EL HOMBRE SALVAJE ESPAÑOL
Hace un tiempo dedicamos una extensa entrada a Wilder
Mann, el hombre salvaje europeo. Seguimos la pista de este mítico y
polimorfo personaje del folclore popular desde el original análisis realizado
por el gran antropólogo mexicano Roger Bartra, y a través de las
extraordinarias fotografías tomadas por Charles Fréger en toda Europa,
añadiendo alguna información adicional relativa a España. Después de publicar
esa entrada he recabado nuevos datos sobre el hombre salvaje en otras
provincias, como Valencia, Murcia o Lugo, y he seguido elaborando mi visión
acerca de las raíces prehistóricas de Wilder Mann. A pesar de las diferencias
adaptativas en cada lugar, las coincidencias estructurales son muy importantes
y, en mi opinión, apuntan no solo a ritos propiciatorios de la primavera sino
también de iniciación de niños y mujeres jóvenes. De ahí el enorme interés que para mí tiene la
pervivencia de Wilder Mann en las fiestas populares españolas. Creo que merece
la pena repasar los rasgos principales de este salvaje perturbador del orden
social para después concentrar la atención en sus
manifestaciones en nuestro país, ampliando el número de las figuras, los datos
sobre las mismas y el material gráfico y audiovisual para su mejor comprensión. Finalmente, extenderemos el trabajo al salvaje en la arquitectura renacentista y barroca hispánica.
El
Salvaje como arquetipo
Tendemos a pensar en
el salvaje como un personaje que apareció en nuestro imaginario colectivo a
raíz del contacto de Occidente con los nativos del Nuevo Mundo. Sin
embargo, se trata de un arquetipo con un profundísimo calado histórico. En
realidad, la identidad cultural de Grecia, Roma, el mundo cristiano medieval y
el Renacimiento pudo definirse gracias a que existía
un Otro imaginario, el Salvaje, que servía de referente
negativo al hombre civilizado, como un espejo deformante en que este podía
mirarse y reconocerse como miembro de su propia sociedad. Roger Bartra evidencia que
toda fase del progreso cultural y político en Occidente ha
tenido como contrapunto la figura de un salvaje que moraba en las fronteras con la civilidad.
Esa figura especular del hombre silvestre se ha mantenido inalterable en sus rasgos básicos
a lo largo de milenios, mientras que otras de sus características se han ido
adaptando a los sucesivos cambios. Tal identidad sustancial es lo que
mantiene vigente la función simbólica del mito del salvaje como polo
opuesto al hombre civilizado. Un momento concreto en esa larguísima
trayectoria mítica viene constituido por Wilder
Mann, el hombre salvaje de los bosques europeos. Examinaremos
brevemente los antecedentes históricos que desembocaron
en esa figura, profundizando en su asombrosa pervivencia hasta nuestros días.
El salvaje ha adoptado
a lo largo de la historia una tipología muy variada: los
seres mitológicos híbridos, mitad hombre, mitad animal, los
anacoretas del desierto y el homo
sylvestris medieval, pero
también monstruos como Frankenstein, las brujas, las mujeres
barbudas y la mujer pantera, o superhéroes oscuros por su
naturaleza dual, como Spiderman. Todos ellos, a pesar de sus evidentes
diferencias, comparten múltiples elementos comunes: se trata de seres
inquietantes, asociales, a medio camino entre el hombre y la bestia y, por
ende, inclasificables. Algunos de sus aspectos tenían una consideración
positiva, como sus poderes naturales, mientras que otros constituían una
amenaza directa contra el orden establecido.Quizá sea la Edad Media cuando se definió el rol del salvaje como vehículo de expresión de la tensión entre la rígida moral cristiana y la parte animal del ser humano ( R. Bernheimer).
El oso mítico
En las mitologías
céltica, escandinava y centroeuropea encontramos a animales
y espíritus de la vegetación. Uno de ellos era el hombre
selvático, muy peludo, agresivo, amoral, con una fuerza sobrehumana. Los
antiguos imaginaban a este ser irreal como un habitante de la naturaleza en
cuanto espacio contrapuesto a lo social. No conocía el fuego ni
practicaba la agricultura o la ganadería. Se alimentaba de los
frutos de la tierra incultivada y carecía del rasgo humano más característico,
el lenguaje inteligible. Era un ser libidinoso, incapaz de controlar su
sexualidad. Y, por último, el elemento exterior más reconocible de los hombres
y mujeres salvajes era su cuerpo peludo, como el de sus parientes los osos
y lobos, con los que creían que estaba emparentado. En las representaciones teatrales, procesiones
y desfiles de Carnaval se hacía desfilar a aquellos salvajes imaginarios bajo
un disfraz hecho de pieles o bien con materiales vegetales como musgo, ramas,
hojas o paja.
