"AVANTI!" (1972). ESTEREOTIPOS CULTURALES EN EL CINE DE BILLY WILDER
Billy Wilder es un extraordinario cineasta que une, a su lúcida visión sobre la naturaleza humana, una intensa experiencia intercultural gracias al trasplante de sus raíces centroeuropeas en el Nuevo Mundo. Ese encuentro entre culturas es un emblema persistente en su obra. Su posición de observador externo de una y otra tradición, su sentido de no inclusión total en ninguna de ellas, le permitió una mirada análoga a la de un antropólogo en la observación participante. Sus historias son muchas veces fábulas acerca de la relación entre cosmovisiones contrapuestas, como sucede especialmente en Avanti! (1942), que en España se estrenó con el título de ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?, pero también en Berlín Occidente (1948) y en Uno, dos, tres (1961), películas a las que espero dedicar atención en el futuro. Estoy segura de que nuestro viaje de exploración cultural, de la mano de este gran genio del Séptimo Arte, merecerá mucho la pena.
Un cineasta entre dos orillas
Billy Wilder nació en 1906 en Sucha, una pequeña población de la Galitzia polaca, en tiempos del Imperio austrohúngaro. Su nombre real era Samuel, aunque su madre lo rebautizó como Billy, por Buffalo Bill, cuyo Wild West Show le había entusiasmado. No es extraño por ello que Norteamérica fuera su referente desde el primer momento. Los Wilder pertenecían a una familia judía plenamente asimilada. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial se mudaron a la capital del Imperio. Pero Billy no consiguió adaptarse a la rígida disciplina de las escuelas vienesas. Con frecuencia se escapaba al cine a ver películas americanas. Su actor favorito era Charles Chaplin.
Cuando sus padres insistieron en que estudiase leyes, se mantuvo firme en su determinación de convertirse en periodista. Gracias a su desenvoltura, con 18 años ya estaba haciendo entrevistas a la flor y nata de la intelectualidad vienesa, aunque Freud se le resistió. Con los años, él se vengaría burlándose del psicoanálisis por boca de sus personajes.
PARA LEER MÁS, HAZ CLICK EN MÁS INFORMACIÓN
PARA LEER MÁS, HAZ CLICK EN MÁS INFORMACIÓN
En aquella época de decadencia imperial, Billy tenía todo su interés volcado en la cultura americana, que le fascinaba por su culto a la velocidad, el cine y el jazz. Tan es así que, entusiasmado con una banda cuyo vocalista era un joven Bing Crosby, decidió seguirla a Berlín. Allí, con sólo 21 años, se labró una gran reputación como reportero de sucesos freelance. Esa experiencia le serviría después, en su trabajo como guionista y director, para focalizar la atención en los detalles reveladores, dibujar con tino situaciones y personajes y captar el latido vivo de la ciudad, con sus pequeños dramas humanos. Versátil por naturaleza, no dudaba en hacerse pasar por mujer, con el nombre de Billie o Raimonde Latour, para contestar las cartas de las lectoras de un consultorio sentimental en el periódico. Quería experimentar de primera mano aquello sobre lo que escribía, así que, cuando decidió escribir una serie de artículos sobre gigolós, él mismo se ofreció como Eintänzer, bailarín acompañante de señoras mayores, en un exclusivo café berlinés. Estas experiencias vitales pudieron servirle de materia prima para Sunset Boulevard (1950 ) y Con faldas y a lo loco (1959).
El Berlín de la República de Weimar, en vísperas del triunfo del nazismo, era probablemente la ciudad culturalmente más activa del mundo, con sus cabarets, su teatro experimental, la arquitectura de la Bauhaus, el expresionismo en la pintura y en el cine… En una de las legendarias tabernas berlinesas conoció a muchos de los que después se verían obligados a emigrar, como él, a Estados Unidos, como Peter Lorre o Marlene Dietrich, una buena amiga de Wilder que protagonizaría dos de sus mejores filmes (Berlín Occidente, y Testigo de cargo, 1957). El contacto con este mundillo lo lanzó como guionista para el expansivo cine de la UFA, la cinematografía alemana. Entre 1927 y 1929 escribió no menos de 50 guiones para películas mudas de lo más variopinto (historias de amor, musicales, melodramas…) aunque sin figurar en los créditos. Este trabajo introdujo en su trayectoria profesional un rasgo muy poco común entre los cineastas: ser, a la par que director, un magnífico guionista, cualidades a las que después añadiría la de productor, con la que pudo asegurarse su libertad de creación.
