SUPERGATOS, PIGMALIONES Y LOS ASPECTOS SOCIALES DEL HABLA. Entre el humor literario y la Sociolingüística de DELL HYMES.


La literatura es apasionante, entre otras muchas razones, porque tiene la capacidad de anticipar la formulación de conceptos teóricos complejos. Nos interesa hablar de ello aquí porque la antropología fue la disciplina desde la que se elaboró el concepto de competencia comunicativa, la idea de que el buen uso del lenguaje comporta no solo el conocimiento de las reglas sintácticas, fonéticas y semánticas sino también, al mismo nivel de relevancia, cómo, cuándo y con quién debe utilizarse ese lenguaje para resultar apropiado. Fue el antropólogo, folclorista y lingüista norteamericano Dell Hymes (1927-2009) quien lo hizo en 1971. Pero sesenta años antes ya habían tenido la intuición de la idea, y de sus cómicas implicaciones prácticas, dos grandes literatos: Saki, en 1911, y George Bernard Shaw, en 1913.  La competencia expresiva importa no solo para el uso de la propia lengua en sus distintas situaciones sociales sino también para el manejo apropiado de una lengua extranjera, para la comunicación eficaz y socialmente correcta con miembros de otros pueblos. Ambas situaciones competen al ámbito de la antropología. Lo vamos a ilustrar con dos divertidos ejemplos literarios de los autores citados, para después analizar las tesis de Dell Hymes.

Tobermory, o por qué los gatos no deberían aprender a hablar inglés.
Saki fue el seudónimo de Hector Hugh Munro, un satirista de enorme talento que nació en la Birmania británica en 1870 pero que siempre ejerció de escocés. Los Munro (Monroe) fueron uno de los clanes más poderosos de las Highlands, y Tobermory, el nombre del cuento, es un precioso puerto escocés. Además, como sus bravos antepasados, aunque podía haber permanecido en la retaguardia, Hector Munro no dudó en luchar en primera fila de fuego en las trincheras de Flandes durante la Primera Guerra Mundial. Moriría en Francia en 1916 a causa del disparo desde las líneas alemanas, quizá facilitado por la lumbre de un cigarrillo que estaba fumando uno de sus compañeros de armas.
Con el nombre de Saki había publicado, en 1911, una colección de cuentos, su género preferido, Las crónicas de Clovis, que incluía el desternillante relato Tobermory. En él el autor nos presenta a un científico un tanto chiflado, Cornelius Appin, experto en lingüística. Mientras toman el té en casa de Sir Wilfrid y Lady Blemley, afirma que tras 17 años, por fin ha encontrado un discípulo aventajado, el gato de sus anfitriones:
“Experimenté por supuesto con miles de animales, pero últimamente solo con gatos, esas criaturas admirables que han asimilado tan maravillosamente nuestra civilización sin perder por eso todos sus altamente desarrollados instintos salvajes. De tanto en tanto se encuentra entre los gatos un intelecto superior, como sucede también entre la masa de los seres humanos, y cuando conocí hace una semana a Tobermory me di cuenta inmediatamente de que estaba ante un “supergato” (“Beyond-cat”) de extraordinaria inteligencia”.

Cuando Sir Wilfrid fue a buscarlo para la esperada demostración científica, Tobermory le contestó que acudiría cuando le diese la real gana. “Se elevó un coro de exclamaciones de asombro dignas de la Torre de Babel, ante las cuales el científico permaneció sentado y en silencio gozando del primer fruto de su estupendo descubrimiento”. Al final apareció Tobermory con estudiada indiferencia. “Un silencio tenso dominó a los comensales. Por algún motivo resultaba incómodo dirigirse en términos de igualdad a un gato doméstico de reconocida habilidad mental”. La Sra. Resker, asistente parroquial, le preguntó si le había resultado difícil aprender el lenguaje humano. Tobermory la miró fijamente un instante y no consideró digna de contestación esa aburrida pregunta. Mavis Pellington indagó su opinión sobre la inteligencia humana y, tras pedirle que fuese más precisa, el descarado felino le espetó que Sir Wilfrid la consideraba la mujer más tonta entre sus conocidos. El mayor Barfield se precipitó a cambiar de tema, preguntándole por sus andanzas con cierta gatita y Tobermory insinuó a su interlocutor qué le parecería si él desviara la conversación hacia sus asuntillos amorosos.



