LA DOMESTICACIÓN DE ANIMALES Y PLANTAS. Una valoración del paso de la recolección a la agricultura
Por Jose Ignacio González Lorenzo
Se ha considerado hasta ahora el
paso de la caza y la recolección a la ganadería y la agricultura como un
hallazgo tecnológico que implica progreso y desarrollo y, por lo tanto, como un
invento benefactor de la humanidad. Con la agricultura y la ganadería, se dice,
los grupos humanos pudieron asegurar su capacidad productiva, incrementar la
población, generar excedentes, etc. Como corolario, se determina cómo fue el
proceso de difusión y cuáles las vías de expansión de la agricultura y la
ganadería que permitieron a la humanidad pasar de la recolección a la
producción, de las bandas a las tribus, del paleolítico al neolítico. En toda
esta cuestión se hace evidente el paralelismo entre la difusión de la
agricultura y la ganadería y las técnicas neolíticas asociadas (la piedra
pulida, la cerámica...) con la difusión de las tecnologías asociadas a la
revolución industrial. La conclusión es que la historia humana no es más que el
proceso de descubrimiento y difusión de nuevas tecnologías que jalonan el
progreso ininterrumpido de la humanidad. El paso de una etapa a la siguiente es
necesario y marca siempre la dirección del progreso. Sin embargo…
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Cuando se estudian las sociedades
elementales que han llegado hasta nosotros sin ningún tipo de contacto con el
hombre moderno, no deja de sorprender que los individuos de tales grupos son
tan humanos como nosotros en todos los sentidos fuertes de la palabra: sus
sentimientos, su capacidad de conocer, sus relaciones sociales. A pesar de
nuestros conocimientos y nuestros milenios de civilización, no estamos por
encima de ellos en cuanto nos salimos del manejo de nuestras propias
tecnologías. Incluso para conocer las propiedades bioquímicas de las plantas y
árboles de su hábitat, los científicos que las estudian acaban recurriendo a
los aborígenes que conocen perfectamente las cualidades y los usos terapéuticos
de cada una de ellas. Leyendo los relatos de memorias de los antropólogos que han
vivido entre ellos, se pueden encontrar ejemplos de circunstancias vividas en
las que estos supuestos primitivos acaban teniendo mayor comprensión y
humanidad en las relaciones sociales implicadas en ellas.
Para el estudio de estas
sociedades elementales que casi han llegado hasta nuestros días hay que tener
en cuenta, en primer lugar, que quedaron marginadas en las zonas terrestres
inhóspitas para las sociedades civilizadas: el frío, el desierto y el calor de
los bosques ecuatoriales. El frío de las zonas polares y los desiertos marcan
los límites de la supervivencia humana por las extremas condiciones de la vida
en tales medios y, por lo tanto, no pueden tomarse como paradigma de la vida de
estos grupos humanos. En cambio, la selva ecuatorial, pese a su humedad
constante, sí puede dar una idea de cómo pudo ser la vida de la humanidad antes
del desarrollo de la agricultura y la ganadería.
Las bandas de cazadores y
recolectores se remontan al paleolítico y sus condiciones de vida son muy
simples y sencillas. Grupos humanos pequeños, entre 30 y 100 individuos, que
viven en campamentos semipermanentes, practican un nomadismo estacional pero
moviéndose siempre dentro de los límites de un territorio bastante amplio. La
densidad humana es tan escasa, menos de un habitante por kilómetro
cuadrado, que tienen que hacer un esfuerzo por mantener el
contacto y anudar los lazos que los unen a otros grupos. En el caso de los
esquimales, pueblan un territorio inmenso desde un extremo al otro del
continente americano, manteniendo la capacidad de comunicación mediante un
acervo lingüístico compartido. Sus manifestaciones artísticas tienen una
notable característica: son representaciones naturalistas de animales basadas
en la observación directa[1].
