ROSALÍA DE CASTRO Y EL ESCÁNDALO DE LA HOSPITALIDAD SEXUAL EN GALICIA
En 1881, Rosalía de Castro
publicó una serie de artículos sobre costumbres gallegas en un periódico de
Madrid, El Imparcial. En uno de ellos
aludía a una antigua costumbre de ciertas poblaciones de la costa gallega con
arreglo a la cual, cuando un marino había permanecido largo tiempo en alta mar,
se le ofrecía pasar la noche con una mujer de la casa en que estuviera alojado,
como ofrenda de pura hospitalidad. Esa publicación levantó airadas críticas
contra Rosalía en la prensa gallega. Tremendamente ofendida, la poeta se negó a
escribir más en la lengua de su tierra y a ocuparse de Galicia en lo sucesivo.
Todavía hoy sigue debatiéndose si, en realidad, existió alguna vez esa
costumbre en nuestro país. Trataremos aquí de arrojar un poco de luz sobre el
misterio desde la óptica de la antropología.
1.
La ley de la hospitalidad
Para nosotros, la hospitalidad es
sinónimo de etiqueta o de protocolo a la hora de recibir invitados. Pero para
entender mejor su trascendental importancia en el pasado, hasta el punto de que
hablamos de “ley” obligatoria, hemos de remontarnos a una época, tal vez no tan
lejana en el tiempo, en que los viajeros no disponían en todo lugar de hoteles,
fondas u hospederías para comer y alojarse en el camino. En esas condiciones,
el visitante de una tierra lejana no tenía más remedio que solicitar ayuda a
los lugareños para su supervivencia. La ley de la hospitalidad fue la regla de
validez universal que permitió a nuestros antepasados desplazarse por el mundo
y no morir en el intento. Los extranjeros siempre eran vistos con curiosidad,
como fuente de noticias de otros rincones, pero también, al ignorarse sus
costumbres e intenciones, se presentaban como un potencial peligro.
La palabra “huésped”
viene del latín hospes, que a su vez
deriva de hostis, “enemigo”. Su posición
en la comunidad de acogida era, por ello, ambivalente. Para solucionar esa
situación ambigua, el extranjero debía ser incorporado mediante su vinculación
personal con uno de los miembros del grupo. Ese lazo, que generaba obligaciones
recíprocas para el anfitrión y el huésped, es calificado por Julian Pitt- Rivers
(para saber más sobre este autor y su obra, podéis consultar la entrada http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/08/julian-pitt-rivers-y-la-antropologia.html ), como “parentesco ritual”, y se
articulaba de muy distintas formas en cada cultura, aunque en todas se trataba
de situar a los enemigos en potencia en un terreno neutral, para evitar su
rivalidad.
Los griegos antiguos, el pueblo viajero por excelencia, fundaba su código de hospitalidad con el extranjero (xenos) en la arraigada creencia de que podía ser un dios disfrazado, del que podrían obtener una recompensa. La mitología clásica está llena de aventuras en las que Zeus se confunde con los mortales y premia su generosidad con dones eternos, como la preciosa historia de Filemón y Baucis (podéis conocerla en el último apartado de este enlace http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2011/12/tras-las-huellas-de-orfeo.html ).
- La hospitalidad en la Odisea y en la Biblia
Un ejemplo muy explícito del
protocolo griego lo encontramos en el Canto VI de la Odisea, cuando relata la llegada del náufrago Ulises a la isla de
los feacios. Cuando la princesa Nausicaa lo descubre, medio muerto y desnudo en
la playa, no duda en anunciar: Este es un
infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los extranjeros
y pobres son de Zeus. Pitt- Rivers señala que, en el ámbito del Mediterráneo,
el derecho de asilo lo ejercían tradicionalmente las mujeres. Ello es así
porque se encuentran en un eje de semejanza estructural con los extranjeros:
son también misteriosas y están en los márgenes de lo social, segregadas y
rodeadas de tabús. Tal es la explicación de que Nausicaa encaminara a Ulises
como suplicante ante su madre Arete. Esa sumisión generaba la obligación
sagrada e inviolable de conferir protección al extranjero, cuyo incumplimiento
constituía un sacrilegio.
Carlos Espejo Muriel detalla los
actos rituales que formaban parte de la recepción e integración del extranjero:
baño purificador, que incluía lavarlo, ungirlo con aceite y proporcionarle
túnica y manto; organizar un festín en el que, con la co-mensalidad, se
ratificaba la aceptación del visitante en el seno de la comunidad. El agasajo
incluía concederle el mejor asiento y la parte más sabrosa del animal. En la parábola
del hijo pródigo (Lucas 15, 18-24) podemos comprobar que se cumplían también
esos pasos entre los hebreos. El padre, al descubrir la vuelta del hijo que
había marchado a tierras lejanas, ordena:
Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y sandalias en
los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta…
Tras la comida, los griegos
procedían a interrogar al huésped acerca de su identidad y lugar de origen, lo
que equivaldría a nuestra exhibición de pasaporte ante las autoridades. Después
lo acomodaban para dormir, inclusive con compañía de uno u otro sexo y, a la hora
de partir, le entregaban preciados regalos, todo ello bajo la condición
implícita de reciprocidad. Cuanto más magnánimo fuera con sus invitados, más
prestigio social adquiría el anfitrión. Me parece especialmente reveladora la
reflexión de Pitt- Rivers acerca de que, en realidad, la Odisea es una contínua elaboración en torno a la ley de la
hospitalidad. De hecho, el castigo que inflige Ulises a los pretendientes y a
las criadas amancebadas con ellos es un acto de justicia, por haber abusado
gravemente de su casa durante su ausencia, despilfarrando su hacienda y tomando
favores que no les habían concedido los legítimos titulares de derecho, esto
es, sus anfitriones Penélope y Telémaco.
