FRAY ROSENDO SALVADO, DEFENSOR DE LOS DERECHOS DE LOS ABORÍGENES AUSTRALIANOS


Este año se cumple el segundo centenario de nacimiento de Fray Rosendo Salvado, un misionero gallego que, en las lejanas tierras australianas, dedicó su vida a defender la dignidad de los aborígenes. Es conocido, sobre todo, por ser quien introdujo el eucalipto en Galicia. Pero en su labor evangelizadora estuvo siempre muy presente una visión antropológica que merece la pena recordar aquí.
El conflicto entre nomadismo y propiedad privada
Lucas José Rosendo Salvado Rotea nació en Tui (Pontevedra), en 1814. Muy joven ingresó como monje benedictino en Santiago de Compostela, y aprovechó su estancia intramuros para obtener una gran preparación musical como organista. Sin embargo, le tocó vivir en su juventud una época de fuertes cambios sociales. Debido a la desamortización de Mendizábal, fue exclaustrado en 1835. Al no poder ordenarse sacerdote, marchó a un convento a Nápoles. Allí lo reclutaron como misionero para Australia occidental. Después de un periodo previo de formación, partió para esa región en 1845. La travesía circunnavegando África duró más de 3 meses. El pequeño grupo de misioneros desembarcó en la capital de la región, Perth. 
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Los ingleses venían utilizando aquel lejano continente como colonia penitenciaria. En 1770 el capitán Cook cartografió la costa meridional de Australia y, en 1787, ya comenzaron a llegar masivamente  deportados a Nueva Gales del Sur. La operación tenía como fin aliviar el exceso de población reclusa en las cárceles británicas. El gobierno inglés concedía tierras a todo colono que las solicitase, con la sola condición de explotarlas. Los inmensos rebaños de ovejas empezaron a ocupar las llanuras que antes recorrían los canguros, una de las fuentes de alimentación de los nativos. Cuando los aborígenes se rebelaban por la expulsión de sus tierras ancestrales, eran masacrados sin piedad, y así llegaron casi al exterminio. Era el previsible resultado de la colisión entre su estilo de vida nómada, como cazadores-recolectores, y el cercamiento de las tierras como propiedades privadas, dos sistemas por completo incompatibles. Fray Rosendo escribió que los nativos estaban “forzados a llevar una vida nómada porque el país no ofrece árboles ni plantas con frutos comestibles para la diaria dieta humana y tienen que depender de la caza para subsistir. Las piezas no son abundantes ni se hallan en zonas definidas, especialmente cuando las persiguen asíduamente los cazadores. Por eso los aborígenes son tan nómadas como ellas... Por el mismo motivo no pueden formar comunidades numerosas; y cada familia se ve obligada a llevar una existencia nómada y solitaria...”
El impacto del poblamiento occidental fue muy negativo también para los aborígenes por el contagio de enfermedades, para las que carecían de defensas, y por el abuso del alcohol, al que se aficionaron para olvidar su existencia sin futuro. Carentes de medios de vida, algunos nativos vagaban por las ciudades como fantasmas, buscando algo que comer.
Pero Australia occidental, a donde había sido destinado fray Rosendo, había escapado de esas nefastas condiciones de vida para los nativos. Cuando los misioneros llegaron a la zona inicialmente prevista, su plan de acción fue seguir a los aborígenes por el bush, un paisaje verdaderamente inhóspito para los europeos, en el que se alternaban el desierto y la sabana: “No teníamos la más mínima idea –ni nadie nos podía ilustrar- de la vida y costumbres de los aborígenes australianos. Al desembarcar en Australia, pudimos constatar que las opiniones eran muy variadas entre los colonos europeos. Llegué pronto a la conclusión de que la mejor manera de realizar nuestra labor era la de ponernos en contacto directo con ellos en el bush, donde los males de la civilización europea no habían penetrado todavía”.
