LECTURAS ANTROPOLÓGICAS DEL MITO DE PERSEO Y LA MEDUSA


Tradicionalmente se ha contemplado la figura mitológica de Medusa como símbolo del horror. Ese mito griego, gestado en la noche de los tiempos, ya se mencionaba en la Ilíada y en la Odisea, así como por Hesíodo, en relación al inframundo. Seguramente pertenece a una tradición cultural muy anterior a la Grecia clásica, época de la que proceden las versiones que conocemos, obra de Píndaro, Esquilo y Eurípides y más tarde desarrolladas por Ovidio y Apolodoro. Nos sorprenderá descubrir, a través de diversas lecturas del mito, que oculta un robo, una suplantación: la de una cultura orientalizante muy arcaica, en la que tenían un papel central las figuras de mujeres fuertes, encarnadas por poderosas diosas, sacerdotisas o reinas, como Medusa, por otra cultura helena relativamente más tardía y fuertemente masculinizada, que giraba en torno a los valores guerreros. En ella, el héroe solar Perseo destruye a la poderosa Gorgona, representando y justificando ideológicamente con ello el tránsito entre la vieja y la nueva  tradición, en la que no se admitiría ya más la rivalidad femenina.
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1. Lo que narra el mito

El héroe Perseo deseaba contraer matrimonio con Hipodamia, hija del rey Polidectes. Para aventajar a los demás pretendientes, se jactó ante su padre de poder ofrecer a la novia, como regalo de bodas, la cabeza de la Gorgona Medusa. En otra versión, en cambio,  Polidectes es quien pretende casarse con la madre del héroe, la bella Dánae, a la que Zeus fecundó con la lluvia dorada. Pensando que Perseo, fruto de esos amores, estorbaría sus planes, decidió apartarlo del reino de Serifos enviándolo a una tarea imposible, cortar la cabeza a la terrorífica gorgona Medusa. 



Las Gorgonas eran tres hermanas monstruosas, aunque cada una a su modo, es decir, que se caracterizaban por tener distintos rasgos. Dos de ellas, Esteno y Euríale, eran inmortales. En cambio la tercera, Medusa -"la astuta", "la invisible" pero también "reina" en la obra de Hesíodo-, era mortal. Poseidón, enamorado de sus cabellos de oro, tuvo amores con ella en el templo de Atenea. La severa diosa, furiosa por ese sacrilegio, castigó a la amada del dios de los mares transformándola en una bestia de fealdad horripilante, con una de esas extraordinarias metamorfosis que narra el talentoso Ovidio. Desde entonces la hermosa Medusa tuvo serpientes en lugar de sus seductora cabellera, una mirada salvaje capaz de convertir cualquier cosa en piedra, alas para volar, manos de bronce, una cabeza a la vez masculina y femenina, con barba, dentadura bestial de largos colmillos de jabalí, lengua proyectada al exterior y una boca abierta en horrible rictus por la que emitía un aullido escalofriante.



Para lograr la imposible hazaña a la que se había comprometido, Perseo contó con la ayuda de Atenea y Hermes, es decir, de la inteligencia y la astucia. El primer problema que debía resolver el héroe era averiguar dónde habitaban las Gorgonas, secreto que sólo conocían sus hermanas, las Grayas o Greas, tres jóvenes-viejas también inmortales que tenían un solo ojo y un solo diente que se pasaban unas a a otras. Nuevamente encontramos en estas hermanas rasgos monstruosos y contradictorios. Perseo, con gran astucia, arrebató a las Grayas su "mono-óculo". Al verse reducidas a la impotencia, se avinieron a indicarle el lugar en que vivían las Ninfas, unas jóvenes núbiles que cuidaban el jardín de Hera, las únicas que podrían mostrarle el camino hacia las Gorgonas. Además de darle la anhelada información, las ninfas Hespérides le dieron un presente que le permitiría vencer a Medusa, el kibisis, un zurrón mágico para guardar su cabeza y neutralizar sus poderes mágicos, pues su mirada seguía siendo letal incluso muerta. También recibió otros valiosos regalos de los dioseslas sandalias aladas de Hermes, el casco de Hades que procuraba la invisibilidad de los muertos, la hoz adamantina de Zeus y el escudo de bronce pulimentado que le dio Atenea. Como vemos, todo el Olimpo conspiraba en favor de nuestro héroe micénico.



