LA MUJER GÓTICA. Un recorrido por la literatura, el teatro y el cine
¿Qué
tiene que ver Hitchcock con la autora de
Frankenstein?¿Y
el ballet y la ópera románticos con la novela gótica? Y, sobre
todo, ¿qué nos puede decir una visión antropológica acerca de
ello?Os invito a un paseo cultural a lo largo de más de 200 años de
historia, en el que la novela, la moda, el ballet, la ópera y el
cine se darán la mano y nos proporcionarán las claves acerca de
cómo se construyeron múltiples aspectos de nuestra cosmovisión
occidental.
Female
Gothic (la mujer
gótica) es un texto seminal escrito por Ellen Moers en 1976 como parte de Literary Women. En él
lanzaba la idea de una ficción gótica escrita por mujeres para
mujeres en los siglos XVIII y XIX. El objetivo principal de ese
ensayo era relacionar la creación de un monstruo en Frankenstein
(1818),
sin intervención de mujer, con la experiencia traumática de la
maternidad en la autora, Mary Shelley. Su madre, la gran pensadora
Mary Woolstonecraft, murió al traerla al mundo y, aunque ella estuvo
permanentemente embarazada desde los 16 años, perdió a todos sus
hijos de corta edad. Sin embargo, lo que más llamó la atención
del trabajo de Moers fue ese sugerente término de “la mujer
gótica”, una idea muy bien recibida por el feminismo de los años
70, que vio en ese tipo de literatura la expresión de una fuerza
liberadora para las mujeres, escritoras y lectoras. El amplio cuerpo
de estudios que, desde entonces, ha explorado el también llamado
feminismo gótico o gótico femenino, ha puesto el acento en los
esquemas argumentales repetidos en estas novelas de autoría femenina
y su significación potencialmente subversiva en un contexto social
oprimente para la mujer. Paradójicamente, hoy se considera que
Frankenstein,
la novela en la que Moers centraba su atención, no es un ejemplo de
gótico femenino porque carece de heroína central, sino que más
bien responde al paradigma del gótico masculino. Pero antes de
seguir avanzando, debemos desarrollar brevemente el concepto de
literatura gótica y cómo diferenciar de manera clara una clase y
otra de novelas.
Gótico masculino y gótico
femenino
Nuestro
punto de partida debe ser asumir
la imposibilidad de un concepto unificado de ficción gótica con
unos contornos nítidamente definidos. Únicamente podemos
configurarla por un conjunto de rasgos no siempre presentes: lo
sobrenatural, el predominio de la fantasía, lo onírico, la
transgresión, la locura, el gusto romántico por el pasado medieval,
los países del sur Mediterráneo católico, con su característica
iconografía de castillos, ruinas y monasterios en contraste con el
norte brumoso, oscuras maldiciones genealógicas…(Tenéis un
excelente estudio de dichos elementos en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2017/04/la-imagen-del-sur-en-la-novela-gotica.html) Había en
estas obras elementos propios de las novelas bizantinas, con sus
encuentros improbables y sus personajes aristocráticos, pero también
del romance medieval, con su intervención de los seres del más
allá. Sin duda se añadieron a ese cóctel unas gotas del
Shakespeare de Hamlet
y Macbeth,
con sus fortalezas, fantasmas y horrendos crímenes nocturnos.
La mansión de Horace Walpole en Strawberry Hill que lanzó la moda del neogótico en arquitectura
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La moda de la literatura gótica
comenzó en Inglaterra en 1765con El
Castillo de Otranto.
Una ficción gótica,
de Horace Walpole. La novela provocó el delirio de los lectores por
castillos de siniestras mazmorras gobernados por villanos atractivos
pero depravados que no dudan en atrapar a inocentes jóvenes en sus
retorcidos planes dinásticos. Este es el esquema general del gótico
masculino, que cuenta con una narración que avanza linealmente y en
el que domina el afán trasgresor de las leyes morales y naturales
por parte del satánico protagonista. La violación del tabú y el
exceso son igualmente el signo de identidad de El
monje (1796) de
Matthew Lewis, Vathek.
