EL PATÍBULO EN LUGO. EL CRIMEN DE RUGANDO
JOSÉ LOSADA
El Imparcial, diario liberal fundado por D. Eduardo Gasset y Artime, publicaba en su edición correspondiente al lunes 31 de octubre de 1904 una noticia que, bajo el titular “BÁRBARO ATENTADO. Un hombre quemado vivo”, daba cuenta de un suceso ocurrido en el distrito de Quiroga (Lugo). Cuatro hombres enmascarados y armados con cuchillos, hachas y revólveres asaltaron la Herrería de Rugando venciendo fuerte resistencia y, ya en el interior, sometieron a su dueño, Vicente López, a cruentos martirios para que les dijese dónde tenía escondido el dinero, terminando por amontonar haces de paja y prenderles fuego para quemarle vivo. Una vez consumada su acción, obligaron al sobrino de la víctima a que les diera de comer y beber en abundancia mientras ellos hacían bromas sobre lo que había pasado. El infortunado señor López falleció días después como consecuencia de las graves quemaduras sufridas. La noticia termina haciéndose eco de la profunda impresión que el suceso causó en la comarca e informando que todo lo que los ladrones consiguieron llevarse fueron 250 pesetas.
Una semana después el
mismo diario comunica a sus lectores que
el capitán de la cuadrilla, Pedro Núñez Varela, vecino de Nanes (Orense) había
sido capturado por la Guardia Civil, lo mismo que José y Miguel González, vecinos
respectivamente de Seoane y Caurel, a los que se consideraba cómplices del
crimen.
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De otros periódicos de la
época, como El Áncora, diario católico de Pontevedra, o El Correo de Galicia
obtenemos detalles más concretos, como el que sitúa la herrería en las
cercanías del pueblo de Villamiel, que el citado Núñez Varela era vecino de
Mones, en la comarca de Valdeorras, que los cómplices lo eran de Seoane de
Caurel y que los tres detenidos, lo mismo que otras dos personas que lo habían
sido poco después de los hechos, habían ingresado en la cárcel de Quiroga. El
Regional, por su parte, indica que un tío del difunto, dueño de otra herrería
en Rudela, también perteneciente al partido de Quiroga, había sido sometido a
idéntico ataque por otra cuadrilla de malhechores. Y, por si la ruindad de los
autores no había quedado debidamente plasmada, añade que los de Rugando, antes
de abandonar el lugar, dijeron al sobrino del dueño: “Quiera Dios que usted disfrute
del dinero que veníamos a buscar”.
Más adelante, con ocasión
del juicio, se ofrecerán otros detalles de lo que ocurrió en el interior de la
herrería. El suceso puso en marcha la maquinaria policial, encarnada en aquel
tiempo y lugar por la Guardia Civil, que realizó amplias gestiones en las zonas
de Valdeorras y Piedrafita. Así, se procedió a la detención de Raimundo Raposo
Marcos, de 24 años, natural y vecino de
Trabazos (Piedrafita), al que se relacionaba con el crimen y se le ocupó un
machete de 75 centímetros. También se detuvo en Cangas de Onís a Jesús Conde Pereira,
natural de Barbantes (Orense), de 35
años y minero de oficio. Al detenido se
le ocuparon un cuchillo de grandes
dimensiones y útiles para cometer robos.
No crea el lector que quiero cansarle con el resultado de las pesquisas,
pues desde este momento le planteo dos preguntas: ¿cuántos de los detenidos
llegarán a ser juzgados, cuatro, tres, dos… uno? ¿Es posible que haya más
implicados, cuando desde el primer momento se indica que los autores fueron
cuatro o cinco?
Por cierto, el mismo diario que da la noticia
de la detención de Jesús Conde (La
Correspondencia Gallega del 13 de junio de 1905) nos ofrece otra que no me
resisto a comentar porque afecta a uno
de los personajes que desempeñarán un papel importante en esta historia y
porque, en estos tiempos de moneda única, dinero de plástico y compras por
internet, nos sirve para comprender la magnitud del robo. En efecto, por
entonces la historia de España estuvo a
punto de sufrir un vuelco (nunca mejor dicho) porque el Rey D. Alfonso, que
regresaba de Pamplona en automóvil con unos amigos, sufrió un desagradable
incidente al chocar con un burro que estaba en la carretera y de cuya presencia
no se percataron debido al horario nocturno en el que tuvo lugar.
Uno de los implicados falleció y su dueño fue
gratificado por el otro con 100 pesetas. Si siguen leyendo hasta el final,
sabrán cuál de los dos sobrevivió.