Protegido con tan variados artilugios, Perseo concibió el plan de aproximarse a Medusa de espaldas mientras estaba dormida, vigilándola con el escudo a modo de espejo. Con la hoz decapitó al monstruo, y logró escapar de la persecución de las Gorgonas gracias a las sandalias aladas y oculto por el yelmo de invisibilidad. De la sangre derramada por Medusa nacerían Crisaor, un gigante armado con una espada de oro,  y el caballo alado Pegaso. Mientras que Perseo volaba llevando consigo la  horrible cabeza chorreante, las gotas que caían al Mar Rojo se transformaron en el coral gorgonia, mientras que las que cayeron en el desierto del Sahara se convirtieron en serpientes. También convirtió en piedra al gigante Atlas, que le negó la hospitalidad, un deber social clave en el mundo antiguo y del que ya hemos hablado extensamente en este blog (http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/08/rosalia-de-castro-y-el-escandalo-de-la.html). 

Finalmente, Atenea entregó a Asclepio, dios griego de la medicina, dos tarros con la sangre de Medusa, uno con poderes curativos; el otro, un veneno mortal.

2. El significado oculto tras el mito: El conflicto entre los sexos

Me gustaría citar a José Biedma (http://quintadelmochuelo.blogspot.com.es/2010/11/perseo-y-la-diosa-blanca.htmlcuando, analizando del mito de Perseo, afirma acertadamente que "La interpretación del mito es útil, conveniente, pero nunca agota su fertilidad simbólica. Estas cosas, que no sucedieron -escribía Salustio-, son para siempre". Por mi parte añadiré que los mitos tienen un importantísimo papel para la antropología. Son una inmensa máquina simbólica en constante movimiento. A su paso reciclan  nuevos significados que mantienen vivo el mito a través de su permanente mutación. Sus elementos disonantes, extraños, son el signo de que por el camino se han perdido los enlaces o asociaciones preexistentes, a la vez que se erigen en un medio de salvar las contradicciones sociales. Probemos a explorar los posibles significados del mito de Perseo y la Medusa.

En un primer acercamiento interpretativo, este mito puede verse como la proclamación del triunfo del Hombre racional sobre las contradicciones monstruosas de la Mujer, que la hacen merecedora del silencio y la muerte. En ese sentido no se trata de un mito aislado sino que la concepción de la mujer como un ser peligroso, amenazante para el hombre, de belleza fatal y culpable, es frecuente en las sociedades  en las que el poder se concentra en manos masculinas. Esa mujer venenosa, tóxica, amenazante, la encontramos también encarnada en Kali, la Esfinge, Eva, Lilith, Pandora, Circe, Helena, Dalila o Salomé, ejemplos del mal y el pecado. Ello justificaría entonces su dominación y exclusión social.



Pero, al mismo tiempo, también existe una visión angélica del ser femenino: Das Ewig-weibliche zieth unshinan, el eterno femenino definido en el “Fausto” de Goethe, resumen y proyección de toda suerte de virtudes contrapuestas y complementarias a la virilidad, el valor, la fuerza y la inteligencia del hombre: el sentimiento, el amor, la maternidad, la gracia, la modestia, la pureza, la delicadeza, la amabilidad… Como son virtudes pasivas, negativas por referencia a las del varón, hacen precisa la protección de la mujer y legitiman su subordinación. Desde una u otra óptica el resultado práctico es el mismo, la postergación de la mujer aunque para ello se invoquen valores y razones diferentes. 
¿Cómo y por qué se produce históricamente este conflicto simbólico? Para intentar responder a esa pregunta es imprescindible una revisión arqueológica de tales imágenes.A grandes rasgos puede decirse que el hombre primitivo necesitaba un estado de orden para controlar el mundo y a sí mismo. La mujer, inestable, sujeta a ciclos como la misma naturaleza y, por tanto, voluble, irracional, incomprensible, representaba una amenaza permanente para ese afán civilizador, al situarse en el límite entre el orden masculino y el caos de los elementos.Para Gerda Lerner (La creación del patriarcado), la subordinación de la mujer es, precisamente, previa al inicio de la civilización, a la paulatina constitución de los Estados arcaicos occidentales en el período que media entre el 3100 y el 600 a.C., simultánea a la definición de las estructuras socioeconómicas del patriarcado. La prohibición del incesto, por razones eugenésicas, llevó a la exogamia, articulada mediante el intercambio de mujeres, las cuales pasaron a ser una verdadera mercancía al apropiarse los jefes de los grupos familiares de su capacidad sexual y de reproducción, reduciéndolas a un estado de esclavitud. Esta situación, de acuerdo con G. Lerner, es anterior al desarrollo de la propiedad privada y de la sociedad de clases primitiva, cuyas bases sienta.