Podía encarnarse en diversas fieras, pero la más frecuente era el oso, ya que pensaban que el salvaje era fruto de la unión de este animal con una mujer. El aspecto clave que relacionaba al oso y al salvaje era la hibernación, una metáfora de la muerte y el renacimiento del hombre en el más allá, igual que la naturaleza resurge cada año tras los rigores invernales. Según la tradición popular, el oso se aletargaba por San Martín, a principios de noviembre. En la noche que sigue al 1 o el 2 de febrero, con la aparición de la luna invernal que anuncia la Pascua, el oso mítico emergía de su cueva para observar el cielo. Si se animaba a salir, la llegada del buen tiempo era inminente. Pero también podía retirarse otros 40 días, en cuyo caso los campesinos sabían que aún les esperaban nuevos fríos. Invirtiendo la relación causa-efecto, nuestros antepasados ponían al oso a desfilar en las fiestas populares para forzar la llegada de la primavera. Con esa magia simpática pretendían estimular el renacer de la naturaleza, que quedaba improductiva y como muerta durante el invierno. Después de aquellas duras condiciones de supervivencia, aguardaban con ansia la abundancia primaveral. Pero, en contrapartida, en esos largos meses sin trabajos agrícolas que realizar, se intensificaban las celebraciones festivas y, con ellas, la vida social y la unidad entre los miembros del grupo. Los antiguos consideraban particularmente importantes los doce días que van desde el 24 de diciembre al 5 de enero. Para la Iglesia, es el período que media entre la Natividad y la Epifanía, y corresponde a la diferente duración del viejo calendario juliano y el gregoriano. Para la mentalidad pagana, en cambio, durante este tiempo crítico retornaban las criaturas de ultratumba, por lo cual debían canalizar esas energías en su beneficio y protegerse de sus nefastas influencias. El salvaje como Oso es un personaje muy difundido en las tradiciones de máscaras en Austria, los Balcanes y en los países septentrionales, así como en regiones montañosas como los Alpes y los Pirineos.
Trapajón, del Carnaval de Silió, Cantabria |
Podía encarnarse en diversas fieras, pero la más frecuente era el oso, ya que pensaban que el salvaje era fruto de la unión de este animal con una mujer. El aspecto clave que relacionaba al oso y al salvaje era la hibernación, una metáfora de la muerte y el renacimiento del hombre en el más allá, igual que la naturaleza resurge cada año tras los rigores invernales. Según la tradición popular, el oso se aletargaba por San Martín, a principios de noviembre. En la noche que sigue al 1 o el 2 de febrero, con la aparición de la luna invernal que anuncia la Pascua, el oso mítico emergía de su cueva para observar el cielo. Si se animaba a salir, la llegada del buen tiempo era inminente. Pero también podía retirarse otros 40 días, en cuyo caso los campesinos sabían que aún les esperaban nuevos fríos. Invirtiendo la relación causa-efecto, nuestros antepasados ponían al oso a desfilar en las fiestas populares para forzar la llegada de la primavera. Con esa magia simpática pretendían estimular el renacer de la naturaleza, que quedaba improductiva y como muerta durante el invierno. Después de aquellas duras condiciones de supervivencia, aguardaban con ansia la abundancia primaveral. Pero, en contrapartida, en esos largos meses sin trabajos agrícolas que realizar, se intensificaban las celebraciones festivas y, con ellas, la vida social y la unidad entre los miembros del grupo. Los antiguos consideraban particularmente importantes los doce días que van desde el 24 de diciembre al 5 de enero. Para la Iglesia, es el período que media entre la Natividad y la Epifanía, y corresponde a la diferente duración del viejo calendario juliano y el gregoriano. Para la mentalidad pagana, en cambio, durante este tiempo crítico retornaban las criaturas de ultratumba, por lo cual debían canalizar esas energías en su beneficio y protegerse de sus nefastas influencias. El salvaje como Oso es un personaje muy difundido en las tradiciones de máscaras en Austria, los Balcanes y en los países septentrionales, así como en regiones montañosas como los Alpes y los Pirineos.
Babugeri, en Bulgaria |
Ritos de paso
También el cambio de
año era un momento propicio para los ritos de paso en la adolescencia, en los
que intervenía la figura del salvaje. Como herencia de esa función, veremos que
los niños y jóvenes tienen un papel estelar en los actuales desfiles de los
hombres salvajes. Durante la época medieval, en febrero, antes de la Cuaresma,
se representaba la cacería del oso/hombre salvaje con una obra dramática
en la que, entre gritos y aspavientos, los humanos abatían
al ser silvestre, que renacía tras su muerte. Con ello se anunciaba el final
del invierno y el comienzo de la fertilidad primaveral. Mediante un lento y
complejo proceso de sincretismo, las festividades religiosas entre el Adviento
y la Pascua cristiana fueron asimilando los rituales paganos ancestrales preexistentes.
El bosque encantado se consideraba la frontera con un mundo mágico.
En la naciente cultura urbana en la Baja Edad Media, el hombre salvaje
resultaba una metáfora útil para abordar las contradicciones
entre el hombre y las bestias. Esa reflexión era especialmente necesaria en un
sistema de pensamiento jerárquico como el cristiano, que negaba la continuidad evolutiva entre humanos y animales.
El salvaje se convirtió así en el instrumento adecuado para pensar los nexos entre la naturaleza y la cultura, entre campo y ciudad. El espacio urbano se constituía como el mundo del orden, el logos, lo racional, frente a las fuerzas caóticas de la naturaleza. Como mito, el hombre salvaje, a caballo entre lo bestial y lo humano, cumplió su papel de mediador en un conflicto irreductible, tomando cuerpo real en representaciones teatrales y carnavalescas, donde todavía podemos encontrarlo. De hecho, el carnaval es el momento adecuado para encontrar al hombre salvaje porque esos festejos también se sitúan en los límites entre lo racional y lo imaginario, el desorden que se rebela contra los estrictos ciclos temporales, la ambigüedad de las experiencias limítrofes, la locura y lo grotesco. En el juego de máscaras se representa al hombre en su rol social, haciendo frente a su deseo reprimido de subversión contra las normas, organizando su particular terapia festiva contra “el malestar de la cultura” (Freud). El carnaval es una fórmula para garantizar el equilibrio homeostático de la sociedad, un desorden controlado porque sabemos que, después de los excesos, todo deberá volver a la normalidad.
