LAS BIOGRAFÍAS CRIMINALES. Crimen y castigo en la sociedad inglesa de los siglos XVII y XVIII
En 1722 Daniel Defoe, el
célebre autor de Robinson Crusoe, publicó una novela tan destacable como la anterior aunque mucho menos conocida fuera del
ámbito anglosajón. Se trataba de Las aventuras y desventuras
de la famosa Moll Flanders, un
texto muy interesante para conocer la sociedad de la época y sus
costumbres en un momento apasionante de la historia europea. La
protagonista era una bella e inteligente joven sin recursos que lucha
por su independencia económica, lo que la lleva desde una serie de
matrimonios desastrosos a la delincuencia, convirtiéndose en una maestra del crimen hasta
que la atrapan y es condenada a muerte. Los modelos utilizados por Defoe para esta obra fueron
las biografías criminales, la novela picaresca y las autobiografías
espirituales. En esta entrada nos vamos a ocupar de las convenciones y características de las biografías
criminales y del sistema judicial penal británico, como introducción a algunos de los temas antropológicos
en Moll Flanders
que se desarrollarán en una próxima entrada (podéis acceder a la misma en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2017/01/las-biografias-criminales-crimen-y.html ). Nos servirá también como
pretexto para conocer aspectos relevantes y poco conocidos para nosotros de la forma de vida y costumbres de los ingleses en los siglos XVII y XVIII, cuya sociedad, desde el más
alto hasta el más bajo estamento, vivía permanentemente al borde
de la cárcel por crímenes o deudas.
Las biografías
criminales
En 1676 comenzaron a
publicarse en Inglaterra las biografías de criminales condenados a
muerte, un género que alcanzó una amplísima difusión popular y
que incluso se ha considerado un paso crucial hacia el desarrollo de
la novela inglesa. En España, gracias al temprano ejemplo del
Quijote, nuestro modelo novelístico tuvo una evolución diferente,
de ahí que resulte tan curioso observar la aportación que
realizaron a la ficción esas biografías de delincuentes. Estos
textos pretendían ser el relato fidedigno de sus delitos con el fin
ejemplarizante de mostrar su arrepentimiento y la generosidad del
perdón divino pero que acabaron transformando a los protagonistas en
héroes de carne y hueso en lucha contra las dificultades cotidianas.
Por ello no es extraño que, aún pretendiendo ser un reflejo de la
realidad, estas biografías se dejaran contaminar por elementos
propiamente literarios.
Así, en primer lugar, recogían aspectos
propios de la novela picaresca de nuestro Siglo de Oro,
surgida en un contradictorio periodo de esplendor cultural a la par
que de empobrecimiento económico y moral de la sociedad, que hizo
que se generalizara el robo y el engaño a todos los niveles, como
también sucedió al otro lado del Canal de la Mancha tiempo después.
Como en las novelas de pícaros, las biografías de los criminales
narraban detalladamente las andanzas de bribones y otras gentes de
mal vivir en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII, que igualmente
experimentó otra paradójica crisis social, económica y de valores
en el mismo momento en que se estaban forjando las bases para el
capitalismo moderno que la convertirían en un poderoso imperio. Por
otro lado, esas vidas de delincuentes se acercaban también al
subgénero literario opuesto, las biografías espirituales,
otra novedad frente a la novela continental. Esas autobiografías
espirituales, que narraban las asechanzas del pecado, la caída del
alma débil y su final encuentro con Dios, fueron muy características
de la teología protestante, cuya doctrina instaba a los fieles al
constante escrutinio moral, a encauzar sus vidas por el sendero de
perfección y a despertar a una fe auténticamente sentida en el
corazón. También las biografías de los criminales pretendían
mostrar la vida descarriada de sus protagonistas, que les llevaba
inevitablemente al delito y a merecer la condena capital. Estas
historias narraban cómo los delincuentes, guiados por un ministro
religioso de la prisión y ante el temor del castigo eterno,
experimentaba una radical conversión en virtud de la generosa gracia
divina, arrepintiéndose sinceramente de sus pecados y exhortando a
sus conciudadanos a apartarse de los caminos del vicio.
