EL ENIGMA DE LA LICANTROPÍA
JOSÉ LOSADA
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Grabado de Cranach interpretado por @joseda_vinci |
1. INTRODUCCIÓN.
Con este título es
relativamente fácil suscitar el interés de los lectores porque evoca al
personaje de muchas obras literarias y películas del género fantástico (en este
campo estaría al mismo nivel que el Conde Drácula, la momia o Frankenstein,
cuyas visitas a principios del mes de
noviembre nos resultan cada vez más familiares). Sin embargo, cuando uno se
asoma a las historias del hombre-lobo
se ve asaltado por una intuición que
proviene del inconsciente colectivo y que le transporta a la velocidad de la
luz hacia los más oscuros y profundos secretos que acompañan al ser humano
desde que como tal puede ser nombrado. La conciencia de que en algún momento
nuestros antepasados directos eran distintos a nosotros, unida a la posibilidad
aterradora de que, por alguna fuerza misteriosa, regresemos a esa condición
animal son los elementos que constituyen un miedo ancestral para cuya conjura
necesariamente hemos acudido desde la Antigüedad a mitos y leyendas. Así, los
castigos divinos, las maldiciones o la fuerza de la sangre aparecen y
desaparecen cíclicamente para explicar la involución de la especie humana que
convierte a sus individuos en seres feroces capaces de desandar el camino que
se inicia en la noche de los tiempos hasta llegar al actual homo ¿sapiens? Nuestro
recorrido se iniciará en la antigua Grecia y terminará en la cultura popular
gallega en la que encontraremos elementos coincidentes con otras tradiciones
que, como si de un río subterráneo se tratase, no se detiene ni entiende de distancias ni del paso del
tiempo.
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2. LA ZOOANTROPÍA.
Antes de adentrarnos en el
estudio de la licantropía, es preciso que nos detengamos en el género al que
pertenece, es decir, en las numerosas leyendas en las que el hombre o la mujer
se convierten en animales o en las que estos se personifican. No hay que acudir
a la novela de Kafka; en el capítulo 13 de la primera parte del Quijote se
alude a la metamorfosis del Rey Arturo en cuervo. En las culturas precolombinas
a algunos chamanes se les atribuían el poder de convertirse en jaguar, el mayor
depredador que se conocía en esas latitudes; para mostrar el poder que
ostentaban se vestían con pieles de ese animal y usaban sus colmillos como
adorno. En África están recogidas muchas tradiciones en las que se cuenta la
capacidad de hombre y mujeres para transformarse en animales fieros, como el
león. Una particularidad muy interesante aparece en el folklore del sudeste
asiático: el dios creador resuelve la superpoblación convirtiendo a la mitad de los habitantes del
mundo en árboles.
En la metamorfosis que
convierte en lobo al ser humano se observan matices. Así, en Bielorrusia existe
una tradición que nos habla de un rey, nacido durante un eclipse de sol con una
protuberancia en la cabeza (otros signos que equivalentes son las manchas en la
piel o el llamado “mechón lupino” y nos confirman la impresión expuesta en la
introducción). Se le atribuían poderes
mágicos y alcanzó grandes victorias militares. En este caso late una valoración positiva,
relacionada con el poder y el uso de la fuerza para conseguir sus finalidades. No
obstante, son las narraciones con una connotación negativa marcada las que
considero más peculiares porque encierran los ecos anteriores a la evolución
social. Una vez más, la literatura demuestra hasta qué punto se conecta con las tradiciones y el
subconsciente colectivo.
En el Canto I del Infierno de La Divina Comedia se identifica a la
avaricia con una loba, “flaca de cuerpo pero insaciable en sus deseos”. En el
Canto VII Virgilio llama lobo a Plutón,
dios de las riquezas: “Tace maladetto lupo: Consuma dentro de te con la tua
rabbia”. También en el Canto XXXIII Dante muestra esta
idea a la que hemos hecho referencia.
Sitúa en la Antenora al conde Ugolino
empeñado en roer la cabeza del arzobispo Rugiero; el motivo, el cruel tormento
que sufrieron el primero y sus hijos, condenados a morir de hambre en una
lóbrega mazmorra. Tras tener un sueño premonitorio en el que aparecen un lobo y sus lobeznos, el padre aparece
encerrado junto a sus hijos. El autor juega con la idea horrible del
canibalismo porque cuando los segundos descubren a su progenitor mordiéndose
las manos, se ofrecen diciendo: “Padre será mucho menos nuestro dolor si comes
de nosotros”. Queda sin aclararse por
completo si esto llega a suceder, aunque
el hecho de que el conde muriese pocos días después del último de sus hijos,
más por el hambre que por el dolor, sugiere que al final no llegó a cumplirse
el presagio.
