ARTE Y CULTURA MUDÉJAR (II)


Algunas consideraciones en torno al arte mudéjar (II)

 Por José Ignacio González Lorenzo

Yeserías del claustro de San Fernando de las Huelgas Reales de Burgos

Las minorías mudéjares eran masas vencidas y sometidas que ni estaban lo bastante orientalizadas para compensar la acción intensa de lo occidental al sur del Pirineo, ni tenían el ímpetu vital y la superioridad cultural precisa para, no obstante su sumisión y vencimiento, conquistar espiritualmente a sus conquistadores.”

(Claudio Sánchez Albornoz, El drama de la formación de España y de los españoles, Barcelona 1973, pág., 183.)

“Pocos, pobres, relevantes sólo en algunas ramas de la construcción y la artesanía... Pero, desde luego, el mudejarismo sevillano fue muy débil y no proporciona base para sustentar tantas tonterías como se han forjado sobre su importancia histórica y social.”

(M. A. Ladero Quesada, Historia de Sevilla, 1976, pág. 123.)

1. Precisiones cronológicas sobre la arquitectura mudéjar

El estudio del arte mudéjar está lastrado de una parte por el equívoco arte mudéjar / minoría étnica mudéjar, y de otra, por una historia de interpretaciones divergentes que van desde considerar mudéjar cualquier construcción que tenga algún elemento islámico, incluido a veces sólo un mero parecido, hasta las que reservan el calificativo para la arquitectura estructuralmente islámica no bastando la mera presencia de simples elementos decorativos. De ahí, entre otras, la polémica sobre si lo decorativo es per se elemento sustancial de lo islámico o no.

Por estas razones, la calificación como mudéjar de un edificio acaba siendo en muchos casos una petición de principio, un apriorismo del examen artístico. En este sentido, la única manera seria de abordar el estudio del arte mudéjar es mediante el establecimiento de una cronología precisa que evite, sobre todo, la simplificación de adscribir a una sola época (y menos aún a la más antigua) a edificios de complicada cronología con partes diferenciadas en el tiempo.

Para despejar el camino convendría, antes de examinar las primeras manifestaciones mudéjares, establecer con claridad qué no es mudéjar. Es cautela importante porque retrotrae la aparición del mudéjar a finales del siglo XII y principios del XIII en las coordenadas históricas de la lucha de Alfonso VIII contra la invasión almohade. Básicamente hay tres conjuntos de obras arquitectónicas que deben excluirse del estudio positivo del arte mudéjar, eliminando así un cúmulo de errores y malentendidos que lastran la cabal comprensión de nuestro arte. No es arte mudéjar la arquitectura de ladrillo de León y Castilla, algunas edificaciones (islámicas) de Toledo, ni las parroquias toledanas de la reconquista.
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  1. La arquitectura de ladrillo de León y Castilla.
El estudio de referencia sigue siendo el libro Arquitectura Mudéjar en León y Castilla, de Manuel Valdés Fernández1. Se trata de una abundante arquitectura rural que comprende varios siglos, organizada en varias etapas. La primera, que es la más importante, corresponde a las primeras décadas del siglo XII, cronología fundamental porque se adelanta en más de medio siglo a los primeros ábsides mudéjares toledanos, no siendo posible por tanto que esta arquitectura de ladrillo deba su existencia a la arquitectura de Toledo.

Este primer período o período de formación (1ª mitad del s. XII) corresponde al núcleo territorial del Monasterio de Sahagún. Se trata de obras rurales comenzadas en piedra en estilo románico y terminadas en ladrillo siguiendo el estilo de Sahagún, e incluso utilizando sus propios canteros y copiando y repitiendo directamente modelos sahaguntinos, tanto en piedra (capiteles) como en ladrillo (organización de los muros de la capilla de San Mancio de la iglesia del monasterio).

Siguen un modelo románico de planta basilical de tres naves con cabecera triple. Conforme a este esquema comienza la construcción en piedra para interrumpirse poco tiempo después y continuar en ladrillo siguiendo las trazas románicas pero adaptando las formas curvas a las posibilidades del ladrillo: bandas de ladrillo en vertical, recuadros o rehundidos, arquerías sencillas o dobladas, frisos de esquinilla o dientes de sierra.

