EL CICLO DE LOS FUEGOS. Festividades en torno a la hoguera.
El fuego es un elemento muy común en las fiestas populares. Es un potente símbolo para representar la luz y el calor del sol, en su aspecto positivo, pero también su poder de destrucción de los espíritus del mal, a la par que su capacidad para regenerar y purificar al hombre, a los animales y a la vegetación. Desde nuestras asépticas y racionalizadas ciudades occidentales, en las que la naturaleza sólo asoma tímidamente en parques y jardines, puede resultar difícil comprender la enorme importancia que tuvo, en el pasado de la humanidad, el entorno natural en el que el hombre se integraba y su absoluta dependencia respecto del clima y el devenir de las estaciones. En su obra magna, La rama dorada (1890), Sir James George Frazer (1854-1941) examinó de manera erudita los ciclos ígneos, refiriéndose a múltiples ejemplos de toda Europa aunque sin mencionar ni uno solo concreto relativo a España. Frazer era el prototipo de antropólogo de salón, de cultura libresca. Quizá no incluye ningún caso de ceremonias del fuego en España porque habría pocos estudios sobre las costumbres de nuestro país al respecto traducidos al inglés. Con ocasión de la fiesta del solsticio de verano, probablemente el momento culminante de ese ciclo anual del fuego, me he propuesto remediar de alguna manera ese clamoroso vacío en la obra de Frazer con esta entrada. Por una parte, examinaremos diversos ejemplos de cada uno de los momentos del año en que el fuego es el protagonista de las fiestas. Necesariamente ha de ser un repaso esquemático y selectivo, porque cada una de ellas, especialmente las que con justicia se consideran fiestas mayores, merecerían sobradamente un estudio monográfico. Pero la finalidad que se pretende no es profundizar en toda la riqueza de sus detalles sino visualizar el ciclo completo y buscar, en sus diversas etapas, semejanzas estructurales para trazar el parentesco con otras fiestas compartidas con toda Europa, lo que nos permitirá remontarnos en el tiempo muchos siglos atrás.Como novedad, he añadido una actualización relativa a Varenna, en el norte de Italia, que celebra una preciosa fiesta en San Juan.
Las estaciones en un mosaico romano en Complutum |
I. LOS FUEGOS
DEL OTOÑO
San Miguel (29
de septiembre)
En Tragacete,
un pueblo de la abrupta serranía conquense, se celebraba la fiesta
de las Torras. Aunque su fecha de inicio es incierta, se asocia a
San Miguel porque se le quiso brindar al patrón de las batallas una
victoria de las tropas cristianas contra los árabes durante la
Reconquista. El festejo consistía en hacer una inmensa hoguera en la
parte más elevada del pueblo, en cuyas brasas se asaba una res
vacuna hasta "torrarla", mientras en torno al fuego todos
los lugareños cantaban, danzaban el ancestral baile de las Torras y
celebraban un gran banquete.
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Festival céltico de Halloween en Edimburgo |
Frazer establece una
distinción muy interesante entre el calendario de los antiguos
celtas y el de otras celebraciones pirofóricas. Así, mientras que
para los pueblos agrícolas el año se articulaba en torno a dos
momentos fundamentales, la siembra en otoño y la recolección en primavera-verano, los celtas tenían dos momentos clave diferentes a lo largo del
año, separados por un intervalo de seis meses, relacionados con el pastoreo, al que fundamentalmente se dedicaban. Para ellos, el año
comenzaba el 1 de noviembre, Halloween, momento de la estabulación de los ganados, y la siguiente gran
festividad, cuando sacaban los animales de nuevo a pastar, era la de Beltane, en honor del dios Belenos, el día 1 de mayo y que consiste en otra fiesta de los espíritus ( la noche de Walpurgis en la tradición germánica). Con
los primeros fríos, los celtas creían que las almas de los
difuntos, que hasta entonces habían estado vagando invisibles por
los campos, se apresuraban a volver a sus antiguos hogares para
calentarse. Era el momento de encender el fuego nuevo, en el día de
Todo lo Sagrado, para que extendiera su influencia benefactora a lo
largo del año, y también era el tiempo que consideraban más
propicio para realizar rituales adivinatorios.
Fiesta de Walpurgis en Alemania |
Para la tradición germánica esos espíritus se liberaban en los doce días que median entre la
Navidad y la Epifanía.Según una costumbre muy arcaica, en los pueblos
septentrionales se golpeaban los árboles en invierno para despertar al espíritu
dormido de la Naturaleza. Por otro lado, los fuegos que encendían aquellos
adoradores del sol, quemando el roble sagrado, se relacionaban también con el
culto a los difuntos. Creían que, en ese período, sus almas podían volver entre los vivos durante un día y encendían hogueras para ayudarles a encontrar sus casas. Con el
cristianismo se situó la festividad tradicional de los difuntos a primeros de
noviembre, en línea con las costumbres célticas, para distanciarla
convenientemente de la Natividad de Jesús, mientras que los pueblos del norte
celebraban el retorno de los muertos en el solsticio de invierno. Sin embargo,
como si fueran islas extrañas, quedaron restos de ese antiguo calendario
germánico enclavados en el seno del santoral cristiano. En Leganiel, Cuenca,
durante la fiesta de las Carátulas o Calenturas, en Nochebuena, era costumbre
que dos hombres disfrazados con trajes de colores y portando cencerros
recorriesen el pueblo ocultos bajo feas caretas y provistos de palos para
perseguir a los muchachos, haciendo una colecta por los difuntos al grito de
"¡Animas!".
