FRANZ BOAS Y LEWIS W.HINE: ANTROPOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA AL SERVICIO DE LA HUMANIDAD
¿Qué tienen en común Franz Boas, padre de la Antropología cultural americana, y Lewis W. Hine, autor de algunas de las fotos más icónicas del siglo XX? En un momento en el que las disciplinas sociales no contaban con límites rígidamente definidos, ambos coincidieron, en los primeros años de la pasada centuria, en proyectos paralelos en los que emplearon todo su talento y esfuerzo en el combate definitivo contra el racismo y las condiciones inhumanas impuestas a los inmigrantes. Su punto geográfico de convergencia fue la Isla de Ellis, a las puertas de la nueva Tierra Prometida, a sólo 1.6 km de la Estatua de la Libertad.
1. Racismo y etnocentrismo
Todo grupo humano sufre la
tentación del sociocentrismo, la tendencia a sentirse no solo distintos sino
también
superiores a los otros. Podemos comprobarlo fácilmente en cada cultura,
lugar y época histórica. Los griegos y los
romanos llamaban bárbaros a los pueblos que no hablaban su lengua ni practicaban sus
costumbres sociales, políticas y culturales. Los judíos se definen como el pueblo
elegido por Yaveh, en contraposición a los gentiles. Los cristianos, a su vez,
construyeron su identidad cultural contra los infieles. Y hasta existe un
relato africano según el cual, cuando un dios ordenó a los humanos llevar a cabo una empresa muy arriesgada, algunos se
pusieron blancos de miedo y así se quedaron para siempre.
Pero el etnocentrismo degenera fácilmente en megalomanía. En el siglo XVI el filósofo Jean Bodin pretendió haber demostrado matemáticamente que los planetas ejercían una influencia más favorable sobre Francia
que sobre los restantes países. Para él, los astros señalaban a Francia el
camino hacia el dominio del mundo, en plena era de los grandes
descubrimientos.
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Quizá la figura más odiosa en la ruta hacia la entronización de la raza aria fue otro
francés, el
conde de Gobineau (1816-1882). En su Ensayo
sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-
1855) estableció una clasificación nada científica de los grupos humanos
en tres razas jerarquizadas: la negra, pasional, la más semejante a los animales;
la amarilla, mediocre y apática; y la blanca, llena de razón y de honor, en todo
semejante a los dioses y superior a las demás razas, especialmente en
belleza y fuerza. Esas disparatadas ideas lograron una gran difusión en toda Europa. La razón de su éxito fue que proporcionaban
una explicación simple para el triunfo de la raza blanca en el curso de la historia.
Gobineau escribió: “Me he convencido de que todo lo que se refiere a la creación humana, la ciencia, el
arte, la civilización, todo lo que es grande y noble y provechoso en la
tierra, tiene un origen único, arranca de una y la
misma raíz, pertenece a una sola familia, cuyas diversas ramas han dominado en
todas las regiones civilizadas del mundo”. Se refería, por supuesto, a la raza
aria. Por ello, es lógico que fuera en Alemania donde prendió aún con mayor fuerza esta
ideología extraviada, hasta el punto de que se fundaron sociedades Gobineau por
doquier. En tierras germánicas contó, además, con un aliado
musical de primer orden, el compositor Richard Wagner, gran admirador del
trabajo de Gobineau, de quien se consideraba un alma gemela y al que dedicó sus obras completas. En un momento histórico en que se estaban
produciendo gigantescos movimientos de población entre países y continentes, cundió el pánico de que la raza aria, hermosamente rubia y con su eficiencia de
raíz protestante, pudiera contaminarse por el contacto con los pueblos del sur
y los judíos del este de Europa, con su talla corta, su piel oscura y su
actitud sumisa a los preceptos religiosos. Esa confusión de mitos, prejuicios e
ideas biológicas equivocadas, correlativas a la transmisión patrimonial de la herencia,
deben explicarse en un contexto en el que no existía un modelo biológico
moderno. En el último tercio del siglo XIX
coexistieron múltiples teorías contrapuestas que generaban encendidos debates,
porque Darwin no había proporcionado una explicación satisfactoria para la
transmisión de los genes. Algunos autores defendían el origen único de todos los grupos
humanos (monogenismo), mientras que los poligenistas invocaban la existencia de
diferentes razas desde el origen, una de ellas superior a las otras. Unos
pensaban que las razas permanecían inmutables (esencialismo) y, por el contrario,
sus contrincantes abogan por el cambio de las especies, alteradas por el medio
circundante. Pero el verdadero caballo de batalla era el concepto de herencia
genética.
