MIRANDO AL MÁS ALLÁ: MÁSCARAS Y ENTERRAMIENTOS NEOLÍTICOS EN ORIENTE PRÓXIMO
Las máscaras más antiguas hoy conocidas, que se remontan a
9.000 años atrás, proceden del desierto y las colinas circundantes de
Jerusalén. Iain Morley, profesor de Paleoantropología de la Universidad de
Oxford, las acredita como los objetos más antiguos de tal clase. Son una
valiosa muestra de un mundo simbólico remoto, poco conocido y fascinante, el
del Neolítico en el Creciente Fértil, en un momento en que la Humanidad estaba
dando el trascendental paso del nomadismo a la agricultura sedentaria.
![]() |
El Hechicero, un hombre ciervo en la gruta de Trois Frères |
Hasta la fecha los arqueólogos han sido capaces de encontrar
quince de estas máscaras. Fueron fabricadas con piedra y pesan entre uno y
dos kilos. La más grande mide 30 cm de altura. Todas ellas
representan caras masculinas. Su forma es oval, siguiendo proporciones del
rostro humano. Además, cada una exhibe una fisonomía y tiene unas dimensiones diferentes.
Los artesanos que las elaboraron se esforzaron en individualizar sus rasgos,
supuestamente para lograr su parecido con determinados individuos, que serían
personajes destacados en la comunidad. Las máscaras tienen orificios en el
lugar de los ojos y algunas muestran una boca abierta que permite ver una
hilera de dientes. En otras se adivinan el bigote y la barba, y hasta las bolsas
bajo los ojos. Ello hace pensar que solo se consideraban dignos de esta
inmortalidad pétrea los varones de edad avanzada. De hecho, algunas de las
máscaras parecen modeladas directamente sobre la calavera. Muchas tienen los
pómulos prominentes, las cuencas orbitales muy marcadas y la sonrisa macabra de
la muerte. Un detalle muy importante para entender su función son las
perforaciones que exhiben en el borde exterior, lo que revela que pudieron ser
usadas para fijar una peluca, dándole así a la representación un aspecto más
naturalista. Aún se conservan pegados folículos capilares y hasta restos de la pintura
que cubría las máscaras.
La cuestión esencial es averiguar el papel de estos
artefactos en la cultura de las sociedades que experimentaron la primera gran
revolución agrícola de la historia. En algunas pinturas rupestres del
Paleolítico podemos encontrar hombres portando máscaras de animales, lo que es
indicativo de una larguísima tradición de enmascaramiento en la especie humana,
pero no ha quedado ningún resto de aquellas cabezas. La curadora del Museo de
Israel, Debby Hershman advierte que, a diferencia de las máscaras de Judea, que
se han conservado en perfecto estado gracias a su dureza pétrea y a la sequedad
del desierto, aquellas otras antiquísimas máscaras se perdieron por estar
hechas de materiales biodegradables. De ahí la importancia crucial que tienen
estas piezas para trazar el mapa ideológico de nuestros antepasados. No puede
considerarse un dato meramente casual el momento en que se fabricaron, justo
cuando estaban transitando desde una economía precaria, basada en la caza y
recolección, tan sujetas a los caprichos de la naturaleza, a un dominio de la
tierra y a la domesticación de las especies animales y vegetales.
Inicialmente se pensó
que estas máscaras se adosarían a las paredes de los lugares de culto, mientras
que hoy la teoría con más predicamento defiende que se usaban bien sobre la
calavera del difunto, bien sobre el rostro de quienes oficiaban los rituales
para honrar a los muertos. Estos se habrían convertido en espíritus protectores
y referentes principales de la comunidad. Esas ceremonias sin duda servirían
para reforzar los vínculos sociales entre los miembros de aquellos
asentamientos, algo especialmente necesario ante tan trascendental variación de
las pautas de convivencia. Los humanos pasaron de pequeños grupos familiares
nómadas a colectividades más amplias que, sin los estrechos y colaborativos lazos
de parentesco anteriores, habrían resultaban más difíciles de organizar. Cabe
deducir que estos ceremoniales con máscaras reforzarían el “cemento social”,
creando agrupaciones humanas más estables. La “Revolución Neolítica” (Gordon
Childe), que comenzó en Oriente Próximo hace unos 10.000 años, trastocó para
siempre las condiciones igualitarias que habían regido la vida de los cazadores
–recolectores durante dos millones de años. La sedentarización conllevó, en un
proceso lento y progresivo, la acumulación y distribución no equitativa de la
riqueza, el establecimiento de clases y jerarquías, la especialización en el
trabajo y una intensificación en el número y complejidad de las ceremonias
sociales y religiosas, el aglutinante para limar las asperezas de la nueva
organización, a cuyo servicio sin duda estarían estas máscaras. Seguramente
buscaban asegurar la curación de los enfermos o propiciar buenas cosechas por
medio de rituales mágicos, en un momento en que medicina, magia y religión eran
indistinguibles. El hecho de que las máscaras estuvieran fabricadas con un
material imperecedero y difícil de conseguir y labrar con los medios de la
época probablemente marcaría también las diferencias sociales entre los
herederos del linaje propietario de estos objetos rituales y el vulgo,
reforzando con ello sus derechos de preeminencia. Todavía hoy el uso de caras
vestimentas festivas, como la de la Moma en el Corpus Christi de Valencia, son
un claro símbolo de status.