La repercusión en la
prensa del asunto no debe inducirnos a creer que los delitos violentos no
abundaban en la época. Sin ir más lejos, el diario El Imparcial, junto a la
noticia del suceso que comentamos,
informaba bajo el título “Cobarde asesinato” del fallecimiento de infortunado
Bernardo Rodríguez, asturiano de Villaviciosa
que sostenía relaciones con Cándida Rubiera, joven huérfana de
intachable conducta, en las que terciaba
un tal Roque Castellano. Los dos hombres tuvieron una reyerta en una fiesta de San Juan. A los pocos días,
cuando Bernardo volvía de su trabajo en la fábrica de cerveza fue acometido por
cuatro hombres, y aunque intentó defenderse, murió acuchillado por la
espalda.
El fenómeno no era
exclusivo de España; por entonces, en Paris imperaban los Apaches, delincuentes
violentos que llegaron a marcar tendencia estética e inspirar bailes. En el nº
148 de la revista Historia National Geographic aparece un artículo titulado:
“Los apaches de París: bandidos de la periferia” por el que sabemos que el 14
de agosto de 1904 una batalla campal entre policías y apaches paralizó la
ciudad durante horas.
Lo que hacía especial el
suceso de Rugando era el empleo del fuego como instrumento de tortura. Aunque
la acción transcurre mucho antes, a
mediados del siglo XIX, encontramos un suceso de ficción bastante similar en la
novela “Morning Star” de Xosé Miranda.
En ese caso, lo asaltantes se sirven de
los instrumentos para la matanza del cerdo para torturar a un sacerdote con
ocasión del asalto a la casa rectoral. No olvidemos que los haces de paja
encendidos se empleaban para quemar el pelo del cerdo una vez muerto.
E. Pardo Bazán |
En el nº 1.194 de la
revista “La Ilustración Artística” Emilia Pardo Bazán se hizo eco de las
primeras noticias sobre el crimen de Rugando en un artículo titulado “La vida
contemporánea”. Lo relaciona con los “chauffeurs”, banda que actuó durante la
revolución francesa y que “iban de castillo en castillo y de alquería en
alquería, sorprendían a los dueños, les amarraban a la lumbre, y tostándoles
lentamente las carnes, les obligaban a confesar dónde ocultaban el dinero. Si
no lo ocultaban en ninguna parte, acababan de asarlos, y después de comer y
beber a su talante, saqueando la vivienda, se retiraban, dejando la casa
devastada y a su dueño entre las ansias de la cruel agonía”. Tras aportar los
mismos datos que aparecían en la prensa cuando ocurrieron los hechos, la señora
condesa se aventura por los caminos de la crítica sarcástica; y, así, tras
poner en duda que se llegase a juzgar a los autores (porque iban enmascarados,
“por las mil razones que suelen concurrir a que rara vez se les eche el guante
a los criminales” o si no se evaden de la cárceles), asegura que sus abogados,
“tomando por las hojas una vez más ese rábano de la antropología (que ya debe
estar deshojado, según lo manejan, soban y aporrean nuestros impresionistas)”
alegarán una serie de razones, a cada
cual más descabellada: que tenían las orejas en forma de plato, que sus padres
se embriagaban, que estaban locos porque se disfrazaban fuera del tiempo de
Carnaval, que actuaron impelidos por fuerza irresistible para conseguir un dinero que el “tostado”
tenía obligación de entregar. Para terminar, la insigne novelista vaticina:
“Sigamos apostando a que no solo hay
abogados que empleen tales recursos, sino que hacen impresión profunda en el
Jurado, el cual a lo sumo, y solo por enseñarles a los calentadores que no es
prudente jugar con fuego, les impondrá una penalidad leve, esperando
confiadamente que al cumplirla ya habrán renunciado al sport de tostar
personas, vicio feo del que hay que huir, oh Timoteo”. Pronto sabremos si la señora condesa acertó en
sus predicciones o si, por el contrario, sus sarcasmos resultaron absolutamente errados.
C. Lombroso |
Se aludía, sin
nombrarlos, a los seguidores de la Antropología Criminal cuyo más famoso
exponente es Cesare Lombroso (1835-1909), autor de “El hombre delincuente”,
obra de gran difusión en la que expuso sus teorías sobre el criminal nato. Para
el autor italiano, en algunas personas se conservan rasgos atávicos del hombre
primitivo que lo determinan irremisiblemente hacia el delito. De sus estudios
sobre delincuentes vivos y cadáveres extrajo conclusiones acerca de ciertos
rasgos fisionómicos que, según él, eran característicos de delincuente: orejas
en forma de asa, foseta occipital mediana más pronunciada …
Rafael Salillas |
Tuvo sus seguidores
en España, de los que destaca Rafael Salillas, que en 1888 pronunció en el
Ateneo de Madrid una conferencia titulada “La Antropología en el Derecho
Penal”. Al amparo de la cátedra de Filosofía del Derecho dirigida por Giner de
los Ríos, creó el Laboratorio Criminología y organizó la “Revista de
Antropología Criminal y Ciencias Médico Legales” que se publicó entre 1888 y
1909. Son destacables sus estudios sobre la novela picaresca española del Siglo
de Oro, buscando en las obras, entre otros, de Mateo Alemán y Quevedo los
factores biológicos y sociales de la delincuencia. Falleció en 1923. Tuvo seguidores
en varias universidades. Dejo constancia de los títulos de dos obras de uno de
ellos, José Joaquín Arráez y Carrias: “La oreja en los delincuentes andaluces”
y “La piel y el sistema piloso en los delincuentes andaluces” (estos datos los
he tomado del artículo “La antropología criminal española de fin de siglo” de Andrés Galera, disponible
en internet).