De acuerdo con la ley de la herencia ancestral de Francis Galton, a la larga se
mantenía la media de los caracteres recibidos de los antepasados. Desde esa
perspectiva, era posible sustentar la idea de raza como algo estable en el
tiempo. Pese a la recuperación, en 1900, de los trabajos de Mendel sobre la
recombinación aleatoria de los caracteres heredados, que tiraba por tierra esas
ideas equivocadas, durante la primera mitad del siglo XX todavía se mantuvieron
con gran fuerza los prejuicios raciales. Y es que, durante sus dos primeras décadas, las corrientes
migratorias fueron particularmente intensas.
2. Franz Boas y los estudios
sobre población
El joven Boas |
El racismo también estaba muy arraigado en EEUU, a pesar de ser un país de inmigración desde sus mismos
comienzos. Se había extendido la creencia de que los pioneros de origen nórdico habían tenido una perfecta
integración y un gran éxito social, mientras que
las oleadas posteriores de inmigrantes-irlandeses, judíos, italianos, eslavos y asiáticos-, constituían un peligro por sus
idiomas ininteligibles y sus estilos de vida diferenciados, que los hacían inasimilables. El
problema que provocaba particular temor era que la mezcla racial con los nuevos
inmigrantes pudiera generar un retroceso en los índices de fertilidad y
salud.
3. Ellis, “La isla de las lágrimas”
La Isla de Ellis era la principal aduana portuaria de entrada a Norteamérica para los inmigrantes. Entre 1892 y 1954, 12 millones de pasajeros pasaron allí la inspección legal y médica previa a obtener la autorización de ingreso en aquella tierra de promisión. Con una superficie de 0.24 km², el primer año de su funcionamiento las instalaciones de la isla ya recibieron a 450.000 inmigrantes y, en el año cumbre- 1907- fueron más de un millón. De acuerdo con los minuciosos registros conservados, el 17 de abril de ese año se alcanzó la cifra récord de entrada: 11.747 recién llegados. Lo primero que tenían que hacer era rellenar un cuestionario sobre sus datos personales, formación profesional, estado de salud y el dinero que traían. Algunos sólo permanecían allí entre 2 y 5 horas.
Los menos afortunados, aquellos visiblemente enfermos después de la agotadora travesía del Atlántico, se quedaban en cuarentena o ingresados en el hospital, o incluso eran enviados de vuelta, de donde vino el nombre de la “Isla de las lágrimas” o “de los corazones rotos”. Unos tres mil inmigrantes fueron rechazados por sus enfermedades contagiosas, antecedentes criminales o insania mental, una cifra insignificante sobre el total. A las autoridades norteamericanas les preocupaban también los inmigrantes que carecían de una profesión con que ganarse la vida, porque entonces podían representar una carga para la beneficencia pública.
A corta distancia de la Estatua de la Libertad, en aquel gueto, remedo de la Torre de Babel, podían escucharse simultáneamente hasta 12 lenguas diferentes. Los inmigrantes se alojaban en enormes dependencias y acudían a comedores con capacidad para mil personas. De aquel lugar de esperanza y dolor nacieron los Estados Unidos que hoy conocemos: 100 millones de norteamericanos, un tercio de su población total, cuenta con ancestros que soportaron en la Isla de Ellis un auténtico ritual de paso.
4. Un encargo malintencionado
En ese año de máxima
afluencia de viajeros, la Comisión de Inmigración encomendó al prestigioso Boas la realización de un estudio sociológico y biológico al
respecto. El secreto designio de las autoridades de inmigración era obtener un
respaldo científico para las medidas de restricción contra determinados flujos
migratorios que consideraban perniciosos. Lo que se le encargó que averiguase
eran las condiciones de la selección humana en los procesos de
inmigración; determinar los cambios producidos en los niños nacidos fuera de
Estados Unidos una vez allí; y las diferencias con los ya nacidos en el país de acogida.