En el Nuevo testamento también
hallamos un ejemplo perfecto del ritual de la hospitalidad entre los judíos.
Seguro que recordaréis la famosa historia que se narra en Lucas 7, 36-50: Un
fariseo invita a comer a Jesús. Cuando ya estaban sentados, entra en la casa
una pecadora portando un precioso frasco de alabastro que contenía un caro unguento.
Con él unge los pies de Jesús, después de lavarlos con sus lágrimas y secarlos
con sus cabellos. El fariseo se escandaliza de que Jesús tolere ese
comportamiento por parte de una mujer pública, pero Él, en cambio, le recrimina
todos sus incumplimientos de la etiqueta que, como anfitrión, estaba obligado a
observar: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu
casa, no me diste agua para los pies… No me diste un beso… No ungiste mi cabeza
con óleo…, y los contrapone a los
dones de la hospitalaria pecadora.
- Otros modelos de hospitalidad
En la India, el principio rector
es “El invitado es un dios”. Y los ingratos páramos habitados por los pasthunes,
en el centro y sur de Asia, son conocidos como” la tierra de la hospitalidad”.
Esa concepción se contrapone agudamente a la visión individualista y
maximizadora de beneficios del homo
oeconomicus occidental desde Adam Smith.
Marcel Mauss |
Marcel Mauss (1872-1950), en su
fundamental Ensayo sobre el don (1923-1924), señala que Tal concepción… ignora ese sentimiento
profundo que lleva a los hombres a compartir, a dar. No tiene en cuenta nuestra
propensión fuerte a crear lazos sociales gracias al intercambio de regalos sin
necesidad de plantear el problema de si estos regalos son necesarios o útiles.
Pero, como hemos visto, esa vocación de dar arrastra tras de sí una pléyade de
intereses: fuerza, dominación, prestigio, seducción, rivalidad y, sobre todo,
sociabilidad. Junto a la obligación de dar, están la de recibir y la de
devolver, que se ejemplifican alegóricamente en las Tres Gracias del folklore
grecolatino. Mauss no duda en invocar la ideología maorí del Hau, la fuerza del espíritu del donante
que queda impregnada en el regalo y obliga al receptor a devolver la ofrenda.
En el mundo celta, la
hospitalidad resultaba fundamental para regular la solidaridad entre las
tribus, y se basaba en la celebración de banquetes. Todas las aventuras de
Astérix terminan en un gran festín, en el que agradecen su triunfo a la alianza
con pueblos amigos.
Por el contrario, en otras culturas la incorporación del
extranjero incluye un componente agonístico, de lucha. Pitt- Rivers cita a
Franz Boas a la hora de comentar la costumbre entre los esquimales: con ocasión
de la visita de un extranjero, se organiza una gran fiesta, seguida de un
combate que permite a la comunidad decidir quién es el mejor entre el anfitrión
y el visitante. En realidad, advierte Pitt- Rivers, la entrada de cualquier
extraño en un grupo es siempre motivo para alguna clase de ordalía, como las
novatadas en los colegios mayores o las ceremonias de incorporación a
sociedades secretas. Son pruebas de valor pero también ritos de paso del
antiguo estatus de extranjero al de miembro.
- La hospitalidad sexual
Esta práctica consiste en
permitir al huésped, por cortesía, tener relaciones sexuales con una mujer de
la casa. A diferencia de la ley general, tal costumbre no es universal sino que
se practicaba solo en algunas sociedades, con peculiaridades propias en cada
una de ellas. Así, puede tratarse de la esposa, de las hijas o de las hermanas
del anfitrión; la iniciativa puede partir del marido o de la propia mujer, con
independencia del parecer del varón (así sucede con los tuaregs y con los
esquimales); y el favor concedido puede oscilar entre el simple galanteo y la
consumación. La violación de las condiciones vigentes -por el rechazo por parte
del huésped o de la mujer, o por excederse de los términos de lo socialmente
permitido-, se considera una ofensa imperdonable y puede acarrear consecuencias
tan graves como la muerte. Como se trata de un gesto de hospitalidad, no afecta
al honor de los oferentes. Por el contrario, prestigia al anfitrión y a su
familia, con los que el huésped no adquiere ninguna obligación, con
independencia de que pueda aparecer como candidato a novio de las jóvenes
solteras. Y, si la mujer queda satisfecha, el visitante puede recibir regalos
de su marido.
Esta costumbre, tan contraria a
la religión cristiana, tuvo una amplia y dispersa localización geográfica en el
mapamundi hasta el siglo XIX, aunque los esquimales del Artico canadiense son,
quizá, el ejemplo etnográfico más difundido. Podemos recordar Los dientes del diablo (The Savage Innocents), la película de
Nicholas Ray que obtuvo la Palma de Oro en Cannes en 1960. Cuenta cómo Inuk mata
a un sacerdote que rechaza su comida y “reír” con su esposa, al considerar esa
negativa a recibir su hospitalidad una ofensa intolerable.
