MOUROS, MOURAS Y OTROS PERSONAJES DE LEYENDA

                                                                  
                                                                Por José Losada

D. Juan López Suárez nació el 5 de marzo de 1884 en la aldea Forcados, Parroquia de Villacaiz, Concello de O Saviñao, Provincia de Lugo. Hijo de labradores acomodados, estudió el Bachillerato en el Colegio de los Escolapios de Monforte de Lemos, donde sin duda escuchó el tañido de la campana utilizada para alejar las tormentas (ver la entrada de este blog “De rayos y laureles” http://anthropotopia.blogspot.com.es/2014/10/de-rayos-y-laureles.html ). Estudió la carrera de Medicina en Santiago y Madrid, doctorándose en 1913.
Tras algunos empleos ocasionales (médico en las minas de Peñarroya, Provincia de Córdoba, y ayudante del patólogo Dr. Medinabeitia) viajó, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, a Alemania: Estrasburgo, Berlín, Munich, Francfort… En esta época se forjaron duraderas amistades con personas con las que su relación posterior fue muy estrecha, como Cruz Gallastegui y José Castillejo (con una de cuyas hermanas, Mariana, contraería matrimonio). A su vuelta optó sin éxito a la Cátedra de Patología General de la Universidad de Salamanca lo cual le produjo una profunda decepción, al comprobar “los vergonzosos medios que desgraciadamente siguen siendo lo más eficaz en tales casos”.
En 1916 viajó a Estados Unidos, nuevamente pensionado, para desarrollar su labor como investigador, en la que destacan sus estudios sobre la mucosa gástrica. De esta época data la fotografía adjunta, tomada en el Instituto Rockefeller de Nueva York. De nuevo en España, abrió consulta en Madrid y colaboró con la Universidad y la Administración en asuntos tan dispares como la higiene de los ferrocarriles y la mejora de las viviendas rurales.

La Guerra Civil lo sorprendió en Madrid y, a pesar de su ideología republicana, su situación llegó a ser incómoda. Por entonces se enfrentó a los asaltantes de la casa de D. Ramón Menéndez Pidal con la finalidad de salvar su biblioteca, cosa que consiguió; aunque, en honor a la verdad, hay que decir que aquéllos la confundieron con la de Menéndez Pelayo.
Terminada la contienda, repartió su tiempo entre Madrid y la tierra que le había visto nacer, concretamente en la finca de Lamaquebrada. La reseña detallada de sus actividades filantrópicas es tarea casi imposible. Baste recordar aquí que costeó de su peculio becas que permitieron a varios estudiantes de la comarca la ampliación de estudios en el extranjero; participó en la creación de la Misión Biológica de Galicia, que tanta importancia tuvo para la mejora de la agricultura, promovió la construcción y reparación de muchas carreteras e incluso, y con el fin de preservarla, impulsó la declaración de la muralla de Lugo como Monumento Nacional. Nunca regateó esfuerzos ni dudó en realizar donaciones o sufragar las iniciativas que alumbraba. Pronto tendremos noticia de sus inquietudes culturales.
Falleció en 1970. Su testamento, lo mismo que su vida, es un ejemplo de generosidad y preocupación por el bien común.
Hasta aquí los datos biográficos extraídos del libro “Juan López Suárez ou Xan de Forcados. Home de ciencia e impulsor das melloras culturais en Galicia” de Xosé Ramón Fandiño. Xan de Forcados, así era conocido por todos, ha dejado un imborrable recuerdo entre los habitantes del Valle de Lemos. Desde niño he oído hablar de él, siempre en términos elogiosos: su gusto por conversar con sus paisanos, su vestimenta con “zocas” y polainas en las temporadas que pasaba en Lamaquebrada, que siempre llevase azúcar consigo, sus amplios conocimientos médicos, de los que dejó amplias pruebas en la comarca... Como ejemplo de sus firmes convicciones, narraré una anécdota con permiso de Dª Gelines Lorenzana, testigo presencial. En cierta ocasión un grupo de personas comentaba que determinado maestro había obtenido su plaza pagando una cantidad de dinero. D. Juan no dudó en calificar el hecho como un pecado de simonía y, al indicarle alguno de los presentes que la simonía consistía en la compra y venta de objetos sagrados, le contestó: “¿Considera usted que hay algo más sagrado que la educación?”