                                    Iglesia de San Tirso de Sahagún                                                            

En esta fase no hay ni un solo elemento mudéjar, solo románicos: arcos de medio punto, recuadros, bandas de ladrillo (verticales, esquinilla, nacelas…). Únicamente los arcos de herradura de San Tirso de Sahagún que cierran el presbiterio y que recuerdan el iconostásis bizantino presente en la tradición visigótica-mozárabe.

Los edificios de esta primera fase están en torno a Sahagún (donde radica la Capilla de San Mancio, perteneciente a la iglesia ya desaparecida del monasterio): Iglesia de San Tirso en Sahagún (hacia 1126), iglesia del Monasterio de S. Pedro de las Dueñas (f. XI – p. XII), iglesia de San Gervasio y Protasio en Santervás de Campos (Valladolid), iglesia de S. Juan Bautista en Fresno el Viejo (Valladolid), finales del s. XII y principios del XIII. En todas ellas se utiliza la piedra como basamento de los ábsides, y todas, menos la última, estaban directamente relacionadas con el Monasterio de Sahagún.

Los constructores de estas iglesias tuvieron como referente el monasterio de Sahagún y su capilla de San Mancio. Es posible que las torres de estas iglesias estuvieran inspiradas en el cimborrio del monasterio de Sahagún y que, en definitiva, estas iglesias repitieran el modelo monástico en un esquema tipológico popular.

Dice Valdés Fernández (pág. 135), refiriéndose a la iglesia de S. Gervasio y Protasio de Santervás:

El capitel de arpías que corona el ábside de S. Gervasio y Protasio repite el modelo de otro aprovechado en un pilar de la capilla de S. Mancio en Sahagún, anterior a 1184. Otros dos del ábside que representan máscaras bifrontes son exactamente iguales a uno que se mantiene aún entre las ruinas del monasterio de S. Benito en Sahagún. Es decir, el taller de escultura sahaguntino es el mismo que hace los capiteles románicos de Santervás durante el segundo tercio del siglo XII.
Los únicos elementos constructivos que pueden considerarse mudéjares (arcos entrecruzados y arcos lobulados) sólo aparecen tardíamente en dos edificaciones de fecha posterior y que, esta vez sí, acusan la influencia del mudéjar toledano.

Poner en cuestión la originalidad estética de estos templos sólo por su carácter rural (Torres Balbás) es absurdo dado que formaban parte del monasterio de Sahagún, el centro neurálgico de la reforma gregoriana, el semillero del episcopado castellanoleonés de finales del siglo XI (de donde salieron nada menos que cuatro arzobispos y ocho obispos, además de otras dignidades), la cancillería y residencia preferida de Alfonso VI, y el lugar elegido por éste y los magnates de su corte para su enterramiento.
  1. Construcciones hispano-árabes de Toledo:
Al conquistar Toledo, Alfonso VI y sus magnates entraron en posesión de los palacios y casas nobles de la corte taifa. Estos edificios fueron desagregándose en el tiempo por un proceso de donaciones que recayeron en monasterios e instituciones religiosas. Desapareció así la zona palaciega de Alficén y prácticamente no ha quedado ningún palacio medianamente conservado de aquella época. Sólo ha pervivido un pequeño grupo de edificaciones dispersas que se nos han conservado integradas en otras de fecha posterior: la capilla-torre de S. Lorenzo y la capilla de Belén. En cambio, la capilla de Santa Fe, frecuentemente citada, es obra goticista del siglo XIII con resabios mudéjares y posterior en el tiempo. Seguimos aquí la opinión más reciente de Basilio Pavón Maldonado2.