En la obra Romance de
lobos de Valle Inclán, los hijos desagradecidos, avaros y crueles merecen ese
apelativo. Tampoco se libra su padre, el hidalgo protagonista: “Fui toda mi
vida un lobo rabioso, y como lobo rabioso quiero perecer de hambre en esta
cueva” (III, 4ª). Las referencias no pueden ser casuales en una tierra como
Galicia en la que las leyendas que surgen alrededor de los lobos son numerosas,
según se verá más adelante.
Otro ejemplo de esa
connotación negativa de raíces tan profundas lo encontramos en el apodo Pepa a
Loba que da título a una novela de Carlos Reigosa. Se trata de la historia-leyenda sobre una bandolera del
siglo XIX que alcanzó gran notoriedad por su ferocidad. El novelista pone estas
palabras en boca del Fiscal que la acusa en el juicio: “Pepa la Loba, un apodo
premonitorio, acertado, porque loba es, animal salvaje y sin entrañas que no
conoce el respeto que los seres humanos se deben entre sí”.
La misma idea peyorativa,
la del lobo como encarnación de los peores defectos, se rastrea en el origen
del término “lupanar” y en los cuentos infantiles en los que es el enemigo
contra el que tienen que luchar los protagonistas en apuros. ¿Se trata de una
casualidad? No lo creo; al contrario, pienso que existe un mensaje oculto que
ha llegado hasta nosotros desde tiempos remotos. Quizá se trate solamente de
recordarnos de dónde venimos, mas también sea una advertencia acerca de la
posibilidad de volver a la casilla de salida, como ocurre en el Juego de la Oca.
3. EL VIAJE.
El origen de las leyendas
del hombre-lobo se remonta a los inicios de la civilización. Si un autor que
vivió en el siglo V A.C. se refiere a ellas es porque es receptor de una tradición oral mucho más antigua que se limita
a plasmar por escrito; y, si otros posteriores continúan recogiéndolas, sin duda
alguna es porque continúan vigentes en la cultura popular. Las referencias que
siguen muestran su pervivencia a lo largo de casi dos mil años, algo que
solamente puede explicarse si a la fuerza expresiva de las narraciones se añade
una funcionalidad social cuya importancia no decae pese al paso del tiempo.
Herodoto nos cuenta que
ninguno de los neuros, pueblo similar a los escitas, dejaba de convertirse en lobo una vez al año y
por escasos días, volviendo después a su primera figura. No será por casualidad
que en el capítulo siguiente se refiera a los “andrófagos”, los más agrestes y
fieros de todos los hombre. El historiador termina su relato sobre los neuros
diciendo: “¿Qué haré yo a los que tal cuentan? Yo no les creo de todo ello ni
una palabra, pero ellos dicen y aun
juran lo que dicen? (“Los nueve libros de la Historia”, IV, 105).
En el capítulo XII del
libro VIII de su Historia Natural, Plinio El Viejo afirmó que ninguna mentira
hay tan desvergonzada que no tengan algún testigo griego, nación a la que
atribuía una credulidad sin límites. Pese a todo el autor latino nos refiere
una historia recogida de los arcadios según la que en la familia de un cierto Antheo
se solía elegir a un miembro el cual, llegado a un estanque determinado dejaba
sus ropas colgadas de una encina, se arrojaba al agua y pasaba al desierto,
lugar en el que se convertía en lobo durante nueve años. Si durante este tiempo
no hacía daño a ningún hombre, volvía al mismo lugar y recuperaba su forma,
solo que nueve años más viejo. También nos habla de un atleta que en los
sacrificios que se hacían a Júpiter Licaón probó la carne humana,
convirtiéndose en lobo durante diez años, transcurridos los cuales, volvió a la
lucha y venció en los Juegos Olímpicos (se supone que recuperada su forma
humana).
En Las Metamorfosis de
Ovidio se refiere el castigo divino que sufrió el tirano Licaón por haber
incurrido en el canibalismo; antes se había burlado de los votos religiosos.
Pierde el sentido del habla, solamente puede aullar; en vellos se vuelven sus
ropas y en patas sus brazos, y se convierte en una lobo sediento de sangre.
Acorde con el tono
general de la obra, encontramos en el capítulo LXII de El
Satiricón de Petronio a un criado que relata la mala experiencia que vivió con
un huésped de su amo. Curiosamente, Plutón vuelve a salir mencionado, pero no
como hemos visto en La Divina Comedia sino como referente del valor. Para
sorpresa del narrador su acompañante, llegados a un cementerio por la
noche, se despoja de sus ropas, orina en
ellas y se transforma en lobo, aullidos incluidos, para seguidamente internarse
en el bosque. En el desenlace del relato descubre al visitante convertido
nuevamente en ser humano y mientras, es curado de sus heridas, tras saber que un
lobo que había perpetrado una matanza en
una majada de carneros había quedado herido de gravedad.