En una carta que remitió al General Franco, “con el mayor respeto y con la mayor convicción de que debo hacerlo”, no duda en exponer: “Toda la labor de nuestro Ministerio de Educación en estos 25 años ha sido un continuo tejer y destejer, por falta de dominio del problema, y desorientación sobre lo que debe hacerse por parte de gobernantes y gobernados”. No en vano, en su juventud había participado de los principios de la Institución Libre de Enseñanza y, por lo que se ve, su convicción de que la educación era la base de la prosperidad del país y el respeto por la labor de los maestros lo acompañaron durante toda su vida. Sobre esto último, ya D. Miguel de Cervantes puso en boca del buen Cipión, personaje de su novela “El coloquio de los perros”, las siguientes palabras: “Son espejos donde se mira la honestidad, la católica doctrina, la singular prudencia, y, finalmente, la humildad profunda, basa sobre quien se levanta todo el edificio de la buenaventuranza”.

En un artículo publicado en “El Correo Gallego” Antón Fraguas recuerda su estancia en casa de D. Juan con motivo de la investigación que realizó, bajo los auspicios de la Junta de Ampliación de Estudios, junto a Florentivo López Cuevillas y Pura Lorenzana sobre los monumentos prehistóricos de O Saviñao. Su tarea se plasmó en el artículo “As mámoas do Saviñao. A anta de Abuime e a necrópole do monte da Morá”, publicado en 1930 y dedicado al doctor López Suárez. Como era habitual en las investigaciones ligadas al Seminario de Estudos Galegos, terminaba con un apéndice folklórico. En este caso, se recoge la declaración de Camilo Parga que, bajo juramento papal, contó que “os mouros” habían estado por el lugar y que él mismo, con catorce años, había visto a dos, cuyos vestidos, relumbraban como el cristal. En su artículo Fraguas dice que Cuevillas puso cara de risa al escucharlo, pero que él sí se mantuvo serio y siguió preguntando al informante. Sea un ejemplo de ingenua hospitalidad y del deseo de agradar a los visitantes que habían venido a estudiar los monumentos de su Parroquia o, simplemente, una muestra de la conocida “retranca” gallega, lo cierto es que D. Camilo se hace eco de unos personajes fuertemente enraizados en la cultura popular, siempre relacionados con los monumentos megalíticos y los restos prehistóricos (véase en este mismo blog, la mención que se les dedica en la entrada “El pueblo y su prehistoria” http://anthropotopia.blogspot.com.es/2015/02/el-pueblo-y-su-prehistoria-por-jose.html). 

Retrato -robot del hombre que dijo haber visto un mouro
En el mismo apéndice se recoge la declaración de otra persona, identificada como “tía de Sixto Rodríguez”, según la cual de una de las “mámoas” salía en ocasiones una “moura” a peinar sus cabellos. La leyenda aparece en el artículo “Literatura oral no Concello do Saviñao” de Xosé Miranda y Antonio Reigosa, incluido en el volumen “Circular polo Saviñao II”. Los autores nos describen a las “mouras” como mujeres muy bonitas, blancas de piel y con cabellos largos y negros. No son cristianas. En ocasiones ofrecen parte de sus riquezas a alguna vecina a cambio de que las peinasen o despiojasen o, de forma menos idealizada, ofreciéndose a cebar un cerdo siempre que se les pasase parte de la carne. Otras veces, ponían a prueba la curiosidad de los paisanos y si miraban antes de tiempo lo que les entregaban, el oro prometido se convertía en carbón. De los “mouros” dicen las leyendas que construyeron lo que ahora son los restos prehistóricos, que gustan de dormir de día y salir de noche y que habitan suntuosas viviendas subterráneas (se cuenta que algún labrador oyó durante su faena: “no ares tan hondo, que me destejas la casa”). En modo alguno se trata de una tradición oral limitada al municipio citado; existen leyendas similares en toda Galicia recogidas en el libro “Lendas galegas de tradición oral” de X.M.González Reboredo.