Billy fue muy consciente del riesgo que representaba para la democracia el intencionado incendio del Reichstag en 1933, así que inmediatamente partió para París. Su decisión fue un acierto porque, sólo unos días después, la UFA expulsó a sus empleados judíos. En un cosmopolita ambiente de emigrados, y gracias a su dominio del francés, Billy pudo seguir trabajando como guionista en París y hasta firmó un contrato con la Columbia Pictures, que le llevaría a su admirada Norteamérica en 1934. Los estudios eran una auténtica torre de Babel donde Billy consiguió ocultar que no sabía una palabra de inglés (según él, su escaso pero selecto vocabulario no habría superado el filtro de la censura). Sus compañeros traducían su trabajo del alemán mientras él se esforzaba en aprender inglés en las salas de cine, escuchando partidos de béisbol en la radio (En bandeja de plata, 1966) y saliendo con chicas americanas. Cuando se le acabó su contrato de seis meses, tuvo que abandonar el país para renovar el permiso de residencia pero el cupo de visados para los europeos ya se había agotado ese año por la avalancha de refugiados huyendo de Hitler. Billy tuvo que convencer al cónsul estadounidense en Mexicali del futuro que le esperaba en Dachau si lo devolvían a Alemania. El cónsul le autorizó el regreso a USA con la condición de que escribiera buenos guiones. Billy afirmaría que siempre trató de no defraudar a aquel buen hombre, y vaya si lo consiguió. En 1939 se convirtió por fin en ciudadano americano, un acontecimiento verdaderamente jubiloso para él.
El permanente exilio interior
El propio Wilder caracterizó su existencia como un eterno desplazamiento: para los vieneses era un polaco provinciano; para los berlineses, un austríaco; para los nazis, un judío; para los parisinos, un métèque, un extranjero sin derechos; para Hollywood, un refugiado centroeuropeo. Después de la guerra volvió a Alemania, donde lo consideraron un americano, un emigrado que se había pasado al enemigo. En Estados Unidos, aun siendo un reputado guionista y director, sentía que lo consideraban un intruso. No es de extrañar, pues, que sus películas reflejen ese largo exilio, con todas sus complejidades y contradicciones. Me parece extraordinario, para una visión antropológica del cine de Billy Wilder, el análisis que realiza Gerd Gemüde, quien afirma que su perspectiva de outsider es el subtexto central de toda su vida y obra. Aunque asimiló plenamente los gustos del público americano (21 nominaciones y seis Oscars lo acreditan), mantuvo siempre un punto de vista crítico respecto de su cultura de acogida.
En su obra se dan cita una pluralidad de visiones que otorgan a sus películas un alcance nítidamente transcultural, porque extrae sus imágenes, personajes y situaciones de sensibilidades culturales muy diversas. Cuando cruzó el charco, se llevó consigo su bagaje europeo, con la refinada cultura austrohúngara pero también la del Berlín más canalla, herencias a las que sumó su ácido humor judío. Pero en el Nuevo Mundo también tuvo que confrontar la América imaginaria que había construido mentalmente, en la oscuridad de las salas de cine, con la realidad estadounidense, lo que le llevó a cuestionar seriamente sus mitos, su ideología y su doble estándar en materia de sexo y familia. Gracias igualmente a su experiencia de desplazamiento cultural podemos abordar el análisis de algunos de sus filmes casi como si fueran estudios antropológicos, como sucede en Avanti! con el encuentro entre británicos, americanos e italianos, y con su intensa reflexión sobre la doble moral y la relación entre los vivos y los muertos.
Tres Oscars de una vez por "El apartamento", 1960 |
Con su coguionista I.A.L.Diamond |
Los secretos del guión adaptado
Avanti! Or, A Very Uncomplicated Girl es una obra de teatro de Samuel Taylor, de quien Wilder ya había adaptado Sabrina, con superlativos resultados, en 1954. La obra, en su versión neoyorquina de 1968, solo obtuvo una discreta repercusión (en cambio, su ulterior adaptación en Londres, con el nombre de A Touch of Spring, fue saludada con inmejorables críticas). Pero el argumento contaba con elementos muy sugestivos que captaron la atención de Wilder: Sandy, hijo de un importante industrial americano, se presenta en Roma a repatriar el cadáver de su padre. Allí descubre que, a lo largo de 10 años, éste ha vivido una relación amorosa con una inglesa de clase baja, de cuya hija, Alison, acaba enamorándose. Sandy es atractivo, inteligente, cortés y con sentido del humor aunque impaciente con los obstáculos que se cruzan en su camino. Para ayudarle, la Embajada envía a un joven italiano, Baldassare Pantaleone, divertido y habilidoso. Como vemos, entre la versión teatral y la cinematográfica hay parecidos pero también considerables diferencias que apuntan, por un lado, a acentuar el contraste entre culturas y, por otro, al tema del poder de los muertos sobre los vivos.
