FIESTAS POPULARES GALLEGAS


JOSÉ LOSADA

Carlos Sobrino Buhigas, "Romería"
Siempre me han fascinado las fiestas populares, y no sé muy bien cuál es la razón: las comidas extraordinarias, la música, las manifestaciones religiosas o, quizá, la conjunción de todo ello, integrando en un día especialísimo en el que todo contribuía para que se generase una enorme energía positiva  que quedaba impregnada en el ambiente y, sobre todo, en la mirada optimista y confiada que tenían todas las personas (hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, niños…) con las que me cruzaba.
El día de la fiesta podía ser uno cualquiera de verano (esto no era imprescindible) en el que se celebraba la festividad del patrón o patrona de la ciudad, pueblo o parroquia. A  su llamada se reunían familias, los emigrados volvían por unos días a la que había sido su casa,  y todos, sin excepción, lucían sus mejores galas, las reservadas para las grandes ocasiones. Con la comida pasaba lo mismo, y la reunión familiar imponía una larga y copiosa pitanza con numerosos manjares como preámbulo de una sobremesa demorada hasta bien avanzada la tarde. Antes, por la mañana, misa solemne y, casi siempre, procesión, prolegómeno necesario de lo que vendría después, la fiesta propiamente dicha, con actuaciones musicales, fuegos de artificio, atracciones de todo tipo, en una especie de marco perfecto que aseguraba la diversión de todos los miembros de la comunidad, sin ninguna excepción.
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Ahora, cuando veo las fotografías de grupos familiares hechas en tal ocasión observo las unánimes caras risueñas, los gestos distendidos y cariñosos, y comprendo que la verdadera felicidad, el sentimiento de plenitud que así merece ser llamado, es necesariamente compartida.
En esta entrada, como en otras, me sirvo de la experiencia personal y, cuando no es suficiente, de la ficción realista de la literatura. Intentaré mostrar ejemplos de todos los elementos que intervienen en las fiestas populares y que las hacen una experiencia vital inolvidable.
Comenzamos por el espacio físico. En ámbitos urbanos, una plaza o terreno público que durante unos días se convierten en el centro de la vida comunitaria, para volver seguidamente a su utilización ordinaria. En el mundo rural nos encontramos con el denominado “Campo da Festa”, un predio,- que puede ser de titularidad particular, con uso agrícola o sin él-, especialmente destinado a acoger la celebración. Puede ocurrir que el resto del año esté vacío, desocupado o, sobre todo en el invierno, aparentemente desolado (la fotografía adjunta muestra una vista invernal del campo de la fiesta de A Vide, municipio de Monforte de Lemos). Pero, uno o dos días al año resurge para convertirse en un lugar distinto; su plena realización es efímera, sin que esto desluzca su importancia.
Mi muy admirado, y recientemente fallecido, Xosé Neira Vilas describe la situación en su obra “Memorias dun neno labrego”, cuando Balbino, el protagonista, impedido de asistir a la fiesta por estar su familia de luto, acude al día siguiente al campo de la fiesta  al  “rebusque”,  intentar encontrar algún objeto de valor que, perdido en la alegre confusión tumultuaria de la noche anterior, esté aguardando para compensarlo de la frustración que le supuso tener que conformarse con escuchar  de lejos el alboroto. 
Balbino se siente feliz cuando encuentra una cajita cerrada. No se atreve a abrirla y, deseoso de conservar para sí su secreto, la entierra junto al río. A los dos días, un enorme aguacero hace que se desborde y con su crecida arrolla el tesoro del chico y buena parte de sus ilusiones.
Podría recurrir a mi memoria para sorprender al lector con el relato de las comidas de fiesta en la que he participado. Por una vez, y sin que sirva de precedente, considero  que la ficción literaria sirve mejor para ilustrar lo que quiero decir. 
En la novela “Esmorgantes” de Jorge Víctor Sueiro y Amparo Nieto se describe el menú de una fiesta gallega: sopa de, al menos, cuatro carnes diferentes; cocido, “festival de variado colorido” con fuentes pletóricas de tajadas bien cortadas de  “cachelos”, garbanzos, repollo o grelos, varios tipos de chacinas,- sin olvidar al imponente “botelo”-,  y surtido de carnes  saladas de cerdo: “cachucha”, solana, lacón, paletilla …; empanadas, de sardinas y de “raxo”. Y, ya pasado el Cabo de Hornos  del banquete: pepitoria de gallina, capón al horno con patatas doradas y cabrito, para terminar con los postres (queso, arroz con leche, tarta de Mondoñedo y rosca de almendras). En mis recuerdos aparecen casi todas las viandas que citan los autores con algunas especialidades: el gallo del corral, presuntuoso y hasta agresivo algunas veces, se preparaba en salsa, lo mismo que uno de los conejos (era un día aciago para los animales domésticos); y en cuanto a los dulces, los citados eran sustituidos por roscón, rosca de pan y de almendra. Las empanadas eran cosa de uno de mis tíos, panadero de profesión. Todo regado por vinos tintos y blancos de la zona, y licores caseros.