Carnaval de Bielsa |
El salvaje se convirtió así en el instrumento adecuado para pensar los nexos entre la naturaleza y la cultura, entre campo y ciudad. El espacio urbano se constituía como el mundo del orden, el logos, lo racional, frente a las fuerzas caóticas de la naturaleza. Como mito, el hombre salvaje, a caballo entre lo bestial y lo humano, cumplió su papel de mediador en un conflicto irreductible, tomando cuerpo real en representaciones teatrales y carnavalescas, donde todavía podemos encontrarlo. De hecho, el carnaval es el momento adecuado para encontrar al hombre salvaje porque esos festejos también se sitúan en los límites entre lo racional y lo imaginario, el desorden que se rebela contra los estrictos ciclos temporales, la ambigüedad de las experiencias limítrofes, la locura y lo grotesco. En el juego de máscaras se representa al hombre en su rol social, haciendo frente a su deseo reprimido de subversión contra las normas, organizando su particular terapia festiva contra “el malestar de la cultura” (Freud). El carnaval es una fórmula para garantizar el equilibrio homeostático de la sociedad, un desorden controlado porque sabemos que, después de los excesos, todo deberá volver a la normalidad.
El hombre salvaje español
Zezengorri, en Pamplona.
En el barrio de San Juan se celebra un gran carnaval rural que debe toda su
originalidad a ese contraste entre lo urbano y lo agrario. Fue creado en 1977 y
ha conocido un éxito
tal que, desde 1991, los habitantes del barrio vienen dando vida a
personajes de su invención. El carnaval está inspirado en la mitología
vasca y las figuras toman el nombre de animales. A la fiesta acuden también
enmascarados de otros pueblos. Según la tradición,
Zezengorri, el Toro Rojo, es el guardián de las grutas y de las cavernas, un
espíritu mediador con el inframundo cuyo culto ya se practicaba, al menos, en
tiempos de los romanos, a juzgar por las monedas que se han encontrado en estos
lugares de contacto con el más allá. En este vídeo tenéis información sobre los
mitos y leyendas que rodean a Zezengorri: https://www.youtube.com/watch?v=21hVL9FFt4c
Aquí podéis ver cómo el público hace ademán de adorar al Toro Rojo, que sale de
su guarida entre fuego con gran algarabía de los asistentes: https://www.youtube.com/watch?v=5aSYsXKTp0g
Momotxorros, Juantramposos y Mascaritas, en Alsasua, Navarra.
El Momotxorro, mitad hombre, mitad toro,
se caracteriza por un comportamiento violento de connotaciones sexuales. Ataca
a todos aquellos que le obstaculizan el paso y penetra en las casas para
desvalijarlas. Sus manos, como también su vestido, están
cubiertas de manchas de sangre. Para algunos, esta figura simboliza el
sacrificio pagano de animales, pero también puede interpretarse como una
reminiscencia de la antigua lucha entre clanes. En ese sentido, los cuernos de
la máscara representarían un casco guerrero. Según la leyenda, los habitantes
de la villa se disfrazaban de animales para entrar en las casas y raptar a las
mujeres.
Mascarita y Juantramposo |
La tarde del martes de Carnaval, una centena
de Momotxorros forman un impresionante cortejo, al cual se unen los Juantramposos, rellenos de hierba
seca, y los Mascaritas.
Representan, respectivamente, a los hombres jóvenes
y a las doncellas. Aquí tenéis un enlace de vídeo:
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Cada año, Silió
acoge el primer carnaval del calendario europeo. El primer domingo del año
llamado “La Vijanera”, reúne un increíble número de personajes típicos de las
mascaradas europeas y que compendia las características propias del hombre
salvaje europeo. Los Zamarracos-hombres
vestidos de pieles de animales y cubiertos de cencerros-, el Oso, el Hombre de Paja, el Caballo y los Trapajones, los
cuales se visten con panochas, paja, musgo, cortezas… La fiesta comienza al
despuntar el alba con la salida de los personajes enmascarados y termina con la
captura y muerte del oso. Esta representación sirve para ilustrar simbólicamente
la victoria del Bien sobre el Mal, garantizar la protección del ganado y de los
hombres, alejar los malos espíritus y liberar las almas de los difuntos. Aquí
tenéis un emocionante vídeo donde pueden verse esas arcaicas figuras
enmascaradas: http://vimeo.com/20601713
También existe otra
impresionante fiesta de Zamarracos en Mecerreyes, provincia de Burgos, el
domingo de Carnaval.
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Oso de Bielsa |
Además de los ejemplos documentados por
Fréger, hay otros diversos como el Carnaval
de Bielsa (Huesca), en el
Pirineo aragonés. Sus rituales enlazan con ritos pre-cristianos de
carácter agrario. La tradición apenas se vio afectada por la guerra civil y la
dictadura. Sus personajes no han cambiado desde el siglo XIX. La fiesta
comienza ya desde San Antón, el 17 de enero, y perdura hasta la semana anterior
a Cuaresma.
El Oso aparece con la cara pintada de negro
para anunciar el fin del invierno. Lleva un saco de arpillera relleno de
hierba seca y va cubierto de piel de oveja. Aunque muestra fiereza, acaba
siendo domado por el hombre.
