LA ANTROPOLOGÍA ANDROCÉNTRICA AL DESCUBIERTO. SEXO Y PODER EN OCEANÍA (II)
nativa de Nueva Guinea Indonesia |
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Género y política
Las mujeres son invisibles en los estudios antropológicos
sobre política, que se asume como un dominio exclusivamente masculino. El fracaso
en reconocer la diversidad de los roles políticos ejercidos por las mujeres se
debe a las presuposiciones de base sobre la dominación y el monopolio del poder
por parte de los hombres. Estas asunciones se refuerzan aún más por la idea de
que la política es lo que tiene lugar más allá de la esfera doméstica, asociada
a las mujeres. De acuerdo con este punto de vista, las mujeres son estrechas de
miras o no tienen interés por el mundo público de la política masculina; en otras
palabras, las mujeres son no-políticas. Los modelos antropológicos de
organización política están marcados por el dualismo: las esferas de lo público
y lo privado, y de la acción política y no-política. Estas relaciones
dicotómicas parten de una oposición teórica e ideológica entre lo no-político o
doméstico en las mujeres, y lo político y público de los hombres. Las mujeres
que cruzan los límites de lo doméstico para incorporarse al espacio público son
vistas como excepcionales: son posmenopáusicas, estériles, de alto rango,
sufren desórdenes psicológicos o
físicos, o son aceptadas como sustitutas cuando no hay hombres disponibles. Más
aún, frecuentemente se entiende que estas mujeres que participan en la arena
pública deben atenerse a las reglas que rigen para los hombres y rechazar su
naturaleza femenina “real”. Las mujeres que actúan en el mundo masculino, por lo
tanto, son vistas como intrusas masculinizadas, usurpadoras de las justas
prerrogativas masculinas.
Estas conceptualizaciones, que pueden remontarse a
Aristóteles, continúan informando el pensamiento antropológico acerca de la
naturaleza de la política. Los modelos jurales, al enfatizar el rol formal en
las relaciones e instituciones, pasan por alto los roles políticos informales
que asumen las mujeres. Los modelos procesuales de política, preocupados por
las arenas y las esferas no formalizadas, también ignoran de forma similar a
las mujeres. La equiparación entre gobierno y política oscurece las relaciones
de poder y autoridad en que están implicados ambos sexos en un amplio rango de
relaciones sociales, como demuestra el trabajo de las antropólogas en Melanesia.
Género, rango y
poder
La investigación feminista sugiere que las mujeres jefes en
África eran vistas por los misioneros, comerciantes, oficiales coloniales,
antropólogos y otros extranjeros como una anomalía respecto de la norma del
control masculino. La historia de las administraciones coloniales describe cómo
los derechos sucesorios y las prerrogativas de los jefes, particularmente
aquellos de que disfrutaban las mujeres, fueron suprimidos al imponer la
primogenitura u otras formas de sucesión masculina a títulos y fuentes económicas.
Un proceso similar ocurrió en el Pacífico. Las mujeres polinesias de alto
rango, sobre todo las que desempeñaban jefaturas, presentaban para los observadores
occidentales tempranos un carácter anómalo. Los occidentales a duras penas podían
conciliar sus preconcepciones acerca de la naturaleza no política de la mujer
con la presencia de jefas y de la elite femenina que manejaban amplios recursos
económicos y políticos. Esta ambivalencia se refleja en los relatos históricos acerca del poder político
y la sexualidad de las polinesias de alto rango.