Darwinismo social
Esa diversidad de opiniones a la que se refiere Salvado procedía de un pensamiento muy prejuiciado contra los nativos. La mayoría de los blancos pensaba que no tenían alma y que eran parientes próximos de los grandes simios. En 1871, el propio Darwin expresaría sus dudas, en El origen del hombre, acerca de si los australianos estaban más cerca del hombre caucásico o del gorila. Y, en un Congreso de Antropología, celebrado en Estocolmo en 1889, llegó a defenderse la peregrina tesis de su parentesco con los neandertales. Lo cierto es que los antiquísimos pobladores del continente austral vieron cómo el avance de la civilización occidental destruyó sus fuentes de subsistencia y su organización tribal tradicional. “Donde quiera que el europeo endereza sus pasos parece que persigue la muerte a los indígenas… en todas partes observamos el mismo resultado…destruyendo siempre el más fuerte al más débil”. Así reflexionaba Darwin en sus anotaciones en el Diario del Beagle correspondientes a 1836.
Los aborígenes aparecían como un obstáculo para el hombre blanco, en su camino hacia una explotación más codiciosa de los recursos de aquel continente todavía virgen. En 1874, el médico sevillano Rafael Ariza Espejo, evolucionista, escribió en la Revista de Antropología: “Cada pueblo que desaparece es un obstáculo de menos en la marcha de la civilización. Las razas superiores son las destinadas a extenderse sobre la tierra; y del mismo modo que los animales huyen delante del hombre dejándole el terreno expedito, así los salvajes desaparecen ante el europeo sin dar lugar a que la civilización los modifique”. Era una brutal opinión, típica del darwinismo social. Se acabarían justificando aquellos atroces crímenes contra la humanidad, precisamente, con el argumento de que los aborígenes no eran seres humanos sino casi animales o, en el mejor de los casos, vagabundos improductivos.
Una mirada humanizadora
 Afortunadamente, no todos los blancos en Australia pensaban lo mismo. Fray Rosendo Salvado tenía una valoración positiva de los indígenas como seres humanos, iguales en belleza, inteligencia y dignidad. Y, aunque él no fue un etnólogo en el sentido moderno, a la vista de las reflexiones contenidas en sus Memorias es forzoso concluir que adoptó puntos de vista antropológicos muy avanzados, y que los puso en práctica para llevar a cabo su labor evangelizadora: “Juntaremos los salvajes que encontremos, conviviremos con ellos, llevaremos su vida nómada hasta que encontremos tierras propicias. Allí les enseñaremos con nuestro propio ejemplo cómo se labra la tierra y los fijaremos a ella. Estudiaremos su lengua, sus modales y sus costumbres, y cuando ya seamos tan “salvajes” como ellos, les hablaremos de Dios y los traeremos al redil de la Religión, y acaso encontremos en ellos futuros hermanos en el apostolado que nos ayuden a convertir a sus congéneres. Y una vez puestos los cimientos de la Misión, ya no precisaremos avanzar más en el bosque ni a través de las llanuras; tendremos un centro de atracción que obrará como mancha de aceite y, poco a poco, acudirán las hordas a la fe y al amor de Jesucristo”.
También opinaba sobre los niños aborígenes que, “por la hermosura y elegancia de sus formas, hubieran quizá superado a la mejor obra de escultura griega…el carácter físico de los australianos ha sido vilmente calumniado y descrito y al revés de lo que es en realidad”.