Creo que el fenómeno de
la delincuencia violenta y la súbita e inesperada ruptura del orden social que
conlleva ha preocupado desde
la antigüedad al ser humano, que ha intentado buscarle explicaciones y, sobre todo, predecirlo y
prevenirlo. El reverso de las teorías de Lombroso es que, una vez identificado
el hombre delincuente, lo procedente para evitar males a la sociedad es confinarlo a perpetuidad en un lugar en el
que su peligro quede neutralizado o, ¿por qué no?, eliminarlo. Esa suerte de “cirugía social”, que extirpa el
problema y no soluciona, encierra grandes dosis de miedo e incompetencia para
resolverlo.
Antes de continuar con el
relato del crimen que da título a esta entrada, situaré el lugar de los hechos.
Se trataba de una instalación metalúrgica
situada en el municipio de Quiroga, provincia de Lugo. Ánxel Fole,
cuando describe la Tierra del Caurel en su libro “Á lus do candil” alude a la
abundancia de mineral de hierro en sus montes y a la existencia de varias
herrerías, entre las que incluye la de Rugando. En la actualidad existe una
casa de turismo rural en el mismo sitio que dispone de página en internet y en
la que el lector interesado puede encontrar fotografías que dan idea de la amplitud de la
casa y del agreste entorno en el que está situada e imaginarla hace más de cien
años, convertida en un apetitoso objetivo para los amigos de lo ajeno.
Las siguientes noticias
sobre el crimen de Rugando las encontré en la prensa gallega publicada en abril
de 1906, cuando empezó el juicio en la Audiencia Provincial de Lugo. La primera
sorpresa surge al leer el nombre de los acusados. Junto al ya conocido Pedro
Núñez Varela aparecen Dimas Fernández, Juan José Arrojo, Manuel Valcárcel Gómez
y Manuel Losada Rodríguez, alias “Salinas”. ¿Qué ha ocurrido con Raposo, Conde,
los González y las otras personas de cuya detención habían dado cuenta los
periódicos? Obviamente, habían quedado en libertad durante la instrucción ante
la ausencia de indicios incriminatorios contra ellos. Tengo la impresión de que
aprovechando el bárbaro suceso se intentó hacer una “limpieza” en las comarcas
de Quiroga y Valdeorras. Lo cierto es
que fueron cinco los acusados y si alguien cree que contra todos había pruebas
concluyentes, la lectura de los párrafos siguientes le deparará una enorme
sorpresa.
El caso fue juzgado con arreglo
a las disposiciones de la Ley del Jurado de 1870. Lo presidía D. Adolfo
Rodríguez, comerciante, y el tribunal, el magistrado Sr. Escolano. Ejercía la
acusación al fiscal Sr. Martínez y fueron abogados defensores los señores Policarpo Tella, Benigno Varela y Tapia. En el
último concurría la circunstancia añadida de ser el director del diario El
Norte de Galicia. Gracias a las crónicas de este periódico y de El Regional podemos reconstruir lo que ocurrió
en la sala de vistas. Así, sabemos que la víctima tenía “setenta y tantos años”
y que los autores, tras sorprenderlo en su dormitorio, lo llevaron por la
fuerza a la cocina, donde aplicaron sobre su cuerpo desnudo haces de
paja encendidos y, como quiera que no conseguían que les dijese dónde tenía
escondido el dinero (la cantidad de mil
reales les parecía poca cosa), dos componentes de la cuadrilla lo agarraron respectivamente por la cabeza y
por los pies, y lo pasaron varias veces por una hoguera que habían encendido en
la bodega. Sabemos también que Nicolás López, sobrino del anterior, hizo frente
a los asaltantes, que éstos llegaron a
dispararle, aunque solamente le causaron lesiones leves y que después de
lesionar a su tío le obligaron a servirles comida y bebida, mientras se
escuchaban los terribles gritos de dolor de aquél.