Ahorcamiento de brujas en Escocia |
Las biografías de
criminales como método de control social
Estas vidas de los
delincuentes condenados , arrepentidos y ejecutados se basaban en las
relaciones de hechos elaboradas por el capellán de la prisión de
Newgate en Londres, que les acompañaba en sus últimos días antes
de ser ahorcados, como también en las actas de sus juicios. Para los
lectores, tales libros resultaban atractivos porque ofrecían un tema
de reflexión entonces en boga, el de la criminalidad, cuyas elevadas
tasas resultaban muy preocupantes para la sociedad inglesa de la
época. El público tenía un enorme apetito de estas historias
truculentas que, al mismo tiempo, estaban teñidas de un fuerte
sentido moral, lo que ofrecía un cierto aliento ético a una
sociedad que había caído en la inmoralidad más absoluta a
impulsos de la búsqueda desesperada de riquezas. Estas biografías
pretendían servir de aviso contra las consecuencias de los celos, la
violencia o la avaricia, actuar como un elemento disuasorio para
todos aquellos que soñaban con mejorar su posición por el camino
más fácil y peligroso del robo. Igualmente recordaban a los
ciudadanos las obligaciones legales y sociales que tenían
contraídas: los esposos entre sí, los hijos con sus padres, los
sirvientes y los aprendices con sus amos y maestros, las obligaciones
vecinales..., señalizando el lugar inamovible que cada uno debía
ocupar en aquella sociedad tan intensamente jerarquizada. En una
época en la que los ciudadanos debían soportar tremendas
restricciones en su libertad personal, sexual y de conciencia, estas
obras justificaban ese sacrificio al exhortar a la obediencia, a la
autocontención y al trabajo denodado. Eran así un eficaz mecanismo
de control social para el cumplimiento de los fines descritos por
Michael Foucault en su trascendental ensayo Vigilar y castigar (
1975), es decir, mediante el poder interiorizado en las conciencias
individuales. Dado que no existían normas escritas sobre el
comportamiento social exigible y tampoco instituciones de carácter
no represor para asegurar el buen comportamiento y restaurar el
orden, esta literatura indicaba de forma negativa el camino que debía
seguirse para evitar unas consecuencias penalmente desastrosas. Por
eso este género se convirtió en una metáfora mediante la cual
reflexionar sobre los asuntos cotidianos de aquella era tan convulsa
y compleja desde el punto de vista social, político y económico.
Pero, contradictoriamente, en aquella comunidad social tan
encorsetada, también las aventuras de los criminales servían de
válvula de escape para los deseos reprimidos de transgresión,
permitiendo a los lectores experimentar, de forma vicaria,
sensaciones extremas sin afrontar las fatales consecuencias del
delito.
Jack Sheppard, un célebre delincuente que huyó de cuatro prisiones |
Las biografías de
delincuentes y el mercado editorial
Es muy interesante
también la información que existe acerca del mercado editorial de
aquella etapa. El texto original de las biografías se entregaba
manuscrito por su autor al impresor, que organizaba las tiradas para
una audiencia cada vez más amplia. Aunque tenía que obtener la
aprobación de la censura para su publicación, se trataba de un
producto de puro consumo, no pensado para perdurar en el tiempo. Las
obras se escribían rápidamente sin ningún afán literario y,
además, se imprimían en papel de mala calidad y con tinta apenas
duradera, por lo cual se deterioraba tan rápidamente como nuestros
periódicos. Las impresiones estaban llenas de erratas y sus pobres
ilustraciones, referidas a la muerte, al diablo o a los castigos en
la horca o la hoguera, buscaban ser un reclamo morboso para el
potencial comprador. Estos libros se vendían en los días de mercado
en zonas rurales, mientras que en las ciudades podían comprarse en
las librerías.