Avanti! no se desarrolla en Roma sino en la paradisíaca isla de Ischia, en la bahía de Nápoles (fue rodada en la propia Ischia, en Sorrento, Capri y la costa amalfitana). Este desvío de la historia hacia el sur de Italia permite a Wilder multiplicar el juego de contraposiciones entre la Italia norte industrial y la región meridional, económicamente más atrasada, de la que procedía la mayor parte de la inmigración recibida por Estados Unidos. Así aparece la irrepetible familia Trotta, viticultores napolitanos que, con tácticas mafiosas, secuestran los cadáveres y piden rescate por el importe de los daños causados por el accidente.
En cuanto los personajes principales, son completamente diferentes. Wendell Armbruster Jr. (interpretado por Jack Lemmon) no es el encantador joven de la obra de teatro sino un pragmático hombre de negocios de mediana edad, carente de modales y con el corazón de piedra. Diametralmente opuesta a él, la protagonista, femenina, Pamela Piggot (Juliet Mills), vendedora en una boutique londinense, es una romántica incurable que vive acomplejada por su gordura. Va de un fracaso amoroso a otro, y el último le costó un intento de suicidio. En el personaje teatral, en cambio, no hay ni rastro de ese talante neurótico, como tampoco tiene idealizada a su difunta madre.
El personaje del representante de la embajada lo interpreta un inspirado actor inglés, Clive Revill, que en la película encarna al director del Gran Hotel Excelsior de Ischia, un balneario en el que el viejo Sr. Armbruster permanecía durante un mes todos los veranos, oficialmente para tratar, con aguas termales y baños de lodo, sus dolores de espalda por su estresante trabajo a la cabeza de una gran empresa con contactos en las altas esferas del gobierno.
La trama de la película se complica con personajes y argumentos secundarios, que ponen continuos obstáculos contra el empeño de Wendell en trasladar el cadáver a Baltimore (Maryland), para homenajear a su padre, sólo tres días más tarde, con un funeral casi de estado. No se encuentran ataúdes especiales para la exportación, no pueden realizarse gestiones durante las horas de la comida, la burocracia se paraliza el fin de semana, los cadáveres desaparecen… Junto a los personajes de la obra teatral hay nuevos intervinientes, como Bruno, mozo del hotel, un fotógrafo aficionado que trabajó para la mafia. Deportado de USA, ansía volver para huir de Anna, la celosa y bigotuda camarera siciliana a la que ha dejado embarazada. Para ello, no duda en chantajear al protagonista con unas comprometidas fotos de los amantes otoñales y, después, de los propios Wendell y Pamela. Una muestra de la devoción del director por Chaplin la podemos comprobar cuando hace correr a Bruno igual que Charlot mientras se apresura a conseguir las instantáneas que serán su pasaporte de vuelta a EEUU.
El papel del forense Mattarrazo (atención a los divertidos nombres de los personajes) lo interpreta el cómico italiano Pippo Franco. Es un típico burócrata que despliega una elaborada coreografía de firmas y sellado de pólizas y certificados con una precisión matemática y, por supuesto, por triplicado. Lleva una especie de chaqueta de mago o payaso donde esconde todos sus artilugios y, con una desatada verbosidad, expresa su ceremoniosa pero vacua y ridícula cortesía. Ese toque de humor sirve para restar dramatismo a la escena de la identificación de los cadáveres en la morgue (rodada en una pequeña iglesia del siglo XVII con vistas al mar), en la cual Juliet Mills roza la perfección interpretativa.
