"LA CARTA ROBADA": POE Y LACAN DESCIFRAN EL INCONSCIENTE
En 1844 Edgar Allan Poe publicó La carta robada ( http://ciudadseva.com/texto/la-carta-robada/) , la última de las historias de su famoso personaje Auguste Dupin, con el que sentó las bases del género detectivesco que tanto éxito alcanzaría en manos de Conan Doyle desde 1887. La historia relata cómo Dupin recupera una comprometedora carta de la reina de Francia, que había sustraído el Ministro para demostrar su poder. Aunque la policía registra la casa del Ministro continuamente, no es capaz de encontrar la deseada misiva. Pero a Dupin le basta una visita al político para localizar el preciado documento. En 1959 Jacques Lacan convirtió este relato en materia de un famoso seminario con el que pretendía explicar el funcionamiento del inconsciente como un lenguaje. Y en el corazón de ese trabajo, el robo sagrado del poder, la legitimidad, la autoridad...
1. Una carta llega siempre a su destino.
1. Una carta llega siempre a su destino.
PARA MÁS INFORMACIÓN, PINCHA EN LEER MÁS
A mediados del siglo XIX Baudelaire
tradujo al francés las extraordinarias narraciones de Edgar Allan Poe, -entre ellas, The purloined letter, "La carta robada"-, fascinado por el poder subversivo de dichas
historias contra los acomodaticios valores burgueses de sus
conciudadanos pero, sobre todo, por la "manía filosófica"
de Poe, su
facilidad para engastar en sus extraños relatos, como irregulares
perlas barrocas, construcciones esotéricas capaces de perturbar sistemas filosóficos pretendidamente cerrados y
autosuficientes .
Un siglo después, en el mismo lugar y en un
contexto social igualmente conformista, que pronto habría de
transformarse, en Mayo de 1968, en parte por las revolucionarias enseñanzas del Jacques
Lacan, este recuperó la "Carta" de
Poe, acompañada de una subversiva apostilla a Freud. Esa reinterpretación era fruto de otro mensaje entonces casi olvidado, el de Die
Traumdeutung (1.900). "La interpretación de los sueños" advertía cómo el inconsciente está estructurado como si fuera un lenguaje, según demuestran sus cuatro
formaciones básicas: el síntoma, el sueño, el acto fallido y el
chiste, a las que, por su parentesco con las anteriores, deberíamos
añadir el lenguaje poético.
Pero ¿qué tiene de particular la narración de
Poe para
haber desatado tantos ríos de tinta en la literatura psicoanalítica? Después de todo, el tema del ladrón robado no deja de
ser típico del vaudeville, con una moraleja evidente de rancio sabor burgués. Sin embargo,
ya Henri Bergson
en La risa (1904) había intuido las profundas conexiones de esa idea
con el dominio de las estructuras lingüísticas. He aquí
su receta para tal comedia: se coge una metáfora, una frase o un
razonamiento,-o, por qué no, una acción-, y se vuelve contra
quien los pronunció, o hizo, hasta
que el sujeto acaba por quedar envuelto en las redes del lenguaje.
También Freud había
puesto en evidencia la falacia del cogito
cartesiano mediante la fórmula Wo es War, soll Ich
verde. Si la misma se entiende como
pienso donde no soy, luego soy donde no pienso, nos obliga a concluir que el yo es un juguete del pensamiento y, por ende, del
lenguaje que lo gobierna. Este es uno de los grandes aciertos de Lacan
que, con un audaz golpe de mano, como el de su alter
ego Auguste Dupin, el protagonista absoluto de La
carta robada, recupera
la herencia de Freud
limpia de vínculos con los pensadores freudistas, que la habrían desvirtuado. Más allá del campo práctico inmediato de la terapia individual, Lacan consigue reinstalar al psicoanálisis en el corazón de la filosofía, al rescatar para el mismo el papel de reflexión sobre el sujeto y sus escisiones. Con ello vendría también a hacerse eco de otra candente
división a otro nivel, la existente entre las diferentes clases sociales. El otro acierto de Lacan, atento a las preocupaciones existencialistas de posguerra, fue analizar la posibilidad de un espacio abierto a la
intersubjetividad como lugar para la comunicación verdadera. El modelo que utiliza para ello es el de la relación analista-enfermo, planteando la cura como una dieta de palabra plena y baja en vanas pretensiones metafísicas, aunque sin renunciar a la apertura hacia la trascendencia.
Sin embargo, Lacan es, paradójicamente, víctima de un idealismo
trascendental que traiciona la sencillez de su mensaje. El
Falo, significante del deseo, que es la única verdad del sujeto,
símbolo de la formación de la cultura y férreo rector del
funcionamiento del lenguaje y de las relaciones humanas en general, se convierte en su obra en una versión remozada de otros arjés
vigentes en diversas épocas
anteriores de la historia de la Filosofía occidental: el Nous
de Anáxagoras, el Uno parmenídeo, el Logos
platónico, la divinidad en la Edad Media o el Espíritu absoluto
hegeliano, entre otros. Desde la trascendentalidad que solapadamente se introduce en su obra, se comprende que la historia
del robo que cuenta Poe es para él mucho más que una anécdota de política de boudoir
en las cortes europeas del siglo XIX, sino que se
erige en una grandiosa metáfora acerca de las relaciones entre el hombre
y Dios- y sus intermediarios-, las cuales solo pueden estar basadas en el
robo como vía de adquisición del conocimiento. Así ocurre con
Prometeo en la cultura griega o con Adán y Eva en la tradición judeocristiana. En el texto de Poe, el Ministro, un advenedizo que ha alcanzado el éxito en política, se
atreve a sustraer a un alto personaje, la Reina, revestida de
divinidad por compartir con el monarca el maná
derivado de su investidura regia, un secreto que atenta
directamente contra la seguridad del trono. El detective aficionado Dupin-el héroe, el
joker, el psicoanalista-, restaura a su lugar divino la peligrosa carta robada, que es "sagrada". La palabra sacer tiene un doble sentido etimológico: algo maldito o execrable, por
vulnerar las leyes sociales; o bien un objeto consagrado a los dioses. Así sucede en el relato de Poe, en tanto que se convierte en una pieza clave para la subsistencia de una
monarquía impugnada y, por ello, inestable. En el fondo, de lo que trata la historia de Poe es de cómo los seres ordinarios pueden obtener poder a costa de los dioses y sus representantes en la tierra, los monarcas ungidos. En ese sentido, reproduciendo la trayectoria de la valiosa carta, Lacan acaba perpetrando un robo
sagrado similar, al sustituir a la religión institucionalizada en la
función divina de curar el alma-psique, transformando el papel del psicoanálisis en una teología negativa o en una terapia mística.
