TRADICIÓN ORAL Y CULTURA POPULAR EN LA OBRA DE ROSALÍA DE CASTRO. La historia de Vidal
JOSÉ LOSADA
En el prólogo de su obra
Cantares Gallegos (1863) Rosalía de Castro proclama su intención de remediar la
injusticia que considera que se comete con su tierra, bella y dotada de los
mayores encantos, lo mismo que la lengua en la que se expresa, aunque pida disculpas
por adelantado por los errores gramaticales que pudieran encontrar los
lectores. La autora sentía también un gran
afecto por las costumbres gallegas. En este mismo blog se encuentra una
interesante entrada de Encarna Lorenzo que se refiere a la hospitalidad sexual
y su pervivencia en Galicia; también se da noticia de los problemas que ello le
causó, lo mismo que otro artículo bastante anterior, cuyo texto se desconoce,
que motivó una airada reacción de los seminaristas de Lugo contra la imprenta en
la que se estaba componiendo. No sé si calificarla como polemista, pero lo
cierto es que tenía el valor suficiente para exponer sus opiniones y los hechos
que consideraba ciertos, aun a riesgo de verse expuesta a feroces críticas.
En el libro citado anteriormente
encontramos la historia de Vidal. En una nota a pie de página explica la autora
que se trata más bien de un cuento pero que, como no tenía intención de
publicar un libro de relatos, optó por darle forma poética. La
califica como una de las historias más antiguas y más usadas; y termina
expresando el sentimiento de ternura que le produce saber que hay muchas
personas a las que no se les ofrece “a proba do porco” y que sueñan con poder
responder a los avaros vecinos como lo hace el protagonista. Como se habrá imaginado el lector por la
referencia porcina, la historia tiene que ver con la matanza y una de las
costumbres relacionadas con ella. Además de eso, la autora realiza una
descripción del ambiente festivo que la rodea, sin faltar varias referencias
gastronómicas que intentaré desentrañar acudiendo a mis experiencias
personales.
El poema, compuesto de
treinta y nueve octavas, es considerado
por la estudiosa de la obra rosaliana
Paula Canalejas como un alarde de los recursos de la autora y de la lengua que
emplea. Está dedicado a Roberto Robert, “redactor de La Discusión a quien le
gustan los cuentos y el gallego”. Gracias al Diccionario Enciclopédico Espasa sabemos que se trata de un
literato y periodista nacido en Barcelona en 1837 y fallecido en Madrid en 1873. Como
muestra de la mutua simpatía que se profesaban, se adjunta la noticia de la
boda de la poetisa, aparecida en el
periódico el 1 de diciembre de 1857.
Las ocho primeras estrofas
contienen una bucólica descripción del ambiente rural, sin duda basada en los
recuerdos de la autora, pues se refiere a lugar en el que “el río Sar, soberbio
y caudaloso parece que se duerme y se para”. No se refiere solamente al
paisaje, pues sus versos describen la pureza de las costumbres y que ninguno de
los vecinos había sufrido los avatares del “hambre negra”. Las número 6 y 7 se
dedican a describir la vuelta de las labores del campo, el caldo gallego de la
cena que hierve en el pote con berzas, patatas, habas y tocino; y la hora
última de vigilia, en la que familia se reúne para rezar el Rosario y
escuchar las historias del abuelo.
Las octavas que van desde la
9 a la 14 contradicen la línea argumental de las anteriores. Describen la vida
del protagonista (“Vidal el sin ventura”): huérfano de nacimiento, sin familia,
vive en la más absoluta pobreza. Su casa es descrita como una cuadra, duerme en
el suelo con la nieve y el viento como cobertor, las ventanas carecen de
cristales. Se mantiene con lo que los vecinos le dan, no tiene nada suyo y su
vida discurre sin sentir el querer y la ternura de los demás. Aprovecha Rosalía
para realizar la primera crítica social: “Tenía el sustento escaso y mal
seguro/ que dan de puerta en puerta al que es perdido, que así le dicen con
burla no escasa/ al que por pobre en este mundo pasa”.
