LAS BIOGRAFÍAS CRIMINALES. Crimen y castigo en la sociedad inglesa de los siglos XVII y XVIII

 En 1722 Daniel Defoe, el célebre autor de Robinson Crusoe, publicó una novela tan destacable como la anterior aunque mucho menos conocida fuera del ámbito anglosajón. Se trataba de Las aventuras y desventuras de la famosa Moll Flanders, un texto muy interesante para conocer la sociedad de la época y sus costumbres en un momento apasionante de la historia europea. La protagonista era una bella e inteligente joven sin recursos que lucha por su independencia económica, lo que la lleva desde una serie de matrimonios desastrosos a la delincuencia, convirtiéndose en una maestra del crimen hasta que la atrapan y es condenada a muerte. Los modelos utilizados por Defoe para esta obra fueron las biografías criminales, la novela picaresca y las autobiografías espirituales. En esta entrada nos vamos a ocupar de las convenciones y características de las biografías criminales y del sistema judicial penal británico, como introducción a algunos de los temas antropológicos en Moll Flanders que se desarrollarán en una próxima entrada (podéis acceder a la misma en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2017/01/las-biografias-criminales-crimen-y.html ). Nos servirá también como pretexto para conocer aspectos relevantes y poco conocidos para nosotros de la forma de vida y costumbres de los ingleses en los siglos XVII y XVIII, cuya sociedad, desde el más alto hasta el más bajo estamento, vivía permanentemente al borde de la cárcel por crímenes o deudas.

Las biografías criminales
En 1676 comenzaron a publicarse en Inglaterra las biografías de criminales condenados a muerte, un género que alcanzó una amplísima difusión popular y que incluso se ha considerado un paso crucial hacia el desarrollo de la novela inglesa. En España, gracias al temprano ejemplo del Quijote, nuestro modelo novelístico tuvo una evolución diferente, de ahí que resulte tan curioso observar la aportación que realizaron a la ficción esas biografías de delincuentes. Estos textos pretendían ser el relato fidedigno de sus delitos con el fin ejemplarizante de mostrar su arrepentimiento y la generosidad del perdón divino pero que acabaron transformando a los protagonistas en héroes de carne y hueso en lucha contra las dificultades cotidianas. Por ello no es extraño que, aún pretendiendo ser un reflejo de la realidad, estas biografías se dejaran contaminar por elementos propiamente literarios.

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Así, en primer lugar, recogían aspectos propios de la novela picaresca de nuestro Siglo de Oro, surgida en un contradictorio periodo de esplendor cultural a la par que de empobrecimiento económico y moral de la sociedad, que hizo que se generalizara el robo y el engaño a todos los niveles, como también sucedió al otro lado del Canal de la Mancha tiempo después. Como en las novelas de pícaros, las biografías de los criminales narraban detalladamente las andanzas de bribones y otras gentes de mal vivir en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII, que igualmente experimentó otra paradójica crisis social, económica y de valores en el mismo momento en que se estaban forjando las bases para el capitalismo moderno que la convertirían en un poderoso imperio. Por otro lado, esas vidas de delincuentes se acercaban también al subgénero literario opuesto, las biografías espirituales, otra novedad frente a la novela continental. Esas autobiografías espirituales, que narraban las asechanzas del pecado, la caída del alma débil y su final encuentro con Dios, fueron muy características de la teología protestante, cuya doctrina instaba a los fieles al constante escrutinio moral, a encauzar sus vidas por el sendero de perfección y a despertar a una fe auténticamente sentida en el corazón. También las biografías de los criminales pretendían mostrar la vida descarriada de sus protagonistas, que les llevaba inevitablemente al delito y a merecer la condena capital. Estas historias narraban cómo los delincuentes, guiados por un ministro religioso de la prisión y ante el temor del castigo eterno, experimentaba una radical conversión en virtud de la generosa gracia divina, arrepintiéndose sinceramente de sus pecados y exhortando a sus conciudadanos a apartarse de los caminos del vicio.

