ESPACIO ARQUITECTÓNICO Y MENTALIDAD RELIGIOSA EN EL SIGLO XII
Espacio arquitectónico y mentalidad religiosa en el siglo XII
por JOSE IGNACIO GONZÁLEZ LORENZO
Abadía de Cluny |
El siglo
XII marca el momento decisivo en que Occidente dio un giro copernicano en su
concepción religiosa y filosófica. Se ha dicho que el siglo XII vivió lo que se
ha denominado el primer renacimiento cultural. Es la primera vez que asoma una
conciencia histórica de la vida social y cultural; los intelectuales medievales son conscientes de que, gracias a los
antiguos, ellos pueden ver más lejos porque, dicen, somos enanos subidos a hombros de gigantes.
Pedro
Abelardo dio el paso definitivo hacia la independencia intelectual del hombre
medieval. En su libro Sic et non,
Abelardo establece que no está clara la respuesta de los Padres de la Iglesia
respecto de ciertos problemas, que sus opiniones son contradictorias y que, a
falta de una verdad revelada, no hay otra solución que aplicar el libre
albedrío. Y es este giro el que permite la construcción de una explicación
racional del universo cuando no hay una verdad superior establecida por la
revelación o por la opinión uniforme de los Padres de la Iglesia. Es el
comienzo de la emancipación de la razón medieval respecto de la concepción
religiosa de la existencia.
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Si fijamos
nuestra atención en algunos aspectos de la liturgia y del espacio sagrado donde
ésta se desarrolla, podremos comprobar que este proceso se había puesto en
marcha algunos siglos antes.
Es muy
probable que la expansión del Islam por buena parte del Imperio Bizantino
trajese a primer término el problema central de la propia concepción religiosa
cristiana: ¿había de ser el cristianismo una religión en torno a una divinidad
única y abstracta reflejada en la prohibición absoluta de cualquier tipo de
representación antropomorfa del mismo, como lo eran el judaísmo y el islam? O,
por el contrario, ¿debían aceptarse unas imágenes que hacían más accesible y
humano el misterio religioso a costa de deslizarse peligrosamente hacia la
idolatría y el politeísmo? La querella iconoclasta barrió los cimientos del
Imperio Bizantino involucrando en la pugna a todos los sectores de la sociedad:
el Imperio, la Iglesia, los monasterios, los campesinos, etc. La lucha se
prolongó varios siglos. Y aunque la iconoclastia finalmente fue derrotada, se
mantuvo una cierta reticencia a la proliferación icónica que alcanzó un mayor
grado de estilización. En cualquier caso, lo que nunca se abandonó fue la
suntuosidad de los interiores templarios embellecidos con una decoración
fulgurante de mosaicos dorados. Es esta estética y esta concepción de la propia
religión lo que alcanzaron a contemplar deslumbrados los cruzados que llegaron
a Bizancio camino de la Primera Cruzada. Y es posible que la solución del
conflicto iconoclasta abriera las puertas a la revolución estética del
románico.
Por ello,
dentro de este proceso de humanización del espacio religioso deben ser
consideradas las nuevas pinturas murales que aparecen a partir del arte
románico. Aunque la Iglesia conoció desde sus primeros tiempos algunas
representaciones pictóricas de Jesucristo, la Virgen y algunas escenas
evangélicas, éstas se mantuvieron en una presencia discreta dentro del espacio
templario. A partir de la imposición de la Iglesia como religión oficial del
Bajo Imperio se edificaron grandes templos que fueron cubiertos de decoración
musivaria y pictórica. Aunque ciertamente hubo en algunos casos grandes frisos
decorativos con profusión icónica que cubrían prácticamente todas los muros
interiores como sucede en las iglesias bizantinas de Rávena, lo más frecuente
fue una decoración pictórica que imitaba meros elementos arquitectónicos
(arcos, puertas, ventanas, cortinas…). Así se adivina en una de las iglesias
más antiguas conservadas en la Península ibérica: San Julián de los Prados de
Oviedo. Quiere decirse que la Iglesia católica, sin renunciar a la
representación de imágenes, se mantuvo generalmente en un decorativismo
arquitectónico reacio a la profusión de figuras.