También era muy frecuente que se vendieran al pie
del patíbulo el día en que tenía lugar la ejecución de su
infausto protagonista. El precio de estas modestas ediciones oscilaba
entre medio penique y seis peniques. Teniendo cuenta que el sueldo
medio de la época era de 12 peniques al día, se entiende por qué
resultaba un producto perfectamente asequible hasta incluso para las
economías más modestas. Los compradores, por otra parte, eran
personas con escasa alfabetización. Habitualmente se trataba de
hombres, y sólo ocasionalmente eran mujeres las adquirentes. Según
los datos de que disponemos, el 30% de los varones ingleses eran
analfabetos en el siglo XVII. No existen datos fehacientes acerca de
la alfabetización de las mujeres pero resulta presumible, dada su
sumisión y la creencia en que la lectura llena sus cabezas de ideas
subversivas, que el porcentaje debía de ser muy superior al
indicado, sobre todo entre las clases bajas. Pero la popularidad de
estas biografías criminales era tal que también se leían por los
miembros de las élites, aunque para ellos se elaboraban textos de
superior calidad, adornados con frases latinas y con referencias a
conocimientos científicos. Como era un producto de pura evasión y
sometido al continuo fluir de los procesos judiciales, apenas una
semana después de ser leídos estos libros se reutilizaban para usos
prácticos tales como papel para quemar. Es ese el motivo por el
cual, a pesar de que entre 1580 y 1700 estos libros debieron de
imprimirse a millares, apenas es posible encontrar algunos ejemplares
hoy en día.
Crimen y castigo.
El sistema penal inglés
Para seguir profundizando
en el sentido que tenían las biografías criminales para la sociedad
inglesa de los siglos XVI a XVIII, es importante examinar el sistema
judicial de la época, el cual presenta similitudes con el actual
pero resulta muy distinto de los sistemas judiciales continentales.
Los jueces de paz, a los que se llamaba "magistrados", se
ocupaban de enjuiciar las infracciones más leves. Estos magistrados
eran designados anualmente entre ricos gentilhombres que carecían de
formación jurídica específica pero sí poseían experiencia en la
administración de los asuntos públicos. Decidían los casos por
sentido común, con aplicación de los estatutos de procedimiento y
de los manuales de instrucción penal existentes. En caso de que el
juez de paz decidiese que era preciso celebrar el juicio, determinaba
a qué corte debía remitirse el caso dependiendo de la gravedad del
delito. No acudir al servicio dominical se consideraba un delito,
cuestión sobre la que resolvían uno o dos jueces. También eran
punibles la embriaguez, la difamación, el juego, la fornicación, el
adulterio, la prostitución, la vagancia o el fraude. Estos delitos
menores los enjuiciaba un solo juez de paz o magistrado en los casos
más leves, mientras que el conocimiento de los más graves se
confería a los oficiales de la ciudad, a los señores nobiliarios o
a los representantes de la Iglesia. A medida que se avanzaba en la
escala de la criminalidad, también se hacía más complejo el
sistema de enjuiciamiento. Para conocer de las ofensas más serias,
se reunía un jurado cuatro veces al año. Estaba compuesto por 12
hombres pertenecientes a la comunidad en la que se había cometido el
crimen, y tenían autoridad para decretar prisión y castigos
corporales tales como cortar la parte exterior de las orejas.
Los crímenes más graves
eran calificados como felonías y, salvo los robos de menor entidad,
todos podían ser castigados con la pena de muerte. Entre esos
crímenes considerados como felonías se encontraban los delitos
contra la propiedad, inclusive el hurto al descuido, los crímenes
contra la paz, contra el rey (como la traición), graves ofensas
sexuales como la violación, la sodomía o la pedofilia, todos los
casos de homicidio y la brujería. Se consideraba que las felonías
infringían tanto los preceptos bíblicos como las leyes estatales y
por ello eran conceptuadas siempre como ofensas al rey, en su doble
calidad de cabeza de la Iglesia y del Estado.
Ejecución en Tyburn |
Para fundamentar una
sentencia de condena a muerte, se exigía que la felonía estuviese
suficientemente probada por medio, al menos, de dos testigos, norma
sobre prueba que parece tener su origen en la regla del Derecho
romano "testis unus, testis nullus". La prueba debía
acreditar, por una parte, que el crimen se había cometido y, por
otra, quién era su autor.
El robo se consideraba
una ofensa de mayor gravedad que el hurto al venir cualificado por el
uso de violencia, incrementando con ello el temor causado en la
víctima. En caso de que no hubiese existido agresión, o se tratara
de un acto negligente o causado accidentalmente, podía concederse
al perdón al autor o reducirse la pena impuesta. Para enjuiciar
estos delitos graves, los tribunales de justicia se reunían dos
veces al año salvo en Londres, ya que el elevado número de crímenes
que se cometían en la capital obligaba al tribunal de Old Bailey a
actuar de manera permanente.