En las estrofas trece y
catorce la poetisa nos habla de la alimentación de Vidal: pan y caldo cocinado
en casa ajena. No se le ofrece el compango (plato que se sirve en la mesa junto
al caldo o también alimento sólido que acompaña al pan), lo cual obedece a un
refrán según el que "no ha de darse de lo que bien sabe". Sin embargo, la crítica
vuelve a aparecer en los versos: “porque era la sobriedad santa y saludable/
según la que gente de poder decía/ aunque ellos bien que holgaban y comían”.
A partir de la estrofa XV, Rosalía describe el ambiente de la matanza como una fiesta, no en el sentido
propio del término sino como expresión de la abundancia (“a fartura”) que
conlleva. Se aprovechan los días más fríos, en los que las casas y los campos
se convierten en auténticas neveras naturales, porque así lo requiere la elaboración de los
embutidos y el salado de la carne.
La matanza se desarrolla en
varios días. El primero se sacrifica a los animales. El segundo, cuando la
carne ya se ha enfriado, se despiezan o “se parten” y se salan las piezas
destinadas a su consumo a lo largo del año (jamón, lacón, cabeza o cachucha,
solana …); también se pica y adoba la carne que se empleará para los embutidos, cuya elaboración, dejando un día de
descanso, pone fin a los trabajos o, al menos, a lo que se denomina “estar de
matanza”, pues falta todavía sacar la carne de la sal y el ahumado para
posteriormente comenzar un periodo de curación que, en el caso de los jamones,
se dilata varios meses.
La autonomía de cada casa a
la que se ha hecho referencia explica que en una misma estrofa se aluda a trabajos que corresponden a
jornadas distintas. Así, cuando la autora se refiere al “amabre chamuscar”, da
forma poética a una labor que se realiza inmediatamente después de la muerte
del animal. Se trata del quemado del pelo. Antiguamente se hacía usando haces
de paja encendidos. Una innovación tecnológica posterior es la aplicación de un
quemador a una bombona de gas butano. Como todo descubrimiento científico que
se precie, el “invento” fue recibido con reticencias. Mi recientemente
fallecido amigo Tucho me contaba que él había sido uno de los que se opuso a su
uso, alegando que dejaba sabor a butano en la carne. No tardó en salir de su
error e incluso llegó a fabricar en su taller uno de esos artefactos que tan
perjudiciales llegó a considerar en un principio.
En los tiempos de Rosalía, y
también después, las tripas del animal se aprovechaban para los embutidos. Esto
requería un concienzudo lavado con agua corriente y limpia en el río. No es
difícil imaginar lo penoso que resultaba esa labor para las que la desempeñaban
(normalmente, las mujeres). Yo recuerdo ver el lavado de tripas con un grifo;
aunque no se evitaba el contacto prolongado con el agua fría, por lo menos el
trabajo podía hacerse bajo techo. Recuerdo una conversación con Teresa, la
viuda de Tucho, acerca de sus problemas de salud, en concreto del
estreñimiento, y cómo me describió muy
gráficamente las características de la flora intestinal. Había lavado tripas en
el río Cabe a lo largo de su vida y de ahí le venían sus conocimiento de
anatomía (el refrán dice “Se queres ver o teu corpo, mata o teu porco”).
En la actualidad, y desde
hace varios años, las tripas pueden comprarse ya preparadas e incluso se usan materiales
artificiales para los embutidos. También pueden salarse y comerse cocidas.
Nunca las he probado así; en mi casa no se preparaban debido al olor que
desprendían cuando se hervían. En cambio, sí comíamos el estómago (“bispo”),
cocinado de la misma forma y aliñado con pimentón y aceite.
En los tres últimos versos
Rosalía describe una estampa en el mismo tono alegre del resto de la estrofa.
El mismo día en que se partían los cerdos se consumían sus primeros productos.
La comida de ese día, o la cena según se terciase, consistía en lomo frito. Eso
se llamaba “estar de frebas” y constituía un punto y seguido en una dura
jornada de trabajo.
