IMÁGENES DE LA MUJER, LA CIENCIA Y LA NATURALEZA EN LA LITERATURA. De la opresión a la subversión.
Esta entrada juega con tres formas literarias distintas, el teatro, la novela y el cuento, pertenecientes a autores tan conocidos como Shakespeare, Mary Shelley y Ursula K. Le Guin, y situados en el tiempo en tres épocas bien distintas. Ese amplio recorrido histórico nos va a permitir contemplar el avance en la defensa de la posición social de la mujer. El primer texto pertenece a la herencia patriarcal pero vamos a comprobar cómo pueden subvertirse sus tesis opresoras. Con el segundo ejemplo, Frankenstein, descubriremos un aspecto poco conocido de esta obra, su crítica a la ciencia masculinista. Y, con el relato final, una pequeña genialidad de la siempres original Ursula K. Leguin, nos meteremos de lleno en la reinvención feminista del mito bíblico más demonizante para la mujer.
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Las obras literarias no pertenecen a una esfera cultural autónoma, la estética, sino que son un componente constitutivo y constituyente del magma ideológico en una sociedad dada. Los discursos sociales, políticos, religiosos o científicos vigentes en cada momento contribuyen a dar contenido a los textos literarios y estos, a su vez, los confirman o contestan. Por eso tiene tanto sentido el estudio de las obras literarias desde el punto de vista filosófico y antropológico y en el análisis de los estereotipos de género: para determinar la forma en que esos discursos se han plasmado, impugnado e incluso subvertido a lo largo de la historia y cómo proyectan un horizonte de posibilidades hacia el futuro. Como ya se ha indicado, este texto aborda una lectura del Hamlet de Shakespeare, de Frankenstein de Mary Shelley y de "She Unnames Them" de Ursula K. Le Guin para demostrar que el diálogo que entabla la literatura con la filosofía y la ciencia incluye los estereotipos de género vigentes en cada momento histórico, una materia que también posee un componente de antropológía cultural. Pero también se muestra cómo esas mismas obras o sus relecturas posteriores impugnan tales prejuicios y abren sendas liberadoras.
Para comprobar cómo el discurso patriarcal inscribe a la mujer en el
lado de la naturaleza, mientras que el hombre cae de lleno en el de
la cultura, nada puede ser más elocuente que comparar la forma
diametralmente opuesta con que Shakespeare presenta la locura
filosófica del príncipe de Dinamarca frente a la demencia de
Ofelia. La insania mental de Hamlet es de carácter intelectual. Se
pierde en inacabables meditaciones acerca de la fiabilidad de los
sentidos, sobre su obligación de vengar la muerte de su padre dando
muerte al nuevo rey, sobre su desengaño respecto del género humano
y, en particular, por la inconstancia femenina. Hamlet vive atrapado
en la duda, que expresa en sus profundos soliloquios. Pero esas
disquisiciones, lejos de proporcionar una solución a sus problemas,
lo agitan y paralizan su capacidad de acción. Hamlet es un ejemplo
de temperamento melancólico, que la medicina hipocrática asociaba a
uno de los cuatro humores, la bilis negra. En torno a 1580 se puso de
moda en Inglaterra una pose melancólica. Sus características, a
veces rayanas en lo patológico, fueron descritas por Timothy Bright
en Treatise on Melancholy, publicado en 1586 y que Shakespeare
leyó. Los temas que llenan las rumiaciones de Hamlet van desde la
optimista Oratio de hominis dignitate (1486), de Giovanni Pico
della Mirandola, hasta la visión mucho más escéptica sobre la
condición humana en Les Essais (1572), de Michel de
Montaigne. Por otro lado, la locura de Hamlet, menos real que fingida
con fines estratégicos, se despliega en un ámbito cortesano.
Elegantemente vestido de negro, el color de la etiqueta palaciega,
divaga recorriendo las diferentes estancias del castillo de Elsinor y
sus aledaños.