Ahorcamiento de brujas en Escocia
Las biografías de criminales como método de control social
Estas vidas de los delincuentes condenados , arrepentidos y ejecutados se basaban en las relaciones de hechos elaboradas por el capellán de la prisión de Newgate en Londres, que les acompañaba en sus últimos días antes de ser ahorcados, como también en las actas de sus juicios. Para los lectores, tales libros resultaban atractivos porque ofrecían un tema de reflexión entonces en boga, el de la criminalidad, cuyas elevadas tasas resultaban muy preocupantes para la sociedad inglesa de la época. El público tenía un enorme apetito de estas historias truculentas que, al mismo tiempo, estaban teñidas de un fuerte sentido moral, lo que ofrecía un cierto aliento ético a una sociedad que había caído en la inmoralidad más absoluta a impulsos de la búsqueda desesperada de riquezas. Estas biografías pretendían servir de aviso contra las consecuencias de los celos, la violencia o la avaricia, actuar como un elemento disuasorio para todos aquellos que soñaban con mejorar su posición por el camino más fácil y peligroso del robo. Igualmente recordaban a los ciudadanos las obligaciones legales y sociales que tenían contraídas: los esposos entre sí, los hijos con sus padres, los sirvientes y los aprendices con sus amos y maestros, las obligaciones vecinales..., señalizando el lugar inamovible que cada uno debía ocupar en aquella sociedad tan intensamente jerarquizada. En una época en la que los ciudadanos debían soportar tremendas restricciones en su libertad personal, sexual y de conciencia, estas obras justificaban ese sacrificio al exhortar a la obediencia, a la autocontención y al trabajo denodado. Eran así un eficaz mecanismo de control social para el cumplimiento de los fines descritos por Michael Foucault en su trascendental ensayo Vigilar y castigar ( 1975), es decir, mediante el poder interiorizado en las conciencias individuales. Dado que no existían normas escritas sobre el comportamiento social exigible y tampoco instituciones de carácter no represor para asegurar el buen comportamiento y restaurar el orden, esta literatura indicaba de forma negativa el camino que debía seguirse para evitar unas consecuencias penalmente desastrosas. Por eso este género se convirtió en una metáfora mediante la cual reflexionar sobre los asuntos cotidianos de aquella era tan convulsa y compleja desde el punto de vista social, político y económico. Pero, contradictoriamente, en aquella comunidad social tan encorsetada, también las aventuras de los criminales servían de válvula de escape para los deseos reprimidos de transgresión, permitiendo a los lectores experimentar, de forma vicaria, sensaciones extremas sin afrontar las fatales consecuencias del delito.

Jack Sheppard, un célebre delincuente que huyó de cuatro prisiones
Las biografías de delincuentes y el mercado editorial
Es muy interesante también la información que existe acerca del mercado editorial de aquella etapa. El texto original de las biografías se entregaba manuscrito por su autor al impresor, que organizaba las tiradas para una audiencia cada vez más amplia. Aunque tenía que obtener la aprobación de la censura para su publicación, se trataba de un producto de puro consumo, no pensado para perdurar en el tiempo. Las obras se escribían rápidamente sin ningún afán literario y, además, se imprimían en papel de mala calidad y con tinta apenas duradera, por lo cual se deterioraba tan rápidamente como nuestros periódicos. Las impresiones estaban llenas de erratas y sus pobres ilustraciones, referidas a la muerte, al diablo o a los castigos en la horca o la hoguera, buscaban ser un reclamo morboso para el potencial comprador. Estos libros se vendían en los días de mercado en zonas rurales, mientras que en las ciudades podían comprarse en las librerías. 