Hay un
aspecto básico que han desatendido los muy numerosos
y diversos abordajes del Seminario
sobre la carta de Lacan, tal vez por su más aparente vinculación del texto
con la temática lingüística. No obstante, debemos recordar que el desencadenante esencial de la historia, sin el cual la trama
detectivesca del cuento no podría haber sido pensada, es
la extraña capacidad de algunos personajes para descubrir lo que otros no pueden encontrar pese a su presencia manifiesta. Y es que no es lo mismo ver que mirar. Ya
Freud había considerado la mirada
como una acción pulsional cuya satisfacción genera y consume
energía . Más tarde, Lacan incrementó las pulsiones básicas, definidas por Freud en relación a las funciones biológicas y aperturas del
cuerpo más evidentes,- la oral y la anal-, añadiendo otras
dos pulsiones esenciales, la escópica o visual y la invocante u
oral, resultantes de otros modos más sutiles de
establecer la relación con el mundo: la mirada y la voz. Aunque abordó su estudio in
extenso en 1963 después del Seminario
sobre la carta, en este ya se ocupa de ellas. A los tres términos, tiempos y
lugares estructurantes del drama de Poe se asocian tres miradas diferentes: la primera es la que no ve (la de los representantes de la ley);. la segunda ve que la primera no ve nada y se engaña
creyendo a cubierto lo que esconde: es la mirada de la Reina
y, después, la del perverso Ministro; la tercera es la que ve al descubierto lo que debería esconderse. Es la del Ministro y, más
tarde, la de Dupin. Paralelamente, Lacan correlaciona las escenas del drama con dos
diálogos diferentes: primero, la conversación entre el Jefe de Policía y
Dupin, es decir, la imposible comunicación entre un sordo y
otro que oye; y, en segundo término, el discurso de la
intersubjetividad que busca la verdad en la que se
constituye al otro.
Comencemos el análisis con la función escópica y su capacidad para descubrir el ser a través de la mirada, partiendo del desarrollo del psicoanalista Juan David Nasio 1. Según éste, las imágenes visuales del mundo percibidas por el yo se convierten en parte de su sustancia, permitiendo la constitución entre ambos de una dimensión imaginaria, continua y sin ruptura, en la que el yo se reconoce como tal. Sin embargo, la aparente solidez de ese yo, creado especularmente a semejanza de los otros, solo esconde a duras penas su real fragmentación en un conglomerado de imágenes en cuyo núcleo, como en el de una cebolla, se encuentra el "falo imaginario", el ser con el que el yo está indentificado y que constituye su esencia sexual. Este "falo", -concepto a la par imaginario y simbólico, que Lacan distingue con toda nitidez del órgano sexual correspondiente-, sería en realidad una imagen muy especial, como una película o sustancia translúcida que cubre, oculta y a la vez muestra el goce que anima al yo como su único motor y que, como una suerte de cola fluida, mantiene cohesionadas las imágenes que lo envuelven. Esta disgresión viene al caso porque si en el acto de ver el yo es el que se dirige a la cosa, en el mirar, por el contrario, es una imagen provocada por la cosa, como foco de luz vibrante e irradiante entre sombras, la que sorprende al yo cegándolo y provocando, al mismo tiempo, un instante de lucidez y fascinación que solo se capta a nivel inconsciente. Para Nasio ese brillo que arrebata la mirada es, precisamente, la imagen fálica captada de modo directo sin su cobertura habitual, lo que constituye una experiencia límite. De este modo pueden explicarse el enamoramiento y otras experiencias ligadas al erotismo, como la intensa vivencia subjetiva provocada por la obra de arte o el éxtasis místico pero también, podría pensarse, experiencias cotidianas no menos trascendentales como la consecución de una intersubjetividad plena. También Heidegger y Merleau Ponty nos recuerdan que el encuentro con el otro se produce primordialmente con la mirada, tanto como con la palabra. Para Lacan, por su parte, la mirada es el deseo que tiene el Otro de ser reconocido, por cuyo motivo constituye un elemento tan básico en la terapia psicoanalítica como la voz o el silencio.
