NIEVE ESQUIMAL

Palabras de bonita "coloratura" del español

Las lenguas no son nomenclaturas. Están vivas, se extienden como amebas o se contraen como caracoles en su concha, cambian, crecen, decaen, renacen..., a veces mueren. Cada una de ellas admite diversos "juegos de lenguaje", "áreas de significación", incluso áreas vacías, vanas, de "cháchara", "façons de parler"... Las ambigüedades de una lengua, sus etimologías, verdaderas o falsas, no tienen nada que ver con las de otras.

Por eso la poesía es intraducible, aunque, eso sí, puede ser recreada con talento, lo que produce el traductor es obra nueva, aun con plagio de idea principal, intención moral o tónica dominante. Los campos de sentido de las palabras y las frases hechas pueden ser vagos, borrosos, relativamente indeterminados, con variaciones dialectales e idiolécticas, y en cada lengua, para un mismo ámbito de objetos, pueden significar de diversa manera y tener sentidos y coloraturas diferentes.

Las palabras de distintas lenguas pueden referir al mismo objeto pero con sentidos distintos. Puede que la palabra "hermano" refiera en esencia a la misma relación afectiva o familiar, pero decir "brother" en un barrio afroamericano no es lo mismo, como no es lo mismo decir "empleada doméstica" que "criada". Las palabras denotan, refieren, señalan a cosas, hechos, circunstancias, apariciones, presencias, ideales..., pero también connotan valoraciones, sentimientos, emociones. La sinonimia perfecta no existe tampoco en una misma lengua.

Frege llamó sentido a la forma en que se nos da una expresión, junto a término sentido (sinn), introdujo otra categoría que llamó "iluminación" o "coloración" y a la que podríamos también aludir diciendo "el aroma" de las palabras. Este concepto que llamaremos coloratura por analogía con el bel canto, resulta eficiente, por ejemplo, en la diferencia entre "chucho" y "perro". No es lo mismo decir "ciprés" que "enhiesto surtidor de sombra y sueño", aunque ambas expresiones refieran a los mismo, el Cupressus sempervirens, o ciprés común de los botánicos. No vemos lo mismo cuando vemos un perro que cuando vemos un chucho. El perro aparece bajo una luz diferente. 

Las nomenclaturas científicas, por un justificado prurito de precisión y claridad, intentan evitar toda connotación y toda coloratura, ensayan despojar de sentido a las palabras para que denoten con precisión su significado, es decir aquello a que refieren, para que signifiquen objetivamente, sin referencia alguna al estado o situación del sujeto. Pero las lenguas ni son ni tienen por qué ser nomenclaturas. No hay que decir que si lo fueran, si se redujeran a nomenclaturas, perderían la mayor parte de su gracia y desde luego también su potencial creador.

Igual que vemos los objetos científicos bajo el marco interpretativo de nuestras teorías, cada lengua y su gramática suponen por sí mismas, como intuyó Nietzsche, una particular metafísica, es decir tanto una ontología, una concepción de la realidad, como una gnoseología, una concepción de lo que haya de ser el conocimiento, e incluso una antropología, una imagen del alma y del espíritu humanos. Y dentro de cada lengua los objetos, hechos, circunstancias, situaciones, acciones, pasiones, etc., aparecen con diferentes sentidos y coloraturas, o desaparecen ocultos, sin nombre que los indiquen o señalen.

Si -como afirmó Wittgenstein- los límites de mi lenguaje fijan las orillas de mi mundo, entonces nada adviene a la existencia consciente si no se lo nombra, o sea si no aparece en lo que Markus Gabriel llama "campos de sentido". Puede que, en ello insiste el joven filósofo alemán, el mundo no pueda ya aparecernos en otro campo de sentido (o sea que no exista el todo, ni resulte siquiera imaginable), pues tendríamos que suponer un mundo 2 que abarcase el mundo 1, y un meta-mundo 3 que abarcase el meta-mundo 2, y así hasta el infinito. Sin embargo, también resulta indispensable -como el mismo Gabriel hace- definir el mundo como campo de sentido (imposible) de todos los campos de sentido. Así como concebimos la Lengua como mecanismo generativo de posibilidades expresivas, limitadas por las reglas gramaticales, aunque no sepamos muy bien donde dichas posibilidades acaban, porque la lengua, como el mundo, solo debe ser pensado como obra abierta, como creación en marcha. Igual que no todos los mundos son posibles, tampoco todos las secuencias fónicas de una lengua poseen significado, sólo aquellas que se organizan según cierto orden.

