SOROLLA ETNOGRÁFICO

Los paneles que componen Visión de España, pintados por Joaquín Sorolla para la Hispanic Society norteamericana entre 1913 y 1919, son tan conocidos que no necesitan ninguna presentación. Quizás es menos sabido que tan magistral trabajo pictórico vino respaldado por una genuina preocupación etnográfica por parte del pintor, que ya había abordado la temática costumbrista española en muchas de sus obras anteriores. Vamos a reflexionar aquí sobre el alcance de la mirada etnográfica en uno de nuestros artistas más universales.

 La pintura regionalista 
Se ha llamado con ese nombre a una corriente en la pintura moderna que se planteó como una alternativa a la revolución impresionista. El regionalismo así entendido se centraba en el estudio e interpretación pictórica de las identidades regionales, y tuvo un gran auge entre 1890 y 1939. Encontramos representantes de esta tendencia artística en Francia, Alemania, Estados Unidos y Suecia. En España las figuras más destacadas fueron Ignacio Zuloaga y Sorolla. La ideología que se hallaba en la base del regionalismo pictórico era la necesidad de preservar las esencias nacionales, entendidas como un depósito de valores eternos. En el contexto de la crisis política, económica y espiritual de 1898, la pintura costumbrista se vio en España como una forma más de contribuir a entender y mejorar la angustiosa situación. En realidad, era una respuesta desde el mundo del arte a las mismas preocupaciones intelectuales que atormentaban a noventayochistas como Unamuno o Azorín. En línea con el Romanticismo, lo que los regionalistas buscaban era explorar el folklore hispano que todavía pervivía en el mundo rural. Pero a ello se añadió una finalidad regeneradora, como la que defendía la Institución Libre de Enseñanza. Por tanto, no es de extrañar que Francisco Giner de los Ríos aconsejara a Sorolla que abriera bien los ojos para penetrar en las grandezas morales y materiales de un pueblo todavía en formación, como era el español. 
Ese objetivo no estaba reñido tampoco con una tarea de salvamento antropológico, de rescate de unas formas de vida  en rápido trance de desaparición con el avance del estilo de vida urbano e industrial. Así lo expresa Sorolla con toda claridad en una entrevista concedida en 1915 al diario Por esos mundos: “Pretende la Spanish Society de New-York, que sea un documento que quede y se pueda decir al ver mis lienzos: En 1915 quedaba esto de lo típico de España, porque habrá usted observado que toda la  España pintoresca va desapareciendo; usted y yo vestimos como los ingleses; tomamos té; nos bañamos; para ver a los campesinos de la huerta con zaragüelles hay que esperar una fiesta; pues eso es lo que hay que atrapar, ¿no?”
Archer Milton Huntington pretendía que Sorolla pintara para la biblioteca de la Hispanic Society un repertorio de escenas históricas pero, por suerte, el pintor logró convencer al filantrópico millonario de que, frente a esa opción ya trasnochada, era preferible un gran fresco con “una serie de paisajes de las provincias en los que se realcen los trajes típicos”. Al final fueron 14 grandes murales de 3.5 por 70 metros pintados al óleo, en los que el artista valenciano intentó condensar el alma de España tal como pretendía Huntington.

Preparando las Visiones de España
 Una vez recibido ese importante encargo en 1911, Sorolla se documentó de manera exhaustiva viajando por casi todo el país, y adquiriendo piezas de gran antigüedad y valor cultural con afán de realizar un trabajo verdaderamente riguroso: trajes, zapatos, joyas, cerámica, revistas, colecciones de fotografía… Sorolla  estudia las costumbres de los diferentes pueblos españoles, sobre todo las coloridas fiestas que rompen el tiempo ordinario con sus indumentarias especiales, sus danzas y otras actividades particulares. 