Las Trangas atacan a los niños y a las mozas. Son jóvenes
vestidos con camisa de cuadros y van cubiertos
por una larga piel de choto coronada por grandes cuernos. Llevan saya, abarcas
y grandes esquillas en la cintura. Estos cencerros se relacionan con la
virilidad. Llevan la cara tiznada de hollín y aceite, enormes dientes hechos de
patata y completan el disfraz con un largo palo, la tranga. Las Trangas
recogen a las Madamas,
jóvenes del pueblo que los esperan en las puertas de sus casas bellamente
arregladas y vestidas de blanco, como símbolo de pureza. Hay otros personajes
con una estrecha relación simbólica con la renovación de los árboles, como los
que van vestidos de hiedra y aliaga. Como ilustración, podéis ver este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=2i4ZqXxbk-M
Ya veréis cómo el aspecto de las Trangas os recuerda enormemente al cuento de
la Bella y la Bestia.
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En Torla, Huesca, puerta de entrada al Parque Nacional de Ordesa y el Monte Perdido, se ha mantenido el carnaval tradicional, incluso rescatando, gracias a la memoria de los ancianos el juicio a un personaje antiquísimo, el salvaje Carnabal. A diferencia de lo que sucede con otros lugares, en los que las faltas y pecados colectivos se representan mediante muñecos que son quemados en castigo en castigo y purificaciónde las culpas, en Torla se encarnan en un ser vivo, lo que otorga aún más emoción al evento y recuerda tiempos arcanos en los que, probablemente, se llevaban a cabo ejecuciones reales. El personaje de Carnabal es un mozo del pueblo, vestido grotescamente con sacos y pieles en la espalda y en la cabeza, en la que exhibe cuernos de diferente tamaño. Lleva la cara tiznada y su aspecto es horripilante. El ritual, que tiene lugar el sábado de Carnaval, se preparan unos días antes, en los que se difunden rumores de que este personaje fiero y temido se encuentra en los alrededores de Torla, vagando por los montes de Ordesa. Otro personaje característico de la fiesta, el tenedor, se encarga de apresarlo y lo lleva atado al pueblo con una cuerda. Allí lo esperan diversos personajes, ocultos bajo un disfraz, para recitarle un romance en el que le anuncian cómo va a ser enjuiciado y ejecutado por sus culpas. El tenedor pasea a Carnabal por las calles del pueblo mientras éste asusta a los niños (también un posible remedo de antiguos ritos de paso de la infancia a la madurez) e intenta escapar constantemente.
Por la noche tiene lugar el juicio ante un tribunal compuesto por el Juez y el Clero "de la Santa Inquisición", en el que le acusan de todas las desgracias acaecidas el año anterior. Carnabal, un claro ejemplo de chivo expìatorio digno de estudio para la Antropología del sacrificio, intenta defenderse de todas ellas sin éxito. El juicio termina dándole la oportunidad de expresar su última voluntad, que generalmente es besar a una moza. Después se relatarse una serie de dichos de sabiduría popular, tiene lugar su ejecución y muerte ficticia, que se celebra con un baile y una gran fiesta
En Torla, Huesca, puerta de entrada al Parque Nacional de Ordesa y el Monte Perdido, se ha mantenido el carnaval tradicional, incluso rescatando, gracias a la memoria de los ancianos el juicio a un personaje antiquísimo, el salvaje Carnabal. A diferencia de lo que sucede con otros lugares, en los que las faltas y pecados colectivos se representan mediante muñecos que son quemados en castigo en castigo y purificaciónde las culpas, en Torla se encarnan en un ser vivo, lo que otorga aún más emoción al evento y recuerda tiempos arcanos en los que, probablemente, se llevaban a cabo ejecuciones reales. El personaje de Carnabal es un mozo del pueblo, vestido grotescamente con sacos y pieles en la espalda y en la cabeza, en la que exhibe cuernos de diferente tamaño. Lleva la cara tiznada y su aspecto es horripilante. El ritual, que tiene lugar el sábado de Carnaval, se preparan unos días antes, en los que se difunden rumores de que este personaje fiero y temido se encuentra en los alrededores de Torla, vagando por los montes de Ordesa. Otro personaje característico de la fiesta, el tenedor, se encarga de apresarlo y lo lleva atado al pueblo con una cuerda. Allí lo esperan diversos personajes, ocultos bajo un disfraz, para recitarle un romance en el que le anuncian cómo va a ser enjuiciado y ejecutado por sus culpas. El tenedor pasea a Carnabal por las calles del pueblo mientras éste asusta a los niños (también un posible remedo de antiguos ritos de paso de la infancia a la madurez) e intenta escapar constantemente.
Por la noche tiene lugar el juicio ante un tribunal compuesto por el Juez y el Clero "de la Santa Inquisición", en el que le acusan de todas las desgracias acaecidas el año anterior. Carnabal, un claro ejemplo de chivo expìatorio digno de estudio para la Antropología del sacrificio, intenta defenderse de todas ellas sin éxito. El juicio termina dándole la oportunidad de expresar su última voluntad, que generalmente es besar a una moza. Después se relatarse una serie de dichos de sabiduría popular, tiene lugar su ejecución y muerte ficticia, que se celebra con un baile y una gran fiesta
El Carnaval o Entroido de Laza, en Ourense, es uno de los más antiguos y esplendorosos de toda la península. Al atardecer del lunes de Carnaval llega la Morena, un personaje con cabeza de toro de madera que simula atacar a las mujeres, mientras que el público le arroja tierra con hormigas. El animal es fustigado ritualmente con un látigo. Los Peliqueiros llevan unos coloristas disfraces con cencerros y máscaras con sonrisas burlonas que recuerdan al Gato de Cheshire en el maravilloso cuento de Alicia.
