weishaupt llevaba una doble vida. A la luz del día era un respetable académico pero, secretamente, seleccionaba discípulos con los que pretendía elaborar un código radicalmente novedoso de leyes, un nuevo patrón para regir los destinos del mundo. Quizá ese fue el motivo por el cual Victor Frankenstein diseñó la Criatura a una escala de ocho pies, en lugar de conferirle una estatura normal.

Los Iluminados se infiltraron entre los masones y penetraron en Francia, hasta llegar a reclutar al duque de Orleans, y estuvieron presentes entre los jacobinos, la sección más extrema entre los revolucionarios franceses. De acuerdo con una interpretación de la novela muy consolidada, Mary Shelley establece una metafórica equivalencia entre el Monstruo y la Revolución francesa y mira a ambos con simpatía, puesto que la Criatura, como el ser humano en la doctrina roussoniana, es buena hasta que la sociedad la corrompe. La Criatura, pues, comparte con la Revolución francesa su lugar de nacimiento y también el hecho de finalizar sus días en Rusia envuelta en llamas, como la fallida invasión napoleónica y el incendio de Moscú e medio de la nieve. Pero es conveniente que profundicemos un poco en la historia de los Illuminati antes de detenernos, con más detalle, en los vínculos de la novela con los avatares de la vida y el pensamiento científico y político de Percy B. Shelley que la autora de la novela condensó en la atormentada historia de Victor Frankenstein.

Los antecedentes de los Illuminati.
 Adam Weishaupt era profesor de Derecho canónico y natural en la Universidad de Ingolstadt. Había sido fundada en 1472 y, aunque inicialmente estuvo dominada por el pensamiento luterano, pronto se convirtió en un refugio para la fe católica en el sur de Alemania, siendo mayoritaria la presencia de los jesuitas en todos sus ámbitos. Sin embargo, la Orden fundada por San Ignacio de Loyola fue disuelta en 1773, en fechas muy próximas al comienzo de nuestra historia. A diferencia de los restantes profesores del claustro, que eran jesuitas, el joven Weishaupt, descendiente de judíos conversos, era un librepensador radical que quería apartar a sus alumnos de la nociva influencia clerical y absolutista que, a su juicio, empañaba el conocimiento de la verdad. 


Para ello, en 1776, junto con dos de sus mejores alumnos, constituyó la Asociación de la Sabiduría Secreta, cuyo emblema era el mochuelo de Atenea. Esta es un ave que alza el vuelo al caer la noche, como también la sabiduría se despliega en la madurez del hombre y de la sociedad. Este símbolo, que también se asocia a lo oculto, es clave para entender la Orden de los Illuminati, que más tarde tendría tanto éxito a partir de ese reducido núcleo de estudiantes iniciales. De hecho, en ningún momento llegaría a superar los 20 miembros. En aquel momento Weishaupt solo trataba de proporcionar a sus adeptos una serie de lecturas libres del peso del clericalismo. La era prerrevolucionaria fue, sin duda, un terreno abonado para las sociedades secretas, para las conspiraciones políticas y también para la proliferación de otros cultos alternativos al católico, que se veía como dogmático y caduco. Es una época de pensamiento utópico en la que se pretendía reformar el mundo desde fuera de los poderes establecidos, la Iglesia y el Estado, y cualquier referente simbólico de la transformación radical era visto con entusiasmo. Por eso no debe extrañar que una logia alquímica fundada en la ciudad alemana de Burghausen, situada la frontera con Austria, tuviera un éxito sensacional. En 1776 uno de sus miembros llegó a Ingolstadt y arrebató a Weishaupt sus alumnos predilectos. Ello le produjo una terrible decepción pero le señaló el camino a seguir: él también debía fundar una sociedad secreta para apartar a sus estudiantes de estupideces trasnochadas como la alquimia. Por eso, el 1 de mayo de ese mismo año, como si de un ritual druídico se tratase, en medio de un bosque cercano a Ingolstadt y a la luz de las antorchas, Weishaupt fundó solemnemente la Asociación de los Perfectibilistas, cuyo nombre hace referencia a ese deseo ilustrado de mejorar la sociedad a través del perfeccionamiento personal de sus miembros. La noble pretensión de Weishaupt era liberarse de los prejuicios religiosos de toda clase, cultivar las virtudes sociales y alcanzar con ello la felicidad universal.

