MADAGASCAR: ANTROPOLOGÍA Y ANIMACIÓN DOCUMENTAL
Madagascar es un estupendo cortometraje de animación realizado por el
francés Bastién Dubois, que fue nominado al Oscar en 2011 por este trabajo. El
cuaderno de viaje del realizador cobra vida y atrapa al espectador mientras
rememora vívidamente sus experiencias en la “isla roja”, como se conoce a
Madagascar por el color predominante de sus tierras. En la película encontramos
maravillosos paisajes, una naturaleza única y, sobre todo, un universo humano
sorprendente. Se trata de un producto
cinematográfico a medio camino entre la creación artística y el documental.
Cautiva por la belleza y originalidad de sus imágenes y por su frescura narrativa pero, sobre todo, me ha entusiasmado su forma
de presentar una costumbre funeraria singular, “el retorno de los muertos” y,
con ella, las posibilidades que este nuevo género, la animación documental,
ofrece para la antropología. Para empezar a degustarlo, aquí podéis ver un tráiler del film (1.51min.).
1. El misterio de las
culturas malgaches
Madagascar es una isla de
ensueño, cuyo solo nombre evoca aventuras coloniales y deja en el aire un aroma
a especias. 416 kilómetros la separan
del África Oriental. Hace 165 millones de años formaba parte del
supercontinente Gondwana. Entonces, esta gran isla, la cuarta mayor del mundo,
se desgajó a su vez de lo que ahora son África y la India. Ese origen peculiar
explica su condición de laboratorio para la evolución de especies raras. Pero su ubicación en el Océano Índico, como un inmenso portaaviones
entre África y Asia, la han convertido igualmente en un crisol de etnias y culturas. Pueblos como los
Merina, protagonistas principales del corto, son de origen malayo-polinesio.
Llegaron a Madagascar en el s. I de nuestra era, procedentes de Indonesia.
Históricamente han sido la etnia más poderosa y hoy ocupan las Tierras Altas
centrales. Son el grupo poblacional mayor (3 millones) junto con los Betsileo (2
millones). Estas dos tribus presentan rasgos asiáticos. El malgache, basado en
el dialecto de los Merina, es lengua cooficial en el país junto con el francés,
pues la isla fue colonia de nuestros vecinos del norte entre 1.896 y 1.960.
Las etnias africanas habitan
la larga franja costera. El mestizaje ha sido muy intenso: los cotiêr son el
fruto de africanos, malayo-indonesios, árabes y otros varios grupos humanos que
han unido sus destinos a lo largo de las centurias.
La capital del país es Antananarivo,
cuyo nombre significa “la ciudad de los mil soldados”, que eran los que
custodiaban a la reina de los Merina. El protagonista del corto se dirige desde
“Tana” a Antsirabe, la tercera ciudad de la isla, cuando le invitan a asistir a
una ceremonia muy especial, el famadihana.
2. Famadihana, el “retorno de los muertos”
Cada cinco o siete años
tiene lugar esta fiesta que, en contra de lo que nos podría sugerir su nombre,
no tiene nada de macabro ni presenta una conexión reconocible con otras que nos
resultan más familiares, como Halloween o
el Día de los Muertos mexicano.
En el sistema de
creencias de los Merina existe una sola deidad suprema, a la que denominan Zanahary (divinidad de lo Alto) o Andriamanitra, Rey del Cielo, asimilado
al Dios cristiano. Esa divinidad, sin embargo, es distante: no se ocupa de los
problemas cotidianos de los seres humanos. Sí lo hacen, en cambio, los
espíritus de los ancestros (Razana),
capaces de actuar como intermediarios con las potencias del mundo invisible.
Cuando muere una persona,
se la entierra provisionalmente en el lugar de su fallecimiento. Los Merina
piensan que, hasta que no se descompone por completo la carne, los muertos
vagan errantes y tienen poder para causar daño a sus familiares. Por el
contrario, una vez que sus restos han quedado reducidos a los huesos, se
transforman en sus benefactores y es el momento de honrarlos adecuadamente para asegurarse su protección. No debemos
pasar por alto la contraposición estructural entre ese par de conceptos:
lo húmedo (la carne putrefacta) y lo seco (los huesos), tan habitual en la
organización de la vida social de los pueblos nativos, al igual que otras series de parejas opuestas, como supo
ver con tanta agudeza Lévi-Strauss.