Carlo Carlucci, el manager del hotel, se multiplica para intentar solucionar los sucesivos inconvenientes que acarrean las prisas de Wendell. Para ello, echa mano a su extensa parentela, una forma peculiar de organización en sociedades más tradicionales basadas en sólidos vínculos familiares y personales, a veces peculiares (por ejemplo, en el film el primo y el juez comparten la misma amante). Wendell, en cambio, pertenece a una sociedad totalmente mercantilizada que no duda en nombrar agregado comercial al cadáver de Armbruster Sr. para poder enviarlo por valija diplomática. Son los lazos con el poder político que hace valer la esposa de Wendell, un sistema ciertamente más eficaz, los que permiten solucionar los problemas.
El director Carlucci es amable, cercano, y servicial pero también clasista: no está dispuesto a enterrar al mafioso Bruno entre sus antepasados pero, en cambio, acepta encantado que Willy y Kate se incorporen a su panteón familiar. El deportado Bruno retornará a Estados Unidos con honores y de la forma más patriótica posible, envuelto en la bandera, un toque de humor negro que no es de extrañar que no agradara demasiado a los estadounidenses.
Los Trotta son caracterizados de manera grotesca: un enano, un gigante, un gánster con un ojo de cristal (de aspecto muy similar al Johnny Palillo de Roberto Benigni,) que es quien entabla las negociaciones para el rescate de los cadáveres secuestrados... El guión también se excede en la caracterización de Anna, la camarera siciliana: de piel cetrina, pelo rizado y visible bigote, reza a la Virgen antes de matar a Bruno porque pretende deshonrarla. Pero, si se piensa bien, por un lado estos trazos gruesos en el diseño de los personajes están plenamente justificados por las exigencias del guión: ¿por qué iba Bruno a abandonar a una amante bellísima?, y ¿qué clase de personas, sino más bien monstruos, se atreverían a secuestrar a un cadáver? A la postre, los Trotta luchan con lo que tienen a su alcance: si aceptan las reglas de la legalidad, litigando para resarcirse de sus daños, tardarían siglos en cobrar y, además, todo iría a manos de los abogados. En clave de humor, la suya es una de las estrategias de resistencia frente a los poderosos a que se refería el antropólogo James Scott en Los dominados y el arte de la resistencia (2000). Los Trotta luego se redimen ayudando a dar sepultura a los difuntos al final de la película. En cualquier caso, la caracterización exagerada alcanza a todos los personajes, no sólo a los italianos sino, quizás aún en mayor medida, a los procedentes de primer mundo. Si Henry James (1843-1916) había hecho de su obra literaria el vehículo para demostrar la contraposición entre la inocencia de los americanos, que en el siglo XIX pertenecían a una nación todavía muy joven, y su corrupción en contacto con la decadente Vieja Europa, tras la Segunda Guerra Mundial y la expansión de las luchas de poder entre los dos grandes bloques ideológicos sobre el mapa europeo, los antaño influenciables estadounidenses se convirtieron en implacables explotadores, los amos del mundo occidental, aún con menos escrúpulos que los antiguos conquistadores. Cuando quieren algo, lo cogen sin más, expresa el discurso antiamericano de la británica Pamela, cuyo país, no tan casualmente, también tiene una trastienda colonialista de primera magnitud, y ahí surge otra vez la ironía, omnipresente en el film.
Hay un personaje importante en la obra de teatro, la esposa de Sandy, presente en Roma al principio y al final, que en la película se transforma en la aburrida Emily, a la cual solo imaginamos al otro lado del teléfono en Baltimore. La rica y arrogante joven americana se desdobla en la película en el prepotente Wendell y en otra de las novedades del filme, J.J. Blodgett, del Departamento de Estado, que es la quintaesencia del colonialismo norteamericano y que, como un deus ex machina, soluciona el impasse del proyectado entierro televisivo a golpe de triquiñuela diplomática.