Como fruto de sus investigaciones, lleva a cabo unos espléndidos bocetos preparatorios que, gracias a su riqueza de detalles, le sirvieron para diseñar y ejecutar con gran maestría las complejas escenas de los paneles. Afortunadamente se conserva parte del material adquirido por Sorolla, sobre todo el procedente de las regiones del norte: Astorga, Segovia, Salamanca, La Alberca, Ávila, Lagartera, La Alcarria, País Vasco, El Roncal en Navarra, Ansó en Aragón o Montehermoso en Extremadura. Toda una etnografía artística de gran valor. Pero como resalta Maria Antonia Herradón Figueroa, lamentablemente arte y etnografía siguieron después unas trayectorias divergentes. En un momento en el que la fotografía sólo expresaba los múltiples matices del blanco y negro, la  pintura de Sorolla inmortalizó los vivos colores de un estilo de vida ancestral que pronto desaparecería.

Castilla: La fiesta del pan (1912)
La fiesta del pan es su trabajo de mayores dimensiones y al que dedicó grandes esfuerzos. En realidad, constituye la recreación inventada de una festividad de resonancias paganas, la cosecha de cereales. Sorolla visitó el pintoresco pueblo toledano de Lagartera, en que el traje masculino era austero: calzón negro, camisa blanca ajustada con una gran faja, chaqueta negra y sombrero de ala ancha. El traje de ras, como se denomina al vestido lagarterano que deja ver la camisa de ras, es una indumentaria de fiesta y para el verano. Llaman la atención las bellas mangas abullonadas y fruncidas que caracterizan a esta camisa, seguramente un modelo de origen extranjero. Sobre ella se lleva la gorguera, un cuello postizo bordado con hilo negro que cubre el cuello, el pecho y los hombros y que aporta la riqueza y el barroquismo propios de este vestido. Sobre estas piezas  no se viste chaqueta sino un justillo de seda azul que marca la cintura. Las faldas, que se superponen unas sobre otras, buscan conseguir el característico volumen.
La novia lagarterana lleva múltiples faldas o guardapieses, tres de color rojo y la exterior azul. Sobre ella, un delantal de seda negra profusamente adornado. La gorguera cubre el pecho y el jubón es negro con botonadura de plata. Las medias llevan bordados motivos en forma de águila, todo ello obra del delicado trabajo de costura femenino.
 En Aldehuela de la Bóveda (Salamanca) Sorolla pinta a los charros y charras. Las mujeres visten sayas de terciopelo decoradas con bordados, amplios mandiles con volantes, medias blancas y zapatos negros. En la parte superior llevan jubón con puños decorados y botones de filigrana y, sobre él, disponen el pañuelo de hombros en algodón, con lentejuelas doradas, y el dengue morado-azulado con fleco dorado. Una mantilla blanca de encaje completa esta bella indumentaria.
 En La Alberca, enclavada en la Sierra de Francia, Sorolla busca testimonios de un mundo evanescente: “Todo se está acabando o está ya terminado; hay que ir al interior de la Sierra, para lo cual es inútil toda idea de auto” (carta a Clotilde el 30-5-1912). Allí se entusiasma con el traje de vistas, con su enorme cantidad de joyas, compuestas por las grandes collaradas de plata y coral. Sorolla pagó por este traje la exorbitante cantidad de 752 pesetas de entonces. Lo utilizaban para ceremonias civiles y religiosas, y hoy sigue usándose en los ofertorios de las fiestas del Corpus Christi y de la Asunción. 

Se compone de jubón o chaqueta negra con botones de filigrana de plata y el manteo, con varias faldas superpuestas, abiertas por detrás y que se atan a la cintura con cintas. La parte superior está ricamente adornada. Por encima se coloca el bernio o delantal oscuro, con cintas y cortapisas de colores. Las medias encarnadas llevan bordados diferentes tonalidades, que contrastan con el zapato negro con hebilla de plata. En la cabeza lucen un tocado de encaje o gasa blanca con cintas. Y, sobre todo, destacan los collares y brazaleras que caen del cuello a las rodillas y son signo de la riqueza familiar, cubriendo casi completamente a la mujer. Los collares son de coral y plata, con relicarios, medallas y crucifijos con trabajo de filigrana. Las brazaleras están compuestas por un conjunto de cadenas de plata desde los hombros, de cuyos extremos cuelgan amuletos, relicarios, medallas, cruces y cajitas, sonajeros o campanillas con un fin protector, que evoca un mundo de creencias remotas: la cruz de Caravaca contra el rayo y la rabia, el corazón de novia para el amor conyugal, la trucha articulada para la fertilidad…