Capitan James Cook |
La obra monumental de Douglas Oliver de 1974 sobre las
sociedades tahitianas ejemplifica las dificultades que tiene que afrontar el
etnógrafo para reconstruir, en un detallado fresco, los papeles de las mujeres
en ámbitos distintos del matrimonio, sexo, nacimiento de los hijos y cuidado de
los mismos. Las mujeres tahitianas de rango, desafortunadamente, aparecen como
políticamente marginales en la obra de Oliver. Marshall Sahlins (1981) hace recuento
de las respuestas de los isleños hawaianos a los exploradores occidentales,
comerciantes y misioneros, simplificando la participación de las mujeres en las
situaciones de contacto al limitarlas a su papel sexual. Las mujeres isleñas,
en su obra, no son agentes políticos en el proceso de intercambio social. Antes
bien, Sahlins se refiere a las hawaianas en lo que se refiere a su atractivo
erótico: proveen de servicios sexuales a los marineros; provocan las
preocupaciones del Capitán Cook por los contagios venéreos a su tripulación, y
se implican en el tráfico sexual entre los isleños y los occidentales. En
contraste, las estudiosas feministas han elaborado unos relatos más complejos y
convincentes sobre los contactos entre isleños y occidentales desde la perspectiva
de las mujeres de rango y de las mujeres misioneras americanas instaladas en
Hawai durante la primera mitad del siglo XIX.
Los primeros observadores intentaron explicar la existencia
de mujeres de alto rango demostrando su estatus secundario respecto de los
hombres. Las mujeres, se decía, llegaron a ser jefes porque no había hombres
apropiados para ello. O eran vistas como instrumentos ceremoniales o sexuales
en las intrigas políticas de los hombres. Las “Grandes Mujeres” de Tahití,
primogénitas herederas de los títulos sagrados (para distinguirlas de otras
mujeres de alto rango), ejercían diversos poderes y prerrogativas que incluían, por ejemplo, el derecho a violar
los estrictos tabús alimentarios asociados con la jefatura. Aún más, las
“Grandes Mujeres” eran servidas por un conjunto de hombres (mahu), que los observadores veían como varones
afeminados, encargados de proporcionar a estas mujeres superiores compañía y
alimento. Los misioneros describían a estos sirvientes como eunucos o seres degradados
a la posición de mujeres para servir a las grandes líderes. La conclusión es que, a los ojos de
los occidentales, las mujeres isleñas de alto rango permanecían inferiores a
los hombres. Vistas como mujeres masculinizadas o como mujeres servidas por
hombres feminizados, los extranjeros no podían aceptar a las “Grandes Mujeres”
de Tahití como personas de estatus social superior, con excepcionales poderes y
privilegios. Las “Grandes Mujeres” y su cortejo de servidores representaban una
práctica aberrante para el paradigma occidental de la dominación masculina que
tenían asimilado.
Jóvenes mahu |
Es llamativo que la literatura antropológica recoja tan poca
información sobre las mujeres de alto rango en Polinesia. El artículo de Felix
Keesing de 1937 sobre el ceremonial de las doncellas (taupou) representa uno de los pocos intentos para documentar las
políticas misioneras y coloniales acerca de las mujeres de alta cuna. La
discusión de Julia Hecht (1977) acerca de la doncella sagrada (mayakitanga) explora la importancia
política de este oficio, ignorada hasta entonces, para la comprensión de las
dinámicas de género, parentesco y organización social en Pukapuka, en las islas
Cook. Las mujeres de alto rango en Tonga ejercían poderes místicos para
embrujar y causar enfermedad o esterilidad, y otorgaban respaldo a los hijos de
sus hermanos. En Samoa, las organizaciones de mujeres evolucionaron hacia la formación de fuerzas
políticas significativas. Estos estudios han estimulado el interés de la
antropología por las relaciones entre género, rango y sexualidad en los
sistemas sociales polinesios, pero escasos análisis desde la perspectiva
feminista.
Mujeres y política
de intercambio ceremonial
Las mujeres en las sociedades de las islas del Pacífico
producen para la economía doméstica, pero también contribuyen y participan en
los intercambios ceremoniales de riqueza, que son importantes eventos políticos.
No obstante, el discurso antropológico convencional acerca de esas transacciones
ceremoniales rechazó o ignoró la participación económica y política de las
mujeres en las mismas.