El pánico dominó a los asistentes ante la posibilidad de que el supergato cotorrease con los sirvientes sobre sus secretos, hasta el punto de que Clovis pensó en “procurarse una caja de ratones selectos por medio de Exchanges and Mart, y utilizarlos como soborno”. La memoria fotográfica de Tobermory y sus indiscretas sinceridades acabaron poniendo a todos en su contra, a pesar de su asombroso talento lingüístico. Pero en un momento determinado Tobermory vio pasar al gatazo de la rectoría y sus instintos felinos lo llevaron a salir escapado por la ventana. “Con la desaparición de su, por lo demás, brillante alumno, Cornelius Appin se encontró envuelto en un huracán de amargos reproches, preguntas ansiosas y temerosos ruegos (…) ¿Podría Tobermory impartir su peligroso don a otros gatos?”. Urgía eliminarlo a él, y a su “novia” también, por si acaso. Sin embargo, el gato no apareció aquella noche. Uno de los concurrentes afirmó: “Probablemente está en las oficinas del diario local dictando la primera parte de sus memorias, que desbancarán a las de Lady Como Se Llame. Será el acontecimiento del día”. Y, como suele decirse, hasta aquí puedo contar. Añado el enlace para acceder al relato en su versión original:  https://doyleandmacdonald.com/l_tober.htm.
 Vemos así que el problema de Tobermory es que, aunque sea un supergato, solo ha interiorizado la parte lingüística del idioma pero no su uso social apropiado. Ser un descarado lo convierte en una especie de Oscar Wilde gatuno, un peligroso dandy decadente sin pelos en la lengua. Por cierto que esta expresión hace referencia, según la Real Academia de la Lengua Española, a “decir sin reparo ni empacho lo que se piensa o siente, o hablar con demasiada libertad y desembarazo”, es decir, con excesiva franqueza y sin trabas que la interfieran. Pero es que los gatos, precisamente, son una especie animal que tiene pelos en la lengua.

Eliza Doolitle, o cómo desaprender el cockney en solo seis meses.
George Bernard Shaw publicó en 1913 Pygmalion, una actualización del mito griego del escultor enamorado de su creación. El argumento es sobradamente conocido gracias a la popularidad de la película de George Cukor, My Fair Lady (1964). Solo recordaremos aquí los aspectos imprescindibles para el presente análisis (para más información tenéis un estudio detallado en este mismo blog: https://anthropotopia.blogspot.com/2018/11/pigmalion-my-fair-lady-pesadillas-en-el.html). El londinense profesor Higgins se apuesta con el coronel Pickering, otro experto lingüista como él, que será capaz, en solo seis meses, de hacer pasar por una encopetada dama a la humilde florista Eliza Doolittle, cuya habla cockney es prácticamente ininteligible para los hablantes del aristocrático inglés de la reina (Received Pronunciation). A mitad del experimento, que marcha viento en popa desde el punto de vista estrictamente lingüístico, el profesor Higgins decide hacer un ensayo general presentando a Eliza en sociedad. Como sabemos, resulta un auténtico desastre, aunque quizá sea la parte más divertida de la historia para los espectadores. 

Eliza viste con gran elegancia, es exquisita en sus modales y tiene una perfecta dicción pero su manejo del idioma no viene acompañado del sentido de la oportunidad. En el tea party que organiza semanalmente la madre del profesor, Mrs. Higgins, Eliza comete todo tipo de incorrecciones comunicativas. A la típica pregunta sobre el tiempo que le dirige cortésmente la Sra. Eynsford Hill solo para iniciar la conversación, Eliza contesta con un exhaustivo y muy técnico parte meteorológico. Y aprovecha otra de esas preguntas formularias para contar a los horrorizados invitados de su anfitriona, con una sofisticada sintaxis pero con un léxico propio del hampa, sus sospechas de que sus parientes envenenaron a su tía (que había conseguido sobrevivir, gracias a la ginebra, a una enfermedad tan vulgar como la difteria), para quedarse con sus míseras pertenencias. Y luego, perdido por completo el sentido de la propiedad, dado que se está dirigiendo a damas de la más alta cuna, se lanza a relatar las correrías nocturnas de su padre, un barrendero al que su misma esposa daba dinero para que saliera a emborracharse y no la molestase. 

