LA CANCIÓN DEL NIÑO HIMBA


Mujer y choza himba de estructura cónica,
de madera con techos de hojas de palmera
e impermeabilizada con barro y estiércol.


EL ANIMAL MUSICAL


Hay quien cree que sus plantas florecen mejor con las sonatas de Beethoven o con el célebre opus 8 de Vivaldi, o quien piensa que sus vacas dan más o mejor leche si oyen a Mozart. No obstante, es dudoso que los animales en general, salvo tal vez los pájaros cantores, algunos artrópodos y los grandes e inteligentes mamíferos acuáticos (delfines, ballenas), sean sensibles a la belleza de una melodía o a la melancolía que pueda expresar un adagio. Los lobos oyen aullidos. Oyen su “ruido”, nada más.

Dicen que Napoleón era insensible a la música. “De todos los ruidos, los menos desagradables”, eso cuentan que el emperador decía de la música. Hay personas así, ¡pobrecillas!, aunque son las menos gracias a Dios. El ritmo forma parte de todas las actividades anímicas y, tal vez, de todos los fenómenos naturales. Platón insistió en la conveniencia de que los jóvenes adquirieran eurritmia, o sea buen ritmo, como elemento imprescindible de su educación. Seguramente el sentido del ritmo es esencial al desarrollo de la memoria y de la inteligencia, y decisivo en la formación del carácter.

Los pitagóricos creían en la existencia de una especie de melodía estelar, fruto de la armonía cósmica, la “música callada” de la naturaleza, el “son divino” al que alude Fray Luis en su célebre Oda a Francisco Salinas, su amigo y músico ciego. Oyendo ese cadencioso son, “el alma, que en olvido está sumida, / torna a cobrar el tino / y memoria perdida / de su origen primero esclarecida”. El sentido musical siempre parece remitirnos al alfa y el omega de nuestro origen y nuestro destino. Se podría decir que somos el animal musical.

Según el antropólogo Alan Lomax (Folksong Style and Culture, 1968), ciertos aspectos de las canciones, la música y la danza de una cultura guardan relación con los niveles de subsistencia alcanzados por la misma. Los pueblos organizados en bandas y aldeas manifiestan un complejo musical diferente de los pueblos organizados en jefaturas y estados. 

Las notas están más separadas y los intervalos son de tercera e incluso mayores en los sistemas de subsistencia menos avanzados, mientras que en los sistemas más avanzados las escalas tienen mayor número de intervalos y más pequeños. La repetición -unas pocas palabras una y otra vez- es más frecuente en las culturas menos avanzadas, la música se produce con menos instrumentos, menor número de músicos y menos pasos de danza. Por el contrario, cuanto más avanzado es el sistema de subsistencia más tiende la danza a centrarse en complejos movimientos sinuosos. 

Algunas danzas pueden considerarse como un entrenamiento corporal para el trabajo o para el acople reproductivo, la guerra, la defensa, la práctica de un deporte, como una forma de relajación, de meditación, de búsqueda del éxtasis y de estados alterados de conciencia. En cualquier caso, es verdad que hay correlación entre las formas artísticas musicales y los modos y niveles de subsistencia.

Danza himba

CANCIONES IDENTITARIAS DE LOS HIMBA


Pues bien, en las orillas del río Kumene, al noroeste de Namibia y suroeste de Angola, sobrevive el pueblo Himba de la ganadería nómada en un inhóspito semi-desierto. “Himba” significa mendigo, pero los himba son altos, delgados y escultóricos. Tanto los hombres como las mujeres se adornan con sofisticados peinados y abalorios de complejo valor simbólico. Rinden culto al fuego, son monoteístas y polígamos, dándose en ellos tanto la poliginia como la poliandria. Las mujeres embadurnan sus cuerpos con una pasta hecha de grasa de cabra, hierbas y ocre rojo que da a su piel un tono rojizo, el otjize, que tal vez les defienda de la mordida del sol y les preserve de las picaduras de insectos y arañas.

¿Qué tiene esto que ver con la naturaleza musical del hombre? Tenga paciencia el amable lector, en la edad de las prisas… Es costumbre singular y poética que las madres himba cuenten la fecha del nacimiento de sus hijos, no desde que nacen, sino desde que piensan en ellos. Cuando deciden engendrar una criatura (tal vez el solo pensar en ella las decide) marchan solas bajo un árbol y esperan oír la canción del niño o de la niña que quiere venir. Cuando ya tienen su melodía van junto al hombre que va a ser su padre y se la enseñan. Mientras lo conciben ambos la cantan invitando a la criatura a venir al mundo. 

Varón himba


Embarazada, la madre enseña “la copla” a las comadronas y las ancianas de la aldea, con la cual, cuando el niño o la niña nace, le dan a coro la bienvenida. Si el niño sufre algún percance, hace algo bueno o comete alguna falta, se le recuerda su identidad por medio de su canción, que es su seña de mismidad, su “carnet de aldeano” himba. Si la reconoce y la canta ya no sentirá ningún deseo de molestar o de herir a otras personas.

(No es casual que se diga que la música amansa a las fieras. “Haz la música y no la guerra”, es un buen lema). Los cónyuges himba también cantan sus canciones juntos y al morir todos los habitantes de la aldea entonan la canción del finado, por última vez y en su memoria.

¡Qué hermoso y qué propiamene humano! Sigue siendo un extraordinario misterio (órfico) el modo en que la música conecta con lo más íntimo de nuestra identidad emotiva y un enigma la consistencia de su poder para comunicar almas. Merecería ser el instrumento de la comunión de los santos. Juan Sebastián Bach debió de vislumbrar algo así cuando compuso sus Conciertos de Brandemburgo o sus sublimes Pasiones.




Sobre la vida y organización social de los himba pueden leerse los textos y verse las magníficas fotografías en este mismo blog: Tinieblas en el corazón. Pensar la antropología, en su entrada “Antes de que desaparezcan”.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm


Comentarios

  1. Bellísima entrada, muy emotiva e ilustradora de la relación genésica de la música para el ser humano. Me admira que estos pueblos que, desde nuestros estándares occidentales, viven prácticamente en la indigencia, sean el colmo del glamour. Yo no puedo evitar verlos así: guapos, estilosos a más no poder y, con seguridad absoluta, tienen una filosofía de la vida infinitamente más útil y valiosa que la nuestra. Ah, por cierto, aunque no conocen el azul, su lengua tiene unos matices sutilísimos para los verdes, según el famoso experimento del neuropsicólogo Jules Davidoff.¡Larga vida a los Himba y sus canciones!

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