  • Capilla de Belén: antigua qubba palaciega probablemente pabellón en zona ajardinada del palacio de Al-Mamun que después pasó a formar parte del convento de las comendadoras de Santiago. Según Basilio Pavón Maldonado:
Es un pequeño edificio exento de planta cuadrada al exterior y ochavada por dentro tipo oratorio real con cúpula nervada sin trasdosar de estilo califal, propiamente una qubba que para algunos autores pudo ser oratorio árabe del siglo XI, si no qubba regia de recreo en medio del jardín, como pienso yo. Hay poca posibilidad de que tal edículo tan recargado de mensajes islámicos fuera erigido dentro de la dominación cristiana de la ciudad, en el siglo XII o el XIII.
                                     Capilla de Belén. Toledo                                                            
  • Capilla de la torre de San Lorenzo: fechado por Gómez Moreno como de época taifa, resalta el tipo cordobés del trazado del arco lobulado. Basilio Pavón Maldonado dice lo siguiente:
La presencia de esa cruz griega, con ausencia de nicho de mihrab, en la capilla-torre de San Lorenzo de Toledo lleva a pensar si ese minúsculo edificio toledano no sería una rábita u oratorio exento de santón al que se añadiría, según hemos visto en Huelva y Portugal, un cuerpo de iglesia de tres naves perpendiculares a él y mirando a sureste, desde luego muy anterior al actual templo cristiano dirigido al este.

  1. Parroquias toledanas de la reconquista:
Es, con diferencia, el tema más espinoso del arte mudéjar porque se trata de edificios de una complejísima génesis y desarrollo. En su historia están implicadas otras cuestiones no menos difíciles de elucidar.

Tras la conquista de Toledo, Alfonso VI impuso en todo el territorio del antiguo reino (incluida la sede catedralicia) el nuevo rito romano en sustitución del viejo rito hispano visigótico o mozárabe. Para que no quedaran dudas nombró como arzobispo de Toledo a un monje cluniacense procedente de Sahagún, Bernardo de Cluny, que fue sucedido por otros monjes franceses que continuaron al frente del arzobispado hasta finales del siglo XII. Sólo se hizo excepción con los antiguos pobladores cristianos de Toledo que fueron agrupados en seis parroquias mozárabes, de ámbito no territorial sino de adscripción personal. Estas parroquias eran S. Lucas, S. Sebastián, Sta. Eulalia y Santas Justa y Rufina, y las desaparecidas de S. Marcos y S. Torcuato. El resto de las parroquias, que se citan en la documentación toledana del siglo XII, tienen por tanto la consideración de latinas: S. Andrés, S. Román, Sto. Tomé, Santiago del Arrabal, etc.

Consta que algunas de estas parroquias fueron mezquitas reutilizadas (San Sebastián, El Salvador) como lo han puesto de manifiesto excavaciones arqueológicas recientes así como su orientación ritual y parte de sus elementos constructivos. Teniendo en cuenta que muchas mezquitas y viejas parroquias mozárabes traían su origen de viejas basílicas godas (El Salvador, por ejemplo), hubo una perfecta continuidad en los lugares de culto (godo - musulmán/mozárabe - cristiano), continuidad también en el sentido arquitectónico y estético. Los musulmanes adoptaron la estructura basilical, el arco de herradura, los apoyos, etc. de la arquitectura visigoda, a la vez que los mozárabes –de cultura árabe, lo que continuamente se pasa por alto- continuaron la tradición visigoda pero con resabios hispanoárabes.

 Iglesia de S. Lucas. Toledo
Estas parroquias mozárabes y también alguna latina presentan actualmente una estructura en planta y en alzado que nos hace pensar en una continuidad visigótico-mozárabe no exenta de determinados resabios islamizantes (alfices, por ejemplo). Se trata de plantas de tres naves, cabecera plana, nave central más alta que las laterales, cubiertas centrales a dos aguas, alzados sobre columnas o pilares con columnas adosadas y arcos de herradura, y fila alta de ventanas en la nave central normalmente agrupadas en módulos de varias ventanas por cada sección de uno o dos arcos de herradura en la parte inferior. Como estos edificios, debido a la antigüedad de su origen, han sido reaprovechados y reedificados una y otra vez a lo largo de muchos siglos, es vano pretender que lo que ahora vemos sea la obra antigua siendo prácticamente imposible en la mayoría de los casos determinar la exacta configuración original. De ahí que cualquier clasificación que se haga de ellos siempre tendrá una parte de verdad. Se han definido como arquitectura mudéjar, la primera arquitectura mudéjar, pero ¿es razonable calificarlos así dadas las coordenadas socioculturales del Toledo del siglo XII?