En la estrofa XVI la autora,
continuando con la evocación nacida de su propia experiencia, nos aporta varias
citas culinarias relacionadas con la matanza. Comienza con el hígado
encebollado (se prepara echando cebolla picada en una cazuela con aceite no muy
caliente y, tras dejar pasar un poco de tiempo, el hígado; se añade ajo y
perejil también picados y sal, cuando el hígado esté pasado se echa un poco de
vino blanco y se cocina a fuego lento).
Además de esa exquisita forma de preparación, hay otra en la que el
hígado se hierve entero con manzana y orégano en rama; después, con un poco de agua de la cocción y pimentón se forma una masa con la que se
embadurna. Se deja enfriar y puede consumirse como un fiambre de aperitivo los
días siguientes (el hígado queda consistente y se puede cortar con cuchillo en tajadas).
La zorza o “sorsa” a la que
se refiere Rosalía es carne adobada con sal, pimentón, orégano, ajo machacado
y un poco de agua (mi madrina, emigrante
en la Argentina que conservó las costumbres de la matanza, escuchó que decían, mientras la estaba preparando: “Esta gallega
está loca, le echa agua a la carne”). Se amasa en recipientes de barro llamados
barreñones. La carne puede ser magra, y
se usa después para hacer chorizos, o con hueso (de la parte de la costilla o
de la columna vertebral) para hacer riquísimas empanadas. Antes de embutir
suele probarse la zorza friendo una pequeña porción en la sartén, por si es
necesario rectificar alguno de sus ingredientes. Como en otras disciplinas,
“cada maestrillo tiene su librillo”: hay quien prefiere los chorizos más
picantes, sobre todo si se van a guardar para comer crudos, o les echa cebolla.
Mención aparte merecen los llamados “chanfainos”, elaborados con carne y los
menudos (pulmones, corazón …) y que hacen un lucido papel en los cocidos.
En nuestra casa no se
elaboraban morcillas, lo cual no significa que se desperdiciase la sangre. Al
contrario, constituía el ingrediente principal del postre más exquisito
reservado a los días de matanza. Las filloas se elaboran con una mezcla de
sangre, leche y harina (un huevo batido es opcional). En una sartén de hierro,
previamente engrasada con un pedazo de tocino,
se echa una pequeña cantidad que se extiende con cuidado para que la
filloa quede muy fina. Una vez elaborada se coloca en un plato, y se le echa azúcar,
formándose una pequeña torre. Un consejo: el comensal debe maniobrar de forma
que consiga que le toque la primera, es decir, la que queda en el fondo del
plazo. Para cuando se llega a ella, el azúcar se ha convertido en un fino
almíbar, sobre todo si el plato ha estado sobre una cazuela con agua caliente,
“al baño María”.
No se trata de elaborar un
recetario exhaustivo de los productos del cerdo, sino de adornar los versos de
la poetisa, que vivió sus últimos años
en un lugar llamado precisamente “La Matanza”, en Padrón. Han quedado
fuera otros muchos. Botelo, androia, unto, roxós, cuya glosa queda para mejor
ocasión.
En las tres siguientes
estrofas Rosalía retoma el hilo de su relato. Tras describir lo que ella
denomina “a festa do porco”, se coloca en el lugar de su protagonista, Vidal,
el desventurado. Mientras en las demás casas reinaban la alegría y la
abundancia, en su pobre y fría morada, solamente la soledad lo acompañaba.
Nunca había sido invitado por sus vecinos y su participación en la fiesta se
limitaba a la de un inane espectador.
www.rosalia.gal |
En la estrofa XX se describe
la costumbre que aporta el interés etnológico al relato poético. Los vecinos se
intercambian “la prueba del cerdo” (“a proba do porco”), materializada en
morcillas. Yo la conozco con otra forma, por ejemplo, un pedazo de lomo, y con
el matiz de ser un presente, un agasajo destinado a alguien a quien se tenía
interés en cumplimentar. En una ocasión fui comisionado para ayudar a un amigo
de la familia a partir dos cerdos (era un persona de edad y sufría reuma en las
manos). La tarea se desarrolló durante toda una mañana; al poco de empezar me
preguntó, muy serio, acerca de qué había dicho mi padre sobre el solomillo que
había que llevarle al señor cura. Debí de poner cara de asombro porque no pudo
evitar la carcajada. Mientras trabajaba repetía los pormenores del sucedido y
volvía a reírse. Hasta que llegó uno de mis hermanos, y con la colaboración de
mi mezquino silencio, repitió la broma con parecido resultado, reduplicando las
chanzas, que ya se mantuvieron hasta el
final de la faena.