También se
practicaba entre los hotentotes de Sudáfrica, que intercambiaban esposas como
signo de amistad; en las islas Marshall del Pacífico; en algunos pueblos
australianos; entre los indios Missouri de Oklahoma; en el norte de África, en
Oriente Medio…
En el Antiguo Testamento encontramos
sorprendentes rastros de esta costumbre, siempre para rechazarla. En Génesis, 19, Lot saluda a dos ángeles en
Sodoma a la caída de la tarde. Para que no tengan que dormir en la plaza
pública, expuestos a toda clase de peligros, les ofrece entrar en su casa para
lavarse los pies, comer y alojarse. Pero sus convecinos exigen tener acceso
carnal con los visitantes, parece que con fundamento en una costumbre muy
difundida, pues la misma situación se repite en Jueces, 19-21. Allí se narra el crimen de Giubea, cometido contra
la concubina del viajero levita de Efraín, que tiene que entregarla para que
los malvados vecinos sacien su concupiscencia.
No se ha ofrecido una explicación
única para la hospitalidad sexual. Para Pitt- Rivers, la cópula del extranjero
con una mujer del grupo es equiparable a la comida común con sus integrantes,
como una forma de incorporar la esencia del extraño a la comunidad. Para otros
autores, cuando se trata de pueblos nómadas, contribuye a mitigar la tensión
sexual y la amenaza de agresividad por la prolongada abstinencia sexual. Trataría
de regular lo que, de otra forma, el extranjero podría intentar tomar por la
fuerza, con el consiguiente peligro para el orden social. En pueblos como los
esquimales, que practicaban el infanticidio femenino, la explicación podría
estar en la escasez de mujeres disponibles, y así se aprecia claramente en Los dientes del diablo. Pero todo esto
no nos dice nada concreto acerca de si alguna vez existió en España la
costumbre de la hospitalidad sexual.
Nanook el esquimal |
En 1881, Rosalía de Castro (1837-1885)
se encontraban la cima de su carrera literaria. A sus 44 años, el “Ruiseñor gallego”,
como la llamó Cecilia Bohl de Faber,-a la que conocemos mejor como Fernán Caballero-, había publicado ya el grueso de su obra.
En 1863, sus Cantares gallegos
reivindicaron la cultura popular de su tierra, lo que sería una constante en su
producción. En 1880 apareció Follas novas,
su trabajo más relevante. En él denunciaba la exclusión social de la mujer, la
situación marginal de campesinos, inmigrantes y huérfanos. También fue otro
vector fundamental de su quehacer poético esa defensa de los marginados
sociales. Canto a la tierra natal, un tanto idealizada, y posicionamiento junto
a los excluidos, son igualmente las líneas que recorren la serie de artículos
costumbristas publicados en Los Lunes
de El Imparcial, entre el 28 de marzo
y el 4 de octubre de 1881.
Rosalía alaba en ellos la belleza del paisaje
gallego, la noble moral de sus campesinos, su actitud tolerante, su solidaridad
humanitaria que, a veces, degenera en supersticiones. Se refiere en particular
a la hospitalidad que, en un pueblo emigrante como el gallego, siempre tiene
como horizonte implícito la reciprocidad. Ella considera esta virtud como
específica y representativa de la identidad galaica .Cuando alude a las
comarcas marítimas, afirma que no es
posible encontrar gentes de índole más bondadosa… La idea de que el padre, el hijo o el esposo
pueden andar errantes y perdidos por inhospitalarias tierras o yermas
soledades, contribuye, por otra parte, hasta tal punto a aumentar los
compasivos instintos de aquellas gentes, que bien puede decirse que llegan en
esto a lo inverosímil e increíble. Lugares hay entre aquellos pueblecillos en
donde se guardan creencias que no sabemos existan en ninguna otra parte, y que
recuerdan la manera con que algunos pueblos primitivos llegaron a ejercer la
hospitalidad, sin que acertemos a adivinar cómo a través de los siglos pudo
conservarse entre nosotros ese resto vivo de tan remotas costumbres.
Entre
algunas gentes tiénese aquí por obra caritativa y meritoria el que, si algún
marino que permaneció por largo tiempo sin tocar a tierra, llega a desembarcar
en un paraje donde toda mujer es honrada, la esposa, hija o hermana
pertenecientes a la familia en cuya casa el forastero haya de encontrar
albergue, le permita por espacio de una noche ocupar un lugar en su mismo
lecho. El marino puede alejarse después sin creerse que nada ligado a la que,
cumpliendo a su manera un acto humanitario, se sacrificó hasta tal extremo por
llevar a cabo los deberes de la hospitalidad.
Tan
extraña como a nosotros debe parecerles a nuestros lectores semejante
costumbre, pero por esto mismo no hemos vacilado en darla a conocer,
considerando que la buena intención que entraña, así ha de salvar en el
concepto ajeno a los que llegan en su generosidad con el forastero a extremos
tales, como a nosotros el sentimiento que había de nuestra pluma al escribir
este artículo.