Comencemos el análisis con la función escópica y su capacidad para descubrir el ser a través de la mirada, partiendo del desarrollo del psicoanalista Juan David Nasio 1. Según éste, las imágenes visuales del mundo percibidas por el yo se convierten en parte de su sustancia, permitiendo la constitución entre ambos de una dimensión imaginaria, continua y sin ruptura, en la que el yo se reconoce como tal. Sin embargo, la aparente solidez de ese yo, creado especularmente a semejanza de los otros, solo esconde a duras penas su real fragmentación en un conglomerado de imágenes en cuyo núcleo, como en el de una cebolla, se encuentra el "falo imaginario", el ser con el que el yo está indentificado y que constituye su esencia sexual. Este "falo", -concepto a la par imaginario y simbólico, que Lacan distingue con toda nitidez del órgano sexual correspondiente-, sería en realidad una imagen muy especial, como una película o sustancia translúcida que cubre, oculta y a la vez muestra el goce que anima al yo como su único motor y que, como una suerte de cola fluida, mantiene cohesionadas las imágenes que lo envuelven. Esta disgresión viene al caso porque si en el acto de ver el yo es el que se dirige a la cosa, en el mirar, por el contrario, es una imagen provocada por la cosa, como foco de luz vibrante e irradiante entre sombras, la que sorprende al yo cegándolo y provocando, al mismo tiempo, un instante de lucidez y fascinación que solo se capta a nivel inconsciente. Para Nasio ese brillo que arrebata la mirada es, precisamente, la imagen fálica captada de modo directo sin su cobertura habitual, lo que constituye una experiencia límite. De este modo pueden explicarse el enamoramiento y otras experiencias ligadas al erotismo, como la intensa vivencia subjetiva provocada por la obra de arte o el éxtasis místico pero también, podría pensarse, experiencias cotidianas no menos trascendentales como la consecución de una intersubjetividad plena. También Heidegger y Merleau Ponty nos recuerdan que el encuentro con el otro se produce primordialmente con la mirada, tanto como con la palabra. Para Lacan, por su parte, la mirada es el deseo que tiene el Otro de ser reconocido, por cuyo motivo constituye un elemento tan básico en la terapia psicoanalítica como la voz o el silencio.
Sin embargo, pese a que Lacan
advierte con claridad el poder desencadenante de la mirada en el
relato de Poe, en el Seminario no explica en qué reside esa distinta capacidad del Ministro y de Dupin para
descubrir la presencia de la carta frente a la ostentosa e incomprensible
ceguera del Rey y de la Policía. Pero si desde los razonamientos
anteriores es fácil identificar la carta robada con el falo simbólico, también se entiende cómo quienes encarnan su ley son ciegos a la circulación del deseo, inicialmente
el de la Reina, después el del Ministro y más tarde el de Dupin.
Debe advertirse que, aunque no se nos dice cuál es el contenido del mensaje circulante, sin duda debía de ser comprometedor para la
Reina, seguramente por desconocer su deber de lealtad matrimonial en una
aventura galante. Por su parte, el Ministro, que desea atacar a la
Reina, lo hace con la solapada intención de dar jaque al Rey. Y
por último Dupin, al declararse partidario de la Dama y ayudarla
a la recuperar carta a su lugar, ocultando los hechos al Rey, contribuye a que la ley fálica que este representa se mantenga
en pie aunque sea vulnerada. Como sostiene
Lacan, hasta el desconocimiento del
pacto entre el monarca y los súbditos y los esfuerzos para restaurarlo son índices de
su vigencia entre los personajes de la historia. La carta-falo, a la vez visible y oculta entre las
sombras de lo que está fuera de la ley, se erige también en símbolo de la
aletheia
y del encuentro con el ser, escondiéndose donde se ofrece del
modo más verdadero, esto es, en el lugar del deseo. No obstante, antes de seguir avanzando en los complejos conceptos lacanianos, necesitamos realizar algunas
consideraciones acerca de su teoría del signo y
sobre la metáfora paterna en tanto religio.
Auguste Dupin |
Es bien conocido el proceso mediante el cual
Lacan
parte del estructuralismo de Lévi-Strauss
y de la teoría del signo de Saussure
para acabar subvirtiendo por completo el sentido de ésta en su
aplicación al inconsciente. Ello no debería resultar extraño si
se concibe el universo simbólico como el país al otro lado del
espejo de la realidad, que devuelve una imagen inversa a la
recibida2. En efecto, si en la constitución y funcionamiento del signo
saussuriano como unidad existía un equilibrio entre
significante-sonido y significado-idea, tal vez con acento en ésta, Lacan se
complace en borrar ese paralelismo en favor de una preponderancia
absoluta del primero, fortalecido por una barrera o corte
infranqueable entre ambos aspectos que asegura la completa autonomía
del significante y permite su constante desplazamiento respecto al
significado. Por tal motivo, el significante se resiste a la
significación, es decir, el síntoma aparece a la conciencia
repetidamente, en momentos y lugares distintos, con disfraces cada
vez más sofisticados que lo alejan progresivamente de su verdadero
sentido, razón por la cual al mismo tiempo el sujeto es
castigado por su deseo prohibido y consigue su satisfacción vicaria
mediante el significante-síntoma que escapa a la censura con su
permanente desplazamiento, como ocurre con el esquema típico de la
neurosis, si bien puede generalizarse como mecanismo explicativo
del pensamiento inconsciente. Lacan
concibe por ello el significante como lo que representa un sujeto
para otro significante, y solo cobra relevancia mediante su repetición. Las leyes que guían sus pasos y permiten
interpretarlos, ahora tomadas en préstamo a Jakobson, son las de la metáfora y la metonimia. En la primera se designa
algo a través de otra cosa. Mediante la sustitución operada por similitud se produce una
condensación . En la metonimia lo que hay es un desplazamiento
del significante por las relaciones de contigüidad entre materia y
objeto, continente y contenido, la parte y el todo o la causa y sus
efectos. En este traslado del deseo del sujeto hacia algo
irrelevante para la conciencia se consuma la ausencia del ser, pues
con ello se difiere perpetua e incesantemente el reconocimiento del
deseo. Por el contrario, en la metáfora, se dice la verdad de
forma oblicua, atrayendo al ser que primero se ha negado mediante el poder
evocador de su mensaje, igual que en el juego del Fort-da,
de la ausencia-presencia. Esto es precisamente lo que ocurre con la
carta-significante, que ejemplifica a la par el desplazamiento y el
retorno al origen para la restauración de la ley fálica como
promesa de curación. En sus evoluciones instituye el lugar de los
sujetos, operando una metamorfosis de cada detentador. Así, la personalidad femenina de la Reina se contagia al Ministro,
quien incluso se atreve a ocultar la misiva sustraída a aquélla
bajo una dedicatoria de mujer con su inicial D., que curiosamente
coincide con la de su sucesor Dupin, el cual a su vez llega a
declararse su gemelo en la misiva en la cual perpetra su femenina
y refinada venganza. Entre los sujetos del drama se entabla,
además, un juego de perversiones. Así, el discurso de la Reina es
el de la histérica, que desea poseer el falo a costa de la
castración del varón-Rey. Por tal motivo Lacan
augura, como desenlace previsible de
la historia, una vez que consigue arrebatar la carta al Ministro,
que la Reina se enamorará de éste porque también ha conseguido
castrarlo3.