San Julián de los Prados |
Es evidente
que esta actitud proviene de los mismos orígenes de la liturgia cristiana que
incorporaba el sentido de los cultos mistéricos, sólo accesibles a los
iniciados y que, por tanto, debían de permanecer ocultos para el resto de los
fieles. El iconostásis bizantino, presente en las iglesias visigodas, mozárabes
y asturianas de la Península, velaba el momento cumbre de la transubstanciación
a la mirada popular. Debió haber una cierta ambigüedad en la propia concepción
ritual cristiana. Si debía ser el mero revestimiento de unos misterios
renovados en los que se hacían presentes las fuerzas divinas, o si, por el
contrario, debían primar ritos y procesos externos, visibles y donde podía
participar todo el pueblo pero faltos de la inmanencia del misterio. En el
primer caso, el entorno decorativo debía ser simple y abstracto como convenía a
una fuerza espiritual oculta que se hace presente aunque fuera en el ámbito
reservado del presbiterio. En el segundo caso, iconos, decoración, ropajes y
elementos litúrgicos debían realzar las celebraciones litúrgicas.
Fue el arte
románico el que rompió esta tendencia, convirtiendo los muros de la iglesia en
un catecismo elemental para iletrados, convirtiendo la religión en un trasunto
celestial de la vida cotidiana. Este giro está ligado a la reforma gregoriana y
cluniacense cuando los templos se convirtieron en espacios mágicos, en arcas de
mil colores repletas de ángeles, demonios, santos y bestias de todo tipo, ya no
solo pintadas sino también esculpidas en una floración incontenible que
desataría las iras de San Bernardo.
San Clemente de Tahull |
No puede
olvidarse, sin embargo, que la reforma gregoriana va íntimamente unida a un
complejo de cambios culturales: el rito romano, el canto gregoriano, la letra
carolingia, el arte románico y la nueva organización eclesiástica de la
Iglesia. Implantar la reforma gregoriana significaba también todo un proceso de
centralización religiosa mediante la eliminación de las antiguas liturgias
regionales. Este fue el caso del rito hispánico visigótico o mozárabe. Pero no
sólo se eliminaban las antiguas liturgias, también el clero y los prelados
dirigentes de las mismas que eran sistemáticamente sustituidos por una nueva
clerecía de obediencia gregoriana o romana. Así aconteció tras la conquista de
Toledo, la capital eclesiástica del reino de Castilla-León cuyo arzobispo
mozárabe fue sustituido inmediatamente después de la entrada de las tropas
cristianas. Lo mismo sucedió en las tierras conquistadas a los infieles, que
pasaban directamente a la obediencia del Papa, incluso cuando –es el caso de
Tierra Santa- eran la sede de un eminente patriarcado milenario. El patriarca
de Antioquía, conquistada la ciudad por los cruzados, fue postergado por el
nombramiento de otro patriarca latino.
Bajo esta
luz, la reforma gregoriana adquiere un nuevo sentido. Fue un complejo proceso
de centralización de la Iglesia en la que, junto a la unificación de la
liturgia, el canto, la escritura, etc., se creó una jerarquía eclesiástica de
universal obediencia romana eliminando todas las liturgias locales y regionales
y, sobre todo, todas las jerarquías locales autónomas. Para que este proceso
pudiera tener éxito había que ofrecer a cambio a los fieles cristianos una
nueva práctica religiosa basada en el esplendor litúrgico, los decorados
suntuosos y coloridos, una música ejecutada con precisión gracias a la notación
neumática, y todo en el marco de una arquitectura románica cuya potencia,
solidez y magnificencia superaba todo lo visto hasta entonces. Fueron los
monjes cluniacenses los impulsores de esta reforma y los que suministraron el
contingente humano capaz de poner en marcha la reforma. La gran iglesia de
Cluny, el epicentro de la reforma, fue el templo cristiano mayor de todos los
tiempos.