Así pues, aquí tenemos descrita
la hospitalidad sexual que, supuestamente, se habría practicado hasta el siglo
XIX en algunas pequeñas poblaciones costeras de Galicia. Se basaría en la caridad
y en la reciprocidad, sólo en favor de marinos alejados de la tierra durante
largo tiempo y por una única noche. La mujer ofrecida, de buena reputación
previa, sería la esposa, hija o hermana de la casa. Por esa ofrenda sexual no
perderían su honestidad en la opinión social. Por último, el beneficiario no
contraería con la mujer ninguna obligación. Rosalía reconoce que esa costumbre,
-extraña para la moralidad cristiana reinante-, evoca a algunos pueblos
primitivos, y no sabe cómo habría podido conservarse entre nosotros ese resto vivo, es decir, todavía entonces en uso,
de una práctica remota. Es consciente de que podría parecer inverosímil tanta
bondad y compasión pero insiste en que, entre quienes la practican, supone una
obra meritoria que no perjudica a su crédito social .
La autora intenta convencer a sus lectores de que es la generosidad y buena
intención que guía la entrega lo que salva la honra de la mujer ofrendada.
Parece claro que Rosalía ya se había planteado la posibilidad de una respuesta
escéptica por parte del público ante su información. No se le escapaba que esa
exótica hospitalidad sexual estaba muy lejos de la severa moral burguesa. Sin
embargo, por un ejercicio de honradez intelectual, se sintió en la obligación
de dar a conocer esta práctica que tanto le había sorprendido a ella, no como
algo vergonzante sino ciertamente extraño pero explicable por la hospitalidad
con el marino errante, espejo del propio padre, hijo o esposo perdidos en el
mar.
- El escándalo en la prensa gallega
Cuando llegaron a Galicia las
noticias de esa publicación, la bien intencionada Rosalía se vio cubierta por
una auténtica lluvia de críticas por parte de la prensa regionalista. Resulta difícil
calibrar los concretos términos del debate, porque no se conservan los
artículos publicados. Se sabe que las principales acusaciones se vertieron en El Anunciador de Coruña y en La Concordia de Vigo. En este último
periódico se efectuaron estas injustas declaraciones: Jamás pudiéramos imaginar que una mujer ilustrada, y por apéndice gallega,
fuera capaz de intentar el extravío de la opinión pública haciendo relación de
hechos que no son peculiares ni de nuestras costumbres ni de la época en que
vivimos. Por tanto, este periódico negaba la existencia de tal prostitución
hospitalaria en la Galicia de entonces, y rechazaba que pudiera asociarse como
mérito a la identidad gallega. También consideraba un pecado imperdonable para
una mujer gallega ilustrada tratar esa cuestión. Por su parte, El Anunciador de Coruña denunció a
Rosalía por dañar el buen nombre del país, presentándolo como un pueblo
primitivo equiparable a la India o al Perú de los incas. Al ver la película Hanna Arendt, de Margarethe von Trotta, encontré mucha similitud
entre el aluvión de críticas, insultos e incomprensión a los que se enfrentó la
filósofa alemana,- por su polémica idea de la banalidad del mal y su denuncia del papel de los consejos judíos en el Holocausto-, con los que
debió soportar la pobre Rosalía.
Sin apoyo por parte de nadie de su entorno, solo acertó a articular esta escueta e irónica
respuesta, sabiendo de antemano que se trataba de una guerra perdida: Puede el erudito redactor de El Anunciador añadir
esta nota más a la de la India. Si no le bastare, sepa asimismo que en Lima,
por los años de 30 a 45, hacían lo mismo los criollos con los españoles que
allí llegaban. Pero de esto no se colige ninguna explicación para el
misterio de la hospitalidad sexual gallega. Rosalía no era antropóloga sino una
curiosa observadora de las costumbres de su pueblo, y una etnógrafa amateur.
Como ella misma dejó escrito en una carta, sólo quería dar a conocer esta costumbre
antiquísima, no censurarla ni alabarla. No se sintió, por ello, obligada a revelar
sus fuentes de información, ni a identificar concretamente los lugares de que
podría tratarse, quizá por discreción ante el revuelo levantado. Desde nuestra
perspectiva actual tan desprejuiciada, y con más de cien años de por medio, quizás nos resulte
un tanto incompresible ese gran escándalo. Pero debemos tener en cuenta que, en
aquel momento, la sociedad bienpensante, que trataba a la mujer como una
propiedad exclusiva del hombre- padre, hermano o el esposo-, no podía aceptar
como algo positivo su donación gratuita a un extraño. Sólo podía explicarse ello
como un comportamiento propio de prostitutas o de pueblos salvajes sin moral.
Solo una persona tan liberada como Rosalía, que siempre había vivido fuera de
los muros de la opresiva ética de la burguesía,- apartada de ellos por el estigma de su nacimiento ilegítimo como hija de madre
soltera y de un sacerdote-, podía penetrar en la inocencia intrínseca de
esa hospitalidad sexual, su bondad frente a la visión utilitaria de la vida.
Para ella no se trataba de un caso de prostitución. Por otro lado, la sexualidad fue,
hasta bien entrado el siglo XX, un tema sub
rosa, secreto y prohibido, y mucho más en boca de una mujer. Así que Rosalía
violó doblemente ese tabú. Como ella misma había profetizado en el Prólogo de La hija del mar, su novela autobiográfica
de 1859, Todavía no les es permitido a
las mujeres escribir sobre lo que sienten y lo que saben. Pero, ¿estamos a
tiempo ahora de averiguar algo sobre la discutida costumbre gallega?