El Ministro, por su parte, ejecuta el robo por puro narcisismo,
para vindicar un ascendiente perverso sobre la Reina,- y , en
consecuencia, sobre el Rey-, abusando de la posesión de su
secreto. Cada vez que éste circula paraliza tanto al ladrón como
a la víctima, pues ni la Reina ni el Ministro pueden evitar ser
cada uno robado por el otro. Es el efecto de transformación del
ser, al apoderarse del mismo la palabra que hace al sujeto un
títere del lenguaje .
La Policía, por último, se regocija de la
supuesta ignorancia del Ministro acerca de sus incesantes registros
cuando, como ocurre con el deseo del obsesivo4, cuya conducta repiten los guardianes de la ley con sus minuciosos y
baldíos rituales de búsqueda, su intervención es un secreto a
voces. De género distinto es la perversión que muestra Dupin,
quien hace cómplices de su triunfo sobre el Ministro tanto
a su amigo como a la Policía, deleitándose por anticipado con el
chasco de aquél al descubrir el poder que se le ha escapado. Y es que, aunque
la historia de los robos pudiera presentarse como simétrica, en
realidad la repetición introduce en el significante-síntoma una
sofisticación progresiva que se asocia al incremento del goce
como tensión inconsciente. Esa repetición es un concepto que
Freud
toma de Kierkegaard
pero variando por completo su significación metafísico-religiosa. En Más allá del placer
fundamenta la Wiederholungszwan, la obsesión de repetición o repetición compulsiva , en el
instinto de muerte del yo, la tendencia innata de lo orgánico a la
reconstitución de su estado anterior inanimado,-como en virtud de
las leyes de la inercia-, en lucha con el deseo sexual tendente a
reproducir incansablemente la vida. Esta es la clave que sirve a
Lacan
para identificar el automatismo de la repetición como mecanismo
explicativo del lenguaje del inconsciente. Desde el juego de pares y
nones que inventa Poe
para explicar el éxito de Dupin,- repitiendo el proceso mental
seguido por el Ministro al sustraer la carta a la Reina, cuyo
escondite por su parte reprodujo aquél con sutiles
perfeccionamientos-, Lacan llega a afirmar la existencia de un lenguaje
cibernético, basado en una combinación pura de significantes que
operan con una lógica algebráica de cálculo, acercándose con
ello a la characteristica universalis
de Leibniz. Desde esta óptica nos encontraríamos con un lenguaje previo al
sujeto, construido como elemento de un sistema simbólico que da
sentido a la existencia frente a la muerte, que aliena al ser pues
lo mueve de manera que el yo apenas puede conocer y controlar,
privándolo además de la capacidad de comunicación sin cortapisas
con el otro. Un largo y tortuoso camino ha recorrido la historia de
la Filosofía desde la theoria
pura de los griegos, punto de anclaje supuestamente firme frente
al constante devenir del mundo, asegurando su realidad y
cognoscibilidad, hasta la aparente inversión total de dicho
planteamiento, en la medida en que el sujeto, antes gobernante del
mundo, aparece ahora indefenso ante una gigantesca y ciega
maquinaria,- la del deseo-, que inventa incesantemente un ser y un
lugar cada vez diferentes para él. Por ello parece que la
teoría de la repetición, en realidad, es una manera más
sofisticada de volver a los orígenes, como la carta de Poe, ofreciendo la ilusión de que el
sujeto es capaz de recuperar el control racional de la realidad y
sobre su propio ser, dado que la misma repetición,- del día y la
noche, de las estaciones, de los rituales, del significante-,
asegura la existencia de un sentido incluso a través del sin
sentido del síntoma. Al ser éste finalmente
interpretable, permite la curación mediante la reconciliación
entre el yo y el inconsciente. La dialéctica entre ambas
instancias parece recuperar la contraposición platónica entre
mundo aparente y verdadero, dado que el lenguaje consciente no
expresa lo que quiere decir el sujeto sobre la realidad de su ser.
Sin embargo, el Psicoanálisis no afirma que sólo la parte oculta
del iceberg es lo importante sino que debe instaurarse un sano
equilibrio entre ambas dimensiones del sujeto mediante el
reconocimiento de sus respectivos niveles de verdad, lo que supone
un ejercicio de crítica a la falsa transparencia del lenguaje y a
su capacidad para aprisionar al sujeto en las redes de lo simbólico.
4. En el Nombre del Padre.
Faltaba todavía indentificar el Deus
ex machina del sistema lacaniano, la
reformulación del Edipo como mito explicativo de la entrada del
hombre desde la pura animalidad biológica al estado social mediante
la ley de la cultura, expresada en el orden del lenguaje. El
proceso se produce a nivel individual mediante la sustitución del
Imaginario,- la relación dual pre-edípica entre niño y madre,
con la que el primero establece una identificación narcisista-,
por lo Simbólico, representado por el Edipo, con el que ahora se
constituye una estructura triádica por la intervención del padre. Proclamar su ley, la de la castración, supone la prohibición del
incesto como goce absoluto, el cual desde entonces comienza su
incansable peregrinación siempre insatisfecho. Sin embargo, la
castración es, al mismo tiempo, una promesa de goce diferido al
niño/a a quien, a cambio de aceptar las exigencias de la cultura,
se le anuncia la posibilidad futura de ocupar el lugar del
padre/madre con terceros. El objeto que opera el corte entre madre
e hijo es precisamente el falo. Es significativo así que sólo uno
de los sexos, el masculino, haya sido elegido ( ¿ por quién y
por qué? ) para acceder a la categoría de significante de la
sexuación y del deseo. Desde esta perspectiva surge la evidencia
de que la teoría de Lacan
pueda utilizarse, al cabo, como un instrumento opresor más del sistema patriarcal.