En este mismo apartado gastronómico estarían los manjares propios y típicos de algunas fiestas: rosquillas de San Blas, Roscas de San Antonio, Huevos Cocidos al estilo de la fiesta de San Lázaro. Y solamente hablo de algunos ejemplos del Valle de Lemos. 
Cómo un dulce u otro alimento llega a ser considerado como elemento necesario de la fiesta es para mí un secreto, aún más, cuando compruebo que la costumbre no es propia de un solo lugar. En la autobiográfica “El jardín de los frailes”  Manuel Azaña, después de calificar a San Blas como un “diosecillo rústico” nos cuenta que en Meco tuvo culto solemne y romería, y que de ella llegaban a los mozalbetes alcalaínos unas coruscantes rosquillas “de enrevesada estructura sacada tal vez, con mazo y escoplo, de una tabla de pino barnizada”. Más adelante volveremos sobre el santo que se celebra el día 3 de febrero.
Una modalidad del vínculo entre las fiestas y la gastronomía se da cuando aquéllas coinciden con los momentos en que un producto está en sazón. Entonces, a todos los elementos de la fiesta se suma su consumo y exaltación. Así ocurre en las fiestas de los meses de verano con las sardinas (la sabiduría popular nos dice que las mejores llegan entre la Virgen de julio y la de agosto). Otro tanto sucede en el otoño con la llegada del vino nuevo, las nueces o las castañas. En la comarca de Lemos la fiesta de Fión se celebra en ese momento y el refrán dice: “Castañas, noces e viño fan do vello mociño”.
La felicidad intensa de la que hablaba antes es, al mismo tiempo, tremendamente frágil. No era extraño que una disputa, normalmente originada por  rivalidades entre lugareños de poblaciones alejadas apenas por unos centenares de metros o, todo los más, por escasos kilómetros, desbaratasen esos momentos mágicos. En esos momentos cobraba todo su sentido la expresión “Por un quítame allá esas pajas” porque, al parecer, si no se encontraba otro motivo de discusión, era habitual que uno de los belicosos  asistentes al festejo se colocase una brizna en un hombro y retase a los demás a que se quitasen. Tras la Guerra Civil la presencia  en las verbenas de las fuerzas de orden público hizo que esos incidentes se redujesen drásticamente.
 En mi vida ha participado en todo tipo de procesiones, desde las más corrientes hasta otras motorizadas e incluso marítimas. Se trata siempre de festejar a una Virgen o a un santo y en ocasiones de agradecer su intercesión (así hacen los marineros con la Virgen del Carmen); en otras, porque se trataba de un intercesor, de un abogado, las más de las veces en cuestiones de salud, como único remedio contra enfermedades de las que no se conocía la causa ni, mucho menos, la cura. Sin duda, los avances médicos ofrecen mayores posibilidades para luchar contra ellas, pero no por eso disminuyó la afección por las romerías y las fiestas correspondientes.
Un ejemplo de lo que digo, aplicado a una cuestión de índole civil, se da en la devoción que existe a San Pegerto en la parroquia de Buciños (Carballedo), a cuya intercesión, según me contaban, acudían los mozos en edad militar para librarse de “servir al Rey”. Los tiempos han cambiado, el ejército es profesional, la juventud no empeña sus inquietudes y parte de su futuro en algo tan trivial como un sorteo en el que se pueda resultar “excedente de cupo”; por no hablar de la injusticia que suponía el hecho de que los más acomodados pudiesen comprar con dinero la exención para un servicio que, en tiempos de guerra, hacía augurar una posible muerte o, por lo menos, graves heridas y secuelas.
No es contradictorio con el ambiente festero al que vengo haciendo referencia el hecho de que los creyentes se sometan a mortificaciones, como llegar de rodillas a la ermita del santo, cargar con un ataúd o llevar exvotos que después se quedarán junto a su imagen formando una extraña composición. Todas estas manifestaciones darían para una entrada. Sin embargo, para ilustrar el tema prefiero servirme de una de las obras más conocidas del escultor gallego Asorey: “La ofrecida a San Ramón”.