En Cataluña perdura una antigua
costumbre navideña, el Tió de Nadal o tronco de Navidad. Bajo la apariencia
actual de un simple divertimento infantil, en realidad se remonta a la noche de
los tiempos, como resalta P. Rodríguez en Mitos y tradiciones de la Navidad.
Este ritual agrario tradicional, que se practicaba también en otros rincones de
España, se perdió al desaparecer los hornos de leña en las casas de las
ciudades, aunque está empezando a recuperarse.
Una bonita casa de muñecas recrea la escena del hogar con el Tió aporreado por el niño |
Hasta hace 40 o 50 años, el
momento más esperado de la Navidad era el encendido de un gran tronco en
familia. Al principio tenía lugar en la Nochebuena, mientras los payeses
esperaban para asistir a la Misa de Gallo, y después se trasladó a la mañana
del día de Navidad. Se lo abrigaba con una tela (lo que a mí me recuerda el
ritual de Atis en los cultos de Cibeles) y, sin que lo viesen los niños de la
casa, se escondía en algún hueco del tronco dulces, turrón, vino y regalos.
Después llamaban a los más pequeños que, aporreando el tronco con un bastón, conminaban
al tió a “cagar” y “pixar” sus tesoros al son de esta famosa canción (hay otras
versiones parecidas): “¡Tió, Tió, caga torró, d´ aquell tan bò. Si no en tens
més, caga diners. Si no en tens prou, caga un ou. Caga tió!” Después se
colocaba el tronco al fuego para que ardiera lentamente, guardándose un trozo
al que se atribuía el poder de proteger la casa contra rayos e incendios,
favorecer las cosechas y librar a los hombres y animales de enfermedades y
hasta del diablo. Ese talismán se echaba al fuego en el año siguiente,
representando la continuidad inacabable de esa protección.
Esta tradición del
leño pascual estuvo muy extendida por Alemania, Francia,
Flandes y en el condado de Berry, Inglaterra. Su finalidad era una
cremación a cámara lenta del tronco. Los restos, convenientemente
pulverizados, se esparcían por los campos en las doce noche
siguientes, ese periodo sacro para los germánicos, con el fin de
favorecer el crecimiento de la mies y evitar las temidas plagas.
También creían que los restos del tronco pascual les protegerían
de los sabañones y las dolencias de garganta, y que propiciarían la
fertilidad de las vacas si los mezclaban con el agua de los
bebederos. En Westfalia sacaban el tronco o Christbrand cuando ya estaba ligeramente carbonizado y lo guardaban con sumo cuidado para sacarlo
durante las tormentas con rayos, con el fin de que el espíritu
benefactor del tronco los protegiese. Se trata de la pervivencia de
las viejas creencias arias, que consideraban el roble como la
encarnación del dios del trueno.
En
Inglaterra, el día de Nochebuena encendían un monumental cirio con
el fuego del leño pascual, para iluminar la casa y hacer
simbólicamente de la noche el día. Para ello utilizaban un
fragmento del leño del año anterior, guardado para esa ocasión, el
cual creían que también les protegía contra el demonio. Ese
elemento que conecta un año con otro resalta el carácter cíclico
de las estaciones, un tiempo que retorna continuamente, lo que
contradice la visión lineal de la historia en el pensamiento
cristiano. También utilizaban ese leño ardiente para fines
adivinatorios: creían que obtendrían tantas crías como chispas
saltasen al golpearlo.
Junto
a la fiesta del tronco de Nadal en Cataluña, en la España rural
había otras ceremonias navideñas de índole diferente, aunque
también relacionadas con el ciclo ígneo del invierno. Así, en
Parra de las Vegas, Cuenca, se celebraba la Fiesta de los
Mozos los días 25 y 26 de
diciembre. Aparte de la alternancia en el poder de jóvenes y
casados y de las comidas y diversiones comunitarias, me interesa
destacar en ella, por su directa conexión con rituales que
estuvieron muy extendidos en la Europa central, el hecho de que
fabricaban un gran manojo de esparto, lo colocaban en lo alto de un
palo y lo quemaban, paseándolo por la noche entre los animales de
yunta o las mulas.