Los forenses investigaban
en los casos de homicidios y en torno a su actuación constan algunos
aspectos curiosos, reminiscencias de un pensamiento medieval. Así,
si observaban aspectos considerables comosobrenaturales, como el
hecho de que manara sangre fresca del cadáver, o si el muerto abría
sus ojos y miraba a una persona, daban por probado que ese era su
asesino.
Los miembros del gran
jurado y los forenses eran reclutados entre la clase de los
caballeros. Debían ser ciudadanos honrados y con derecho a voto y,
habitualmente, formaban parte del gobierno local. Escuchaba el
testimonio aportado por el fiscal, el de la víctima o uno de sus
familiares, y formulaban la acusación, determinando si debía
celebrarse el juicio o, en caso de que no existiera suficiente
evidencia, el archivo del caso. Entre el 60 y el 80% de las
acusaciones se consideraban fundadas y acababan en condena.
Juicio, tortura y
sentencia
El procedimiento era muy
rápido y poco formalista. Se preguntaba al acusado, como vemos en
las películas americanas que todavía hoy sucede, si se declaraba
culpable o no culpable. En caso de que negase a declarar, se iniciaba
un ritual muy peculiar, la tortura del peine forte et dure.
Así, se rasgada la ropa al acusado, se lo colocaba en el suelo sobre
la espalda, con los brazos y las piernas sujetos por sogas y se le
ponía un gran peso sobre el cuerpo hasta que confesaba o fallecía.
Los acusados aceptaban esta situación voluntariamente como medio
para demostrar su valor, para desafiar la jurisdicción del tribunal
o incluso para proteger la reputación de sus familiares, pues si
morían en este momento temprano del procedimiento no recibían una
condena por felonía, que significaría la deshonra y la ruina de su
familia, pues iba acompañada de la incautación de los bienes del
condenado.
Si, en cambio, el acusado se declaraba culpable, lo que
ocurría con frecuencia, se determinaba inmediatamente el castigo a
imponer. Si se declaraba inocente, se ordenaba la celebración del
juicio ante un jurado de pares de la comunidad en la cual se había
cometido el crimen. Debía tratarse de 12 hombres buenos y sinceros,
con edades comprendidas entre los 15 y los 70 años, hallarse en su
sano juicio y tener buen carácter, y no haber sido previamente
condenados por felonía. Se establecían garantías para la
recusación de los miembros del jurado para asegurar un juicio justo
e imparcial. Por ello, se permitía recusar a aquellos jurados con
las que el acusado previamente hubiera tenido algún conflicto
personal.
El juicio era breve, con
una duración promedio de unos 30 minutos, y a veces tardaba solo
cuatro o cinco minutos. El enjuiciamiento de otros casos más
complejos podía prolongarse durante varias horas. Los testigos
juraban por Dios, lo que se consideraba garantía bastante de su
veracidad puesto que, con el perjurio, sacrificaban su acceso a la
vida eterna.
El lugar de celebración
de los juicios era al aire libre o bien en las dependencias
municipales, pues no existían salas de juicio como tales. Hasta el
siglo XVIII, y a diferencia de lo que sucedía con los juicios
civiles, no fue habitual que los abogados interviniesen en los
juicios penales.
Los jurados se retiraban
a deliberar sin comida ni bebida, presumiblemente para que no se
demorasen en la entrega del veredicto, y así se entiende cómo, con
frecuencia, tardaban sólo unos minutos e incluso decidían varios
casos al mismo tiempo.