Aunque muy posterior en
el tiempo, Cervantes demuestra en su Persiles y Segismunda estar muy al corriente de las tradiciones recogidas por
autores de la Antigüedad Clásica. Atribuye la licantropía a pueblos que habitan
regiones lejanas, en este caso, septentrionales, y también duda de la veracidad
de las historias que en ella se refieren.
Es curiosa la mención a una enfermedad, que denomina “manía lupina”, que hace
que quien la sufre crea que se ha convertido en lobo, aúlle como tal y se junte con otras que
sufren el mismo mal. Matan a quien se encuentran, destrozan los árboles y comen
la carne cruda de los muertos. Sitúa este horror en la isla de Sicilia, donde
los enfermos son llamados “lobos menar”, y llama la atención sobre una
circunstancia muy interesante: cuando notan los primeros síntomas, los enfermos
piden a los demás que los aten o huyan
de ellos para evitar las terribles consecuencias.
Las referencias repetidas
a la ropa en el proceso de transformación me recuerdan que en el capítulo 3 del
Génesis la conciencia de la desnudez es la primera sensación de Adán y Eva
cuando tras comer del árbol prohibido
asumen la condición humana. Otras características, a veces meros
detalles (la temporalidad de la metamorfosis, el canibalismo, la vivencia en grupo, entre
otras), denotan la existencia de una tradición común resistente al paso del
tiempo e inmune a las fronteras.
4. GALICIA.
La referencia a Galicia
cuando se trata de la licantropía es casi obligada por varias razones. La
primera, quizá anecdótica, es la existencia en la lengua gallega de una
palabra específica: lobishome. Hay otra, que considero más literaria y por ello
con de menor valor etnológico: lubicán. La segunda, que el único caso que se
presenta como tal y así está documentado afecta a un gallego, Blanco Romasanta; deliberadamente omito su nombre
de pila por una razón que el lector conocerá en el capítulo siguiente.
Finalmente, también es gallego el autor que realizado el estudio más detallado
y esclarecedor de los que conozco; se trata de Vicente Risco, que dedicó al
tema su discurso de ingreso en la Real Academia Gallega, leído el 23 de febrero
de 1929.
Ramón Suárez Picallo, que
había abandonado Galicia al terminar la Guerra Civil, escribió un artículo en
1950 con ocasión de una noticia que por entonces circulaba por Chile acerca de
un niño-lobo y aprovechó la oportunidad
para recordar que en su lejana tierra
existían numerosas leyendas al respecto.
Nos habla de los términos utilizados en gallego y del interés de los
investigadores, destacando a Vicente
Risco. Me imagino que la lectura de una referencia relacionada tuvo el efecto
de despertar en el periodista exiliado la necesidad de revivir sus recuerdos, en lucha constante con el tiempo y el olvido ( La feria
del mundo. Crónicas desde Chile, páginas 358 y 359, Consello da Cultura
Galega, disponible en internet).
Bajo el seudónimo “Chuco de Canedo”, Avelino Rodríguez Elías publicó en el
periódico El Tea, correspondiente al 14 de junio de 1913, un relato sobre lo que describió como “una de las
creencias más estúpidas e increíbles que aún existen en Galicia”. Relaciona a
los lobishomes con una “fada” o maleficio que cae sobre una familia en la que
nacen siete hijos varones seguidos; si
al nacer al menor no lo apadrina el primogénito, por las noches se
convertirá en un perro que andará por el
monte chillando, pero no hará daño a nadie. Por el día hará vida normal.
Solamente se romperá el hechizo si, estando en forma animal, es herido con una
“aguillada” (o vara con la punta de hierro) de carretero.
X.M. González Reboredo recoge en su libro Lendas
galegas de tradición oral varias historias sobre el tema. Comienza con una que sitúa en el municipio
pontevedrés de A Estrada. Trata de una
niña perdida que fue encontrada acariciando a un lobo muerto; los padres,
agradecidos a la Virgen, levantaron en el lugar un “cruceiro” que todavía
existe. Las dos siguientes, recogida la primera en el municipio lucense de
Cervantes y la segunda en el ourensano de Viana, tienen en común que la
licantropía surge a partir de la maldición del padre, sea por la pereza o por el
apetito voraz de su vástago; como se dice en una de ellas, la maldición de un
padre es lo peor que puede haber para un hijo. Como en el cuento de Rodríguez
Elías, sus efectos desaparecerán cuando
se hiera al hombre convertido en lobo, en el caso de Cervantes; pero, en la
tradición ourensana, es preciso matarlo, porque su instinto asesino se ha vuelto contra sus congéneres: “O lobo da xente”, así era conocido el hijo
maldito, fue sorprendido revolcándose en
excrementos de vaca como paso previo a atacar a una niña.