También era muy frecuente que se vendieran al pie del patíbulo el día en que tenía lugar la ejecución de su infausto protagonista. El precio de estas modestas ediciones oscilaba entre medio penique y seis peniques. Teniendo cuenta que el sueldo medio de la época era de 12 peniques al día, se entiende por qué resultaba un producto perfectamente asequible hasta incluso para las economías más modestas. Los compradores, por otra parte, eran personas con escasa alfabetización. Habitualmente se trataba de hombres, y sólo ocasionalmente eran mujeres las adquirentes. Según los datos de que disponemos, el 30% de los varones ingleses eran analfabetos en el siglo XVII. No existen datos fehacientes acerca de la alfabetización de las mujeres pero resulta presumible, dada su sumisión y la creencia en que la lectura llena sus cabezas de ideas subversivas, que el porcentaje debía de ser muy superior al indicado, sobre todo entre las clases bajas. Pero la popularidad de estas biografías criminales era tal que también se leían por los miembros de las élites, aunque para ellos se elaboraban textos de superior calidad, adornados con frases latinas y con referencias a conocimientos científicos. Como era un producto de pura evasión y sometido al continuo fluir de los procesos judiciales, apenas una semana después de ser leídos estos libros se reutilizaban para usos prácticos tales como papel para quemar. Es ese el motivo por el cual, a pesar de que entre 1580 y 1700 estos libros debieron de imprimirse a millares, apenas es posible encontrar algunos ejemplares hoy en día.


Crimen y castigo. El sistema penal inglés
Para seguir profundizando en el sentido que tenían las biografías criminales para la sociedad inglesa de los siglos XVI a XVIII, es importante examinar el sistema judicial de la época, el cual presenta similitudes con el actual pero resulta muy distinto de los sistemas judiciales continentales. Los jueces de paz, a los que se llamaba "magistrados", se ocupaban de enjuiciar las infracciones más leves. Estos magistrados eran designados anualmente entre ricos gentilhombres que carecían de formación jurídica específica pero sí poseían experiencia en la administración de los asuntos públicos. Decidían los casos por sentido común, con aplicación de los estatutos de procedimiento y de los manuales de instrucción penal existentes. En caso de que el juez de paz decidiese que era preciso celebrar el juicio, determinaba a qué corte debía remitirse el caso dependiendo de la gravedad del delito. No acudir al servicio dominical se consideraba un delito, cuestión sobre la que resolvían uno o dos jueces. También eran punibles la embriaguez, la difamación, el juego, la fornicación, el adulterio, la prostitución, la vagancia o el fraude. Estos delitos menores los enjuiciaba un solo juez de paz o magistrado en los casos más leves, mientras que el conocimiento de los más graves se confería a los oficiales de la ciudad, a los señores nobiliarios o a los representantes de la Iglesia. A medida que se avanzaba en la escala de la criminalidad, también se hacía más complejo el sistema de enjuiciamiento. Para conocer de las ofensas más serias, se reunía un jurado cuatro veces al año. Estaba compuesto por 12 hombres pertenecientes a la comunidad en la que se había cometido el crimen, y tenían autoridad para decretar prisión y castigos corporales tales como cortar la parte exterior de las orejas.
Los crímenes más graves eran calificados como felonías y, salvo los robos de menor entidad, todos podían ser castigados con la pena de muerte. Entre esos crímenes considerados como felonías se encontraban los delitos contra la propiedad, inclusive el hurto al descuido, los crímenes contra la paz, contra el rey (como la traición), graves ofensas sexuales como la violación, la sodomía o la pedofilia, todos los casos de homicidio y la brujería. Se consideraba que las felonías infringían tanto los preceptos bíblicos como las leyes estatales y por ello eran conceptuadas siempre como ofensas al rey, en su doble calidad de cabeza de la Iglesia y del Estado.

