LA CIUDAD VIVIDA Y SENTIDA



1.Espacio y poder
Las ciudades, los pueblos, los lugares de habitación humana, no son simples extensiones territoriales dadas, neutras o puramente objetivas sino espacios que captamos y modificamos continuamente a través de un filtro cultural, el de nuestras representaciones mentales, guiadas por símbolos y preconcepciones sociales tanto como por nuestras propias experiencias y gustos. Como expresivamente indica la antropóloga italiana Amalia Signorelli, el espacio humano no es un contenedor homogéneo o una simple abstracción geométrica sino que se encuentra cargado de valores. Es el lugar para el ejercicio del poder y las libertades, en la medida en que en él encontramos los recursos para nuestra supervivencia. En las sociedades desarrolladas su uso rara vez es espontáneo (no puedes construir una casa donde y como quieras) sino que está estrictamente reglado y controlado. La definición y modo de utilización del espacio se corresponden, de manera exacta, con los principios rectores de la organización social vigente en cada país y momento histórico. Como señala A. Signorelli, en la cultura occidental, individualista y racionalista, el énfasis recae sobre el hombre-artífice que, como un demiurgo, organiza el espacio coherentemente con sus propios deseos y necesidades, y el ordenamiento jurídico protege la propiedad privada como condición indispensable para ello. Bien distinto es lo que sucede, en el extremo opuesto, en las sociedades más igualitarias, en que la propiedad es comunal y los miembros del grupo tienen libre acceso a los pastos, fuentes y demás recursos disponibles. Lo que la autora trata de destacar es que el modelo  de espacio que interiorizamos en el curso de nuestra socialización, de nuestro  aprendizaje de la vida, lleva implícito un determinado orden social, que es el que asimilamos como preceptivo y que continuamente nos recuerda el diseño del espacio con el que convivimos. Ese espacio culturalizado nos proporciona una determinada visión de la realidad, la del grupo al que pertenecemos. Nuestra conciencia del orden social incorporado al espacio que ocupamos es, por tanto, ideológica. Nos resulta imperceptible salvo que hagamos un serio esfuerzo reflexivo para detectarla y comprobar en qué medida no es un hecho natural, necesario e igual en todo lugar del mundo, sino producto de situaciones históricas contingentes.
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2.Los mapas mentales: visión y emoción
Otro aspecto que quería destacar es que la elección de nuestro lugar de residencia, ocio o trabajo nunca es un reflejo automático a las presiones del medio ambiente sino la respuesta que damos a las necesidades de uso del territorio, mediada por las imágenes que nos forjamos acerca de las diferentes áreas urbanas que nos rodean. Esas representaciones cognitivas que guían nuestras opciones a la hora de radicarnos en las ciudades han recibido el nombre de “mapas mentales”, y revelan que el territorio  es un espacio vivido y valorado de forma distinta por cada persona según su edad o estilo de vida pero también de acuerdo con patrones de comportamiento colectivo. Un primer tipo de esos mapas que construimos inconscientemente para orientarnos en la “jungla de asfalto” son los estructurales, que se articulan en torno a elementos visuales fácilmente identificables en el paisaje urbano. Los más importantes son las sendas o caminos (calles, canales, vías férreas…) que proporcionan una suerte de esqueleto para ubicar los demás elementos del mapa. Así sucede en Madrid con la Castellana, que recorre longitudinalmente la parte nueva de la ciudad, o con la Diagonal en Barcelona, que atraviesa la retícula diseñada por Ildefonso Cerdá para el Eixample, o con los grandiosos Campos Elíseos parisinos.
Los bordes son los límites físicos (ríos, murallas…) o sociales entre espacios, que resaltan contrastes entre las diferentes áreas residenciales. Por ejemplo, el río Tíber separa el pintoresco barrio del Trastévere, donde antaño vivían los artesanos, del centro de Roma. Es muy diferente el elegante barrio de Salamanca de otros más populares como el de la Latina, en el Madrid de los Austrias, hasta el punto de que casi podríamos hablar de dos mundos distintos dentro de una misma urbe.  
Las estaciones, aeropuertos y, sobre todo, las plazas (Cibeles, Cataluña, Picadilly Circus, Times Square o, ejemplarmente,  L´Etoile en París, con su Arc de Triomphe) son nodos, puntos de confluencia de la circulación.