El último relato o leyenda nos servirá para conectar
con la obra del autor cuyo nombre ya ha aparecido en varias ocasiones en los
párrafos anteriores.
Vicente Risco, en el discurso antes mencionado, junto a otras investigaciones que abarcan
varios campos del conocimiento (la psicología, la psiquiatría, la metafísica y
la etnología), se refiere a dos
historias recogidas en su provincia ourensana. Una de ellas ya aparece en el
libro de González Reboredo con el título
de La mujer-lobo. Nuevamente la
maldición del padre provoca la metamorfosis pero, en este caso, es temporal y
alterna con períodos en forma humana; bajo la primera forma actuaba como “capitana de los lobos”; en la
segunda, encendía fuego para que se reuniesen a su alrededor. Su vuelta a la normalidad es producto de la herida
que le causa un molinero que pretendía impedir que entrase en su casa.
En la segunda, que
también proviene de la provincia de Ourense y se publicó de manera independiente,
se parte de una situación familiar complicada. Su padrastro intenta abusar de la protagonista y, cuando se defiende, es
maldecida por su madre y la echan de la casa familiar, convirtiéndose seguidamente en loba. La acción transcurre en
un “sequeiro”, construcción típica cuya finalidad era secar las castañas. Para
ello se encendía fuego y se ponían sobre un techo de madera que forma una
especie de desván. La casualidad ha
querido que, en fechas muy recientes, La Voz de Galicia les haya dedicado un reportaje, gracias a
cuyo contenido gráfico el lector podrá hacerse
una idea más aproximada de sus características: https://www.lavozdegalicia.es/noticia/lemos/2018/01/28/sequeiros-olvidados-mazo/0003_201801M28C4991.htm .
La labor exigía que se
cuidase la lumbre durante toda la noche y por eso el muchacho encargado, tras encerrarse, pues le habían avisado de que andaba “o lobo da xente” por la comarca, da cuenta de
su cena de pan, vino y tocino y se dispone a dormir un poco cuando es
sorprendido por el ruido que hace un lobo que intenta forzar la puerta. Se sube
al entramado de madera (“caniceira”) y
desde allí observa cómo el animal se despoja de su piel y se convierte en una
hermosa mujer que llora desconsoladamente. Sin dudarlo, el mozo decide echar al
fuego la “pelliza” y, aunque esta ofrece resistencia, consigue quemarla, librando
a la muchacha de la maldición.
Me parecen dignos de ser
destacados tres conceptos que aparecen insertos en el relato y que muestran que el interés del autor no es meramente literario. Lo mismo que otros
autores, desde Herodoto a Cervantes, es
consciente de que es una historia poco verosímil y por eso comienza diciendo
que le fue contada por una persona que continuaba viva por entonces.
Se refiere
al “arreguizo astral”, un miedo ancestral que
pone los pelos de punta y toma la voz, el cual retrata en un dibujo que
ilustra la edición. Y para justificar la certera reacción del muchacho, trae a
colación una idea que enlaza la licantropía
con el subconsciente colectivo al que se aludió en la introducción: “En
ese momento se encendió con una idea la
conciencia del mozo. No sé quién se la habría inspirado: puede haber sido el
alma de la raza que vive en nosotros y que lo sabe todo”.
En su discurso, Risco
recoge varias creencias recogidas por él mismo. Una de ellas es similar a la ya
referida por “Chuco de Canedo” y, además, da cuenta de una figura muy interesante:
“a pieira dos lobos”. Dice que si en una familia nacen siete hijas seguidas, la
última lo será. En su modalidad masculina aparece en el municipio ourensano de
Avión. Se trata de una persona que tiene poder sobre los lobos, influye en su
comportamiento y por evitar que ataquen al ganado, puede llegar a cobrar a los
vecinos. Se cuenta que vive en la misma cueva que los animales y que estos se
ocupan de mantenerla. El autor relaciona esta leyenda con El libro de la
selva de R. Kipling.
El etnólogo ourensano se detiene en el concepto de “fada”
que tan presente está en las leyendas que estudia. Las que lanzan los padres y
los viejos son las peores, especialmente las de los primeros porque son los
dueños de la sangre y es ahí donde reside el alma. En ese caso, produce el efecto
de expulsar al hijo no solamente de la familia sino también de la especie humana, convirtiéndolo en una bestia feroz:
“El que le ha dado la humanidad se la quita, porque tiene poder para ello, como
tuvo para dársela”. La función sanadora del derramamiento de sangre se
relaciona con el hecho de que el “meigallo” reside ahí precisamente.
El trabajo de Risco está
lleno de erudición y recomiendo vivamente su lectura (está disponible en
internet en versión original). No obstante, me gustaría destacar dos aspectos
del mismo que me parecen muy llamativos.
