LA FIESTA DE LOS QUINTOS

                                                                                                                       JOSÉ LOSADA


Recientemente he tenido conocimiento de la celebración en Madrigueras (Albacete) de la denominada Fiesta de los Quintos, que tuvo lugar el 7 de febrero de 2015. Las manifestaciones de varios vecinos nos la describen como un día al año en el que se reúnen por la mañana los hombres de la misma quinta y se dedican a comer y  beber hasta altas horas de la noche (“comida por generaciones” según dice uno). Alguno de los entrevistados se desplazó desde Valencia para estar junto a sus compañeros en la celebración. La única mujer entrevistada, esposa de uno de los participantes, dice que le acompañó durante todo el día.


En el blog vivirentrecosturas.wordpress.com encontramos otros datos relativos a la misma fiesta; como por ejemplo, la costumbre de tirar petardos y la “tarta de los quintos”, que se hacía en agradecimiento a los familiares y amigos que aportaban alimentos para el banquete entre los jóvenes de la misma quinta.

Reglamento de la Ley del Servicio Militar, 1969

Merece destacarse la pervivencia de una fiesta originada en una situación exclusivamente civil, como es la que refiere al Servicio Militar obligatorio, que en la actualidad y desde 2002 no existe en España. Igualmente es digno de mención que se celebrase, al menos en su origen, un trámite administrativo que suponía la entrada de los mozos en la edad adulta, como consecuencia de su incorporación al ejército y, vinculada a ello, la primera salida del pueblo, acaso para llegar a lugares muy lejanos.


Por otra parte, me llamó la atención en una visita que realicé a un pueblo de Burgos, cuyo nombre no recuerdo, que en un cerro cercan y aprovechando una ladera pétrea casi vertical, los quintos de varios años habían dejado unas enormes pintadas conmemorativas. Daba la impresión de que intentaban que la de cada año superase en tamaño y vistosidad a la del anterior.
Para dar idea de la extensión de la Fiesta de los Quintos, me haré eco de una noticia publicada en El Periódico de Aragón relativa a la población de Aguarón, comarca de Cariñena, provincia de Zaragoza. Sorprende que esta celebración es más compleja, eso sí, sin perder las características principales que son comunes a las que se celebran en otros lugares como, por ejemplo, en Madrigueras.


Se aprecia un esfuerzo por dignificar la fecha mediante el empleo de unas vestimentas de gala que evolucionan a lo largo del tiempo y perduran en el uso de atavíos, como los sombreros y bastones,  que en la actualidad no son muy utilizados por la juventud (también la burra empleada es muestra de este esfuerzo). El ambiente festivo se completa con la participación de todos los habitantes del pueblo, que regalan alimentos con los que preparar un banquete para los quintos. También llama la atención en la Fiesta de los Quintos de Aguarón que se canten coplas alusivas y se celebre una misa. Con todo ello se conforma una fiesta con todos los elementos que cabe esperar en la misma y con un peso específico, por así decirlo, que le permitirá sobrevivir a la desaparición del acto que la originó.
 También se da cuenta de un elemento de aleatoriedad que concurre en el procedimiento, ya que estaba previsto que parte de los mozos fueran declarados excedentes de cupo. Esto daba lugar a ciertas chanzas hacia ellos por parte de los que no se habían visto favorecidos por el sorteo, que mostraban de esta manera su frustración. El afortunado quedaba exento de incorporarse a filas pero no quedaba completamente ajeno a la disciplina militar, como se verá más adelante.
Finalmente, un elemento que da idea de la evolución de la fiesta y de su adaptación a los tiempos actuales es la incorporación de la mujer al grupo de los quintos, interviniendo en pie de igualdad con sus compañeros varones. Esta situación, al margen de la evidente lectura en términos de igualdad de género, denota una situación demográfica diametralmente opuesta a la que existía hasta la eliminación del servicio militar obligatorio.
La fecha de la fiesta viene a coincidir con la de Madrigueras, si bien se observa en este caso un fenómeno, por otra parte, muy conocido. Se encuentra asociada a una festividad del calendario cristiano: el día San Blas, que se celebra el 3 de febrero, en un esfuerzo de asimilar las esferas religiosa y civil de la sociedad, quizá con la finalidad de evitar roces entre los dos ámbitos y, en cierto modo, de preservar a la segunda  del innegable poder hegemónico de la primera (más información en la entrada de este mismo blog dedicada a las fiestas populares gallegas: http://anthropotopia.blogspot.com/2016/04/fiestas-populares-gallegas.html ).
Sabemos de muchas festividades (por ejemplo, las relacionadas con solsticios y equinoccios) que ya se celebraban en la antigua Roma, e incluso antes, y que perviven en la actualidad más o menos camufladas en otras fiestas propias de la religión cristiana y adaptadas a los gustos y costumbres de nuestros tiempo. Esto puede deberse a la pervivencia de antiquísimas creencias, pero tampoco hay que descartar la potencia social de las fiestas como fenómeno humano.