En las islas del Pacífico occidental de Belau (anteriormente
Palau), las mujeres manufacturaban monedas de concha de tortuga, que en la
etnografía de Homer Barnett se describen como subsidiarias y menos valiosas que
el dinero masculino, hecho de cerámica, porcelana o cristal viejo. Aunque
Barnett consideraba la moneda femenina menos importante, era utilizada, como el
dinero masculino, para estimular la producción más allá de las necesidades de
consumo inmediato, y para adquirir prestigio. En lugar de proceder una
valoración negativa de las transferencias económicas de las mujeres, lo cierto
es los intercambios de ambos sexos son estructuralmente paralelos y no
subordinados jerárquicamente. Atribuir un valor social mayor a los intercambios
masculinos refleja las premisas paradigmáticas asumidas por Barnett y los
valores culturales de sus informantes masculinos. Barnett trabajó en las islas
durante 1947-1948. Contó principalmente con informantes masculinos, y su obra
contenía ambivalentes y conflictivas afirmaciones acerca de las mujeres. Las
describía como enlaces genealógicos pasivos a través de los cuales se transmite
la riqueza y el poder a los hombres en un sistema matrilineal. Personas de ambos
sexos le dijeron que las mujeres ejercían poder y autoridad pero Barnett
explicó esta aserción como una ideología isleña. Matrilinealidad no significaba
matriarcado, enfatizó, ni interfiere en el monopolio masculino de la política. Barnett
arrinconó el perturbador fantasma de las mujeres ejercitando poder y autoridad
sobre los hombres al reino de la ideología. Un estudio posterior llevado a cabo
por la antropóloga DeVerne resalta que
lo que interesa no es si las mujeres tienen mayor o menor poder que los
hombres. El lugar de ello, busca mostrar la riqueza y complejidad de sus respectivos
dominios. Su principio básico de investigación es que el fracaso a la hora de
analizar la participación de las mujeres en los sistemas sociales, ha tenido como
resultado la distorsión o la elaboración de retratos solo parciales de las
culturas. Barnett advirtió la presencia de mujeres que ejercían el gobierno
pero entendió que estaban políticamente subordinadas a los hombres. Sus
contradictorias imágenes de las mujeres, como sujetos pasivos o como activas
conspiradoras en las intrigas masculinas, reflejan una carencia de preocupación
por el cambio político y económico. El trabajo de campo de Barnett tuvo lugar
poco después de que las islas fueran devastadas por la Segunda Guerra Mundial.
Las relaciones de género en Belau quedaron radicalmente afectadas por los
cambios resultantes de las administraciones coloniales sucesivas de España,
Alemania y Japón, cuyas políticas asumieron que las mujeres eran social y
legalmente inferiores a los hombres. El modelo estático de sociedad escrito por
Barnett oscurece el impacto de 150 años de historia colonial al evaluar la
participación de las mujeres en el proceso político.
La amplia bibliografía antropológica sobre las islas
Trobriand provee otro caso que demuestra hasta qué punto el papel de las mujeres
en las transacciones ha sido ignorado. Durante su trabajo de campo entre 1971 y
1972, Weiner observó en las ceremonias mortuorias de diez mujeres el
intercambio de miles de fardos de faldas y hojas de banana, “objetos de riqueza
femenina con un valor económico explícito”. Estos importantes acontecimientos
económicos fueron silenciados por Malinowski, uno de los padres de la antropología
y pionero en el trabajo de campo
sistemático, y por los siguientes antropólogos que trabajaron en el
archipiélago. Weiner proporciona una explicación sencilla a este paradigmático
enigma: ella otorgó a los fardos de hojas de banana una relevancia no menor a
la de cualquier otra riqueza masculina. Contempló a las mujeres de Kiriwina
como participantes activas en el sistema de trueque, ocupando el mismo lugar junto
a los hombres. Aparentemente, los intercambios entre mujeres no habían
despertado la atención necesaria para abordar su estudio, incluyendo a Malinowski,
quien en su propia investigación había acentuado la trascendencia de examinar
las transacciones económicas.
Mujer y riqueza
Los intercambios ceremoniales de riqueza son celebraciones importantes
en Samoa. Hasta el más casual de los observadores de estos eventos, que ocurren
a diario, se daría cuenta de que la participación las mujeres en ellos es muy significativa.