7. Alumbrando el misterio
Algunos estudiosos de la obra rosaliniana
se han pronunciado abiertamente contra su existencia. Así sucede con Marina Mayoral,
para quien las afirmaciones de Rosalía no tienen más fundamento que su palabra.
Otros autores, como Alonso Montero, por el contrario, consideran improbable que
Rosalía hubiese podido inventar esa práctica de la nada. Creo que Carmen Blanco García acierta cuando señala la importancia de realizar investigaciones antropológicas
al respecto. Por mi parte, estoy convencida de que Rosalía no fantaseó con
costumbres imaginarias. En primer lugar, los términos en que se expresa en su
artículo se ajustan, como anillo al dedo, a los rasgos que se han atribuido a
la hospitalidad sexual, en los que ya nos hemos detenido.
En segundo término, existen otras noticias acerca
esa práctica en la cultura hispánica. Como apunta Ignacio Ceballos Viro, así
podemos comprobarlo en un romance tradicional arraigado en Castilla, Cataluña y
Baleares. Cuenta cómo el marido regresa a su tierra tras una larga ausencia, no
siendo reconocido. Amparado en ese anonimato, descubre que la madre de su
esposa la maltrata habitualmente. El hombre se hospeda su propia casa y su
suegra, como anfitriona, le ofrece comida y alojamiento. El, además, le pide una
mujer para que le "alumbre", lo que es una metáfora del trato sexual, y la
malvada hospedera le concede con ese fin a su esposa. Por tanto, la concesión
de favores carnales a los invitados de la casa no era extraña a nuestra herencia histórica. No obstante, parece claro que la severa moralidad
religiosa no favoreció que se registrara abiertamente.
Rosalía publicó sus Costumbres gallegas en un suplemento semanal
verdaderamente prestigioso, que había comenzado a editarse en 1874 y que
acogería a plumas tan célebres como José Zorrilla, Emilia Pardo Bazán, Clara
Campoamor o Unamuno. Es lógico que Rosalía viese sus artículos como un gran reto.
Se entiende mal, por ello, que improvisara o recogiera datos de manera defectuosa.
Frente a la prensa basura y sensacionalista de nuestros días, la escasez de
publicaciones en la época y el alto nivel de sus lectores permite descartar esa
hipótesis. Pero sucede, además, que los propios escritos de Rosalía evidencian
que no pudo haber mal interpretado los datos: Muchas horas hemos pasado oyendo tales historias y consejos que se nos
relatan como cosa de fe, escribió.
Por otro lado, la radical
respuesta de Rosalía a las críticas recibidas, que algunos consideran una
reacción exagerada, pone de manifiesto la seriedad de su postura. Quizá era la
única forma de que disponía para protestaren defensa de la verdad de sus aseveraciones. En una
carta a su esposo, Manuel Murguía, el 26-07-1881, la que llegaría a ser musa
del nacionalismo gallego se pronunció con estas rotundas palabras: Se atreven a
decir que es fuerza que me rehabilite ante Galicia. ¿Rehabilitarme de qué? ¿De
haber hecho todo lo que me cupo por su engrandecimiento?… ¿Qué algarada ha sido
ésa que en contra mía han levantado, cuando es notorio el amor que a mi tierra
profeso?… Pues bien: el
país que así trata a los suyos no merece que aquellos que tales ofensas reciben
vuelvan a herir la susceptibilidad de sus compatriotas con sus escritos malos o
buenos… Ni por tres, ni por seis, ni por nueve mil reales volveré a escribir
nada en nuestro dialecto, ni acaso tampoco a ocuparme de nada que a nuestro
país concierna. Con lo cual no perderá nada, pero yo perderé mucho menos
todavía… Mi resolución es no volver a coger la pluma para nada que pertenezca
este país, ni mucho menos escribir en gallego, una vez que a él no le conviene
aceptar las condiciones que le he propuesto. No quiero volver escandalizar a
mis paisanos. Rosalía cumplió su palabra en cuanto no volver a
escribir en gallego, pues en A las
orillas del Sar (1888) versifica en castellano, pero no fue capaz de
apartarse de su tierra natal como temática.
Por último, es posible encontrar alguna
pista, en la biografía de Rosalía, que señale los eventuales escenarios en que
pudo regir la costumbre. Los puertos que parecen asociados a su vida son Muxía,
Coruña, Carril y Noia. Pero Lucía García Vega (Os lugares na vida e na obra de Rosalía de Castro: análise literaria. Tesis Doctoral, 2010) ha apuntado a la figura de
Choiña, una mujer de Laxe que compartió muchas conversaciones con Rosalía. Laxe
es una pequeña localidad situada en la provincia de Coruña, en el centro de la
Costa de la Muerte, dedicada a la agricultura y a la pesca. Su población, de
poco más de 3000 habitantes, apenas ha variado desde 1900. Tal vez fuera ese
uno de los pueblecillos costeros del misterio de las Costumbres gallegas.
Pero la historia no acaba aquí. Mientras investigaba el colonialismo francés en África en el
siglo XIX encontré un texto cuyo tenor apunta, inequívocamente, a la
hospitalidad sexual en nuestro país. Se refiere a la expedición francesa a
Senegal en 1816, compuesta por cuatro navíos que se aprovisionaron en Tenerife.
