ANTROPOLOGÍA Y PSICOLOGÍA EN LOS AMULETOS. Reflexiones en torno al retrato del príncipe Felipe Próspero de Velázquez


El pasado invierno pudo verse en el Museo del Prado una exposición sobre “Velázquez y la familia de Felipe IV”, centrada en el retrato cortesano español en el período 1650-1680. Una de las últimas pinturas de esa serie, que llevó a cabo Velázquez un año antes de su muerte, era la del príncipe Felipe Próspero (1659). 

Lo asombroso del cuadro para mí, más allá de la maestría técnica y la capacidad de penetración psicológica del genial pintor sevillano, fue descubrir que el pequeño infante real llevaba su primoroso vestido cubierto de amuletos: higas, campanitas, bolas, cuernos… ¿Qué sentido podían tener esos objetos un tanto tribales sobre el cuerpo del heredero de la cristianísima monarquía española? Aquí se ofrecen algunas pistas en un breve estudio sobre el significado psicológico y antropológico de amuletos y talismanes.

Los peligros de la infancia

Hasta el siglo XX la mortalidad infantil fue elevadísima por la pobreza y la falta de higiene. El primer año de vida era el más crítico para la supervivencia de los niños. Se calcula que, en tiempos del Imperio Romano, la mortalidad antes de cumplir un año alcanzaba el 36 por ciento, en un entorno en el que la esperanza de vida promedio era solo de 21 años. Pero si el niño llegaba a cumplir 10 años, la expectativa de supervivencia se elevaba hasta los 44. Y ese desolador panorama permaneció sin cambios hasta las sustanciales mejoras higiénicas, alimenticias y médicas producidas en el siglo XIX, gracias al avance de la ciencia. Por ello no debería extrañarnos que, desde la antigüedad, se atribuyera un valor mágico a algunos objetos para intentar librar a los niños del peligro extremo de fallecer a corta edad. 
Bulla etrusca con un Ícaro
Los romanos colgaban alrededor del cuello de los niños varones la “bulla”, un medallón que llevaba dentro un amuleto para protegerlos contra los espíritus malignos. Se trataba de un verdadero acto ritual, que tenía lugar a los 9 días del nacimiento. La bulla podía tener forma redonda o de corazón,  y se hacía de plomo recubierto de oro para los más ricos,  mientras que las clases bajas llevaban un simple saquito de tela. Y es que, como sucedió con la momificación en Egipto, esta costumbre, inicialmente  reservada para las élites dominantes, acabó generalizándose a toda la población. Los romanos lucían la bulla y la toga praetexta, signos externos de la juventud, hasta los 16-18 años, momento en que los nacidos libres eran reconocidos como ciudadanos romanos. Entonces pasaban a llevar la toga viril y consagraban su bulla a los dioses lares o a Hércules. Eventualmente  podían volver  a usarla en grandes ceremonias militares, como medio de protección contra la envidia de los enemigos.
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Las niñas romanas llevaban también colgado al cuello un amuleto protector, pero de un tipo distinto, la lúnula, una pieza de metal en forma de media luna. En la víspera de su matrimonio abandonaban sus ropas infantiles y ofrecían sus juguetes y el amuleto a sus dioses tutelares. En el siglo I d.C. la lúnula comenzó a utilizarse también por los varones, incluso de rango militar, como protección frente al hechizo de las armas y el mal de ojo.
busto romano con lúnula
Dentro de la bulla los romanos introducían diferentes amuletos: de forma fálica en metal o piedras preciosas pero también conjuros contra los maleficios y plantas o sustancias con propiedades apotropaicas. Esta palabra, que proviene del griego apotrepein (“alejarse”), se define en el diccionario de la Real Academia Española,-por referencia a un rito, sacrificio o fórmula-, como aquello que, por su carácter mágico, se cree que aleja el mal o propicia el bien. Es decir, se trata de una práctica fundamentada en la creencia de que un objeto puede tener una virtualidad protectora contra los peligros (efecto negativo), en cuyo caso se lo denomina “amuleto”, o bien sirve para atraer la buena suerte (“talismán”, cuando tiene ese efecto positivo). Lo que se halla en la base es la suposición de que se puede influir en la suerte o en el azar por medio de ciertos objetos, rituales o prácticas evitativas.
amuleto fálico romano, Museo de Jaen
El príncipe Felipe Próspero (1657-1661)