Además del interrogatorio
de los acusados, que negaron toda participación en los hechos, declararon testigos, entre otros, tres guardias civiles, el ya citado Nicolás
López, Francisco Pérez Vega y Nicanor Carballo. Llama la atención la
declaración de estos dos últimos porque
su relación con los hechos se limitaba a que ocho años antes habían comentado con Manuel Losada la
posibilidad de perpetrar un robo en la
misma herrería. El acusado dijo que Carballo fue el que se lo propuso y que él
se negó. Pérez aseguró en un principio
que “Salinas” fue el que se lo propuso, pero a instancias de su abogado
defensor, D. Benigno Varela, se leyó su declaración sumarial, en la que manifestó
que fue Carballo el que lo hizo. A los
ojos de un lector objetivo, esta circunstancia puede parecer irrelevante, pero
seguidamente veremos que no fue así.
El sobrino de la víctima
relató los hechos y dijo que, pese a ir enmascarados, por la voz, por el traje
y “por otros detalles” conoció a los procesados Pedro Núñez y “Salinas”. A preguntas de sus defensores aclaró que le
parecía que eran ellos los que habían entrado en la herrería.
Al inicio de la segunda
sesión del juicio el letrado señor Tella presentó escrito en el que solicitaba una información
suplementaria, lo cual fue denegado por el tribunal tras haber informado en
contra el fiscal y el letrado señor Tapia. A continuación declararon testigos
de la acusación y de la defensa que, según el cronista de El Regional, nada
nuevo dicen.
Tras una interrupción
para comer comienza la fase de informes, comenzando por fiscal, que retira la
acusación contra Valcárcel (respecto al que ningún indicio consta en las
reseñas del juicio), añadiendo que esto impedirá a la sala disfrutar del tono poético
de su defensor,-el señor Tapia, director de
El Norte de Galicia-, quien
ingenuamente agradeció desde las páginas
del diario el halago, sin
preguntarse cómo era posible que su defendido hubiese llegado en calidad de
acusado al acto del juicio. El representante del ministerio público no
ahorró detalles truculentos y calificó a los procesados de “representantes de la ferocidad humana”.
Advirtió a los componentes del jurado de que un fallo absolutorio iría en
contra de su honra y de su prestigio como buenos y honrados ciudadanos.
Sin embargo, reconoce que
el sumario estaba mal instruido y, respecto a Manuel Losada, que dudaba hasta
el juicio que hubiese entrado en la casa,- no tuvo reparo en afirmar que
incluso creía que el único testigo que lo inculpaba (Nicanor Carballo) podría haber tenido alguna
participación en los hechos-, pero que tras la declaración del sobrino de la
víctima estaba convencido de ello. El alegato respecto a Pedro Núñez se resumía
en dos circunstancias: que había dejado abandonada una corbata de su propiedad
que le arrebató el sobrino y que no había podido explicar dónde pasó la noche
del crimen. Por último, respecto a los otros dos acusados, Dimas y Arrojo,
solicitó su condena con fundamento en que sus nombres habían sido pronunciados
por el infortunado Vicente López mientras agonizaba.
El señor Tella, en
defensa de Pedro Núñez, Juan Arrojo y
Dimas Fernández, abrió el turno de los letrados. En su alegato puso en
evidencia los defectos de la instrucción: la única pieza de convicción del
sumario era un machete que no había sido ocupado a ninguno de los acusados,
sino a un individuo al que en un
principio la gente de Quiroga achacaba el crimen (¿el que portaba Raimundo
Raposo cuando fue detenido?); se concedió plena veracidad a una comunicación de
la Guardia Civil que daba cuenta de las palabras de una persona en estado de
inconsciencia, y pone en duda que el sobrino de la víctima fuese herido de
bala, tanto por la levedad de la lesión sufrida como porque la única encontrada lo fue debajo de la cama del
fallecido.
Sobre la acusación contra
Núñez destacó que el propietario de las minas en las que trabajaba lo
consideraba serio y honrado, y que lo
había enviado a buscar trabajadores a La Rúa durante los días en los que tuvo lugar el delito, volviendo con normalidad a su
trabajo. Se detuvo en la corbata encarnada
que uno de los malhechores dejó en la escena del crimen, destacando que era de uso corriente, que
varios testigos declararon que su defendido no usaba normalmente tal prenda y
que la que tenía en era de un color más vivo.
La corbata roja no pasa de moda |
En su turno, el letrado D.
Benigno Varela Pérez hizo hincapié en la fragilidad del reconocimiento que de
su defendido realizó el sobrino de la víctima (por la voz y el pelo), teniendo
en cuenta que fue detenido más de seis meses después de los hechos y la
dificultad de un reconocimiento pasado ese tiempo. También criticó duramente la
instrucción del sumario, y destacó que en su primera declaración su defendido
ofreció una coartada que no fue comprobada. Para terminar aventuró que si se
hubiese practicado esa prueba, a lo mejor los procesados no hubiesen llegado a
serlo y sí otros que, acaso, estaban mezclados entre el público “gozándose en
su impunidad y en la tortura del Salinas”.