Esta fiesta se relaciona también
con los ritos agrarios de fecundidad. El carnaval de Laza está considerado como
uno de los más antiguos del mundo. La máscara bovina de la Morena salía en Roma
en las calendas de marzo. Como puede leerse en la Galipedia, la Wikipedia en
gallego, contra esta tradición escribió San Paciano en el siglo IV en el libro Cervus, un ataque contra las costumbres
paganas, y tres siglos después fue también vituperada en un sermón pronunciado
por San Eloy. Para algunos autores, como Xesús Taboada, la Morena puede
vincularse con pinturas prehistóricas que podrían ser ceremoniales
terolátricos, es decir, de adoración de animales salvajes. Para otros estudios,
en cambio, el carnaval de Laza se remontaría a las Saturnales romanas, en que
los amos intercambiaban sus ropas con los esclavos para disfrutar de libertad.
Un punto de referencia alternativo serían las Lupercales romanas, en que se
sacrificaban animales totémicos, entre ellos el carnero.También se lo ha
relacionado con los cultos de Dionisos. No faltan tampoco invocaciones a los
cultos heliolátricos de la cultura castrexa o incluso más antigua. Para incrementar aún más las líneas interpretativas, Mariño Ferro, profesor de Antropología Social de
Santiago, considera que el carnaval de Laza tiene un origen cristiano medieval.
Lo más probable es que la fiesta que conocemos actualmente sea una mezcla de
caracteres de todas esas culturas, evolucionadas con el tiempo. En palabras de
Caro Baroja, la esencia o el origen del carnaval no es lo más importante para
comprenderlo sino el estudio de las características propias de sus elementos,
así como su supervivencia a través de los avatares de la historia.
Aquí tenéis dos vídeos
con los que podéis haceros una buena idea de esta extraordinaria tradición: https://www.youtube.com/watch?v=D902SBtMTUY
https://www.youtube.com/watch?v=UHwqzp-e_-w#t=20,
muy completo por sus explicaciones.
En la parroquia de Salcedo, en el Concello de Puebla de Brollón (Lugo), encontramos uno de los pocos ejemplos
de máscara de Oso que persisten en
España. Cubierto de pieles y haciendo sonar cencerros para alejar a los malos
espíritus, sale desfilando el lunes de Carnaval. Pretende imitar al auténtico
oso cuando sale de su madriguera anunciando la feliz noticia, en estos climas
fríos, de que la promisoria primavera ya está cerca y que la naturaleza muerta
recobrará su ansiada fecundidad. Acompañado de sus “criados”, el Oso de Salcedo
desciende desde la montaña para danzar por las corredoiras y por las calles de
la aldea. Su papel es asustar a los vecinos, a quienes embadurna las caras con
sus garras llenas de hollín. Ayudado por sus secuaces, que van enmascarados y
portan una porra, otras veces arroja ceniza y agua a los viandantes o, incluso,
excrementos de vaca y barro, aunque a las gentes no parecen disgustarle estos
ataques.
El Oso de Salcedo presenta
similitudes con la tradición de los peliqueiros, con la diferencia de que estos
salen en cuadrillas y el Oso es un personaje aislado. Es muy importante tener
en cuenta la extraordinaria continuidad de esta figura, que incluso consiguió
esquivar la prohibición carnavalesca durante la dictadura franquista gracias a su enorme
arraigo popular. El Oso de Salcedo solo faltó a su cita anual durante la guerra
civil, al parecer por falta de mozos que lo representasen. Esa larguísima
presencia de este hombre salvaje gallego ha atraído la atención, como no podía
ser menos, de la Antropología. Parece de rigor trazar relaciones entre el
conjunto de osos enmascarados que aparecen en Francia, Alemania, los Alpes
italianos, Rumanía, Laponia, Siberia…
El etnólogo Jean- Dominique Lajoux afirma
que estas fiestas populares protagonizadas por osos son residuos de una religión
de origen paleolítico, de la que hoy solo quedan restos dispersos por toda
Europa. Ciertamente el carnaval, con sus bizarras contradicciones, es una
auténtica máquina para viajar en el tiempo. Aquí tenéis un vídeo para
comprobarlo: https://www.youtube.com/watch?v=ltXT1zmWdsw
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La Mussona es una figura tradicional del
Carnaval de Aguilas que fue
rescatada del olvido gracias al trabajo de investigación antropológica de
Lorenzo Hernández Pallarés. Debo esta información a un amable lector de Aguilas
que, con toda razón, encontró a faltar esta máscara entre los hombres salvajes
relacionados en la entrada Wilder Mann.
En el estudio realizado
para escribir una historia del carnaval aguileño, uno de los más importantes
del país, fueron entrevistadas más de 100 personas mayores de 60 años. A la luz
de sus recuerdos salió de la sombra un personaje olvidado tras la represión
franquista, la Mussona, de naturaleza dual, mitad hombre mitad bestia, y los antiguos
usos y costumbres asociados a la misma, como el vestido con materiales
naturales marinos como la estopa (restos de esparto fabricado en la región),
conchas y caracolas, y la cara tiznada de negro. En 1999 volvió a desfilar la
Mussona disfrazada de ese modo, sentando las bases de una recuperación tan
exitosa para el público que parece que hubiera estado esperando dormida en el
inconsciente colectivo, latente, para revivir de nuevo a la menor ocasión. En
los años sucesivos ha ido tomando la forma de diferentes animales: cabra,
reptil, águila, oso, tiburón, dragón, erizo, zorro, jabalí, alacrán o
cangrejo.