El infante Felipe Próspero, cuarto hijo de Felipe IV y Mariana de Austria, fue recibido como una bendición por los monarcas. Desde que muriera el príncipe Baltasar Carlos, en 1646, los reinos hispánicos carecieron de un heredero varón. Para celebrar su venturoso nacimiento se celebraron grandes fastos: mascaradas de cientos de caballeros y fiestas en la Plaza Mayor, y hasta Calderón y otros famosos comediógrafos del  Siglo de Oro le dedicaron obras laudatorias. Al cumplir un año, fue jurado como Príncipe de Asturias pero su salud era tan frágil que murió en 1661, antes de cumplir los 4 años, debilitado por la anemia y  los ataques epilépticos. Cinco días después nació el malhadado Carlos II, último rey español de la dinastía Habsburgo.


En el retrato que Velázquez realizó al infante Felipe Próspero vemos cómo lleva una higa sobre el hombro izquierdo y de ahí parte una cadena que le cruza el pecho, con un colgante en forma de flor de seis pétalos. De la cadena que rodea la cintura, a su vez, salen otras cadenitas terminadas en figuras con forma de cuerno, campanilla y una bola atravesada por un bastón. La presencia del perrito tampoco es casual. Son el símbolo de un niño bien educado pero aquí, además, está también relacionado con los rituales de protección del regio infante. Según las creencias de la época, tenía la delicada misión de atraer sobre sí el mal de ojo que rondaba al pequeño.


















La Iglesia Católica siempre reprobó esos signos de superstición y sólo autorizaba sacramentales como escapularios, relicarios o crucifijos. Por eso es aún más valioso el cuadro de Velázquez, como prueba del poder que tenían esas creencias populares incluso en las capas sociales más altas y cercanas a los estamentos religiosos. Igualmente en los retratos que Pantoja de la Cruz hizo a las infantas María y Ana, hijas de Felipe III, se observa que llevan múltiples amuletos. 




Concretamente, en un cuadro de 1602 se ve cómo la infantina Ana de Austria lleva dos cruces más dos relicarios, y el cordón apotropaico con los amuletos “paganos”: un colgante de cristal de roca para favorecer la leche materna, la consabida higa y un cascabel para espantar a los malos espíritus. En la mano derecha lleva una ramita de coral, cuyo fin era preservar la vida, y en la mano izquierda una pulsera con un colmillo de jabalí, que se creía adecuado para proteger la dentición. Como puede deducirse fácilmente, un claro ejemplo de magia imitativa. 


En el Catálogo de la colección de amuletos del Museo del Pueblo Español en Madrid, editado en 1945, he encontrado la explicación para algunos de esos amuletos: el cuerno tiene su origen en los cultos solares y lunares, mezclados con atávicas nociones de fuerza masculina, abundancia y poder reproductivo. En cuanto las campanillas, desde la Edad de Bronce se creía que el tintineo del metal podía ahuyentar a los espíritus. Algunas llevan inscripciones, cruces o adornos vegetales. Pero el más conocido de los amuletos era la mano itifálica o higa, con la que pretendían evitar el  mal de ojo. La opinión más común era que la mirada podía partir el corazón o la vejiga de la hiel. En 1425 escribió el Marqués de Villena, en su conocida obra Del aojo y fascinología: “Desto mueren asaz personas, otras adolescen de manera que non saben de qué les viene y non les prestan las comunes medicinas, sinon aquellas que para esto son especiales y propias”. Pero antes de poder usarlas es necesario averiguar si hay “daño de ojo, si quier de fascinación”. 

La mano mágica se remonta a la prehistoria. Amuletos con esta forma ya aparecen en la Edad de Hierro. La más antigua hecha de azabache data del siglo XIII. La asociación de la mano con la higuera viene de que  la hoja de este árbol tiene forma de mano extendida. Como la higa era un gesto de desprecio y agresión, con la mano mágica lo que se pretendía era anular el efecto del maleficio. En un mundo en el que las enfermedades golpeaban a los niños de manera inclemente, la costumbre era ponerles ese amuleto sobre el hombro izquierdo, próximo al corazón. 