Fuegos de San
Antón (17 de enero)
Con ocasión de la
festividad de San Antón Abad, el 17 de enero, tiene lugar una
fascinante celebración en la que el elemento clave son las
relaciones entre los humanos y los animales de su entorno, y en la
que el fuego cumple una finalidad purificadora. En estos festejos,
muy extendidos por toda la geografía española, el componente
comunitario es muy intenso: los vecinos cantan, bailan y comparten
alimentos, estrechando lazos alrededor de las hogueras. En sitios
como Jaén y Granada se aprovecha la poda del olivar
para prender la lumbre. Se elaboran dulces típicos y se comen los
productos de la matanza. En algunos lugares, como Níjar
(Almería), se lanzan petardos, parece que como recuerdo de las
revueltas moriscas o bien por influencia de los repobladores de
origen valenciano.
El carácter de rito purificador resulta muy patente patente en las espectaulares Luminarias de San Bartolomé de Pinares, en Ávila. La víspera de San Antón se concentran los jinetes a lomos de sus caballos y, tras los mayordomos, el séquito de cabalgaduras recorre las calles del pueblo atravesando las hogueras para purificar a los animales.
En la provincia de
Cuenca era costumbre recoger por las casas los utensilios de madera
deteriorados, que se arrojaban al fuego para engrosar los enormes
montones de leña, ramas y troncos con el fin de honrar al patrón de
los animales, tan importante para asegurar la salud de las bestias de
carga y los animales de granja, esenciales para la subsistencia en el mundo rural. Este ha cambiado enormemente al
sustituirse la tracción animal por la maquinaria, y sus fiestas, salvo excepciones, ya
sólo son el residuo nostálgico de un pasado en el que tenían pleno
sentido estos rituales.
San Sebastián
(día 20 de enero)
En Culebras,
Cuenca, que hoy forma parte de Villas
de Ventosa, la víspera del Santo preparaban en cada casa
ramas verdes de las sabinas, que producen un humo oloroso muy
agradable. La hoguera se encendía en la mañana del día 20,
procurando no producir llamas sino tan sólo una gran cantidad de
humo. También paseaban una rama prendida por las habitaciones para
inciensarlas. Después salía la procesión y el santo debía
atravesar el lugar donde se concentraba la mayor cantidad de humo. Se
dice que el origen de esta fiesta fue una terrible epidemia en un
pueblo vecino. Los habitantes de Culebras los socorrieron pero a
costa de contagiarse ellos mismos, lo que diezmó la población. Por
ello hicieron una rogativa a San Sebastián y quemaron sabinas para
desinfectar el ambiente, lo que se venía recordando ritualmente cada año.
La Candelaria
(día 2 de febrero) y San Blas (día 3 de febrero)
En la antigua Roma se
celebraba una procesión en la fiesta de las Candelas durante
las Lupercales. El calendario cristiano, en cambio, recuerda en estas
fechas la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén y
la purificación de María después del parto, según los ritos
previstos en el Levítico 12,1-8.
La luz tiene un
potente simbolismo cristológico, pues la figura de Jesús se
presenta como la Luz del Mundo, venida para disipar las tinieblas.
Pero en el ámbito popular el fuego vuelve a ser el protagonista de
estos rituales comunitarios, con sus alegres bailes, cantos y
banquetes, especialmente en Andalucía, Extremadura o Castilla.
También en estas fiestas se aprovecha para quemar los restos de la
poda .
En Adamuz, provincia de Córdoba (arriba), los jóvenes saltan por encima de las candelas prendidas con romero. Como se chamuscan, les llaman "culiquemaos". Luego comprobaremos cuánta importancia tiene este pequeño detalle.
En Polícar (Granada), en las vísperas de San Antón, de la Candelaria y de San Blas, la gente recoge leña para hacer “chiscos” u hogueras, alrededor de los cuales los vecinos se reúnen para comer y beber.
En Almonacid del Marquesado, Cuenca (arriba), se festeja a San Blas con la peculiar fiesta de la Endiablada. Se dice que tiene su origen en los albores del cristianismo pero su procedencia puede ser muy anterior. María Luisa Vallejo, en el libro Costumbres populares conquenses, cuenta que intervenían todos los vecinos del pueblo, incluso los niños, vestidos de negro, para representar a los diablos con la cara y las manos tiznadas, luciendo un enorme rabo y dando saltos y bailando incluso dentro de la iglesia. Como otros personajes luciferinos, llevan una porra y grandes cencerros a la cintura, que tocan ininterrumpidamente desde el anochecer del día 1 de febrero hasta la noche del día 3. En la Iglesia tiene lugar una ceremonia de purificación: los diablos rezan oraciones a la Virgen y la procesión de las antorchas alude a la luz de Cristo. También agradecían con esta fiesta a San Blas su ayuda durante una epidemia de garganta en el siglo XIII.
En Adamuz, provincia de Córdoba (arriba), los jóvenes saltan por encima de las candelas prendidas con romero. Como se chamuscan, les llaman "culiquemaos". Luego comprobaremos cuánta importancia tiene este pequeño detalle.