Las posibilidades de relaciones violentas con los vecinos son escasas: no hay
motivos, pero tampoco hay muchas ocasiones de conflicto: viven separados por
kilómetros de distancia en un inmenso territorio disponible. Hay tierras para
todos y sobran. Viven de la caza, la pesca y la recolección de todo tipo de
frutas, bayas, tubérculos, etc. Como no disponen de técnicas potentes para la
conservación de los alimentos, máxime en un medio cálido y húmedo como el de la
selva ecuatorial, tienen que consumir inmediatamente lo cazado y recolectado,
por lo que las labores para conseguir su sustento diario se solucionan en pocas
horas de trabajo. Lo mismo sucede con su hábitat, campamentos no permanentes
instalados en un claro del bosque con algunos cobertizos hechos de ramas,
estacas y lianas. Entre ellos todos son iguales, no hay ninguna jerarquía ni
poder coercitivo establecido, no hay jefes, ni jueces ni policías. Cuando
tienen algún problema, se reúnen y hablan del mismo hasta encontrar la
solución. Ni siquiera conocen la figura del gran hombre típica de las tribus
que, aunque no tenga un poder político propio, al menos es una figura
prominente de carácter vitalicio. Por el contrario, las bandas solo conocen un
liderazgo ocasional para cada una de las faenas: el mejor cazador, el mejor
rastreador, el mejor porteador... No hay excedentes (tampoco hay producción
en sentido estricto), no puede haber apropiación individual ni diferencias
sociales. Podría decirse que habitan en el paraíso terrenal y que llevan una
vida plácida y feliz.
El antropólogo Marvin Harris
cuenta que, después de haber pasado un tiempo con los kung del desierto de
Kalahari en Namibia, les ofreció una fiesta de despedida para la que compró un
enorme buey del que dieron buena cuenta en una suculenta comilona. Comieron,
bebieron, rieron recordando lances y aventuras. Cuando terminó la fiesta,
pagado de sí, Harris les preguntó qué les había parecido el banquete. Cuál fue
su sorpresa cuando todos pusieron reparos: la carne dura, escasa, la bebida
mala, etc. Como no se correspondía con la realidad, el buen antropólogo se
marchó confundido, pensando qué les habría pasado, por qué se mostraban tan
desagradecidos con él. Al cabo de los años, Harris pudo volver con los kung e
indagó aquel extraño comportamiento. La respuesta fue contundente: el banquete
superaba las posibilidades de cualquiera de ellos por lo que el antropólogo
hubiera quedado por encima de ellos, rompiendo la igualdad absoluta, lo cual no
era ni bueno ni conveniente. Por ello, simplemente, le bajaron los humos
criticando la fiesta.
Podría pensarse que los pocos
grupos humanos de cazadores y recolectores que llegaron a nuestros días eran
grupos aislados que no habían tenido la fortuna de conocer el regalo de la
agricultura y la ganadería. Piénsese que mantienen esa forma de vida desde que
apareció la criatura humana hace un millón de años. La agricultura y la
ganadería ciertamente permiten la producción (la reproducción) de plantas y
animales lo que asegura la subsistencia de los grupos humanos. Aumenta la
población a la vez que posibilita una vida sedentaria continuada. La vivienda
permanente alcanza mayor desarrollo, comodidad y seguridad. Son chozas que
pueden asentarse en una base de piedra o barro. Se agrupan en poblados
permanentes de mayor entidad, de cien a doscientos individuos. Claro, siempre
que las adversidades atmosféricas o las enfermedades no malogren la cosecha o
los rebaños. Y siempre también que el
cultivo y el pastoreo no esquilmen el medio ambiente provocando la esterilidad
o la desertización del hábitat.
El crecimiento de la población
puede ser problemático con respecto a ciertos recursos escasos como el agua,
puede dar lugar a conflictos con los vecinos, ya que la densidad total, aunque
todavía muy escasa, aumenta con respecto a la etapa anterior. El cultivo de las
parcelas, el pastoreo del ganado puede generar diferencias entre los más
habilidosos y trabajadores, diferencias que se pueden perpetuar con matrimonios
ventajosos o múltiples. El que tiene más ganado puede alimentar más esposas e
hijos y, por lo tanto, tener acceso a más dotes de la novia consistentes en
ganado. Acechan, pues, las diferencias sociales que empiezan a colarse por los
entresijos del entramado social y con ellas la posibilidad de conflicto.
El trabajo en el campo es más
oneroso, ocupa más horas. Con frecuencia, hombres y mujeres diversifican sus
roles para optimizar su eficacia: los hombres pueden desempeñar las labores que
les alejen mucho del poblado (el pastoreo) mientras las mujeres todas aquellas
que se localizan en torno al mismo: los huertos, la estabulación de las crías,
la construcción de chozas, etc. No es un problema de fuerza física ni de
habilidad, sino de las limitaciones que impone criar a los pequeños. En las
chozas y los cercados, a veces conviven demasiado cerca animales y seres
humanos. Los contagios, las enfermedades epidémicas hacen su aparición[2],
y siempre la incertidumbre de los resultados de la cosecha: más trabajo, más
enfermedades, más diferencias sociales, más conflictos. La agricultura y la
ganadería pueden ser la respuesta a la insuficiencia de la caza y la
recolección pero impone pesadas servidumbres. No digamos las etapas siguientes
que recorrió la humanidad: tras las tribus vinieron las jefaturas y, más tarde,
los Estados. Aparecen en todo su esplendor la jerarquía social, la desigualdad,
el poder político coercitivo y, con ellas, la apropiación de los excedentes, la
guerra y la explotación de los sometidos; en suma, la injusticia
institucionalizada. Y con ella, más horas de trabajo, más enfermedades, más
hambrunas... Mal asunto.