Derrida criticó así el falogocentrismo trascendentalista del autor.
Igualmente se ha dicho, desde las filas del feminismo, que es un
sistema que establece todo el débito en la cuenta de la mujer, a
la que aquél, además, solo concibe
quo ad matrem. Luce
Irigaray ya denunció por ello, en
Spéculum de l'autre femme (
1.974), la profunda incapacidad, heredada por la teoría
psicoanalítica de la metafísica occidental, de pensar la
identidad en términos femeninos, dejando fuera del sistema del
lenguaje el deseo de la mujer. Ello se erige en una forma de controlar su fuerza
anárquica, capaz de transformar el orden simbólico patriarcal - en
La Carta
es significativo que sea a la mujer a la que se robe su deseo,
negándole así toda autonomía. Por ello, en torno al falo se
produce una segunda represión cultural, más profunda que la
edípica, y que consiste en la negativa a contemplar un modelo
alternativo al masculino para la construcción de la identidad del
ser. Quizá por esta incapacidad se ha sustraído la mujer al
discurso de Lacan que,
en este punto, como ocurre en Freud, puede considerarse fracasado. Ante la injusticia de unas
estructuras patriarcales caducas, surge la insistente
pregunta de si ésta es una situación modificable por medio de la
educación o si está irremisiblemente esclavizada por las leyes del complejo de Edipo. Aunque hemos tratado esta problemática crucial al hilo de la obra de Hélène
Cixous (http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2013/07/helene-cixous-la-risa-de-la-medusa.html), no puede dejarse pasar esta
ocasión para recordar que el psicoanálisis contempla el complejo de Edipo como una estructura fija, permanente e invariable, su propia
articulación en un sistema histórico esencialmente mutable hace necesarias ciertas variaciones
concretas en el lenguaje, en las reglas del parentesco y en las
formaciones ideológicas que se asocian a unas y otras que, en
definitiva, son las responsables de las corrupciones del sistema,
sobre las que sí es posible intervenir, siquiera con gran lentitud
y eficacia limitada, mediante el escalpelo de la crítica y el
poder modelador del aprendizaje de conductas no sexistas .
5. El advenimiento y ocaso de una nueva teología.
Se ha establecido una correspondencia entre
racionalidad, logocentrismo y escritura en la cultura occidental,
en oposición a la que existe entre pensamiento mágico e
imagen. Las primeras comparten las características de una aparente
linealidad y desarrollo lógico consecuencial. Esto oculta una
visión de la realidad articulada en partes previo un proceso de
desestructuración de la misma, el cual desvincula lo espiritual y
lo material,- significado y significante-, colocándolos en planos
jerarquizados. Por el contrario, la percepción mágica del mundo
construye éste como un continuo unitario en el que el conjunto
depende de cada uno de sus elementos, los cuales no están
articulados entre sí sino yuxtapuestos en razón de las leyes de la
simpatía, ya definidas por George Frazer en
La rama dorada: "lo semejante
produce semejanza , las cosas que han estado en contacto y han
dejado de estarlo continúan actuando las unas sobre las otras ,
como si el contacto persistiera".
Indudablemente la misma tópica reguladora del inconsciente,-
metáfora y metonimia-, es la guía del pensamiento mágico.
Jacques Derrida |
Facundo Tomás6 ha puesto de relieve, desarrollando
los criterios de Derrida
en La grammatología, el itinerario seguido por la civilización europea en la pugna
entre escritura e imágenes. Así afirma que el atomismo de los
grafos niega el icono puesto que en éste se asoma la sensorialidad
y por ello la cultura hebrea, crecida alrededor del alfabeto
fonético fenicio, es iconoclasta. Basta recordar el episodio de Moisés frente a los adoradores del becerro,-a quienes el patriarca alejó de su idolatría mediante la
presentación de las doce tablas de la ley, escritas por Dios en
fuego como símbolo de la alianza con el pueblo elegido-, para
comprender que en la religión judaica la escritura garantiza la
omnipresencia del único Dios en el mundo sensorial a costa de su
intangibilidad e invisibilidad total, lo que lleva a justificar la
separación jerarquizada entre materia y espíritu, entre los
sentidos ciegos y la razón que alcanza la verdad. La misma
diferencia entre significado y significante remite a un logos
absoluto al que la inteligibilidad, anterior a toda exteriorización
sensible, está inmediatamente unida.