Quizá los estudiosos anteriores dieron por sentada esa presencia de las mujeres
en estas funciones y, por lo tanto, no se registró en la literatura sobre
redistribución. Las mujeres samoanas son productoras de subsistencia, y
participan en las transacciones en la esfera ceremonial de la economía. Cultivan
los huertos, marisquean en los
arrecifes, cuidan cerdos, y manufacturan vestidos y delicadas esterillas.
Estas son altamente apreciadas y valiosas en los intercambios ceremoniales. Los
samoanos consideran que estas finas alfombrillas son la fuente de riqueza y
prestigio más destacable, a pesar de la preeminencia de dinero y bienes de
subsistencia en las redistribuciones ceremoniales. Completar una esterilla
delicada lleva varios meses e incluso años, dependiendo de su tamaño. Las
alfombrillas de alta calidad, que tienen una textura como el lino, son
extremadamente valiosas, dado que son muy pocas las de esa clase que se tejen.
En realidad, a pesar de sus jirones y remiendos, tiene un valor incalculable,
como sucede con los collares y brazaletes del Kula, porque están asociadas a jugosas historias de sus intercambios
ceremoniales previos.
Junto a sus roles de subsistencia y producción de bienes,
las mujeres samoanas ejercitan su derecho de control sobre la distribución
pública de la riqueza en la que participan. Los intercambios ceremoniales son frecuentes
en la sociedad samoana, dado que en eventos tales como funerales, bodas,
instauración de títulos o consagración de iglesias, se distribuyen comida y
bienes. Estos eventos están relacionados con consideraciones de estatus y
rango, que son preocupaciones de primera magnitud en esta jefatura polinesia.
El jefe confirma o realza su estatus regalando generosamente objetos valiosos,
mientras que los miembros del grupo al que pertenece adquieren prestigio
contribuyendo con bienes para esa redistribución. Una mujer puede participar
formalmente en el intercambio ceremonial en varias modalidades: tejiendo una
alfombrilla delicada y contribuyendo con ello a la representación de su hogar;
en segundo lugar, si ostenta algún título de jefatura, puede representar a un segmento
localizado de un grupo cognaticio de descendencia; y, por último, puede
representar a la totalidad del grupo de descendencia si su título es lo
suficientemente elevado, aunque pocas mujeres exhiben ahora esos títulos de
rango.
Una de las más importantes responsabilidades de las mujeres
relacionadas con la celebración del intercambio ceremonial implica preparar las esterillas, que frecuentemente llegan a ser cientos, para la subsiguiente
distribución. Las mujeres exhiben estas alfombras durante la ceremonia para
que puedan ser admiradas antes de su presentación formal. Las mujeres jefes
reciben estas finas esterillas y las restantes mujeres sin título, que
representan con los hombres a su grupo de descendencia, danzan y gritan para
mostrar su agradecimiento por haber recibido sus regalos. Su reparto es el
punto de máxima expectación en cada evento. Esta fase de la ceremonia está
políticamente cargada de valores, porque la gente espera sus esteras y evalúa críticamente las que reciben los demás
para deducir, de su calidad y cantidad,
el estatus, rango y dones de los receptores.
Grandes Hombres y
Mujeres Invisibles
Big Man |
Resulta especialmente
significativa la ausencia de las mujeres en los estudios antropológicos sobre
política en las islas del Pacífico, en particular aquellas sin un rango especial.
Los Big
Men alcanzan posiciones que son cruciales para entender las organizaciones
políticas melanesias, pero en estas sociedades la política no se reduce a los
grandes hombres. La dinámica de las relaciones políticas que implican a ambos
sexos está oscurecida por el peso específico que se otorga a los roles ostentados
por los varones, en los que las mujeres se ven como meras ayudantes pasivas, o
al conceptualizarlas como un poder subversivo, marginal y deslegitimado. En el
paradigma androcéntrico, la política se reduce a un negocio de hombres. Ello
supone ignorar que las mujeres, como por ejemplo en Kapauku, en las Tierras Altas
centrales de Indonesia Nueva Guinea, abandonan sus ocupaciones domésticas durante
los períodos de guerra y van a recoger las flechas en el campo de batalla,
avisan a sus esposos de los movimientos de los enemigos, actúan como
exploradoras y e incluso mortifican a los enemigos con sus embestidas. Ello
sugiere que no son tan apolíticas como los antropólogos han afirmado.