Ejecución en Tyburn

Para fundamentar una sentencia de condena a muerte, se exigía que la felonía estuviese suficientemente probada por medio, al menos, de dos testigos, norma sobre prueba que parece tener su origen en la regla del Derecho romano "testis unus, testis nullus". La prueba debía acreditar, por una parte, que el crimen se había cometido y, por otra, quién era su autor.
El robo se consideraba una ofensa de mayor gravedad que el hurto al venir cualificado por el uso de violencia, incrementando con ello el temor causado en la víctima. En caso de que no hubiese existido agresión, o se tratara de un acto negligente o causado accidentalmente, podía concederse al perdón al autor o reducirse la pena impuesta. Para enjuiciar estos delitos graves, los tribunales de justicia se reunían dos veces al año salvo en Londres, ya que el elevado número de crímenes que se cometían en la capital obligaba al tribunal de Old Bailey a actuar de manera permanente.
Los forenses investigaban en los casos de homicidios y en torno a su actuación constan algunos aspectos curiosos, reminiscencias de un pensamiento medieval. Así, si observaban aspectos considerables comosobrenaturales, como el hecho de que manara sangre fresca del cadáver, o si el muerto abría sus ojos y miraba a una persona, daban por probado que ese era su asesino.
Los miembros del gran jurado y los forenses eran reclutados entre la clase de los caballeros. Debían ser ciudadanos honrados y con derecho a voto y, habitualmente, formaban parte del gobierno local. Escuchaba el testimonio aportado por el fiscal, el de la víctima o uno de sus familiares, y formulaban la acusación, determinando si debía celebrarse el juicio o, en caso de que no existiera suficiente evidencia, el archivo del caso. Entre el 60 y el 80% de las acusaciones se consideraban fundadas y acababan en condena.

Juicio, tortura y sentencia
El procedimiento era muy rápido y poco formalista. Se preguntaba al acusado, como vemos en las películas americanas que todavía hoy sucede, si se declaraba culpable o no culpable. En caso de que negase a declarar, se iniciaba un ritual muy peculiar, la tortura del peine forte et dure. Así, se rasgada la ropa al acusado, se lo colocaba en el suelo sobre la espalda, con los brazos y las piernas sujetos por sogas y se le ponía un gran peso sobre el cuerpo hasta que confesaba o fallecía. Los acusados aceptaban esta situación voluntariamente como medio para demostrar su valor, para desafiar la jurisdicción del tribunal o incluso para proteger la reputación de sus familiares, pues si morían en este momento temprano del procedimiento no recibían una condena por felonía, que significaría la deshonra y la ruina de su familia, pues iba acompañada de la incautación de los bienes del condenado. 

Si, en cambio, el acusado se declaraba culpable, lo que ocurría con frecuencia, se determinaba inmediatamente el castigo a imponer. Si se declaraba inocente, se ordenaba la celebración del juicio ante un jurado de pares de la comunidad en la cual se había cometido el crimen. Debía tratarse de 12 hombres buenos y sinceros, con edades comprendidas entre los 15 y los 70 años, hallarse en su sano juicio y tener buen carácter, y no haber sido previamente condenados por felonía. Se establecían garantías para la recusación de los miembros del jurado para asegurar un juicio justo e imparcial. Por ello, se permitía recusar a aquellos jurados con las que el acusado previamente hubiera tenido algún conflicto personal.
El juicio era breve, con una duración promedio de unos 30 minutos, y a veces tardaba solo cuatro o cinco minutos. El enjuiciamiento de otros casos más complejos podía prolongarse durante varias horas. Los testigos juraban por Dios, lo que se consideraba garantía bastante de su veracidad puesto que, con el perjurio, sacrificaban su acceso a la vida eterna.
El lugar de celebración de los juicios era al aire libre o bien en las dependencias municipales, pues no existían salas de juicio como tales. Hasta el siglo XVIII, y a diferencia de lo que sucedía con los juicios civiles, no fue habitual que los abogados interviniesen en los juicios penales.
Los jurados se retiraban a deliberar sin comida ni bebida, presumiblemente para que no se demorasen en la entrega del veredicto, y así se entiende cómo, con frecuencia, tardaban sólo unos minutos e incluso decidían varios casos al mismo tiempo.