Los beneficios
penitenciarios para presos y presas
El fallo de la sentencia
podía proclamar la inocencia del acusado, o bien su culpabilidad, o
consistir en un veredicto parcial, condenando por un delito menos
grave a aquel por el cual se había formulado la acusación, o bien
educiendo la severidad de la condena si se demostraba que el bien
sustraído tenía un valor inferior al que le había atribuido el
denunciante. Entre el 60 y el 70% de los acusados resultaban
condenados. El condenado contaba con un breve período de reflexión,
alrededor de una hora, para preparar un allocutus, esto es, la
petición de clemencia. A menos de que se tratara de un crimen muy
grave (traición, asesinato, infanticidio, robo, violación, incendio
intencionado), podían implorar el perdón real, o bien el beneficio
del clérigo. Este último consistía en el recitado del verso
bíblico del "cuello", denominado así porque con esa
fórmula se libraba al condenado de morir ahorcado. En su lugar, era
marcado en la mano o en el pulgar con la letra T de "thief"
en caso de robo, o M por "manslaughter", homicidio
involuntario. Este beneficio del clérigo sólo podía obtenerse una
vez, de manera que los marcados, que ya habían escapado al patíbulo,
no podían recibir nuevamente este premio. Tratándose de mujeres
convictas, no era posible este beneficio del clérigo sino que sólo
podían "apelar a su vientre". Esto quería decir
que las mujeres embarazadas no eran ejecutadas hasta el nacimiento de
su hijo e incluso hasta tiempo después, para evitar que el recién
nacido pasase a ser una carga para las arcas del estado. Un jurado de
matronas examinaba a la mujer para comprobar el supuesto embarazo,
pero lo cierto es que era habitual que tal beneficio se concediera
incluso a mujeres que solo simulaban estar embarazadas, como un medio
de mitigar la severidad de la ley. Con el tiempo, la elevadísima
frecuencia con la que se imponían condenas a muerte se suavizó con
la conmutación de la pena por la deportación a las Américas,
aunque también eran posibles otras alternativas, como el
enrolamiento militar forzoso durante tiempos de guerra y, en mucha
menor medida, la pena de exilio.
Prisión de Newgate |
La condena: paños
negros y guantes blancos
Aquellos que no obtenían
el perdón real (un 25% de los condenados por felonía), debían ser
ejecutados. Para entender la severidad de esta medida hemos de tener
en cuenta una idea clave en aquella sociedad: que el Estado era
análogo al cuerpo humano, de manera que la parte gangrenada debía
extirparse para asegurar la salud del resto y restablecer su
equilibrio. En realidad, lo que sucedía es que no disponían de un
sistema penitenciario que permitiese el cumplimiento de condenas de
larga duración, apartando con ello a los miembros nocivos de la
sociedad. Sólo en los siglo XVII-XVIII cumplió esa función el
masivo traslado de los criminales a América, donde eran vendidos
como esclavos pero, con su trabajo duro, podían comprar su libertad
e incluso prosperar social y económicamente en el Nuevo Mundo.
Para pronunciar la
sentencia de muerte el juez revestía su cabeza con un gorro o trapo
negro, lo que simbolizaba la gravedad de la situación y su
legitimidad como representante del rey a la hora de disponer de una
vida humana. En cambio, cuando el juez no emitía condena de muerte,
se ponía unos guantes blancos, sesiones que entonces eran conocidas
como "de la doncella". Tras la sentencia, el condenado
volvía a la prisión, habitualmente Newgate si el juicio se había
celebrado en Londres, y se le permitía pasar sus últimos días, en
la compañía espiritual de un clérigo, confesando sus pecados y
mostrando su arrepentimiento antes de enfrentarse al juicio final
ante Dios.
Prisión de Newgate |
El patíbulo como
símbolo del poder político: el árbol del ahorcado
Los miembros de las
clases bajas eran condenados a morir en la horca, lo que tenía lugar
en un patíbulo permanente o temporal en la plaza del pueblo. En
Londres, donde las ejecuciones eran más frecuentes por la enorme
población, al patíbulo se le conocía como el "árbol de
Tyburn", una horca de triple brazo para facilitar las
ejecuciones múltiples. Estaba situada en el la esquina sur de Hyde
Park, donde ahora se encuentra Marble Arch.
El patíbulo era un
símbolo siniestro del poder de la justicia. La asociación del
patíbulo con el árbol proviene de su uso en Escocia. Allí se
conocía como "el árbol de la pena" o "el árbol del
ahorcado" o "de la justicia", y con el nombre de
"dule", por referencia a la pena o dolor. En su origen, lo
usaban los caciques de las Highland para colgar a sus enemigos, a los
desertores o a los asesinos. El territorio donde estos árboles
crecían se llamaban "las colinas del patíbulo". También
era un lugar de encuentro entre los miembros del clan y donde
lamentarse por los infortunios sufridos por la comunidad.