Freddy, el hijo de la Sra. Eynsford Hill, está encantado con lo que considera una mezcla de estilo posh y populachero, y hasta su hermana Clara se anima a imitar a Eliza, que remata su “actuación” con un “taco” intraducible que causa un shock a la pobre Sra. Eynsford Hill. En la película la escena se traslada al sofisticado ambiente de las carreras de caballos, con idéntico resultado: Higgins se da cuenta de que Eliza se está comportando como una marioneta descerebrada, que maneja de manera equivocada los diferentes registros del habla y no calibra las jerarquías sociales, por lo que orienta la segunda parte de su enseñanza intensiva a reforzar los factores sociales y culturales de su uso del inglés. En lugar de hablar mecánicamente, enseña a Eliza a pensar por sí misma y así poder interactuar con normalidad en todas las situaciones, un sentido de la oportunidad lingüística que vemos claramente que Eliza no poseía pero que, como ser humano, puede adquirir. No así el deslenguado felino Tobermory, el vehículo del que se sirve Saki para satirizar la hipocresía de la sociedad eduardiana.
A mí me gustaría pensar que Tobermory sirvió en parte de inspiración a George Bernard Show para Eliza, ya que los paralelismos son muy evidentes: el profesor Higgins es también un lingüista chiflado que enseña a hablar el inglés normativo a Eliza, que igualmente es otra especie de supergato con dotes naturales asombrosas para todo tipo de idiomas, los cuales logra aprender en muy poco tiempo. Del mismo modo, Higgins presenta su experimento en sociedad y durante el mismo su alumna comete tremendas impropiedades, aunque de otro tipo, con el uso del lenguaje. En cualquier caso, haya influencia o no, lo que resulta evidente en ambas obras es el interés por el uso social del lenguaje en un momento histórico de intenso cambio, la segunda década del siglo XX, que presenciaría el estallido de la Gran Guerra.

Dell Hymes y la competencia comunicativa.
Ese interés por el lenguaje había desbordado el estricto marco científico para llegar al gran público de la mano de estos dos grandes escritores. Por eso debemos preguntarnos por qué la formulación teórica de la competencia comunicativa todavía se hizo esperar 60 años. Lógicamente, Saki y Bernard Shaw no pretendían impartir lecciones de sociolingüística, una disciplina que no cobró forma hasta la segunda mitad del siglo XX, pero es obvio que ambos escritores, como curiosos observadores de lo social, compartían una preocupación latente por la materia. Quizá ciertas ideas tan intuitivas y evidentes pueden pasar desapercibidas o no considerarse dignas de reflexión científica. Dell Hymes se ocupó de ello a principios de los setenta al contraponer la competencia lingüística a la competencia comunicativa, la capacidad para usar el lenguaje correctamente, de acuerdo con los usos sociales vigentes, en diferentes situaciones y bajo distintas circunstancias. Es un proceso mental complejo que se basa en parte, también, en aspectos no lingüísticos de la expresión, tales como el manejo del silencio, el respeto de los turnos de palabra, el volumen de voz, la longitud de la frase o los gestos que acompañan a las palabras. Todos esos elementos complementan la comunicación verbal y son  un capítulo fundamental de la sociolingüística. El dominio de la lengua propia o ajena no consiste solo en el contenido de la expresión desde el punto de vista fonológico, sintáctico y léxico, sino que exige una adecuación al contexto de proferencia. Esto hace necesario estudiar las reglas de comunicación vigentes en los diferentes grupos sociales, aprender cómo dirigirse a personas de diferentes edades, de distintas clases sociales y de distinto sexo, teniendo en cuenta el lugar, el tiempo y el modo de la comunicación ( si es un contexto o vehículo formal o informal), para elegir el registro de la lengua pertinente. Hymes afirma que el hablante debe manejar apropiadamente esas reglas sociales que rigen el uso de lenguaje, algo que se adquiere naturalmente con el aprendizaje de la lengua materna pero que, en cambio, debe ser objeto de un entrenamiento específico cuando se trata de un segundo idioma. Habitualmente realizamos este proceso de complicada ingeniería social de una manera intuitiva porque aprendemos el lenguaje de nuestro país o comunidad mediante su uso en un contexto social, no en el laboratorio de lenguas, como lo hacen Tobermory y Eliza Doolittle o, sin ir más lejos, los estudiantes de inglés o cualquier otro idioma como lengua extranjera.