El nombre de Mussona viene del latín musso, gruñir o hablar entre dientes, que es lo que hace este ser salvaje e incivilizado que asusta a niños y mayores. Los rituales de la suelta de la Mussona son muy elaborados. En la noche del Jueves Lardero el monstruo es liberado de su mazmorra en el Castillo de San Juan de las Aguilas. Una voz atronadora, acompañada del sonido de caracolas, anuncia “Que baja la Mussona, recoger a los zagales”. Como vemos, el hombre salvaje, símbolo de la intromisión del caos en el orden, también aparece siempre asociado a los niños, a los que introduce en los peligros de la vida adulta asustándolos pero también dándoles premios, como hacía la antigua Mussona con un alambre cargado de churros. Mientras que en otros tiempos salían varias Mussonas, ahora es una sola. La Mussona puede ser un hombre o una mujer indistintamente. Por tradición lo eran los miembros de una misma familia, pasando el papel de generación en generación.
El nombre de Mussona viene del latín musso, gruñir o hablar entre dientes, que es lo que hace este ser salvaje e incivilizado que asusta a niños y mayores. Los rituales de la suelta de la Mussona son muy elaborados. En la noche del Jueves Lardero el monstruo es liberado de su mazmorra en el Castillo de San Juan de las Aguilas. Una voz atronadora, acompañada del sonido de caracolas, anuncia “Que baja la Mussona, recoger a los zagales”. Como vemos, el hombre salvaje, símbolo de la intromisión del caos en el orden, también aparece siempre asociado a los niños, a los que introduce en los peligros de la vida adulta asustándolos pero también dándoles premios, como hacía la antigua Mussona con un alambre cargado de churros. Mientras que en otros tiempos salían varias Mussonas, ahora es una sola. La Mussona puede ser un hombre o una mujer indistintamente. Por tradición lo eran los miembros de una misma familia, pasando el papel de generación en generación.
Fotografía histórica de la Mussona |
Actualmente se ha establecido un protocolo que recuerda las correlaciones que tanto entusiasmaban a los estructuralistas. El carnaval comienza con una Gala de Cambio de Poderes entre
los personajes de la anualidad anterior;
la Mussona de un año pasa a ser al siguiente el Domador, el personaje que, tocando el pandero, acompaña a la fiera
en su descenso hasta el centro de la ciudad. A su vez, el domador pasa a ser el siguiente año el Oficiante, una
especie de sacerdote encargado de leer el conjuro que libera al monstruo. Por el camino le acompañan los vecinos
coreando la antigua cancioncilla “Mussona, na, Mussona, na”, al tiempo que
suenan las caracolas marinas con las que el cortejo de Bramadores, vestidos con ropa de saco y estopa, flores y hojas secas,
bastones y cráneos, quiere invocar los espíritus. Es un recuerdo de una
ancestral ceremonia exclusiva de Aguilas, las Lumbrerás de San Juan y San Pedro
para festejar el solsticio de verano. La Mussona muestra su naturaleza más bestial con
bufidos, ataques al público o metiéndose en las casas y establecimientos. Aquí
tenéis un interesante vídeo que se centra en la Mussona, sobre todo, entre los minutos 7 a 14 https://vimeo.com/19503682.
En 2015 el carnaval de Aguilas fue declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional.
En 2015 el carnaval de Aguilas fue declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional.
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Gracias a las sugerencias de Angeles Boix pude
descubrir la leyenda de los Hombres
de Musgo en Béjar, Salamanca.
Según la tradición, que arranca desde tiempos de Alfonso VII de Castilla,
los bejaranos estaban escondidos en El Castañar, donde se habían reunido para
celebrar la misa. Tras ello, quizá inspirados por Santa Marina, que tuvo
que vivir disfrazada, recubrieron sus ropas con musgo de las rocas del lugar y,
al amanecer, se dirigieron a la fortaleza musulmana parapetados con su
camuflaje. Consiguieron reconquistar la ciudad después de asustar a los moros. Estos, creyendo que se trataba de alimañas o monstruos, salieron corriendo.
El pueblo recordaba esa hazaña año tras año. Cuando el Papa Urbano IV instituyó la
festividad del Corpus en 1263, ambas celebraciones acabaron fundiéndose en la misma
fiesta en 1397. En realidad, la leyenda de la reconquista de Béjar por los
Hombres de Musgo, auspiciada por el ejemplo de una santa, parece una evidente
cristianización de ritos más antiguos, en la misma línea de lo que se produjo
en toda Europa. No falta la tranca del hombre bestial, símbolo de fuerza y
poder. La única diferencia llamativa es la fecha de su celebración, en junio,
que aleja un tanto a los Hombres de Musgo de Béjar del ciclo primaveral. De
hecho, su presencia en una procesión religiosa resulta claramente chocante.
Aquí podéis ver un corto vídeo acerca de cómo se visten de musgo y de su
participación en la fiesta del Corpus: https://www.youtube.com/watch?v=uGHQRzJyOuk
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Lo mismo sucede en Valencia,
también en la festividad del Corpus Christi. Allí puede detectarse la presencia
de un hombre salvaje enmascarado bajo un grupo de personajes pseudohistóricos,
los sicarios encargados de ejecutar a los inocentes a las órdenes de Herodes. Uno de los momentos más
esperados de la Cabalgata del Convite es La
Degolla, una comitiva creada en 1587 y que, hoy día, está integrada por una
cuadrilla de cincuenta Dimonis.
Estos personajes de aspecto
demoníaco lucen un basto sayón de arpillera ceñido
con una cuerda, con dibujos vegetales en verde y negro. Esconden la cara bajo
el tizne y un antifaz negro y se cubren la cabeza con una corona de hojas de pámpano.