La investigación
llevada a cabo por D. Hershman y por el profesor Yuval Goren, experto en
microarqueología de la Universidad de Tel Aviv, pretendía establecer los orígenes
y significación de estas máscaras en su conjunto, y no como piezas aisladas. La
carencia de vestigios documentales, ya que incluso son anteriores al uso de la
cerámica, dificulta el estudio de su concreta utilización en los actos
ceremoniales. Los expertos han recurrido a una sofisticada tecnología 3D al
objeto de realizar simulaciones para clarificar la función que realmente cumplirían de estos artefactos.
Hershman cree que serían usados por el chamán o el jefe tribal en el culto a
los ancestros. En su opinión, no servían solo para avalar las pretensiones de
propiedad sobre las tierras cultivadas. Para esta investigadora, la dimensión espiritual
de las máscaras es la más destacable. Para los vivos actuarían como guías
espirituales, buscando en ellos consejo u orientación para los problemas
acuciantes que se encontraban.
![]() |
Máscara procedente de la cueva de Nahal Hemar |
El Museo de Israel es poseedor de solo dos de estas
extraordinarias máscaras. Una procede de una cueva en el desierto de Judea, y
la segunda de Horvat Duma, cerca de Hebrón, un lugar próximo a las colinas de
Judea. Allí la encontró un agricultor a principios de los 70, siendo adquirida
por el célebre general Moshe Dayan, al que no pasó inadvertido el valor histórico de estas muestras. Podemos verla en la fotografía que encabeza esta entrada. Las restantes máscaras pertenecen a coleccionistas privados. En su mayor parte aparecieron en el
mercado de antigüedades sin la vital información acerca del contexto de su
descubrimiento, si bien se sabe fueron descubiertas en las décadas de los 70 y
80, todas ellas en un radio de 50
km alrededor de Jerusalén. Sin embargo, existe una
afortunada excepción. La cueva de Nahal Hemar, que excavó el prehistoriador
Ofer Bar-Josef, albergaba el tesoro de Aladino. Contenía miles de objetos
relacionados con el culto a los antepasados: cestas de cuerda, conchas,
abalorios de madera, figurillas talladas en hueso, cuchillos de sílex,
calaveras humanas modeladas con betún y tejidos bordados que pudieron ser
utilizados para vestimentas rituales. Todo un ventanal abierto al pasado.
Doce de estos fabulosos tesoros arqueológicos y
antropológicos pudieron verse juntos por primera vez en la exposición “Face to
Face: The Oldest Masks in the World”. Fue inaugurada en marzo 2014, muy
oportunamente, antes de la fiesta judía del Purim, que tradicionalmente se
celebra con una mascarada. Son una
herramienta clave para entender el comienzo de la religión organizada en el
Mediterráneo oriental. Los arqueólogos esperan poder encontrar más de estas
máscaras, pero para que resulten de verdadera utilidad, es preciso estudiarlas
in situ, en el medio intacto en que fueron depositadas. Solo así las piezas
encajarán en el rompecabezas y podremos rescatar la memoria olvidada de los
cultos en el Neolítico del Creciente Fértil.
RITUALES DE
ENTERRAMIENTO: DE LOS CRÁNEOS MODELADOS A LAS MÁSCARAS
![]() |
Cráneo modelado. Fotografía del arqueólogo José LLull |
Os invito a seguir remontando el curso de la historia unos cuantos
milenios atrás, lo que nos permitirá descubrir unos interesantes rituales
funerarios que, sin género de duda, están en el origen de las máscaras de Judea.
Tal vez aceptemos como presupuesto que una máscara, la reproducción en piedra,
arcilla, cera o metal de la cara de una persona muerta, es la solución obvia y
única para representar a los difuntos en el mundo de los vivos. Sin embargo, si
investigamos los sistemas de enterramiento en etapas anteriores a la que hemos
examinado comprobaremos que no es así.
