GARRY WINOGRAND: A LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD NORTEAMERICANA
Garry
Winogrand (Nueva York, 1928-Tijuana,
1984) es uno de los más importantes fotógrafos del siglo XX. Su afán siempre
fue entender la cultura e idiosincrasia de la convulsa sociedad americana en la
que le tocó vivir. “He estado
fotografiando Estados Unidos para intentar (…)averiguar quiénes somos y cómo
nos sentimos, observando nuestra apariencia mientras la historia se producía y
se sigue produciendo a nuestro alrededor en este mundo” . Esta rotunda
declaración de principios, propia de un entregado estudioso de lo humano,
justifica sobradamente que le dediquemos unas reflexiones desde el campo de la
Antropología. Aunque abordó múltiples temas: las mujeres, los hombres, los
niños, las convenciones políticas, los acontecimientos deportivos, el mundo del
espectáculo…Al final nos vamos a fijar especialmente en sus
reveladores imágenes sobre las relaciones entre seres humanos y animales en un
entorno urbano y la crítica a los estereotipos sociales.
1. La New School
for Social Research, una experiencia seminal
Garry Winogrand era hijo de emigrantes judíos polacos. Ese sello étnico y social sin duda le ayudó a instalarse mentalmente en la periferia de los
fenómenos urbanos y en la visión crítica de los mismos. Winogrand creció en el
Bronx, en el modesto ambiente de la clase trabajadora. Obtuvo una beca
para estudiantes superdotados pero el colegio de Manhattan a donde fue enviado cerró. Un aparente revés en la búsqueda de su destino por parte de aquel niño
tan despierto. Años más tarde se alistó en el Ejército, trabajó una temporada
como meteorólogo y, en 1947, empezó a estudiar pintura en el City College de
Nueva York. Desde 1948 estudió también fotografía en la Universidad de
Columbia. En 1951 se convirtió en alumno del magistral Alexey Brodovich, que
impartía clases de fotoperiodismo en la New
School for Social Research de Nueva York. Esta institución siempre fue
famosa por su talante intelectual abierto y progresista, y por el elevado nivel
de su enseñanza. Su objetivo era permitir que los estudiantes adultos lograran
una comprensión no sesgada del orden político, económico y social existente, su
génesis, desarrollo y funcionamiento. Varios de sus fundadores fueron antiguos
profesores de la Universidad de Columbia y, entre sus miembros más señeros, yo
destacaría al sociólogo Thorstein Veblen, al filósofo John Dewey o al gran
jurista Roscoe Pound. En 1933, en su rama llamada entonces de la Universidad en el Exilio,
acogió a grandes pensadores huidos de la Alemania nazi o de la Italia fascista,
como Erich Fromm, Hanna Arendt o Leo Strauss, y sirvió de modelo para la École
Libre des Hautes Études en Francia tras la invasión alemana, en la que
enseñaron Jaques Maritain, Claude Lévi- Strauss y Roman Jakobson. En la década
de los 40 la New School acogió también a importantes maestros de teatro
emigrados de Europa, como Elia Kazan, y fue el lugar en el que se forjaron los
inmensos talentos de Marlon Brando o Tennessee Williams.
Sobre ese papel de semillero de genios, Marlon Brando escribió: “Asistí a la Nueva Escuela para la Investigación Social solo un año, pero qué año. La Escuela y Nueva York misma se habían convertido en un santuario para los extraordinarios judíos europeos que habían abandonado Alemania y otros países antes y durante la Segunda Guerra Mundial, quienes enriquecieron la vida intelectual de la ciudad con una intensidad que quizá nunca ha sido igualada en ningún lugar en un período de tiempo comparable”. En ese ambiente de extraordinario fermento intelectual, que me ha recordado vagamente el irrepetible mundo de la Residencia de Estudiantes, no es extraño que florecieran con toda su potencia todas las grandes aptitudes artísticas de Garry Winogrand, y que se abriera su inteligente mirada a las contradicciones de aquella ciudad, que sin duda se había convertido en el ombligo del mundo durante la posguerra.
Sobre ese papel de semillero de genios, Marlon Brando escribió: “Asistí a la Nueva Escuela para la Investigación Social solo un año, pero qué año. La Escuela y Nueva York misma se habían convertido en un santuario para los extraordinarios judíos europeos que habían abandonado Alemania y otros países antes y durante la Segunda Guerra Mundial, quienes enriquecieron la vida intelectual de la ciudad con una intensidad que quizá nunca ha sido igualada en ningún lugar en un período de tiempo comparable”. En ese ambiente de extraordinario fermento intelectual, que me ha recordado vagamente el irrepetible mundo de la Residencia de Estudiantes, no es extraño que florecieran con toda su potencia todas las grandes aptitudes artísticas de Garry Winogrand, y que se abriera su inteligente mirada a las contradicciones de aquella ciudad, que sin duda se había convertido en el ombligo del mundo durante la posguerra.