Todo lo que comprendemos claramente puede ser dicho y sólo lo que podemos decir(nos) con claridad lo entendemos bien. Esto explica la importancia que tiene para nosotros el contar la vida a alguien, el darnos cuenta de lo que hacemos mediante un relato, que es el modo de atribución de sentido a nuestra trayectoria vital. El relato compartido es lo que da sentido también a la existencia de un pueblo, el mito común. Ursula K. Leguin trata esto con gran perspicacia en una de sus novelas.

Dibujo de una familia de esquimales

Hemos anticipado que al comparar o relacionar dos lenguas su léxico no admite un producto cartesiano en el que a cada elemento del léxico de una corresponda un elemento del léxico de la otra. Habrá siempre palabras y expresiones intraducibles como realidades que una lengua reconoce, describe, trae a la existencia, y la otra no. Evidentemente, en la explicación de por qué una lengua las reconoce y otra no entran en juego las necesidades y deseos de una cultura específica, su relación con el medio ambiente, su estructura de parentesco, su organización urbana y política.

Durante muchos años he puesto en mis clases el ejemplo de los nativos de las selvas ecuatoriales y su complejo léxico para referir al verde de las plantas, o las muchas palabras que los esquimales tienen para representar la nieve. En esto último hay algo de leyenda popular. Isabel Reutler recogió en la plataforma Quora el testimonio del lingüista y misionero Lucien Schneider, autor del Diccionario Francés-Esquimal del hablar Ungava.

Inuktitut es la expresión vernácula ambigua que sirve tanto para el conjunto de las lenguas inuit como para un dialecto particular de las mismas. En el primer sentido es un continuo dialectal de aborígenes del círculo ártico, desde Alaska pasando por Canadá y Groenlandia hasta Siberia. Cuenta con 80.000 hablantes aproximadamente y dieciséis variedades clasificadas en cuatro grupos. No se ha demostrado que el Inuktitut tenga parentesco con ningún otro tronco lingüístico del planeta. Su fonética consta de 17 consonantes y cuatro vocales (largas o cortas).

El misionero James Evans creó un silabario para el registro escrito de una de las variedades del inuktitut, que fue adoptado por el Instituto Inuit de Canadá hacia 1970. Los inopiak de Alaska y Groenlandia usan el alfabeto latino y los inuit de Siberia el cirílico.

La lengua inuktitut es de las llamadas aglutinantes o polisintéticas, crea largas palabras con valor de oraciones añadiendo morfemas a una raíz. He aquí, respecto a la nieve de marras, los términos extraídos del diccionario de Lucien Schneider que hemos citado antes. Traduzco las expresiones francesas por españolas:


qanik, nieve que cae
aputi, nieve sobre el suelo
pukak, nieve cristalina sobre el suelo
aniu, nieve que sirve para hacer agua
siku, hielo en general
nilak, hielo de agua dulce para beber
qinu, hervido de hielo al borde del mar

Pero en Inuktitut, las palabras utilizadas para designar la nieve y el hielo pueden tener significaciones diferentes. Así, maujaq, que designa la nieve en la que uno se hunde en invierno, puede también designar un suelo lodoso en el que uno se hunde también en cualquiera estación.

Como hemos dicho, la lengua inuktitut es aglutinante, lo que quiere decir que uno puede añadir afijos que cambian, modifican o afinan el sentido de la raíz. Así, qanik designa la nieve que cae, pero qanittaq la nieve recién caída. Lo mismo sucede con el hielo. Y a partir de ahí en efecto uno puede obtener varias docenas de palabras. 

Luego es de algún modo cierto que los esquimales ven lo que nosotros no vemos. Les va en ello la vida. Y por eso tienen voces para nombrarlo. 