Entre los años 12.000 y 10.300 a . C,. en la zona
del Levante oriental tenían lugar dos tipos de enterramientos. En los poblados
sedentarios se practicaba la sepultura con ajuar, mientras que los grupos semi-sedentarios
o los que solo se desplazaban estacionalmente llevaban a cabo enterramientos
secundarios, con traslado posterior de los cadáveres a su destino final. En
todo caso, como afirma Isabel Rubio de Miguel, de la Universidad Autónoma de
Madrid, no puede asegurarse que en esta etapa pretérita tales enterramientos
vinieran acompañados de rituales funerarios.
En los primeros momentos del Neolítico (10.300 a 8.800 a . C.), la principal
novedad en el sistema de enterramientos consistió en la cada vez más frecuente
separación de cráneos y cuerpos. Las cabezas decapitadas, depositarias de la
fuerza vital en el sistema de creencias de aquellos primitivos pobladores, no
eran manipuladas sino que se enterraban bien en las propias sepulturas, aisladas
o en depósitos aparte. Una vez descompuestos los tejidos, los cráneos se
extraerían del lugar del enterramiento primario y serían objeto de una
ceremonia comunitaria al tiempo de recibir su enterramiento definitivo. Algo
parecido sucede todavía hoy con la Famadihana de Madagascar (tenéis interesante
información sobre el particular en este enlace a otra entrada del blog:http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/06/madagascar-antropologia-y-animacion.html
).
Rubio de Miguel ofrece otros ejemplos: los Naga de Pakistán, que dan culto a la fuerza residenciada en la cabeza, propiciadora de bienestar y fecundidad; o los Iatmul de Nueva Guinea, que celebran ceremonias en la casa de los hombres. Colgados o en nichos hay cráneos modelados en barro de antepasados y de los guerreros enemigos. Lucen pelo y conchas para simular los ojos y sirven para los rituales de muerte y de fertilidad.
Rubio de Miguel ofrece otros ejemplos: los Naga de Pakistán, que dan culto a la fuerza residenciada en la cabeza, propiciadora de bienestar y fecundidad; o los Iatmul de Nueva Guinea, que celebran ceremonias en la casa de los hombres. Colgados o en nichos hay cráneos modelados en barro de antepasados y de los guerreros enemigos. Lucen pelo y conchas para simular los ojos y sirven para los rituales de muerte y de fertilidad.
Los Abelam de las tierras altas, cultivadores de ñame y
criadores de cerdos, son gobernados por los Big Men. En sus rituales mágicos,
favorecedores del buen fin de sus plantaciones, los cráneos de los antepasados
cumplen un rol destacado. Una vez
recogido el ñame, los ejemplares más grandes se engalanan con máscaras
que asocian estos magníficos frutos a los espíritus.
Los Mbotgote de Malekula (Vanuatu) también moldean efigies
de sus difuntos utilizando barro y fibras de cocotero, y con ellos llevan a
cabo el culto a los antepasados. Pero, además, conservan los cráneos de sus
familiares en la cabaña y los utilizan en ceremonias especiales, como la danza
que se celebra antes de la matanza de cerdos o en los complicados funerales
masculinos. En todos estos ejemplos se observa que máscaras y cráneos aseguran
la cercanía entre el mundo de los muertos y el de los vivos, para garantizar su
poder protector. Para la autora citada, la Etnoarqueología es una vía fundamental de investigación. Esta disciplina proporciona vías de interpretación para la
prehistoria basadas en el estudio de las costumbres y culturas materiales de sociedades pre-industriales actuales, permitiendo la formulación de nuevas hipótesis.
Pero las prácticas relacionadas con el más allá siguieron
evolucionando. A pesar de las marcadas diferencias locales, en el Neolítico
Antiguo precerámico (8.800/8.600 a 8.200 a . C.) puede identificarse como rasgo
principal el culto a los cráneos modelados. Para el antropólogo Hershkovitz,
esta es la característica básica de la koiné, de la cultura común de esta etapa.
No obstante, el modelado ya se había practicado antes y, por otro lado, su presencia no es ubicua en el Próximo
Oriente. Entre las diversas manipulaciones a que eran sometidos los cráneos, se
les retiraba la mandíbula o se les extraían los dientes para dotarles de características gerontomórficas,
alusivas al poder de los ancianos, como pone de relieve Rubio de Miguel. Habría
un culto privado en los enterramientos realizados en áreas domésticas, como las
propias viviendas, y otro público, con ocasión de ritos de paso o fertilidad y
otras festividades, que se efectuaba en santuarios o en los lugares colectivos
de enterramiento. Quizá los primeros correspondían a los familiares y los segundos
a personajes de mayor rango en la comunidad.