La mujer era mantenida en ese estatus sojuzgado bien por la fuerza, por la dependencia económica o por medios más sutiles de colaboración voluntaria, como la concesión de privilegios clasistas a las beneficiadas por su relación con los varones, o de una cierta posición social, y que a su vez pasaban a ejercer un dominio esclavista sobre otros. También la división de las mujeres entre respetables y no respetables, según que observasen la ley del velo. Y es que el control de la sexualidad femenina garantizaba el valor de cambio de la mujer y la pureza del linaje patriarcal.



La división sexual del trabajo condenaba a la mujer a la reproducción y a la rutinaria ejecución de las tareas domésticas o de tipo manual (agricultura, artesanía...), nunca intelectuales, reduciéndola a conservar la liturgia y la memoria familiar en el hogar. Con ello se la situaba en un ámbito precívico, fuera del ágora. Esa subordinación determinó una valoración negativa del papel pasivo de la mujer en la sociedad. Así, en Grecia, el amor pandemo, entre hombre y mujer, era considerado vulgar. El platónico, por el contrario, que procuraba placer, sabiduría y virtud, se reservaba a los hombres. 

Aristóteles concibió de este modo a la mujer como mas occasionatus, como un hombre incompleto o imperfecto, que solo aportaba materia y no forma a la generación. En los comentarios de Santo Tomás se consumará la hipertrofia de las facultades meramente generatrices de la feminidad: tota mulier est in utero.
El estoicismo, con su preocupación moral, normativizó las virtudes de cada género. Y, dado el amplio desarrollo del concepto de propiedad en la sociedad romana y la importancia de su legítima transmisión hereditaria ante la generalizada libertad de costumbres, condenó el adulterio para asegurar la patrilinealidad y la correcta transmisión del apellido del pater, lo que tuvo una amplia plasmación en las leyes de la República y el Imperio.

Por su parte, el cristianismo satanizó la belleza femenina como causa del pecado y, a la vez, justificó el culto a María como imagen de la perfecta maternidad. Supeditada al papel de madre y esposa, se negaba a la mujer el alma, su derecho a la individualidad como sujeto.

Durante la Edad Media persistió y se desarrolló ese doble lenguaje: por una parte, la constante alusión a la inferioridad de la mujer, plasmada en una literatura misógina que denunciaba su carácter amoral, voluble, irritable, caprichoso e incluso sucio. Por otra, gracias al misticismo arábigo de raigambre platónica que penetró en las cortes provenzales, con la elevación suprema de la Idea de Belleza, se inicia un culto a la feminidad a través del amor cortés, basado en una moral honesta del caballero que adora a la dama en la distancia, lo que sirvió para poner coto a los peligros que, para el nuevo orden sociopolítico en formación, representaba la violencia. 

3.Psicoanálisis y feminismo en la lectura de Medusa
la Medusa de Caravaggio, una imagen andrógina

Un segundo acercamiento posible al mito de Medusa pasa por su lectura psicoanalítica, realizada por Freud en Das Medusenhaupt (1922). En dicha obra entiende que el horror que provoca la cabeza de Medusa deriva del descubrimiento por el niño de la sexualidad de la madre, su cuerpo castrado, la ausencia en ella de genitales masculinos, lo que se representa simbólicamente mediante la decapitación-castración. El terror es así para Freud la emoción más arcaica, que anula el placer producido por el cuerpo femenino. El hombre se encuentra por ello sometido a un estado de confusión frente al mismo. Por un lado, es objeto de atracción; por otro, genera un temor a la debilidad y a la impotencia por el contacto con la mujer, su capacidad para debilitar al guerrero.

Para Sara Kofman, el enigma de la mujer, el “continente negro” de Freud, consiste en una bisexualidad de base que persiste atrofiada tras el desarrollo de la libido y que le otorga un balanceo perpetuo, un carácter atípico e imprevisible. El papel del Psicoanálisis, en consecuencia, no debería ser cadaverizar a la mujer, situándola en una posición definitiva e inmutable, coartando su rica vida sexual mediante la represión, sino restablecer ese doble poder de goce y remover los obstáculos que opone una moral social prejuiciada a su disfrute.

Rosa María Rodríguez Magda, (Femenino fin de siglo) apuesta por la proliferación de géneros sin erradicar la diferencia de sexos y por la búsqueda de múltiples identidades, entendidas como simulacros teatrales intercambiables, en lo que resuenan lejanamente los ecos dionisíacos evocados por Nietzsche. Pero no se trata de recuperar la fantasía asexuada de Ovidio, en la que se funden las dos mitades escindidas del ser humano, sino mejor recurrir a la descripción del mito del andrógino en Platón y a todas sus virtualidades interpretativas.