Valencia: Las grupas (1916)
Una constante en la obra de Sorolla fueron las escenas costumbristas de la huerta valenciana pero, para la Hispanic Society, lo que pintó fueron “las grupas”.Ese nombre hace referencia a las parejas montadas a caballo en esa procesión festiva de labradores en Alzira, que portan a la patrona acompañada con dos señeras.
 El traje de labradora valenciana tiene su origen en el siglo XVIII, una época de  pujanza de su rica tradición sedera. Está compuesto por una fina camisa interior, una falda de pliegues y un justillo en seda, mantilla de cabeza, pañuelo de hombros y delantal de tul con lentejuelas bordadas y pequeñas perlas. El conjunto se completa con joyería popular: peinas, peinetas, agujas y pendientes a juego con los broches, de los que Sorolla adquirió numerosos ejemplares que solía lucir su esposa Clotilde.
 Antes del éxito arrollador de sus escenas de playa, Sorolla había venido realizando desde su juventud múltiples apuntes cuadros con imágenes de las casas típicas y su entorno: la barraca y la alquería, los patios emparrados, las fértiles huertas con sus naranjos…

Navarra y Aragón
En el valle navarro del Roncal Sorolla pintó figuras con algunos trajes realmente singulares. El de mozo soltero consiste consiste en chaqueta blanca con doble botonadura negra y chaleco en negro o en colores alegres. Pero, sin duda, traje masculino más peculiar es el regidor o alcalde. Sobre la ropa habitual (camisa, zaragüelles, calzón, faja morada y elástico o chaqueta), luce una capa negra con ribetes rojos abierta por los laterales y con una capucha decorativa. Sobre ella lleva una especie de babero blanco, la valona. 

No menos vistoso es el traje de roncalesa: camisa blanca hasta los pies y, por encima, dos faldas de color azul: la bajera, plisada, mientras que la encimera se levanta dejando ver el aldar rojo sobre el vientre. En la parte superior llevan un justillo negro y peto de brocal, mantilla roja para las jóvenes (o negra si llevan ya años casadas) terminada en “higas” protectoras y borla sobre el centro de la frente. Se acompaña de collar, bitxi o colgante del cuello, pendientes y un broche para atar la falda por detrás. Peinan el pelo en trenzas.
La indumentaria roncalesa se consolidó a finales del siglo XVIII, para desaparecer a principios de la pasada centuria, aunque hoy  está siendo recuperada para algunas festividades.

Más perdurable fue la vestimenta en el valle de Ansó en Huesca, que se mantuvo hasta después de la guerra civil. Sorolla ya conocía y admiraba los trajes femeninos ansotanos, puesto que algunas mujeres de esa tierra acudían a Madrid a vender té delante del Monasterio de las Descalzas.Su aspecto no responde al estilo común entre otras vestimentas populares españolas. A diferencia del modelo de faldas amplias y corpiños que marcan la cintura, en el valle de Ansó los pesados trajes de lana son de una sola pieza que oculta el cuerpo femenino y no tiene mangas. Probablemente se consolidaron en la época de los Reyes Católicos. La camisa de lino tiene mangas abullonadas y gorguera, y es la pieza más vistosa del conjunto. Procede de la moda italiana de tiempos de los Médicis. Los hombros quedan libres y, para paliar el frío, se cubren con unas medias mangas azules sujetas por la espalda, que se remontan igualmente a la época del Renacimiento italiano. Para las fiestas lucían estas mismas piezas pero de mejor calidad, añadiendo complementos tales como cintas de seda en el pecho con grandes imágenes religiosas de plata sobredorada. 

El peinado característico son los “churros”, que datan de la Edad Media. Sobre el trenzado con raya en medio se añadía un postizo para darle más volumen, los “churros”, dos cilindros estrechos y largos que se cruzan sobre la cabeza y se sujetan a la nuca, con una cinta negra a diario o en caso de  luto, y roja para la fiesta.
 La basquilla verde era un traje más ligero (“sólo” pesaba 5 kilos) y se utilizaba por la novia en la tornaboda, tras la ceremonia religiosa.