2.
Un testigo ambulante por las calles de Nueva York
“Siento
como si (…) el mundo fuera un lugar para el que he comprado una entrada (…). Un
gran espectáculo dirigido a mí, como si nada fuera a suceder a menos que yo
estuviera allí con mi cámara”( G. Winogrand)
En la década de los 50 Garry Winogrand
revolucionó la fotografía callejera, aunque él detestaba esta denominación. Winogrand no buscaba capturar instantáneas bellas sino tomarle el pulso a la vida urbana,
tal como la encontraba mientras paseaba lentamente por las calles entre
Manhattan y Beverly Hills. Armado con su Leica M4 y con una sonrisa,
captaba a sus modelos espontáneos al tiempo que cruzaban los pasos de cebra o
incluso sorteando el tráfico a la carrera en mitad de la calle. No había ningún
contacto con sus anónimos modelos, ningún preparativo de la imagen, solo la
suerte y la extrema habilidad del fotógrafo.Como si fuera un objetivo viviente,
siempre buscaba a su alrededor la ocasión de plasmar el instante, la minúscula historia
humana escondida en el tejido social urbano. Todo le resultaba interesante a esta “cámara humana”. Se calcula que, a
lo largo de 36 años de casi obsesivo trabajo, llegó a tomar cerca
de seis millones de fotografías, lo que representa un promedio de casi 450 al
día, una auténtica Atlántida escondida de prometedores negativos, con tesoros a
descubrir por los estudiosos y por el público en las cerca de 300.000 imágenes
todavía sin revelar. Su frenética pasión profesional lo convierte en el
fotógrafo más prolífico de la historia.
“Cuando fotografío veo la vida. Eso es con lo que trato”, decía Winogrand, hablando de la vida como esa energía que podía encontrar en las calles en un momento de cacería fotográfica de seres anónimos, con sus desconocidas narraciones vitales.
En la década de los 60 su obra reflejó los difíciles acontecimientos sociales de una nación adalid de la paz, la democracia y las libertades pero en la que las minorías tenían que luchar a brazo partido por sus derechos, estaba empeñada en una escalada bélica creciente con la
Unión Soviética que puso en riesgo la seguridad del planeta durante la crisis de los
misiles. Los norteamericanos perdieron la inocencia con la guerra de Vietnam, y con los los terribles asesinatos de
JFK o Martin Luther King.
3. On
the Road: El viaje a la búsqueda de la identidad americana
“Podría
decir que soy un estudiante de la fotografía, es cierto; pero, en realidad, soy
un estudiante de Norteamérica” (G. Winogrand).
Winogrand documentó exhaustivamente la
vida norteamericana en los años 60 y 70, tomando imágenes de mujeres de todas
las edades, trabajadores, niños, mascotas, espectáculos de rodeo, y las
manifestaciones y movimientos contraculturales que definieron para siempre el
paisaje humano de la década. Como siglos antes hicieran los anglosajones con el
Grand Tour por la Europa meridional, o los beatniks que en los cincuenta
recorrieron Estados Unidos en un viaje de autodescubrimiento, también Winogrand,
gracias a sucesivas becas Guggenheim desde 1964, se lanza a una suerte de viajes
iniciáticos, de investigación de la vida americana y los asuntos candentes de
la época, que le llevaron hacia el
Oeste: Los Ángeles, San Francisco, Dallas, Houston, Chicago, Ohio, Colorado, y
el suroeste del país. Hasta se ocupó de fotografiar a los indios navajos.
Desde 1969 llevó a cabo un proyecto
ambicioso, Relaciones públicas, una obra editada en 1977 en la
que pretendía reflejar el efecto de los medios de masas sobre eventos tales
como inauguraciones de museos, conferencias de prensa, acontecimientos
deportivos, manifestaciones, entrega de premios, fiestas de cumpleaños o en el
lanzamiento de cohetes a la Luna, tratados como si fueran rituales públicos. En 1960 había fotografiado la Convención Nacional de los Demócratas en Los Angeles. Con su talento para descentrar las jerarquías, vemos a Kennedy como uno más entre sus seguidores.