En Polícar (Granada), en las vísperas de San Antón, de la Candelaria y de San Blas, la gente recoge leña para hacer “chiscos” u hogueras, alrededor de los cuales los vecinos se reúnen para comer y beber.
En Almonacid del Marquesado, Cuenca (arriba), se festeja a San Blas con la peculiar fiesta de la Endiablada. Se dice que tiene su origen en los albores del cristianismo pero su procedencia puede ser muy anterior. María Luisa Vallejo, en el libro Costumbres populares conquenses, cuenta que intervenían todos los vecinos del pueblo, incluso los niños, vestidos de negro, para representar a los diablos con la cara y las manos tiznadas, luciendo un enorme rabo y dando saltos y bailando incluso dentro de la iglesia. Como otros personajes luciferinos, llevan una porra y grandes cencerros a la cintura, que tocan ininterrumpidamente desde el anochecer del día 1 de febrero hasta la noche del día 3. En la Iglesia tiene lugar una ceremonia de purificación: los diablos rezan oraciones a la Virgen y la procesión de las antorchas alude a la luz de Cristo. También agradecían con esta fiesta a San Blas su ayuda durante una epidemia de garganta en el siglo XIII.
Del 15 al 19 de
marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera, se celebra en
Valencia, y en muchos otros rincones de la Comunidad Valenciana, la
festividad de San José con las Fallas (arriba). La palabra "falla"
deriva del latín "faculla", diminutivo de "fax",
que significa antorcha. Las tropas del rey Jaime I, que en 1231
arrebataron la ciudad a los moros, portaban antorchas. Por otro lado,
el gremio de los carpinteros valencianos aprovechaba para hacer
limpieza en sus talleres al llegar la primavera, y por ello arrojaban
virutas y trastos inservibles a las hogueras para festejar al santo
y, también, para recibir alegremente a la primavera, probablemente
rememorando con ello los viejos cultos paganos de carácter agrícola. Es importante destacar un aspecto de la fiesta que ya reflejaban
documentos de 1740. Por una parte, el carácter comunitario
del festejo: los niños iban a de casa en casa pidiendo alfombras,
muebles y utensilios de desecho como material para quemar las fallas;
por otro lado, que ya entonces se aprovechaba la fiesta para
satirizar a personajes y situaciones del barrio donde se plantaba la
hoguera, añadiendo carteles alusivos y ridiculizadores. Aunque lo
que en nuestros días nos llama más la atención es la belleza,
colorido y originalidad de esas enormes figuras creadas por los
artistas falleros, en su origen las figuras tenían un carácter
primordialmente burlesco, que debe relacionarse con el espíritu
desmitificador del carnaval.
La música es también una pieza clave
en esta fiesta sensual y colorista, como complemento a las
"mascletàs". El "masclet" es un petardo que
produce un sonido atronador con variaciones que tienen un carácter
rítmico y cuya explosión finaliza con una especie de terremoto.
Hay también castillos artificiales, siendo el más importante de
todos ellos la Nit del Foc, en la noche del 18 19 de marzo.
La Cavalcada del Foc (arriba y abajo) rescata la costumbre de que las comparsas de diablos -colles de dimonis- y las carrozas del dios Plutón, enciendan las fallas. Vemos así como conviven, sin aparentes estridencias, la mitología cristiana y la grecolatina. El acto final de la fiesta es la cremà, la quema de los monumentos falleros en la noche del 19 de marzo, a excepción del ninot indultat por votación popular.
La Cavalcada del Foc (arriba y abajo) rescata la costumbre de que las comparsas de diablos -colles de dimonis- y las carrozas del dios Plutón, enciendan las fallas. Vemos así como conviven, sin aparentes estridencias, la mitología cristiana y la grecolatina. El acto final de la fiesta es la cremà, la quema de los monumentos falleros en la noche del 19 de marzo, a excepción del ninot indultat por votación popular.
Cabalgata del fuego, con el correfuegos de los demonios |
Además del Miércoles
de Ceniza, que pone fin al carnaval, en muchos lugares de la Europa
católica tienen costumbre los fuegos cuaresmales. Como en las
fallas, los chicos recogían material combustible en cada granja para
hacer el "fuego grande". Con él pretendían librarse de
los incendios y de todo mal, así que a veces quemaban gatos-habitual
efigie del demonio-, y los pastores pasaban a sus rebaños a través
del humo para protegerlos de la enfermedad y la brujería. Desde
nuestro punto de vista actual, lo que hacían era desinfectarlos. El
casado más reciente-una figura quintaesencial de la fertilidad, que
se quería hacer extensiva al conjunto de su comunidad- era el
encargado de prender el fuego al caer las sombras de la noche. A su
alrededor se celebraba una gran fiesta con cantos y bailes, lanzando
gritos con los que intentaban atraer buenas cosechas de mies y
frutales. Pensaban que, cuanto mayor fuese el jolgorio que
organizaban, más abundante serían las cosechas. Como vemos, son
rituales de magia simpática o imitativa. También saltaban sobre las brasas
incandescentes y creían que chamuscarse era un signo de buena
suerte. Hasta guardaban las guirnaldas o ropas quemadas en este fuego
como talismán contra las desgracias. Igualmente a modo de ritual de propiciación, consideraban que,
cuanto más alto consiguieran saltar, mejor cosecha obtendrían. Con las
hogueras y con las procesiones de antorchas por los campos, buscaban
espantar al ratón campesino e impedir las plagas de malas hierbas.