Terminados los informes
de los letrados el presidente del Tribunal realizó un resumen de las pruebas
tras el que jurado se retiró a deliberar. Después de tres cuartos de hora
pronunció un veredicto de inocencia para Dimas y Arrojo, y de culpabilidad para Núñez y Losada. Éste
último causó una honda impresión entre el público porque consagraba la
impunidad de dos, al menos, de los autores. A la vista del veredicto, el fiscal
solicitó pena de muerte por garrote vil por un delito de robo con homicidio con
las circunstancias agravantes de nocturnidad, despoblado, disfraz y cuadrilla.
Cuenta el cronista que, al oír el fallo, Pedro Núñez sufrió un síncope tras
proclamar a gritos su inocencia (fueron necesarias las atenciones de un médico
presente en la sala para que recuperase la serenidad) y que Manuel Losada se
echó a llorar. Para añadir más patetismo a la escena, el traslado hasta la
prisión se realizó andando por la calle, donde se pudo ver al primero
tambaleándose como si fuese bebido y a los dos, derramando abundantes lágrimas.
"Arrestado" de Mentessi |
Dice el periodista de El
Regional: “La impresión que el veredicto causó en el público justo es confesar
que no pudo ser más desastrosa. Sin una prueba clara y precisa, pesa hoy sobre
dos hombres, acaso inocentes, una pena tan horrible como es la pena de muerte”.
Por su parte, El Norte de Galicia decía: “Ayer fue objeto de las conversaciones
la sentencia terrible recaída en este proceso. Decíase que los dos condenados
harían declaraciones sensacionales, pero es lo cierto que los desgraciados nada
han dicho. Están apenadísimos. Tiene Salinas seis e hijos y mujer que viven
casi en la miseria. Sigue protestando de su inocencia. El Pedro Núñez también es casado y pobre”.
"Lacrime" de Mentessi |
La sentencia fue recurrida por los abogados defensores,
cuya actuación profesional hasta el momento había sido ejemplar; y continuó
siéndolo, como podrá comprobarse con la lectura de los párrafos siguientes.
Llama la atención que uno de ellos, D. Benigno Varela, comparta nombre y primer
apellido con quien fue Magistrado del Tribunal Supremo y vocal del Consejo
General del Poder Judicial. Si no fuese una coincidencia y se tratase de dos
miembros de la misma saga de juristas, no dudaría en afirmar: “De tal palo, tal
astilla”.
La interposición del
recurso para que la causa fuese conocida
por el Tribunal Supremo hizo renacer nuevas esperanzas (el diario de Pontevedra
La Correspondencia Gallega publicaba en su número del 15 de septiembre de 1906
que se esperaba que el Alto Tribunal acordaría que se repitiese el juicio) que
fueron cortadas de raíz pocos días después, pues el mismo periódico anunciaba
la confirmación de la sentencia y, con ella, la pérdida de esperanza de los
procesados.
En efecto, el recurso de
casación fue resuelto en sentencia de 3 de septiembre de 1906, de la que fue
ponente el magistrado Juan de Aldana. Leyendo esta resolución conocemos que,
además de las 250 pesetas, o mil reales, a los que se hizo referencia desde las
primeras noticias, fueron condenados Núñez y Losada por el robo de una cantidad
de vino tasada en una peseta y veinticinco céntimos, y una botella de
aguardiente valorada en una peseta y sesenta céntimos (me asalta la duda de si
estas bebidas fueron las que consumieron los autores en la casa o si se las
llevaron en sus envases y no “puestas”). Y comprobamos el buen trabajo de los
defensores porque plantean atinadas cuestiones procesales y otras
que se refieren a la misma configuración del delito de robo con
homicidio. En primer lugar, se trae a colación la denegación de la petición de
una información suplementaria, una ampliación de la instrucción consecuencia de
la constancia de la participación de personas que no habían sido identificadas,
que fue denegada en el juicio y respecto
a la que el Tribunal Supremo afirma que se trata de una facultad del Tribunal
que ha de ejercitarse conforme a su prudente arbitrio, por lo que su denegación
no puede fundar el recurso de casación. El presidente del Tribunal impidió que
el defensor de Pedro Núñez mostrase una corbata al testigo Cesáreo González; se
confirma su criterio porque no se trataba de una pieza de convicción unida a la
causa y porque en ese momento la facultad de ampliar los medios de prueba es
discrecional. Tampoco se tiene en cuenta para tipificar el delito de robo con
homicidio que la muerte preceda o subsiga al robo porque, dada su especial
complejidad, no es posible tal distinción.