La historia es fascinante por muchos motivos. El más conocido, que el naufragio
de la Medusa frente a las costas africanas fue un desastre humano que inmortalizó
con gran patetismo Géricault. Pero la parte importante para nuestro estudio sobre
la hospitalidad se refiere a que los relatos de la travesía hicieron constar la
(supuesta) depravación de los habitantes de las islas. Los observadores estaban
atónitos y escandalizados porque las mujeres de Santa Cruz salían a las puertas
de sus casas e incitaban a los franceses a entrar, en la confianza de que los
celos de sus maridos los curarían los monjes de la Inquisición, quienes
desaprobaban la “manía conyugal” como un regalo cegador de Satán. Los pasajeros
más reflexivos, como ironiza el novelista Julian Barnes en la posmoderna Una historia del mundo en diez capítulos y medio
(1989), atribuyeron esta conducta al sol meridional, cuya fuerza debilita
los vínculos naturales y los morales. Dicho en román paladino, los franceses
pensaron que las mujeres de Santa Cruz, como buenas meridionales, eran unas
busconas y, además, no tenían miedo de los celos de los maridos gracias al peso
de los confesores de la Inquisición, que veían la pasión conyugal como un
pecado. Como vemos, la explicación no puede ser más absurda y teñida de
estereotipos orientalistas, que presentan a las mujeres del sur, igual que a las
del este, como lascivas, y a los hombres como blandos, carentes de fibra, en la
línea doctrinal de Orientalismo
(1978), de Edward Said. Como remate, la inefable referencia a la Inquisición, a
la que vemos desfilar por gran parte de los relatos de la literatura romántica
y gótica que se sitúan en España, como el toque tenebroso y oscurantista, desde
Washington Irving a Edgar Allan Poe. Pero existe una explicación mucho más
sencilla y que cuadra a la perfección con los datos observados sin tener que
recurrir a hipótesis rocambolescas: las tinerfeñas, a principios del siglo XIX,
podían estar ofreciendo a los marinos franceses una hospitalidad sexual en
vigor desde siglos atrás y que ya solo se conservaba en lugares concretos. Una
posibilidad para reflexionar sobre la vigencia de las costumbres. Como dice el
proverbio inglés, “Old habits die hard”.
&&&&&&&
Bravo por Rosalía. Tuvo sus ovarios muy bien puestos cuando se atrevió con eso. A mí también me parece veraz su testimonio.
ResponderEliminarEn esto de la hospitalidad el que regala bien vende si el que recibe lo entiende.
Lamento que se siga viendo a Adam Smith como a un defensor del individualismo posesivo y depredador anglosajón, aquel buen estoico tenía mucho más sentido social del que se le atribuye.
Muchas gracias por la adhesión a la tesis del artículo sobre la veracidad de los hechos relatados Rosalía. Hay mucha polémica al respecto, así que está muy bien opinar. Y mis disculpas por utilizar a Adam Smith como nombre visible del individualismo. Estoy de acuerdo en que a este sabio despistado, que me cae estupendamente, es al que menos culpas se le pueden echar del desaguisado de la ética depredadora del capitalismo que está carcomiendo el pacto social.
EliminarAunque es fantásticamente literaria, me gustaría aportar la interpretación de un escritor gallego al que admiro mucho:
ResponderEliminarSentíase embebedada polo engado tenue do mariñeiro que retorna á súa casa após de dez anos de navegacións e recoñece por propios os cinco fillos habidos pola súa esposa nese tempo; cinco veces, en cinco portos extranxeiros, fixera o amor con outras tantas mulleres lexítimas de mariñeiros ausentes e todas lle xuraron devoción na lingua de Lam-Ko e coa voz de súa propia esposa, co que ficaba demostrado o feito de que os espritos e os corpos das mulleres dos nautas poden combinarse en transposicións complicadas a efectos de salvaguardar a pureza dos costumes e a fidelidades conxugal, milagre atribuído ás ninfas acuáticas de mitoloxías previas ao Moh.
De “Calidade e dureza”, relato de X.L. Méndez Ferrín (“Amor de Artur”. Edicións Xerais, 2005)
Muy oportuna la aportación, que apunta al espinoso problema de los hijos habidos de las uniones hospitalarias. Para Méndez Ferrín, el marido acepta la paternidad ajena como propia,lo mismo que lo hará otro con la suya ¡Qué hacer con una lejanía de cinco años en el mar!Los griegos lo solucionaban imaginando al retoño como hijo de un dios en paso fugaz por la tierra. Aquí, con el principio de reciprocidad y también con un punto de imaginación legendaria: para el marinero ausente es como si el cuerpo de su legítima mujer se hubiera teletransportado por todo el mundo, transmutándose en esas mujeres acogedoras en ausencia de sus maridos, pero siempre sin cuestionar formalmente la fidelidad conyugal.