La otra diferencia que
observo se refiere a la reciprocidad que en el poema se señala (“veciños con
vecinos se trocaban”) y que provoca que el protagonista se quede fuera. Por lo
demás, Rosalía proclama su vigencia cuando afirma que" aún hoy se renueva".
Una situación tan patética
como la descrita no tenía otra solución que la que aporta la justicia divina.
Ya en el teatro griego se estilaba que, en la resolución de los conflictos
dramáticos, surgiese un “deux ex machina”. Algo similar se le ocurre a nuestra
poetisa que, después de oír cómo el protagonista suspira por ser rico por un
día y clamar por la falta de misericordia que le rodea, hace intervenir a
“Aquel que todo mira”. En este caso se materializa en una inesperada herencia
proveniente de “Cais”, con lo que hace referencia
a Cádiz. Rosalía escribió un relato burlesco titulado “El Cadiceño” en
el que, por lo que ahora nos interesa, recoge la existencia de una corriente
migratoria desde Galicia hasta la citada ciudad andaluza. El “Castizo” (palabra
relacionada con la matanza, pues así se denomina al cerdo semental),
protagonista de la novela “A Esmorga” de Eduardo Blanco Amor, nos cuenta
que su padre había sido barrendero en
Cádiz, lo que nos da idea del horizonte que esperaba a los trabajadores
gallegos en una ciudad tan hermosa que
merece el sobrenombre de “la Tacita de Plata”.
Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, la mitología popular nos
habla de algunos emigrantes que alcanzan una gran fortuna que les permite regresar
a su tierra como ejemplo de éxito. La triste realidad es muy distinta, pero la
ilusión ayuda a sobrellevar el desarraigo, cuando no las privaciones y
humillaciones, que el emigrante ha de soportar.
El caso es que Vidal, el
desventurado, después de recibida tan extraordinaria noticia, pasa por diversos
estados de ánimo: sonríe, llora, besa el suelo de su humilde cabaña y, por fin,
da gracias a Dios, a quien debe su cambio de fortuna. Ya en la estrofa XXV
aparece restablecido de la emoción inicial, limpio, arreglado y bien compuesto,
y comprueba el cambio de actitud de sus vecinos
hacia él. A pesar de ser calvo, escucha alabanzas sobre su pelo. Hasta
amigo le llaman los que, hasta hacía poco tiempo, volvían la cara a su paso. Esto
provoca en la autora una amarga reflexión acerca de la mortal pobreza y cómo el dinero
otorga a quien lo tiene encanto y gentileza (estrofa XXVII). Vidal, al que
califica de “filósofo profundo”, adopta una actitud cortés y humilde, mientras
medita la lección que piensa dar a sus vecinos. No se habla de venganza ni de desear a los vecinos que se viesen en la
misma situación desesperada de la que el protagonista acaba de salir, solamente
de mostrarles la mezquindad de su actitud anterior. Para ello, comienza por
comprar un cerdo; en la escena XXX queda
descrito en términos tan elogiosos (soberbio, níveo,
plantado, corto de pierna, redondo, “lombo neto”) que levanta la lógica
admiración en los vecinos,- con invocación incluida al patrón encargado de la
cuestión (“San Antonio te lo guarde”)-,
de cuyas mentes no puede apartarse la idea de la participación que en él
les correspondería según la costumbre ya conocida.