El reino de Toledo constituyó la marca media de Al-Andalus y su situación fronteriza le permitió durante considerables períodos una autonomía política real con respecto a Córdoba que estuvo gestionada por sus importantes minorías mozárabes y muladíes. Al tiempo de su reconquista por los castellanos conservaba una importante comunidad mozárabe, suficiente para que se nombrara alcalde mayor a un mozárabe, Sisnando Davídiz (probablemente en reconocimiento de su colaboración en la conquista) y se otorgara un fuero especial a la comunidad mozárabe, incluido el importante privilegio de conservar el viejo rito hispano que acababa de ser eliminado de todo el reino castellano-leonés.

Esta comunidad mozárabe se vio reforzada numéricamente con la llegada de inmigrantes mozárabes procedentes del mundo musulmán. Primero fueron los mozárabes traídos por el propio Alfonso VI de Guadix en 1094, de Sevilla y Granada en 1104 y de Málaga en 1106, y los repatriados por doña Jimena al abandonar Valencia y que fueron establecidos en Talavera. Después los mozárabes traídos por Alfonso I el Batallador en su correría por Al-Andalus y parte de los cuales se instalaron en Zorita. En 1145 la emigración de mozárabes sevillanos con su metropolitano Clemente a Talavera de la Reina.

El grupo más numeroso, con su obispo a la cabeza, procedía de Marraquech y el norte de África. Deportados de Al-Andalus habían constituido la guardia pretoriana en los palacios reales almorávides. La conquista almohade (hacia 1147) volvió a deportar a esta comunidad mozárabe que vino a instalarse en Toledo. A estas llegadas organizadas habría que sumar el goteo de familias e individuos tanto mozárabes como judíos huidos de Al-Andalus (Niebla, Marchena, Sidonia, Lucena, etc.) a causa del rigorismo y las persecuciones de los almohades. El resultado es que, dado el incremento de la población mozárabe y judía de Toledo, aumentó considerablemente la arabización cultural de la ciudad.

Así parece indicarlo la documentación más antigua de la cofradía de clérigos parroquiales [tanto latinos como mozárabes], redactada en árabe desde principios del siglo XII. (La cofradía, como otras contemporáneas y posteriores, tenía la doble misión de actuar como fundación de obras pías y como defensora de los intereses de sus miembros frente a las autoridades civiles o incluso, como veremos, las eclesiásticas) Un buen ejemplo que ilustra la continuidad de una feligresía mozárabe en las iglesias de ritual romano es la de la conocida familia de Esteban Illán, asociada a la parroquia latina de San Román a lo largo del siglo XII.3

No debemos olvidar que, tras una aculturación de siglos, estas comunidades tenían el árabe como lengua propia y vivían conforme a pautas sociales y culturales fuertemente arabizadas. Existe cierto consenso entre los historiadores en que Toledo se vació de población mudéjar con motivo de la conquista y de las posteriores razias de los almorávides.

El considerable aumento de la población mozárabe hizo necesario la reedificación o readaptación de los viejos edificios religiosos toledanos, tanto iglesias visigótico-mozárabes como mezquitas. A la hora de edificar una iglesia, los mozárabes tenían un modelo que se había perpetuado a lo largo de los siglos desde la época visigoda y que hemos descrito en líneas anteriores. Sólo necesitaron echar mano de su tradición local ya que no había otra disponible (el románico no llega a Toledo hasta finales del XII o principios del XIII). Es lógico que esta arquitectura incluyera algunos elementos de raigambre árabe (trazado y estructura del arco de herradura, alfiz…) que al fin y al cabo formaban parte de su propia cultura.

Por lo tanto, etiquetar estas adaptaciones del siglo XII como arte mudéjar resulta a todas luces excesivo: ¿Por qué habría que darle el protagonismo en el resultado estético a los alarifes mudéjares cuando nos movemos estrictamente dentro de una tradición de más de quinientos años? ¿Por qué suponemos que el oficio de la construcción les era completamente ajeno a los mozárabes toledanos?