Y la música, siempre la música. Al rayar el día, las Dianas y Alboradas para despertar al son de las gaitas y las bombas de palenque. Luego, acompañando a la procesión, la banda de música; pasacalles y concierto. Sesión vermú a cargo de la orquesta. Y tras el descanso para la comida, primera sesión vespertina: pasodobles, ritmos latinos, como no, los últimos éxitos de la “música ligera”. Como colofón, la verbena, el momento principal de la fiesta, cuando la música se mezclaba con los firmamentos efímeros creados por los fuegos artificiales hasta agotarse, ya de madrugada.
En el relato “Un saxo na néboa” Manuel Rivas nos ofrece un magistral retrato del ambiente musical de las fiestas a través de los ojos de un joven que, casi sin querer, llega a ser propietario de un saxofón y, sin darse cuenta, a formar parte de la Orquesta Azul. Su primera actuación es en Santa Marta  de Lombás. El autor nos narra las incomodidades del viaje, cómo los músicos se repartían entre las casas de la parroquia para comer y dormir, y, sobre todo, la fascinación que el ambiente de la verbena produce en el protagonista, que desde ese momento queda atrapado en el maravilloso mundo de la música.
El relato forma parte del libro “¿Que me queres, amor?, que está traducido al castellano, y se integró en el guión de la película de José Luis Cuerda “La lengua de las mariposas”.
 Uno de los fenómenos que más me llama la atención en la Galicia de hoy en día es el gran auge que han alcanzado las orquestas que se dedican a amenizar las fiestas populares. Destaca entre ellas Panorama, algunos de cuyos seguidores recorren las cuatro provincias gallegas para no perderse ninguna de sus actuaciones,  y que ha merecido programas especiales en la Televisión de Galicia. No es la única,- destacan otras, como, sin ánimo exhaustivo, París de Noia, Poceiro, Satélites, Compostela-. El presupuesto de las fiestas patronales de Monforte de Lemos aún no alcanza para que la orquesta Panorama  las amenice  (en  2015 se rumoreó que existió un principio de acuerdo) pero estoy seguro que alguno de estos años podré verla y opinar sobre ella con pleno conocimiento de causa. Hasta ese momento, me conformo con los vídeos que circulan por la red.
Llegados a este punto, algún lector se habrá preguntado cómo se financian las fiestas. No me refiero a las de las localidades de cierta magnitud, como la citada en el párrafo anterior, sino a las de las   parroquias rurales integradas en pequeños municipios. En ese caso es preciso hablar de los “ramistas”. Son los encargados de organizar la fiesta: contratar las actuaciones musicales, comprar los fuegos artificiales y  todo lo que fuese necesario. No acceden al cargo tras una asamblea vecinal, sino por un consenso especial que se va fraguando en conversaciones  realizadas en los lugares de reunión más habituales (el atrio de la iglesia, la taberna, la fuente) siempre a  partir de una premisa: ¿ los ramistas del año pasado desean repetir en el presente?. No es un cargo fácil porque, si algo sale mal, los únicos responsables son ellos. Tienen también un pequeño margen de maniobra para dar a la fiesta su impronta personal; uno de mis tíos contaba con orgullo que el año en el que fue ramista no dejaron de explotar bombas de palenque desde primera hora de la mañana hasta el final de la verbena.
Cada parroquia financia sus fiestas mediante aportaciones de los vecinos que los ramistas se encargan de ir recogiendo, yendo casa por casa; hace años  se trataba de productos agrícolas (patatas, centeno, maíz), pero más recientemente el dinero era lo esperado.También salían por las poblaciones próximas aprovechando fiestas y ferias. Recuerdo haberlos visto con un cepillo como los que hay en las iglesias en el que aparecía pintado el nombre del santo patrón o, en su defecto, una estampa que identificaba precisamente la parroquia a la que iba destinado el donativo.
La labor no estaba exenta de sinsabores. Mi padre me contó que, el año en el que fue ramista de la fiestas de Escairón (O Saviñao), fue despedido con cajas destempladas, por decirlo finamente, por el que después sería, andando el tiempo, mi abuelo materno. Como no llegué a conocerlo, ignoro el motivo del incidente; tenía fama de tener genio muy vivo. Desde luego, no tenía una animadversión especial contra  las comisiones de fiestas, pues él mismo formó parte de alguna, de lo cual queda constancia en el recorte de prensa  adjunto (publicado en La Voz de Galicia del 6 de agosto de 1989). Recomiendo la lectura del pie de foto y la alusión que realiza a la Guerra Civil.