Un cuento árabe
(1787) de William
Beckford o la más tardía Melmoth
el Errabundo (1820)
de Charles Maturin. En estas novelas, la protagonista femenina es una
frágil damisela perseguida que hasta siente simpatía por su
maltratador, el cual consigue arrastrarla hasta la demencia. Esta
víctima que no se resiste, a la que se describe siempre pálida como
un cadáver, es un reflejo de la mentalidad masculina de la época,
que prescribía para la mujer una actitud pasiva y obediente a los
deseos del hombre, sumisa a los únicos roles permitidos socialmente,
los de esposa y madre. Por otro lado, también se ha visto que en
esta narrativa gótica masculina los excesos de sus malévolos
protagonistas, lejos de perseguir una apertura de costumbres,
conseguían reforzar los valores y límites sociales transgredidos,
al hacer visible la necesidad de reinstaurarlos. En cambio, en el
gótico femenino la joven protagonista alcanza el estatus de
auténtica heroína en su lucha contra las adversidades puestas en su
camino por el villano opresor y por la sociedad que lo respalda.
Viajando por desolados paisajes en busca de la madre perdida, la
mujer gótica se enfrenta a lo sublime y, empeñada en esa empresa,
define su verdadera personalidad. En el gótico femenino también
interviene lo sobrenatural pero, con frecuencia, al término de la
novela se ofrece una explicación lógica del misterio. Por lo que se
refiere a su estructura, en lugar de lineal es circular: parte de una
situación de conflicto hasta retornar al origen pero logrando un
final feliz. Otro aspecto interesante, en cuanto a sus personajes, es
la confrontación entre la intachable heroína y una mujer depravada
que le sirve de réplica. Una actúa como víctima y, la otra, como
depredadora.
Ann Radcliffe, la reina
del terror gótico
Ann Radcliffe |
A los lectores en castellano
puede resultarnos un tanto incomprensible el descomunal éxito que
alcanzaron las historias góticas en la Inglaterra del siglo XVIII.
Entre una población con un alto nivel de alfabetización y en el
marco de un amplio desarrollo del negocio editorial, la novela gótica
hizo furor. En una época de revoluciones y ateismo en la que los
miedos al más allá provocados desde los púlpitos ya se habían
acabado, los ingleses se convirtieran en auténticos adictos a otra
clase de terror, el literario. Los novelistas que adoptaron esta
moda, la mayoría hoy olvidados, eran conocidos como “los
terroristas”. Pero entre todos ellos la historia recuerda
especialmente a una mujer, Ann Radcliffe, que se convirtió en la
reina indiscutible del terror gótico, la escritora más popular y
mejor pagada del momento. Y lo más curioso es que no se trataba de
un caso aislado sino que hubo muchas otras escritoras profesionales
en este género. Por solo citar a las más conocidas, Elisa Parsons,
Anna Laetitia Barbauld, Sophia Lee y, ya en el siglo XIX, Elizabeth
Gaskell, una escritora con aguda conciencia de los problemas sociales
de su época y cuyas historias de fantasmas le sirvieron para
presentar a la mujer en un escenario distinto del doméstico y
maternal, llevando a cabo así una tarea de crítica social de su
situación enclaustrada. Hasta podemos decir, parafraseando el título
de una famosa novela de Miguel Delibes, que la sombra del gótico
femenino es alargada. Así, una autora de enorme éxito en la primera
mitad del siglo XX, Daphne du Maurier, escribió grandes historias
góticas como La
Posada Jamaica (1936)
o Rebeca
(1938),
que Hitchcock, otro enamorado de la magia del gótico (¿cómo pasar
por alto su omnipresencia en Psicosis?),
se apresuró a llevar al cine. Particularmente en la película Rebeca
(1940) se aprecian
muy claramente los rasgos góticos de la historia: la mansión
señorial, Manderley, que al final arde con el fuego purificador,
como en Jane Eyre
(1847).Una
heroína frágil ( y hasta sin nombre, como agudamente advirtió
Agatha Christie), que resiste la sombra del fantasma de la pérfida
Rebeca. Y, sobre todo, la torturadora Mrs. Danvers, la inolvidable
ama de llaves que asumía el papel de villano/a, con su mal
disimulada pasión lésbica por su antigua ama. Y es que también se
ha dicho que el gótico femenino, con sus transgresiones, es un lugar
idóneo para explorar identidades sexuales alternativas.
Lo gótico, un elemento
central del Romanticismo europeo
Hasta
ahora hemos hablado principalmente de literatura y nos hemos centrado
en Inglaterra, pero lo cierto es que se trató de un fenómeno
cultural central en todos los países y en todas las artes escénicas,
que vieron en lo sobrenatural y en la locura dos elementos a los que
podía sacarse gran provecho a la hora de demostrar el talento de los
artistas y para sacudir profundamente las emociones del público.