Por el contrario, la demencia de Ofelia, que es plenamente real, transporta a la joven a un mundo de lenguaje sin sentido donde consigue escapar del dolor por la muerte de su padre y por el cruel rechazo del príncipe. Lejos del decoro esperado en una joven bien educada, Ofelia entona canciones obscenas en las que da rienda suelta a los deseos sexuales cuya represión impone la sociedad a la mujer, y que ella expresa a través del simbolismo de las flores. En contraste con Hamlet, Ofelia viste de blanco, color de la pureza virginal, y trenza guirnaldas con flores silvestres del bosque para adornar su cabello suelto y desordenado, otra muestra más de transgresión contra el patrón de comportamiento femenino respetable impuesto por el control patriarcal. Rodeada de todos esos atributos, Ofelia se interna en la naturaleza para morir ahogada en el río. Como resalta Elaine Showalter (1985), Shakespeare presenta a Ofelia/ la Mujer como un ser de la naturaleza que, en el momento de su locura y muerte, retorna al elemento acuoso que se considera consustancial a la esencia femenina (las lágrimas, el líquido amniótico, la sangre menstrual, la leche materna). Quizá por ello la estampa de Ofelia que consideramos más genuina es la del prerrafaelita John Everett Millais, que la muestra plenamente fusionada con la naturaleza circundante, flotando, bella e insensible, sobre las aguas del río.
Por el contrario, la demencia de Ofelia, que es plenamente real, transporta a la joven a un mundo de lenguaje sin sentido donde consigue escapar del dolor por la muerte de su padre y por el cruel rechazo del príncipe. Lejos del decoro esperado en una joven bien educada, Ofelia entona canciones obscenas en las que da rienda suelta a los deseos sexuales cuya represión impone la sociedad a la mujer, y que ella expresa a través del simbolismo de las flores. En contraste con Hamlet, Ofelia viste de blanco, color de la pureza virginal, y trenza guirnaldas con flores silvestres del bosque para adornar su cabello suelto y desordenado, otra muestra más de transgresión contra el patrón de comportamiento femenino respetable impuesto por el control patriarcal. Rodeada de todos esos atributos, Ofelia se interna en la naturaleza para morir ahogada en el río. Como resalta Elaine Showalter (1985), Shakespeare presenta a Ofelia/ la Mujer como un ser de la naturaleza que, en el momento de su locura y muerte, retorna al elemento acuoso que se considera consustancial a la esencia femenina (las lágrimas, el líquido amniótico, la sangre menstrual, la leche materna). Quizá por ello la estampa de Ofelia que consideramos más genuina es la del prerrafaelita John Everett Millais, que la muestra plenamente fusionada con la naturaleza circundante, flotando, bella e insensible, sobre las aguas del río.
Showalter (ibíd.) señala que Ofelia es la heroína más visible de
Shakespeare, ya que aparece insistentemente representada en todas las
artes y, por ello, la imagen de su locura ha condicionado la visión
social de la mujer, muy cambiante a lo largo del tiempo. En el siglo XVII se interpretaba su figura como un caso de erotomanía, de locura
sexual por un amor despechado, mientras que durante la Ilustración
su personaje fue parcialmente censurado por considerarlo poco acorde
con la decencia femenina. Para los románticos, en cambio, Ofelia fue
el emblema gótico por excelencia, cobrando por ello un fuerte
protagonismo, mientras que los victorianos la vieron como un
prototipo de histérica, la enfermedad femenina por antonomasia de
acuerdo con Freud. Pero Ofelia, un personaje en sí mismo vacío, ya
que en la obra sólo existe en función de Hamlet, es por ello capaz
de llenarse de contenidos transgresores que subvierten su punto de
partida. Así se explica que, en la década de 1970, el personaje
acabó asimilando la fuerza rebelde de la tercera ola feminista. Su
esquizofrenia se consideró la encarnación de la mujer escindida
entre las obligaciones familiares y sus aspiraciones personales,
dando lugar a originales reinterpretaciones, inclusive la apropiación
del color negro de la vestimenta de Hamlet, que ya se había iniciado
a finales de la era victoriana. Con ello se demuestra la posibilidad
de una revuelta contra la heterodesignación patriarcal y el germen
de emancipación que incluso esconden los discursos opresores.
II. Naturaleza violada. Buena y mala ciencia en Frankenstein;
o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley.