Estereotipos culturales
Como vemos, uno de los pilares de la historia es la confrontación entre América e Italia. Esta aparece como un país de esplendorosa historia pero atrasado y lastrado por la burocracia y la ineficiencia, de las que Wendell y J.J. Blodgett se burlan continuamente porque paralizan toda la actividad durante tres horas al medio día, más el descanso dominical para el culto católico. Para su mentalidad presbiteriana, calvinista, todo ello representa una pérdida de tiempo intolerable, un despilfarro injustificado de las ayudas del Plan Marshall otorgadas para mejorar su situación tras la Segunda Guerra Mundial (y, de paso, intentar frenar el avance del comunismo en el Mediterráneo). Confunden civilización con eficiencia en la producción y en la explotación de territorios que consideran casi tercermundistas, situados bajo su órbita de influencia, como Italia y Grecia, y resulta insensibles a la belleza del paisaje y a los beneficios para la salud del slow food. Pero Wendell se deja finalmente seducir por la atmósfera de placer sensual de Ischia. Wilder refuerza cómicamente el efecto de su cambio de actitud con la repentina aparición de J.J. Blodgett a bordo de un helicóptero de la Séptima flota, con planes de volver esa misma noche para cenar en París. Cuando Wendell, ya enamorado, ha dado por perdido el previsto funeral y acaricia la idea de pasar unos cuantos relajantes días más en la isla, lejos de las luchas de poder que le esperan en Baltimore, mientras la burocracia italiana sigue su lento curso, aparece su compatriota como un ciclón, repitiendo todos los tics y prisas exageradas que ya ha superado el protagonista.
Pamela, por el contrario, muestra un gran interés por conocer y vivir la cultura italiana en todos sus detalles. Por razones de presupuesto, Wilder tuvo que rodar con un equipo italiano y, cuando le advirtieron que ello podría dificultar la coordinación del trabajo, no dudó en aprender por sí solo el idioma con ayuda del método Berlitz, un rasgo admirable de su talante. También Pamela aprende la inmensa variedad de clases de pasta y muchas expresiones italianas, entre ellas las fórmulas de cortesía permesso y avanti, que acaban resultando esenciales en la película cuando, por fin, consigue ablandar a Wendell con su romántica inocencia. Wilder, que siempre llevaba un cuaderno para anotar ideas inteligentes para sus guiones, hizo suyo el consejo de Ernst Lubitsch, para quien realizó el guión de la maravillosa Ninotchka: el primer encuentro entre el héroe y la heroína no debe producirse en condiciones normales sino inesperadas, para captar el interés de los espectadores. Y así sucede, sin duda, entre Wendell y Pamela, trasladados a una lejana tierra y enfrentados al drama de la muerte y, además, a un adulterio que rompe todos los esquemas del hijo. Lo que Wilder trataba de contar en Avanti! no era la tópica historia de un romance propiciado por la soleada Italia, al estilo de las muy comerciales Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), Creemos en el amor (Jean Negulesco, 1954) o Cuando llegue septiembre ( Robert Mulligan, 1961), por sólo citar algunos ejemplos, sino un retrato inclemente de cómo los norteamericanos ejercen el poder dentro y fuera del país. Y, sobre todo, Billy Wilder trata del ajuste de cuentas entre un padre y un hijo que, en realidad, no llegaron a conocerse en vida. Éste es el nudo gordiano del drama.
Aunque cuesta percatarse de ello, los verdaderos protagonistas de la película son los amantes difuntos. Su muerte desencadena la acción y, además de su presencia/ausencia en la morgue, están constantemente en los labios del personal del hotel. El director, el mozo Bruno, el barman, el maître, los músicos de la orquesta… los evocan con cariño y conspiran para que sus hijos lo recuerden en la debida forma, con sus ropas, menús, canciones, lugares y rituales favoritos. Así sucede en una de las escenas centrales de la película que no aparece en la obra de teatro, la cena en homenaje a los padres, que Wendell organiza, en realidad, para sonsacar a Pamela dónde están los cuerpos, pues sospecha que es ella quien los ha escondido para enterrarlos juntos en la luminosa tierra italiana. De acuerdo con Trudy Bolter, Wilder se inspiró para esta "cena de fantasmas" en la Spook Sonata (1907) de August Strindberg, un sonado estreno en Viena el año 1914. En ella, el pasado familiar toma cuerpo y ayuda a resolver los traumas que los hijos tienen respecto a sus padres. Pamela, que tiene completamente idealizada a su madre, estaba al tanto de su aventura y sueña con un amor tan puro e inalcanzable como el suyo. En cambio, el Sr. Ambruster era un perfecto extraño para su hijo, que hace un retrato estereotipado de él en el primer borrador del discurso para su funeral: un modélico esposo y padre, un gran hombre de negocios, un puntal para la Iglesia, un reducto de la decencia y el patriotismo... Esa imagen choca frontalmente con la realidad que Wendell descubre en Ischia y que tarda mucho en digerir, a golpe de improperios contra su progenitor. Como reflexiona Wilder, “Wendell comienza a entender a un padre sobre el que nunca había pensado demasiado. Está más cercano a su padre muerto que vivo. Esto da a su historia un cierto toque. De otra manera habría sido la vieja historia romántica en Italia”. Por mi parte, sospecho que con esta historia el propio Wilder estaba intentando exorcizar sus propios demonios. Cuando era joven, descubrió súbitamente un aspecto oculto en la vida de su padre, al abrir una invitación para la ceremonia de graduación de un hijo ilegítimo del que Billy no sabía nada. Ello creó un secreto entre ambos. Curiosamente, Max Wilder acudió a ver a su hijo en Berlín, donde falleció repentinamente. Billy no pudo devolver su cuerpo a Viena por sus escasos medios económicos, y así vemos cómo los fantasmas en el armario de Wilder consiguieron colarse en Avanti!