No tiene sentido que los mozárabes, que habían sobrevivido a cuatrocientos años de dominación musulmana, que se veían ahora liberados y reconocidos en su idiosincrasia, a la hora de construir una nueva iglesia después de seculares prohibiciones al respecto, se encomendaran a constructores mudéjares para que siguiesen patrones propios de una mezquita. ¿Existe tal patrón arquitectónico canónico de mezquita? ¿Y cuál habría de ser éste? El modelo más acabado de mezquita en el occidente musulmán probablemente fue un edificio de varias naves (cinco o más) de disposición horizontal con techos planos, alzado sobre columnas o pilares perpendiculares a la qibla y con una nave transversal en la cabecera. La zona delante del mihrab podía o no estar realzada con uno o varios espacios abovedados con cúpulas de nervios estilo cordobés como las que vemos en el Cristo de la Luz de Toledo. Pero las viejas parroquias toledanas, mozárabes o no, se adscriben a otro modelo: planta basilical de tres naves, nave central más ancha y alta que las laterales que incluye una fila alta de ventanas, techos a dos aguas en la nave central y de colgadizo las laterales, triple ábside plano exteriormente, esto es, el modelo basilical tradicional que se remite a la época paleocristiana. ¿Por qué calificarlas de arquitectura mudéjar? ¿Qué tiene que ver la población mudéjar en este proceso? Nada, absolutamente nada.

                                   Santa Eulalia de Toledo
Hay una anécdota que refleja bien este ambiente. Los nuevos inmigrantes mozárabes habían sido adscritos al nuevo rito romano o gregoriano. El hecho de que fueran mozárabes no implicaba automáticamente disfrutar del privilegio que, recordemos, sólo había sido concedido a los mozárabes toledanos a título personal, de ahí que se hubiese puesto buen cuidado en definir sus parroquias como personales y no territoriales. Los recién llegados fueron adscritos territorialmente a las nuevas parroquias latinas que, coincidentemente, empezaron también a ser reedificadas y readaptadas. Pero es evidente que estos nuevos pobladores fuertemente arabizados ni conocían el nuevo rito ni se desprendían con facilidad de sus viejas costumbres (vestimentas, usos litúrgicos, música, idioma, etc.) con lo que la nueva liturgia gregoriana se vio contaminada con usos y vestimentas exóticas. El arzobispo elevó sus quejas a Roma y el papa Eugenio III tuvo que intervenir en el asunto prohibiendo tales prácticas. Si también en las parroquias latinas se conservaban viejos usos mozárabes, queda claro que es en este ambiente mozárabe donde hay que anclar los elementos arabizantes que puedan detectarse y no en el sector mudéjar ajeno a esta problemática.

Estos procesos están íntimamente ligados a uno de carácter más general. La llegada de inmigrantes mozárabes (y judíos) había reforzado de tal manera la arabización de la ciudad, que a partir de finales del siglo XII hay una cierta aculturación de los grupos sociales castellanos y francos. Se extiende la costumbre mozárabe del doble nombre árabe y latino (incluso entre los francos), aumenta considerablemente la documentación escrita y tramitada en árabe, etc. en un proceso que alcanza hasta las postrimerías del siglo XIII. No estamos seguros de cuál fue el destino final del pequeño campesinado mozárabe. Una tesis4 sostiene que, desde finales del siglo XII, hay un movimiento generalizado de ventas de las propiedades rurales de los pequeños campesinos mozárabes a favor de la nobleza y el alto clero toledano con el arzobispo Jiménez de Rada a la cabeza de los mayores compradores. La mozarabía dejaría de ser libre y entraría en dependencia de la nueva nobleza, desarraigándose de sus huertas y cultivos para formar parte de una masa indiferenciada de campesinos sometidos.

Otra tesis más reciente5 sostiene que, a partir de mediados del siglo XII, la comunidad mozárabe va a comenzar a imponerse social y culturalmente probablemente debido al reciente aumento de sus efectivos y a su superioridad cultural. Este fenómeno tiene su punto de partida en 1166 cuando se establece para el gobierno de la ciudad la dualidad de alcaldes mayores, uno mozárabe y otro castellano, probablemente con un solo alguacil mayor mozárabe. La minoría mozárabe empieza a escalar entonces los puestos de dirección no solo en el Concejo sino también en la catedral. Se produce entonces una conjunción de intereses entre minorías mozárabes y castellanas. A principios del siglo XIII aparecen por doquier dignidades mozárabes en el cabildo de la catedral. Para la segunda mitad del siglo XIII tenemos perfectamente formada una nobleza mozárabe que entronca con la castellana. “Este pequeño núcleo (aristocracia terrateniente) logró hacer o mantener su fortuna, y junto con ello conservar sus formas culturales, al mismo tiempo que aquellos que habían constituido la mayor parte de la mozarabía toledana se diluían, empobrecidos, en el mundo de los hispano-cristiano-románicos.”6