En torno al
siglo XII se introdujeron también dos cambios fundamentales en la concepción
espacial de los templos cristianos y, por tanto, en la propia concepción
teológica de la presencia divina. El primero fue la erección del coro del
cabildo catedralicio en medio de la nave central, cerrado con rejería primero y
después con muro pétreo, obstaculizando a los fieles la visión directa del
altar mayor y fracturando la unidad espacial del templo. Así era el coro
románico de la catedral de Santiago realizado por el maestro Mateo y que hoy ha
podido reconstruirse en el museo de la catedral. A partir de entonces, el coro
se interpuso entre el misterio religioso y el pueblo cristiano, que tuvo que
depender incluso materialmente de la
mediación del clero que, desde el trascoro, retrasmitía a los fieles el
desarrollo de la liturgia.
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Coro de piedra de la catedral de Santiago |
El segundo
fue la construcción de grandes retablos en el altar mayor que tapaban las
ventanas absidales apagando la luz espiritual que iluminaba el rito religioso.
Los ábsides dejaron de ser la fuente primordial de la luz, cancelando el
profundo sentido simbólico y la propia orientación ritual del templo cristiano.
Hasta entonces los templos estaban orientados,
esto es, construidos con la cabecera mirando hacia el oriente que es el punto
de donde procede la luz que no es otra que la luz de la salvación. De esta
manera, la celebración de la misa hacía visible el mensaje cristiano: he aquí que nace un nuevo día que ilumina el
altar donde se repite el milagro de la resurrección. Todavía el abad Suger
al explicar el significado simbólico de las nuevas trazas de la catedral de
Saint Denis, insiste en la idea de que Dios es luz y, por tanto, el ábside debe
ser necesariamente un claristorio arquitectónico taladrado por un conjunto de ventanas. Así lo harán
sistemáticamente las iglesias cistercienses e incluso las primeras catedrales
góticas, que enseguida quedarán oscurecidas en el siglo XIII por la
interposición de grandes retablos. Hasta entonces, es Dios trasmutado en luz el
que actúa sobre el hombre que vive inmerso en la presencia divina. Después,
será el hombre el que, mirando el retablo y las historias allí representadas,
el que construirá con su razón el mensaje religioso.
Catedral de Colonia |
Curiosamente,
los primeros retablos se organizaban en tres pisos en altura que representaban,
respectivamente, el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesucristo y que
no aceptaban ninguna otra efigie salvo la de la Virgen. Con el tiempo se
sustituirá la representación evangélica por la de los Padres de la Iglesia de
Occidente (Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio Magno). Más tarde, a su vez,
éstos serán sustituidos por otros santos relevantes y, finalmente, por
cualquier santo de moda. La devaluación del contenido simbólico ha sido
imparable: Se ha pasado de la luz divina de presencia real a una mera
representación icónica que se ha degradado desde Jesucristo a los Padres de la
Iglesia, los santos principales y hasta finalizar con cualquier otro santo.
Coro y
retablo han roto la unidad espacial de la iglesia, la ecclesia o asamblea del pueblo cristiano, primeramente unida ante
la lumínica presencia divina, para
estratificarla después en tres niveles: los santos del retablo, los
clérigos del coro y los fieles que se apiñan en el trascoro. Las sucesivas
pantallas –el retablo de los santos, el coro de los clérigos, el trascoro- se interponen
en la relación antes directa entre el fiel y el misterio divino.
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Catedral de Sevilla |
La
filosofía escolástica acabará de perpetrar la ruptura entre la ciudad divina y
la ciudad terrena. El universo será, en la nueva concepción filosófica, un
universo terminado y cerrado susceptible de ser comprendido y estudiado por la
razón humana, pero a costa de convertir en separado e inaccesible el mundo
ultraterreno y de clausurar definitivamente la obra de la creación.
El siglo
XII fue el momento de ruptura que independizó al hombre racional de su creador,
poniendo en marcha el viaje hacia la modernidad, pero también el que clausuró
la presencia divina por la interposición de la Iglesia de los santos y los
clérigos y el que degradó la religión del Dios Único a una religión
fundamentalmente eclesiástica.