El bicentenario de la publicación de Frankenstein es una
excelente ocasión para recuperar plenamente su sentido primigenio de
fábula filosófica y moral sobre la educación y la ciencia en el
Romanticismo. Más allá de su recepción popular como una historia
de terror gótico y de ciencia ficción (por influjo, sobre todo, de
la versión cinematográfica de James Whale, 1931), Frankenstein
puede ser leído como un experimento mental en diálogo con textos
filosóficos fundamentales en la tradición occidental, como son el
Traité des sensations (1754) de Condillac, el Discours sur
l´origine de l´inégalité parmi les hommes (1755) de
Jean-Jacques Rousseau y, sobre todo, el Émile. Con ello
continuó, en forma literaria, la polémica que suscitó Mary
Wollstonecraft, madre de la autora, en 1792, al rebelarse contra los
alienantes principios en materia de educación de las jóvenes que
había propuesto el filósofo ginebrino. Esa obra crítica es un
texto protofeminista fundamental, la Vindication of the Rights of
Woman.
![]() |
Mary Woolstonecraft |
Pero lo que me interesa especialmente poner de relieve aquí es cómo
Mary Shelley ejemplifica en Victor Frankenstein un estilo de ciencia
agresiva, que utiliza metáforas de violencia y dominación sexual
para explicar su guía de investigación. Y ese método de trabajo
viciado contamina el resultado, convirtiendo a la Criatura, del ser
más perfecto que era en su proyecto, en un monstruo. La autora
plantea así que la ciencia no es una actividad ideológicamente
neutra y que la manera de ponerla en práctica conlleva implicaciones
morales directas, una intuición que la conecta con las
preocupaciones tan actuales de la Bioética. Frankenstein es el
primer gran ejemplo literario de científico loco que fuerza los
sabios planes de la naturaleza, al que seguirían tantos otros como
el Doctor Jekyll de R. L. Stevenson o el Dr. Moreau de H. G .Wells.
Pero, en su afán de crear vida artificial, prescindiendo del poder
generador de la mujer, Mary Shelley no lo presenta como una figura
aislada históricamente sino como heredero de una larga tradición
científica. En un movimiento de tesis, antítesis y síntesis, el
protagonista recorre el camino seguido por los alquimistas medievales
y del Renacimiento (Alberto Magno, Cornelius Agrippa y Paracelso),
que pretendieron crear homúnculos, hasta llegar al racionalismo
ilustrado que descartó esos intentos como meras supercherías, y
después la ciencia moderna que, en los albores del siglo XIX, veía
una senda abierta a infinitas posibilidades mediante los desarrollos
de la electricidad, el magnetismo y, sobre todo, la biología y la
química. Frankenstein estudió en la Universidad de Ingolstadt
(Baviera), que acabó siendo trasladada en 1800 para impedir los
trabajos de los miembros de la sociedad secreta de los Illuminati,
considerada herética por las autoridades prusianas. Mary Shelley
quiso que el profesor Waldman encarnase las figuras científicas tan
innovadoras de Humphry Davy, William Lawrence, Luigi Galvani o
Alessandro Volta. En la novela, Waldman se presenta como el portavoz
de la postura materialista de William Lawrence en el apasionado
debate sobre el vitalismo que mantuvo con su maestro, John Abernethy.
La siguiente cita es muy ilustrativa del ambiente científico
entusiasta de la época, que Mary Shelley conocía de primera mano,
como gran lectora y regular asistente a conferencias:
Al terminar hizo el panegírico
de la química moderna en unos términos que jamás podré olvidar. «
Los antiguos maestros de esta ciencia, dijo, prometían lo imposible
sin conseguir nada. Los científicos modernos prometen poco; saben
que los metales no pueden ser transmutados y que el elixir de la vida
es una quimera. Sin embargo, estos filósofos cuyas manos parecen
servir tan solo para hurgar en la suciedad y manejar el microscopio o
el crisol, han conseguido auténticos prodigios. Se
introducen en las profundidades de la naturaleza y averiguan sus
secretos motores. Han
descubierto el firmamento, el principio de la circulación sanguínea
y la composición del aire que respiramos. Han logrado poderes nuevos
y casi ilimitados, dominan el rayo, determinan los terremotos y
descubren, algunas veces, aspectos del mundo invisible».
Estas fueron las palabras del
profesor o, mejor dicho, éste fue el mensaje que el Destino enviaba
para mi destrucción.
Frankenstein, cap.III.