El primero es la relación que
establece con los personajes del carnaval (“peliqueiros, cigarróns, pantallas”
etc), que suelen llevar representaciones de animales (algunas fotografías
aparecen en la entrada de este blog “Sempre Xonxa. La Galicia de Chano
Piñeiro”). El segundo, la relación con
los lobos de algunos topónimos; me limito a señalar el de una parroquia pontevedresa por la que
he pasado varias veces: Trasulfe, aunque existen otros.
Pazo de Trasulfe (Rodeiro) |
5. BLANCO ROMASANTA.
Cuando se pronuncia el
discurso, no había transcurrido un siglo
desde el juicio al hombre lobo gallego. De su repercusión en la opinión pública da idea que su abogado
defensor publicó un libro en el que detalla los pormenores del proceso judicial
( Reseña de la causa formada en el Juzgado de primera instancia de Allariz,
Distrito de La Coruña, contra Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo, por
varios asesinatos, de Manuel Rúa Figueroa). Existe, por tanto, una amplia
documentación sobre el caso que ha permitido su estudio hasta nuestros días. Yo
he consultado, además de la pieza del académico ourensano, el artículo “El caso
de Blanco Romasanta, el hombre-lobo gallego desde la perspectiva
psiquiátrico-forense actual” de Ángela Torres Iglesias y Xosé Ramón Mariño
Ferro (disponible en internet). También me ha servido la novela Romasanta,
memorias inciertas del hombre lobo de Alfredo Conde.
La lectura de las
biografías de Blanco Romasanta nos muestra una Galicia muy distinta a la
actual, la de la primera mitad del siglo XIX. Malas
comunicaciones, la incipiente inmigración que ha marcado su historia posterior,
madres solteras, venta ambulante, cuadrillas de temporeros que se desplazaban a
la siega en Castilla y, sobre todo, la presencia e influencia de las creencias,
supersticiones y leyendas transmitidas por la tradición oral.
Nació en 1810 en
Rigueiro, Santa Baia de Esgos, Ourense. Tras haber enviudado muy joven, inició
una vida independiente en la que fue sirviente y comenzó a dedicarse a la venta
ambulante. En sus andanzas llegó a la provincia de León, donde fue condenado en
rebeldía por el homicidio de un alguacil que se disponía a embargar sus
pertenencias. De vuelta a la provincia de Ourense, si bien en una comarca
distinta a aquella de la que era
oriundo, continúa con su actividad como buhonero que le lleva a realizar
numerosos viajes a Portugal. Traba conocimiento con una mujer, Manuela García
Blanco que, deseosa de mejorar su posición económica, en 1845 accede a
acompañarle a una tierra lejana (así era considerada por entonces Santander), con la promesa de ser colocada como sirvienta en la casa de un clérigo. Para
afrontar los gastos vendió sus bienes. Después del viaje, Blanco Romasanta
vuelve a la aldea con noticias
prometedoras. Llega a presentar cartas de la viajera, lo que hace surgir en
otros familiares la idea de seguir el mismo camino. De esta forma, varias
hermanas, unas solas y otras acompañadas de sus hijos, y en algunas ocasiones
dejando a los menores a cargo de Blanco
Romasanta, acceden a acompañarlo, sin que con posterioridad vuelva a saberse de
unas y otros. Entre tanto, se observa que nuestro protagonista vende en otras zonas ciertas prendas de ropa
que les pertenecían y, en algún caso, se apropia de sus bienes porque, antes de
iniciar el periplo, había convencido a su acompañante para que le vendiese sus
bienes con la promesa de pagar el precio al llegar a su destino.
Los vecinos empiezan a
sospechar de él; se dice que había matado a los viajeros para sacarles la grasa
corporal que después vendía en Portugal (se utilizaba, según cuentan, para
elaborar carísimos productos cosméticos). Se le acusa de ser un “sacamantecas”
o, como se decía en Galicia, “o home do unto”. Nuevamente decide poner tierra
de por medio; vuelve a Castilla pero esta vez a una provincia más lejana, a
Toledo. Allí, en el municipio de
Nombela, es reconocido por tres vecinos de Laza, integrantes de una de las
muchas cuadrillas de gallegos que se desplazaban a la siega (los que
inspiraron el poema de Rosalía de Castro que comienza “Castellanos de Castilla,
tratade ben ós; cando van, van como rosas; cando vén, vén como negros”).
Allí es detenido pese a llevar documentación falsa. Ya en Galicia, confiesa no solamente los crímenes que se desprende lo relatado hasta ahora sino también otros que tienen en común la circunstancia de que las víctimas se habían aventurado en parajes desolados, los mismos que Blanco frecuentaba por causa de su actividad de vendedor ambulante. Llega incluso a acompañar a la Comisión Judicial a los lugares en los que dice que había abandonado a sus víctimas; se encuentran restos óseos que, por el largo tiempo transcurrido y por el escaso desarrollo de las ciencias forenses, no pueden atribuirse indudablemente a alguna de las personas desaparecidas, aunque sí se confirma que pertenecen al cadáver de una mujer.