En 1975 publica una serie fundamental, Women
are Beautiful, que en su momento supuso un fracaso para el autor pero
que hoy es uno de sus libros más codiciados. Estas fotografías reflejan a
una mujer anónima en un entorno urbano, defendiendo su lugar en el
espacio público, un fiel testimonio de los cambios radicales que experimentó su
papel en sociedad en el tercer cuarto del siglo XX. En el siguiente enlace
podéis descubrir las maravillosas imágenes de esta serie: http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2014/03/garry-winogrand-women-are-beautiful.html
Con los años llegó el desencanto por la
progresiva desintegración de aquel prometedor estilo de vida de la burguesía
americana tras la segunda contienda mundial. Su fotografía se volvió más
oscura. Ya no reflejaba, como en otras épocas, el glamour y la prosperidad.
Garry Winogrand murió de cáncer con 56
años en México. Animado por ese afán torrencial que tantas veces hemos visto en
la Antropología de salvamento, durante más de 30 años el fotógrafo se había
lanzado en cuerpo y alma a documentar la realidad social americana con sus
luces y sus sombras. Como contrapartida, no tuvo tiempo de procesar adecuadamente
su obra, hoy un valiosísimo legado para los estudiosos del fenómeno social
norteamericano en la crucial segunda mitad de la pasada centuria. John Szarkowski,
director de fotografía del MOMA, lo considera “el fotógrafo central de su generación”.
4. The Animals
En 1969 Winogrand había publicado su primer libro, The Animals, fruto de su trabajo entre 1962 y 1968 fotografiando con todo detalle el Zoológico del Bronx en Nueva York y el Acuario de Coney Island. En esa primera obra observaba las curiosas conexiones entre humanos y animales. O mejor, los escenarios urbanos en que se producen esos encuentros como una gran metáfora de la vida social de la época.
Winogrand había crecido a un tiro de piedra del zoo del Bronx y no es extraño que le dedicara este sorprendente trabajo, compuesto de 43 fotografías en blanco y negro. Pero no nos engañemos. Lo que le interesaba a este estudioso de lo humano no era, simplemente, fotografiar elefantes o simios sino interpretar el zoo como eco de las relaciones humanas en la sociedad americana. En particular, la mirada masculina dominadora sobre las mujeres y las personas de color.
En las fotografías de Animals los visitantes parecen tan amenazantes o aburridos como las propias fieras dentro de las jaulas. Los zoos se instalaron en las ciudades no tanto para satisfacer nuestra curiosidad biológica sino para enseñarnos, por contraste, lo que no debíamos ser, animales. Pero la identidad de base acaba aflorando.Vemos a dos orangutanes saludando con un gesto inequívocamente humano, personas mirando fijamente a un gorila que les devuelve la atención desde el otro lado de la valla o, por el contrario, dándose la espalda con un abismo infranqueable entre unos y otros.
Para mí, la foto más compleja en el libro es la de la pareja interracial. La sombra del fotógrafo invade la escena a modo de autorretrato involuntario. Los protagonistas son guapos y llevan una vestimenta muy chic. La imagen es simpática y francamente chocante: el hombre y la mujer llevan en brazos a dos pequeños chimpancés vestidos con ropa sport, una sudadera, pantalones y zapatos. Los monitos se aferran a ellos con el mismo cariño que un niño lo haría con sus padres. Los animales parecen encantados de ese contacto tan afectuoso. Es difícil adivinar el significado real de la situación. Quizá eran mascotas y sus dueños los llevaron al zoológico a ver a sus congéneres. Tal vez formaban parte de uno de aquellos experimentos de chimpancés criados en familias humanas que fueron frecuentes en Estados Unidos hace algunos años. O tal vez se estaba rodando un spot de promoción del Zoológico del Bronx o alguna otra clase de anuncio. En todo caso, el motivo real no es lo que más nos interesa aquí, sino los significados latentes en el contexto de la época, aunque no fueran pretendidos ni por los personajes ni, mucho menos, por el fotógrafo, a menos que entendamos que estaba haciendo uso de su sempiterna visión crítica para obligarnos a reflexionar. Y es que la imagen, tan entrañable y aparentemente inocente, podría tener otra lectura perversa desde una visión más sesgada de la realidad, teñida de preconcepciones racistas. No olvidemos el apartheid en que vivía la sociedad americana. En 1957 el Tribunal Supremo prohibió la separación de blancos y negros en las escuelas públicas ( Brown vs. Board of Education). Esta histórica decisión judicial fue considerado un gran hito en la lucha por los derechos civiles de las minorías, pero se encontró con una férrea resistencia en la realidad, pues siempre se buscan caminos indirectos para mantener el status quo ante. A la luz de los fuertes prejuicios que todavía existían al final de la década de los 60 contra las uniones mixtas, y que con tanto talento y delicada ironía retrató Stanley Kramer en la película Adivina quién viene esta noche (1967), los matrimonios que desafiaban las leyes "naturales" tendrían como resultado, en la cruel opinión pública, una vuelta a los orígenes primates.