Entre junio y septiembre,
el período de sequía, tiene lugar la festividad de “la vuelta de los
huesos”, que logra reunir a los miembros
del extenso clan familiar, con frecuencia dispersos por la isla, para honrar a
sus antepasados.
El detonante para la
celebración suele ser un signo que consideran sobrenatural, como soñar que el
difunto se queja de que tiene frío en su tumba. Ha llegado el momento de
organizar el famadihana. Mediante un fomba, ritual de ofrenda de ron, se pide
opinión a los ancestros, tras lo cual los astrólogos fijan el momento exacto en
que deberá comenzar y concluir el festival. Al mismo está convocada toda la
parentela, los habitantes de la aldea y otros muchos invitados, como le sucede
al protagonista del corto. A lo largo de dos o tres intensas jornadas, incluso
una semana si la familia es muy rica, una auténtica multitud se reunirá para
comer y hacer libaciones en honor a los difuntos de la familia organizadora,
cantando y bailando incansablemente al son de animadas músicas, que son
interpretadas por orquestas contratadas al efecto.
Podéis acceder a la película en este enlace:
3. Rituales de vida y
muerte
Como se relata en la
película, antes de comenzar la ceremonia dan siete vueltas alrededor de la casa
y, después, el grupo de familiares y amigos se dirige a la tumba. Son los
miembros de la familia quienes realizan la apertura de la cripta. Enrollan los
restos de sus ascendientes en esteras nuevas. Las viejas envolturas, a las que
atribuyen un poder fecundante, son repartidas entre las mujeres. Los miembros
del cortejo, presidido por un familiar
que porta una bandera, levantan las esteras que portan sobre angarillas y las
pasean por las calles en una danza muy rápida.
Cuando por fin cesa, colocan los restos en el suelo. Entonces, con
gestos de cariño, los familiares envuelven los huesos en sudarios nuevos de
seda blanca. Entre los pliegues de la mortaja colocan una botella de ron, una
fotografía, algún billete… como regalos para los muertos. Los ancianos
pronuncian discursos en su recuerdo, mientras otros formulan alguna oración o
petición secreta, que esperan que les sea concedida por la intercesión del
espíritu del fallecido. Tras ello, cada grupo coge un cuerpo, los lanzan al
aire e inician una carrera desenfrenada, en la que los bailarines dan varias
vueltas.
Para el banquete se sacrifican animales. Los
participantes comparten comida y bebida, reforzando con ello la unidad social,
y los mayores aprovechan para explicar a los más jóvenes la importancia de sus antepasados, que siguen
habitando entre ellos. Descansarán en sus tumbas hasta el siguiente famadihana.
Los estudiosos de esta
costumbre han puesto de relieve hasta qué punto es distinta la vivencia
occidental de la muerte respecto de la que poseen estos pueblos. Para nosotros constituye un
drama porque extingue para siempre nuestra individualidad, nuestro yo, que
consideramos primordial. Por el contrario, ellos se integran en una cultura
eminentemente grupal. Sus miembros subsisten gracias a los fuertes lazos
sociales con la comunidad, que la muerte no extingue. Suelen decir que un
hombre muere dos veces: la primera, cuando deja de respirar; la segunda, cuando
ya nadie piensa en él. Los ascendientes siguen viviendo realmente en la memoria
colectiva. Dado que no tienen una visión trágica de la muerte, todo lo que la
rodea lo afrontan con gran naturalidad. Compran sus mortajas cuando contraen
matrimonio y las guardan con ilusión. Aunque trasladan de lugar sus aldeas, los
mausoleos son permanentes y retornan siempre a ellos.
Como indica José Luis
Cortés López en Pueblos y culturas de
África, la tumba marca el sentido de su existencia y pertenencia a una determinada familia. Sin embargo, ese
mundo de tradiciones, que no tiene parangón en ninguna otra cultura del
continente africano, está en franca desaparición. Organizar un famadihana es muy costoso. Por otro
lado, hay también un cierto desencanto social. Los ancianos todavía conservan
sus creencias animistas, si bien
sincretizadas con el cristianismo, y piensan que es bueno estar agradecidos a
los ancestros para que les concedan salud y riqueza. Por su parte, aunque los
jóvenes no crean en los espíritus, sí son muy conscientes de que este ritual
funerario garantiza la subsistencia de su familia a través de las generaciones,
evitando su desintegración.