La importancia de respetar las reglas de la comunicación social.
Aunque la competencia comunicativa pueda parecer un concepto menor, su infracción puede acarrear unas desastrosas consecuencias sociales, como he tratado de mostrar con esas ilustraciones literarias. Las violaciones de los códigos sociales que rigen la expresión verbal da lugar, como mínimo, a distorsiones comunicativas. Así, en algunas culturas se considera una incorrección formular preguntas de manera directa. De todos es conocido el énfasis que la cultura inglesa pone en las fórmulas de cortesía, así como los diferentes modos de salutación según el rango o clase social, el sexo o la edad, o las distintas fórmulas para la comunicación telefónica en cada país, solo por poner unos pocos ejemplos significativos. Pero en algunas culturas puede hacerse responsable a esa infracción, incluso, de algo tan grave como las complicaciones en un parto. Veamos el ejemplo que pone Dell Hymes: entre los Ashanti existe la costumbre de prohibir a los niños que entren en la habitación donde una mujer está dando a luz por su creencia de que los pequeños son capaces de comunicarse, a través de su peculiar lengua, con el bebé que se encuentra en el vientre materno e informarle de la dureza de la vida que le espera, convenciéndolo así de que no salga. 

Por tanto, el estudio del habla debe tener en cuenta los factores contextuales, como la relación entre los interlocutores, el momento y el lugar de la comunicación, el uso de la expresión oral y escrita, para elegir el registro adecuado.
Así pues, la tesis esencial de Hymes, muy influido por Franz Boas y Edward Sapir, es la conexión esencial entre la lengua, la forma de pensar y las relaciones humanas, dotadas de una inmensa y cambiante diversidad cultural.

La polémica con Noam Chomsky.
La Gramática Generativa Transformacional, la influyente teoría presentada por Chomsky en 1965 en su formulación estándar, busca definir marcos de estudio de la sintaxis de la lengua, el conjunto de reglas que garantizan las combinaciones gramaticalmente correctas. El atractivo presupuesto del que parte es que, aunque cada lengua tenga su propia fonología y léxico y unos parámetros sintácticos particulares, las normas sintácticas básicas son iguales, estructuras mentales compartidas por toda lengua. Son principios abstractos y formales en los que se hace descansar una gramática universal. Para ello, Chomsky atiende a la competencia lingüística, el conocimiento inconsciente de la lengua que comparten el hablante y el oyente ideales y que el lingüista debe describir, y a la actuación lingüística, que es la ejecución concreta de esa competencia. Para ello Chomsky tiene en cuenta factores psicológicos o cognitivos pero no los aspectos sociales a los que apunta Dell Hymes y que hemos comprobado que son de tanta importancia para la comunicación. Es claro que la teoría de Chomsky pretende simplificar la complejidad lingüística basándose en elementos homogéneos y abstractos, mientras que Hymes no duda en enfrentarse a la esencial diversidad humana partiendo de que tal idealización de los procesos comunicativos resulta en la práctica imposible y que lo que existe es una realización imperfecta de las reglas ideales. La comunicación lingüística es por naturaleza heterogénea y cuenta con una competencia diferencial para cada contexto y grupo de interlocutores. Esos requerimientos diferenciados en el uso de la lengua están en conexión con la edad, las jerarquías sociales, el género… y son distintos e incluso contrapuestos en cada sociedad y sus comunidades integrantes. Esas decisiones vienen gobernadas por principios implícitos pero socialmente compartidos, de ahí su interés fundamental para la antropología.