"O Castizo" y sus compañeros en la versión cinematográfica de "A Esmorga" de Ignacio Vilar |
En las estrofas XXXII y XXXIII se evoca la matanza en términos absolutamente distintos a los que hemos visto con anterioridad. Se habla del conmovedor berrido del animal en el momento de morir (algo de lo que puedo dar fe por haberlo escuchado) y describe patéticamente el momento de agonía y muerte a manos del “matachín”. Hay una descripción de su labor en el libro “Os saberes tradicionais dos galegos” de Xosé Antonio Fidalgo Santamarina: era ayudado por los “agarrantes” o “termadores” y su remuneración consistía en la “parva”, una pequeña degustación de aguardiente y castañas e higos pasos. No solamente se ocupaba de hacer lo que de su nombre se desprende, pues también dirigía el depilado y la evisceración el primer día; y al siguiente, los ya comentados trabajos de despiece y salado.
El poema continúa con un
“retrato póstumo” del “difunto”. Con una cebolla en la boca, práctica que
desconozco, aunque me imagino que
pudiera tener por finalidad facilitar la separación de las mandíbulas que se
realizaría al día siguiente. Las superiores formarían parte de la “cachucha”,
mientras que cada una de las inferiores
(llamadas “dientes”) se salará por separado. Hay una interesante reflexión
final que creo que no debería ser valorada con arreglo a los criterios actuales
(en España existe un partido político cuyo eje ideológico principal postula la defensa de los
animales). Rosalía recomienda al lector que no llore por él; su sueño es
descuidado, sin provocar las iras del infierno ni las glorias del purgatorio.
Dormirá insensible eternamente.
Quien lea esto se preguntará
por qué no hay ninguna foto de la matanza ilustrando esta entrada. Se
encuentran, en abundancia, en la red. Sin embargo, no se trata de herir la
sensibilidad de los lectores. Por el contrario, mi intención, además de
ensalzar el valor literario de la obra, es destacar los aspectos etnológicos
que contiene. En mis recuerdos no aparece ningún rastro de ensañamiento o de
disfrute con el sufrimiento del animal. Es más, yo nunca lo vi porque, llegado
el momento, se quedaban solamente en el lugar las personas adultas
estrictamente necesarias para sujetarlo junto con
el encargado de sacrificarlo (tampoco he querido entrar en detalles,
pese a que el libro citado anteriormente
describe sus “aspectos técnicos”). El regocijo que en algunas estrofas
se describe nada tiene que ver con ella ni es producto de la violencia ejercida
sobre un animal indefenso. Cuando Rosalía escribe a mediados del siglo XIX, las hambrunas causadas por las malas cosechas eran una posibilidad muy real y conocida por todos. En una
economía de subsistencia, el aseguramiento de las reservas para varios meses
(el llenado de la despensa) provocaba un sentimiento que nosotros, instalados
en la opulencia, difícilmente alcanzaremos nunca a comprender.
Mas volvamos a la casa de Vidal, al que habíamos dejado provocando la envidia de sus vecinos mediante la compra de un cerdo extraordinario con el dinero que, como llovido del cielo, le había proporcionado una herencia venida de lejos. Ante la general sorpresa, el protagonista se encierra en su casa. Después de haber exhibido al animal atravesando la aldea a “paso de hormiga”, se reserva los trabajos de la matanza, desatando el enfado de algunos y el pasmo de otros, acostumbrados a la humildad que antes mostraba. Haciendo oídos sordos a todos, Vidal se pasa toda la noche trabajando. Pido prestada una hermosa frase a Cervantes: “la del alba sería” cuando salió de su casa cargado con un “varal” de morcillas bien cargado. Se hace referencia a una vara larga y completamente recta que se usaba para poner a secar los embutidos. En mi infancia oí decir que las mejores eran las de acacia, tanto por su forma como por su respuesta al humo.
Mas volvamos a la casa de Vidal, al que habíamos dejado provocando la envidia de sus vecinos mediante la compra de un cerdo extraordinario con el dinero que, como llovido del cielo, le había proporcionado una herencia venida de lejos. Ante la general sorpresa, el protagonista se encierra en su casa. Después de haber exhibido al animal atravesando la aldea a “paso de hormiga”, se reserva los trabajos de la matanza, desatando el enfado de algunos y el pasmo de otros, acostumbrados a la humildad que antes mostraba. Haciendo oídos sordos a todos, Vidal se pasa toda la noche trabajando. Pido prestada una hermosa frase a Cervantes: “la del alba sería” cuando salió de su casa cargado con un “varal” de morcillas bien cargado. Se hace referencia a una vara larga y completamente recta que se usaba para poner a secar los embutidos. En mi infancia oí decir que las mejores eran las de acacia, tanto por su forma como por su respuesta al humo.