Finalmente, los hitos son puntos del tejido urbano que se utilizan por la mayoría de los ciudadanos como referencia, como puede ser un monumento emblemático o especialmente visible: la Torre Eiffel, el Big Ben, la Puerta de Brandenburgo, la estatua de Colón de la Ciudad Condal, la Puerta del Sol… Nuestra orientación dentro de una ciudad es tanto más fácil cuantos más de esos elementos visuales reúna, porque nos proporcionan coordenadas para nuestros movimientos. Sin embargo, este enfoque visual o descriptivo de la ciudad resulta insuficiente si no se complementa con otro valorativo, que habla de nuestra relación emocional con determinados barrios, edificios, plazas o lugares con encanto por el modo en que los pensamos y vivimos. En la construcción de esas imágenes sentimentales confluyen  los estereotipos que  asimilamos en el curso de nuestra educación, al igual que nuestro nivel cultural a la hora de sentir e interpretar el valor histórico, estético o humano del entorno  urbanístico. Así, tendemos a asociar una fuerte carga emotiva con el barrio de nuestra infancia, como también con los núcleos históricos  de las ciudades  por sus monumentos claves, que tienen una poderosa capacidad  para condensar la memoria e identidad colectivas. Por el contrario, el antropólogo francés Marc Augé denomina “no-lugares”  a los espacios de la posmodernidad, como estaciones de autobús o ferrocarril, aeropuertos o centros comerciales. Para él, pese a que en ellos el flujo humano es especialmente intenso, no permiten el arraigo vital porque solo se conciben como lugares de tránsito despersonalizados. Como se trata de un concepto interesante, aunque muy polémico, le dedicaremos una atención más detallada en otra ocasión.
3. El sentido del lugar
Así pues, además de los mapas visuales, construimos inconscientemente “mapas preferenciales” en torno a  nuestros sentimientos hacia cada lugar. Esas valoraciones subjetivas se basan en aspecto estéticos, en el grado de seguridad y tranquilidad percibidas en cada sitio, en la amabilidad apreciada en la gente, la localización fácil del lugar, la accesibilidad  con transporte… En cualquier caso, tales factores no son unívocos, de manera que no se valoran por igual por todo individuo sino que dependen de la personal idiosincracia, grupos de edad o del concreto uso que se pretende dar a un lugar. Por ejemplo, a la hora de elegir el lugar de residencia, solemos prestar atención prioritaria a la calidad medioambiental del entorno mientras que, cuando diseñamos nuestros desplazamientos, el criterio que guía la elección de los lugares de paso es la mayor seguridad del recorrido.

Otro aspecto con un enorme peso sobre la valoración del espacio urbano es la familiaridad que desarrollamos con los alrededores de nuestro lugar de residencia, porque nos confiere una fuerte sensación de arraigo, la seguridad derivada de conocerlos más a fondo y, con ellas, un plus afectivo. El “sentido del lugar” expresa esa relación sentimental que mantenemos con el espacio que consideramos propio. Esos lazos de pertenencia  no son irrelevantes  para la vida en la ciudad, porque  un fuerte sentido de unión, al que se ha llamado “topofilia”, se traduce en una mayor estabilidad social y en el interés en cuidar los elementos del paisaje urbano con más esmero, mientras que la falta de esos vínculos genera un sentimiento de anomia o indiferencia, que lleva al estrés, a desatender la conservación de esos espacios, a lo que se ha llamado el “síndrome del vaso roto”: cuando no se asume la pertenencia a un determinado barrio con un lazo de afectividad, no surge el deseo de conservarlo en buenas condiciones. Se convierte en un lugar abandonado, sucio, con pintadas… que no invita a hacer el esfuerzo de mantenerlo, con lo que se entra en una espiral destructiva. Por otro lado, ese “sentido del lugar” puede cambiar radicalmente en cada etapa del ciclo vital o dependiendo de las peculiaridades psicológicas. Existe, pues, una estrecha conexión entre la formación de nuestras representaciones mentales y nuestra conducta espacial.