Hay también una comparación interesante en el estudio de Trudy Bolter que nos mete de lleno en el terreno de la antropología. Cuando Wendell vuelve en la madrugada de la negociación con los Trotta, encuentra a Pamela cantando y bailando sola, con el precioso vestido de su madre, la inolvidable melodía de Senza fine (Gino Paoli). Es fácil pensar que se había achispado con el champán en ausencia de Wendell, pero la única embriaguez que sufre es de naturaleza espiritual: está enamorada del amor y, con la repetición de esos gestos, evoca la intensa emoción de los bailes de los viejos amantes que acababan con un rejuvenecedor baño bajo los primeros rayos del sol. Bolter afirma que con ese baile quería convocar el espíritu de su madre, al modo de la danza de los nativos americanos: en 1889 el profeta Wewoka, del pueblo paiute, proclamó el retorno de los muertos, la expulsión de los invasores blancos, la restauración de los territorios indios y de su sistema de vida tradicional, a través de danzas y canciones que le eran reveladas en sus visiones (ghost dancing o danzas de los espíritus). Pamela también actúa como si estuviera en trance y, como le sucede a Edna Pontellier, protagonista de la innovadora novela El despertar (1899), de la escritora sureña Kate Chopin, su baño oceánico es una especie de ritual liberador que despierta su verdadero ser.
Deja de preocuparse por el sobrepeso y comienza a tomar decisiones por sí misma. De hecho, ella es quien, a partir de entonces, asume la iniciativa en su relación de Wendell. Le muestra que es más inmoral tener diez aventuras en un año que un solo amor verdadero en 10 años, y que el amor no es sólo para empleaduchos sino que también llama a la puerta de los magnates, por encima de las diferencias de clase. También Wendell pierde su coraza protectora al sentirse ridículo y vulnerable en ese baño iniciático al que lo arrastra Pamela y que desencadena, ya casi al final de la película, el encuentro amoroso que al principio parecía tan previsible.
No en balde, se dejan oír desde el comienzo los acordes de La forza del destino de Verdi, y en la suite de Wendell se enfoca repetidamente un cuadro con el Vesubio en erupción, imagen de la potencia tectónica que oculta del amor y que acaba estallando sin que podamos evitarlo. Para despertarla, es fundamental la atmósfera italiana. Como repite Pamela mientras lee su guía de viaje, “Italia no es un país, es una emoción”. La música, la alegría, el color del cielo y el mar, los bellos paisajes, logran finalmente transformar al grosero y vociferante Wendell, que deja de ver a Pamela como una chiflada sentimental. Por el camino, ambos personajes han aprendido mucho sobre sí mismos, confrontando entre sí y con los demás sus opuestos gustos y visiones de la vida. Así lo demuestran pequeños detalles como el café expresso italiano, que Pamela encuentra delicioso y Wendell lo califica como un lodo indigesto, o las campanas de las 68 iglesias de la isla, que para ella son música celestial y que a él le horrorizan.