Mientras contemplaban el gran fuego, aprovechaban para realizar
rituales adivinatorios. Así, suponían que la altura que alcanzaban
las llamas, o la de sus saltos, sería la que alcanzaría el lino en sus sembrados. Por
otro lado, si la hoguera flameaba hacia el sur, la primavera sería
temprana e suave. En cambio, si las llamas se orientaban al norte,
sería fría y se retardaría. Algo que también pone en conexión
estos fuegos cuaresmales de los que habla Frazer con las fallas
valencianas es el juicio a los monigotes. En algunos lugares
fabricaban un muñeco de paja y lo acusaban de todos los robos
sucedidos durante el año en la vecindad, lo condenaban a muerte y
paseaban esa efigie del mal por toda la aldea, lo desmembraban y
finalmente lo quemaban en la hoguera. Con ello sellaban
simbólicamente la paz en la comunidad, algo tan importante cuando
los grupos son pequeños y es fácil sospechar unos de otros.
El fuego purificador y regenerador de las Fallas |
En Suiza llamaban al
Domingo de Cuaresma el "domingo de chispas", y
tenían la costumbre de "quemar la bruja". Se trataba de una
rueda de paja que debía proporcionar el casado más reciente, la
cual, vestida con ropas viejas, se dejaba rodar desde lo alto de una
colina ladera abajo. Con ello se fertilizaban los campos y se
alejaba el fantasma del invierno. En Suabia llamaban a este espantajo
la "bruja", la "esposa vieja" o "la abuela
del invierno" y también la quemaban. En Auvernia invocaban a
Granno, que puede que fuese el antiguo dios celta Grannus, que los
romanos equiparaba a Apolo, la deidad solar y de la luz por
excelencia. En diversos lugares tallaban discos de madera con forma
de sol o estrellas, a los que prendían fuego y lanzaban al aire. Yo
asociaría esta costumbre a los petardos y mascletàs en España.
El Sábado de
Gloria, determinado por el calendario lunar móvil, tiene lugar
en los países católicos la ceremonia de la luz y el agua.
Recordemos el Oficio de Tinieblas que se celebra el Viernes Santo. Su
epítome más maravilloso tenía lugar en la Capilla Sixtina: con
todas las luces apagadas, y en señal de penitencia, los cardenales
arrastraban cadenas recorriendo cadenciosamente los laterales de la
capilla más extraordinaria del mundo al son del Miserere mei
de Giorgio Allegri, una música secreta que estaba prohibido
difundir. Hoy día, al anochecer del Sábado de gloria, para celebrar la
resurrección de Cristo, se apagan todas las luces de las iglesias
mientras se enciende el fuego nuevo en el exterior. Con él se prende
el gran cirio pascual, en el que están marcados el alfa y el omega,
los signos de que Jesucristo es el comienzo y el final de todo. El
sacerdote, portando el cirio pascual, preside la procesión de los
fieles que retornan al templo, donde continúa la ceremonia del fuego
y del agua, que también se bendice.
En algunos lugares,
los tizones de estas hogueras sagradas cuaresmales se sembraban con
las simientes, y la ceniza, mezclada con agua, se daba a beber a los
ganados y a los enfermos. También solía hacerse un muñeco al que
llamaban Judas o incluso Lutero, representación del mal, que se
quemaba. En el libro de María Luisa Vallejo he encontrado un curioso
ejemplo de ello.
En Villares del Saz de Don Guillén, Cuenca, el Domingo de Resurrección fabricaban un muñeco de paja al que incluso le colocaban botas y un gorro, apodado Judas. Lo manteaban en las eras hasta que caía deshecho al suelo, con un evidente fin de fertilizar los campos. Por contraste con este pelele masculino, vestían con los mejores trajes a una muñeca, la Judesa, y la colocaban sobre la puerta principal de las casas. Cuando terminaba el manteo del Judas, la bajaban del dintel, la desnudaban y celebraban una fiesta en la que se servían dulces típicos. Ya veremos que en las fiestas de San Juan y San Pedro también se reproduce una pareja similar, para representar el principio masculino y femenino, a la que llaman los Juanillos.