Entre 1908 y 1910 el antropólogo analizó las medidas corporales de 18.000 individuos (judíos del Este, bohemios, napolitanos, sicilianos, húngaros y escoceses), dividiéndolos en cuatro grandes áreas: norte, sur, centro y este de Europa. Para alcanzar conclusiones relevantes, se fijó particularmente en el rasgo anatómico que se consideraba más estable: la forma de la cabeza. A lo largo de su investigación descubrió que los tipos humanos eran infinitamente más plásticos de lo que se había pensado. A la luz de sus resultados, el índice cefalico resultó un factor completamente irrelevante. Las mujeres “mestizas” tenían un promedio de dos hijos más que las de “sangre pura”, y su progenie era más alta. En definitiva, la mezcla racial tenía efectos favorables sobre la descendencia. Boas no negaba la existencia de razas en tanto que diferencias biológicas, pero sí la supuesta superioridad de alguna de ellas sobre las demás. Para el antropólogo, existía una unidad psíquica esencial de la humanidad y las diferencias entre grupos residían en las culturas desarrolladas en contacto con el medio. La civilización occidental, altamente mecanizada, era una más y no necesariamente la mejor. La idea de raza pura no era más que una fantasía sin soporte científico. Las guerras, los procesos migratorios, el comercio…habían dado lugar, a lo largo de la historia, a un gran crisol racial.
Así escribió: “Espero que los argumentos expuestos en estas páginas hayan demostrado que
los datos de la Antropología nos enseñan a tener una mayor tolerancia con las
formas de la civilización que se diferencian de las nuestras, y que
aprenderemos a mirar a las demás razas con mayor simpatía y con la convicción de que, al igual que todas
las demás razas contribuyeron en el pasado al progreso cultural de una u otra
forma, así también serán capaces de coadyuvar
a los intereses de la humanidad; basta con que estemos dispuestos a darles una
oportunidad justa”.
Las demoledoras conclusiones
de Boas en La inteligencia del
hombre primitivo (1911), sin
embargo, tardaron bastante en imponerse en Estados Unidos. Aunque los
discípulos del gran maestro, como Margaret Mead, insistieron en el peso de la
cultura frente a los factores biológicos para explicar las
condiciones diferenciales de cada pueblo, los prejuicios raciales siguieron siendo
muy intensos hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Sólo entonces se asoció claramente el nazismo que tanto odiaban los norteamericanos a las ideas
racialistas en que aquel se basaba, y se enarboló la bandera de la democracia junto al rechazo a los prejuicios raciales,
al menos respecto de los inmigrantes de origen europeo.
5. Lewis W. Hine, un sociólogo tras la cámara
Lewis Hine es otro personaje admirable a la altura de Boas. Nació en 1874, en un pueblo del estado de Wisconsin y, cuando se quedó huérfano de padre, tuvo que ponerse a trabajar en una fábrica para pagarse los
estudios. En 1898 se matriculó en la Universidad de
Chicago. Se trataba de la tercera ciudad de Estados Unidos por su población, y había experimentado un
crecimiento brutal: de 4470 habitantes en 1840, cuando era una
ciudad más de frontera, había pasado a 1.1 millones en 1890, y llegaría a alcanzar 3.5 millones en
1930. En aquella ciudad en plena transformación, los inmigrantes eran la tónica dominante: la mitad de
los habitantes había nacido fuera del país, y los excesos de un capitalismo desenfrenado se
traducían en continuas huelgas, sublevaciones y tumultos, en una sociedad con
tremendos contrastes. La joven Universidad de Chicago había sido fundada en 1892, bajo
el patrocinio de Rockefeller, y muy pronto surgió en ella una Escuela Sociológica de fama mundial, que
daría
grandes nombres a la Antropología, como Robert Redfield, Louis Wirth y Oscar Lewis.
Para ellos, resultaba fácil ver la ciudad como un inmenso laboratorio social,
en el que tenían lugar novedosas dinámicas de mestizaje, y estrategias de adaptación y resolución de conflictos de acuerdo
con reglas culturales en constante remodelación. No estudiaban ya solo
sociedades primitivas, remotas y cerradas sino grupos urbanos, en el seno de
sociedades abiertas, extensas y complejas. En 1915 Robert Ezra Park
escribió: “Hasta aquí la antropología, la ciencia del hombre, se
ha consagrado al estudio de los pueblos primitivos. Sin embargo, el hombre
civilizado es un objeto de estudio también interesante, sin contar
que es más fácil de observar y estudiar. Los métodos de observación utilizados por antropólogos como Boas y Lowie para
estudiar la vida y las costumbres de los indios de América del Norte pueden ser
aplicados de una manera aún más fructífera en los estudios de las costumbres, las
creencias, las prácticas sociales y las concepciones de la vida que reina en los barrios
de la Pequeña Italia o en los barrios bajos de lado norte de Chicago”.