 En los primeros encuentros, los misioneros se ganaron a los nativos ofreciéndoles azúcar, y tuvieron que sobrevivir con ellos en el bush compartiendo sus provisiones, aprendiendo de ellos a buscar raíces y gusanos y a cazar lagartos. Pero Fray Rosendo se dio cuenta de que los occidentales no podrían soportar mucho tiempo esa vida nómada. Carecían de conocimientos para orientarse en el bush y para buscar agua, que los aborígenes, con su extraordinario conocimiento del medio, encuentran en el tronco de algunos árboles. Cuando finalmente se quedaron sin víveres, Salvado, descalzo y vestido sólo con pieles de canguro, marchó a pie a Perth para buscar ayuda. Al no poder conseguir otra fuente de financiación en la capital, ofreció un recital al órgano. Todavía andaba descalzo y con sus ropas hechas jirones, remendadas con hilos de distintos colores, como si fuera un personaje de Dickens. Con la genialidad musical que siempre le caracterizó, hasta interpretó una pieza en que imitaba los ritmos ceremoniales de los aborígenes. Una de sus partituras más conocidas es la de Maquieló, basada en ellos. 

El éxito del concierto fue tal, que recaudó lo suficiente para comprar dos bueyes y un carro. Aquella colecta fue el germen que permitió poner en marcha el primer asentamiento, a 132 km al norte de Perth, en el que sembraron cepas, árboles frutales, olivos, patatas y hortalizas. Rosendo, bien dotado para los idiomas, porque hablaba también inglés e italiano, estudió la lengua, las costumbres y las creencias de los indígenas de los alrededores, con quienes  mantenía buenas relaciones. Pero su fama de hombre sabio se extendió cuando consiguió curar a un niño muy enfermo. Gracias a ello, los nativos ayudaban en la misión cuando se lo pedían.
Primum vivere, deinde philosophare
 Fray Rosendo era consciente de que el avance del modo de vida occidental era imparable y quería ayudar a aquellos seres salvajes a que se adaptaran a los nuevos tiempos en la forma más adecuada para su supervivencia: “No puedo convencerme de la teoría de que estos hombres sean incapaces de mejorar, y que su extinción, a medida que vaya penetrando en el país la raza blanca, sea una necesidad insuperable”. Más que ninguna otra cosa, los misioneros debían enseñarles una nueva forma de obtener alimentos- la “maraña”, como lo llamaban los nativos- a través de la práctica de la agricultura y la ganadería: “Antes que nada conviene satisfacer en el australiano las necesidades de la existencia, comunicándole, a este fin, los medios más prontos para procurarse por sí mismo los medios de socorrerlos con la agricultura y con los oficios más bastos; y después abrirles el entendimiento a las ciencias y a los adornos de la sociedad”.
En 1847, los benedictinos  se trasladaron a otro asentamiento más adecuado, instalándose a las orillas del río Moore. Llamaron a aquella misión Nueva Nursia, en homenaje a San Benito, fundador de su orden religiosa. El mismo año construyeron el monasterio y una escuela para los niños. Después vino un orfanato, las casas para las familias de los nativos acogidos, un molino, una capilla, una presa y un puente sobre el río, un hospital, talleres, graneros… En 1893, el diario West Australia  público lo siguiente: “El término misión se queda muy pequeño para expresar lo que significa Nueva Nursia, que es realmente una ciudad mucho más atractiva que otras que presumen de tener un alcalde, un ayuntamiento y contribuyentes”.
Poco a poco Fray Rosendo consiguió adquirir más tierras, las parceló y repartió entre los nativos. Les enseñó a sembrar y cosechar, a cuidar los animales y a ahorrar e invertir adecuadamente sus jornales, para que pudiesen ganarse la vida en condiciones de igualdad con los miles de colonos que llegaban desde Europa. Sabedor, no obstante, de que los australianos no eran capaces de abandonar completamente su milenario nomadismo,  para facilitar su progresiva integración les concedía el jueves libre, para cazar o vagar por los bosques; una o dos semanas de vez en cuando y, también, al terminar las tareas más pesadas.