Los secretos de los Iluminados.
En 1778 la asociación recibió un impulso fundamental al unírsele un antiguo alumno de Weishaupt que detentaba un importante cargo político, la presidencia del Palatinado de Renania. Entonces se pensó que la manera más eficaz de propagar la sociedad era asimilar sus estructuras y métodos a los jesuíticos, que tan eficaces se habían mostrado en el pasado. Weishaupt propuso que la organización se denominase la Orden de las Abejas, como una metáfora de la sabiduría destilada a través del trabajo continuado y conjunto de los miembros de la colmena social. Pero, al final, se impuso el nombre de la Orden de los Illuminati, que a partir de ese momento pasó a ser secreta. Para formar parte de la misma los candidatos debían ser aceptados por todos sus miembros, tener una excelente reputación, contar con buenos contactos familiares y sociales y fuentes de riqueza. Resulta claro, así, que la idea rectora era contar entre sus filas con elementos poderosos e influyentes de la burguesía y nobleza para extenderse más fácilmente por el tejido social. 



En cualquier caso, la Orden estaba abierta a toda persona. Ese aparente afán democrático se plasmaba en que nadie dentro de la misma era tratado por su título o cargo sino por su nombre secreto, que el candidato elegía por sí mismo. Weishaupt, significativamente, escogió el de Espartaco, el esclavo que lideró la revuelta de los más humildes contra la poderosa Roma bajo el sueño imposible de liberarse de la opresión imperialista.
Todo en la Orden era secreto y alegórico, hasta el punto de que también los lugares importantes se ocultaban bajo otro nombre. Así, Munich era Atenas, el foco de la ilustración en la antigüedad e Ingolstadt era, ni más ni menos, Eleusis, el corazón de los misterios más arcanos de la Grecia antigua.
En su afán utópico de cambiar por completo la realidad, no solo transformaron los nombres geográficos sino también la medición del tiempo. Inventaron un calendario basado en una nomenclatura persa y cuya fecha de arranque era el año 632. He intentado vincularla a algún evento relacionado con la Orden pero el único acontecimiento histórico relevante, aparte de la muerte de un príncipe merovingio, es la fecha de la muerte del profeta Mahoma. Entonces se produjo el inicio de la guerra santa del islam en la que tanta participación tuvieron los templarios, los cuales tienen una gran relación con los Illuminati, como veremos a continuación.

Masones e Iluminados.
La segunda gran remodelación de la Orden tuvo lugar en 1780, cuando se incorporó a la misma el barón Adolf von Knigge. Si el anterior impulso había tomado como modelo a la Compañía de Jesús, ahora la impronta era masónica. Weishaupt y Knigge pasaron a ser codirectores del Areópago, el Consejo de la Orden, y su tarea era reclutar a los masones desencantados e infiltrarse en otras logias. Pero resulta conveniente analizar por qué pudo producirse ese acercamiento de los Illuminati a la masonería. En 1776, el mismo año en que Weishaupt puso en práctica su proyecto todavía tan embrionario, se desató una crisis en la masonería tras la ruptura de la Orden de la Estricta Observancia. El espíritu del Temple, disuelto en 1312, había permanecido vivo entre las logias masónicas. Karl Gotthelf, barón de Hund y Altengrotkau, un francmasón alemán, tras su supuesta iniciación por caballeros templarios escoceses, fundó ese rito de la Estricta Observancia en 1751, estableciendo los grados sucesivos de ascenso en la Orden. Altengrotkau simulaba estar en contacto con seres superiores que le transmitían un conocimiento elevado. Pero sus seguidores quedaron desconcertados cuando, tras su muerte en 1776, de repente dejaron de recibir instrucciones de los "superiores desconocidos". Ante la gran confusión existente, los masones se pasaron en masa a los Illuminati, lo que supuso una enorme expansión del movimiento. Hacia 1782 eran más de 600, incluyendo a personajes públicos notables como aristócratas, políticos, médicos y juristas. También había literatos como Goethe, al que sedujo tanto el ambiente de la Orden que lo plasmó en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795-6), un Bildungsroman en que el protagonista se incorpora a la misteriosa Sociedad de la Torre, integrada solo por aristócratas. Pero, por otra parte, parece que Goethe pudo haber actuado como espía para el gobierno. En cualquier caso, alrededor de 1784 la Orden tenía ya entre 2000 y 3000 miembros. Como pone de relieve y filósofo alemán Junger Habermas, los Iluminados son una patente demostración del peculiar modo en que se formaba la opinión pública durante la Ilustración. Ha de tenerse en cuenta que, a diferencia de los masones, que eran apolíticos y aconfesionales, los Illuminati sí tenían una agenda política claramente definida.