Eran una estética y una sensibilidad radicalmente nuevas. Como
afirmó Théophile Gautier, el público de París ya estaba harto de
diosas y ninfas y quería brujas. Era la eclosión de una nueva
cosmovisión, la de la realidad escondida en los oscuros lugares de
la mente, una revuelta contra los excesos de la Razón, entronizada
en el Siglo de las Luces, que abanderó con una fuerza torrencial el
Romanticismo. Un ejemplo muy notable del cambio de gustos fue la
sensación que causó el ballet de las monjas en la ópera Roberto
el Diablo
(1831), de Giacomo Meyerbeer. En un ambiente espectral, en la
oscuridad iluminada solo por la luz de gas, una procesión de monjas
difuntas vestidas de blanco salían de sus tumbas entre las ruinas de
un claustro gótico.
La danza en puntas, que a nosotros nos parece
tan consustancial al ballet clásico, fue una innovación de esta
época para poner de relieve que los personajes no eran seres vivos
sino espectros venidos del otro mundo y que, por ello, se movían de
otra forma. El ballet romántico por excelencia, Giselle
(1841) explotó esa afición a lo irracional y mágico que se había
despertado en el público, añadiendo los blancos y sutiles tutús,
que representaban los sudarios de las willis, los espíritus de las
jóvenes que habían muerto sin haberse casado y que se vengaban
castigando a todo hombre que se adentrara en el bosque tras caer la
noche. Otros elementos simbólicos de carácter gótico que podemos
encontrar en este irrepetible ballet son las nubes, el claro de luna,
el bosque, la evocación del pasado feudal, el sabor local germánico,
los sueños, los espectros, la culpa, la locura, la fantasía, la
trágica muerte de la protagonista…Hacia 1790 la sensibilidad de
las heroínas comenzó a verse como la consecuencia de enfermedades
nerviosas que afectaban a los personajes femeninos en una medida
mucho mayor que a los hombres. Con ello se abrió camino a la
exploración de los estados emocionales perturbados tan
característica del Romanticismo. La locura de las protagonistas
siempre se desencadena como consecuencia de la sensación de ser
traicionadas, por la pérdida del amor o por un sufrimiento intenso,
lo que arroja a la mujer a otra dimensión mental imaginaria en la
que es capaz de soportar su dolor y puede expresar abiertamente lo
que siente, contra los convencionalismos sociales que la condenaban
al recato y al silencio. La pasión por la locura en la escena se
desató, en el ámbito de la ópera, en 1786, con la primera versión
de Nina.
Sin embargo, fue Giovanni Paisiello quien, el mismo año de la
Revolución francesa, otorgó al personaje de Nina, en una nueva
adaptación del mismo libreto, Nina,
ossia la pazza per amore,
la inmortalidad entre las locas operísticas. A partir de entonces,
la audiencia siempre esperaría alardes acrobáticos, de voz o de
danza, en las obras representadas, pues la locura o los estados
mentales alterados eran el pretexto ideal para forzar los límites de
la creación artística en autores, compositores e intérpretes. En
1835 llegaron a darse cita en los escenarios dos grandes ejemplos de
la demencia femenina operística, I
Puritani
de Vincenzo Bellini, con la locura de amor de Elvira, y Lucia
de Lammermoor,
que se estrenaría con enorme éxito en París en 1839, y que quizá
sea un antecedente inmediato para que se incluyera en el argumento
del ballet la locura danzante de Giselle. Pero podemos citar otras
célebres locas y trastornadas en el mundo de la ópera, un espejo de
la realidad burguesa, su público más fiel: Ophelia en Hamlet
(
1868) de Ambroise Thomas, La
sonnambula (1831)
de Bellini, o Linda
de Chamounix (1842)
de Donizetti. (Podéis encontrar más información en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/08/las-willis-antropologia-y-genero-en-el.html )
Rasgos del gótico
femenino
Pero volvamos a la literatura
gótica femenina de los siglos XVIII y XIX para examinar con más
atención sus rasgos característicos. A diferencia del gótico
masculino, que no tiene ninguna utilidad emancipadora para la mujer,
las narraciones de Ann Radcliffe nos hablan de mujeres indefensas
pero que se empoderan en el esfuerzo de resistir los abusos
patriarcales, metaforizados en los sótanos y criptas de antiguas
casas solariegas. Que Radcliffe no escribía sin más productos de
consumo, sino que intentaba transmitir una tesis, se desprende con
claridad del argumento de su obra más conocida, Los
misterios de Udolfo,
una respuesta al inmensamente célebre Emilio o
la educación de
Jean-Jacques Rousseau. Es, cómo esta, una novela de aprendizaje, y
su protagonista, para que no haya error en el propósito de la
novelista, se llama también Emily. Repasar su trama nos permitirá
ver todos los rasgos del gótico femenino en acción. Emily St.