En el Renacimiento las higas fueron haciéndose cada vez de mayor tamaño y más bellamente adornadas. Si en el siglo XVI se tallaba generalmente la mano derecha, lisa y bien modelada, en el siglo XVII preferían la izquierda, más estilizada y llena de adornos, como lunas talladas para la mujer o corazones para el hombre. Como se ve, también en esto de la bisutería protectora había modas. La higa fabricada en azabache es un amuleto típicamente hispánico, pero también se hacían de coral o cristal. En una obra de Lope de Vega leemos el verso: “Higa de cristal de amor/contra el ojo de la envidia”.

En el Catálogo arriba indicado puede encontrarse una referencia muy curiosa al auto de fe que tuvo lugar en Logroño, el año de 1610, para castigar a las brujas de Zugarramurdi. Un cronista de la época recogió el hecho de que, como las brujas pretendían llevarse a los niños a un aquelarre, los pusieron bajo la custodia del párroco de Vera de Bidasoa. En un descuido, sin embargo, parece que una noche los pequeños salieron volando por los aires. Leandro Fernández de Moratín encontró esa crónica y la publicó en 1811 con añadidos y comentarios jocosos. Así indicó que la huida de los niños podía haberse evitado si hubieran llevado colmillos de jabalí, Santa Teresa de barro, Cruz de Caravaca, Regla de San Benito, piedra de águila, firma de Santa Teresa, higa de azabache con luna detrás, medalla de Santa Elena, un niño en cruces o castaña de Indias. Todo el surtido de amuletos usados por el vulgo. Y es que para la Ilustración no había nada peor que las prácticas supersticiosas. Contra la superchería de los amuletos escribió en muchas ocasiones el P. Benito Feijóo.



La psicología de amuletos y talismanes

Estos objetos de protección y suerte son tan antiguos como la humanidad misma. Los encontramos en todas las culturas. Ante el temor a los animales, la enfermedad y la muerte, los hombres siempre han buscado la ayuda de objetos a los que, por su especial peculiaridad, atribuyen poderes defensivos o sanadores, e incluso la capacidad de influir en otras personas. Se guían por dos principios de pensamiento: la similitud o magia imitativa (lo parecido atrae a lo semejante, de manera que, imitando la causa supuesta, se producirá el efecto deseado); y la magia por contacto: lo que ha estado junto a un objeto material, producirá efectos incluso separado del mismo. Pero más allá de las características del  “pensamiento primitivo”, lo que más me interesa resaltar en el recurso a amuletos y talismanes es el factor psicológico.


Freud escribió en el capítulo 3 de Tótem y tabú (1913), relativo al animismo, magia y omnipotencia de las ideas, que “el principio que rige la magia -o sea, la técnica del modo de pensamiento animista-, es la de la omnipotencia de las ideas… en esta creencia se revela una buena parte de la megalomanía infantil”. En el estado narcisista temprano, el niño se siente todopoderoso o, mejor dicho, suple su impotencia real con el pensamiento de que todo es posible según sus deseos. Cuando entabla relaciones con los otros, principalmente los padres que censuran sus actos, va decayendo paulatinamente esa creencia, para dar lugar a la constitución del “ideal del yo”, el modelo al que el sujeto intenta adecuarse. Lo mismo que en las concepciones religiosas el hombre siempre maniobra para asegurarse la capacidad de influir, en alguna manera, sobre el poder de los dioses (tratándose de amuletos, para manipular a la diosa Fortuna), en la evolución del pensamiento hacia una ciencia madura el hombre se somete a las leyes inexorables de la naturaleza, aunque confía en dominarlas a través del conocimiento técnico. 

En definitiva, siempre se reserva  un resquicio para poder modificar la realidad opresiva. Se ha dicho que el pensamiento mágico infantil es muy necesario, como parte esencial de los recursos para el optimismo vital. En Navidad leí un artículo que me interesó mucho, Los Reyes pasan de largo, de I. Menéndez. Aunque se refería concretamente a los Reyes Magos, las reflexiones sobre la importancia del pensamiento mágico en la fase formativa son extensibles a cualquier otro fenómeno de esta naturaleza. Sin la imaginación abierta a toda posibilidad, el mundo se vuelve para el niño demasiado  árido e inhabitable. Hay que alentarles la ilusión, al menos hasta que adquieren los recursos psicológicos necesarios para encontrar su lugar en el mundo. Los niños abandonan el pensamiento mágico de forma gradual, a medida que su experiencia de la realidad se va ensanchando y desarrollan más capacidad para enfrentarse de forma autónoma a las frustraciones de la vida. De hecho, creo que nunca llegamos a desechar completamente la esperanza de que algo un tanto mágico esté escondido en las entretelas de la realidad. Supongo que hasta los más devotos de la fría ciencia hacen algún gesto para atraer la suerte. Ya lo dice la canción de Serrat:


Cruza los dedos, 
toca madera. 