La estructura de la Orden comenzó siendo sencilla, con tres niveles: novicios, minervales (por la diosa Minerva, equivalente romano de Atenea) e iluminados. Más tarde se diversificó en trece grados, por asimilación a los masónicos: en primer lugar, los novicios, iniciados, minervales e iluminados inferiores. En segundo lugar, los masones: peón, oficial, maestro, iluminado mayor e iluminado regente. Y, en tercer lugar, la clase mistérica: sacerdote, príncipe, mago y rey. Sin embargo, no llegaron a redactarse los estatutos pues pronto empezaron los conflictos entre Weishaupt y Knigge y la Orden estuvo a punto de disolverse en 1784. El problema se solucionaría provisionalmente durante un congreso celebrado en Weimar, al que asistió Goethe, en el que se designó un nuevo Areópago del que ya no formaba parte Knigge, que por ello abandonó la Orden.

Los Illuminati y las teorías de la conspiración.
Por esas fechas, ante la efervescencia política revolucionaria en toda Europa y a raíz de la denuncia presentada por un ex miembro de la Orden, las autoridades bávaras empezaron a sospechar que los Illuminati querían poner en práctica un plan para derrocar el orden existente. Por ello, en 1784 el Duque Elector dictó una orden proscribiendo todas las comunidades, sociedades y fraternidades que hubieran sido fundadas sin contar con el beneplácito oficial. Los Illuminati pensaron que la prohibición no les incumbía y, por ello, continuaron con sus actividades. Eso fue el motivo de que, al año siguiente, se dictase un nuevo edicto complementario del anterior en el que se incluía nominalmente a los Illuminati y a los francmasones, acusándolos de alta traición y de ser enemigos de la religión católica. Como consecuencia, se llevó a cabo una operación policial en la que se incautó documentación comprometedora que incluía textos en defensa del suicidio y del ateísmo, un plan para crear una rama femenina de la orden, recetas de abortivos… Algunos de los miembros de la Orden perdieron sus puestos, otros fueron desterrados o se confiscaron sus bienes, aunque es curioso que nadie resultara encarcelado, quizá por la relevancia social de sus miembros. El propio Weishaupt, gracias al opaco secreto que rodeaba a la sociedad y su prestigio social (como ejemplo, el admirado Mozart le concedió su amistad), era visto meramente como un sospechoso.
Ante el peligro reinante, acordaron suspender la Orden en 1785. A pesar de ello el cerco político se estrechó, hasta llegar a decretarse la pena de muerte contra sus miembros. Y es que en estas fechas se había desatado el terror ante una supuesta conspiración radical asociada a la Revolución Francesa, que eclosionaría en 1789. Rápidamente los Illuminati se convirtieron en el centro de una de las teorías conspiratorias universales más célebres, en tanto sospechosos de haber provocado el levantamiento revolucionario. El argumento más sólido para ello, discutible en todo caso, era que muchos jacobinos habían sido Iluminados, y así lo contó el ex jesuita francés Augustin Barruel en un libro que gozó de una extraordinaria difusión. Sin embargo, los fines de Weishaupt eran más bien reformistas que revolucionarios. Al final no escapó al sino de sus correligionarios. También perdió su puesto en Ingolstadt en 1785 y tuvo que marcharse a enseñar Filosofía en la Universidad de Gotinga, en la Baja Sajonia.