En la Universidad de Chicago, Hine fue alumno de John Dewey, el filósofo pragmático, y entró en contacto con los reformistas sociales que aspiraban a conseguir un orden social más justo humanitario. Después Hine comienza a dar clases en la Ethical Culture School de Nueva York, un centro pedagógico experimental. En 1904, su director le encomendó el uso de la cámara para documentar las actividades realizadas en la escuela. Se trataba de un aparato de fuelle muy pequeño y sencillo, de 13 por 18, con trípode y flash de magnesio pero que, en manos de Hine, se convirtió en una herramienta verdaderamente eficaz al servicio de la Sociología, disciplina que siguió estudiando en las Universidades de Columbia y Nueva York.
5. Inmigrantes en la isla de Ellis
Antes
de los trabajos de Boas, entre 1904 y 1909 Hine se dedicó a realizar fotografías en la Isla de Ellis y allí descubrió su verdadera vocación profesional. Trató de plasmar con imágenes persuasivas las
miserables condiciones de hacinamiento de estos seres desarraigados, con objeto
de sensibilizar a la opinión pública. Recorriendo por tierra y mar largas
distancias cada día, cargado con su pesado equipo, llevó a cabo una tarea titánica que recogió en la serie de fotografías Ellis
Island, scenes and personalities. Mientras
esperaban para pasar las pruebas médicas y psicológicas, Hine los fotografió solos o en familia, con sus ropas sucias y arrugadas, mal afeitados,
los niños llorando…
Contra la masa informe y amenazante que veían los acomodados burgueses, el fotógrafo se esforzó por captar su digna humanidad. No le fue fácil, sin embargo, tomar esas valiosas imágenes que hoy nos transmiten, de manera vívida, el ambiente real en que se movían los inmigrantes recién llegados al Nuevo Mundo. Primero tenía que convencerlos para que aceptasen posar, a veces por señas. Después, el precario desarrollo de la técnica fotográfíca de la época hacía que el proceso fuera extremadamente lento y trabajoso: colocar la cámara sobre el trípode, disponer la placa, elegir la lente, enfocar, decidir la apertura del diafragma en función de la luz y la velocidad del disparo, y que el flash no alterarse la expresión del retratado. Nada que ver con la rapidez con que usamos la cámara hoy en día.
Hine intentó escribir con luz no lo que vemos del mundo sino las relaciones sociales que lo constituyen, que están en su base, y elaboró con sus fotografías muchos paneles expositivos con fotomontajes, que le sirvieron también para las numerosas conferencias divulgativas que impartió.
6. La batalla contra el trabajo infantil
En
1906 Hine se incorporó a la Investigación Pittsburgh, en uno de los
principales centros industriales del país. Se trataba de un auténtico estudio sociológico en un marco urbano. El
año siguiente fue contratado por el Comité Nacional por el Trabajo de los Niños (NCLC), para el que llevó a cabo una impresionante labor fotográfica durante diez años. Hine
consiguió poner en evidencia los abusos en la explotación de la mano de obra
infantil.
Comenzó investigando el trabajo que se encomendaba a los niños en sus propios domicilios, una costumbre muy difundida entre los inmigrantes que vivían en barracas populares a las afueras de Nueva York.
Comenzó investigando el trabajo que se encomendaba a los niños en sus propios domicilios, una costumbre muy difundida entre los inmigrantes que vivían en barracas populares a las afueras de Nueva York.
Aunque
algunos estados tenían legislaciones protectoras del trabajo de los jóvenes, los vacíos legales daban pie a
situaciones intolerables. En 1908 Hine recorrió 12.000 millas por
todo el país fotografiando niños empleados en molinos, minas, vendiendo
periódicos, en fábricas textiles, en los campos de algodón…
A veces los dueños de las fábricas le prohibían el paso, así que optó por esconder la cámara y hacerse pasar por inspector de incendios. Aunque algunos encontraron sus imágenes poco impactantes, lo que Hine pretendía no era el tremendismo sino reflejar la realidad que encontraba a su paso: niños de expresiones dulces, con sus sueños infantiles rotos, atados a un marco inapropiado para su crecimiento personal. Era la “cultura de la pobreza” de la que hablaba Oscar Lewis, que los mantenía atados al fracaso vital.