Durante la instrucción de
la causa ya comienza a manifestar que todas las acciones que se le imputan las
cometió en un estado ferocidad que
atribuye a una maldición de sus padres o de su suegra. Cuenta que comenzaba por
revolcarse en la tierra y que, en ese estado, atacaba a sus víctimas, acompañado
en ocasiones por otras dos personas aquejadas del mismo mal. Se trataba de dos
oriundos de la Comunidad Valenciana, uno de ellos llamado Genaro. Tras cometer
sus horrendos crímenes y al volver a su estado normal, se mostraban muy
compungidos, sobre todo el nombrado en último lugar. Afirmó que, tras padecer
durante trece años, se había curado repentinamente el día de San Pedro de 1852.
Una anécdota que da cuenta de la convicción con la que mantenía su licantropía, se desarrolla en el Juzgado, cuando se dirige a un escribano diciéndole: “Ay,
si me volviera lobo”; entonces el Juez empuñó una pistola y le contestó: “Pues
anda, atrévete a volverte lobo”, bravata que fue respondida como sigue: “Ay
señor, si me volviese lobo no habría bala que me matase”.
Contamos con una
descripción física de Blanco Romasanta en el informe forense. “Es un hombre de
43 años, de cinco pies menos pulgada de
talla, tez moreno claro, ojos castaño claro, pelo y barba negro, semi
calva la parte superior de la cabeza;
fisonomía nada repugnante y sin rasgo
característico; mirada ya dulce, ya tímida, y feroz y altiva y forzadamente
serena…”. Tras su lectura destaco una de
las frases: “se advierte en él penetración, tacto y talento naturales y
superiores a su condición”. Precisamente, no se aleja de tal consideración la
imagen que ofrece Alfredo Conde en su novela, es decir, como alguien dotado de
una inteligencia superior a la media que ideó
una versión que enlazaba con la conciencia popular y que le serviría
tanto para intentar no ser declarado culpable de los crímenes que había
cometido como para apartar el foco de la
finalidad más terrible que la
opinión publica les atribuía.
Pese a todo, es condenado
en 1853 por el Juzgado de Allariz a la pena de muerte por la comisión de nueve
homicidios. Por virtud de los recursos interpuestos, le fue rebajada a cadena
perpetua en un primer momento para, finalmente, volver a agravarse. Por la Real Orden de 13 de mayo de 1854 le fue
conmutada por la de prisión a perpetuidad. Durante muchos años se ignoró su
paradero posterior aunque ahora, merced a estudios realizados con ocasión de un
congreso que le fue dedicado en Allariz, se sabe que falleció en el penal de
Ceuta en 1863.
Es descrito como una
persona devota, dotado para las labores manuales, incluidas las que
ordinariamente se reservaban a las mujeres, como hilar o tejer. Se cuenta que, cuando estaba ingresado en la prisión de A Coruña, vestía una muradana o mantelo, que es una prenda femenina, y
entretenía su tiempo hilando; también que se asomaba a la reja de su celda con
la cara cubierta y que solamente la descubría a cambio de dinero.
El lector habrá observado que, desde el principio, se ha omitido el nombre de pila del personaje principal de esta historia. Ello es debido a que, como recogen Torres y Mariño en su estudio, en la inscripción de bautismo aparece como Manuela y no como Manuel, según es conocido más adelante. Puede ser debido a un simple error, pero la descripción de su carácter y actitudes que ha llegado hasta nosotros permite sostener la hipótesis de que se trate de un caso de hermafroditismo. Tanto Vicente Risco como los autores citados recurren a la patología psiquiátrica para explicar su caso; Alfredo Conde. en su muy documentada novela, lo presenta como un manipulador. En mi opinión, la excusa que plantea Blanco Romasanta no se sostiene porque si la causa de sus crímenes fuese un extraño mal que repentinamente le atacaba, dejándolo con remordimientos, no se explicaría por qué vendía ropa y otros enseres de las víctimas (lo cual suponía que las recogía en pleno furor animal o que volvía después, cuando había recuperado la cordura), que se apropiase de los bienes de alguna de ellas con el engaño de aplazar el pago del precio hasta la vuelta del que iba a ser su último viaje; o, finalmente, la falsificación de cartas para tranquilizar a los familiares y, al mismo tiempo, convencerles para que emprendiesen un viaje en su compañía.