La defensa de Losada
adujo error en el veredicto porque se consideró probado que los autores fueron
más de tres pero se condenó solamente a dos personas. El Tribunal Supremo
sostiene que tal circunstancia no supone error manifiesto porque “el reconocimiento de la inocencia de
alguno de los que se hallen sujetos al procedimiento no afecta de modo
necesario al número de los que en realidad pudieran concurrir a la ejecución
del hecho perseguido”. Sin embargo, sí reconoce que debieron formularse
preguntas separadas para cada procesado respecto al apoderamiento de las
doscientas cincuenta pesetas, cosa que no se hizo, pese a lo cual considera que
“tal defecto carece de trascendencia”.
Por último, se descarta
la aplicación de la atenuante de falta de intención de producir un mal tan
grave y, apreciándose por el contrario, las agravantes de despoblado,
cuadrilla, uso de disfraz y nocturnidad, ello “obliga a imponer en su grado
máximo la pena señalada al mencionado delito”.
Aparentemente, ya
solamente quedaba el cumplimiento de la pena de muerte. La máxima pena estuvo vigente en España hasta
su abolición por la IIª república en
1932, aunque restaurada en 1934 para
delitos graves contra el orden público. Como es de suponer, los vencedores de
la Guerra Civil se apresuraron a aplicarla. Tomo una frase del preámbulo del
Decreto-Ley publicado en el Boletín Oficial del Estado del 7 de julio de 1938:
<<Por un sentimentalismo de notoria falsía y que no se compagina con la
seriedad de un Estado fuerte y justiciero, fue cercenada la “Escala general de
penas”, eliminándose de ella en el Código penal de la nefasta República, la de
muerte>>. La Constitución de 1978 volvió a derogarla, sin perjuicio de lo
que dispusiese el Código de Justicia Militar para tiempos de guerra. A los
pocos años también lo fue en ese ámbito.
Sin embargo, comenzó
entonces una intensa campaña a favor del indulto de los que ya entonces eran
conocidos por los Reos de Rugando, aunque ninguno de los dos fuese quirogués,
pues de Pedro Núñez sabemos ya que era vecino de la comarca de Valdeorras, y
aunque desconocemos la vecindad de
Manuel Losada, en la prensa se menciona que su domicilio distaba siete
leguas de la herrería (aproximadamente 38 kilómetros). Sea por su propia iniciativa (ignoro si eran analfabetos)
o porque así se lo indicasen sus letrados, lo cierto es que remitieron una
carta al director de El Regional en la
que “sabedores del grande interés que la prensa lucense tomó en alcanzar el
perdón de la pena referida para estos dos desgraciados le suplicamos, señor
Director, por caridad ponga los medios posibles en favor de estos dos que no
dejan un momento de gemir al ver que se
acerca la hora en que tienen que pagar un crimen que no cometieron, como la Divina Providencia
lo sabe”.
Aureliano J. Pereira |
El Regional fue dirigido
por Aureliano Pereira, periodista de amplio recorrido profesional, relacionado
con el regionalismo y el federalismo republicano que, precisamente, falleció el
31 de octubre de 1906.
La respuesta del diario no se hizo esperar, entre los días 18 y 26 de
octubre de 1906 publicaron una serie de cinco artículos cuyo título me he
permitido recuperar para esta entrada: “El patíbulo en Lugo. El crimen de
Rugando”. Comienza recordando que desde hace cuatro años no se ejecutaba la
pena capital en Lugo y continúa poniendo de manifiesto circunstancias que ya
han sido objeto de comentario: la desastrosa instrucción del sumario, durante
la que se acumularon presos que posteriormente quedaron en libertad, en lo que
más parecía un intento de limpiar la comarca de los maleantes que venían
actuando en ella; y la escasez de pruebas contra los reos, con especial
referencia a la corbata cuya propiedad
se atribuyó a Pedro Núñez y en la
delación que realizó uno de los detenidos sobre la intención de Manuel Losada
de robar en la herrería unos años antes.
Califica de irreflexiva
la decisión del jurado y a éste de
impresionable, y señala la ausencia de
motivación de su veredicto, pese a que el resultado fue de siete a cinco,
llegando a hablar sin reparos de un error judicial que debe ser reparado.
Aporta el autor datos que hasta el momento desconocíamos, como que la esposa de
Núñez declaró que la noche de los hechos su marido llegó cansado a casa y se
echó a dormir, cosa que comunicó ella misma al patrón que lo había mandado a
buscar jornaleros y que, dada la distancia entre Rugando y el domicilio de Losada era prácticamente imposible que hubiese
podido ir y volver en una misma noche. De este último pone de relieve que
permaneciese siete meses sin alterar su conducta, cuando otros implicados que
habían sido detenidos con anterioridad habían huido al extranjero tras ser
puestos en libertad, hasta que fue detenido precisamente por la declaración de
uno de ellos. Se detiene especialmente en Raposo, al que la Guardia Civil puso
a disposición del juez de Quiroga como uno de los cinco que cometieron los hechos
y miembro de una cuadrilla que vagaba
por los montes de Quiroga y Caurel, en
paradero desconocido desde su puesta en libertad, acaso en virtud de una
coartada hábilmente preparada.