Los beneficios penitenciarios para presos y presas
El fallo de la sentencia podía proclamar la inocencia del acusado, o bien su culpabilidad, o consistir en un veredicto parcial, condenando por un delito menos grave a aquel por el cual se había formulado la acusación, o bien educiendo la severidad de la condena si se demostraba que el bien sustraído tenía un valor inferior al que le había atribuido el denunciante. Entre el 60 y el 70% de los acusados resultaban condenados. El condenado contaba con un breve período de reflexión, alrededor de una hora, para preparar un allocutus, esto es, la petición de clemencia. A menos de que se tratara de un crimen muy grave (traición, asesinato, infanticidio, robo, violación, incendio intencionado), podían implorar el perdón real, o bien el beneficio del clérigo. Este último consistía en el recitado del verso bíblico del "cuello", denominado así porque con esa fórmula se libraba al condenado de morir ahorcado. En su lugar, era marcado en la mano o en el pulgar con la letra T de "thief" en caso de robo, o M por "manslaughter", homicidio involuntario. Este beneficio del clérigo sólo podía obtenerse una vez, de manera que los marcados, que ya habían escapado al patíbulo, no podían recibir nuevamente este premio. Tratándose de mujeres convictas, no era posible este beneficio del clérigo sino que sólo podían "apelar a su vientre". Esto quería decir que las mujeres embarazadas no eran ejecutadas hasta el nacimiento de su hijo e incluso hasta tiempo después, para evitar que el recién nacido pasase a ser una carga para las arcas del estado. Un jurado de matronas examinaba a la mujer para comprobar el supuesto embarazo, pero lo cierto es que era habitual que tal beneficio se concediera incluso a mujeres que solo simulaban estar embarazadas, como un medio de mitigar la severidad de la ley. Con el tiempo, la elevadísima frecuencia con la que se imponían condenas a muerte se suavizó con la conmutación de la pena por la deportación a las Américas, aunque también eran posibles otras alternativas, como el enrolamiento militar forzoso durante tiempos de guerra y, en mucha menor medida, la pena de exilio.
Prisión de Newgate
La condena: paños negros y guantes blancos
Aquellos que no obtenían el perdón real (un 25% de los condenados por felonía), debían ser ejecutados. Para entender la severidad de esta medida hemos de tener en cuenta una idea clave en aquella sociedad: que el Estado era análogo al cuerpo humano, de manera que la parte gangrenada debía extirparse para asegurar la salud del resto y restablecer su equilibrio. En realidad, lo que sucedía es que no disponían de un sistema penitenciario que permitiese el cumplimiento de condenas de larga duración, apartando con ello a los miembros nocivos de la sociedad. Sólo en los siglo XVII-XVIII cumplió esa función el masivo traslado de los criminales a América, donde eran vendidos como esclavos pero, con su trabajo duro, podían comprar su libertad e incluso prosperar social y económicamente en el Nuevo Mundo.
Para pronunciar la sentencia de muerte el juez revestía su cabeza con un gorro o trapo negro, lo que simbolizaba la gravedad de la situación y su legitimidad como representante del rey a la hora de disponer de una vida humana. En cambio, cuando el juez no emitía condena de muerte, se ponía unos guantes blancos, sesiones que entonces eran conocidas como "de la doncella". Tras la sentencia, el condenado volvía a la prisión, habitualmente Newgate si el juicio se había celebrado en Londres, y se le permitía pasar sus últimos días, en la compañía espiritual de un clérigo, confesando sus pecados y mostrando su arrepentimiento antes de enfrentarse al juicio final ante Dios.
Prisión de Newgate
El patíbulo como símbolo del poder político: el árbol del ahorcado
Los miembros de las clases bajas eran condenados a morir en la horca, lo que tenía lugar en un patíbulo permanente o temporal en la plaza del pueblo. En Londres, donde las ejecuciones eran más frecuentes por la enorme población, al patíbulo se le conocía como el "árbol de Tyburn", una horca de triple brazo para facilitar las ejecuciones múltiples. Estaba situada en el la esquina sur de Hyde Park, donde ahora se encuentra Marble Arch.