El pudoroso traductor al castellano de 1981 censura la verdadera
expresión en la frase subrayada:"They penetrate into the
recesses of nature, and show how she works in her
hiding places". Y no es solo en este fragmento, sino también en
el capítulo anterior y en los siguientes, donde resuena la palabra
“penetrar” que, puesta en conexión con el género femenino,
tiene unas inequívocas connotaciones sexuales. En castellano, al
expresarse a través de pronombres ambiguos, se suaviza esa
terminología sexista, que presenta a la naturaleza como un ente
fértil y pasivo, esperando a ser seducida, controlada y modificada
por el hombre provisto de todo su armamento tecnológico. También
Humphry Davy, en su Discourse de 1802, había propuesto
modificar la naturaleza, interrogarla con sus experimentos desde una
posición de poder, más bien como master que como
estudioso, con una terminología que recalca la jerarquización entre
el amo y el esclavo. Pero este modelo de ciencia patriarcal no era
nvención de William Lawrence o Humphry Davy sino que tenía su punto
de partida en el Prefacio a la Gran restauración (1620), de
Francis Bacon, quien también lo desarrolló en la New Atlantis
(1627): poner la naturaleza al servicio del filósofo natural y
hacerla su esclava. Bacon expresaba, con esa imaginería
genderizada de penetración y esclavitud, la misma matriz ideológica
con la que se justificó la conquista del Nuevo Mundo: una tierra
fértil y desaprovechada por los nativos que los occidentales estaban
legitimados, por ello, a apropiarse y explotar.
Como resalta Anne K. Mellor, Frankenstein nos muestra que los
modelos explicativos de la ciencia dependen, en buena medida, de las
estructuras lingüísticas en que descansan y, en particular, en la
metáfora y la metonimia. A través de ellas codifican la experiencia
y acaban proyectando criterios de conducta rechazables. En la novela,
Mary Shelley igualmente denuncia la acción de una ciencia
manipuladora de la naturaleza desde una visión unitiva del ser
humano con su entorno, que tomó de los poetas Wordsworth y
Coleridge. La supuesta energía viril creadora del científico
soberbio era, en realidad, una usurpación de los poderes generadores
femeninos y de la naturaleza. Esa hybris acarrea como castigo
el fracaso del irresponsable experimento, la soledad y la muerte. Los
malos modelos de investigación, basados en una tecnología agresiva,
que rompen los lazos humanos y se ponen en práctica a espaldas de la
comunidad científica, producen necesariamente consecuencias
catastróficas. Los sueños de la Razón contra Natura producen
monstruos.
Ursula K. Le Guin (1929-2018) es bien conocida por sus
historias de ciencia ficción en las que especula sobre posibilidades
alternativas de estar en el mundo, muchas veces con la intención de
denunciar los roles opresores asociados a los estereotipos de género.
En ello se entrecruzan preocupaciones y modos de trabajo que
pertenecen no solo al ámbito de lo literario sino a la filosofía, a
la crítica feminista y a la antropología. Así sucede
particularmente con el extrañamiento,
un método muy característico de la investigación antropológica.
No en balde, el padre de Ursula K. Le Guin fue Alfred Kroeber, uno de
los más eminentes antropólogos de la historia. Ese extrañamiento
consiste en alejarse hasta una imaginaria atalaya desde la cual el
cambio de perspectiva permite ver, con otra mirada, lo cotidiano, lo
que damos habitualmente por supuesto. Sucede así porque otorgamos
carta de naturaleza a lo que nos es más familiar, transformando su
ser meramente contingente en un deber ser normativo, y eso es lo que
impide advertir sus defectos mientras que, por el contrario, somos
capaces de percibirlos sin dificultad cuando examinamos los rasgos de
otras culturas. Con el extrañamiento se hace posible abordar la
crítica de los cimientos ideológicos de la realidad de una forma
muy parecida al filósofo de Platón que escapa de la caverna. Y eso
es, precisamente, lo que hace la autora de este breve pero intenso
relato, "She Unnames Them", derribar las barreras que
establecen los nombres, las categorías y los conceptos, y explorar
las posibilidades resultantes. Como quiera que se trata de un texto
mucho menos conocido que los dos anteriores, es preciso descender al
detalle de la narración para aclarar el análisis que pretende
llevar a cabo Le Guin. Se trata de un relato confesional que realiza
una narradora en primera persona, la "She" del título, un
pronombre genérico al que no acompaña ningún nombre propio pero
que los lectores acabamos atribuyéndole. La protagonista cuenta cómo
ha conseguido convencer a todos los animales para que abandonen sus
nombres y así poder escogerlos a voluntad, liberados ya de "los
cualificadores linneanos que habían arrastrado durante doscientos
años como latas atadas a una cola"(la traducción es mía).