Figuras de Judas y la Judesa en Moreda de Alava, en las fiestas de la Inmaculada |
En Villares del Saz de Don Guillén, Cuenca, el Domingo de Resurrección fabricaban un muñeco de paja al que incluso le colocaban botas y un gorro, apodado Judas. Lo manteaban en las eras hasta que caía deshecho al suelo, con un evidente fin de fertilizar los campos. Por contraste con este pelele masculino, vestían con los mejores trajes a una muñeca, la Judesa, y la colocaban sobre la puerta principal de las casas. Cuando terminaba el manteo del Judas, la bajaban del dintel, la desnudaban y celebraban una fiesta en la que se servían dulces típicos. Ya veremos que en las fiestas de San Juan y San Pedro también se reproduce una pareja similar, para representar el principio masculino y femenino, a la que llaman los Juanillos.
El aquelarre, Goya, 1823 |
El 1 de mayo
tenía lugar una de las principales fiestas del calendario celta,
dedicada al dios Beltane, cuando llegaba el momento de sacar los
rebaños a los pastos frescos de las montañas. Hasta el siglo XVIII
se celebró en Escocia un festival druídico en el que encendían un
gran fuego sagrado en lo alto de una colina. También elaboraban un
bollo con huevos que se distribuía entre los comensales. Uno de los
trozos era especial y, al que le tocaba, simulaban que lo
descuartizaban. Incluso tenía que soportar que lo ofendieran durante
un año, y hasta llegaban a hablar de él como si hubiese muerto.
Para Frazer, todo ello eran signos inequívocos de que la víctima
era el carline de Beltane, es decir, la persona destinada a
ser sacrificada en las llamas en honor del dios para el bien de la
comunidad. Creían que en esa fecha, que también se conoce entre los pueblos germanos como la fiesta de Walpurgis, las montañas se abrían y
salían las brujas hacer sus sortilegios contra el ganado y a robar
la leche de las vacas. Creían que podían
destruirlas en el fuego sagrado al grito de “¡Fuego, quemar a las brujas!".
Frazer también registra estas costumbres entre otros pueblos de
origen celta, como Gales, las islas Hébridas o Irlanda. En Suecia lo
que pretendían era espantar a los trolls, que abandonaban sus
moradas en las cavernas al llegar la primavera.
los abruptos paisajes de Escocia |
En cuanto a esa
costumbre de elaborar alimentos especiales para consumir en las
fiestas, en Gales también hacían dos tortas, una de avena y otra de
harina morena, siendo importante el diferente color, porque afirma
Frazer que se confeccionaría con sangre de los sacrificios humanos. En
Callander, Escocia, uno de los trozos de la torta se ennegrecía con
carbón. Los comensales debían elegir su parte con los ojos
cerrados. A la persona a la que le tocaba la “negra” debían
saltar sobre las llamas tres veces o correr entre los fuegos para
asegurar una cosecha abundante. Sin duda, era un simulacro de los
antiguos sacrificios humanos, y creo que de esa costumbre debe de
venir la expresión “tener la negra”, por referencia a
la mala suerte.
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El primer domingo del
mes de mayo también se celebra la festividad de los Mayos,
que ya se conocía entre los fenicios y griegos para recibir a la
primavera. Con el cristianismo, la fiesta se asimiló al culto a la Virgen María y a la Santa Cruz. En su versión folk, los mayos son
fiestas con romerías, cantos y galanteos, que tenía lugar
tradicionalmente a la luz del de un farol. Sólo en algunos lugares
de Andalucía se prenden hogueras en estas fiestas.
Cruces y mayos en Piedrabuena, Ciudad Real |
LOS FUEGOS
ESTIVALES
Sin duda constituyen
el momento más trascendental del ciclo ígneo anual. Si los fuegos
del invierno pretendían “animar” al sol para que calentarse más,
con objeto de fomentar el retorno de la vegetación, estos fuegos del
solsticio de verano, muy extendidos por toda Europa y el norte de
África, son un homenaje al sol por su influencia benéfica, justo en
el momento en que se encuentra en el punto más alto de su recorrido
por el cielo. Como recuerda Frazer, debemos situarnos en el lugar del
hombre primitivo, que se sentía impotente ante los inmensos cambios
que sucedían en la naturaleza a lo largo del año y lo dejaban a
merced de fuerzas impredecibles.
Durante este periodo
estival hay nuevamente hogueras y/o procesiones de antorchas por los
campos, para pedir una abundante vendimia y ahuyentar a los espíritus
malignos que envenenan los pozos, acompañadas con cantos y bailes.
Para potenciar el efecto purificador del fuego arrojaban a la pira
hierbas aromáticas, como la artemisa y la verbena, de lo que procede
el nombre en nuestro idioma para una alegre fiesta nocturna.
Los Juanillos en Cádiz |
En Conil de la
Frontera y La Línea de la Concepción se queman dos
muñecos de trapo colocados sobre una estructura, los Juanillos, que
son una pareja de figuras de ambos sexos, Juan y Juana, y lo mismo
sucede en las poblaciones extremeñas de Higuera de Vargas y
Villanueva del Fresno. En otros lugares queman al muñeco
Juan el día 24 y a Juana en San Pedro, el día 29. Vemos aquí en
oposición el reflejo de los principios masculino y femenino.