4. ¿Qué puede aportar la
animación documental a la antropología?
Como habréis podido
apreciar en el vídeo, Bastién Dubois combina diferentes técnicas, desde las más
tradicionales a las más vanguardistas (acuarela, tinta, stop-motion, animación 3D…), para ofrecer una visión poliédrica de
su experiencia en Madagascar. Vemos, oímos y sentimos siguiendo los pasos del
autor. Captamos la luz, el alboroto del mercado, los embotellamientos del
tráfico, la variada orografía, los omnipresentes lémures y baobabs, el espejo
de los arrozales, los diversos tipos humanos, los estilos de vida del campo y
la ciudad no tan contrastados como entre nosotros, y todo ello en muy pocos
minutos.
Las posibilidades
expresivas de la animación la hacen un vehículo idóneo para penetrar en las
mentalidades de los “otros”. La cinta muestra vivamente el choque cultural que
sufre el espectador occidental al verse inmerso en ese mundo lejano de
costumbres extrañas. Me interesa
especialmente la capacidad de este tipo de documental para reflejar los
estados de conciencia, que no son observables de manera directa. En el corto
vemos cómo el visitante cae en un estado éxtasis inducido por la percusión
hipnótica, los giros de los danzantes, la bebida y la euforia contagiosa de los
celebrantes. Ello constituye una ventaja enorme sobre el documental
tradicional, que no puede introducirse en el interior de la mente para mostrar
la subjetividad, las sensaciones, el universo simbólico de una cultura. La
fotografía no siempre es capaz de capturar la poesía o la magia que
experimentan los participantes en un ritual. Además, la animación documental
puede ser una excelente alternativa o complemento para la fotografía o la
filmación. Así, cuando se trate de actos o ceremonias cuyo registro no se
autoriza, o se ha perdido o malogrado el material, o bien cuando se trata de
costumbres de tiempos pasados ya desaparecidas cuya descripción está
suficientemente documentada. En esas condiciones, la recreación animada
permitiría el “milagro” de traerlas nuevamente a la vida, visualizando sus
fases o acciones para una comprensión más completa. La idea rectora siempre
será penetrar con más precisión en la cosmovisión de otros colectivos y, para
ello, la imagen puede ser un aliado muy valioso.
Con gran acierto se ha
afirmado muy recientemente, en la Cátedra Marta Traba de Colombia, que: “Esto
no es solamente un asunto de cineastas, sino de científicos, ambientalistas,
sociólogos, antropólogos, historiadores”. La realidad puede contarse
creativamente a través de la animación documental. Este género novedoso se
perfila como una de las mejores opciones
audiovisuales para una investigación multidisciplinar. Desde aquí aplaudimos la
iniciativa y esperamos que ofrezca interesantes resultados.
Muchas felicidades por la entrada, la información sobre el famadihana, y por haberme permitido poner un granito de arena a través de la animación en tus intereses antropológicos. La película "Madagascar, carnet de voyage" así lo merece.
ResponderEliminarAprovecho el comentario para agradecer a María que abra, con su extraordinaria labor artística, el campo de investigación antropológica, y felicito a Encarna por el interesante artículo que ha hecho a partir del corto. Desde que el mundo se ha globalizado y todo lo tenemos a la mano, bien por la imagen o bien por los viajes , la etnografía ha perdido la posibilidad de encontrar algo realmente diferente y que poder contar, puesto que costumbres, vestidos, rituales se están homogeneizando. Sin embargo, siempre queda registrar lo que en otros tiempos otras gentes hacían (también incluyo aquí a "nosotros", ya que cada pueblo es "otro"para otro pueblo)y compara con lo asumido como "lo que debe ser". En el corto que os ocupa, se muestra un interesante ritual asociado a la muerte, un capítulo fundamental en la Antropología, ya que un rasgo peculiar del ser humano es su vivencia - anticipada - de la muerte propia y la de los otros, instaurándose como un horizonte inevitable para nosotros; el tratamiento otorgado a la muerte es de lo más variado: desde la categoría del muerto - cuándo está muerto y cuándo no, qué significa un cuerpo muerto - en algunos casos pasa a ser "comestible" -, quién puede o debe tocarlo y quién no; la pureza o impureza que emana de él, la casa donde se ha producido el deceso, el velatorio, etc. Como apunta Encarna, nuestra concepción occidental, que cuenta con el cristianismo como elemento cultural en su base, es dualista y habla de un alma individual que se desprende del cuerpo, y por ello, nuestra vivencia de la muerte