 En cuanto al vestido, les exigió taparse para darles comida. En invierno, los nativos se cubrían con pieles de canguro mientras que, en verano, sólo llevaban un taparrabos. Aquello causaba horror a los europeos, a los que la completa desnudez de las mujeres les parecía el signo más evidente de su innata inmoralidad. Tras diversas comprobaciones, Fray Rosendo llegó a la conclusión de que aquel comportamiento carecía de malicia, y  que era debido a su estilo natural de vida. Para él, los aborígenes tenían un sentido ético admirable: “Aunque no tienen la menor idea del pudor, sin embargo, en ninguna de las infinitas veces que he dormido en medio de ellos, y he viajado en su compañía, he advertido nunca la más pequeña acción deshonesta e impropia”. Igualmente dejó escrito: “Estos aborígenes ignoraban lo que era el robo, el perjurio o el adulterio… hasta que vivimos nosotros a enseñárselo”.
Relativismo cultural
 Fray Rosendo acabó sustentando una opinión relativista sobre las costumbres humanas:”Cuando un australiano nos parecía a nosotros que está limpio, si así puede decirse, porque no está untado de grasa, él cree que está lo más sucio de este mundo”. Y es que comprendió que aquellos indígenas se acicalaban con grasa de canguro o de culebra, con  plumas y con tierra de colores como signo de distinción, de acuerdo con las reglas de su propia cultura. A diferencia de otros blancos, que consideraban a los nativos unos holgazanes sin remedio, Fray Rosendo se dio cuenta de que cantando, bailando, con los juegos y con la mímica que tanto les gustaba, trabajaban con gran energía, y también utilizó esas mismas técnicas para enseñarles la lengua y la escritura inglesas. El buen monje no intentaba manejar a los indígenas desde las inflexibles categorías mentales occidentales, inapropiadas para su particular visión del mundo, sino que realizó un importante esfuerzo mental para ver la realidad desde la óptica de aquel pueblo. Igualmente advirtió que los aborígenes sólo podían mantener su propio ritmo de aprendizaje, distinto del de los niños blancos. A diferencia de la igualdad de trato que prescribían las leyes inglesas, Salvado nunca les impartió enseñanzas más de 3 horas seguidas, que era su límite de atención. Gracias a esa visión respetuosa con la forma de ser peculiar de los aborígenes, Fray Rosendo alcanzó unos logros pedagógicos insuperables. Enseñó a algunas jóvenes el código Morse, para que fueran telegrafistas en Perth, como Helen Pangieran Cooper o su sustituta Sarah Caruinngo. Sobre la primera, Salvado escribió, en una carta al director general de Correos, que “era la mejor telegrafista de toda la colonia, (telegrafistas) que no eran pocas y todas europeas. Pero el enorme y general prejuicio que se tenía contra los indígenas creyéndolos no superiores a los animales e incapaces de cualquier tipo de educación o cultura intelectual, les hacía creer imposible aquel hecho, que aún siendo innegable destruía por sí solo todas sus opiniones preconcebidas en sentido opuesto”. Siempre defensor de la dignidad de la mujer y de su integración en el mercado de trabajo, formó a otras chicas para trabajar como eficaces institutrices de los hijos de familias inglesas.

También aprovechó el gran sentido musical de los aborígenes para formar un coro, una orquesta de cuerda y otra de viento. Él se sentaba al órgano y daban conciertos todas las tardes. Los visitantes se quedaban atónitos al oír cantar a aquellos aborígenes como ángeles. No faltaron tampoco los libros sobre todo tipo de materias en la nutrida biblioteca de la misión. Se los mandaban a  Fray Rosendo sus benefactores, los reyes, los nobles y las jerarquías católicas. Con esa preparación de los nativos, consiguió neutralizar, en alguna medida, los prejuicios racistas de la época. También los éxitos de los australianos en los deportes les abrieron la puerta al reconocimiento por parte de los ingleses, que parecían bien dispuestos a considerar como un gentleman a cualquiera que fuese capaz de vencer en el cricket.