Trastocado en un hombre
sonriente y seguro de sí mismo, llama a todas las puertas y pregunta si en esa
casa le habían dado morcillas. Y, conocedor como el lector de la respuesta, exclamaba: “Pues adelante con el varal”. La
frase, que expresa una cierta arrogancia pero sirve para dejar en evidencia la
mezquindad de los vecinos, está relacionada con otra que en el libro de José María Irribaren “El porqué de los
dichos” se atribuye a alguien que formaba parte de una procesión cuya marcha se
interrumpe por algún obstáculo y que
animaba a los que cargaban con el paso para seguir: “¡Adelante con los faroles,
que detrás vienen los cargadores!”.
En la última estrofa (la
XXXIX) se nos aporta una referencia temporal, cuando la poetisa escribe "Vidal
había muerto hacía tiempo y de su casa no quedan más que las ruinas". Sin
embargo, su historia ha pasado a la tradición oral (“hoy mismo por proverbio
pasa”) y sirve de enseñanza a las generaciones futuras. "Cuando el nombre de
Vidal se invoca, muda se suele quedar más de una boca".
Aquí termina el comentario
de la historia de Vidal, adobada con la evocación de un pasado cada vez más
lejano. Como el mensaje en una botella, no sé si alguien habrá llegado a leer
hasta aquí. Espero que quien lo haya hecho, haya comprendido las diferencias
entre el mundo que nos rodea y aquel en el que la carne de cerdo era base
fundamental de la alimentación, y su sacrificio y posterior elaboración caseros eliminaban, en parte, la incertidumbre
acerca de lo que pudiera deparar el futuro más inmediato. También me gustaría
que reflexionásemos sobre el verdadero contenido de la solidaridad; eso sí que
no ha cambiado y seguimos teniendo oportunidades de ejercerla.
Para finalizar, hemos realizado un vídeo con el texto del poema acompañado de algunas de mis fotografías. Para que dé tiempo a leerlo, se recomienda parar la reproducción cuando sea necesario.
Para finalizar, hemos realizado un vídeo con el texto del poema acompañado de algunas de mis fotografías. Para que dé tiempo a leerlo, se recomienda parar la reproducción cuando sea necesario.
Una maravilla de texto de José Losada, aportando su propia experiencia y recuerdos, acerca de una costumbre asociada muy directamente a los modos de subsistencia tradicionales en la economía rural, partiendo de la obra de Rosalía de Castro, una escritora siempre del lado de los pobres y marginados y deseosa de poner en valor a su tierra y sus particularidades. Hay mucho aspecto antropológico que comentar en esta entrada, de los que ya iremos hablando. No os perdáis el video. Enhorabuena al autor por este trabajo tan concienzudo, rico y evocador de modos de vida que están desapareciendo.
ResponderEliminarMuchas felicidades, Pepe, yo me lo he leído entero recordando lo dulcirrica que está la carne de careta de cerdo del cocido gallego.
ResponderEliminarUna entrada que he disfrutado de principio a fin, tanto por lo antropológico, como lo culinario y los recuerdos entreverados. Tiene una gran relación con la antropología de los Mares del Sur y el materialismo cultural, lugares donde los cerdos constituyen el eje central de la comunidad, la distribución del trabajo y hasta de las relaciones sociales.
ResponderEliminarVa a ser cierto el dicho de que " del cerdo se aprovecha todo"... hasta sus referencias en la entrada.
Enhorabuena!!!
Enhorabuena de parte de una monfortina por lo bien que has recreado nuestra participación etnográfica en elcorpus de Rosalía y también por tu sensiblidad con su contextualización en la sociedad actual
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