ResponderEliminarFelicidades por la curiosa entrada, que da que pensar. En primer lugar, me gustaría aportar una posible razón de la hospitalidad sexual que no se ha mencionado aquí, como por ejemplo que fuera un medio para remediar la endogamia en núcleos de población aislados (como sucede en esa película de Kevin Costner, "El cartero del futuro"). En segundo lugar, comparto la visión de "La Odisea" como una reflexión sobre las normas de la hospitalidad, como un paso necesario que nos hace civilizados, y lo que me anima a decir esto es precisamente el caso antagónico, que es precisamente el episodio del cíclope, Polifemo, un ser pre-humano y brutal que despedaza a la tropa del héroe, y que por supuesto desconoce cualquier noción de hospitalidad (a este efecto es también similar la figura de Grendel en "Beowulf"). En tercer lugar, sugiero que quizá "La rama dorada" recoja algo a propósito de lo mencionado por Rosalía, en Galicia o en cualquier otro país occidental en su momento. En cualquier caso, felicidades nuevamente por la entrada, me ha resultado muy reveladora.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus reflexiones. En cuanto a la explicación de la endogamia como razón para la hospitalidad sexual, es fácil pensar que se ofrecía al extranjero un anzuelo, probar el género para ver si le gustaba y decidía establecerse. Lo que pasa es que la base de la hospitalidad sexual es que no contraía ningún tipo de compromiso. Tampoco tengo una constancia clara de que se ofreciese a las hijas vírgenes en sociedades en que valoran esa pureza como requisito matrimonial. A veces parece más una especie de intercambio de parejas, "vamos a probar otra variedad", esto es, la esposa y el visitante, incluso a iniciativa de ella. En cualquier caso, solo son endogámicas las sociedades del Mediterráneo. Y, efectivamente, Pitt-Rivers sugiere que a Nausicaa la intentaron casar con Ulises, antes de saber quién era, porque había escasez de pretendientes por culpa de la costumbre de casarse dentro de la propia comunidad.
EliminarSigo contigo, María. Me ha encantado tu aplicación de la ley de la hospitalidad a la historia del cíclope. De verdad, es una satisfacción que estas pequeñas excursiones mías por otras culturas del pasado sirvan para entender mejor ese monumento literario de la Odisea. Y, sí, puede que en la Rama Dorada haya alguna mención un poco escondida, por decoro moral, pero son una enormidad de volúmenes a revisar. Yo he repasado bastante material sobre la hospitalidad y no he encontrado nada al respecto. Aprovecho para decir que sobre la hospitalidad sexual hay muy poco y fragmentario. Ni siquiera en Pitt-Rivers.
ResponderEliminarVeo que llego un poco tarde para los comentarios, pero...la desconexión tecnológica temporal tiene estos inconvenientes. Mientras leía el artículo - ahora sí, con tranquilidad - , tomaba notas, y entre ellas estaba la idea de que esa costumbre bien podía buscar la reciprocidad en el trato de sus propios hombres, embarcados durante largos años sin ningún tipo de "calor", y, al leer los comentarios, encuentro la reveladora cita de Baldosada en este sentido: es igualar el trato; tratar a los demás como esperamos que nos traten a nosotros mismos. También me había apuntado la posibilidad que apunta María: es una forma de "renovar" la sangre en lugares muy pequeños y aquejados de endogamia, así como también poder aumentar las posibilidades de que la natalidad se mantuviera en una tasa adecuada, en lugares donde los hijos son una bendición en sí mismos, pero sobre todo son manos para trabajar y poder sustentar a la familia.
ResponderEliminarRespecto al silencio que se hace sobre este tema, aunque "haberlo, - puede - lo hay", me recuerda a un artículo que trabajamos en Antropología de la Sexualidad, acerca de las amazonas guerreras del rey Fohn de Dahomey, en el que la autora cuenta que nadie se daba por enterado de que hubiera existido tal clase de personas, y mucho menos su danza ritual, hasta que consiguió encontrar a la nieta de una de ellas, que le relató que su abuela conocía tal práctica.
Magnífico artículo , muy interesante y del que he aprendido mucho. ¡Enhorabuena!
Aquí no se llega nunca tarde a nada. El gran mérito de esto es que está permanentemente abierto al diálogo. Coincido contigo en que el verdadero fundamento de la hospitalidad es la reciprocidad, no simultánea sino diferida. No es un simple trueque comercial sino un don con posibilidad incierta de devolución, y en eso es muestra de la eminente socialidad humana, la constitución de lazos que aseguren nuestra supervivencia en el futuro. Tal vez no nos sea tan fácil ver la utilidad en nuestras protectoras sociedades, aunque cada vez lo vayan siendo menos, pero en esto consiste la vida de las sociedades sin esferas diferenciadas.
ResponderEliminarMe gusta la referencia que haces a las amazonas negras. A veces pienso que tienes rayos x que pueden ver mi carpeta de materiales con temas a tratar en este blog. Tengo muchas ganas de ocuparme de ellas. A ver cuándo puede ser.
Y, en cuanto a la endogamia, me llamó la atención la diferencia que establece Pitt-Rivers entre sociedades tradicionales del Mediterráneo, que son endogámicas, de las restantes, que sabemos que son exogámicas en su mayoría. Habrá que profundizar en las razones para eso y sus consecuencias diferenciales.
Pues sí, esa línea de investigación sobre la oposición endogamia/exogamia es muy interesante, y creo que podría darnos alguna pista sobre nuestra primitiva intención de bucear en la recepción de los motes familiares, ya que parece que no hay una regla establecida sobre cuál de los dos/cuatro - ampliando a la parentela bilateral - recibirá la nueva criatura, aunque en Antropología hemos visto que cualquier comportamiento humano puede ser entendido y hasta "domesticado" dentro de unas reglas.