A fines del siglo XIII, los mozárabes alcanzan la cima de la sociedad toledana: tendremos arzobispos mozárabes como Gonzalo García Gudiel (1280-1299), Gonzalo Díaz Palomeque (1299-1310), y Gutierre Gómez de Toledo (1310-1319), los mismos apellidos cuyos escudos presidirán después las fachadas de sus relucientes palacios mudéjares. Hasta aquí, por tanto, viejas edificaciones taifas musulmanas, románico rural castellano de ladrillo, y parroquias mozárabes o latinas que siguen los modelos basilicales tradicionales locales. ¿Y, pues, el mudéjar?

Sepulcro del arzobispo Gonzalo García Gudiel en la catedral de Toledo
  1. Los primeros pasos del arte mudéjar
El arte mudéjar se desarrolló a impulso de los reyes conquistadores. La acción militar de estos monarcas incorporando las principales ciudades peninsulares, símbolos del avance cristiano sobre el corazón de Al-Andalus, será el desencadenante de las sucesivas oleadas artísticas de mudejarismo. La iniciativa artística se expande, como ondas concéntricas en un estanque, desde la cúspide del poder, el monarca, hacia los personajes de la corte, la alta nobleza, y así sucesivamente en la estructura social.

El punto de partida es, obviamente, la conquista de Toledo, antigua capital del reino godo, por Alfonso VI seguida por la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador. Se inaugura una tradición de hábitat en palacios musulmanes, el Alficén de Al-Mamun y la Aljafería de Zaragoza, parte regia del botín, que ejemplifican el confort urbano que adquieren los monarcas cristianos dejando atrás los rigores de los castillos norteños. Algunos han creído ver aquí el nacimiento del arte mudéjar pero no se nos ha conservado ningún edificio mudéjar de esta primera época.

El monarca que en verdad inaugura el primer impulso mudéjar es Alfonso VIII, el tenaz vencedor de los almohades. La obra de referencia será su palacio en las Huelgas Reales de Burgos, que pone en marcha la primera fase mudéjar inmediatamente secundada por la actividad constructora del Arzobispo de Toledo y Canciller del reino, don Rodrigo Jiménez de Rada.

A este respecto es trascendental la influencia de la arquitectura siciliana y en particular del palacio de la Zisa en la Sicilia del rey Guillermo II, cuñado de Alfonso VIII por sus respectivos matrimonios con las hijas de Leonor de Aquitania, y que fue construido por alarifes andalusíes. La monarquía normanda de Sicilia, al igual que el reino castellano después de la incorporación de Toledo, gobernaba una población mixta formada por musulmanes, cristianos y judíos bajo la dirección de la minoría normanda. Hasta coincidían en el hecho de que los cristianos estuvieran divididos en dos ritos diferentes, en su caso, griego y latino.

Palacio de Zisa en Palermo. Sicilia

La invasión almohade y el rigorismo religioso impuesto por los unitarios supusieron la derogación de la dimna, lo que echó en brazos de Alfonso VIII a importantes contingentes judíos y mozárabes que se sumaron a un sustrato étnico ya continuamente aumentado durante el siglo XII. Alfonso VIII tenía profundas razones políticas para erigirse en defensor de las poblaciones peninsulares de las tres religiones acosadas por el Imperio norteafricano. Ibn Mardanis, el Rey Lobo de Murcia, fue al fin y al cabo el principal aliado de Alfonso en la primera época de lucha contra la invasión almohade. El ejemplo de su cuñado Guillermo II de Sicilia, continuador de una estética multicultural de evidentes influencias arábigas, debió pesar en el ánimo del rey, que se veía a sí mismo a la vez como monarca universal de todas las minorías religiosas hispanas y primer – y por momentos único - cruzado contra el alud almohade.