Universidad de Ingolstadt
Y ¿qué pasó con la Universidad de Ingolstadt, que había sido el núcleo duro de los Illuminati? Pues de forma verdaderamente insólita, la propia Universidad desapareció. En 1799 el Elector Maximiliano IV, para cortar de raíz el peligro de contagio ideológico y bajo el pretexto de que se habían agotado los fondos disponibles para su sostenimiento, trasladó ese vetusto centro de saber a la ciudad de Landshut, a 75 km del conflicto, para después trasladarla a Munich 26 años después. Al finalizar el curso escolar en mayo de 1800 cerró sus puertas para siempre el lugar de concepción y nacimiento de la Criatura del Dr. Frankenstein y que hoy es centro de peregrinación obligada para los más devotos seguidores de la novela.

La conexión Shelley: alquimistas e iluminados.
Percival B. Shelley
Vamos a examinar ahora como llegan todas esas historias de la alquimia y de los Illuminati a manos de Percy y Mary Shelley hasta plasmarse en Frankenstein. El libro de Barruel fue traducido al inglés en 1797-8 con el título Memoirs of Ingolstadt. The History of Jacobinism, en cuatro volúmenes. Percy lee el libro en 1811, cuando tiene19 años, y se entusiasma tanto con los fines reformistas de los Iluminados que escribe al crítico y poeta Leigh Hunt, editor del Examiner, publicación que divulgaba las poesías de Shelley, para proponerle la creación de una sociedad que reuniera a los miembros ilustrados y más desprejuiciados de la comunidad,  para luchar contra la coalición de los enemigos de la libertad. Percy nunca perdió de vista ese deseo de crear su propia sociedad de iluminados, como se desprende del hecho de que, al escapar de Inglaterra con las jovencísimas Mary Godwin Wollstonecraft, su amante, y la hermanastra de esta, Claire Clermont, no dudara en viajar al extranjero cargando con el tocho de Barruel.
Mary Shelley
Claire Clermont
Del mismo modo que Weishaupt, Shelley aspiraba a crear el hombre perfecto, libre de las ataduras del catolicismo y capaz de desarrollar al completo las posibilidades de la ciencia. Pero, contradictoriamente, el siempre curioso Percy también fue un mago en ciernes. Mientras estudiaba en Eton, en donde ingresó en 1804 con solo 12 años, actuó como nigromante para despertar a un fantasma mediante un encantamiento que incluía beber de una calavera. Aunque el experimento fracasó, echando mano del típico ajuste de la disonancia cognitiva Percy pensó que no había ejecutado con precisión todos los pasos necesarios, antes que aceptar que se trataba de una superchería. Percy sentía pasión por los libros de magia y hechicería. Entre sus autores favoritos, como los de Victor Frankenstein, se encontraban Agrippa, Alberto Magno y Paracelso. Sobre ellos escribiría una carta al filósofo radical William Godwin, padre de Mary, cuya obra le entusiasmaba. 

William Godwin

Como Victor Frankenstein, cuando Percy ingresó en Oxford en 1810, también puso en práctica su otra pasión, la ciencia experimental. Llenó su habitación de crisoles, microscopios, una bomba de aire e incluso disponía de un laboratorio portátil. Su interés por la química y la electricidad era a la vez física y metafísica, y se había despertado en Eton gracias a unos carismáticos profesores. En 1811, el mismo año en que se entusiasma con los Illuminati, durante su corta temporada en Oxford que acabó en expulsión por publicar un panfleto defendiendo la necesidad del ateísmo, Percy escribe una novela juvenil, St. Irvyne, or the Rosacrucian. Se basaba en la sociedad filosófica secreta fundada por el alemán Christian Rosenkreuz en la Baja Edad Media. A su vez, esta sociedad se remontaba al saber esotérico del pasado más remoto, que habría permanecido oculto al hombre común.
Una idea esencial para la orden rosacruciana era la alquimia, que no debe entenderse literalmente como la transmutación del metal en oro sino como la transformación espiritual del hombre, de acuerdo con la ley de la correspondencia. La novela de Percy narra la historia de un enigmático personaje, Ginotti, un poderoso alquimista capaz de aparecer, desaparecer y cambiar de forma, que descubre la piedra filosofal y posee el secreto de la vida eterna. Un párrafo en el capítulo III de esta obra, cuando Ginotti evoca sus años de formación, recuerda poderosamente la novela de Frankenstein, como podréis comprobar:
“From my earliest youth, before it was quenched by complete satiation, curiosity, and a desire of unveiling the latent mysteries of nature, was the passion by which all the other emotions of my mind were intellectually organized”. Traduzco esta parte y la que continúa:
“Desde mi más temprana juventud […] la curiosidad y el deseo de descubrir los misterios latentes de la naturaleza fue la pasión que arrastraba todas las demás emociones de mi mente. Este deseo ardiente primero me llevó a cultivar con éxito las diversas ramas del aprendizaje que conducen a las puertas de la sabiduría. Luego me dediqué al cultivo de la filosofía, y el esfuerzo con el que lo perseguí superó mis expectativas más optimistas. […] La filosofía natural se convirtió finalmente en la ciencia a la que dirigí todas mis anhelantes preguntas. Aquello me condujo a un laberinto de meditaciones”.