Reseñas etnográficas
 En su objetivo de acercarse a los australianos, Fray Rosendo comprendió que antes debía conocer bien sus creencias, que solían esconder celosamente de las miradas ajenas: “Pregunteles también a dónde iba el cuerpo pequeño (el alma) después de muerto el grande, a lo que me contestaron unos que divagaba por los bosques, otros que se iba al mar, y otros, en fin, que no lo sabían. No quise, por entonces hacerles más preguntas, sabiendo el cuidado que ponen los indígenas en mantener ocultas sus creencias; pero después supe…la leyenda de este cacin ( el espíritu), que es la siguiente: después de muerto un salvaje, su alma sube a los árboles, donde permanece cantando tristemente hasta que algún otro salvaje la recoge. Cuando se conoce que un alma va así,  saltando de un árbol a otro, se le acercan una o más salvajes, uno tras otro, con el cuerpo inclinado, dando con dos palitos uno con otro y haciendo continuamente con la voz “ps, ps”.
Lo más frecuente es que el alma se quede en la cima de los árboles; mas otras veces baja, y entra en la boca del primero, quedándose dentro de su cuerpo si el salvaje está solo; pero si son más de uno, le sale por la parte posterior entrando en la boca del segundo, y así sucesivamente hasta que llega al último, cuyo cuerpo escoge para habitación suya”. El monje encontraba en estas ideas acerca de la inmortalidad del alma un esencial paralelismo con los dogmas cristianos.
 También recogió con gran interés su vocabulario oral, elaborando un diccionario con las equivalencias entre los conceptos y términos anglosajones y los nativos. Curiosamente, los indígenas atribuían poderes mágicos a los libros y los escritos de los occidentales, porque informaban a su lector de cosas que no habían presenciado.
 Fray Rosendo también documentó sus costumbres más peculiares, como el uso del bumerang o cale para cazar, para la lucha o con fines lúdicos. Decían que lo había inventado el Ser Supremo en la Era del Sueño. Los aborígenes lo fabricaban con madera de acacia y los intercambiaban con los de Perth por cierta tierra encarnada, vilgui, con la que se pintaban el cuerpo.
Valedor de los australianos
 La entrega de Fray Rosendo a su misión civilizadora fue total. No codiciaba títulos ni beneficios. La reina Isabel II le ofrecio el obispado de Lugo, que él rechazó porque no deseaba rentas sino salvar almas. Y también se negó rotundamente a desempeñar el cargo de obispo de Puerto Victoria, con el que pretendieron alejarlo de su exitosa misión. Por esas intrigas y por otras misiones apostólicas, permaneció fuera de Nueva Nursia en diversos periodos. Pero siempre aprovechó sus viajes a Europa para defender la humanidad y derechos de los nativos. Ante los estudiosos de la Royal Society, argumentó que eran perfectamente capaces de adaptarse a la cultura occidental y que, en su propio medio, eran mucho más sabios que los europeos. Además, tenían una enorme habilidad para lo que  hoy se llama, en Psicología, lectura de mente, la capacidad para representarse el pensamiento de la persona que se tiene delante gracias a las neuronas espejo.
 En 1850 Salvado publicó las Memorias históricas sobre la Australia y la misión benedictina de Nueva Nursia. El libro vio inicialmente la luz en Italia, en 1852, pero en inglés no se publicó hasta 1977, seguramente porque no gustaron sus críticas contra los abusos del gobierno colonial británico.
En mayo de 1887 fue nombrado “protector de los aborígenes” por la administración colonial.  El Daily News de Perth, publicó en 1892: “Me informan que los negros de cien millas a la redonda gozan de la humanizadora influencia de la Misión. Hay aquí un equipo feliz, tranquilo, laborioso, bien instruido y bien remunerado. Todas sus necesidades están cubiertas y, además, aprenden a leer y escribir y a comportarse con arreglo a las normas religiosas. Se atienen a ellas cuidadosamente y no se encuentran en Italia o Irlanda más regulares o devotos practicantes. El obispo ha formado una banda y se dan conciertos todas las tardes en un viejo molino... un hermano actúa de director. La mayoría de la gente del pueblo, incluso los residentes blancos, se reúnen allí para gozar de la actuación o se unen a ella cantando... En todo lo que vi, incluidas unas pocas palabras que intercambié con niños y mayores, se refleja la crueldad con que han sido tratados los aborígenes en tantos otros sitios, para vergüenza de la humanidad. Y todos los resultados a que me refiero se deben a la bondad y discreción del venerable obispo... en este asunto de los negros, el Obispo Salvado se ha erigido en el primado de Australia, el príncipe de la colonización”.