Pero no se detiene ahí el
autor de los artículos, pues pone en duda la herida sufrida por el sobrino de
la víctima, ciertamente leve pese a ser alcanzado en una zona vital por un
disparo cuya bala apareció debajo de una cama; y no solamente eso, sino el
comportamiento de los criados de la casa, un total de cinco, que no hicieron
frente a los asaltantes y se dejaron maniatar con ataduras de las que pudieron fácilmente zafarse cuando ya los ladrones se habían
marchado, tras lo cual, al parecer, no hicieron ninguna averiguación para saber
por dónde habían huido. Y trae a colación
que, según el sumario, uno de ellos, llamado Domingo López había sido visto la
noche anterior al crimen en una pradera próxima a la casa hablando con unos
desconocidos.
En fin, una y otra
vez, incide en la contradicción que
supone que sean condenados dos por algo cometido por cinco, máxime, cuando las pruebas obtenidas contra ellos eran tan
endebles.
Esta campaña alcanzó gran
eco en los periódicos, especialmente, en El Norte de Galicia, pero también en
otros como La Voz de Galicia, La Voz de Mondoñedo, La Idea Moderna y los madrileños El Imparcial, El País, El
Liberal, El Diario Universal y El heraldo. He de confesar que mi interés por el
asunto se inició con la lectura en el libro “O primeiro Antón Villar
Ponte” de Emilio Xosé Insua López y Carlos
Nuevo Cal, de la reseña de un artículo publicado en El Vivariense el 30 de
octubre de 1906 en apoyo de la campaña iniciada por El Regional. El que había
de ser parte fundamental de la iniciación y desarrollo de las “Irmandades da
Fala” calificaba a la pena de muerte como absurda, horrible, cruel e inhumana y
criticaba que quienes profesaban “el
amplio credo de la crucifixión” la amparasen de algún modo, por lo que se
pronunciaba abiertamente por su abolición.
Antón Villar Ponte |
Mientras esto sucedía, los
letrados señores Tella y Varela, llevaron a cabo gestiones de las que dio cuenta la prensa de la época.
Además de dirigir una instancia del Ministro de Gracia y Justicia pidiendo el
indulto (a este respecto se menciona también al abogado de Madrid señor Álvarez
de Mon), La Correspondencia Gallega del 27 de octubre de 1906 publica sus visitas a los señores Obispo, Alcalde,
Vicepresidente de la Comisión Provincial y presidente de la Cámara de Comercio.
Éste último, el señor Tato, se dirigió al Ministro en los siguientes términos:
“La opinión pública, señor, cree fundadamente existir error judicial, y ante
esto, clama la vindicta pública conmiseración para esos desgraciados”. Tras
pedir al Consejo de Ministros que se revisase el caso o, al menos, se mitigase
la pena, añade: “A VE recurrimos hoy en demanda
de caridad para el que sufre bajo la duda y de conmiseración para los
desgraciados que ven que el peso de la ley se cierne sobre sus atribuladas
conciencias”. Hay noticia del telegrama enviado por el Alcalde de Lugo por la contestación
al mismo que menciona La Correspondencia
Gallega del 10 de noviembre de 1906, y El Norte de Galicia del 26 de octubre de
1906 recoge gestiones similares del Vicepresidente de la Comisión Provincial.
La Correspondencia Gallega, en su número
del día 2 de noviembre, anunciaba que el ministro había ofrecido aconsejar al
Rey Alfonso el indulto de los reos del crimen de la herrería de Rugando.
Tal era la expectativa
sobre el indulto en la ciudad de Lugo que algún diario se adelantó a
anunciarlo, teniendo después que desmentirlo (El Norte de Galicia, 2 de
noviembre de 1906): “Desgraciadamente no se confirmó la noticia sobre el
indulto de los reos de Rugando que nos trasladó por telégrafo nuestro
corresponsal de Madrid”.
En la Gaceta de Madrid
del día 30 de marzo de 1907 se anuncia un concurso de ascenso en escuelas de
niños y párvulos por el que sabemos que
un maestro de primera enseñanza de
localidades como Torroella de Montgrí, Ulldecona, Palafrugell, Sitges, Tordera,
Arbucias y otras ganaba 1.100 pesetas
al año, dato que se aporta, lo mismo que el de la gratificación por la muerte del burro
mencionada antes, para situar la importancia del robo que nos ocupa. Pero no era ese concurso convocado por la
Universidad Literaria de Barcelona el que motivó que buscase el número del
periódico oficial, sino los Reales Decretos en los que el Rey Alfonso XIII (sí,
el mismo del accidente de tráfico) ejercía, de conformidad con la ley de 18 de
junio de 1870 y con ocasión “del Augusto
Misterio de la Redención del género humano”, la gracia de indulto en favor,
entre otros, de Pedro Núñez y Manuel Losada quien, curiosamente, compartía
apellido con el Ministro de Gracia y Justicia: Juan Armada Losada
(1861-1932), marqués de Figueroa que era
de familia gallega y ejerció varios cargos
en los gobiernos de Maura, destacando los de ministro de Fomento y el que
motiva su aparición en este relato. Se dedicó al periodismo y publicó varias
novelas que no puedo juzgar por falta de conocimiento de las mismas.