Siendo así las cosas, ¿cómo pudo
la humanidad dar un salto tan dudoso y problemático con la invención de la
agricultura y la ganadería? Y, una vez conocidos sus efectos, ¿por qué persistió en ellas?
Debió de haber graves y
acuciantes circunstancias para que la humanidad diera ese paso. Lo más
razonable es pensar que fueron cuestiones medioambientales las que trastocaron
la forma de vida de los cazadores-recolectores. Tal vez, el cambio a un periodo
más cálido hizo desparecer cierta fauna y puso en peligro su forma tradicional
de vida. O, tal vez, ciertas condiciones de aridez, hizo escasear el agua y el
forraje. Si la caza y la recolección ya no eran tan abundantes había que hacer
algo para remediarlo. Claro es que este tipo de cambios son graduales y no se
producen de un día para otro. La caza no desaparece de repente. La respuesta,
por lo tanto, debió ser también gradual. El ejemplo de los lapones puede darnos
una pauta. Tal vez si cierta fauna empezaba a escasear habría que desplazarse
siguiendo a las manadas de animales en un permanente nomadismo. Por lo mismo,
sería conveniente defender estas manadas de la competencia de otros predadores.
Incluso, en caso de necesidad, podría pensarse en resguardar a los animales por
la noche o en ciertos parajes abundantes en agua y forraje, mediante algún tipo
de vallados o defensas. Y ya puestos, convendría cuidar las crías para evitar
que se malograran por falta de alimento. Ya no se podrían sacrificar
alegremente las reses para la alimentación, se elegiría las que causaran menos
problemas, nunca las madres criaderas. Por lo mismo, se podrían apartar los
mejores machos para asegurar una descendencia robusta, eliminando a los más
débiles o inadecuados. A largo plazo, la convivencia de animales y personas
llegaría a elevarse a la categoría de hábito permanente y, de ahí, la
domesticación de animales (siempre que se dieran ciertas características de
comportamiento en los animales domesticables: hay especies que favorecen la
domesticación y otras que lo impiden[3].
En el caso de las plantas y la
agricultura, el proceso sería equivalente, solo que instalando al grupo humano
en poblados permanentes y áreas restringidas, aquéllas en que se den las
condiciones necesarias para el cultivo de las plantas. Literalmente, el hombre
acaba atado a la tierra y dependiente de ella. La alteración de las condiciones
bioclimáticas puede acarrear hambrunas ocasionales o catástrofes demográficas
si las tierras se hacen inhábiles para el cultivo. De ahí que la historia de la
humanidad esté surcada por grandes desplazamientos de pueblos enteros en busca
de mejores tierras. Es éste, precisamente, uno de los motores más potentes de
la historia de las sociedades humanas.
Si consideramos, pues, la
agricultura y la ganadería (como cualquier otro invento tecnológico) como la
respuesta necesaria para la superación de una dificultad extraordinaria
sobrevenida que, por un lado, salva el obstáculo pero, por otro, tiene
consecuencias positivas pero también negativas, estaremos más cerca de la
verdad. Ante la adversidad, ante los grandes retos, hubo sociedades que
consiguieron encontrar la respuesta (o, al menos, alguna respuesta) y
sobrevivieron; otras, se quedaron estancadas y acabaron por desaparecer.
Algunas respuestas fueron positivas e incluyentes y la humanidad progresó. Otra
fueron negativas (la esclavitud, por ejemplo) y trajeron el sufrimiento, la
desigualdad y la injusticia y, a largo plazo, el estancamiento o el fracaso.
Las esperanzas de todo tipo que suscitó el humanismo y el renacimiento, por
ejemplo, se vieron malogradas cuando los Estados Modernos desembocaron en el
Absolutismo y la sociedad de Antiguo Régimen. Con frecuencia, a lo largo de la
historia, se han rechazado muchas innovaciones técnicas eficaces simplemente
porque no convenían a la clase dirigente de turno. Toda técnica innovadora
produce, además, la obsolescencia de algunas técnicas anteriores. Es lo que
algunos autores denominan la destrucción
creativa; pero ello supone el abandono y el olvido de auténticas creaciones
humanas. La vida de los pueblos elementales o primitivos tampoco será el
paraíso perdido ni puede ofrecerse como solución para la complejísima situación
actual, pero seguro que nos puede ofrecer algunas estampas idílicas modelos de
una sencillez de vida perdida.