En el cap. III de Frankenstein podemos leer:
“A partir de este día, la filosofía natural y en especial la química, en el más amplio sentido de la palabra, se convirtieron en casi mi única ocupación. Leí con gran interés las obras que, llenas de sabiduría y erudición, habían escrito los investigadores modernos sobre esas materias. Asistí a las conferencias y cultivé la amistad de los hombres de ciencia de la universidad. […] Nadie salvo los que lo han experimentado, puede concebir lo fascinante de la ciencia. En otros terrenos, se puede avanzar hasta donde han llegado otros antes, y no pasar de ahí; pero en la investigación científica siempre hay materia por descubrir y de la cual asombrarse. Cualquier inteligencia normalmente dotada que se dedique con interés a una determinada área, llega sin duda a dominarla con cierta profundidad. También yo, que me afanaba por conseguir una meta, y a cuyo fin me dedicaba por completo, progresé con tal rapidez que tras dos años conseguí mejorar algunos instrumentos químicos, lo que me valió gran admiración y respeto en la universidad”. 

Incluso he encontrado una asombrosa coincidencia entre una de las frases más celebres de Frankenstein, la que encabeza el capítulo IV, justo antes del nacimiento de la Criatura, y otra en St. Irvyne. Aquella dice: “It was on a dreary night of November that I beheld the accomplishment of my toils” (“Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos.”). En el capítulo VII de la historia de Ginotti, una obra muy anterior de Percy, puede leerse: “Cold and dreary was the night: November”.

¿Fue Percy B. Shelley, en realidad, el autor oculto de Frankenstein?


Scott Douglas de Hart, en el libro Shelley Unbound: Discovering Frankenstein ´s True Creator, publicado en 2013, propuso la hipótesis de que Percy fue en realidad el autor de Frankenstein basándose, entre otros muchos argumentos, en que la novela se publicó anónimamente y que el poeta, como los Illuminati que tanto admiraba, había decidido usar un seudónimo para ocultar su identidad a la hora de publicar esta obra tan radical por su mensaje político oculto. En mi modesta opinión, es cierto que la influencia de Percy es omnipresente en la novela: escribió su prefacio, fue él quien propuso a Mary crear un marco narrativo para encuadrar la novela mediante la historia del encuentro en el Ártico entre Víctor, la Criatura y el capitán Walton, contada a través de las cartas de este. Percy leyó y corrigió la novela e inspiró aspectos de la personalidad y vida de Victor Frankenstein, un personaje irrepetible que está cortado a su medida. Y es igualmente cierto que muchos de sus contemporáneos, al tiempo de publicarse la novela en 1818, pensaron que Percy Shelley, que tenía un nombre respetado como autor, era quien la había escrito, aunque el ambiguo anonimato ya se disipó en la segunda edición de 1823. No ocultaré, para que persista la intriga, que entonces Percy acababa de fallecer. Pero pretender ir más allá de aquellas influencias es ser víctima de teorías conspiratorias como las que hemos estado viendo en esta entrada. Mary era un espíritu excepcional que vivió bajo la sombra de una extraordinaria pensadora a la que no conoció, su madre Mary Wollstonecraft (1759-1797), que murió al nacer ella y a la que admiró profundamente. También su contradictorio padre William Godwin -un librepensador que, sin embargo, nunca perdonó a Mary que se hubiese escapado con Shelley-, le proporcionó unos referentes intelectuales de primer orden, además de poder acceder a su nutrida biblioteca.