es trágica, de despedida sin retorno, de pérdida absoluta de aquellos a quienes amamos; toneladas de papeles se han escrito con este dolor lacerante, uno de los cuales, la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández nos va a permitir pasar a otro tipo de vivencia de la muerte como es el famadihana de los merina: "(...)Quiero minar la tierra hasta encontrarte/y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte/Volverás a mi huerta y a mi higuera:/por los altos andamios de mis flores pajareará tu alma colmenera ...". El poeta desea regresar a su amigo a la vida, lo que podemos interpretar que hacen los Merina con sus difuntos, desenterrarlos, dotarlos de cosas materiales como si estuvieran con vida, pasearlos y asearlos, es decir, hacerlos partícipes de la vida que continúa, una vida social en la que siempre contarán con un lugar, puesto que más que individuos aislados son parte del todo que es la comunidad, como ya señala en el artículo. Es, en definitiva, una entrada muy interesante por su fuente y por su mirada en un tema que no estamos acostumbrados a tratar de una forma que no suponga una tragedia. Otra vez más, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarPor cierto, me he emocionado citando a Miguel Hernández y me he dejado en el tintero otra curiosidad antropológica acerca de la muerte, como es la de los isleños Trobriand, quienes piensan que quien muere se va a una isla cercana, desde la que pueden ver cómo sigue la vida en su isla "vital"; cada año se celebra un banquete en el que los muertos tienen su parte reservada, si bien es la parte inmaterial de los alimentos la que les pertenece. Este alma de los muertos, posteriormente se transforma en "baloma", que será un elemento fundamental para la fertilidad de las mujeres de la isla, uniendo vida y muerte en un círculo, tal como lo entienden también los merina
ResponderEliminarMuchas gracias por tu acertada glosa. Efectivamente, ese sentimiento de la elegía a Ramón Sijé es el que impregna el Famadihana. La verdad es que María me lanzó el anzuelo con toda intención. En cuanto vi el corto, no pude resistir la tentación de estudiar esta costumbre, que creo que nunca llegamos a ver durante la carrera. Añado ahora algún dato más, por si sirven para una mejor comprensión. Es de origen asiático y no tiene ninguna correspondencia con otras costumbres africanas. En su forma actual, data del siglo XVII. Tal vez pueda causar un poco de confusión que en la película solo se vea un muerto, el que ha fallecido hace siete años, cuando yo hablo de que, además, también sacan a los que ya están en el mausoleo. Esa es la conclusión que he sacado después de ver la propia película, cuando al final dice que allí descansará hasta dentro de siete años, y tras leer algunas descripciones, que son un poco incompletas y que he tenido que integrar entre sí y con el corto. Tal vez en ese proceso he alterado algún paso. Si alguien tiene información fehaciente, se agradecen las correcciones.
ResponderEliminarTal vez nuestra larga tradición de práctica de entierros sin retorno, con creencia en unos espíritus que se trasladan a otra dimensión y que, habitualmente, no se ponen en contacto con nosotros ni interfieren en nuestras vidas, nos lleva a pensar que esa es la forma más correcta de organizar nuestras relaciones con los muertos. Puro etnocentrismo. La verdad es que la concepción de base de los cultos entre los Merina no está muy lejos de otras que se han sucedido en nuestro entorno cultural. Entre los romanos primitivos, el animismo era una parte muy importante de sus creencias: para ellos, la casa estaba rodeada de espíritus (númina) y aquel era el sentido de su culto a los lares, antepasados deificados. Les ofrendaban alimentos por su intermediación. También sucedía así con los manes, los muertos buenos de la familia, y esa bondad para con los vivos derivaba de que hubieran sido correctamente honrados en sus ritos de paso al otro mundo.
Bueno, la propuesta de María ha sido una buena ocasión para enfocar la diversidad del mundo funerario, y así vamos cubriendo etapas en este proyecto nuestro de compartir lo que hemos aprendido estudiando antropología. Dentro de nada nos meteremos con el parentesco, al menos en algún concreto punto llamativo y, como siempre, viajaremos muy lejos, a Melanesia, para volver la mirada a nuestro entorno, que es el que nos urge entender mejor.
Yo también me siento identificado cuando se comenta sobre Hernandez, es una verdadera joya este artículo sobre la antropología!
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