The Gallows Hill |
Newgate, el
infierno en la tierra
La prisión de Newgate se
encontraba en el lado oeste de la muralla de la ciudad, cerca de
donde hoy se encuentran los tribunales penales, Old Bailey. Allí se
encerraba a hombres y mujeres acusados de felonía y a los deudores.
La cárcel disponía de un espacio reservado para aquellos que podían
pagar su alojamiento y otro común que era un verdadero infierno.
Hombres y mujeres tenían patios separados pero en ellos se podían
mezclar libremente los prisioneros y los visitantes. Newgate fue
reconstruida tras el incendio de Londres en 1666. En torno a 1726
tenía capacidad para 150 prisioneros. La prisión la gobernaban
cuatro reos despiadados ,que en 1730 fueron reemplazados por
oficiales elegidos.
Los reos pagaban un
impuesto a su llegada a la cárcel y, quienes no podían pagarlo,
tenían que entregar sus ropas. Las condiciones sanitarias en la
cárcel era muy pobres. Para las presas la situación era todavía
mucho peor. Los reclusos sufrían incontables enfermedades y las
tasas de mortalidad en invierno eran elevadísimas. En 1726 la fiebre
mató a 83 prisioneros y en 1750 estos llevaron tal enfermedad a la
propia sala de juicios, causando la muerte de 60 personas, incluyendo
al presidente del tribunal.
El ritual de la
ejecución
La ejecución atraía
agentes de todas clases sociales, que a veces acudían desde largas
distancias para asistir a lo que consideraban un auténtico
entretenimiento. Entre los asistentes se vendía la biografía del
criminal, una auténtica literatura del patíbulo.
La ejecución era un acto
muy ceremonial, consistía en todo un despliegue de elementos
simbólicos. Después de 1605 la ceremonia empezaba la noche
anterior, cuando el campanero del Santo sepulcro paseaba por el
sótano de los condenados en Newgate entonando un cántico de
arrepentimiento y perdón. Al día siguiente los condenados llevaban
a cabo la procesión desde la prisión hasta al patíbulo, un viaje
que de varias millas. La multitud se arremolinaba a su paso, y los
oradores aprovechaban el gentío para soltar su discurso, lo que es
el origen del famoso "Speaker ´s corner en Hyde Park.
También
al condenado se le permitía hacer un discurso final, en el que la
audiencia esperaba que confesara sus crímenes y se arrepintiera para
general escarmiento. El ahorcamiento lo llevaba a cabo el sheriff o
un oficial a su cargo. Se trataba de un proceso lento y penoso porque
el sistema estaba deficientemente diseñado y sólo se producía un
estrangulamiento lento, hasta el punto de que eran los propios
familiares del ejecutado quienes se esforzaban en tirar del cuerpo
hacia abajo para que muriese cuanto antes. Este método de ejecución
pública continuó hasta 1783, fecha en que la horca se trasladó al
patio de Newgate, mejorándose el sistema del patíbulo para que la
muerte fuese instantánea. El cuerpo se entregaba a los familiares
para que lo enterraran y, si se trataba de un extranjero, iba a parar
a la tumba de los pobres. En cambio, los nobles y privilegiados se
enfrentaban a la muerte de acuerdo con los privilegios propios de su
clase. En lugar de la horca, eran decapitados por el verdugo en la
Torre con un hacha en la torre, lo que se consideraba un método
apropiado a su dignidad social.
Los culpables de traición
todavía tenían que soportar castigo mucho peor que la horca. Eran
descuartizados y sus trozos se dejaran visibles en cada una de las
cuatro entradas a Londres. Sin embargo, tratándose de mujeres, se
consideraba inapropiado que partes de su anatomía pudiesen quedar
expuestas al público, por lo cual estas prisioneras eran quemadas en
la hoguera. Uno y otro se consideraban los peores castigos
imaginables porque creían que sólo al ser enterrado el cuerpo el
alma podría obtener la salvación en la otra vida.
Adicionalmente a la
condena a muerte, todos los felones, incluso a los que les era
remitida la condena a muerte, estaban sujetos a la apropiación de
sus bienes por el rey, quien habitualmente los concedía a alguno de
sus súbditos. También los bienes de los suicidas, otro crimen de
felonía, iban a parar al monarca.