Tras ello, se dirige a devolver su propio nombre a un tal Adam, su
compañero: "Tú y tu padre me prestasteis esto, me lo disteis,
más bien. Ha sido realmente muy útil pero últimamente no parece
encajar muy bien. Pero, ¡muchas gracias!". Adam, sin prestar
ninguna atención, le indica que lo deje por ahí y aprovecha para
preguntarle a qué hora es la cena. Ella se marcha, no sin antes
desearle que aparezca pronto la llave del jardín y expresa su
emoción por el nuevo mundo que se abre ante ella, libre de las
ataduras nominalistas.
Pese a que el cuento no proporciona ningún referente
espacio-temporal inequívoco, sí contiene una serie de pistas que
nos guían en el juego intertextual que la autora propone: un jardín
al que ya no se puede acceder y un hombre llamado Adán que, con la
autoridad de su padre, dio nombre a todos los animales y a la propia
mujer que es su pareja. Con ello deducimos fácilmente que "She"
es la Eva bíblica, a la que contemplamos protagonizando un nuevo y
definitivo acto de rebeldía contra la autoridad patriarcal:
desnombrar a todos los seres creados, esto es, deshacer el trabajo
sagrado que Dios encomendó a Adán tras la Creación. Aunque las
diferentes lecturas del Génesis se centran más en la creación de
Eva y, sobre todo, en la tentación, caída y la expulsión del Edén,
Le Guin presta más atención a ese episodio prelapsario, a la
potestad que el Dios judeocristiano confirió a Adán en el Paraíso
para designar a cada uno de los seres vivientes (Gn. 2:19-20). La
mujer es nombrada dos veces: la primera, "varona"
(ishshah), en cuanto
sacada de la costilla del ish
o varón (Gn. 2:23); y, tras la caída, recibe el nombre de Hawa
(Eva en hebreo), que significa "madre de todos los vivientes"
(Gn. 3:20). En cambio, a Ha´adam
(Adán, "hombre" en hebreo) le otorga el nombre
directamente Dios. Aunque en principio esta palabra significaba
"humanidad", acaba representando solo al género masculino,
con la habitual trampa androcéntrica del lenguaje. Como señalábamos
al hablar de Hamlet,
Le Guin también revela que este mito fundacional en la civilización
occidental separa al hombre y a la mujer, adscribiendo al primero al
campo de la cultura y, a la segunda, al de la naturaleza. El
verdadero problema es que los estereotipos asociados a esa división
binaria arrastran valores morales contrapuestos. El hombre es
racional, activo, productor, fuerte y moralmente bueno, mientras que
la mujer es irracional, pasiva, reproductora, débil y malvada, todo
lo cual justifica su posición subordinada al hombre. Para desvelar
la falacia de esos prejuicios tan arraigados, Ursula K. Le Guin se
atreve a reinventar paródicamente el Génesis. Esa reescritura, una
modalidad muy característica de la crítica posmoderna, se ha
convertido también en signo de identidad de la revisión feminista
de los mitos heredados, desde “Snapshots
of a Daughter-in-law” (1963), de Adrienne Rich a Le
Rire de la Méduse (1975), de Hélène
Cixous. En la visión de Le Guin, la Eva sin nombre, -lo que la
asimila a cualquier otra mujer-, se muestra activa, performativa, al
desafiar a la tradición sagrada con su desnombramiento. Pero, al
mismo tiempo, apunta a un nuevo modelo de comunicación. A diferencia
del ejercicio unilateral del poder de designar, promueve el consenso
entre los animales mediante el diálogo frente a la dominación por
la fuerza, y busca la vuelta a un utópico estado de comunión con la
naturaleza previo a la caída, el cual se habría perdido menos por
la desobediencia de Eva que por los excesos del logocentrismo y,
entre ellos, la presunción de superioridad del ser humano sobre los
animales.