Partir de Alfonso VIII y las Huelgas Reales significa radicar el impulso creativo mudéjar en la propia Corona y su entorno inmediato, vincularlo a los grandes avances de la reconquista, y centrar la obra mudéjar en el ámbito palacial y funerario debido a su carga simbólica de representación política. Todo ello retrasa el arranque del auténtico mudéjar hasta finales del siglo XII y principios del XIII, dejando fuera, por tanto, toda aquella arquitectura religiosa a que antes nos hemos referido.

La primera arquitectura mudéjar manifiesta importante influencias almorávides y almohades que están presentes en las dependencias palaciegas de Las Huelgas Reales de Burgos (actuales Capillas de la Asunción y San Salvador), fechables en el reinado de Alfonso VIII a fines de s. XII o principios del XIII. También en las construcciones palaciegas promovidas por Jiménez de Rada tales como los palacios arzobispales de Toledo y Cuenca. Del mismo estilo y época son algunas yeserías en una vivienda principal de origen taifa que, en la segunda mitad del s. XIV doña María Meléndez cedió para la fundación del convento de Santa Clara la Real de Toledo. Es significativo que todas estas construcciones mudéjares son en su origen edificios palaciegos y no tuvieron, por tanto, connotaciones religiosas. Por eso no debe confundirnos el nombre por el que hoy las conocemos y que responden a una función religiosa posterior y completamente ajena a su construcción primera.
El principal problema que plantea este primer mudéjar castellano a fines del siglo XII y primeras décadas del siglo XIII es la aparición de influencias almorávides y almohades antes de la conquista de Sevilla, ya que el foco de referencia mudéjar, Toledo, fue conquistado antes de la llegada de almorávides y almohades y, por tanto, los mudéjares toledanos no pudieron estar familiarizados con este arte ni trasmitirlo a sus sucesores.

Es más que probable que muchas de estas construcciones, específicamente los palacios de Las Huelgas, fueran realizadas por cuadrillas de alarifes andalusíes contratados por Alfonso VIII siguiendo los pasos de Guillermo II en Sicilia. En el caso de la arquitectura toledana, la influencia almorávide puedo venir de la mano de otros actores: La llegada de mozárabes a Toledo en 1147, procedentes de la capital almorávide de Marraquech donde habían servido como guardia del sultán y que conocían el arte almorávide; el personal repatriado por la pérdida de Almería que permaneció en manos cristianas entre 1147-1157, y las relaciones de colaboración con el rey taifa de Murcia Ibn Mardanis entre 1147 y 1172 frente a los almohades y que estuvo en varias ocasiones en Toledo.

Sea a través de cualquiera de estas influencias, aparecen tipologías y programas decorativos que caracterizan la arquitectura residencial hispanomusulmana de los siglos XII y XIII. Es más, la influencia almorávide en el mudéjar toledano será, andando el tiempo, parte principal de su estética mudéjar frente al mudéjar sevillano de clara impronta almohade, y del posterior mudéjar de los siglos XIV y XV de influencia granadina.

Un hecho fortuito, la instalación de la capilla funeraria provisional de Alfonso VIII en unas dependencias palaciegas convirtió tal espacio en la Capilla de la Asunción. Este hecho tuvo una importante repercusión en el desarrollo del arte mudéjar posterior que se manifestará esencialmente en palacios y capillas funerarias, asociado a un simbolismo concerniente a la exaltación del poder soberano, tal como quedó explicado en la primera parte.

Capilla de la Asunción en las Huelgas Reales de Burgos

En el siglo XIII el arte mudéjar se desarrolla en las yeserías del claustro de San Fernando de Las Huelgas, fechables en el reinado de Fernando III en el primer tercio del siglo XIII, en algunos sepulcros de Toledo y en la sinagoga de Santa María la Blanca de Toledo, probablemente de fines del siglo XIII. Pero el gran impulso al mudejarismo fue la conquista de Córdoba y Sevilla o, lo que es lo mismo, la incorporación de la Gran Mezquita de Córdoba y el Alcázar sevillano de los sultanes almohades. Por razones de cronología pertenece al reinado de Alfonso X la ejecución de esta nueva fase.