Juan Armada y Losada |
Resulta obvio decir que
la noticia fue bien recibida en la ciudad de Lugo y la satisfacción de El
Regional al hacerse eco de ella. Mas no olvidemos que no se había accedido a la
revisión del caso y que la pena de muerte se conmutaba por cadena perpetua. Por eso, la noticia
publicada en La Gaceta de Galicia del 12 de agosto de 1907 me deja un sabor
amargo: “Conducidos por la benemérita salieron de Lugo para Santander los dos
autores del crimen de Rugando, que habían sido condenados a muerte, Manuel Rodríguez Losada y Pedro Núñez Varela.
Sufrirán la pena de cadena perpetua en
el presidio de Santoña”.
A partir de ese
momento no he encontrado datos sobre los reos de Rugando, cuyas figuras, lo
mismo que los personajes de la estupenda novela de Antonio Muñoz Molina, se
pierden en la noche de los tiempos.
No quiero imaginar el porvenir que esperaba
a los seis hijos de Manuel Losada.
Una estupenda, completísima y muy documentada investigación sobre el crimen de Rugando. Me consta que el autor ha realizado un exhaustivo estudio de los archivos de la época, periodísticos y judiciales, para traer un poco de luz a toda esa madeja procesal de la causa, y contextualizar adecuadamente por qué la peor de las concepciones en derecho penal llevó a tan lamentable resultado. Da dolor de corazón que se condene a inocentes para que la sociedad duerma tranquila, a costa de no saber la verdad. La narración viene acompañada con episodios surrealistas como el del burro que acentúan aún más la sensación de absurdo total de aquella España. Excelentes las referencias a los apaches parisinos y a las sarcásticas opiniones de la Pardo Bazán acerca de que la antropología serviría, al final, para librar a los culpables del justo castigo. Ya hemos visto que no fue así. Ojalá hubiese servido para salvar a unos inocentes de los errores judiciales.Me ha gustado mucho también el relato de la campaña periodística. La verdad es que John Grisham podría hacer una muy buena novela con estos mimbres. Bueno, de hecho el autor del texto le da un toque de intriga muy adecuado para mantener en vilo al lector gracias al suspense. Gracias José por deleitarnos con joyas como esta.
ResponderEliminarMeu abó tiñame comentado esta historia.El decía que acordaran ir atracar a Rugando durante unha timba en A Rúa. Que un dos implicados era Manuel Valcarcel, poeta que casara con Dª Lidia Losada de S. Miguel de Outeiro (Vilamartín de Valdeorras) e que meu abó comentaba que se librara por se de "familia influinte". Tamén se decía que estaba no allo outro veciño de A Rúa que o único que sei era que seu apelido era Gonzélez porque seus descendentes levan o apelido.O que non me cadra e que se dice que era de Courel, ainda que podia ser natural de alá e residir en A Rúa. Dos dous condenados meu abó decía que un morrera en Santoña e outro morrera en Carballal (Petín) perto de Mones, pouco despois de sair, debido ao deterioro da saude no carcere. Encargado das minas de Vilarbacú foi o veciño de Vilela (A Rúa) o Sr. Louzarán.
ResponderEliminarManuel Sanchez Rodriguez
A Rúa
Grazas pola súa aportación. Polo que me di penso que foi Manuel Losada o que cumpriu a cadea perpetua. Cónstame que tiña seis fillos e non sei se ten noticia dalgún. Investiguei o alcume "Salinas", sobre todo, se correspondía ao nome dun lugar da zona, pero non obtiven ningún resultado.
ResponderEliminarSegundo a prensa Pedro Núñez era veciño de Mones, polo que imaxino que foi el o que faleceu fóra do cárcere.
Chamoume a atención que Manuel Valcarcel fose xulgado porque non se menciona ningún indicio de culpabilidade na prensa nin o Fiscal deu ningunha explicación para retirar a acusación.
É certo que pouco despois do roubo foron detidas dúas persoas apellidadas González e imaxino que chegaron a ingresar en prisión. Na prensa fíxose referencia a dous criados aos que se viu falando con estraños o día antes do roubo; ignoro se se trata dos mesmos ou había outras probas contra eles. O de ser orixinarios do Caurel pode ser un erro da prensa.
José Losada