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El Adán nominador visto por el visionario William Blake |
El relato, en tanto experimento mental, demuestra que
la sola mención de un elemento de nuestra tradición cultural (Adán
expulsado del jardín, por ejemplo), remite de manera automática a
una red de estereotipos que nos atrapan con sus simplificaciones
sesgadas. La autora, al desplazar deliberadamente el escenario de la
acción a un territorio neutral, desprovisto de las connotaciones
sacras del texto bíblico, facilita una mirada limpia de prejuicios a
las relaciones de poder subyacentes en el mito y que pasan
desapercibidas. En ese sentido, constituye una eficaz denuncia de
cómo la historia, lastrada por el mito creacional, ha excluido a la
mujer del poder lingüístico y creativo. Igualmente obliga a
reflexionar sobre las trampas del lenguaje y contribuye a liberar los
discursos silenciados, el femenino y el de la naturaleza, en una
visión que, sin duda, pertenece al ámbito del Ecofeminismo.
Pero aún es necesario analizar el valor de las
alusiones científicas en el relato y, en concreto, la mención al
sistema taxonómico de doble nomenclatura que estableció el
naturalista sueco Carl Linneo (1707-1778). En 1735 este replicó la
tarea adánica de nombrar a todos los seres vivientes al clasificar
4.400 especies de plantas y animales en su Sistema
naturae. Dentro del reino animal, estableció
cinco clases de vertebrados jerarquizadas por sus características en
progresiva evolución, colocando en el pináculo a los mamíferos.
Pero Londa Schiebinger, historiadora de la ciencia, pone de relieve
la inconsistencia de utilizar una característica morfológica
típicamente femenina para identificar a esa clase de animales, pese
a que solo tiene relevancia funcional en algunas especies y, en
estas, no de manera permanente. Por ello Schiebinger afirma que la
clasificación linneana, como ocurre con la ciencia en general,
arrastra un sesgo de género que pasa fácilmente desapercibido.
Desde esa óptica debe entenderse lo sucedido con la edición de
1758, en la cual Linneo introdujo la clasificación de los seres
humanos del siguiente modo: reino Animalia,
phylum Cordados, clase Mammalia,
orden Primates, familia Hominidae,
género Homo y
especie Homo sapiens.
Aunque homo, como
antes hemos visto que sucedía con el nombre de Adán en el Génesis,
se refería indistintamente a ambos sexos, en la práctica vino a
designar solo al masculino, al que se asocia la sabiduría,
excluyendo por ello a la mujer. Por ese motivo se ha dicho que Linneo
ejemplifica el empeño de la Ilustración por adaptar la naturaleza
al orden social y moral imperante en la época. En palabras de Donna
Haraway, el lenguaje científico masculinista simultáneamente
produce y localiza al Otro,-en este caso a la Mujer-, fuera de su
ámbito de acción, lo que refuerza la conclusión arriba apuntada de
que la ciencia es una actividad tan política como intelectual.
Un apunte más al hilo de este sugerente relato: la
autora cita a una serie de autores, Platón, Jonathan Swift, Linneo o
T. S. Eliot. Con ello nos traslada del escenario mítico al
desarrollo de la historia occidental, a lo largo de la cual la mujer
ha recibido la herencia del conocimiento- el mito, la ciencia, el
arte- por vía patrilineal. La autora nos invita a reescribir esa
herencia pero, al menos, deberíamos tomar como patrón de conducta
una lectura crítica capaz de desvelar las trampas ocultas en
elementos aparentemente neutros como es la taxonomía linneana: la
mujer y la naturaleza heterodesignados en un bloque común y puestos
al servicio del poder patriarcal. La protagonista, abandonando el
nombre que le había sido impuesto y todas sus connotaciones
culturales asociadas, se siente más cercana a la naturaleza porque
destruye unas jerarquías que no son reales sino ideológicamente
sustentadas. Esta fábula también rememora el proceso de maduración
del propio feminismo hasta llegar a la plena realización en paz y
libertad, un programa aún en desarrollo. Al
tiempo de poner fin a su vida anterior, la Eva desnombrada,
simbólicamente renacida, se marca una
difícil meta: “Mis palabras deben ser tan
pausadas, tan nuevas, tan simples, tan experimentales como las que
pronuncié mientras abandonaba la casa, entre los altos, inmóviles
bailarines de ramas oscuras contra el resplandor invernal”.