La autorizada opinión del antropólogo Carmelo Lisón Tolosana, en su libro “Teoría etnográfica de Galicia”, nos dice: “El pueblo no es teólogo, vive la creencia en acción, vibra en emociones que visiblemente expresa en sus formas de culto-fiesta inmensamente variadas”. No es difícil aventurar que muchas de las fiestas que ahora tienen tanto éxito  popular  sean la pervivencia, más o menos disfrazada, de otras de tradición anterior al cristianismo. O, simplemente, un ejercicio de cohesión social: para el emigrante que no reside en su parroquia natal durante todo el año, una manera de afirmar que sigue siendo parte de ella; y para los que no la han abandonado, la prueba de la permanencia de la comunidad, pese a todos los avatares. Para todos, la exaltación de la memoria colectiva que comparten y un ejercicio de resistencia  frente al demoledor   efecto que los tiempos modernos producen en el mundo rural.
Seguidamente, y a modo de almanaque, veremos ejemplos concretos  de las características principales a las que hemos hecho referencia.

FEBRERO
3

En el día de San Blas, el santo románico del que nos hablaba Azaña, los fieles llenan la iglesia de San Vicente del Pino con la intención de que las cintas y rosquillas que llevan en abundancia sean bendecidas y, al mismo tiempo, colocadas bajo la protección del santo, abogado de las dolencias de garganta. 
No es preciso que el interesado acuda en persona; es usual  que se encargue a otro que acuda en representación a la ceremonia, sin merma alguna de sus efectos. Las cintas son de distintos colores: azul para los varones y rosa para las mujeres y niñas (aunque esta distinción no sea más que una concesión a las modas imperantes desde hace unos años).
 La rosquilla se ensarta como una cuenta de collar  en la cinta  y, una vez que el feligrés se la come, se ha de portar el cuello hasta que se rompa por el desgaste propio del uso.