El origen de la acepción militar del término “quinto” se remonta al siglo XVIII y se relaciona con la obligación de incorporarse a las filas del ejército (de cada cinco mozos válidos para el servicio uno era movilizado). Anteriormente, las necesidades de los ejércitos reales se satisfacían mediante levas forzosas, realizadas sin ningún control entre las clases más modestas. Curiosamente, la prosperidad económica fue una de las causas por las que se cambió el sistema de alistamiento, pues provocó una disminución de las personas desocupadas. En otros países, como Suecia, Dinamarca o Rusia, eran los terratenientes los que designaban directamente a los que debían prestar el servicio militar, por lo que puede decirse que el sorteo implicaba un avance igualitario. Pese a ello, dio lugar a diversas revueltas y motines en los siglos XVIII y XIX y su eliminación constituyó una de las pretensiones constantes del movimiento revolucionario español. Un aspecto interesante del sistema es la posibilidad de redención del servicio militar mediante un pago de dinero, lo que daba lugar a una notoria desigualdad basada en motivos económicos; Cataluña, Navarra y Vizcaya procuraron, hasta 1877, redimir colectivamente a sus mozos, sustituyendo a los quintos por soldados voluntarios pagados por la Provincia o el Municipio.


 Dicha incorporación se realizaba por reemplazos formados por los varones nacidos en un determinado año. Como primera providencia se procedía a su tallado y pesaje, momento a partir del cual los interesados podían alegar causas de exención del servicio. Así pues, todos los mozos se reunían en un lugar y fecha determinados legalmente. Esta circunstancia, unida a la trascendencia de la situación (en la larga historia del Servicio Militar Obligatorio, los destinos de los quintos incluyeron América, Filipinas o el norte de África, además de la intervención en diversas guerras), constituía una base objetiva sobre la que erigir una celebración, concediendo relevancia social suficiente no al acto administrativo propiamente dicho, sino a la reunión humana que provoca. Esto explica la efervescencia juvenil que se trasluce en los alardes  de arrojo o vigor físico que se llevaban a cabo, relacionados con la entrada en la edad adulta y la salida del entorno que el servicio de armas conllevaba. Pero la persistencia a lo largo del tiempo de la festividad tiene que ver con un factor de cohesión social, de mantenimiento del núcleo humano pese a la disgregación propia  del paso del tiempo y de los avatares personales de cada uno.


Como complemento de la información ofrecida sobre la fiesta de los quintos ,aportaré algunos documentos que se refieren a la vida militar de Manuel González Moure y de su hijo Severino González Montes, bisabuelo y tío-abuelo respectivamente de quien esto escribe. Los que se refieren al primero se emiten en el último tercio del siglo XIX y, los del segundo, en el primero de la siguiente centuria. La gran diferencia entre ambos estriba en que Manuel sí cumplió el servicio militar con el empleo de corneta, mientras que Severino quedó excedente de cupo. 


Esta circunstancia, sin perjuicio de remitirnos a la estupenda novela de Miguel Delibes “Las guerras de nuestros antepasados”,- en la que el protagonista siente cómo la falta de servicio de armas le relega a un segundo plano en las relaciones familiares-, nos confirma la relevancia que el azar podía llegar a tener en el desarrollo de la vida de los jóvenes varones, evitando no solamente un largo período de interrupción de las labores habituales, el traslado forzoso a lugares desconocidos y la pérdida de la posibilidad de desarrollar un oficio, sino también los avatares propios de la participación en una contienda armada.


Sabemos que Manuel fue licenciado definitivamente en Zaragoza a finales de abril  de 1876. Esto permite suponer que hubiese intervenido en la tercera Guerra Carlista que  asoló España entre 1872 y 1876; precisamente, el día 28 de febrero del último año citado, el pretendiente Carlos VII se trasladó a Francia por el puente de Arnegui, formulando una promesa de regresar que no llegó a cumplir. Guardo el vago recuerdo de haber visto en casa de  mi abuela una medalla conmemorativa de la batalla desarrollada para levantar el sitio  de Bilbao (1874), uno de los hechos de armas más sonados de aquella feroz contienda entre españoles.
Parece ser que la expresión “pasarlas canutas” tiene que ver con el licenciamiento de los reclutas, a los que se entregaba un documento que justificaba su recién adquirida situación. Se guardaba, sin duda para facilitar su conservación, en un tubo de metal, el canuto. Seguidamente reproduzco algunas partes de la licencia de Manuel, en las que se explican las condiciones económicas en las que se produjo su salida del Ejército, las obligaciones que asumió en lo relativo a la conservación del uniforme y, como curiosidad, las limitaciones para contraer matrimonio (al tiempo se le expedía una fe de soltería).