No pases por debajo de esa escalera. 
Y evita el trece 
y al gato negro. 
No te levantes con el pie izquierdo. 

Y métete en el bolsillo 
envuelta en tu carta astral 
una pata de conejo 
por si se quiebra un espejo 
o se derrama la sal. 

Y vigila el horóscopo 
y el biorritmo. 
Ni se te ocurra vestirte de amarillo. 

Toca madera, 
toca madera. 
Cruza los dedos, 
toca madera. 

Nada tienes que temer... 
Arriba los corazones... 
Nada tienes que temer 
pero nunca están de más ciertas precauciones. 


Fuentes consultadas:


  • Catálogo del Museo del Pueblo Español.
  • “Amuletos. Herederos”, entrada en el blog de Maria Luisa Arnáiz, y 3BG Naturalmente, entrada “Felipe Próspero”.
  • entradas “efecto apotropaico”, “bulla”, “mortalidad infantil”, y “amuletos” en Wikipedia.



Comentarios

  1. Felicidades por la inspirada entrada, que sé que has elaborado muy rápido. ¿No es curioso, lo mucho que se parece el malogrado Felipe Próspero (hasta el nombre tenía cierta intención mágica) con su hermanita mayor la infanta Margarita? De no haber nacido Carlos II, ella podía haber sido la siguiente reina de España...
    Parece que por mucho que nos demos un barniz de civilización y racionalismo, siempre habrá algún tipo de superstición relacionado con la infancia: recuerda, si no, los "evangelios" que nos ponía nuestra madre en la ropa interior (una especie de escapulario diminuto, cogido con un imperdible), o la estrategia de algunas señoras mayores de no tender nunca al sol la ropa que haya quedado manchada de leche materna (ya que, siguiendo la regla de magia por contacto que señala Freud, el sol "secaría" la de la propia madre).
    Y aunque la construcción animista del mundo sea necesaria para el desarrollo psicológico en la infancia, en la edad adulta es una fuente inagotable de neurosis, lo que se revela en el comportamiento obsesivo-compulsivo (tocar ciertos objetos repetidas veces, poner el mismo número de aceitunas verdes y negras en la ensalada, por supuesto siempre par, etc.).
    Muy interesante. Felicidades.

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  2. Convengo con María en el calificativo de interesante para la entrada, y con ambas en esa necesidad de trascender lo puramente racional en lo relativo a cuestiones angustiosas como el bienestar de los,seres queridos. Curiosamente, leyendo a Wittgenstein y sus *Observaciones a de Frazer*, he encontrado que el filósofo no está nada de acuerdo en la explicación del pensamiento mágico y religioso de los primitivos, como tampoco conFreud. Los puntos de desencuentro son que Wittgenstein hace una separación nítida entre aquello abordable desde la razón (lo que se puede decir, en términos del *Tactatus Lógico - Philosophicus*), que es exprsable en el lenguaje proposicional y científico, moldeado por las reglas de la lógica, y aquello inexpresable por medio de proposiciones, "lo indecible", que está relacionado con las cuestiones fundamentales del hombre, el sentido de la vida, la ética y la estética. En este segundo caso, no nos encontramos ante discursos racionales, sino ante sentimientos. En este segundo caso se inscriben los ritos, ceremonias y rituales;por ello, para el filósofo vienés, el error de Frazer es considerar las creeencias magicas de los por él llamados primitivos, como erróneas; para Wittgenstein para que algo pueda ser calificado como erróneo debe ser racional, decible, y las creencias mágicas no lo son. Luego, intentar verlas como irracionales o como estadios anteriores a nuestro pensamiento científico occidental lo considera un gran error de Frazer(nosotros diríamos que el filosofo califica de etnocéntrico al antropólogo).La misma crítica le hace a Freud.

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  3. Las modernas a tecnologías y yo seguimos con la relación amor/odio. El titulo de la obra de Wittgenstein que cito en el comentario de arriba es *Observaciones a =La Rama Dorada= de Frazer*.