J U N I O
13

San Antonio de Padua es, sin duda, uno de los santos más conocidos. Se pide su intercesión para asuntos muy dispares, desde encontrar novio hasta cualquier objeto perdido. Rosalía de Castro recoge en uno de sus poemas la plegaria de una muchacha: 
Profesor Asaka, traductor al japonés de Rosalía
San Antonio Bendito
Dademe un home,
Anque me mate,
Anque me esfole.
Meu santo San Antonio,
Daime un homiño,
Anque o tamaño teña
Dun grau de millo.
Daime, meu santo,
Anque os pés teña coxos,
Mancos os brazos.
Bien comprendo que estos versos pueden chocar con la sensibilidad actual; y por eso, aún a riesgo de separarme un poco del tema, añado otra estrofa en la que se aprecia el verdadero tema poético: el desamparo de la mujer.
Facé, meu San Antonio
Que onde min veña
Para casar conmigo,
Nena solteira
Que levo en dote
Unha culler de ferro,
Catro de boxe,
Un irmanciño novo
Que xa ten dentes,
Unha vaquiña vella
Que non dá leite.
En la imagen adjunta se muestra el responso que se reza al santo cuando algo no aparece (no es imprescindible una limosna, pero tampoco está de más). Me consta su extendido uso en la actualidad, lo cual demuestra que, al menos, para los que lo utilizan, es eficaz.
En la fiesta que se celebra en Monforte de Lemos en honor del santo los “ramistas” subastan después de la misa solemne las roscas que les suministran los panaderos con el fin de recaudar parte de los fondos que precisan. 


J U L I O
10

San Cristobal es un santo muy peculiar. Aparece en las representaciones como un varón dotado de gran fuerza. No en vano, su función es transportar al Niño Jesús y, figuradamente, a todos los pecados el mundo. En la fotografía adjunta vemos una talla expuesta en el Museo de Arte Sacro del Convento de Santa Clara en Monforte. Sus brazos son los de un leñador o un labrador acostumbrado a rudos trabajos. 
También es el patrón  de los conductores y en el día de su fiesta se celebra en Moaña (Pontevedra) una curiosa procesión motorizada en la que tras la imagen circulan automóviles engalanados que no dejan de tocar el claxon para convocar a los habitantes de los lugares por los que pasan. 
Para tener una imagen más aproximada de la procesión, remito al lector a la contemplación del siguiente vídeo .


J U L I O
16

Las procesiones marítimas dedicadas a la Virgen del Carmen están muy extendidas en las localidades marineras, pues es patrona de los hombres del mar. Hoy hablaremos de la que se celebra en la misma localidad pontevedresa que se acaba de citar. Los barcos engalanados con banderas multicolores acompañan al buque pesquero más grande, a veces recién llegado para la ocasión de sus lejanos caladeros, al que le cabe el honor de transportar la imagen durante un hermoso paseo por la Ría de Vigo.
 En unas de las ocasiones en las que estuve presente hubo disputa por dicho privilegio, ya que los pescadores de dos parroquias lo reclamaban para sí. Afortunadamente, la sangre no llegó al río o, en este caso, al mar. En el manto de la imagen se colocan unas cintas, similares a las utilizadas para colgar la rosquilla bendita de San Blas, en los que los asistentes enganchan billetes con los que demuestran su fervor y el agradecimiento a los favores de la patrona. Cuando embarca para iniciar la procesión, casi lo cubren por completo.


SEPTIEMBRE
21

En la pequeña parroquia de A Parte, próxima a Monforte de Lemos, la fiesta se celebra en honor a San Mateo. Ese día sus campos a la orilla del río Cabe se llenan de una multitud ávida de diversión en común. Hasta tal punto llega la pasión festera que muchos negocios de Monforte cierran sus puertas, pese a que se celebre en día laborable. Grupos de familiares o amigos delimitan un trozo de terreno e improvisan un comedor para disfrutar de la  comida a sus anchas.
 El resto del año el lugar permanece casi despoblado. A mí me gusta mucho acercarme a A Parte siguiendo el curso del río junto a mi buen amigo Juan Luis Casas y cuando atravesamos el campo de la fiesta me resulta casi imposible imaginarlo abarrotado de gente, coches y ruido. Solamente da idea de su futuro algún pequeño pedazo de prado o soto delimitado por cordeles y en los que un aviso escrito sobre un cartón que ya está reservado para la fiesta de San Mateo.