4. La experiencia del tiempo en la ciudad
Nuestra vivencia de la ciudad también implica el factor tiempo, que también se construye subjetivamente y no es algo dado en la realidad objetiva, como ingenuamente tendemos a pensar. Así, no existe una exacta correspondencia entre la longitud física, en unidades de medida, y la distancia percibida interiormente. El desajuste entre una y otra se explica por el modo en que organizamos nuestro recorrido por la ciudad en torno a aquellos puntos  de referencia (sendas,  modo, hitos, barrios), que cortan en el espacio en segmentos. Cuanto más variado o rico en esos elementos es el paisaje que encontramos en una trayectoria, más corta es la sensación de distancia recorrida. Por el contrario, a menos puntos de referencia,  más aburrido y largo se nos hace el camino. Diversos estudios revelan variaciones significativas en la percepción de las distancias: el trayecto desde la periferia hacia el centro nos parece menor que en sentido inverso. También influye el lugar de destino y así tenemos la sensación de una  distancia más reducida cuando nos dirigimos  a parques, librerías, espacios de ocio, centros comerciales o a nuestra vivienda, y más larga si nuestro destino es el centro de trabajo. Los desplazamientos realizados por la mañana los experimentamos como más rápidos que ese mismo recorrido llevado a cabo por la tarde.
Entre otros muchos asuntos de capital importancia, como la globalización, el estudio de esos “sistemas cognoscitivo-valorativos elaborados en y por contextos urbanos” (Amalia Signorelli) es objeto de una disciplina apasionante y muy actual, la Antropología urbana,  ayudada por la Geografía Humana.


Bibliografía:
-“Antropología Urbana”, Signorelli, Amalia.
“-Geografía Humana. Sociedad, Economía y Territorio” Zárate Martín, M. A., Rubio Benito, María Teresa.

Comentarios

  1. Vivo en una ciudad en la que no se ha cuidado particularmente la organización del espacio, es un caos. Tampoco se ha hecho por diseñar fachadas agradables, en el centro, lo que en otros lugares es el ensanche, hay sitios que por mi parte los rayaría del mapa y vuelta a empezar. Así que la zona donde vivo más nueva al menos es más acogedora, las calles no son tan estrechas y me gusta particularmente mi edificio que no es tan "colmena" como otros colindantes.
    La ventaja de todo esto es que cuando viajo disfruto el doble que si viviera en una ciudad mejor pensada y armonicámente construida.

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  2. ¿Has visitado Efeso, en Turquía? La sensación que me asaltó paseando entre las ruinas maravillosas de la antigua ciudad romana, sobre todo con aquel lujoso suelo de mármol blanco, es que no tenemos nada igual en nuestro mundo actual. En general, nuestra estética urbana es impersonal, tirando bastante a fea y con elementos de mala calidad, incapaces de perdurar en buenas condiciones ni 20 años, aunque todos sabemos la monstruosa cantidad de dinero que nos cuestan las obras públicas en impuestos. Alguien sabrá dónde van a parar los fondos. No han acabado de poner unas baldosas feísimas e inapropiadas y ya están manchadas, rotas o las levantan para buscar en el subsuelo no sé qué tesoro. Tristísimo. En cuanto a la construcción privada, desde luego que rara vez se piensa en el valor artístico. A mí me admiran los empresarios catalanes que, a principios del siglo pasado, apostaron por la vanguardia modernista e hicieron de Barcelona una ciudad original que hoy puede vivir muy bien del turismo, porque es un auténtico parque temático de arquitectura bella y funcional. No sé qué te parece el edificio Agbar, en la zona de las Glorias, pero es un espectáculo verdaderamente hipnótico, como también el Guggenheim de Bilbao, cambiando de color desde cada perspectiva distinta en que te sitúes y a cada nueva gradación de la luz. O sea, que si se quieren hacer edificios bonitos y emblemáticos, bien que los saben hacer. ¿Por qué tenemos ciudades y pueblos como tú describes, si con un poco de gusto y cuidado podrían tener cada uno un peculiar estilo diferencial? La antropóloga Signorelli formula una tesis interesante: la radical separación de objetivos e ideas entre el arquitecto proyectista y el habitante se corresponde con una profunda desigualdad de clases sociales y de significativas diferencias culturales en contraste entre ambos. Para el arquitecto, la casa o edificio es un problema geométrico, un diseño estático y abstracto, igual para todos los pisos de un bloque, mientras que los usuarios se implican existencialmente, de forma concreta y prolongada en el tiempo en la vivienda que habitan. El arquitecto proyecta su concepción de orden lógico y social en el espacio trazado, pero los usuarios, como tú y como yo, aspiran legítimamente a reconocerse en el espacio interno y externo de su vivienda. Ese deseo de que nuestra identidad personal se vea reflejada en nuestro entorno es lo que Signorelli considera que tienen alienado quienes viven en edificios más modestos. Ella habla de esa sensación que tienen muchos ciudadanos, como tú muy bien apuntas, de vivir en una colmena que anula su personalidad. Quizá nuestra vida colectiva podría ser muy distinta si viviéramos en ciudades que no fueran tan alienantes, que no asfixiaran la individualidad que todos llevamos dentro.