Aubert queda huérfana tras la muerte de su querido padre. Un
desalmado criminal italiano, Montoni, se casa con la tía de Emily,
una solterona egoísta, con el retorcido plan de apoderarse de la
herencia de la joven. Emily se ve apartada de su amado Valancourt y
debe acompañar a la indeseable pareja a Italia, viajando por
paisajes majestuosos hasta que la encierran en el castillo de Udolfo.
Allí experimenta terrores sobrenaturales pero también indaga la
misteriosa relación de su padre con la marquesa de Villeroi. En esa
busca descubre su identidad, la anagnorisis tradicional en la
tragedia griega. Al final, todos los oscuros secretos quedan
explicados y el verdadero amor triunfa. La genial Jane Austen imitó
a Cervantes en el Quijote
al parodiar la moda de la novela gótica en su divertida obra La
abadía de Northanger (1798):
su protagonista, después de leer Los
misterios de Udolfo, comienza
a ver a todos los que la rodean como villanos.
Entre los elementos
estructurales más repetidos en la novela gótica, encontramos el
potente simbolismo
arquitectónico de la
casa. La protagonista aparece invariablemente confinada en sombríos
castillos o lóbregas prisiones. Pero también pueden ser cárceles
virtuales, como las redes sociales que la sujetan inexorablemente al
ámbito doméstico y reprimen sus deseos de libertad. Las ruinas, un
leit motiv omnipresente, representan el caos social. Un segundo
aspecto a destacar es la locura,
que puede concebirse también como un espacio, el territorio mental
más allá de las convenciones sociales al que, con frecuencia, se ve
arrastrada la protagonista para escapar de la traición masculina o
del tormento insoportable al que le somete una sociedad castradora.
Hasta en obras más tardías, como en el relato de Charlotte Perkins
Gilman, El papel
pintado amarillo (1892),
en la que los elementos góticos siguen siendo bien visibles, se
combinan ambos rasgos y así la casa de veraneo se convierte en un
manicomio que destruye todos los sueños creadores de la trastornada
protagonista, a la que solo se le permite ser esposa y madre pero no
escritora. ( Tenéis amplia información sobre este extraordinario
pero poco conocido relato y sobre su autora en estos enlaces: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/11/locas-en-el-laboratorio-el-papel.html y http://mujeresparalahistoria.blogspot.com.es/2016/11/charlotte-perkins-gilman-y-la-new-woman.html). La
dialéctica
hegeliana del amo y el
esclavo aflora
igualmente en estas novelas como metáfora del matrimonio. Así lo
expresa Charlotte Brontë por boca de la rebelde Jane Eyre, quien
rechaza la propuesta inicial de Edward Fairfax Rochester, otro héroe
maldito, al comprobar que quiere convertirla en concubina de su
harén. Esta misma novela ilustra a la perfección otro aspecto del
gótico femenino a través del personaje de Bertha Mason, la esposa
demente de Rochester encerrada en Thornfield Hall. La loca del desván
aparece como una proyección monstruosa de la protagonista,
encarnando sus conflictos internos por su deseo de transgredir los
dictados sociales (más información en http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/05/colonialismo-y-post-colonialismo-en.html ). Es una manifestación de una figura típica de la
literatura alemana, el doppelgänger,
como paradigmáticamente sucede con Mr Hyde frente al doctor Jekyll
en la novela corta de Stevenson de 1886, que también muestra
incontables rasgos góticos (http://anthropotopia.blogspot.com.es/2016/09/el-mito-del-doble-en-el-dr-jekyll-y-mr.html). Ese desdoblamiento
lo podemos encontrar en la confrontación habitual entre la heroína
y la antagonista malvada, celosa de su juventud y de su belleza y que
hace todo lo posible por arruinar su felicidad. Por supuesto, siempre
está el cuento de Blancanieves, otra historia gótica 100%, como
referente. Pero en otras ocasiones los límites entre una figura y
otra se difuminan, como sucede en otra novela muy gótica como es
Drácula
de Bram Stoker. Mina es primero una figura maternal pero, cuando se
sexualiza, se convierte en vampiro. El personaje de Lucy, tan solicitada, muestra los
peligros del flirteo y se desdobla en víctima y
depredadora. La sangre en esta novela es un símbolo netamente
sexual. Las novias vampiro de Drácula, a cuya sensualidad sucumbe
Jonathan Harker, son al propio tiempo seductoras y repulsivas. Se ha
dicho que estas figuras contradictorias expresan las ansiedades de la
época victoriana antes el desafío que suponía el nuevo modelo de
mujer emancipada, la New
Woman.