Mientras el catolicismo da entrada
a la representación de imágenes como parte del culto, algo muy
distinto ocurre con el judaismo, la religión islámica y, en el
propio marco del cristianismo, con los protestantes y ortodoxos. Un
largo y complejo proceso histórico e intelectual lleva, desde un
mismo punto de partida, - el respeto a la invisibilidad de un Dios
solo inteligible-, a la sensualidad visual y plástica del
catolicismo, que alcanzó su apoteosis en el Renacimiento y en el
Barroco. Ese proceso pasa por la aceptación del Dios hecho carne en
síntesis igualitaria con el Padre puramente espiritual, merced al
Espíritu Santo, equilibrio trinitario que finalmente se decanta por
la centralidad del Hijo Encarnado,- como símbolo de la divinización
de la Humanidad-, mediante el contrapunto de la instalación en el
Panteón de la Madre. Esta, siendo también carne y lazo con la
Tierra, se eleva sobre el pecado por la gracia de Dios. Por ello,
aunque Yahvé se había manifestado exclusivamente en la letra, tras
la venida al mundo del Dios hecho hombre la situación cambia y tal
motivo, en la segunda carta de San Pablo a los Corintios (3,6) se
recuerda que la "Nueva
Alianza no es de la letra sino del Espíritu . Pues la letra mata ,
mas el espíritu da la Vida". Así, el cristianismo occidental evoluciona hacia la exégesis
alegórica del significado profundo y último de la palabra divina,
expresable en la imagen que soporta la función pedagógica para los
fieles analfabetos. Pero precisamente en igual secuencia lógica,
por la propia rarificación de la literatura en el medievo, se llega
de nuevo a la sacralidad de la letra,- como igualmente ocurre en
la religión judaica y musulmana-, interpretada como
jeroglifo-imagen por una hermeneútica cabalística en que ahora
prepondera el significante formal, el cual se
apropia de la esencia de la cosa a la que representa. El valor y
poder de la palabra se hace depender del conocimiento de su
origen. En la movilidad infinita de los significantes gramaticales, esto es, en la combinación incesante de la palabra de Dios
mediante la búsqueda de su secreta numerología, se genera el
sentido oculto, nunca aparente, del mensaje. De esa misma alquimia
del verbo parece heredera la concepción psiconalítica del
inconsciente, convertido en la cábala moderna mediante un ars
combinatoria renovada que se guía por
las leyes de la metáfora y la metonimia. La rememoración del
acontecimiento traumático inicial7
permite la afluencia de la palabra plena (lalengua
es el neologismo que Lacan inventa para referirse reverencialmente a
ella) que constituye el orden simbólico8.
El Psicoanálisis se transforma así en la técnica de la Palabra,
cuya custodia tiene encomendada el analista junto con el poeta y el
pensador o, tal vez de manera más ambiciosa, incluso suplantando
las funciones de éstos. Mediante el diálogo analítico, que
comparte con la mayéutica socrática su papel de método de ayuda
al sujeto para alumbrar la verdad,- no concebida ya como adaequatio
a la cosa u homoiosis
como en la tradición aristotélica sino como logro intersubjetivo-,
el terapeuta se convierte en partero de la palabra, que oculta
pero desvela el mismo tiempo el ser, mediante una interpretación
de la misma que libere el deseo reprimido. El inconsciente, como
discurso del Otro, es decir, del deseo que el yo niega, aflora a
la conciencia mediante el diálogo no convencional entre enfermo y
analista, regido por las leyes de la retórica simbólica, en un
espacio intersubjetivo que engloba a ambos sujetos y se convierte en
paradigma de la comunicación auténtica. Por ello Freud
exigió el acercamiento a la palabra del paciente como texto sagrado, evocador del misterio del ser. Desde esta perspectiva puede
afirmarse que la revolución copernicana operada por Freud
no debe entenderse solo como el desplazamiento del yo del lugar
central en el sujeto frente a la profundidad insondable del
inconsciente sino, aún más radicalmente, cumpliendo las
aspiraciones de Feuerbach,
como el desplazamiento de la centralidad de la palabra de Dios al
Hombre9. El analista, en respuesta al discurso del sujeto, pronuncia un
oráculo enigmático, igual que las antíguas sibilas, cuyo sentido
y alcance final difícilmente se le alcanzan. Su función mágica,
cuasirreligiosa, capaz de trocar el dolor en libertad, se plasma en
el uso de una lógica algebraica ciertamente esotérica y en el
manejo de una numerología no muy distinta de la sagrada (recordemos
la incesante repetición del tres en la interpretación del texto de
Poe:
tres términos, tres tiempos, tres lugares del sujeto, tres
miradas...y la significación que de su intercambio y combinación
obtiene Lacan). La palabra del analista tiene plenos poderes para curar mediante el
reconocimiento del ser del sujeto,- que no implica su aprobación o
censura desde el punto de vista ético-, y la presentación ante el
mismo de su deseo, a cuya búsqueda, como Beatriz con Dante,
desciende el terapeuta con el enfermo a los infiernos del
significante para la recuperación del habla soberana10.
Su aceptación final por el sujeto es el acto supremo de libertad.
Por la importancia de tal función, no es extraño que la
santificación de la palabra del paciente corra pareja con la
implícita asunción de un papel poco menos que sacerdotal en el
oficio del analista11
. Este reúne en su persona tres roles profundamente
espirituales: junto al de médico, el de sabio y el de mago. Su papel
en Lacan es
básico en cuanto sostén, como padre nombrante, de la triada
Real-Simbólico-Imaginario mediante un nudo borromeo perfecto12.
Por ello se ve revestido de una autoridad derivada de su vocación personal, entrega y función que se encuadrarían más bien en el tipo de poder que Max Weber definió como carismático13, viniendo a ocupar el trono dejado vacante por la religión institucionalizada. En tal sentido, es posible interpretar El seminario sobre la carta robada como algo más que la historia del robo-apropiación por parte de Lacan de la herencia intelectual de Freud, entregada a Maríe Bonaparte como representante legitima del freudismo, que ya hemos visto que había vulnerado la fidelidad a la palabra del Padre fundador, - tan a la vista en su verdadero sentido como la Carta de Poe, tal como con agudeza descubre Derrida 14. En este juego de búsqueda de interminables sentidos escondidos en el texto, hay fundadas razones para suponer que cuando Lacan postula el subconsciente como lenguaje descifrable por el Psiconálisis, pretende perpetrar un robo de más alto alcance, sin duda prometéico, en sus pretensiones de sustituir al misterio religioso e incluso al papel de la Filosofía y de la Poesía en la lectura profunda del ser del Hombre y en la guía de su destino. Parece que, sin embargo, circunscrito el psicoanálisis a unas élites intelectuales y económicas, y probablemente extraviado el mensaje de Lacan, a su vez, entre los vericuetos del lacanismo, esas ambiciosas aspiraciones salvíficas se han visto burladas por el encumbramiento de una disciplina próxima, la Psiquiatría, que ha recibido en su seno,-más democrático en cuanto incluido en el ámbito protector del Estado del Bienestar-, a una Humanidad gravemente enferma de palabra, cuyo recuerdo se adormece con el farmacon del olvido que condena al síntoma a su eterna repetición sin sentido, dejando siempre pendiente de respuesta la pregunta del sujeto acerca de su ser en el mundo. Como nos recuerda Derrida, a pesar de Lacan, una carta no siempre llega a su destino, pues la diseminación amenaza su recorrido.