Sevilla: El baile (1915)
En El baile Sorolla incluyó el flamenco, que no podía faltar en el imaginario que esperaba ansiosamente encontrar el público americano. Patios adornados de flores para la fiesta de mayo y procesiones eran los escenarios adecuados para el desfile de peinetas y mantones de Manila. Con ironía, Sorolla escribió en una carta a Clotilde: “sin esto la decoración no sería España”. También le describe el traje de feria que, si para nosotros no necesita ninguna glosa, de tan popular que es, entonces era un fenómeno todavía local, como se colige de las explicaciones del pintor: “Son tantas bonitas mujeres con mantones, peinetas enormes y mantillas blancas. Tocado que se ponen las 10 de la mañana y que no sueltan hasta Dios sabe qué hora, no se oye más ruido que el repiqueteo de castañuelas, en una palabra es la pandereta y cromos de las cajas de pasas de Málaga. Es chocante cruzar las callejas por la mañana y toparte con esas señoritas ataviadas de esa manera, cree uno estar en pleno carnaval, o en un mundo de locos, pero todo ello en conjunto tiene cierta novedad para mí y me hubiera dado inmensa alegría lo vieras tú”.
Como apunta Estrella de Diego, también la pintura y la fotografía pueden ser una forma de conocimiento etnográfico. Coincido plenamente con el parecer de J.A. Ramírez: debemos adoptar nuevos métodos de investigación y ocuparnos de temas que desbordan los horizontes de las distintas disciplinas, instalándonos en los lindes para revisar las rígidas-y muchas veces improductivas-divisiones académicas.

El Museo Sorolla en Madrid alberga la exposición Fiesta y color. La mirada etnográfica de Sorolla hasta mayo de 2014. La información contenida en esta entrada ha sido elaborada sobre el catálogo editado con ocasión de la misma. A mí me habría gustado más revisar aquí las costumbres que estudió y tal vez recopiló  Sorolla durante sus trabajos preparatorios, pero ese texto contiene escasas referencias al respecto. Habrá que dedicar al tema una investigación más detallada.




Comentarios

  1. Un auténtico lujazo esta entrada con las magníficas pinturas de Sorolla como documento etnográfico,y que sigue la linea de los artículos que le has dedicado a la fotografía etnográfica del resto del mundo.Los cuadros tienen esa luz tan especial del pintor que lo hace único, como muchas vestimentas y costumbres que documenta. Mientras leía la información que aportas acerca de la pintura regionalista y el interés del proyecto por "preservar las esencias nacionales como depósito de valores eternos",he recordado los planteamientos de Ruth Benedict,que pensaba que las culturas podían definirse por unos rasgos apolíneos o dionisíacos, entendidos en este caso como rasgos psicológicos, y mirando los diferentes trajes regionales y las costumbres, me he dado cuenta de que, efectivamente, hay unas más expansivas y"agónicas"que otras, si atendemos a los materiales, su cantidad y vistosidad.
    Me parece una buena forma de espolear la reflexión etnográfica a partir de la pintura costumbrista.Una excelente iniciativa.

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  2. Acabo de leer tu entrada sobre Sorolla y como siempre un auténtico y detallado descubrimiento sobre su obra para la Spanish Society. KFK

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  3. Felicidades por la entrada. No había caído yo en la cuenta de que ser moderno en la época de Sorolla era vestirse (y comer) "como los ingleses". Simultáneamente, en otra parte del mundo como Japón, estaba sucediendo el mismo fenómeno (ver "El último samurái"). Y no son pocos los paralelismos que existen entre la España del cambio de siglo y el lejano Zipango, en cuanto a la influencia estética del exotismo sobre lo que entonces era la vanguardia del arte y la cultura, los primeros "ismos" (la fascinación del impresionista Manet por Velázquez y Goya; la imitación de Van Gogh de la estampa japonesa), movimientos que pronto girarían su vista hacia culturas más primitivas, como el Cubismo, que pone sus ojos en África. Muy estimulante.

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  4. Muchas gracias por vuestras enriquecedoras reflexiones. En cuanto a lo que suscita María, me pareció fantástica la exposición sobre Japonismo, como influencia en la estética española del cambio de siglo. Me compré el catálogo y cualquier día sale alguna cosillla, porque es un tema muy interesante para la exploración, también desde el punto de vista de la Antropología.
    Encarna.

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