La mujer gótica ante la
crítica
La obra de Ellen Moers dio paso
a un aluvión de estudios sobre el feminismo gótico. Algunos autores
han valorado muy positivamente el subtexto políticamente subversivo
de las novelas de Radcliffe y sus seguidora, al expresar la
insatisfacción femenina ante las estructuras patriarcales que
atrapaban a la mujer en un hogar y en un cuerpo totalmente
conformados por la mirada masculina. Sin embargo, para Diane Long
Hoeveler, ese supuesto valor liberador resulta discutible porque las
novelas góticas serían una manifestación de un feminismo
victimista, al presentar a las mujeres como víctimas de un mundo
patriarcal opresivo y corrupto y mostrar estrategias pasivo-agresivas
y masoquistas como vía para alcanzar el triunfo. Otros estudiosos
ponen de relieve que las autoras de éxito de la época (la
historiadora Catherine Macaulay, Anna Laetitia Barbauld, Charlotte
Smith...) no se veían a sí mismas en oposición a los autores
masculinos sino como iguales a los mismos en la República de las
Letras. Sea como sea, el gótico femenino, parte de un fenómeno
global que sigue muy vigente en nuestros días, ha abierto una vía
de estudios muy fructífera que nos permite analizar una larga
tradición de obras iluminando nuestro presente.
Pongo el enlace a la tercera entrada de la serie, la literatura gótica americana, por Marina Ivorra: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2017/08/literatura-gotica-en-estados-unidos.html
Pongo el enlace a la tercera entrada de la serie, la literatura gótica americana, por Marina Ivorra: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2017/08/literatura-gotica-en-estados-unidos.html
Fuentes consultadas:
-Clamp,
Rachel: The Significance
of Female Identity within the Gothic Literature. 11-12-2016.
Web. 1-3-2017.
-Miles, Robert: Mother Radcliff: Ann Radcliffe and the female gothic. Web. 20-7-2017
-Miles, Robert: Mother Radcliff: Ann Radcliffe and the female gothic. Web. 20-7-2017
-Moers,
Ellen: Female
Gothic
en Literary
Women(1976). Web.1-3-2017.
-Wallace,
Diana, y Smith, Andrew:
Introduction:
Defining the
Female Gothic. Web.
20-7-2017.
-Wallace,
Diana, y Smith, Andrew: The
Female Gothic: Then and Now.
25-8-2004.Web. 1-3-2017.
-Williams,
Anne: Art of
Darkness: A poetics of Gothic.
Web. 20-7-2017.
-El
espejo gótico: La
mujer en la literatura gótica.
Web. 20-7-2017.
La foto que abre la entrada es obra de nuestro experto en imagen. Combina la famosa fotografía de Hitchcock merendando con un león y otra de la película de James Whale con Frankenstein interpretado por Boris Karloff, en el momento de pánico ante el fuego del cigarro que enciende el hospitalario ciego. Por supuesto, el fin no es trivializar nada sino que la imagen quiere reforzar la idea que defiende la entrada, la cercanía real entre tradiciones artísticas que parecen muy lejana en el tiempo y en sus principios. Particularmente, me parece fascinante el peso de los elementos góticos en muchas de las películas de Hitchcock y creo que es una materia en la que merece la pena profundizar.
ResponderEliminarFelicidades por la entrada, seguro que da para más ampliaciones.
ResponderEliminarExcelente trabajo. Un repaso muy sugerente de cómo las tradiciones van pasando de un medio de expresión a otro y van construyendo el lecho de nuestra mitología. Esta mujer gótica enlaza con una gran parte de los trabajos que hemos abordado desde la Antropología y los estudios de género.
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