En Cantabria,
como hemos visto que sucedía en tantos lugares durante otros
momentos del ciclo del fuego, saltan sobre las hogueras, pisan las
cenizas aún candentes y conducen a la cabaña para que pase junto al
fuego, llevando también las antorchas a los campos para
purificarlos.
Lumeirada en la playa |
En Galicia
hay lumeiradas en cada barrio para espantar a los malos
espíritus. Así dicen “En San Xoan meigas e bruixas fuxirán”.
Junta a la célebre queimada, las multitudinarias sardiñadas en las
playas hacen subir el precio del pescado hasta niveles astronómicos,
síntoma de la inmensa popularidad que tiene esta fiesta sanjuanera, sobre todo entre la población juvenil.
Una fallera en plena cremà |
Con la bañà, en les Fogueres de Alicante, los bomberos refrescan el ambiente |
Fogueres de 2016 (foto de la autora) |
Pinocho recuerda a los políticos lo que pasa cuando mienten (idem) |
E
Los festivales ígneos
en Europa y las riberas africanas del mediterráneo han estado
asociados indistintamente a culturas agrícolas y ganaderas. Como
pone de relieve Frazer, no están necesariamente vinculados al culto
solar, puesto que culturas que se guían por el calendario lunar,
como sucede con los musulmanes, también los celebran. Es más, el
hecho de que se encuentren estos festejos tanto en territorios de
tradición cristiana como islámica remite forzosamente a un pasado
remoto muy anterior a la introducción de estas religiones. Pese al
esfuerzo de los sínodos cristianos en el siglo VIII, el carácter
pagano de estas celebraciones aflora fácilmente a la superficie.
Se han esgrimido dos
teorías fundamentales para explicar estas fiestas del fuego. La
teoría solar, que sostuvo Wilhelm Manhardt, pretendía poner
de manifiesto su carácter de ceremonias mágicas, de hechizos para
imitar la luz y el calor del sol y su efecto generador y
fertilizante, como a través de los saltos de los jóvenes. Por su
parte, la teoría purificadora de Edvard Westermarck y Eugen
Mogk pone el acento en el poder destructor del fuego contra los
espíritus del mal y la enfermedad en humanos, plantas y animales,
purificando el ambiente de brujas, demonios, vampiros, trolls y demás
espíritus maléficos. En el fondo, no parece existir una auténtica
contradicción entre estas dos explicaciones, que aparecen implicadas
indistintamente en los rituales que hemos examinado de manera somera.
Purificacion de los caballos en San Bartolomé de Pinares |
Resulta
verdaderamente asombrosa la repetición en estos ceremoniales de los mismos rasgos
estructurales, siquiera aparezcan combinados de maneras diferentes.
Por una parte, el momento del día en que se enciende las hogueras:
al caer la tarde, cuando se experimenta más vivamente la pérdida
del sol y se afrontan los peligros de la noche. Por otra, el lugar donde se prende el fuego,
que suele ser elevado. La explicación que ofrece Frazer de este
rasgo es magnífica: las hogueras se plantan sobre collados y ciertos
cerros porque los dioses, para los antiguos, no podían morar en
casas hechas por el hombre sino allí donde el panorama es más
grandioso y se encuentra más cerca de la fuente del calor y del
orden apolíneos.
Un tercer factor, el
humano, es también muy importante. Todos deben contribuir con algo
para que el fuego pueda producir su efecto beneficioso sobre toda la
comunidad. Ese carácter colectivo se refuerza con la diversión,
comida y bebida en común. Es también fundamental el papel de los
jóvenes y, sobre todo, de los recién casados, tanto para que ellos
se beneficien del poder generador del fuego como para que, a su vez,
contagien a la comunidad, a sus campos y ganados, de la fertilidad
que naturalmente se espera de las fogosas parejas. No lo olvidemos,
los ritos del fuego son básicamente de regeneración y renovación.
Lo que se quema es lo viejo. Con la alegría de bailes, saltos y
cantos, pretenden atraer el bien al pueblo y espantar a los demonios
y a las brujas. Para demostrar su valor ante las mozas, no dudan en
arriesgar sus vidas chamuscándose con el fuego. Las muestras de ese
acto de valor tienen un poder sanador y de protección contra los
peligros de muerte. Pero, al mismo tiempo, ello es un residuo oculto de
aquellos tiempos arcaicos en que creían que su supervivencia
dependía de sacrificar lo más valioso, las vidas humanas, para
poder congraciarse con deidades crueles. En De bello Gallico,
Julio César, en el siglo I a. C., constató que los celtas llevaban
a cabo la inmolación de criminales y prisioneros de guerra. Con el
tiempo, lo que se quemaría serían las brujas o los animales que
pensaban que podían adoptar su forma, como los gatos u otros seres
de mal agüero.