El patíbulo era un símbolo siniestro del poder de la justicia. La asociación del patíbulo con el árbol proviene de su uso en Escocia. Allí se conocía como "el árbol de la pena" o "el árbol del ahorcado" o "de la justicia", y con el nombre de "dule", por referencia a la pena o dolor. En su origen, lo usaban los caciques de las Highland para colgar a sus enemigos, a los desertores o a los asesinos. El territorio donde estos árboles crecían se llamaban "las colinas del patíbulo". También era un lugar de encuentro entre los miembros del clan y donde lamentarse por los infortunios sufridos por la comunidad.
The Gallows Hill
Newgate, el infierno en la tierra
La prisión de Newgate se encontraba en el lado oeste de la muralla de la ciudad, cerca de donde hoy se encuentran los tribunales penales, Old Bailey. Allí se encerraba a hombres y mujeres acusados de felonía y a los deudores. La cárcel disponía de un espacio reservado para aquellos que podían pagar su alojamiento y otro común que era un verdadero infierno. Hombres y mujeres tenían patios separados pero en ellos se podían mezclar libremente los prisioneros y los visitantes. Newgate fue reconstruida tras el incendio de Londres en 1666. En torno a 1726 tenía capacidad para 150 prisioneros. La prisión la gobernaban cuatro reos despiadados ,que en 1730 fueron reemplazados por oficiales elegidos.
Los reos pagaban un impuesto a su llegada a la cárcel y, quienes no podían pagarlo, tenían que entregar sus ropas. Las condiciones sanitarias en la cárcel era muy pobres. Para las presas la situación era todavía mucho peor. Los reclusos sufrían incontables enfermedades y las tasas de mortalidad en invierno eran elevadísimas. En 1726 la fiebre mató a 83 prisioneros y en 1750 estos llevaron tal enfermedad a la propia sala de juicios, causando la muerte de 60 personas, incluyendo al presidente del tribunal.


El ritual de la ejecución
La ejecución atraía agentes de todas clases sociales, que a veces acudían desde largas distancias para asistir a lo que consideraban un auténtico entretenimiento. Entre los asistentes se vendía la biografía del criminal, una auténtica literatura del patíbulo.
La ejecución era un acto muy ceremonial, consistía en todo un despliegue de elementos simbólicos. Después de 1605 la ceremonia empezaba la noche anterior, cuando el campanero del Santo sepulcro paseaba por el sótano de los condenados en Newgate entonando un cántico de arrepentimiento y perdón. Al día siguiente los condenados llevaban a cabo la procesión desde la prisión hasta al patíbulo, un viaje que de varias millas. La multitud se arremolinaba a su paso, y los oradores aprovechaban el gentío para soltar su discurso, lo que es el origen del famoso "Speaker ´s corner en Hyde Park. 

También al condenado se le permitía hacer un discurso final, en el que la audiencia esperaba que confesara sus crímenes y se arrepintiera para general escarmiento. El ahorcamiento lo llevaba a cabo el sheriff o un oficial a su cargo. Se trataba de un proceso lento y penoso porque el sistema estaba deficientemente diseñado y sólo se producía un estrangulamiento lento, hasta el punto de que eran los propios familiares del ejecutado quienes se esforzaban en tirar del cuerpo hacia abajo para que muriese cuanto antes. Este método de ejecución pública continuó hasta 1783, fecha en que la horca se trasladó al patio de Newgate, mejorándose el sistema del patíbulo para que la muerte fuese instantánea. El cuerpo se entregaba a los familiares para que lo enterraran y, si se trataba de un extranjero, iba a parar a la tumba de los pobres. En cambio, los nobles y privilegiados se enfrentaban a la muerte de acuerdo con los privilegios propios de su clase. En lugar de la horca, eran decapitados por el verdugo en la Torre con un hacha en la torre, lo que se consideraba un método apropiado a su dignidad social.


Los culpables de traición todavía tenían que soportar castigo mucho peor que la horca. Eran descuartizados y sus trozos se dejaran visibles en cada una de las cuatro entradas a Londres. Sin embargo, tratándose de mujeres, se consideraba inapropiado que partes de su anatomía pudiesen quedar expuestas al público, por lo cual estas prisioneras eran quemadas en la hoguera. Uno y otro se consideraban los peores castigos imaginables porque creían que sólo al ser enterrado el cuerpo el alma podría obtener la salvación en la otra vida.
Adicionalmente a la condena a muerte, todos los felones, incluso a los que les era remitida la condena a muerte, estaban sujetos a la apropiación de sus bienes por el rey, quien habitualmente los concedía a alguno de sus súbditos. También los bienes de los suicidas, otro crimen de felonía, iban a parar al monarca.