Fuentes consultadas:
-Chacón Beltrán, Rubén: Sociolinguistics, Uned, 2015.
-Hymes, Dell: “Acerca de la competencia comunicativa”, 1972.
-Hymes, Dell: “La sociolingüística y la etnografía del habla”, 1964.
-Saki Hector Munro: Obras. Iberialiteratura, 2015.
-Shaw, George B.: Pygmalion. Wisehouse Classics, 2016.


Comentarios

  1. Fascinante lo de los Ashanti. Casi se parece a lo que pasa en "¿Quién puede matar a un niño?".

    ResponderEliminar
  2. Sí, es muy interesante. Al principio parece muy divertido eso del niño avisando al nasciturus "¡mejor no salgas, que no sabes lo que te espera!", pero cuando te paras a pensar en serio la cuestión, da bastante pena la concepción de la vida que deben de tener, como algo que evitarían si pudieran. Solo así se entiende que se les pudiera haber ocurrido semejante idea.
    Otra cuestión tremendamente agridulce es la de los disparatados cotorreos de Eliza sobre su pobretona familia. Está claro que Bernard Shaw debió de conseguir que el teatro se viniese abajo todas las noches con las risas de los burgueses, pero el asunto tiene muchas aristas. En realidad, los estirados invitados a la merienda de la Sra.Higgins no dicen nada con sentido, son los hollow men o women de que hablaba T.S. Elliot en "Tierra Baldía" al hilo de esa época en que el rígido sistema de clases, que dividía a la gente en señores y criados, se estaba resquebrajando. Eliza puede que diga cosas muy fuera de lugar pero es la única que tiene una vida digna de ser contada, y eso es lo que hace Shaw, de reconocida vocación socialista: los pobres sobreviven sin medicamentos a enfermedades terribles, los maridos amargados maltratan a las mujeres y en realidad el alcohol es una forma de mantenerlos un poco calmados.Eso es lo que recuerda Eliza de su pobre madre muerta siendo ella niña, tras lo cual la nueva "parienta" del ingenioso Alfred Doolittle la echó a la calle.¡Cuánta noble humanidad hay en estos personajes a pesar de las risas que suscitan!

    ResponderEliminar
  3. Una entrada muy interesante, y un cuento que no conocía, pero que voy a leer en breve. Ese superado me ha recordado a Seldom Cooper, de Big Bang Theory, con sus dificultades en la competencia social a pesar de su gran nivel en la competencia lingüística. Lo cierto es que esta disimetría es fuente de situaciones jocosas, de ese humor que tan difícil resulta traducir de una lengua a otra. Enhorabuena por esta entrada.

    ResponderEliminar
  4. Que interesante entrada, Encarna, con la introducción de estas dos obras literarias como pie para el desarrollo de las tesis sociolingüísticas de Dell Hymes y Noan Chomsky. Me ha resultado muy ameno y me ha servido de recordatorio . Me encanta como apoyada en tu labor de investigación rigurosa realizas tus propias aportaciones y escrita de forma fluida e irónica como exige la parte introductoria. Felicidades.
    Decirte que desconozco el cuento del felino Tobermory, pero con lo que nos adelantas dan ganas de bajar a una librería para leerlo pronto, aunque sea versionado en castellano, como es mi caso.
    Al hilo de tu comentario, con el que no puedo estar más de acuerdo, me has recordado de nuevo el "martirio" al que la puritana sociedad victoriana sometió a nuestro admirado Oscar Wilde, que al igual que Bernard Shaw, expresó a través de la sátira y la ironía las conversaciones banales, superficiales y frívolas que las damas de la época ( también de los hombres) mantenían en sus tertulias a la manera de Mrs Higgins y la Sra. Eynsford Hill. Me recuerda lo superficial de la conversación de las damas en "El abanico de Leide Wirbender". Unas damas de lo más snobs y simples. Creo que fue Wilde el que dejó dicho que "Un hombre burgués es el que conoce el precio de todo y el valor de nada".

    ResponderEliminar

Publicar un comentario