Mi admirado José Biedma hace unas jugosas reflexiones sobre este fascinante relato que me gustaría compartir aquí: https://j-biedma-de-ubeda.tumblr.com/post/179306568212/el-desnombre-de-ursula-k-leguin-nombre-de-gato-y
Mi admirado José Biedma hace unas jugosas reflexiones sobre este fascinante relato que me gustaría compartir aquí: https://j-biedma-de-ubeda.tumblr.com/post/179306568212/el-desnombre-de-ursula-k-leguin-nombre-de-gato-y
Como hemos visto, la literatura tiene un extraño y fascinante poder.
Como en el caso de Hamlet, puede reflejar y transmitir
esquemas mentales opresores vigentes en una sociedad dada pero
igualmente puede ser reinterpretada de una manera subversiva, ya sea
desde el horizonte hermenéutico en el sentido de Hans Georg Gadamer
o de la teoría de la recepción en Roland Barthes. También puede
denunciar actitudes masculinistas a través del uso irónico del
lenguaje y del ejemplo de sus consecuencias indeseadas, como en
Frankenstein. Del mismo modo, mediante la parodia puede
desmontar preconcepciones asociadas a mitos primordiales que
vertebran nuestra cosmovisión y demostrar la posibilidad de su
reinvención en términos liberadores, denunciando la manipulación
que se lleva a cabo a través del lenguaje natural y científico,
como hace Ursula K. Le Guin en “She Unnames Them”.
Referencias
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Time. Madrid: UNED.
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en « She Unnames Them», de Ursula K. Le Guin”. En Almela Boix,
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247-264). Madrid: UNED.
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https://www.researchgate.net
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Barcelona: Editorial Bruguera.
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AA. (2016). The Norton Anthology of
American Literature. Nueva York:
Norton.
Comunicación presentada por Encarnación Lorenzo Hernández al Congreso sobre Filosofía y Género, celebrado por la Asociación Andaluza de Filosofía en sevilla los días 7 a 9 de septiembre de 2018.
Comunicación presentada por Encarnación Lorenzo Hernández al Congreso sobre Filosofía y Género, celebrado por la Asociación Andaluza de Filosofía en sevilla los días 7 a 9 de septiembre de 2018.
Para encabezar la entrada me ha parecido especialmente sugerente la imagen de una Ofelia lectora. No una demente vagando por los campos con el pelo suelto sino una mujer decidida, concentrada en la acción, lectora, un ser que ha encontrado cómo darle la vuelta a la tortilla shakespearana. Casi parece que es ella la que está a punto de pronunciar el monólogo del ser o no ser, en lugar del dubitativo príncipe, maltratador de mujeres, sí.
ResponderEliminarQue brillante exposición! Si, esta Ofelia lectora da la vuelta al argumento y me encanta, muy subversiva ella. Extraordinario análisis y revisión de los estereotipos de género, desde estas tres obras situadas en momentos históricos diferentes y como
ResponderEliminarsus relecturas posteriores anulan prejuicios y abren nuevas sendas hacia otras realidades alternas. Qué interesante ese componente antropológico sobre el que construyes el relato, introduciendo la idea de utilizar el concepto de extrañamiento, que refiere a la necesidad de que en nuestra mirada pueda darse ese cambio de perspectiva que permita cuestionarnos todo aquello que de entrada solemos dar por sentado, y que nos ayuda a mantener vivo nuestro espíritu crítico, colocados un poco fuera de nosotros mismos Me encanta Ursula K. Le Guin. De ella he leído " Los desposeídos " . Aunque el cuento del que hablar no lo conozco, el enfoque antropológico, filosófico y cultural es similar: otros modelos de sociedad son posibles. Efectivamente, denuncia los roles opresores de género, derriba barreras que se han pretendido definidas y cerradas en nuestra sociedad capitalista occidental, pone en cuestión
constructos culturales, ofrece otros modelos de comunicación, otros lenguajes, otras formas de representacion de lo femenino y masculino. Da una vuelta de tuerca a todo nuestro Discurso Social, llevando a la ficción la existencia de otros modelos de organización social, donde las desigualdades de género están desterradas y empieza por deconstruir la nomenclatura patriarcal de la que hablas en el texto de forma tan clara y didáctica . Magnífico trabajo Encarna! Muchas gracias