La obra en su contexto histórico
La película está llena de reveladoras alusiones a la realidad de su época. Una de ellas es la gran crisis económica que sufría Estados Unidos en 1972. Los Trotta se niegan a aceptar dólares en pago de su indemnización porque, como afirman, la economía americana está muy enferma. Nixon había sido elegido en 1968 y reelegido en el año del rodaje de la película, durante el cual ya se destapó el escándalo Watergate. El presidente, republicano, soportaba una difícil posición porque en el Congreso, encargado de sancionar sus propuestas legislativas, la mayoría era demócrata. El país había entrado en una severa crisis económica por su estancamiento y fuerte inflación. Las erráticas medidas adoptadas por el gobierno Nixon no hicieron más que agravar la situación, hasta el punto de que, en 1971, se puso fin a la convertibilidad del dólar en oro que habían garantizado los acuerdos de Breton Woods desde 1944. Ello provocó el desplome de la moneda en los mercados internacionales, a lo que vendría a sumarse un año después, como golpe de gracia, la crisis del petróleo. La película está repleta de inteligentes guiños, como al libro de Alvin Toffler, El shock del futuro (1970), que el Sr. Ambruster dejó abierto en su escritorio, que puede considerarse tanto un presagio de los malos tiempos venideros como una premonición de su accidente.
Hay un acontecimiento fundamental en 1972 que no se menciona en la película, el fin de la guerra de Vietnam con la retirada de Estados Unidos, lo que puso fin a un periodo de protestas antibélicas cada vez más virulentas. Las manifestaciones encendieron aún más un ambiente social ya muy agitado por el movimiento por los derechos civiles y el activismo feminista y ecologista. En la primera semblanza de su padre, Wendell recalca que había sido fiel a su patria en una época de derrotismo, una inequívoca referencia al estado de crispación reinante y a su filiación republicana.
Pero quizá el aspecto social más relevante de los que aborda la película sea la revolución sexual. La década de los 60´ presenció el apogeo de la cultura hippie, el ambiente libertario de San Francisco, el "Verano del amor" en 1967 o el irrepetible festival de Woodstock en 1969. Wendell presume ante Pamela de ser un hombre liberado sexualmente: frecuenta bares de camareras, habla de Conocimiento carnal (1971), la atrevida película de Mike Nichols con Art Garfunkel y Jack Nicholson entonces muy en boga (en España no se estrenó hasta 1977), y afirma haber ido dos veces a ver Oh Calcutta, una obra teatral vanguardista de gran éxito que abordaba diversos temas relacionados con el sexo. Con ello, todo en el plano completamente teórico, Wendell cree estar a tono con la nueva visión de las relaciones entre los sexos, pero en realidad está lleno de prejuicios. La tímida Pamela, que se atreve a tirar por la borda su “reserva británica”, sí que le da una buena lección al respecto.
Una gran obra injustamente minusvalorada
Con todo lo anterior me gustaría haber demostrado que Avanti! es una excelente película, adornada con una extraordinaria gama de matices, un palimpsesto de referentes cultos y populares, que no sólo es un divertido entretenimiento visual sino una importante fuente para la reflexión cultural. A pesar de todo ello, es uno de los filmes menos valorados de Billy Wilder. En el momento de su estreno la crítica la consideró una muestra del declive en el talento narrativo de su autor. El resultado de taquilla tampoco fue demasiado bueno. Los referentes a la actualidad no agradaron a los desmoralizados espectadores, como tampoco ayudó el prolongado metraje de la película (140 minutos). Aunque la película recibió seis nominaciones a los Globos de Oro y Jack Lemmon obtuvo el premio al mejor actor, fue ignorada en los Oscars, en los que ese año arrasó Cabaret.
La severa crítica inicial se ha ido suavizando con los años pero el fracaso deprimió a Billy Wilder, que lamentaba haber decepcionado a su equipo de trabajo. Él pretendía hacer una película agridulce al estilo de El apartamento (1959), con un toque del Breve encuentro (1945) de David Lean, uno de sus filmes favoritos. El problema es, quizá, que los géneros, literarios o cinematográficos, que nos ofrecen un patrón reconocible de secuencias, siempre despiertan ciertas expectativas. A primera vista, Avanti! podría ser una comedia de viaje a Italia con el consabido romance entre los protagonistas. Sin embargo, el encuentro amoroso tarda mucho en producirse porque el propósito del director era centrarse en las diferentes cosmovisiones de sus protagonistas, las difíciles relaciones entre padres e hijos y criticar el discutible liderazgo norteamericano en su ámbito de influencia. Realmente era imposible trasladar todas esas ideas al celuloide, de manera convincente, con un metraje más breve. Lo que exige Avanti! es una mirada atenta y curiosa y, a cambio, nos regala inolvidables escenas, divertidas, emotivas y reveladoras acerca de lo humano en toda su compleja e infinita variedad.