En las fotografías de Animals los visitantes parecen tan amenazantes o aburridos como las propias fieras dentro de las jaulas. Los zoos se instalaron en las ciudades no tanto para satisfacer nuestra curiosidad biológica sino para enseñarnos, por contraste, lo que no debíamos ser, animales. Pero la identidad de base acaba aflorando.Vemos a dos orangutanes saludando con un gesto inequívocamente humano, personas mirando fijamente a un gorila que les devuelve la atención desde el otro lado de la valla o, por el contrario, dándose la espalda con un abismo infranqueable entre unos y otros.
Para mí, la foto más compleja en el libro es la de la pareja interracial. La sombra del fotógrafo invade la escena a modo de autorretrato involuntario. Los protagonistas son guapos y llevan una vestimenta muy chic. La imagen es simpática y francamente chocante: el hombre y la mujer llevan en brazos a dos pequeños chimpancés vestidos con ropa sport, una sudadera, pantalones y zapatos. Los monitos se aferran a ellos con el mismo cariño que un niño lo haría con sus padres. Los animales parecen encantados de ese contacto tan afectuoso. Es difícil adivinar el significado real de la situación. Quizá eran mascotas y sus dueños los llevaron al zoológico a ver a sus congéneres. Tal vez formaban parte de uno de aquellos experimentos de chimpancés criados en familias humanas que fueron frecuentes en Estados Unidos hace algunos años. O tal vez se estaba rodando un spot de promoción del Zoológico del Bronx o alguna otra clase de anuncio. En todo caso, el motivo real no es lo que más nos interesa aquí, sino los significados latentes en el contexto de la época, aunque no fueran pretendidos ni por los personajes ni, mucho menos, por el fotógrafo, a menos que entendamos que estaba haciendo uso de su sempiterna visión crítica para obligarnos a reflexionar. Y es que la imagen, tan entrañable y aparentemente inocente, podría tener otra lectura perversa desde una visión más sesgada de la realidad, teñida de preconcepciones racistas. No olvidemos el apartheid en que vivía la sociedad americana. En 1957 el Tribunal Supremo prohibió la separación de blancos y negros en las escuelas públicas ( Brown vs. Board of Education). Esta histórica decisión judicial fue considerado un gran hito en la lucha por los derechos civiles de las minorías, pero se encontró con una férrea resistencia en la realidad, pues siempre se buscan caminos indirectos para mantener el status quo ante. A la luz de los fuertes prejuicios que todavía existían al final de la década de los 60 contra las uniones mixtas, y que con tanto talento y delicada ironía retrató Stanley Kramer en la película Adivina quién viene esta noche (1967), los matrimonios que desafiaban las leyes "naturales" tendrían como resultado, en la cruel opinión pública, una vuelta a los orígenes primates.
Todas las fotografías tienen copyright de
Garry Winogrand. En esta última tanda de imágenes se incluyen varias que no pertenecen a Animals sino a Rodeo.
Fuentes consultadas:
·
Garry
Winogrand: Huge Influence, Early Exit, Frank van Riper,
artículo en el Washington Post;
·
Ten
things Garry Winogrand can teach you about street photography,
Eric Kim;
·
Garry
Winogrand. Guía educativa. Fundación Mapfre, 2015
·
Garry
Winogrand. El príncipe de las calles. Ángeles García. El País, 13-3-2015
·
Garry
Winogrand: The restless
Genius who gave street photography attitude. Sean
O´Hagan. The Guardian,
15-10-2014.
·
Why street
photography is facing a moment of truth. Sean O´Hagan. The Guardian, 18-4-2010.
·
Garry
Winogrand: Fictions df the Real World. John Szarkowski.
·
entradas sobre Garry Winogrand en
Wikipedia en español e inglés, y sobre la New School
for Social Research
·
Garry Winogrand en Xataka Foto.
- The Animals and Their Keepers: Garry Winogrand and Photography After September 11th. www.americansuburx.com. 1/1/2013
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