Aspectos morales,
simbólicos y religiosos en las biografías criminales
Pero volvamos a las
biografías criminales. Usualmente no aparecía el nombre del autor,
con lo que se pretendía resaltar que quien escribía la historia era
un mero observador del proceso espiritual que sufría el delincuente
arrepentido. Por otro lado, ese anonimato protegía al autor de la
persecución para el caso de que el asunto tratado por el libro,
habitualmente delitos escabrosos, no se considerase apropiado para la
moral pública. También solían incluir valoraciones morales por
parte del autor, e incluso suposiciones vertidas acerca de cuáles
fueron los motivos que llevaron al delincuente al crimen. La mayoría
de estos libros se ocupaban de delitos violentos, pues sólo los
asesinatos, infanticidios, violaciones o brujería aseguraban una
amplia audiencia y, por ende, un beneficio contable. Otros delitos
tan generalizados como el adulterio ya no escandalizaban a la
comunidad.
Una característica
verdaderamente curiosa en estos libros es la omnipresencia de
animales, con un valor simbólico. Así aparecen cuervos que revelan
el pasado o el futuro de los criminales. A menudo, los perros,
descubren los cuerpos de los muertos o proporcionan pistas esenciales
para el arresto de los criminales. Para la mentalidad de la época,
otros animales como los gatos o los escarabajos eran la apariencia
física que tomaba el diablo para ejecutar su pacto demoníaco con
las brujas, y creían que estos animales dañaban a sus enemigos en
su nombre. También a los criminales se les señalaba frecuentemente
con el nombre de alimañas como los lobos, osos, tigres, serpientes,
indicando con ello que se habían convertido en algo infrahumano,
incluso a un nivel inferior de los pájaros y las bestias
consideradas más nobles. En una sociedad que creía firmemente en la
Gran cadena del ser, la escala jerárquica de la naturaleza en la que
el hombre ocupaba un lugar intermedio entre Dios y los ángeles y los
animales y las plantas, la consideración de los criminales como
situados en un escalón inferior a las bestias enfatizaba su rebajada
posición social frente a aquellos ciudadanos que sí obedecían las
leyes, un extraordinario medio de control social. Su comportamiento
animalesco, salvaje, justificaba que fueron apartados de manera
traumática de la sociedad civil, que los expulsaba de su seno a
través de su ejecución.
Otro rasgo importante en
las biografías criminales es el omnipresente lenguaje religioso,
especialmente en los pasajes de apertura y cierre de cada uno de los
capítulos. Los autores utilizaban a personificaciones del mal tales
como el demonio, los católicos, las brujas, el pecado, para explicar
la fácil caída del hombre en la tentación. Esta sociedad creía en
la activa intervención de Dios y el diablo, por lo que muchos de los
eventos e historias se explicaban por referencia a la Biblia, que era
una guía necesaria de lectura. Lo importante entonces era que los
delincuentes mostraran su arrepentimiento porque con ello se
restauraba finalmente el orden y se reafirmaba el poder sanador de la
Iglesia y el Estado.
El género evolucionó
hacia una literatura popular del crimen, con largos títulos que
describían el material del que trataban, como una especie de anzuelo
para atraer a los compradores. Cuanto más escandaloso, más venta.
La novela de Daniel Defoe Moll Flanders, de la que tendremos
ocasión de hablar próximamente, y que en realidad constituye una
obra de ficción tomando en parte el aspecto de una biografía
criminal, es ejemplo de uno de esos títulos inacabables como
podemos leer a continuación: Las fortunas y desventuras de la famosa
Moll Flanders quien nació en Newgate, vivió una vida de constante
variedad durante 60 años, además de su infancia. Fue prostituta
durante 12 años, se casó cinco veces (incluso una de ellas con su
hermano), fue 12 años ladrona, ocho años convicta en Virginia y
finalmente rica. Vivió honestamente y murió penitente. Escrito de
su propio del a partir de sus propias memorias". Cuando esta
novela se publicó, el género de las biografías criminales ya
estaba en declive, siendo sustituido por el periodismo.
Daniel Defoe |
Fuentes consultadas: la información
en esta entrada es traducción, resumen y comentario de la excelente
introducción del libro Stories of True Crimen in Tudor and Stuart
England, una colección de 30 de estas biografías criminales
publicadas por la editorial MacMillan en 2015.