ResponderEliminarVolviendo al artículo, se me ocurre una nueva línea de explicación, que abundaría en la interpretación de Levi Strauss del intrercambio de mujeres como base del parentesco: aquí las mujeres que se intercambian son entre un punto geográfico y otro, distante y desconocido, creando entre los marinos una especie de "parentesco sexual" (???), y redunda en la idea de la mujer como posesión del hombre, su papel de mercancía - valiosa, indudablemente, pero objetivada, cosificada - que puede ser dada como moneda de cambio.
como puedes comprobar, la entrada es de lo más rica, dada la cantidad de enlaces que seguimos haciendo de ella!
Era una crack esta tía, si señor
ResponderEliminarGracias por leer y comentar. Sí, era una persona adelantada a su época en todos los sentidos, y un corazón noble y sincero. Un modelo.
EliminarMe gustaría decir que la elaboración de las entradas de este blog es muy minuciosa. Mari Angeles y yo gastamos una enorme cantidad de tiempo y de esfuerzo en desarrollar tesis propias, y en transformar los textos antropológicos publicados, pensados generalmente para ser compartidos por la comunidad de especialistas, a un nivel divulgativo pero siempre sin renunciar al rigor científico. Por ello, estamos encantadas con que estas entradas tengan la máxima difusión, pues esa es la ilusión que nos inspira, demostrar que la antropología tiene mucho que decirnos en nuestra vida cotidiana, y no es un saber esotérico. Pero, como lógica compensación a nuestro trabajo, agradecemos que nos citen cuando se utiliza en publicaciones ajenas.
ResponderEliminarNo debía de ser tan raro en Europa lo de la hospitalidad sexual cuando consta que, en 1820, un conocido de Beethoven, Karl Peters, le ofreció acostarse con su esposa mientras que se marchaba de viaje, para que no durmiese sola.Así figura en el"cuaderno de conversación" del genial músico, que usaba para escribir y leer lo que le decían los demás cuando ya estaba sordo. Y por lo visto, no fue el único préstamo de esposa que recibió, según cuenta Los clásicos también pecan de Fernando Argenta.
ResponderEliminar¡Prostitución?Hay que ser imbéciles.Las prostitutas(por lo menos a día de hoy),cobran,a cambio de ''servicios''.Aquello era lo contrario.No les cobraban dinero y les hacían un doble favor.Dándoles cobijo,hospitalidad y amor,y ofreciéndoles sexo o lo que fuese si les apetecía.¿Que perdían la ''honra''?No me hagáis reir.La honra no la pierden las pellejas gallegas y no tan gallegas de hoy,acostándose con cuanto pellejo hay y poniendo denuncias falsas acusando a algún hombre honrado de violarlas o haberlo intentado.
ResponderEliminarEstimado Anónimo: muchas gracias por leer y comentar. Aunque no considero del todo correctas algunas de las expresiones que utilizas y su sentido en este foro, publico tu comentario porque respeto tu libertad de expresión y, sobre todo, porque comparto plenamente tus opiniones acerca del verdadero significado de la hospitalidad sexual. Fíjate que yo siempre califico esta institución así. Los que la llamaban prostitución eran los pacatos contemporáneos de Rosalía, que no entendieron eso que ella, tú y yo somos capaces de entender con unas miras más amplias. Gracias nuevamente por participar.
ResponderEliminarGracias por el artículo. Muy bueno y esclarecedor sobre esa polémica.
ResponderEliminarMe gustaría saber exactamente qué criticas tuvo Rosalía para entender esa reacción que tuvo tan drástica de no volver a escribir en gallego.
Dice que las críticas fueron en El Anunciador y La Concordia. Si se supieran los días exactos se podría buscar aquí, en la hemeroteca de Galiciana la Biblioteca Digital Gallega. http://biblioteca.galiciana.gal/pt/consulta/registro.cmd?id=3813
Por lo demás, yo sí creo que Rosalía no mentía y que lo que dijo no lo imaginó.
Un saludo
Muchísimas gracias por tu interés y por las referencias de búsquedas que proporcionas. Intentaremos localizar los artículos aunque me temo que la polémica debió de durar meses. Pues sí, Rosalía decía la verdad pero le debió de decepcionar la actitud, que sorprendió su buena fe desprejuiciada y decidió no plantar batalla. Supongo que pensó que la tenía perdida de antemano con el enemigo en casa, los propios gallegos que ella pensaba que debían honrarse con la hospitalidad y que saleron mojigatos. De todas formas, si alguna dudad quedaba creo que la referencia a las mujeres canarias habla por sí sola. ,
EliminarAntes de nada gracias por contestar.
EliminarLamentablemente me precipité a enlazar la Biblioteca sin antes mirar, y sí, está digitalizada, pero de esos periódicos precisamente solo hay ejemplares sueltos. Nos quedaremos con las ganas de saber.
Un cordial saludo.
Precioso y consistente artículo. Notar que entre los vikingos también era frecuente que el señor compartiera a su esposa con sus invitados, a la manera de muchos sitios del norte de Europa. Sin ir más lejos entre llos Celtas era frecuente que una mujer se "ocupara" de varios hombres . Es decir, monoteísmo y monogamia vienen de la mano desde religiones africanas y asiáticas que luego se consolidan como magnificas para dominar masas
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu apreciativo comentario y por tus aportaciones al debate. Un saludo
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