Las mujeres suscitan problemas especiales en la literatura
antropológica acerca del parentesco y la descendencia. Los antropólogos resaltan
los mecanismos a partir de los cuales los hombres ejercen sus derechos sobre la
prole y los servicios económicos que reciben de las mujeres, en su calidad de
hermanas, hijas, esposas, madres o viudas. Además de ser valiosas por sus
cuerpos y por su trabajo, se las respeta por su papel genealógico. Dan a luz y
alimentan a los niños, que son los descendientes de los grupos de parentesco, y
ellas mismas tienen vínculos genealógicos con las historias políticas de tales
grupos. Aun así, siguen estando ausentes en la abundante literatura etnográfica
sobre parentesco. Marilyn Strathern ha mostrado, respecto de los Hagen, que
hombres y mujeres tienen una percepción diferencial acerca de la relaciones de
parentesco, articulada en una estructura formal de descendencia patrilineal que
enfatiza la primacía social de los varones. Estas diferencias de percepción
entre los sexos se trasladan a un conflicto por la disposición sobre los cerdos,
y la interpretación en torno a los roles económicos que se estiman apropiados
para las mujeres. Las mujeres Hagen que están orgullosas de sus productivos huertos
y de sus establos repletos de cerdos, y demandan el derecho a controlar la distribución de los bienes que producen. En
contraste, los hombres Hagen sólo ven a las mujeres como cuidadoras de las
propiedades masculinas. Desde su punto de vista, las mujeres se limitan a
trabajar en sus terrenos y a cuidar de sus rebaños. Con ello, en realidad, les
niegan su papel de intermediarias en la circulación de la riqueza, puesto que ven
a las mujeres como productoras en el nivel más bajo de la esfera de la
subsistencia. Igualmente mantienen que los intercambios ceremoniales se limitan
exclusivamente a los dominios masculinos. Estas diferentes interpretaciones y
expectativas son una fuente de tensión, particularmente entre esposos y entre
hermanos y hermanas. Desde la perspectiva masculina, las mujeres Hagen aceptan
las pretensiones de los hombres sobre su trabajo y producción. Sin embargo, esa
visión idealizada de las mujeres como “peones pasivos” que transmiten los
informantes masculinos, y que creen a pies juntillas los antropólogos, rara vez
se materializa en la vida cotidiana. Las mujeres Hagen se comportan asertivamente,
reclamando los derechos sobre su propia producción, al tiempo que gestionan eficazmente
sus pretensiones frente a sus esposos y hermanos.
Esclavas
sumisas-Ancianas poderosas
Esta investigación sobre las islas del Pacífico concluye con
la literatura antropológica sobre los aborígenes australianos, caracterizada
por su discurso denigrante acerca de las mujeres. De acuerdo con la perspectiva
androcéntrica que representa la “economía del sexo”, los hombres intercambian
mujeres para obtener sus servicios económicos, sexuales y procreativos,
controlando o concediendo a otros sus derechos sobre hijas o hermanas. Para
conseguirlo, los hombres amenazan o usan la fuerza física entra ellos y contra las
mujeres para defender esos derechos. Etnografías como la de Meggitt (1962)
acerca de los aborígenes Walbiri ilustran este paradigma sexual, enfatizando la preocupación de los hombres por
controlar la sexualidad femenina y la procreación. El autor refuerza esta
imagen de la brutalidad del hombre dibujando también a las mujeres Walbiri como
promiscuas, violentas y provocadoras de la agresión masculina. El mensaje
implícito en esta obra es que son las mismas mujeres las que provocan la
violencia de género. El autor, en cambio, no se ocupa de las relaciones
cooperativas entre co-esposas y entre mujeres en general.
La etnografía de Hart
y Pilling (1960) sobre los Tiwi lleva a la misma conclusión sobre el “lugar”
apropiado para las mujeres aborígenes. El comportamiento políticamente asertivo
de las mujeres se interpreta como una simple colaboración con los hombres.