El tercer momento tiene como referencia la construcción de la Alhambra de Granada, paradigma indiscutible de la nueva efervescencia mudéjar. Alfonso XI, vencedor de los benimerines en el Salado y contrincante de Yusuf I, el constructor del palacio de Comares, y después su hijo Pedro I, amigo y aliado de Muhammmad V artífice del Patio de los Leones, y su hermanastro Enrique II, sentarán las bases definitivas de una corriente mudéjar que ahora alcanza todos los rincones del reino mediante la erección de un tropel de palacios y capillas nobiliarias mudéjares.

Durante prácticamente toda la Baja Edad Media el arte mudéjar se circunscribirá en la práctica a los palacios y las capillas funerarias de los miembros de la familia real y la alta nobleza, añadiendo algún indicio en las fachadas de las iglesias donde se radican aquéllas.

Precisamente, la entrada de arabismos en la lengua castellana referidos al campo semántico de la construcción y la albañilería se corresponde con la Baja Edad Media, siglos XIV y XV, y están marcados por su eminente carácter técnico. Este hecho refuerza la idea de que el mudéjar es un fenómeno tardío, no vinculado a los grandes acontecimientos y adquisiciones de la Reconquista ni a la asunción de grandes contingentes demográficos mudéjares. Por el contrario, lingüísticamente es la aportación del vocabulario técnico de las cuadrillas especializadas que intervinieron en la construcción de los palacios mudéjares de los siglos XIV y XV. Mudejarismo artístico y arabismos se dan así la mano en fase tardía y en la edificación palaciega, y no en las antiguas construcciones religiosas de siglos anteriores.

Quedan por elucidar los orígenes del mudéjar en las iglesias de Toledo de fines del s. XII y principios del XIII donde vuelve a aparecer como instigador de la nueva estética el gran arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada. Pero este será el objetivo de una posterior entrega.

Detalles visigodos en la torre de San Bartolomé de Toledo
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1 Manuel Valdés Fernández, Arquitectura Mudéjar en León y Castilla, Institución “Fray Bernardino de Sahagún”. C.S.I.C. 1981.
2 Basilio Pavón Maldonado, Tratado de arquitectura hispanomusulmana, tomo III Palacios, C.S.I.C., Madrid 2004. Pág. 170; Tomo IV, Mezquitas. C.S.I.C., Madrid 2009. Pág. 468.
3 Francisco J. Hernández: Los mozárabes del siglo XII en la ciudad y la iglesia de Toledo, Pág. 78. 1983
4 R. Pastor de Togneri: Del Islam al cristianismo. En las fronteras de dos formaciones económico-sociales. Barcelona, 2ª edición, 1985.
5 Francisco J. Hernández: Los mozárabes del siglo XII en la ciudad y la iglesia de Toledo. Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo (1985, segunda época, nº 16).

Comentarios

  1. Sensacional trabajo del autor y un paso más en su estudio sobre las complejas relaciones culturales en la España medieval, con su entramado de pueblos, religiones y estilos artísticos. Aunque desde una perspectiva parezca que nos estamos moviendo en los dominios de la Historia del Arte, con una mirada gestáltica podemos ver que la investigación tan interesante que viene realizando José Ignacio González Lorenzo sobre la arquitectura mudéjar emplea planteamientos propios de la Antropología social y cultural, atendiendo a las diferencias en el modo de vida de las poblaciones cristiana, mozárabe, mudéjar y musulmana y su conflictiva coexistencia, poniendo el énfasis en sus distintas concepciones del espacio y de los elementos decorativos. Casas, palacios y edificios religiosos se convierten así en un auténtico manual de instrucciones sobre diferencias culturales, no siendo simples creaciones humanas con un simple valor funcional o artístico. No faltan en su trabajo referencias a un aspecto apasionante, que es a la vez muestra de la necesidad de reaprovechar materiales escasos como la atribución de poderes mágicos a las construcciones preexistentes: la apropiación de los espacios sacros de los vencidos por los pueblos sucesivamente dominantes. Ojalá el autor se anime a hacer, en una próxima ocasión, un monográfico sobre esa regularidad cultural tan destacable.

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