Lewis consideraba esa pobreza como una consecuencia directa del capitalismo, que transmitía a los explotados unos valores y actitudes de resignación ante las élites dominantes. Esos niños de 6-7 años, según Oscar Lewis, habían asimilado las nociones básicas sobre el orden jerárquico entre explotadores y sometidos, que les impedía aprovecharse de las posibilidades de mejora en su estilo de vida. Su temprana inserción en el sistema laboral los ataba perpetuamente a esa cultura de la pobreza.
Hine no era un fotógrafo que se limitara a proporcionar imágenes subordinadas a un texto, sino que él mismo creaba los textos que ilustraban sus fotografías, en lo que llamaba photo-study. Como ejemplo, la imagen tomada en 1917 a Frank Hastings, que “dice haber cumplido el mes anterior 14 años y que trabaja para la Metropolitan Messenger and Mailing Co”… “Por la mañana temprano, a la altura del 107 de Hampshire Street, pasa por delante de un escaparate que anuncia con grandes letras Dulces saludables para niños”.
Hine llevaba a cabo verdaderas “investigaciones fotográficas”, guiadas por un fuerte compromiso personal con la reforma de las condiciones de vida y trabajo de los marginados: “Quiero fotografiar lo que necesita ser apreciado, quiero fotografiar aquello que necesita ser corregido”. Eran sus pensamientos en imágenes, una forma sui géneris de sociología aplicada que, a la vez que mira y registra la realidad de manera (pretendidamente) neutra, trata también de provocar una reacción para cambiarla. Y digo pretendidamente porque, como nos enseña la Antropología, ninguna mirada puede ser completamente objetiva. Todos enfocamos el mundo circundante y lo traducimos en palabras o imágenes a través de nuestro bagaje de valores y preconceptos; lo coloreamos con nuestras personales intenciones, aunque no seamos conscientes de ese proceso. Pero es cierto que hay estudios más cargados de ideología que otros. Con un afán de neutralidad digno de encomio, Hine intentó que las desoladoras escenas que encontraba en los lugares de trabajo hablaran por sí mismas al espectador, sin forzar el dramatismo implícito en ellas.
En 1916 el Congreso norteamericano finalmente aprobó una legislación protectora del trabajo de los niños, la Keating-Owen Act, que introdujo restricciones al empleo de menores de 14 años en fábricas y tiendas. Owen Lovejoy, presidente del Comité contra el trabajo infantil, aseguró que el esfuerzo realizado por Hine fue la razón más importante para esa reforma, gracias a que consiguió atraer la atención pública hacia el problema.
7.
Una nueva mirada a la realidad social
Durante
la Primera Guerra Mundial, Hine fue comisionado por la Cruz Roja norteamericana
a Europa, donde documentó las condiciones de vida de los civiles en Francia y Bélgica bajo el impacto de la
contienda bélica. Siempre luchador, a su vuelta a EEUU se sumó a la campaña para mejorar las condiciones de seguridad en el trabajo de
los obreros. En esa época se produjo un cambio en
su visión acerca del papel de la fotografía, en la que acentuó los aspectos estéticos y simbólicos frente a los puramente
documentales. Lo que se esforzó entonces en transmitir, junto a las condiciones
de vida de los marginados, era que toda la prosperidad material de que
disfrutaba aquella opulenta sociedad era el resultado del trabajo de los
hombres.
"He trabajado en muchas fábricas y conocido a miles de obreros. Aquí les presento algunos; muchos son unos héroes, y todos son personas que es un privilegio conocer. Les llevaré al corazón de la industria moderna, allí donde se construyen las máquinas y los rascacielos, donde el espíritu de los hombres se incorpora a los motores, aviones y dinamos de los que depende la vida y la felicidad de millones de nosotros.
De esta manera, cuanto más sepan Vds. de las máquinas
modernas, tanto más podrán también respetar a los hombres que las construyen y
las manejan” (Lewis Hine, 1932)
Entre
1930 y 1931 fotografió la construcción del Empire State Building.
Sus célebres
fotografías de los obreros en ese emblemático edificio, verdaderamente
impactantes, las tomó suspendido en una cesta a 400 metros sobre la Quinta Avenida. Men at Work (1932), que recopila esas imágenes, fue el único libro que el autor vio
publicado vida. Y es que sus aciertos profesionales no vinieron acompañados por
una compensación económica paralela. Hine apenas ganaba para vivir.