Además de ser maltratadas, las mujeres Tiwi sirven como instrumentos en los
manejos de los hombres. Las mujeres ancianas también son despreciadas, a pesar
de su utilidad social. Lo curioso de este paradigma sexual de la dominación
masculina es que no se sostiene a la luz de los propios datos recogidos por Hart
y Pilling. Los comentarios de Hart sobre su trabajo de campo entre 1928-1929 describen
a las ancianas como depositarias de un complejo conocimiento genealógico. Los
autores reconocieron el significado clave de las genealogías para entender la
dinámica de la organización social pero prescindieron por completo del hecho de
que eran las mujeres quienes memorizaban y transmitían la información
genealógica- que es una fuente de poder político en estas sociedades de base
parental-, y de las implicaciones políticas de ostentar este conocimiento, que
podían negarse a compartir. A pesar de tener todos esos elementotos en su mano,
Hart y Pilling optaron por presentar a las Tiwi como un rebaño de mujeres maltratadas
y viejas pasivas en manos de los hombres. Los Tiwi tienen un especial interés
para el feminismo porque los diferentes investigadores han utilizados distintos
paradigmas para interpretar las relaciones de género en una misma sociedad. En
la obra de Jane Goodale, Esposas Tiwi (1971) se presenta un mundo complejo en el que
las experiencias femeninas son un importante foco de atención.
Hijas, madres y
abuelas
Los grupos de mujeres
emparentadas desempeñan roles fundamentales en las vidas sociales de las
personas Tiwi de ambos sexos. Los grupos de residencia, organizados en torno a
estas mujeres, se conocen como “hermanos de una misma abuela”, que proceden de
una ascendiente común en la rama materna. Las mujeres emparentadas otorgan al
grupo una continuidad, sobre todo teniendo en cuenta que las hermanas
frecuentemente se casan con el mismo hombre en cuanto alcanzan la madurez
sexual. Ello refuerza los lazos entre hermanas, en la medida en que es más probable
que se desplacen como una unidad de co-esposas en los sucesivos matrimonios
comunes. En otras palabras, las hermanas crecen juntas, a menudo se casan con
el mismo hombre, y se trasladan juntas al lugar de residencia de sus nuevos
esposos. Los sucesivos matrimonios no rompen estas relaciones vitalicias sino
que las hermanas continúan prestándose mutua asistencia. En cambio, desde el
punto de vista de Hart y Pilling, lo que mantiene la unidad doméstica es la
posición central y dominante del padre o del esposo, y por tanto la unidad
doméstica se prolonga a lo largo de su vida. La etnografía de Goodale sugiere
que ello es una simplificación. Las mujeres emparentadas son las que otorgan al
grupo su identidad, mientras que los esposos vienen y van. Los hombres deben
negociar con sus futuras suegras la concesión de las novias, mientras que es
probable que las esposas sobrevivan a sus maridos. El primer esposo usualmente
es mayor que la novia casi 20 años. Así sucede porque la joven se promete en la pubertad,
cuando el novio tiene 30 o 40 años. Una
mujer, por lo tanto, espera sobrevivir a cierto número de esposos. Sus decisiones
a la hora de seleccionar los futuros maridos, incluyendo a los de sus propias
hijas y nietas, son políticamente significativas, como resalta Goodale. Por
ello, la posición del padre o del esposo no es tan central como manifiestan
Hart y Pilling, ya que las relaciones de apoyo femeninas persisten una vez que
se produce el fallecimiento del padre o del esposo. Las figuras centrales en la
vida de una mujer son, de acuerdo con Goodale, su madre, las hermanas de su
madre, y la madre de su madre. Todas ellas le prestan apoyo económico, político
y emocional, y le ayudan a arreglar sus futuros matrimonios. Las madres son
también importantes para los hijos, que mantienen estrechos vínculos con sus
hermanas de por vida. Al comparar las etnografías de Hart y Pilling por un lado,
y Jane Goodale por otro, se ve claro cómo pueden aplicarse diferentes asunciones
y paradigmas a la misma sociedad, dando lugar a diferentes énfasis e
interpretaciones. Esos estudios igualmente ponen sobre el tapete la cuestión
clave de la presunta neutralidad del quehacer antropológico y sobre la epistemología
de realidades etnográficas múltiples en una misma sociedad, articuladas en
paradigmas en competencia. Las mujeres Tiwi ¿son activas agricultoras, esclavas
maltratadas, o pasivos instrumentos en las intrigas masculinas? ¿Qué percepciones
son potenciadas o rechazadas en el trabajo de campo y por qué?