En el discurso del comediógrafo Aristófanes en El banquete (189 a-193d) se evoca la existencia de tres sexos originarios: masculino, femenino y hermafrodita. Los machos nacieron del sol, las hembras de la tierra y los hermafroditas de la luna. Poco a poco fueron engriéndose de su poder y autosuficiencia, y por ello se atrevieron a desafiar a los dioses del Parnaso. Como castigo a su hybris, Zeus los escindió en dos mitades. Como antes su forma era redonda, entonces quedaron situados sus órganos reproductores en la espalda, lo que les impedía mantener relaciones. Apiadado, el dios varió la situación de sus genitales, colocándolos en la parte delantera. Sin embargo, en lugar de explorar las posibilidades de su diversidad y corregir cooperativamente la escisión impuesta por la divinidad, los hombres se dedicaron a ensanchar la grieta comunicativa entre los sexos.

De esta historia de apariencia jocosa, como no podía ser menos por su autor, interesa sobre todo destacar la proximidad de los elementos y consecuencias de este mito con el de la torre de Babel. En ambos casos, la soberbia del hombre, que pretende sustituir a la deidad invadiendo sus dominios, es duramente sancionada con la más absoluta incomunicación -entre los sexos, entre todo tipo de personas de culturas diferentes-, y ello es una forma intuitiva de representar, con imágenes arquetípicas, la dolorosa conciencia de las limitaciones del ser humano aislado del prójimo y que el recto camino para el progreso no es hacer valer una supuesta superioridad sobre los demás, sino el diálogo entre iguales, reconociendo al Otro -a los miembros de otro sexo, a los pertenecientes a otras etnias o grupos sociales- como necesario complemento y no como rival. En definitiva, lo que se busca es despertar lo femenino y lo masculino que hay simultáneamente en cada ser humano, no sólo en la mujer sino también en el hombre. Es la metáfora soñada en el Orlando de V. Woolf y que también se esconde en el enigmático sfumato de la sonrisa de la Gioconda de Leonardo, quien también cayó bajo el hechizo de Medusa.
La filósofa y feminista francesa Hélène Cixous imagina una masculinidad futura incierta, poética, que acepta conscientemente su homosexualidad latente -entendida como categoría cultural y no sexual, en el marco del conjunto de las oposiciones binarias-, lo que dará lugar a una rica, fuerte y variada gama de valores, a una mayor flexibilidad en las relaciones humanas y a una superior capacidad de creación. En el fondo, parece que la bizantina disputa sobre el sexo de los ángeles no era más que un adelanto de estas profecías. El ser humano perfecto, angélico, que supera un cuerpo dividido, incompleto y carente, no se define en ninguna de sus dos mitades sexuadas sino al trascender sus limitaciones unilaterales.

Por otra parte, no estamos lejos tampoco del viejo opus alchymicum, el retorno a la unidad originaria del anthropos antes de la polarización de los contrarios, la coniunctio oppositorum del animus y del anima, destruyendo su antagonismo mediante la conciliación de los opuestos. 

Para Carl G. Jung (Psicología y alquimia), el psiquismo humano es dual, por lo que es preciso aceptar conscientemente la sombra oculta, esa mitad oscura del ser que encierra en la buhardilla del inconsciente todo aquello que se rechaza de la propia personalidad por no ajustarse al ego ideal (los impulsos creadores, los instintos no desarrollados, los deseos no reconocidos, las pasiones negativas reprimidas -ira, agresividad, ambición, concupiscencia-, y también las positivas). Sin embargo, como concluye Jung, la personalidad unificada, que recobra con ese auto-reconocimiento su plenitud, no pierde el sentimiento doloroso de su naturaleza dual, aunque es obvio que entonces la podrá experimentar de manera más plenamente humana y creativa.

Una idea fundamental en Cixous es advertir que la masculinidad, basada en la agresividad, la competitividad, la represión de los sentimientos, tal como hasta ahora se viene entendiendo, es también un constructo especulativo que en estos tiempos cambiantes supone una carga alienante e insoportable para el hombre. La filosofía de la alteridad que la autora concibe conlleva en la práctica, generosamente, que no sólo se libere de la opresión falocéntrica a la mujer, víctima tradicional, sino, también junto a ella, a su verdugo, en un diálogo de respeto a la diferencia basado en un lenguaje de comunes sentimientos y emociones. Esto permitiría la definitiva superación de la división de géneros, que es epistemológica y no ontológica, es decir, no posee carácter esencial sino que consiste en una posición culturalmente mutable.