Mi apreciado amigo Jose Ignacio González Lorenzo, profesor de Historia, nos ha obsequiado con este estupendo y muy legible estudio sobre las luchas culturales que redefinieron el espacio sacro cristiano en un trascendental momento de transición histórica.
ResponderEliminarBajo la aparencia de un análisis histórico- artístico, aborda cuestiones de mucho interés para la Antropología. En comentarios ulteriores las iremos desgranando. La presente es solo para agradecer al autor por su generosidad y para felicitarle por el acierto de su participación.
Felicidades, un análisis fascinante.
ResponderEliminarMenudo recital de saberes transversales que nos ofrece el autor en esta entrada verdaderamente fantástica. Me encanta cuando quien de verdad sabe de una materia, como sucede con Jose Ignacio, empieza a señalar las fuerzas ocultas que mueven los procesos históricos, como ese vendaval iconoclasta en Bizancio que llega a la Península convertido en un airecillo románico, como un efecto mariposa al revés. Bueno, esto es una broma. Lo que hay que hacer es prestar atención a todos los detalles de este estudio apasionante, que relaciona con tanta precisión y claridad las condiciones cambiantes del espacio sacro con la evolución de las creencias religiosas. Me ha parecido especialmente interesante las correlaciones entre el culto esotérico, abstracción y austeridad decorativa, por un lado, y el culto abierto al pueblo y la profusión iconográfica con fines pedagógicos, por otro. Esa naturaleza educativa del arte románico siempre la he tenido a la vista, pero no que la revolución cisterciense se construyera en oposición a otro modelo teológico en competencia. Es lo que pasa con la visión retrospectiva de la historia. Damos por hecho, como si fuese algo obvio y necesario, que las cosas tenían que suceder de una determinada formay no otra. Y aquí viene la segunda parte que más me gusta de la entrada. Sobre esa reforma gregoriana de la que creemos saber algo en sus diferentes aspectos: arquitectónico, musical, ritual..., en realidad el que no es experto en Historia, como me ocurre a mí, relaciona con suma dificultad las distintas aportaciones al conjunto del sistema. Y, sobre todo, al menos a mí se me había escapado por completo que todo fuese una maniobra para la centralización de poderes en la Iglesia. Mientras que es muy fácil verlo en la Contrarreforma, aquí parece mucho menos evidente, a pesar de constituir un giro radical hacia el refuerzo de las jerarquías centrales frente a las locales, como bien pone de relieve Jose Ignacio. Creo que el medievo, con diferencia, es la etapa de la Historia que peor se explica en los colegios, o al menos así pasaba in illo tempore con la excusa de los "siglos oscuros", así que nos quedamos sin las claves para entender los giros posteriores.
ResponderEliminarOtro aspecto muy importante en que hace hincapié la entrada son esos dos cambios fundamentales en la concepción espacial de los templos cristianos, el retablo y el coro que fracturan la unidad democrática de la ecclesia. Lejos de ser neutros, los espacios están cargados de fuerzas, son los escenarios en que se dirimen las luchas por el dominio, materia clave para la Antropología Política . Son procesos que no agotan su eficacia en un momento concreto sino que reverberan a lo largo de los siglos, de ahí su permanente actualidad. En ese sentido me parece que el análisis de Jose Ignacio es muy interesante para la Antropología. Nos presta las lentes necesarias para ver esos hilos invisibles que fueron los que, en realidad, sacudieron al mundo medieval y lo llevaron desde el feudalismo a la centralización eclesiástica y monárquica, cuyos ecos se escuchan todavía hoy, como el ruido de fondo del big bang.
Bueno, para los interesados en rituales religiosos antiguos, en la catedral de Toledo se celebra la misa en rito hispano-mozárabe los domingos a las 9.45, con laudes y tercia, y entre semana a las 9. Te dan unos librillos dignos de conservar con los textos. También la hay en Madrid, en la ermita de San Isidro. Para los que no tengáis la suerte de poder ir, en este enlace están los textos y la descripción del rito: http://www.archimadrid.es/sanisidro/mozarabe.htm