Lacan dibujando el nudo borromeo |
Por ello se ve revestido de una autoridad derivada de su vocación personal, entrega y función que se encuadrarían más bien en el tipo de poder que Max Weber definió como carismático13, viniendo a ocupar el trono dejado vacante por la religión institucionalizada. En tal sentido, es posible interpretar El seminario sobre la carta robada como algo más que la historia del robo-apropiación por parte de Lacan de la herencia intelectual de Freud, entregada a Maríe Bonaparte como representante legitima del freudismo, que ya hemos visto que había vulnerado la fidelidad a la palabra del Padre fundador, - tan a la vista en su verdadero sentido como la Carta de Poe, tal como con agudeza descubre Derrida 14. En este juego de búsqueda de interminables sentidos escondidos en el texto, hay fundadas razones para suponer que cuando Lacan postula el subconsciente como lenguaje descifrable por el Psiconálisis, pretende perpetrar un robo de más alto alcance, sin duda prometéico, en sus pretensiones de sustituir al misterio religioso e incluso al papel de la Filosofía y de la Poesía en la lectura profunda del ser del Hombre y en la guía de su destino. Parece que, sin embargo, circunscrito el psicoanálisis a unas élites intelectuales y económicas, y probablemente extraviado el mensaje de Lacan, a su vez, entre los vericuetos del lacanismo, esas ambiciosas aspiraciones salvíficas se han visto burladas por el encumbramiento de una disciplina próxima, la Psiquiatría, que ha recibido en su seno,-más democrático en cuanto incluido en el ámbito protector del Estado del Bienestar-, a una Humanidad gravemente enferma de palabra, cuyo recuerdo se adormece con el farmacon del olvido que condena al síntoma a su eterna repetición sin sentido, dejando siempre pendiente de respuesta la pregunta del sujeto acerca de su ser en el mundo. Como nos recuerda Derrida, a pesar de Lacan, una carta no siempre llega a su destino, pues la diseminación amenaza su recorrido.
Las estupendas acuarelas que acompañan este trabajo fueron realizadas especialmente para ilustrar el mismo por
María Lorenzo.
NOTAS:
NOTAS:
1 La
mirada en Psicoanálisis.
2 Jean-Luc
Nancy resalta que
la novedad del discurso del Psicoanálisis reside en su elaboración
merced a préstamos de conceptos procedentes de la lingüística,
la etnología, la lógica combinatoria o la psicología,
transformándolos de tal manera que se destruyen sus presupuestos de
partida, lo que hace preciso un discurso epistemológico sobre la
legitimidad de estas asimilaciones aparentemente bastardas .
Por
su parte, Jean
Allouch, en Lacan
ho , ha advertido
que tal situación es índice de un cambio de paradigma científico
a la manera de Kuhn,
encarnado en una transformación del significado de los conceptos, ¡incluso los adoptados de otras disciplinas!; el desplazamiento
de los problemas a investigar; la institucionalización de un nuevo
paradigma- como sería el lenguaje del inconsciente-, y la
modificación de los planteamientos dogmáticos y del ejercicio
práctico. La idea es incontestablemente sugestiva pero quiebra en
el sentido de que el Psicoanálisis, como la Sociología o el
marxismo, tiene negado ab
initio el estatuto
de programa de investigación científica. Aún así sería
interesante reflexionar acerca de en qué medida Lacan
representa auténticamente un cambio radical de paradigma, con una
incompatibilidad entre las visiones del mundo en conflicto, si en
realidad su vindicación del inconsciente como un lenguaje se
presenta no como una ruptura frente al modelo anterior, el de Freud, sino como una
recuperación-perfeccionamiento del mismo. Por otra parte, el
freudismo, frente al que sí podría considerársle en directa pugna, no había llegado a constituir una alternativa consolidada contra
la que competir en el espacio científico. En general, merecería
la pena cuestionar la aplicabilidad de un esquema de cambio
científico (cualquiera sea éste) a las ciencias humanas.
3 De
un discurso que no sería semblante .
4 Véase
la exposición genérica sobre el goce perverso y el tercero
cómplice en Joël
Dor,
Estructura y perversiones ,
página 129 y ss.
5 Lacan
, Escritos: Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis.
6 Escrito
, pintado . Dialéctica entre escritura e imágenes en la
conformación del pensamiento europeo.
7
En sentido hedeggeriano,
como característica esencial del ser. La reminisciencia de Platón, que podía ser considerada un concepto próximo, no sirve de
modelo en cuanto que esta busca la aprehensión de la Idea en el objeto con
referencia a un sistema metafísico que duplica - y jerarquiza- los
niveles de realidad. Al Psicoanálisis le interesa más el recuerdo
como actividad que como resultado. Por lo demás, las profundas
implicaciones entre Freud, Lacan
y Heidegger han
sido sobradamente puestas de relieve por Carlos
Parra y Eva
Tabakian en Lacan
y Heidegger. Una conversación fundamental. Del retorno a Freud.
8 "El
análisis no puede tener otra meta que el advenimiento de una
palabra verdadera y la realización por el sujeto de su historia en
su relación con un futuro".
Escritos, pag.
290.
9 Cuando
Lacan titula
el seminario La
instancia de la letra o la razón después de Freud,
que duplica el de La
Carta para un
público universitario no especializado, resulta claro ,
como destacan Nancy
y Lacoue-Labarthe
en El título de la
letra , la
preeminencia de ésta, que se corresponde con la inauguración de un
nuevo y radical episodio de la historia de la razón por Freud, quien rompe definitivamente con la supuesta objetividad del
cogito cartesiano
en favor de una subjetividad excéntrica.