Comentarios

  1. Realmente interesantes y oportunas estas reflexiones antropológico-filosóficas de José Biedma sobre los límites y posibilidades del lenguaje como el margen dentro del cual nuestro universo mental puede expandirse. Sin duda el autor ha escogido un tema paradigmático, los grupos léxicos temáticos, que revelan cómo la lengua conceptualiza de manera muy característica la relación de cada grupo de hablantes con el mundo, la forma especial en que nombran eventos naturales o sociales de su realidad que tienen un elemento diferencial manifiestamente perceptible respecto a la vida de otros grupos, como ocurre con la nieve de los esquimales, el viento y la tormenta de los ingleses o la lluvia de los gallegos. Para alguien de un clima cálido y seco la sutileza de sus distinciones se pierde por completo para acabar resumiendo el fenómeno, en todas sus manifestaciones, en una sola palabra. Llevo años intentando que José Losada trate este asunto, que levante acta de las palabras que nombran el agua que nos manda el cielo en su tierra de Lemos, aunque sin duda no es de las más lluviosas de Galicia. Pero quien está dentro de un universo lingüístico determinado no ve la urgencia que sentimos los que sospechamos que la globalización está carcomiendo a ojos vista toda la diversidad léxica para llegar a fórmulas únicas puramente denotativas. Lo fácil a cambio de lo rico, lo rápido y seguro en lugar de lo colorido, el tesoro de emociones y vivencias con que la historia de los hablantes de una lengua ha ido revistiendo a sus palabras, como la ostra, de manera pausada, es capaz de crear la perla más perfecta. Cuando Miguel Delibes llegó a la RAE intentó traer al Diccionario el inmenso patrimonio léxico de su tierra castellana, su experiencia de cazador, de hombre enamorado del campo. Pronto se topó con las burlas o el desdén de otros académicos, globalizadores de pro ellos. Pues todos hemos salido perdiendo, incuestionablemente. Nos hace falta una antropología de salvamento de las lenguas. Lectores, hablantes, poned a buen recaudo, por escrito, las palabras características de vuestro lugar de origen. La diversidad cultural, el respeto a la diferencia, nos va en ello.

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  2. Felicitar al profesor José Diedma por esta estupenda entrada.
    Estoy de acuerdo con Encarna en que debería aplicar esta " coloratura" de las palabras al sustantivo " lluvia ", pues para los gallegos ha de tener un campo semántico, un área de significados muy amplio, sin duda. Al hilo de esto, aún recuerdo la jornada de Camino de Santiago que finalizó en O'Cebreiro. Fue un día de lluvia torrencial, pero que no nos impidió disfrutar de su bello paisaje, repleto de calas blancas y bosque de eucalipto.Ya por la noche, instalados en el albergue, entramos en conversación con un hombre del pueblo y hablando del tiempo y de la tormenta, vino a expresar, a su manera, las diferentes formas y modos en que por allí se recibía la lluvia. (De esto ya hace siete años) Me ha gustado esa referencia en el comentario de Encarna a Miguel Delibes, y coincidir con ella. Anque he leído parte de su obra, desconocía que en su faceta de Académico de la Lengua se hubiera encontrado con tantos obstáculos para lograr incorporar palabras en uso en la Vieja Castilla. Él conocía muy bien la tradición popular, su lenguaje, su habla, la oralidad de sus personajes hunde sus raices en el habla popular. Podriamos decir que paralelo a la creación de su magnífica obra, desarrolló una auténtica labor como antropólogo del habla, registrando las voces del campo, de esa Castilla la Vieja que el tanto amaba. Suscribo todo lo dicho en tu comentario. Como apunte final. Aún escucho decir a mi madre: No "escatimes", pon un puñao más. habláis sin "fuste". Lleva las vacas al " pilón ". Me, "manca" el zapato, quita la "cobertera" al puchero. Deja, deja de dar la "murga" y ponte hacer algo. Cierra "la portija" del corral...........................Mi madre, " aún en función de sus dominios" sigue ahí, con 101 años. Sigue teniendo gran apego por la vida y la vida lo tiene por ella. Gracias

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