Antaño llevaban una porra o carxot de pergamino para golpear al
público. Ahora utilizan una maza de plástico
con la que aporrean el suelo sonoramente y atizan a los espectadores, sobre
todo a los niños, a los que arrojan las golosinas que llevan en un talego.
Llama la atención
la falta de verosimilitud histórica en la indumentaria de los sicarios de
Herodes. De hecho, el Ayuntamiento de la ciudad decidió
en 1947 que saliesen disfrazados de romanos, suprimiendo también
los carxots, lo que
destruyó la esencia de la comparsa para la opinión pública. Un
espectador me dijo que se trataba de trogloditas. Para mí son una clarísima
manifestación de la tradición del hombre salvaje.
No les falta ninguno de los elementos esenciales: su asociación
con las fuerzas del mal, el vestido hecho de fibras naturales, el adorno
vegetal, la cara oculta con el antifaz y la pintura, desfigurando los rasgos
humanos, el comportamiento bestial, la actitud ambivalente respecto a los
niños, a los que persiguen pero también les dan caramelos,
y, finalmente, el garrote representativo de la fuerza.
La fase culminante del
paso de la Degolla tiene lugar en la calle Caballeros y Avellanes. Tras el paso
solemne de la Real Senyera, llega el momento de la jubilosa Poalá: los vecinos lanzan agua a
raudales, con pozales y mangueras, sobre los integrantes de la Degolla, en
venganza por sus provocaciones y para refrescar a los asistentes al desfile. En
ello podemos ver también la muerte y la resurrección simbólicas que laten en el
fondo de los rituales del salvaje europeo, Wilder Mann. Aquí tenéis imágenes de ese júbilo
festivo valenciano: https://www.youtube.com/watch?v=duroIIylu-s
Podéis consultar más sobre esta fiesta
grande valenciana en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/07/la-fiesta-del-corpus-christi-en.html
Un aspecto digno de mención es la incorporación del salvaje
a la decoración arquitectónica en palacios y catedrales españoles. Aparece como
una figura heráldica, el tenante, sosteniendo escudos, o flanqueando las
puertas o ventanas por donde podía penetrar un peligro. Simbolizaban la fuerza, cumpliendo una función casi mágica
de protección de los moradores, al amenazar a los extraños con su fiereza animal y
con su garrote amedrentador. El momento de aparición de la figura del salvaje en la
arquitectura hispánica es materia de discusión, como relata Diana Olivares
Martínez en El salvaje en la Edad Media. Para algunos autores ya se encontraba presente en el Románico. Las pistas
más seguras lo ubican en el siglo XII, hasta llegar a convertirse en un
personaje realmente popular, una auténtica moda, en la decoración monumental
durante el siglo XV.
Casa de los Salvajes en Cadalso de los Vidrios |
Para el mundo refinado y elegante de los cortesanos, el ambiente rústico del hombre silvestre constituía un atractivo irresistible, generando un
sentimiento ambivalente de fascinación y horror. Su moral estaba alejada de los
coactivos convencionalismos sociales, lo que en la Ilustración daría lugar al
potente mito del buen salvaje. Existe un buen número de ejemplos decorativos
que hacen del salvaje un personaje central, pero si queremos encontrar la mayor
concentración de salvajes arquitectónicos, sin duda deberíamos visitar Murcia.
Allí encontraremos, en la animada plaza de Santo Domingo, el espectacular
palacio de Almodóvar, del siglo XVIII.
En la fachada del Museo Salzillo podemos
contemplar unos salvajes más antiguos, los que custodiaban el Palacio Riquelme
del siglo XVI antes de su desaparición.
En la Portada del Huerto de las Bombas,
actual Jardín Botánico en el Malecón, hay otro ejemplo más.
Y, finalmente, hallaremos unos salvajes tenantes de escudo en el interior de la bellísima
catedral murciana, en la capilla de los Vélez (c. 1490-1507).
Creo que Murcia
merecería la declaración de capital del hombre salvaje en el arte español.
Habría que investigar las razones de su proliferación, que quizá residan en la
suerte de haberse conservado estos edificios total o parcialmente en buen
estado.
Casa de los Salvajes, Ubeda |
Portada de Marchena en el Alcázar de Sevilla |
Catedral de Avila |
Tradición y renovación del mito
A pesar de las enormes
diferencias externas entre los distintos hombres salvajes por toda Europa, se
repiten una serie de elementos estructurales que integrarían el canon mítico
del homo sylvestris: el
tipo de animales en que se encarna, el simbolismo del tránsito
entre las etapas de la vida y las estaciones, la celebración de la fertilidad y
la fuerza, la contraposición entre el bien y el mal, su intervención
en los ritos de paso para jóvenes o casadas y su papel reforzador
de la identidad del grupo. Pero no debemos caer en el error de interpretar que
los hombres salvajes que podemos contemplar todavía hoy en las fiestas
populares son exactamente iguales a los que desfilaban en los tiempos medievales. Desde los carnavales
populares de Nuremberg, en que Wilder
Mann llevaba un disfraz de
hierba y hojas y desfilaba rodeado por una turbamulta de seres infernales que
lanzaban fuego, se ha experimentado sin duda un cambio radical en las imágenes
y en su función simbólica. Es claro que el
salvaje tiene una significación diferente para nosotros, que ya no vivimos
acuciados por el temor a las malas cosechas ni a las inclemencias climáticas, y
que tenemos que superar ritos de paso que son bien diferentes. Quizá tendamos
hoy a acentuar el aspecto puramente lúdico, festivo de estas figuras.