4. La Medusa escritora

Otra lectura interesante del mito de Medusa pone de relieve las particulares relaciones de la mujer con la escritura. Sin duda se atribuye la creación del alfabeto a bien conocidos semidioses de la tradición de Oriente Próximo (Cadmo, Orfeo, Palamedes, Teuth o Toth), pero en esas mismas culturas la mujer es cofundadora del lenguaje escrito: Reitía, Carmente, Minerva, Yambé en los mitos de Eleusis, Isis, Safo…Esa posición dual en el proceso creativo dignificaba el papel de la mujer en tanto que civilizadora frente a la barbarie.


Robert Graves analiza los misterios del culto a la gran Diosa Blanca, omnipresente en la cuenca mediterránea. En Argos se la representaba como una triple divinidad de la que las gorgonas (literalmente, labradoras en griego) eran sus sacerdotisas. Ocultaban sus rostros con máscaras de ceño fruncido, ojos deslumbrantes y lengua salida, profiriendo sonidos sibilantes como los de las serpientes para asustar a los extraños. Tenían facultades de interpretación de los augurios según el vuelo de las grullas (las Grayas del mito, otra tríada de hermanas), y conservaban celosamente los secretos del alfabeto, cuyo poder mágico -capaz de superar la temporalidad inmediata de la voz- no debía ser divulgado.

Los aqueos invadieron Caria, próspera colonia argiva en Libia, de la que era reina la bella Medusa de cabellos de oro, decapitada por Perseo tras su victoria, Ello coincide históricamente con un proceso paulatino de supresión de los cultos matriarcales, que hasta entonces habían convivido en plano de igualdad con los del panteón masculino.

Escribe José Biedma que probablemente las hazañas de Perseo se refieren a la usurpación por invasores helenos de los poderes de la diosa Luna. La cabeza de la gorgona era una máscara profiláctica que se colocaban las sacerdotisas para ahuyentar a los no iniciados y de las que las despojaron los helenos. En definitiva, puede que el mito tuviera su origen en la conquista argiva de Libia, la subsiguiente supresión  del sistema matriarcal y la violación de los misterios de la diosa Neith. 

Por su parte, Gerda Lerner (op. cit.) afirma que uno de los presupuestos históricos concurrentes a la creación del patriarcado y, al mismo tiempo, de los Estados arcaicos en el Mediterráneo, fue la suplantación de esos cultos femeninos de la fertilidad, gobernados por sacerdotisas y videntes, por los de un dios único y dominante, no sujeto a ciclos inestables y al que sólo tendría acceso la mujer por intermediación del varón. Singularmente en el monoteísmo judeocristiano, la alianza se establece entre Dios y el hombre: María no es diosa sino intercesora. Como ella, la mujer solo se enaltece ante la divinidad en tanto madre. Y esta devaluación simbólica de las relaciones de la mujer con la deidad deviene metáfora de la civilización occidental, reforzada con la concepción aristotélica de aquélla como hombre incompleto.

Pero lo que en definitiva se pretende poner de relieve aquí es que, para fundamentar la autonomía masculina, se hizo necesario excluir a la mujer de la espiritualidad y de la creación artística, particularmente de la literatura, por el poder de perpetuación de la memoria por medio de la escritura. Solo el hombre será creador, productor; a la mujer se la condena a ser mera reproductora. Con ello se sentaban las bases de una tradición cultural de la que la mujer, que había sido copartícipe en su origen, será por completo apartada. Una mujer artista aparecerá entonces como una contradictio in terminis: al devenir objeto que encarna la idea de Belleza, solo puede ser fuente de inspiración para el artista varón y nunca, a su vez, creadora.

Medusa de Rubens

El único ámbito que le quedaba reservado era el de las artes reproductivas: la interpretación musical, la danza o la escena, y aún aquí es de notar que, hasta el siglo XVIII, tenía impedida la representación de su propio papel de mujer en el teatro, gran símbolo del mundo. Unos prejuicios sociales bien arraigados, que ridiculizaban a la mujer compositora, pintora o escritora, y la consecuente carencia de unas raíces artísticas que le pudieran servir como norte, determinaron que, hasta el siglo XIX, existieran solo contadísimas creadoras y, aún así, carentes de una proyección universal.

5. El viaje del héroe

Otro aspecto a destacar es la estructura arquetípítica del cuento o mito de Perseo y Medusa. Parece preferible hablar de cuentos maravillosos, ya que la característica que mejor los identifica es la presencia de elementos mágicos o fantásticos. Estos se insertan en historias que tienen lugar en un mundo que no se localiza en un tiempo y espacio reconocibles sino en el escenario irreal de la infancia de los hombres o los pueblos.