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  3. Me ha parecido un artículo muy interesante y con muchas lecturas,hacia el presente y el futuro,pero hay una referencia filosófica que me parece imprescindible,que es la de Ludwig Wittgenstein.En el Tractatus el autor establece la distinción entre lo que puede "decirse",y ,por tanto,expresarse en proposiciones que figuran el mundo,y aquello que pertenece a otra esfera distinta y que sólo puede "mostrarse".Enlazando con tu entrada tendríamos que la Arquitectura muestra ese mundo cultural de valores,roles,sentimientos y estratificaciones que no están explícitos,sino que hay que escarbarlos en las vidas que los habitan.Tan cercana entendió Wittgenstein la arquitectura a su propuesta filosófica que construyó en Viena una casa para su hermana Margarette ,totalmente racionalista,casi un Tractatus tridimensional.Enhorabuena por el artículo!

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  4. Zygmtnt Bauman en su libro Tiempos líquidos dedica un capítulo al urbanismo postmoderno,donde hay que dar soluciones locales a problemas globales,como la gran movilidad de personas de un lugar a otro,sin referencias comunitarias ni de parentesco y por un tiempo ilimitado,al carecer de solidez laboral o elementos de enraizamiento.Surgen así las ciudades segregadas,donde la parte rica se "atrinchera"en urbanizaciones y barrios con servicios y buenas comunicaciones,de modo que sus habitantes no necesitan al resto de la ciudad,y una parte pobre,multirracial y multicultural en un centro languideciente y sentido como peligroso por la parte rica.Una consecuencia de esta segregación es la desafección de los habitantes respecto a su ciudad:unos porque tienen servicios fuera de ella y de calidad,y los otros porque se siguen sintiendo por siempre de paso

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  5. Son muy interesantes tus dos comentarios. Las comunidades cerradas es un fenómeno muy típico de Estados Unidos, especialmente en California, desde los años 80. Cuando leí acerca de la situación dividida de Los Angeles, me costaba dar crédito a esa dualización espacial. Aquí sabemos de Moralejas y demás reductos de ricos en la periferia de Madrid, y es fácil diferenciar la fisionomía de los distintos barrios por el poder adquisitivo de los propietarios, pero yo nunca hablaría de ciudades con ghettos en España, que es lo que sí ocurre en los USA. Es un auténtico retroceso a la Edad Media y una fuente de incremento de la conflictividad social, mucho mñás que una forma de evitarla. He leído que ese aspecto defensivo de las urbanizaciones cerradas se trasluce incluso en la forma de la arquitectura. Es una especie de cartel de no pasar intimidatorio. Creo que no me gustaría nada vivir en una comunidad tan esquizofrénica

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