El lector habrá observado que, desde el principio, se ha omitido el nombre de pila del personaje principal de esta historia. Ello es debido a que, como recogen Torres y Mariño en su estudio, en la inscripción de bautismo aparece como Manuela y no como Manuel, según es conocido más adelante. Puede ser debido a un simple error, pero la descripción de su carácter y actitudes que ha llegado hasta nosotros permite sostener la hipótesis de que se trate de un caso de hermafroditismo. Tanto Vicente Risco como los autores citados recurren a la patología psiquiátrica para explicar su caso; Alfredo Conde. en su muy documentada novela, lo presenta como un manipulador. En mi opinión, la excusa que plantea Blanco Romasanta no se sostiene porque si la causa de sus crímenes fuese un extraño mal que repentinamente le atacaba, dejándolo con remordimientos, no se explicaría por qué vendía ropa y otros enseres de las víctimas (lo cual suponía que las recogía en pleno furor animal o que volvía después, cuando había recuperado la cordura), que se apropiase de los bienes de alguna de ellas con el engaño de aplazar el pago del precio hasta la vuelta del que iba a ser su último viaje; o, finalmente, la falsificación de cartas para tranquilizar a los familiares y, al mismo tiempo, convencerles para que emprendiesen un viaje en su compañía.
Sin embargo, la
explicación ofrecida por Blanco fe muy bien recibida por la opinión pública,
prueba de lo cual es que, varias décadas después, el suyo era considerado como un
caso de licantropía digno de estudio. Durante el proceso, el Doctor Philips
(seudónimo bajo el que se escondía Joseph Pierre Durand de Gros) remitió
al Ministerio de Gracia y Justicia una carta en la que aseguraba que sus investigaciones le permitían curar al
acusado mediante técnicas de electrobiología. Por entonces se encontraba en
Argel y, para acreditar sus experimentos, acompañaba el ejemplar de un diario
publicado en la ciudad norteafricana en que los explicaba.
diariodeunmedicodeguardia.blogspot.com.es |
Al parecer, suscitó el interés de la reina Isabel II pero no así el del Tribunal al que se hizo llegar porque, con informe del Ministerio Fiscal y porque se partía de considerar que el interesado era responsable penalmente, no llegó a surtir ningún efecto. En mi opinión, en los cambios de pena impuesta,- comenzó siendo de muerte, se rebajó a cadena perpetua y volvió a ser la capital hasta que fue objeto de indulto-, influyeron otras circunstancias como que los cuerpos de la víctimas no fuesen encontrados y que la principal prueba de cargo contra el acusado fuese su propia confesión, sin otros elementos objetivos que la corroborasen en la mayoría de los casos. La Ley de Enjuiciamiento Criminal de 1881, actualmente vigente en España, dispone en su artículo 406 que la confesión del procesado no dispensará al Juez de instrucción de practicar todas las diligencias necesarias a fin de adquirir el convencimiento de la verdad de la confesión y de la existencia del delito.
6. EPÍLOGO.
En esta entrada faltan
muchas referencias. No se comenta la famosa frase forjada por Plauto y
popularizada por Hobbes “homo homini lupus”, ni se menciona a Boris Vian y a su lobo-hombre, ni a ninguna de las
películas en las que el tema aparece (especialmente El bosque del lobo de
Pedro Olea, con la gran interpretación
de José Luis López Vázquez).
Hay dos obras literarias con el mismo título (El hombre lobo): la primera es una novela publicada en 1910 y cuyo autor es Hermann Löns y, la segunda, una pieza dramática debida a August Kitzberg que se estrenó en 1912, que recoge la tradición popular y la engarza en el clásico triángulo amoroso.
No se trataba de hacer una recopilación exhaustiva de las referencias culturales sino de exponer una interpretación más o menos personal de un fenómeno fascinante para mí, en virtud del cual historias similares se han venido transmitiendo oralmente a lo largo de más de dos mil años. Quizá se trata de dar respuesta a una inquietud perenne de la que no somos capaces de desprendernos pese al trepidante desarrollo humano. Vicente Risco nos pone en la pista cuando se pregunta,- no olvidemos que trata de aportar una respuestas psiquiátrica al fenómeno que estudia-, si el delirio zooantrópico no será una pervivencia atávica de estados de espíritu de los hombre primitivos y de los salvajes de hoy. Los profesores Torres Iglesias y Mariño Ferro apuntan que Blanco Romasanta sufría un trastorno antisocial de la personalidad que no excluía la responsabilidad penal pero que también era incompatible con una personalidad sana. La posibilidad de que los miedos ancestrales permanezcan ocultos en los más olvidados rincones de nuestras mentes, esperando la ocasión propicia para aparecer en forma de enfermedad mental, es tan sugestiva como inquietante. Espero haber podido ofrecer alguna respuesta.