La ambiguedad sexual es motivo de escándalo (y diversión) en la primera escena |
==============================================
Quisiera dedicar esta entrada a mis cinéfilos padres, Manolo y Encarnita quienes, tanto como yo, son grandes admiradores de esta película.
Aquí tenéis el enlace a la canción Senza fine en la voz de Ornella Vanoni, subtitulada en castellano, con bonitas postales de Italia: https://www.youtube.com/watch?v=bqJSowFQVsI pero en la voz de Andrea Bocelli y con el paisaje de Portofino es sencillamente deslumbrante: https://www.youtube.com/watch?v=_CnnHfU_oek Y en este otro enlace hay un resumen de 8 minutos de película con la banda sonora de Carlo Rusticelli. No hay que perdérselo: https://www.youtube.com/watch?v=UmkyzIg_W8w
Aquí tenéis el enlace a la canción Senza fine en la voz de Ornella Vanoni, subtitulada en castellano, con bonitas postales de Italia: https://www.youtube.com/watch?v=bqJSowFQVsI pero en la voz de Andrea Bocelli y con el paisaje de Portofino es sencillamente deslumbrante: https://www.youtube.com/watch?v=_CnnHfU_oek Y en este otro enlace hay un resumen de 8 minutos de película con la banda sonora de Carlo Rusticelli. No hay que perdérselo: https://www.youtube.com/watch?v=UmkyzIg_W8w
La emocionante despedida es un "hasta el verano que viene" |
Fuentes consultadas:
-Bolter, Trudy: Going Backwards with Billy Wilder: Avanti!: A Ghost Play, En Literary Readings of Billy Wilder. George-Claude Gilbert (ed.). Cambridge Scholars Publishing, 2007.
-Crowe, Cameron: Conversaciones con Billy Wilder. Alianza editorial, 2012.
-Ebert, Robert: Avanti!1972. Web. 23 de agosto de 2016.
-Gemüde, Gerd: A Foreign Affair: Billy Wilder ´s American Films. Beighahn Books, 2008.
-Hulon, Robert (ed.): Billy Wilder: Interviews. University Press of Mississippi, 2002.
-Kané, Pascal: On Avanti! Cahiers du Cinema, volumen 4, 1973-1986. History, Ideology, Culture Struggle. Ed. David Wilson. Routledge, 2000.
-Philips, Gene D.: Some Like It Wilder: The life and Controversial Films of Billy Wilder. The University Press of Kentucky, 2010.
-Seidl, Claudius: Billy Wilder. Cátedra, 2000.
-Avanti!. Wikipedia. Web. 11 de mayo de 2016.
- Historia de Estados Unidos (1964-1980). Wikipedia. Web. 24 de agosto de 2016.
-¿Permesso? Usted siempre “Avanti”, señor Wilder. 27 de enero de 2013. Web. 11 de mayo de 2016.
-¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? Wikipedia. Web.11 de mayo de 2016.
Esta entrada se publicó originariamente en el blog Anthropocinema. Para acceder a los com,entarios y formato original, y otros artículos sobre cine y antropología: http://anthropocinema.blogspot.com.es/2016/09/avanti-1972-estereotipos-culturales-en.html
Un trabajo extraordinario para lograr este examen tan minucioso, realizar un estudio tan profundo del contenido de un film. Hace años vi esta película que pasó para mi sin pena ni gloria, admitiéndote que me encanta el cien de Billy Wilder. Ya no se las veces que he visto Primera plana, El apartamento, o Perdición!!! !aprovecharé para volver a verla y tratar de buscar en ella tu mirada , aprovechando este sesgo y a buen seguro que me confirmará mi acuerdo con tu análisis Encarna . Felicidades .
ResponderEliminarMe pareció una maravilla! Sabía que el filme terminaría como lo hizo. Ya, Wilder nos venía presagiando a través de las conductas de sus predecesores (madre y padre de los protagonistas); no había más que seguir el algoritmo. El final me conmovió al punto de verter alguna lágrima. Nunca había visto este film, tampoco voy a nombrar los que vi más de seis veces, porque podrán imaginarlo.
ResponderEliminarDesconozco, si tal vez al ver una película de Billy Wilder (que para mí era como si la hubiese rodado ayer) provocó un efecto emocional; en mí, pero lo cierto es que me resultó una gran película.
Muchísimas gracias por tu comentario. Un placer leer tus reflexiones sobre el cine del genial Wilder.
Eliminar