Desde estos trabajos de moldeado es fácil ver el tránsito
hacia las máscaras, llegando a coincidir históricamente. En el enterramiento de
´Ain Ghazal aparecieron los cráneos en una fosa y las máscaras separadas. En
este mismo yacimiento se encontraron unas treinta estatuas de cuerpo entero de
tamaño casi natural, y también cabezas sobre un busto con incrustaciones de
betún en los ojos. Algunas de estas cabezas eran bicéfalas. Finalmente, en
torno al año 7.000 a .
C., la aparición de la cerámica puso fin a la manipulación de los cráneos. Fue
en ese preciso momento cuando comenzó el
auge de las extraordinarias máscaras de Judea.
Fuentes
consultadas:
-“World ´s
Oldest Masks Modeled on Early Farmers ´Ancestors”. A. R. Williams, National Geographic,
10-6-2014
-“Rituales de cráneos y enterramiento en el Neolítico
precerámico del Próximo Oriente”. Isabel Rubio de Miguel, 5-5-2008
-The Times of Israel, 5-3-2014
-Shalom, 11-3-2014
-La Jornada en Línea, 12-3-2014
-ABC, 21-3-2014
-Arqueoblog. Adrián Carretón, 12-6-2014
-Redhistoria, 22-7-2014
Magnífica entrada, con una información interesantísima. El uso de máscaras nos lleva a la misma raíz de la palabra "persona", el prosopon usado en el teatro clásico griego, la referencia a aquello que nosotros hacemos culturalmente a partir de nuestra naturaleza libre e indeterminada. En el caso de estas máscaras, como destacas, el dotarlas de rasgo individuales nos harán pensar en un tipo de culto personal, de grandes hombres de la tribu, de aquellos curadores del grupo.
ResponderEliminarAl leer la entrada, tampoco he dejado de pensar en las extraordinarias máscaras egipcias,ya con materiales preciosos y como una forma de sobrevivir en el más allá. Y es que, tal como se destaca en Antropología Filosófica, el ser humano no puede dejar de plantearse la muerte como un horizonte de la vida, por mucho que nos dediquemos a disfrutarla.
Felicidades por la entrada. Llama mucho la atención el carácter tan neutro y simétrico de estas máscaras, casi como los idolillos de las Cícladas. Estos días me acordaba de cierta exposición de arte africano que vimos hace años en la Fundación La Caixa de Barcelona, donde había una antigua máscara, pero que semejaba cubista, con los ojos extraviados en diferentes direcciones y la boca en diagonal, cuyo título era: "Retrato de hombre enfermo". Y en ese momento dijiste, "está claro, el hombre surrealista es un hombre enfermo". Me ha parecido que venía a cuento.
ResponderEliminarLa exposición de la Caixa, verdaderamente extraordinaria, era "Maestros del caos. El artista como chamán", y tenía unas vestimentas de Wilder que me impactaron muchísimo- después vendrían los artículos sobre el tema-, y unas máscaras estupendas como la que mencionas, ultrapicassiana. He lamentado mucho que no hicieran catálogo de aquella exposición. Hubo también excelentes conferencias que tengo en tareas pendientes intentar localizarlas.
EliminarGracias mil por leer y comentar.
Jose Ignacio González Lorenzo, que siempre lee con mucha atención los artículos del blog que le envío, ha hecho un comentario que me parece muy oportuno compartir.
ResponderEliminar"Me sorprendes una y otra vez. Te confieso que no sabía nada de esas máscaras de piedra del Neolítico. El tipo de ritual funerario a que van asociadas y su forma de tratamiento del cadáver constituye uno de los rasgos fuertes de las distintas culturas y civilizaciones que se han sucedido a lo largo de la historia. Inhumación, incineración, etc. pertenecen al núcleo duro de la cultura y se han alternado a lo largo de la historia, generalmente en períodos muy largos. Actualmente es perfectamente reconoscible cómo estamos pasando de una cultura generalizada de la inhumación, que se remonta, cuando menos, al cristianismo, a otra de la incineración que marca una ruptura histórica, en este caso, la sociedad contemporánea actual. Los ritos, los ajuares funerarios son arqueológicamente muy importantes porque permiten señalar el paso de una sociedad igualitaria de cazadores o de agricultores, cuyo liderazgo social es bien ocasional bien permanente, pero nunca hereditario, a sociedades jerarquizadas de jefatura donde ya hay una clara diferenciación social estable que, lógicamente, se manifiesta en la diferencia de tratamiento funerario y en el ajuar correspondiente.
En cualquier caso, un artículo como siempre interesante y novedoso."