En La Morfología de los cuentos (1928) Vladimir Propp (1895-1970) elaboró un valioso instrumento de análisis de los cuentos populares. En esa obra identifica una serie limitada y constante de elementos, consistentes en 31 funciones  y 7 personajes arquetípicos. Por sorprendente que parezca, en el examen de los relatos más variopintos que podamos imaginar, como la Cenicienta, la historia de Ulises, Star Wars o una telenovela, acabamos encontrando un número de funciones recurrentes, con un orden de sucesión prefijado y que llevan a cabo unos seres arquetípicos. Cada uno tiene una esfera o campo de acción propio y característico, aunque interactúan entre sí: el héroe, la princesa, el villano o antagonista, el donante (que entrega al héroe un objeto mágico que le ayuda al éxito de su misión), el auxiliar, el comitente (quien envía al héroe al encuentro de su destino), y el falso héroe (que se hace pasar por héroe sin serlo). Esos personajes se definen por su contribución fija al desarrollo de la intriga. Las funciones que cada uno desempeña siguen  una secuencia predeterminada, pero no aparecen todos ellos en cada cuento. Por otro lado, ese esquema de acción forma parte del manual de estilo de los guionistas de Hollywood o de los talleres de creación literaria, lo cual dice mucho acerca de la eficacia de esta fórmula narrativa. 



El análisis estructural de Propp tuvo una gran influencia en Levi-Strauss y en Roland Barthes. La pregunta más inmediata que suscitan sus resultados es por qué se repiten esas estructuras invariantes. C. Gustav Jung las entendió como arquetipos mentales, patrones inconscientes de comportamiento. Aunque inicialmente lo aceptó también así Propp, más tarde rechazó esa interpretación. Propuso, en cambio, que eran una supervivencia de los antiguos ritos iniciáticos, de tránsito de la infancia hacia la madurez. Para el psicoanalista Bruno Bettelheim, en línea con Freud, vendrían a ser una pedagogía en materia sexual y sobre  los peligros de la vida, una serie de respuestas emocionales estereotipadas a los temas fundamentales de la vida, el significado del amor, las relaciones sociales y la felicidad, como una especie de manual educativo. No existe una interpretación definitiva de los mitos y leyendas y probablemente no pueda ser única, sino pluriforme.

Joseph Campbell, en su obra clásica El héroe de las mil caras (1949) analiza igualmente el patrón narrativo ubicuo en los mitos y leyendas, que se estructura en separación-iniciación-retorno. Se trata de una secuencia típica de los ritos de iniciación. En línea con Jung, para Campbell se trataba de una estructura mitológica universal dirigida a solventar los grandes problemas del ser humano. De manera similar al esquema de Propp en sus líneas generales, el héroe es arrastrado, no sin reticencias, de su vida ordinaria a un mundo de incertidumbres en el que se pondrán a prueba todas sus preconcepciones. En el camino recibe la ayuda de seres sobrenaturales que le conducen a un escenario mágico, en el que se enfrentará a peligros con la ayuda de sus aliados, resituados en ese marco de acción hasta que consigue superar la gran prueba. Tras esa experiencia transformadora regresa al mundo ordinario, portando con él un elixir con el que ayuda a sus congéneres. Puede verse fácilmente que el mito de Perseo y Medusa puede encajar en uno u otro modelo, aunque quizá más apuradamente en el de Campbell. No falta ni siquiera ese elixir mágico, que aquí esta representado por la sangre del monstruo usada con fines medicinales.