En 1899 Salvado volvió a Europa para ya nunca regresar a su querida misión. Falleció en Roma, en 1900, con casi 87 años.
 A la vuelta de su viaje de 1865-1869 había traido consigo a su hermano Santos, también benedictino, que permaneció en la misión 10 años. Por expreso encargo de Fray Rosendo, aprendió fotografía para documentar los trabajos de Nueva Nursia. Hoy constituye un valioso fondo fotográfico, del que pueden verse muestras en el convento de San Martín Pinario, en  Santiago de Compostela, donde Salvado profesó como monje. Se exhiben como parte de la exposición Rosendo Salvado. O valedor do pobo aborixe hasta  principios de mayo, y en julio y agosto viajará al monasterio de Samos.

Fuentes consultadas:
-Página nueva1, www.emigratio.com
-Crónica desde el país de los sin alma. Rosendo Salvado en Australia 1846 1899, de Albino Prada
 Agradezco a Gelines Lorenzana, siempre tan interesada por la cultura gallega y universal, haberme regalado este libro, que ha sido el motor para escribir la presente entrada. Se la dedico con mucho cariño a esa gran amiga.




Comentarios

  1. Jose Ignacio ha tenido la amabilidad de eviarme este estupendo comentario que me gustaría compartir aquí. Mil gracias por tu aportación.

    "Ciertamente entrañable y muy interesante la vida de este fraile gallego. Parece mentira que en la historia de nuestro país al lado de crueldades sin cuento, existan estas individualidades capaces de afrontar retos de gigantes. Un pobre fraile exclaustrado en una España pobrísima y sin horizontes de ningún tipo, que emigra a Italia como tantos otros antes que él y encuentra la luz en un viaje remoto hacia lo desconocido. Y es capaz de entender un mundo extraño, primitivo e impenetrable, y convertirse en guía de una sociedad exótica y absolutamente desestructurada. No puede menos que recordar a Fray Bartolome de las Casas y a tantos otros frailes españoles que convivieron y estudiaron a los pueblos precolombinos aprendiendo su lengua y asimilando su cultura, eso sí en medio de penalidades sin cuento y un genocidio en marcha. Ellos -como este fray rosendo- pusieron las bases de los estudios etnográficos y de la antropología cultural con esa capacidad tan española de empatía con otros pueblos y otras culturas.

    Una página magnífica y entrañable de una héroe de tu tierra".

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  2. Es estupendo que detecte la humanidad de este gran hombre... Pero es penoso que ponga como ejemplo a un elemento como Fray Bartolomé de las Casas, que misteriosamente protegido por la Corona española fue nombrado defensor universal del indio por Carlos I.Los relatos de Las Casas son un rosario de vaguedades-mentiras-intereses particulares basados en el negocio esclavista en que estaba inmerso su padre.
    Y lo que es inadmisible es negar la grandeza inconmensurable de las Leyes de Indias, reflejadas hoy en cualquier parte de la América Española donde nos encontramos con una población originaria, en no pocas ocasiones mayoritaria, que tira por tierra toda la leyenda negra vomitada contra España. La comparación con el mundo anglosajón puede resultar odiosa para los anglosajones... Y la España del siglo XIX, como la de hoy mismo, sencillamente no es España, sino colonia británica.

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