Fogueres en Alicante |
Un último aspecto
común sería el valor del fuego como medio de adivinación, para
predecir la duración del invierno y el éxito de sus cosechas o el
número de bodas que se celebrarían en el año entrante, en un
contexto en el que la fertilidad de la naturaleza era un correlato de
la humana, todo ello esencial para la subsistencia de las precarias
comunidades rurales. Pero lo más interesante para mí es constatar
que, bajo condiciones sociales, económicas y políticas bien
distintas, algunas de las ceremonias del fuego no sólo no se han
perdido sino que mantienen una pujanza asombrosa, especialmente entre
los más jóvenes, demostrando la capacidad del mito y el rito para
crear lazos sociales en una cultura cada vez más deshumanizada.
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Quisiera dedicar esta
entrada a mi querida amiga Dª. Paloma Díaz Sánchez, de Cuenca. En una visita a
su tierra hace unos años no sólo quiso que conociéramos el paisaje
y la ciudad sino también sus tradiciones. Por ello, muy gentilmente
me prestó el libro Costumbres populares conquenses, de María
Luisa Vallejo, Comendadora de la Orden de Alfonso X, y profesional de
la educación, como la propia Paloma. La autora
aprovechó sus numerosos viajes de inspección a las escuelas para
recopilar meticulosamente, “como una hormiguita conquense“-así
lo dice ella misma-, hermosas costumbres que ya entonces habían
desaparecido o estaban en trance de desaparecer. Un buen ejemplo,
pues, de antropología de salvamento en nuestro país. Agradezco
sinceramente a Paloma su paciente préstamo de esta valiosa obra y
con sumo cariño le ofrendo este trabajo, con el deseo de que le
agrade.
Fuentes
consultadas:
-Frazer, James G.:
La rama dorada. FCE, 1991.
-Rodríguez, P.:Mitos y tradiciones de la Navidad. Ediciones B, 2010.
-Rodríguez, P.:Mitos y tradiciones de la Navidad. Ediciones B, 2010.
-Vallejo, María
Luisa: Costumbres populares conquenses. Excma.
Diputación de
Cuenca,1978.
-Fiesta de la
Candelaria. Wikipedia . Web 23-6-2016.
-Hogueras de
Alicante. Wikipedia. Web. 23-6-2016.
-Fiesta de San Juan.
Wikipedia. Web. 23-6-2016.
-Festividad de los
Mayos. Wikipedia. Web. 23-6-2016.
Un estupendo estudio de estas tradiciones ígneas en nuestra geografía y mas allá, buscando su significado profundo,que yo llevaría hasta el momento mismo en que el ser humano comenzó a ser tal: el momento evolutivo de la domesticación del fuego,la posibilidad de huir de la noche y el frío,de espantar animales,y el comienzo de la sociabilidad y hasta el lenguaje, gracias al tiempo compartido alrededor de la hoguera y la posibilidad de ingerir alimentos cocinados,permitiendo cambios en la dentición y la mandíbula. Y sin olvidar la importancia simbólica del fuego,el conocimiento,el logos,la palabra,el regalo de Promete o a los humanos.
ResponderEliminarPor otra parte,y mas cerca de lo etnográfico, estos rituales ígneos como las fallas o las hogueras siempre me han recordado los grandes festines potlach,con su exceso en todo.
El potlach, sí, otro de los deberes pendientes en Tinieblas. Muy oportuna tu referencia.Ayer me acordaba yo de la desesperación de los antropólogos al leer que Boas estaba aburrido mientras los kwakiutl quemaban todo lo que había. Fue a cuento de que José Losada dice que el día de San juan es una jornada grande para los antropólogos. Hay que estar de guardia a la espera de acontecimientos cargados de significación simbólica.Y yo ayer no hice nada de trabajo de campo, sino la víspera, pero gasté un gran esfuerzo para intentar contribuir a que entendamos las fiestas del fuego un poco mejor. Espero haberlo conseguido.
ResponderEliminarMuchas felicidades por la entrada, muy amena. Me ha gustado reconocer la falla de Campanar de 2010, la del hombre-agua que da la mano a la mujer-árbol. Muy memorable. Yo les hice fotos, pero de día. De noche siempre son más espectaculares.
ResponderEliminarReleyendo la entrada, me sorprende constatar que de alguna forma siga viva la costumbre o impulso de construir un hombre o mujer de paja y culparlo de los males de la comunidad --algo que recientemente ha supuesto un delito de odio, al personificar este maniquí a una asesina. Qué poco cambiamos.
ResponderEliminarReleyendo la entrada, me sorprende constatar que de alguna forma siga viva la costumbre o impulso de construir un hombre o mujer de paja y culparlo de los males de la comunidad --algo que recientemente ha supuesto un delito de odio, al personificar este maniquí a una asesina. Qué poco cambiamos.
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