El gran incendio de 1666 hizo de Londres una nueva ciudad, también en cuanto a instituciones penitenciarias |
Truculenta y escabrosa entrada, con la que anuncias la posterior sobre Moll Flanders... Otro de los libros, esta vez periodístico, de Daniel Defoe, "Diario del año de la peste", no menos truculento y escabroso, culmina precisamente con el incendio de Londres, que se debió nada menos a la costumbre de intentar sofocar con humo de antorchas las miasmas remanentes de la plaga que tantas vidas se había cobrado. Pero dicho incendio y posterior reconstrucción fue, en realidad, la clave del despegue económico de Londres, en grave crisis tras la epidemia. Continuará...
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aportación, María. Efectivamente, primero vino la peste en 1665, después el gran incendio en 1666, y después, aprovechando el desastre, Christopher Wren dio a Londres el aspecto neoclásico que es tan característico de la ciudad. Como Nerón con Roma o el Marqués de Pombal tras el terremoto de Lisboa en 1755. Definitivamente, Defoe es un autor más que interesante.
ResponderEliminarMi amigo Miguel Florian me ha comentado que esta figura de las biografías criminales le recuerda a los pliegos de ciego, que narraban desgracias, crímenes... y que también se vendían. Pues habrá que investigarlo. Me encantan estos vínculos ocultos.
ResponderEliminarhola! hemos descubierto el blog y quedamos enganchadas, asombradas y perplejas. no conociamos ests libro y permitanos decir que es una entrada maravillosa. somos de argentina y con una enorme satisfaccion losvamos a compartir, esto tiene que llegar a nuestros seguidores!!! feliz año nuevo!! saludosbuhos.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestra respuesta entusiasta y perdonad el retraso en moderar el comentario, porque ahora no resulta visible en blogger si hay pendientes, hay que buscar expresamente el apartado y a veces me olvido de revisarlo. Sí vi ayer que os habíais hecho seguidoras, lo cual me alegró mucho. Bueno, lo dicho, bienvenidas y gracias mil por difundir.
EliminarMuy completa y rica la entrada de Moll Flanders y las biografías criminales,a la que seguirá alguna más. Cuando hablas del juicio, y cómo el jurado se retira a deliberar sin comida ni bebida, para que esta sea corta, he recordado cómo Alexander Pope ironiza sobre los jueces en The Rape of the Lock y sus prisas para dictar sentencia e irse a disfrutar de buenos manjares. Es una época literaria muy interesante.
ResponderEliminarExcelente entrada
Jose Ignacio Gómez Lorenzo me transmite por correo este inteligente comentario que comparto con los lectores:
ResponderEliminar" Me llama mucho la atención la insistencia de las instituciones penales de la época en el delito de brujería y en la utilización de la tortura en estos casos con efectos perversos. El procedimeinto es simétrico al que utilizó la Inquisición en España persiguiendo las ideas protestantes. La declaración de inocencia, en ambos casos, por parte del acusado conducía, tortura mediante, al patíbulo. Sólo en el caso de que el acusado reconociera su crimen (brujería o ideas protestantes) podía tener alguna posibilidad de salvarse de la muerte. El caso de la brujería es quizás más odioso porque da la impresión de que los únicos que realmente creían (o fingían creer) en ella eran los propios jueces, fiscales, jurados, etc. Y sin duda más de una vez se dió el caso de que en toda la sala del juicio el único que no creía en la brujería fuera el propio acusado. La perversión radicaba en la circularidad del argumento: Se perseguía a las brujas porque existía la brujería, y la brujería existía porque así lo confesaban las propias brujas; y para conseguir la confesión se aplicaba un método brutal: si la víctima la negaba se la condenaba a muerte, y así con esta amenaza real era más que probable que las víctimas reconocieran su (inexistente) pecado para escapar de la horca o la hoguera. Fácil. El día que se suprimió el delito de brujería, simplemente desaparecieron las brujas, o, por decirlo con más exactitud, se dejó en paz a los pobres desgraciados por parte de sus malvados vecinos, clientes y autoridades".
Muchísimas gracias, Jose Ignacio, por tu atenta lectura.