Conclusión
La forma en que se describe el comportamiento humano tiene
relevantes consecuencias para la clase de explicaciones que se utilizan. La investigación
feminista cuestiona la arraigada suposición de que la ciencia dominada por los
hombres es neutral, y necesariamente propone una instancia reflexiva. La compleja
dialéctica de autoevaluación, de experiencias cross-culturales, de las
relaciones entre el investigador y sus informantes, y del rol de los etnógrafos
como intérpretes de los comportamientos ajenos, relaciona el empeño
antropológico con la investigación feminista. El proceso de conocimiento conlleva
percepción, articulación, juicio, selección y síntesis. Lo que los antropólogos
creen que saben sobre las mujeres de otras sociedades está relacionado con sus
valoraciones culturales acerca del género, sexo y poder. Examinar los principios
de la antropología androcéntrica proporciona una visión de los procesos
interconectados en el trabajo de campo y la construcción de las teorías,
incluyendo los medios a través de los cuales el feminismo puede transformar estos
procesos. La realidad unidimensional que
presupone la antropología androcéntrica estructura un dominio social que se
considera al mismo tiempo como masculino y humano, englobando al hombre a la
mujer. El resultado de ello, como se ha podido ver en esta investigación sobre
la etnografía del Pacífico, es un discurso en el cual la rica complejidad de
las relaciones de género se reduce a los límites conceptuales de una realidad
construida para y por los hombres.
Definidas por sus funciones reproductivas, las mujeres en la antropología
androcéntrica son el Otro, la desviación de los estándares y las convenciones
masculinos. En semejante discurso aparecen como las silenciosas anomalías o
excepciones que requieren una explicación, pero solo cuando las mujeres se salen
de su lugar y causan problemas a los hombres.
La literatura
etnográfica está repleta de ejemplos de derogaciones semánticas de la mujer,
incluyendo diversas variedades de castigos físicos para mantenerlas dentro de su lugar. El poder
está relacionado con esta aparente contradicción de la naturaleza problemática
de la mujer y su muda presencia. Mientras que la mujer problemática amenaza con
usar su poder, la mujer muda es impotente. Es más, la imagen del antropólogo
como héroe, superviviente de un trauma autoimpuesto en el trabajo del campo
como rito de paso, que le convierte en “custodio de lo exótico y primitivo” (Sontag,
1970), refleja los atributos fuertemente masculinos de la antropología convencional
en su investigación y discurso.
La emergencia de las vidas y experiencias de las mujeres en
la antropología de los años 70’ refleja el desarrollo de los estudios
feministas, y es el resultado de los cambios de paradigma inducidos en valores,
percepciones, métodos y marcos conceptuales. Las voces anteriormente
silenciadas de las mujeres ahora se escuchan por la antropología feminista, con
trabajadoras de campo sensibles a la necesaria conciencia autorreflexiva en el
proceso de investigación, a las relaciones entre investigador e informante, y a
las dinámicas de la variación intracultural y las variaciones de género en un
específico sistema social.
Las crisis kuhnianas en antropología pueden ser resueltas
con la emergencia de nuevos paradigmas en múltiples niveles de discurso y
análisis. Ningún marco único es capaz de explicar el entero espectro de las realidades
femeninas entre culturas, como si existiese una única condición humana. La
formulación de nuevos paradigmas y redefiniciones de los objetivos y metas de
la antropología son una afirmación positiva y un reto para la disciplina en su
conjunto. La finalidad de una antropología feminista es reformular la ciencia
del hombre haciendo diferentes preguntas y construyendo nuevos escenarios que
contribuyan a integrar la comprensión de las experiencias humanas. Lograr este
objetivo requiere sensibilidad ante las diferencias de género y valores, y ante
la complejidad de las vidas de las mujeres a lo largo de diversas historias,
culturas y clases sociales. Como antropólogos, debemos asumir esta obligación
personal y profesional respecto a las gentes de otras sociedades con las cuales
vivimos y trabajamos.