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  4. Geniales las intuiciones antropologicas de Wittgenstein. Estoy deseando que nos ilustres sobre ellas.

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  5. La inmensa mayoría negamos ser supersticiosos, pero casi todos "tocamos madera". Estoy de acuerdo con María, sólo somos racionales a medias, o somos como centauros -que escribió Maquiavelo-. Tampoco hay ninguna necesidad de serlo. Tiendo a pensar la prudencia como un cierto autocontrol de la razón, que ha de empezar, como el kantismo, por reconocer sus limitaciones.
    Creo recordar que la superstición de no levantarse por las mañanas con el pie izquierdo estaba en las reglas pitagóricas. Igual que la prohibición de comer habas, que no tiene ninguna explicación "matemática", desde luego, y que tal vez tendría que ver con la afinidad del haba con la forma del cerebro o el cráneo y el reconocimiento de poder mágico a dicha afinidad...
    Los optimistas preferimos talismanes; los pesimistas, amuletos. Seguro que en vuestro entorno estáis rodeados de ellos, como yo, el ámbar que me trajo mi hermano, la acuarela de Luisa... Heredé de mi abuelo un abrigo que atesoraba en su bolsillo interior la reliquia de una beata: "Tela usada por la sierva de Dios Sor Mónica de Jesús". A pesar de todo mi acrisolado escepticismo filosófico, de mi pasión por Hume, mi pragmatismo usamericano, mi racionalismo ilustrado, no he podido desprenderme de ella. "El ángel te avisa; préstale atención: obedécelo". ¿Cómo puedo creer que mi abuelo me reñiría si lo hiciera? Pues lo creo.
    Muy interesante, Perla, la referencia a Wittgenstein. Aunque no creo que lo indecible sea tan indecible... Juan de la Cruz dedicó sus mejores versos a declarar lo indeclarable. Y Wittgenstein llenó sus cuadernos de indecibles cifrados. O Lao-Tsé. Pero es cierto que no es completamente incierto el pensar que consideramos "primitivo" desde nuestra miopía moderna o postmoderna. Igual que detrás del mito del diluvio universal hubo una catástrofe real; y detrás del mito de la Atlántida, un cataclismo volcánico. Detrás del la superstición del "mal de ojo" hay sin duda una influencia real de la mirada, que los medios actuales científicos son incapaces de medir. Estoy convencido de ello. La mirada ajena puede fascinarnos, tanto o más que el canto o las palabras... La atención ajena nos afecta, incluso a distancia. Palabras como éstas, también fascinantes, que Encarna nos regala.

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  6. Efectivamente, profesor; hay mucho "indecible" en Wittgenstein, y el mismo Russell lo calificó, a la vuelta de su experiencia en el frente durante la I Guerra Mundial, como un ser transformado; " se ha convertido en un místico", escribió . Ha sido a raíz de la lectura de un libro , *La tumba del filósofo*, de un sólido investigador sobre Wittgenstein, Joaquín Jareño, cuando me he decidido a acercarme de nuevo a este pensador del siglo XX con la intención de hacer una entrada sobre él y el libro anteriormente citado. Pero, precisamente, el tema del libro es acerca de la vida más espiritual del filósofo, de sus tensiones internas, de su lucha entre lo que pudiera sentir y lo que la razón le decía, y en aras de no desvelar demasiado, el comentario quedó sesgado. Le pido un poco de paciencia para ver el resultado y darme su siempre bienvenida opinión, tanto personal como profesional.

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  7. Apasionantes me parecen nuestros residuos supersticiosos, conviviendo sin demasiadas estridencias con el más purista de los escepticismos. Hay un episodio en el Antiguo Testamento que me encanta. Están los hebreos peleando con los amalecitas. Josué era el jefe de los ejércitos israelitas y Moisés observaba la batalla desde lo alto de un monte, con el bastón mágico o cayado de Yahvé. Cuando alzaba ese objeto de poder, los israelitas ganaban, cuando lo bajaba, perdían, así que unos ayudantes del profeta le tuvieron que sostener los brazos en alto para lograr el triunfo. Muchísimas gracias por vuestras aportaciones.

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  8. ¡Ah!, se me ha olvidado decir que he descubierto que lo de la famosa pata de conejo es un rito vudú que llevaron los esclavos africanos a América. También estaría bien seguirla la pista histórica a algunos de los amuletos más populares.