Aspectos morales, simbólicos y religiosos en las biografías criminales
Pero volvamos a las biografías criminales. Usualmente no aparecía el nombre del autor, con lo que se pretendía resaltar que quien escribía la historia era un mero observador del proceso espiritual que sufría el delincuente arrepentido. Por otro lado, ese anonimato protegía al autor de la persecución para el caso de que el asunto tratado por el libro, habitualmente delitos escabrosos, no se considerase apropiado para la moral pública. También solían incluir valoraciones morales por parte del autor, e incluso suposiciones vertidas acerca de cuáles fueron los motivos que llevaron al delincuente al crimen. La mayoría de estos libros se ocupaban de delitos violentos, pues sólo los asesinatos, infanticidios, violaciones o brujería aseguraban una amplia audiencia y, por ende, un beneficio contable. Otros delitos tan generalizados como el adulterio ya no escandalizaban a la comunidad.

Una característica verdaderamente curiosa en estos libros es la omnipresencia de animales, con un valor simbólico. Así aparecen cuervos que revelan el pasado o el futuro de los criminales. A menudo, los perros, descubren los cuerpos de los muertos o proporcionan pistas esenciales para el arresto de los criminales. Para la mentalidad de la época, otros animales como los gatos o los escarabajos eran la apariencia física que tomaba el diablo para ejecutar su pacto demoníaco con las brujas, y creían que estos animales dañaban a sus enemigos en su nombre. También a los criminales se les señalaba frecuentemente con el nombre de alimañas como los lobos, osos, tigres, serpientes, indicando con ello que se habían convertido en algo infrahumano, incluso a un nivel inferior de los pájaros y las bestias consideradas más nobles. En una sociedad que creía firmemente en la Gran cadena del ser, la escala jerárquica de la naturaleza en la que el hombre ocupaba un lugar intermedio entre Dios y los ángeles y los animales y las plantas, la consideración de los criminales como situados en un escalón inferior a las bestias enfatizaba su rebajada posición social frente a aquellos ciudadanos que sí obedecían las leyes, un extraordinario medio de control social. Su comportamiento animalesco, salvaje, justificaba que fueron apartados de manera traumática de la sociedad civil, que los expulsaba de su seno a través de su ejecución.
Otro rasgo importante en las biografías criminales es el omnipresente lenguaje religioso, especialmente en los pasajes de apertura y cierre de cada uno de los capítulos. Los autores utilizaban a personificaciones del mal tales como el demonio, los católicos, las brujas, el pecado, para explicar la fácil caída del hombre en la tentación. Esta sociedad creía en la activa intervención de Dios y el diablo, por lo que muchos de los eventos e historias se explicaban por referencia a la Biblia, que era una guía necesaria de lectura. Lo importante entonces era que los delincuentes mostraran su arrepentimiento porque con ello se restauraba finalmente el orden y se reafirmaba el poder sanador de la Iglesia y el Estado.
El género evolucionó hacia una literatura popular del crimen, con largos títulos que describían el material del que trataban, como una especie de anzuelo para atraer a los compradores. Cuanto más escandaloso, más venta. La novela de Daniel Defoe Moll Flanders, de la que tendremos ocasión de hablar próximamente, y que en realidad constituye una obra de ficción tomando en parte el aspecto de una biografía criminal, es ejemplo de uno de esos títulos inacabables como podemos leer a continuación: Las fortunas y desventuras de la famosa Moll Flanders quien nació en Newgate, vivió una vida de constante variedad durante 60 años, además de su infancia. Fue prostituta durante 12 años, se casó cinco veces (incluso una de ellas con su hermano), fue 12 años ladrona, ocho años convicta en Virginia y finalmente rica. Vivió honestamente y murió penitente. Escrito de su propio del a partir de sus propias memorias". Cuando esta novela se publicó, el género de las biografías criminales ya estaba en declive, siendo sustituido por el periodismo.
Daniel Defoe
Fuentes consultadas: la información en esta entrada es traducción, resumen y comentario de la excelente introducción del libro Stories of True Crimen in Tudor and Stuart England, una colección de 30 de estas biografías criminales publicadas por la editorial MacMillan en 2015.