Durante
la Gran Depresión viajó Arkansas y Kentucky a
fotografiar los efectos de la desoladora sequía en el Valle del Tennessee. Como
uno de aquellos desposeídos que tantas veces retrató, al final de sus días Hine perdió su casa por no poder pagar la hipoteca y murió poco después, con 66 años, en medio de una extrema miseria. Era el año 1940.
Hoy está considerado unánimemente
como el padre del fotoperiodismo y como autor de algunos de los más potentes
iconos que pueblan nuestro imaginario colectivo. Franz Boas y Lewis W. Hine,
con su elevación de miras y entrega al servicio de la humanidad, son verdaderos
héroes a
los que deberíamos rendir permanente tributo.
Fuentes
consultadas:
Sobre
Lewis Hine
- La mirada humanista de Lewis Hine, www.arndigital
- Lewis Hine: Grandes Maestros, www.puntoenfoque.es
- Hine, Lewis Wickes: MCN
Biografías.com
- La fotografía social de Lewis Hine,
Nicola Mariani
- Lewis Hine, Wikipedia en español
y en inglés
- Exposición de Lewis Hine, el padre de
la fotografía social, en Valladolid, en FotografoDigital.com
- Entrada Lewis Hine en el blog Cada día un fotógrafo/Fotógrafos en la red
- Retrato de mirada sociológica con cámara.
Considerando los textos verbovisuales de Lewis W. Hine, de Andrés Dávila
Legerén
- La Escuela de Chicago. Sus
aportes para la investigación en ciencias sociales, Fernando J. Azpurúa Gruber
- Wikipedia, entrada Escuela
Sociológica de Chicago
- Wikipedia, entrada Ellis Island
Sobre
Franz Boas:
- Introducción histórica a la antropología del parentesco, Juan Martínez Aranzadi
Muy interesante artículo dedicado al padre del Relativismo Cultural
ResponderEliminarBoas, y este importantente sociólogo del que desconocía su labor divulgativa, y de denuncia, colocado tras el objetivo de su cámara para hacer visible el drama humano de tantas familias, que llegaban a la Isla de Ellis, buscando su sueño americano, incorporados al hostil y duro engranaje industrial. Pus rostro a la explotación infantil y combatió para lograr regular las condiciones laborales de la población emigrantes. El epígrafe 4:" Un encargo mal intencionado " creo que resume muy bien las conclusiones de los estudios científicos de Boas, cuyos resultados no contentaron a la Comisión que buscaba reforzar lo pernicioso del abundanteese flujo migratorio. Boas con actitud valiente, a la luz de los resultados de su investigación, defendió sus tesis: la mezcla racial tiene efectos favorecedores sobre la descendencia. Niega la pretendida superioridad de unas razas sobre otras. Y enuncia que para él hay una única raza humana y que las diferencias entre grupos, entre unos pueblos y otros, residen en las culturas desarrolladas en contacto con su medio ( cito casi literal) Apela a la tolerancia, a la igualdad de trato. La sociedad burguesa americana se mostraba resistente a aceptar estas bases, aceptar que los marcadores culturales pesaban sobre los biológicos. Y aquí explicas muy bien cómo se produce el cambio de ideas , lefectos, el impacto que causó sobre los ciudadanos americanos la Segunda Guerra mundial y dices que sólo es entonces cuando
asoció el nazismo, tan odiado por ellos, a las ideas racialistas en las que el nazismo se basaba, y fue así como la sociedad comenzó a rechazar los prejuicios raciales que habían mantenido hacia los inmigrantes de origen europeo. Esta entrada me ha servido para recordar lo estudiado, refrescar ideas. Fue a partir de Boas que la palabra " razas" , por su connotación negativa, se fue eliminando del discurso en clase. Sólo debiamos valorar la existencia de una única raza, la humana, y a ella incorporar todas las étnicas, todos los pueblos , con sus diferencias culturales, pero sin subestimar a unas sobre otras.
Bueno, quedaba camino por andar, pero Boas significó un gran avance. Puedo escuchar aún la voz de uno de mis profesores diciendo a pleno pulmón; HUYAMOS DE LOS ESENCIALISMOS IDENTITARIOS!!! Muchas gracias Encarna.