Podéis acceder al texto íntegro en inglés del artículo comentado en esta entrada aquí http://pdf.usaid.gov/pdf_docs/PNAAX506.pdf
Una entrada tan densa como rica en provocar perplejidades, pues nos hace reflexionar acerca de cómo estamos instalados en el discurso "oficial" (la ciencia normal kuhniana) , y la imposibilidad de ver más allá de nuestra configuración, a menos que alguien nos guíe "fuera de la caverna". Estos dos artículos tuyos han tenido esa función liberadora para mí, pues, ahora recuerdo que, al trabajar en la entrada de Margaret Mead leí lo que la autora cuenta en Sexo y Temperamento sobre las organizaciones políticas de los hombres, sus jefaturas y las instituciones con las que contaban, mientras las de las mujeres parecían tan sólo una copia a menor escala de las de los hombres; es decir, la organización sociopolítica femenina semejaba una imagen especular un tanto devaluada de la masculina. Y eso lo contaba Mead, quien me parecía tener unas ideas bastante diferentes acerca del género y el sexo, como de hecho pienso que hacer, pero esas mismas ideas no se trasladan a los círculos de poder, donde el discurso único ha sido el discurso masculino.
ResponderEliminarEstas interesantísimas entradas merecen ser completadas con las mujeres y el poder en África, ¿no?
Todo se andará. Ayer pesqué un artículo sobre la tienda de la mujer tuareg como proyección del vientre materno que promete mucho. A ver cuándo puedo meter mano a ésto, porque llevo muchos frentes abiertos. Por lo demás, gracias mil por tus comentarios siempre tan acertados. Hay que incidir en la metáfora del antropólogo como el liberado de la caverna platónica. Yo siempre lo he visto así. Pero junto a ese punto heroico está el lado oscuro de la universalización abusiva de la óptica masculina. Menos mal que la reflexividad es un work in progress y va haciendo su trabajo de autocrítica y profundización permanentes. Me alegro de que encuentres útil la divulgación de las reflexiones de esta autora, a la que creo que nunca encontramos citada, aunque sí a su mentora Marilyn Strathern.
EliminarUn gusto encontraros . podemos colaborar y visibilizar nuestros trabajos . difundi por faces esta entrada Estoy por aqui :http://heroinas.blogspot.com.es/p/comparte-y-contacta-con-nosotras.html
ResponderEliminarSeguimos visibilizando androcentrismos ! heroinas@hotmail.es. abrazos
Impresionante el blog que me enlazas. Muy recomendable.Enhorabuena y gracias. Seguimos en contacto.
EliminarHola, muchas gracias por tus palabras, por la difusión y por tu enlace. Entraremos a ver. Yo tengo publicadas sobre androcentrismo varias entradas más en otro blog, que tal vez te interese porque se refiere directamente al tema mujer. Te pongo el link
ResponderEliminarhttp://mujeresparalahistoria.blogspot.com
Un abrazo
Yo también acabo de echar un vistazo al blog y me parece muy bueno. Mantenemos la línea abierta.Un saludo
ResponderEliminarMe gustaría decir que la elaboración de las entradas de este blog es muy minuciosa. Mari Angeles y yo gastamos una enorme cantidad de tiempo y de esfuerzo en desarrollar tesis propias, y en transformar los textos antropológicos publicados, pensados generalmente para ser compartidos por la comunidad de especialistas, a un nivel divulgativo pero siempre sin renunciar al rigor científico. Por ello, estamos encantadas con que estas entradas tengan la máxima difusión, pues esa es la ilusión que nos inspira, demostrar que la antropología tiene mucho que decirnos en nuestra vida cotidiana, y no es un saber esotérico. Pero, como lógica compensación a nuestro trabajo, agradecemos que nos citen cuando se utiliza en publicaciones ajenas.
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