[1] Aunque pueda resultar
sorprendente, este
naturalismo fue sustituido por el geometrismo y el esquematismo de las
sociedades neolíticas que les sucedieron y que perduró, a través de la
protohistoria y de los pueblos germánicos y esteparios de los albores de la
Edad Media hasta los campesinos de zonas tradicionales o atrasadas de nuestros
días. Hubo que esperar a las civilizaciones marítimas y comerciales, la
civilización cretense, el arte griego del período clásico, entre otros, para que
el naturalismo pleno triunfase definitivamente. En este sentido, el arte
paleolítico es más avanzado y más moderno que el arte posterior.
[2] Sabido es que en América
se desconocían las especies domesticadas de Eurasia (oveja, cerdo, vaca,
caballo, asno, camello, perro y, en Asia, elefante) y prácticamente no existían
otras especies equivalentes. La población euroasiática sufría frecuentes
contagios trasmitidos por el contacto con los animales doméstico y, por tanto,
habían alcanzado una cierta inmunidad ante ciertas enfermedades. La llegada de
europeos a América provocó una auténtica hecatombe entre los nativos americanos
que, por su escaso contacto con los animales, no estaban inmunizados.
[3] Es sabido que hay ciertos
requisitos que favorecen la domesticación de animales como base de la
alimentación: Algunos hacen referencia a su rentabilidad: dieta herbívora (los
carnívoros no son rentables); rápido ritmo de crecimiento, y capacidad de
reproducción en cautividad. Se exceptúan aquéllos destinados al trabajo como
auxiliares del hombre: el perro, el elefante, etc. Otros, a su comportamiento:
escasa peligrosidad; agrupamiento en manada ante el pánico, y estructura social
no excluyente. Así, los caballos marchan instintivamente en un orden
establecido muy preciso (el semental y las yeguas por su jerarquía con sus
potros por su edad). Hay ciertos animales que son solitarios (muchos
carnívoros), territoriales (ciervos en la época de celo) o que no obedecen jerarquías
(antílopes), y otros agresivos (cebras) o que huyen desordenados en todas
direcciones ante el peligro (antílopes), por lo que es imposible agruparlos en
manadas.
Una entrada muy interesante y una pregunta importante para entender esta "cosa" llamada ser humano tal como hoy lo conocemos. Es perentorio indagar en la evolución para saber que todo lo que ahora conforma nuestra cosmovisión ha tenido que venir dado por unas circunstancias que lo hicieran relevante para nuestra supervivencia, y el tema de la agricultura y la domesticación de los animales es un hito crucial en nuestro devenir como especie, con el desarrollo tecnológico, la intensificación de la producción y la homeóstasis demográfica. Su mirada comparativa entre las sociedades más antiguas - o elementales - es de gran profundidad antropológica, ya que nos hace cuestionarnos la eterna pregunta por el progreso: ¿somos más avanzados ahora que tenemos frigoríficos, móviles o supermercados, pero padecemos enfermedades directamente asociadas a nuestro modo de vida tecnológico, o por el contrario el vivir según los ciclos naturales y dentro de una vida social más plena es una buena forma de vivir? Quizás sean paradigmas inconmensurables y habría que tomarlos como los "juegos de lenguaje" de Wittgenstein: diferentes juegos con sus reglas, que se pueden jugar en sitios diferentes sin que se interfiera la práctica. Lo cierto es que nuestro desarrollo tecnológico nos ha llevado a ir arrinconando cada vez más a estas otras formas de organización humana.
ResponderEliminarSu entrada da pie para muchas reflexiones acerca de lo que somos y hemos sido.
Muchas gracias por su colaboración.
Lourdes Lacalle ha hecho un comentario en facebook que reproduzco aquí: "Qué preciosidad de entrada. Acabo de llegar de Nueva York y me había preguntado estos días cómo hemos llegado a ésto. Allí un desayuno de un café y un croissant, genera tanto plástico y cartón que me dolía. No te digo nada la comida... Las condiciones de trabajo, el ritmo, el hacinamiento, la pobreza entre la riqueza. Absurda realidad."Pues sí, un error de partida, aunque no sé si evitable.
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