 Mary convivió con Percy durante cuatro años antes de dar a luz a Frankenstein mientras se malograban constantemente sus maternidades reales. Fueron años de pesadumbres y estrecheces económicas pero también de fuegos de artificio intelectuales junto a las mentes más inquietas del Romanticismo, huyendo por Europa como parias pero viviendo la vida más intensamente, quizá, que nadie antes que ellos lo hubiese hecho, siempre al borde del abismo. Mary escucharía de labios del sensible Percy, que había sido objeto de acoso en la escuela, sus revelaciones acerca de sus soledades creadoras y sus aventuras intelectuales, y sin duda leería con devoción sus libros, inclusive St. Irvyne. Ambos estaban preocupados por los mismos problemas sociales, políticos y científicos, los que despertaban pasiones en la época y sobre los que debieron de debatir a diario. Mary y Percy compartían lecturas y hasta la escritura en el mismo diario. ¿Qué tiene de extraño, pues, encontrar algunas ideas, frases o episodios de la vida de Percy en Frankenstein, dado que esta obra tiene una complejidad de argumentos y personajes apabullante? Mary y Percy formaron parte, junto con Lord Byron, William Polidori, Leigh Hunt, John Keats o Edward John Trewlany, entre otros muchos, de uno de los más portentosos semilleros de talentos que ha conocido la historia. Las redes de conocimiento de estos genios, entrecruzadas, se potenciaron al 200 por 1000, como la chispa eléctrica del rayo fue capaz de otorgar vida a la materia inerte de la Criatura. Eso creo el milagro insólito de esta jovencita capaz de traer al mundo una novela inabarcable, tanto que no somos capaces de aceptar que ella fuese su autora, lo mismo que echamos mano de teorías sobre extraterrestres para explicar prodigios técnicos como las pirámides egipcias o Gobekli Tepe, un antiquísimo yacimiento en Turquía del que pronto hablaremos aquí.
Política, historia, antropología, arqueología, debates científicos de vanguardia, viajes de exploración, magnetismo, pedagogía, las comunidades utópicas...son solo algunos de los numerosos temas que aderezan Frankenstein Por ello seguiremos siempre preguntándonos cómo pudo aquella chica de 18 años, sin una educación formal, condensar tal cantidad de temas en una novela primeriza. Resulta realmente fascinante esa condición de "antena humana" de Mary Shelley, que supo captar el mundo cultural en plena ebullición tras la Revolución francesa, con todas sus contradicciones, y trasmitirnos su poder de seducción, como igualmente sus temores y errores.


Fuentes consultadas:
-De Hart, Scott Douglas. Shelley Unbound: Discovering Frankenstein ´s True Creator. Ed. Feral House, 2013.
-Hernández, Isabel: "How did a Bavarian professor end up creating a group that would be at the center of two centuries of conspirancy theories?". National Geographic en línea: https://www.nationalgeographic.com/history/magazine/2016/07-08/profile-adam-weishaupt-illuminati-secret-society/?cmpid=org=ngp::mc=crm-email::src=ngp::cmp=editorial::add=Compass_20190927&rid=469E963B369FCD3296B800B468E42B8F
-Shelley, Mary: Frankenstein. Norton critical edition, 2012.
-Shelley, Mary: Frankenstein o el moderno Prometeo.En línea con audioguía: https://albalearning.com/audiolibros/shelley/frankenstein-03.html
-Shelley, Percy B.: St. Irvyne, or the Rosacrucian. Project Gutenberg Australia: http://gutenberg.net.au/ebooks06/0606391h.html
-“Odd Truths: The occult secrets of Percy Shelley”. The Thinker´s garden. 12-2015. http://www.thethinkersgarden.com/2015/12/odd-truths-the-occult-secrets-of-percy-shelley/
-entradas de este blog por Encarna Lorenzo: 
-entradas de Wikipedia: Percy B. Shelley, Universidad de Ingolstadt y, sobre todo, Iluminados de Baviera, de la que procede el grueso de los datos relativos a la Orden.


Comentarios

  1. Felicidades por la interesante entrada. Todo este relato sobre los Illuminati y, sobre todo, su tendencia a reinventar el mundo renombrando sus elementos, me recuerda mucho a lo que describe Borges sobre la sociedad secreta que cuela en la Enciclopedia un nuevo volumen, en "Tlon, Ukbar, Orbis Tertius".

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