6. Los ritos de protección

Hemos hablado de Medusa como símbolo del horror, pero el miedo a quedar petrificado por su mirada también la convirtió en una deidad protectora. De ahí que su imagen se colocase, como una especie de amuleto, en cualquier lugar o sobre persona que desease preservarse, como en los escudos o en el pectoral de las corazas de los uniformes militares, en las cráteras de vino, en los hornos de pan, para evitar que abrirlo antes de tiempo estropease el proceso de cocción, o en los templos.
Medusa protectora en el pórtico del templo de Mérida
El Gorgoneion podía ser una cabeza de piedra, un grabado o un dibujo de Medusa con las serpientes en el pelo y la lengua fuera de los colmillos, un signo apotropaico, es decir, con capacidad para alejar el mal o atraer el bien, a modo de talismán o amuleto.Se ubicaba así en puertas, muros, suelos, monedas o lápidas, además de en las máscaras de culto para espantar a los no iniciados en los misterios. Pero entonces se detecta la evidente contradicción siempre latente en todo mito. ¿Para qué había que matar a la poderosa y benefactora Medusa? ¿O es que sus poderes protectores nacieron tras su muerte? Ello nos remite a las raíces históricas del mito, en la incompleta medida en que podemos acceder a ellas. El historiador Kerenyi opinaba que Perseo, el "destructor", era la cabeza visible de los helenos que invadieron Grecia y Asia Menor al principio del segundo milenio a. C. También Robert Graves opinaba que el mito de Perseo representaba la memoria sublimada de una invasión real micénica acontecida en el siglo XIII a. C. Ello constituyó una ruptura histórica, provocando una especie de trauma social registrado en el mito. El proceso histórico actuó como una neurosis latente, en el sentido de Freud. La suplantación permaneció escondida en el inconsciente colectivo, una forma de superar la transición entre estos dos modelos culturales tan distintos.En la tradición más arcaica la triple diosa aparece en las tres hermanas Gorgonas, las tres hermanas Gayas, las Horas, las tres Cárites o Gracias, y tantas otras trinidades femeninas ocultas en el panteón de dioses machos. Hasta la trinacria, símbolo de Sicilia, es una Medusa triple. Las serpientes de sus cabellos habían sido el símbolo de la fertilidad a la que se había adorado en aquello tiempos remotos. Con los invasores griegos se inició el culto a la espada, pero las huellas del "crimen cultural" siguen presentes en el mito, invitando a investigarlas a los interesados en las raíces de nuestro imaginario colectivo.

Podéis acceder a la cita exacta de Robert Graves en los mitos griegos, en inglés, en la entrada de Wikipedia sobre Medusa.

Sobre el mito de Medusa     Jose Ignacio González Lorenzo
            Algunas consideraciones al respecto. Me parece bien la interpretación que trae el predominio del panteón y los héroes masculinos de la conquista de Grecia y el Mediterráneo por pueblos guerreros – aqueos, dorios… -. Sabemos que los aqueos estuvieron implicados en la destrucción de la cultura cretense y otras similares existentes en el Mediterráneo oriental. En su lugar crearon la civilización micénica, mucho más atrasada económica y culturalmente: sustituyeron una sociedad basada en el comercio a larga distancia de alimentos y artesanías (con lo que supone de construcción naval, burguesía financiera, vida urbana, cultura refinada, etc.) por una sociedad guerrera basada en la conquista y la extorsión. Los antiguos palacios quedaron suplantados por toscos baluartes defensivos. A su vez, nuevos invasores guerreros – los dorios – acabaron con lo que de civilizado pudiesen haber conservado los aqueos de sus anteriores víctimas. Y entonces vinieron los  tiempos oscuros de los que, andando el tiempo, surgió la Grecia Arcaica.
            Si las diosas y los cultos femeninos representaban la antigua civilización destruida: ¿por qué ese temor a una fuerza oscura e imprevisible y casi imposible de dominar, si ya había sido destruida?  ¿Por qué permaneció tanto tiempo anidada en el subconsciente como una sombra amenazadora? Creo que la única respuesta histórica radica en la infinita superioridad cultural de la civilización cretense sobre sus bárbaros destructores. Estos últimos fueron conscientes que, con su conquista, habían destruido la mayor parte de las claves de la civilización de la que ellos sólo pudieron retener una reducida parte. El secreto de la civilización – la artesanía, las finanzas, el comercio, la organización social interclasista, el poder político equilibrado, la cultura, etc. – habían desaparecido y eran en su mayor parte irrecuperables. Por ello, las viejas diosas y sus ritos se convirtieron en algo misterioso, incapaz de ser comprendido, pero sobre todo algo poderoso, inmarcesible y amenazador porque continuamente les recordaba que ellos sólo pudieron destruir pero no dominar, porque el antiguo sistema era superior y de ahí la zozobra y el miedo a no poder resistir la atracción de la civilización, el temor a un regreso de las fuerzas oscuras, a desconfiar en las propias fuerzas y perder los atributos asociados a la virilidad y la masculinidad.
            Por otra parte, es completamente cierto que la cultura occidental a través del cristianismo y del judaísmo relegó el papel de la mujer a la condición de madre y de esposa sometida, confinada en las tareas domésticas y los hijos, sin que le fuera permitido el acceso no sólo a la res publica y la cultura, sino ni siquiera al desarrollo de su vida interior y disfrute de su propia sexualidad. El placer sexual auténtico fue confinado en los márgenes prohibidos de lo social: la prostitución, las conductas desviadas…  Pero todo ésto sólo se refiere a Occidente y a una parte de la civilización. Oriente era otra cosa. Para no alargarme me remito al librito Rameras y esposas de Antonio Escohotado. Allí recoge la leyenda de Gilgamesh y, en especial, el encuentro del bárbaro Enkidu y la sacerdotisa de Isthar. 