El gran incendio de 1666 hizo de Londres una nueva ciudad, también en cuanto a instituciones penitenciarias

Comentarios

  1. Truculenta y escabrosa entrada, con la que anuncias la posterior sobre Moll Flanders... Otro de los libros, esta vez periodístico, de Daniel Defoe, "Diario del año de la peste", no menos truculento y escabroso, culmina precisamente con el incendio de Londres, que se debió nada menos a la costumbre de intentar sofocar con humo de antorchas las miasmas remanentes de la plaga que tantas vidas se había cobrado. Pero dicho incendio y posterior reconstrucción fue, en realidad, la clave del despegue económico de Londres, en grave crisis tras la epidemia. Continuará...

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  2. Muchas gracias por tu aportación, María. Efectivamente, primero vino la peste en 1665, después el gran incendio en 1666, y después, aprovechando el desastre, Christopher Wren dio a Londres el aspecto neoclásico que es tan característico de la ciudad. Como Nerón con Roma o el Marqués de Pombal tras el terremoto de Lisboa en 1755. Definitivamente, Defoe es un autor más que interesante.

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  3. Mi amigo Miguel Florian me ha comentado que esta figura de las biografías criminales le recuerda a los pliegos de ciego, que narraban desgracias, crímenes... y que también se vendían. Pues habrá que investigarlo. Me encantan estos vínculos ocultos.

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  4. hola! hemos descubierto el blog y quedamos enganchadas, asombradas y perplejas. no conociamos ests libro y permitanos decir que es una entrada maravillosa. somos de argentina y con una enorme satisfaccion losvamos a compartir, esto tiene que llegar a nuestros seguidores!!! feliz año nuevo!! saludosbuhos.

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    1. Muchas gracias por vuestra respuesta entusiasta y perdonad el retraso en moderar el comentario, porque ahora no resulta visible en blogger si hay pendientes, hay que buscar expresamente el apartado y a veces me olvido de revisarlo. Sí vi ayer que os habíais hecho seguidoras, lo cual me alegró mucho. Bueno, lo dicho, bienvenidas y gracias mil por difundir.

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  5. Muy completa y rica la entrada de Moll Flanders y las biografías criminales,a la que seguirá alguna más. Cuando hablas del juicio, y cómo el jurado se retira a deliberar sin comida ni bebida, para que esta sea corta, he recordado cómo Alexander Pope ironiza sobre los jueces en The Rape of the Lock y sus prisas para dictar sentencia e irse a disfrutar de buenos manjares. Es una época literaria muy interesante.
    Excelente entrada

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  6. Jose Ignacio Gómez Lorenzo me transmite por correo este inteligente comentario que comparto con los lectores:
    " Me llama mucho la atención la insistencia de las instituciones penales de la época en el delito de brujería y en la utilización de la tortura en estos casos con efectos perversos. El procedimeinto es simétrico al que utilizó la Inquisición en España persiguiendo las ideas protestantes. La declaración de inocencia, en ambos casos, por parte del acusado conducía, tortura mediante, al patíbulo. Sólo en el caso de que el acusado reconociera su crimen (brujería o ideas protestantes) podía tener alguna posibilidad de salvarse de la muerte. El caso de la brujería es quizás más odioso porque da la impresión de que los únicos que realmente creían (o fingían creer) en ella eran los propios jueces, fiscales, jurados, etc. Y sin duda más de una vez se dió el caso de que en toda la sala del juicio el único que no creía en la brujería fuera el propio acusado. La perversión radicaba en la circularidad del argumento: Se perseguía a las brujas porque existía la brujería, y la brujería existía porque así lo confesaban las propias brujas; y para conseguir la confesión se aplicaba un método brutal: si la víctima la negaba se la condenaba a muerte, y así con esta amenaza real era más que probable que las víctimas reconocieran su (inexistente) pecado para escapar de la horca o la hoguera. Fácil. El día que se suprimió el delito de brujería, simplemente desaparecieron las brujas, o, por decirlo con más exactitud, se dejó en paz a los pobres desgraciados por parte de sus malvados vecinos, clientes y autoridades".
    Muchísimas gracias, Jose Ignacio, por tu atenta lectura.

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