No se trataba de hacer una recopilación exhaustiva de las referencias culturales sino de exponer una interpretación más o menos personal de un fenómeno fascinante para mí, en virtud del cual historias similares se han venido transmitiendo oralmente a lo largo de más de dos mil años. Quizá se trata de dar respuesta a una inquietud perenne de la que no somos capaces de desprendernos pese al trepidante desarrollo humano. Vicente Risco nos pone en la pista cuando se pregunta,- no olvidemos que trata de aportar una respuestas psiquiátrica al fenómeno que estudia-, si el delirio zooantrópico no será una pervivencia atávica de estados de espíritu de los hombre primitivos y de los salvajes de hoy. Los profesores Torres Iglesias y Mariño Ferro apuntan que Blanco Romasanta sufría un trastorno antisocial de la personalidad que no excluía la responsabilidad penal pero que también era incompatible con una personalidad sana. La posibilidad de que los miedos ancestrales permanezcan ocultos en los más olvidados rincones de nuestras mentes, esperando la ocasión propicia para aparecer en forma de enfermedad mental, es tan sugestiva como inquietante. Espero haber podido ofrecer alguna respuesta.
Una buena aproximación a un tema fascinante: el lado animal del animal humano, siempre latente y que es transformado por la cultura en estas manifestaciones que has raído aquí. El caso del lobisome gallego es muy ilustrativo, y como siempre, una buena forma de conocer aspectos culturales de esa gran tierra.
ResponderEliminarMi más sincera enhorabuena.
La lectura de esta entrada me ha dejado verdaderamente impresionada. Se acabó dejar de pensar en el hombre lobo solo como un monstruo de Hollywood. Creo que es poco conocido que tantos autores antiguos (historiadores, literatos...) se han ocupado del tema. Quizá lo más sorprendente del poco creible mito del hombre lobo es, precisamente, la cantidad de tradiciones a las que ha dado lugar, lo presente que se encuentra a lo largo de los siglos y en muy distintas culturas y su resistencia a desaparecer, algo que pone muy bien de relieve el autor de la entrada. Solo una creencia tan arraigada explicaría que el/la inteligente, turbio/a y criminal Romasanta pensara que esta podía ser su mejor defensa y que patraña semejante hallase eco hasta en expertos de la época.
ResponderEliminarMe parecen fascinantes las referencias a la zooantría, un tema muy presente en el folklore de todos los pueblos y al que tenemos que dedicarle alguna entrada específica. También son muy ilustrativas las conexiones que se trazan entre la licantropía y uno de los tabúes más fuertes en la especie humana, la prohibición del canibalismo.
Quiero felicitar muy calurosamente al autor por su recorrido tan detallado por la tradición de los hombres lobo y por su meticulosa disección del caso de Romasanta. Es un lujo una colaboración como esta en Tinieblas y una gran aportación al capítulo que José Losada viene dedicando a la cultura gallega. Y, además, hay en la entrada interesantísimos detalles de género que nos indican que la licantropía en absoluto es cosa de hombres.Para leer y releer.
Para todos los que, como yo, pasasteis vuestra juventud escuchando aquella magnífica canción de La Unión, una de las mejores de la Movida, Lobo hombre en París, os pongo el enlace a la historia de Boris Vian. Es que esto de los hombres lobo no tiene desperdicio:http://elespejogotico.blogspot.com.es/2014/01/el-lobo-hombre-boris-vian.html
ResponderEliminarMuy buena aportación de Encarna con Boris Vian y el Lobo hombre en París.
ResponderEliminarCiertamente, Jose Losada merece encabezar una página específica de etnografía gallega en el blog, con sus bien documentados y elaborados artículos. Yo aprendo mucho de esa tierra tan cercana y tan lejana a la vez, de la que no sabía nada, en comparación con lo que voy aprendiendo aquí.
KFK ha enviado por e-mail este comentario, que le agradecemos infinitamente:
ResponderEliminar"...Terminabas tu entrada con la frase: espero haber podido ofrecer alguna respuesta. Pues yo diría que muchas: la primera, la completa aclaración de lo que ha significado "el hombre-lobo" en las distintas culturas y épocas y después, por lo que a Galicia respecta, nuestro Romasanta. El hombre-lobo siempre ha sido "el quiero y no puedo", es decir: quiero ser bueno, pero las circunstancias sociales y algo en mi interior me llevan por el mal camino a mi parte salvaje. Y hablando de lobos, recuerdo el libro "el lobo estepario" de H. Hesse; el protagonista H. Haller también transitaba por arenas movedizas entre una crisis espiritual y una dejadez que se manifestaba en un físico "lobuno". Excelente trabajo, Pepe".
La princesa Mononoke es otro ejemplo de la tradición de las mujeres lobo, esta vez en Japón. Es muy interesante la historia de esta joven adoptada por la diosa loba Moro. Tenemos que profundizar en estos mitos japoneses de los espíritus de la naturaleza.
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