DICIEMBRE
13

Hasta aquí se han traído  a colación fiestas pujantes, llenas de salud y señaladas por el favor popular. Terminaremos con una que está en el caso contrario. Santa Lucía, patrona de las costureras, está representada en una de las fachadas de la iglesia de San Vicente del Pino, a la que antes nos hemos referido, como una muchacha que lleva sus ojos en una bandeja. Poco amigo de la truculencia, evitaré la referencia al martirio que dio lugar a tan cruenta escena. 
Su fiesta se celebra en los aledaños del Convento de Santa Clara, también citado anteriormente. Sea porque coincidir en  fechas invernales o porque la comunidad que sostenía la fiesta carezca ya del impulso necesario para ello, el caso es que está en vías de extinción. Sin embargo, se resiste a desaparecer, como demuestra la noticia publicada en El Progreso del día 14 de diciembre de 1998.
Para no dejar el lector con mal sabor de boca, recordemos que en  Barcelona se celebra la Fira de Santa Llúcia. En las fechas próximas a la Navidad la plaza de la Catedral acoge un multitudinario mercado navideño  que, por lo que he podido comprobar en su última edición, goza de una excelente salud.



NOTA: Muchas de las fotografías de las fiestas monfortinas  aparecen en la página www.jrcasan.com en la que se recoge el fruto de una incansable labor de documentación de todo lo que ocurre en esta comarca.

Comentarios

  1. KFK ha comentado:
    "El recorrido por nuestras fiestas ha sido supercompleto y tan bien descrito que me vi en ellas; recuerdo aquellos primeros palcos iluminados apenas por unas luces de colores a los mastodónticos escenarios de las orquestas actuales: Panorama, Paris de N....Cuando describes el apartado culinario se me abrió el apetito, pues todos los platos típicos eran y siguen siendo deliciosos y esas largas sobremesas...

    Enhorabuena por esta entrada y para terminar digamos: ¡viva la fiesta!"

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  2. Felicidades, es una entrada muy simpática, aunque si la lees a la hora de comer da mucha hambre. Saludos.

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  3. Felicidades por esta entrada tan rica en detalles etnológicos, aderezados con la poesía de la memoria evocadora.Es todo un catálogo de proyectos de investigación para estudiantes interesados en el folkore popular. Particularmente me gustaría resaltar un detalle.La ofrecida de Asorey es una figura muy rica en su simbolismo.Está repleta de ecos de los ritos de fertilidad del mundo pagano, aunque reconducidos al culto cristiano a San Ramón Nonato. Me atrevo a pedir al autor que amplíe un poco la información sobre los elementos que adornan esta maravillosa escultura, que nadie debe perderse en el Museo Provincial de Lugo, ya que creo que será de interés para todos los curiosos de la antropología y de la cultura en general.

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  4. Mi amigo Ramón Dacuña enriquece la entrada recordando que hasta el final de la década de los años cuarenta del siglo pasado en parroquias próximas a las ciudades y hasta 1970 en las aldeas más lejanas e incomunicadas culturalmente había un “derecho” llamado “ceder el baile”. Cualquier mozo podía requerir a moza que ya estaba bailando con otro, incluso aunque fuesen una pareja de novios. Para la chica solamente había dos alternativas: dejar a la pareja con la que estaba y bailar con el solicitante o retirarse a las afueras del campo de la fiesta sin poder hacerlo con ningún otro. JOSÉ LOSADA

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