Merece especial comentario el pasaporte, es decir, se facilitaba el viaje de regreso al lugar de origen, no a cualquier otro de elección del interesado. La mención a Brañuelas, población de la provincia de León, se explica porque por aquel entonces y desde 1868, era el “Finisterre ferroviario español”, la última estación y límite del ferrocarril hacia el noroeste. La futura línea Palencia- La Coruña quedó detenida a la espera de la construcción del denominado Túnel del Lazo. Tal y como consta en dos placas conmemorativas colocadas en la estación de Monforte de Lemos, la llegada del tren se demoró hasta 1883.


Imaginemos a Manuel en la estación de Brañuelas, a 150 kilómetros aproximadamente de su aldea. Si comparamos la fecha de expedición del pasaporte (29 de abril) y la de presentación ante el Alcalde de Pantón en la provincia de Lugo (13 de mayo), no es descartable que tuviera que recorrerlos a pie, lo cual sin duda constituiría un “brillante” colofón a su carrera militar.


Los documentos de Severino contrastan porque no denotan ninguna de las peripecias que su padre afrontó. Nacido en 1886, fue declarado Excedente de Cupo en 1908, pasó a segunda reserva en 1913 y se le concedió la licencia absoluta en 1919, sin que en su hoja de servicios conste ninguna otra anotación, es decir, que durante todo ese tiempo pudo seguir desarrollando sus oficios de agricultor y carpintero (ver la entrada de este blog dedicada al carro gallego). 




La autoridad militar también le expidió la correspondiente fe de soltería, estado civil que conservó hasta su fallecimiento.


 ¡Qué vida tan diferente a la de su padre! Sin “paréntesis” ni participación en batallas, libre de la disciplina militar. En contrapartida, acaso también él diría, como   Pacífico Pérez, el inmortal personaje de Delibes: “Lo cierto es que en casa empezando por el Bisa y terminando por Padre todos tenían su guerra, una guerra de qué hablar…”.














Las fotografías de soldados que ilustran esta entrada están tomadas de la obra gráfica “El viejo Escairón 1873-2000”, recopilación de fotos antiguas de habitantes de O Saviñao realizada por Pepe Carriola. Como muestra de respeto me hubiese gustado mucho haber puesto sus nombres pero, desgraciadamente, los desconozco.

Comentarios

  1. Una entrada muy interesante y muy adecuadamente ilustrada. Sola hace dos días, como quien dice, que ha desaparecido en España el servicio militar obligatorio y ya hemos olvidado casi por completo todo lo relacionado con ello, un rito de paso de la adolescencia a la madurez que marcaba profundamente las vidas de los quintos. Está bien contado el diferente sistema de elección a lo largo del tiempo aunque me gustaría que el autor desarrollase las implicaciones jurídicas del pago para eximir del ejército, que tenía efectos hereditarios en el Código civil.Y desde luego tiene mucho sentido esa fiesta, por un lado, de comunidad o grupo generacional y, por otro, para propiciar y festejar esa suerte aleatoria del sorteo que bendecía a algunos con la vida y a otros con la lejanía, como mínimo, o incluso con la guerra. Tengo noticias de una gran romería histórica a San Pejerto de Buciños para orar en ese sentido. Mi abuelo paterno fue excedente de cupo y en mi familia siempre bromean con que nuestro linaje no tuvo ningún problema con tanta catástrofe militar gracias a eso. Enhorabuena al autor.

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  2. Felicidades, Pepe, una entrada muy interesante. Desde luego, la idea de que llegada una determinada edad los jóvenes debían salir de su pueblecito y enfrentarse a otro destino, conocer otro sitio, aprender a cuidar de uno mismo, suena mucho a rito de adultez.

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  3. Quería añadir una información relativa a la provincia de Alicante. En Jávea celebran los quintos coincidiendo con San Juan. Se visten de fiesta ( con el vistoso traje regional) los chicos que cumplen ese año los 18 y lo celebran con gran jolgorio.

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