10 El
sentido del retorno a Freud
en Lacan
se ha entendido,
desde esta óptica, como la superación del criterio autoritario y
educacional del freudismo humanista, psicologista y antropológico,
de fundamento profundamente metafísico, que toma como modelo del
enfermo al analista, el cual recurre únicamente a la parte sana del
yo prescindiendo de toda referencia al universo simbólico del
sujeto y al desarrollo de su historia traumática, pues se basa en el presente para conseguir su adaptación a lo real. Todo
ello , a juicio de Lacan,
supone una clara obliteración de la palabra fundadora del
Psicoanálisis.
11 No
es casual por ello que se hayan advertido las concomitancias del
estilo de Lacan
con la gran tradición oratoria a través de la estructura de las
frases de los discursos latinos o de los sermones del siglo XVII,
con largos períodos subordinados, entrecortados por arranques
tempestuosos y sostenidos por comparaciones largamente
desarrolladas (Lacan
: Itinerario de su obra.
M. Marín
). También han dicho C.
Parra y E.
Tabakian, op.
cit., que la oscuridad de Lacan
, que le granjeó
merecidamente el título del Góngora
del Psicoanálisi , tiene su intrínseca relación con la extremada dificultad del
objeto de su estudio y de la profunda voluntad del autor de crear un
pensamiento esencial que no se agote en la simplicidad de una sola
superficial lectura. Por último, la misma afiliación de Lacan
al surrealismo y
su habla directa al inconsciente explican suficientemente su estilo
enrevesado.
12 La
tríada Real- Simbólico-Imaginario es la nueva topología lacaniana
que sustituye a la segunda tópica de Freud,
la del yo-superyo- ello.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
-BENNIGTON,Geoffrey y DERRIDA, Jacques: Jacques Derrida. Madrid, Cátedra, 1.994.
-DERRIDA, Jacques: La escritura y la diferencia.Barcelona , Anthropos, 1.989.
-DERRIDA, Jacques: La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá. México, Siglo Veintiuno, 1.986.
-DERRIDA, Jacques: Resistencias del Psicoanálisis. Buenos Aires, Paidos, 1.997.
-DOR, Joël : Estructura y perversiones. Barcelona, Gedisa, 1.995.
-DOR, Joël : Introducción a la lectura de Lacan. Barcelona, Gedisa, 1.994.
-FREUD, Sigmund: Psicología de las masas . Más allá del principio del placer ( y otros escritos). Madrid, Alianza Editorial, 1.995.
- JURANVILLE, Alain: Lacan y la Filosofía.Buenos Aires, Nueva Visión , 1.992.
-LACAN, Jacques: Escritos (vol. 1). México, Siglo Veintiuno, 1.997.
-LAPLANCHE, Jean y PONTALIS, Jean -Bertrand: Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona , Labor, 1.994.
-MARINI, Marcelle: Lacan :Itinerario de su obra. Buenos Aires, Nueva Visión , 1.986.
-NANCY, Jean-Luc y LACOUE-LABARTHE, Philippe: El título de la letra. Barcelona, Ediciones Buenos Aires, 1.987.
-NASIO, Juan David: Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan. Barcelona, Gedisa, 1.995.
-NASIO, Juan David: Enseñanza de siete conceptos cruciales del Psiconálisis. Barcelona, Gedisa, 1.998.
-NASIO, Juan David: La mirada en psiconálisis. Barcelona ,Gedisa, 1.994.
-PARRA, Carlos y TABAKIAN, Eva: Lacan y Heidegger. Una conversación fundamental. Buenos Aires, Paradiso , 1.997.
-POE, Edgar Alan :Narraciones extraordinarias .Barcelona, Óptima, 1.996.
-SCHNEIDERMAN, Stuart : Lacan: la muerte de un héroe intelectual. Barcelona, Gedisa, 1.996.
-TOMÁS, Facundo: Escrito y pintado. Dialéctica entre escritura e imágenes en la conformación del pensamiento europeo. Madrid, Visor, 1.998.
-VV.AA.:¿Conoce Ud. a Lacan? Barcelona, Paidos, 1.995.
-VV.AA.: Lacan hoy. Buenos Aires, Nueva Visión, 1.993.
-VV.AA.: (El) Trabajo de la metáfora.Identificación/Interpretación. Barcelona ,Gedisa, 1.994.
-WEBER, Max: El político y el científico.Madrid, Alianza Editorial, 1.981.
María Lorenzo me envía este comentario:
ResponderEliminar"Fíjate, hubo una época en que yo hacía ilustraciones... Ya ni me acordaba.
Al comienzo de "El pianista", de Roman Polanski, hay un episodio que recuerda totalmente la anécdota de "La carta robada": la familia está pensando cómo ocultar su dinero cuando venga una inspección, y el hermano menor propone dejarlo a la vista de todos, sobre la mesa del comedor, tapado por un periódico. Más adelante, el pianista salva su vida haciendo algo parecido: se tira al suelo de las calles de Varsovia, cubiertas de cadáveres, fingiendo ser uno más, quedando a la vista de sus perseguidores, que al final lo ignoran.
Fascinante".
Muchas gracias, María, por adornar con tu talento este estudio, y por tus reflexiones acerca del tema de lo visible invisible, que es bien interesante y que tiene también su parentesco con la serendipia.
Mientras leía este profundo estudio de La Carta Robada, esperaba mesa una no vela: * Inte to de Escapada*, de Miguel Angel Hernández, profesor de la Universidad de Murcia, en la que se cita esta obra de Poe y tiene cierta relevancia en la historia que cuenta, y que es una interesantísima reflexión so bre el arte contemporánea y la exploración de la mente humana, muy acorde con tu trabajo. Me siguen fascinando estas casualidades, casi tanto como el inmenso talento de Maria con el dibujo de estas magnificas ilustraciones.
ResponderEliminarEnhorabuena a ambas