Enkidu acaudillaba una manada de fieras que destrozaba repetidamente los cultivos y las cosechas. Los campesinos pidieron ayuda a la diosa Isthar que decide enviar a una de sus sacerdotisas para que, mediante el amor sexual, controle la fuerza del bruto y lo reduzca a un comportamiento humano, esto es, civilizado. Enkidu queda deslumbrado por la atracción de un mundo placentero y refinado, acaba de conocer un mundo superior y pide a la sacerdotisa que lo lleve a la ciudad, la sede de todos los placeres. La práctica del sexo humaniza, civiliza, porque la relación sexual – máxima relación social posible – es lo que distingue a los humanos respecto de las fieras. El sexo no es una fuerza animal que haya que controlar y que, descontrolada, destruya a los seres humanos, sino todo lo contrario: es la fuente de las relaciones personales y sociales y el origen de la vida urbana y civilizada. El papel de la mujer, de la diosa y del sexo no puede ser más opuesto a la visión occidental. No son elementos negativos sino positivos, no proceden del substrato animal sino que son la conquista de la civilización.

Gilgamesh y Enkidu
            ¿Por qué es tan diferente Oriente de Occidente? La civilización oriental se basa en la agricultura intensiva, lo que requiere una mano de obra abundante e instruida. Los cultivos intensivos requieren un trabajo cuidadoso porque los rendimientos pueden variar de una a varias cosechas a lo largo de un año. Grandes poblaciones, grandes ciudades, enormes Imperios. En cambio, gran parte del Occidente fue una región pobre de cultivos y ganadería extensivas. Poblaciones escasas, ciudades escasas, con frecuencia recurriendo a la violencia y la extorsión para completar sus rentas. La diferente actitud ante el sexo no es ajeno a estos distintos estilos de vida. 

Comentarios

  1. Un análisis completísimo del mito de Perseo y la Medusa y sus implicaciones de poder y género, así como el temor que subyace en la dominación de la mujer a los poderes de la misma, y su conversión en un objeto con valor de cambio y no un ser autónomo.Y pensamientos como los de los gnósticos, para los que la divinidad podía ser femenina, y para quienes las depositarias del misterio y la buena nueva son las mujeres, quedaron sepultados en las arenas del desierto durante siglos, mientras la imagen dominante en nuestra cultura es la de la madre y esposa, como muy bien has señalado. Cabe preguntarse qué tipo de sociedad hubiera surgido a partir de unos mitos y una sociedad organizada de forma más igualitaria en la que el temor a la mujer no hubiera quedado desterrado sometiendo a la mujer, sino potenciando sus capacidades

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    1. Muchas gracias por tu atinado comentario, en el que la pregunta final encierra la cuestión clave, el modelo alternativo que habría sido posible. Nunca lo sabremos, pero sí estamos a tiempo para trabajar en que ahora pueda hacerse realidad.

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  2. Muchas gracias por la alusión, Encarna.
    Comentaré por el momento el párrafo que refiere a la consideración de la mujer por el cristianismo. Evidentemente, desde Pablo hay una vena machista, que al fin será dominante en el cristianismo. Pero sería injusto no referir al mismo tiempo a la misión salubrificadora que tuvo el cristianismo en el imperio romano decadente, restituyendo la familia y la propiedad privada a la gran masa de los siervos y esclavos. El cristianismo triunfante ofreció fuertes garantías morales no sólo al esclavo o al liberto varón, sino también a la mujer sierva. Si la disolución del vínculo matrimonial en las clases dominantes fue un factor de disolución social, como ha sucedido otras veces, el ocaso de la cultura antigua -como indicó Max Weber- coincide con el restablecimiento de la familia en las capas inferiores de la población. Ya está presente en Plutarco esta reconsideración de la excelencia femenina, que fue importante durante ese idílico momento del nacimiento del mejor cristianismo, en la época de los Antoninos, hasta Cómodo.

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  3. Muchas gracias, José, por leer y comentar. Tienes razón en tus apreciaciones. Pero con el cristianismo histórico, tratándose de la mujer, hay una de cal y otra de arena siempre, y lo peor es que aún sigue en ello.

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  4. Un agradecimiento especial a Jose Ignacio González Lorenzo, que ha realizado una lectura tan meditada de este post que creo que debe figurar, de pleno derecho, como parte del texto principal. Me enorgullece que Tinieblas tenga unos lectores de tan elevado nivel y que, además, sean tan generosos a la hora de compartir sus conocimientos en este foro. Muchas gracias, Jose Ignacio, y espero que pronto publiques más cosas en Tinieblas, tal como ya tenemos hablado.

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