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  9. José Zorrilla. "Don Juan Tenorio". Acto IV.
    Famosa escena del balcón. Habla doña Inés:

    ¡Ah! Me habéis dado a beber
    un filtro infernal, sin duda,
    que a rendiros os ayuda
    la virtud de la mujer.
    Tal vez poseéis, don Juan,
    un misterioso amuleto
    que a vos me atrae en secreto
    como irresistible imán.
    Tal vez Satán puso en vos:
    su vista fascinadora,
    su palabra seductora,
    y el amor que negó a Dios.

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  10. Una cita genial, muy apropiada para demostrar cómo hasta bien entrado el siglo XIX estaban todavía tan arrraigadas las creencias en el poder de los amuletos y la fascinología de que hablaba en el siglo XV el marqués de Villena. Gracias, José, por esta aportación tan sabia y oportuna.

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  11. Hoy he estado en Santiago de Compostela, capital mundial de la azabachería, y no he podido resistir la tentación de comprarme una mano protectora. Después de estudiarme bien todos los escaparates, he encontrado unos ejemplares estupendos y modelos muy variados en Rod Mayer. La amable dependienta, creo que se llamaba Amparo, sabía detalles muy interesantes de la historia de las higas que yo desconocía, como que estuvieron prohibidas por la Iglesia, pero que la afición popular era tan grande que siguieron haciéndose pero disimuladas entre flores u otros elementos decorativos.

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  12. Siempre es interesante comprobar cómo la gente encuentra maneras de salirse de las prihibuciones impuestas por el poder, no de forma violenta y abierta,pero sí constante.Este camuflaje de las higas q refieres me recuerda a "las armas de los pobres"de las que hablaba Scott,siendo éstas el demorarse en las tareas o hacerlas de forma poco diligente, y sobre todo la difusión de chismes y rumores.

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  13. Sí, bien pensado, la resistencia de los débiles es lo que aflora en esas burlas secretas al poder. Este es un tema del que tenemos que tratar algún día.¡Hay tantos!

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  14. Mi amigo Jose Ignacio me ha enviado este comentario, como siempre en él tan pensado y oportuno, así que me gustaría compartirlo con los lectores del blog:
    "Mis disculpas por interrumpir vuestra reflexión sobre el sentido y el recurso a la magia. A mí lo que me llama la atención es que por las fechas en que Velázquez pinta su cuadro, comienza en Europa -concretamente en Holanda e Inglaterra, sobre todo- una reflexión sobre la libertad religiosa y política que abre el camino directo a la Ilustración del siglo XVIII. La interpretación de la Biblia, la crítica de las Iglesias establecidas, la reivindicación de la ciudadanía política, de los derechos naturales, de la libertad religiosa, de la tolerancia, etc. están presentes y claramente planteadas en los grandes autores de ese momento: Leibniz, Spinoza, Locke y otros. De hecho las ideas políticas ilustradas que asociamos a Rousseau, Diderot y los Enciclopedistas fueron formuladas por estos autores de la transición del s. XVII al XVIII: el contrato social o civil, la separación de poderes, la libertad de conciencia, los derechos naturales. El auténtico cambio de paradigma filosófico, ético y político se produce entonces y es esta nueva mentalidad la que permite el posterior desarrollo de la Ilustración y el Enciclopedismo. Y me temo que España quedó una vez más al margen de este cambio de la conciencia europea y no solo en las cuestiones políticas y religiosas sino también en las científicas y académicas. El mantenimiento de la ortodoxia católica y la sumisión a la doctrina de la Iglesia católica (no, claro, las creencias religiosas personales de cada cual) serán siempre un handicap del pensamiento español. Así entramos tarde y mal en el siglo XVIII y luego arrastraremos ese retraso que se irá incrementando después en diversas ocasiones. El retrato velazqueño del principito Felipe Próspero me parece un cruel y patético retrato de la monarquía española de finales del s. XVII y un símbolo definitivo del atraso y la decadencia española. Si con esos recursos mágicos era con los que los dirigentes españoles pensaban conjurar la crisis de su época no cabe ulterior comentario. Así nos fue".

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  15. los amuletos son muy importantes para nuestra vida y desde los tiempos pasados lo utilizaban lo encontre significados de los amuletos

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