Hueso, Zarramacadas de Mecerreyes |
Ese mito aporta la
idea de alteridad, de ahí que la cultura europea necesite reinventar
continuamente al hombre salvaje para reconocerse como civilización. En los
rincones oscuros del saber, donde no llega a la razón,
se esconden cosas extrañas, misteriosas, temibles unas, como los peligros de la
naturaleza incontrolable; atractivas otras, como lo erótico.
La mente puebla de seres imaginarios esos lugares y el hombre occidental,
entonces, proyecta fuera de sí al hombre salvaje, peludo, violento y
lujurioso que, nos guste o no, es nuestra imagen especular.
Para quienes queráis ver muchas más fotografías de los hombres salvajes europeos, tan estrechamente emparentados con los españoles, podéis acceder en este enlace:http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/06/wilder-mann-el-hombre-salvaje-europeo.html |
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La entrada queda
abierta a sucesivas actualizaciones para ampliar y mejorar su contenido. Estoy segura de que, a poco que profundizásemos
en los carnavales y otras fiestas de nuestro país, aparecerían muchas otras
figuras que responden al arquetipo del hombre salvaje. Agradezco sinceramente
toda la información que los lectores puedan proporcionar al respecto. Queda pendiente para una próxima ocasión abordar un tema que promete ser apasionante, el de la mujer salvaje, que tiene entidad propia e inconfundible.
Muy bueno y muy bien escrito como siempre! Me quedo con ganas de que abundes en el tema, por supuesto el de la mujer salvaje promete. También otros temas conexos como el de Hércules con su clava y su piel de león. Figuras de salvajes hay tambien en la Puerta de Marchena que actualmente se conserva en los jardines del Alcázar de Sevilla.
ResponderEliminarEntre los mitos del hombre salvaje me ha venido a la memoria el pesonaje de Enkidu que aparece en la Epopeya de Gilgamesh. Es un hombre corpulento, dotado de una fuerza bestial, vive entre animales y, juntos, bajan al valle, destrozan los cultivos, atacan a los campesinos y, finalmente, aplacan su sed en la fuente. Allí le encontrará la sacerdotisa de Isthar para reducirlo mediante las artes del amor. Y entonces sentirá la atracción de la ciudad y sus placeres y se convertirá en un hombre civilizado compañero de Golgamesh.
Enhorabuena por tu trabajo.
Muchas gracias, Jose Ignacio, por tu amable comentario y por la referencia a la Puerta de Marchena, que es preciosa. He incluido una foto solo con un fragmento para que pueda apreciarse con detalle la iconografía. Y Enkidu está en lista de estudio hace tiempo. A ver cuándo le toca.
EliminarFelicidades por la entrada. la "Mascartita" que mencionas se parece mucho a la "Moma" o virtud enmascarada, figura femenina del Corpus de Valencia, que por cierto lo tenemos este fin de semana.
ResponderEliminarTienes razón, María, con esa correlación entre la Mascarita y la Moma. Habría que profundizar las relaciones. Yo me centré en la figura de la Moma en el Reino de Valencia, pero seguro que el personaje de la Virtud estaría presente en muchas otras tradiciones carnavalescas. La verdad es que la entrada solo pretende ser un menú de degustación, una visión de conjunto para destacar las relaciones y diferencias.
EliminarExcelente continuación del primer "hombre salvaje" de este blog, con personajes tan interesantes como la Mussona de Águilas, de la que no había oído hablar. Leyendo la entrada, y refrescando la anterior, podemos recordar la tensión entre lo apolíneo y o dionisíaco que Nietzsche marcaba como carácter de nuestra cultura, esa lucha entre la mesura y la desmesura, la proporción y el desenfreno, que nos llevan al espíritu trágico. En estos "salvajes", en su exceso y su carácter sexual y vital podemos reconocer esos cultos a Dioniso, y sus intentos de domesticación, de someter a la norma para entrar en los parámetros culturales.
ResponderEliminarLo cierto es que el tema es riquísimo en sugerencias y referencias, porque también está debajo todo el intento de la religión de hacer establecer un calendario de fiestas que se superponga a las ya existentes, bien porque ya forman parte del acervo cultural de un pueblo, como por constituir una respuesta a los propios ciclos de la naturaleza (esta explicación es excesivamente funcionalista, pero estoy improvisando); en todo caso, marca un ejemplo de "colonización cultural", en la que ciertos elementos de las culturas "colonizadas" son permitidos en una cierta medida y enlazados con la cosmovisión de la cultura colonizadora.
Por cierto, muchas gracias por citarme, aunque mi aportación fue bien pequeña. ¡Gracias!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus comentarios siempre tan bien hilvanados. Y ya sabes que tus contribuciones pueden ser pequeñas como la semilla de la mostaza pero el fruto muchas veces es un gran árbol. Muchas gracias igualmente por trabajar conmigo tan estrechamente en la fase del brain storming. El resultado nunca sería el mismo sin tus grandes ideas y sugerencias.
ResponderEliminarMaravillosa entrada Encarna, enhorabuena ! Extraordinario repaso por este inagotable acervo cultural y antropológico de nuestro país , y además nos lo haces tan estimulante y fácil , acompañado por todas estas ilustraciones y videos que resulta imposible no detenerse Gracias
ResponderEliminarPequeño aporte: los peliqueiros representan al recaudador de los impuestos, en ese caso representan lo cívico.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu aclaración. Ese es uno de sus significados. La suerte es que los símbolos son poliédricos y pueden significar muchas cosas a la vez, tenera significados diferentes para cada grupo social y cambiar a lo largo del tiempo, incluso recombinar se con mitos más antiguos o actuales.
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