Es muy conocida la leyenda según la cual una red de pasadizos subterráneos que unía un castro con una ciudad sumergida se sustentaba en dos trabes, una de oro y otra de alquitrán. Quien, movido por la codicia, se adentraba en los túneles e intentaba arrancar la primera descubría que el “mouro” guardián había preparado un resorte que hacía que se incendiase la de alquitrán y todo comenzase a arder. Por desgracia, en fechas no muy lejanas el chapapote volvió a ponerse de actualidad, y no como argumento de leyenda, sino de la triste realidad.

Galicia está llena de topónimos que recuerdan a estos personajes de leyenda: Vilar de mouros, A cova da moura, A pena da moura, Portomouro. Tengo pendiente una visita a un paraje llamado “O Val das mouras”, lugar en el que las rocas calizas han formado cuevas y paisajes caprichosos (https://www.youtube.com/watch?v=rNSp_y3_zak ).
A estas alturas, el lector atento habrá caído en la cuenta de que los moros y moras a las que viene haciendo referencia no pueden identificarse con los árabes porque ni su aspecto ni sus hábitos alimentarios ni su forma de vida coinciden con las de éstos. El estudioso de la cristianización del municipio lucense de Taboada Jaime Delgado Gómez lo expone de forma tajante: “Me resulta imposible creer que estos “mouros” y “mouras” de las leyendas sean tenidos por los mismos moros y moras de aquel mundo árabe”.

En el artículo titulado “Os mouros encantados” de Vicente Risco, publicado en la Revista Nós (nº 45, septiembre de 1927) se parte de la misma premisa, es decir, la falta de semejanza entre los personajes de las leyendas del ciclo gallego y los moros históricos, a diferencia de lo que ocurre con los que aparecen en la épica castellana, en la que son siempre enemigos seculares y ensañados. En cambio, los “mouros” se llevan bien con los labriegos y se describen en las leyendas como seres justicieros, superiores y que premian con generosidad los servicios que se les prestan. La única excepción que conozco se sitúa en el llamado “Pozo da moura” de Moaña (Pontevedra). Se cuenta que ahí vive una “moura” con cuerpo de sirena a la que un hombre robó su peine y que en castigo por ello mataba a todos los que se acercaban al lugar. 

La Ría de Vigo vista desde Moaña
Vicente Risco encuentra ciertos parecidos en la épica europea, especialmente en la carolingia y la que de ella derivó, relacionándola con la influencia del Camino de Santiago, si bien continúan siendo presentados como enemigos en la épica francesa. Así por ejemplo, en el capítulo IV de la “Crónica de Turpin”, incluida en el Codex Calixtinus, se cuenta cómo los sarracenos antes de su huida escondieron todos sus tesoros bajo tierra, lo que explicaría las riquezas de las que se dice que son guardianes los “mouros” galaicos.
Sobre el famoso códice dicen los hechos probados de la sentencias nº45/2015, de 17 de febrero, de la Sección 6ª de la Audiencia Provincial de A Coruña, que se trata de una obra del siglo XII con un destacadísimo valor y fundamental para conocer el fenómeno jacobeo y la dimensión del camino de peregrinación a Santiago de Compostela. Continúa narrando cómo José María Fernández Castiñeiras, que seguía acudiendo a diario a la Catedral pese a haber dejado de prestar sus servicios en ella, lo ocultó entre sus ropas y salió del recinto; después lo llevó en su coche hasta un garaje de su propiedad, donde dejó el libro en una caja, envuelto en papeles de periódico dentro una bolsa. Cuando lo recuperó la policía, más de un año después de haber sido sustraído, su estado de conservación era bueno y no había sufrido ningún desperfecto. Curioso episodio en el que destacan por igual la maldad del autor (que se apodera del códice sin intención de obtener provecho económico), la dejadez de los encargados de su custodia y las virtudes del papel de periódico para la conservación de manuscritos medievales (que tomen nota los responsables de los museos).

Volviendo al artículo de Vicente Risco, relaciona esta idea medieval de los tesoros escondidos bajo tierra en los castros, ruinas prehistóricas, peñas y fuentes con otro libro, el de San Cipriano, apócrifo que se dice basado en un pergamino encontrado en los cimientos de una fortaleza y que aparece citado en innumerables ocasiones, como herramienta indispensable para los modernos buscadores de tesoros. Considera el autor que los “mouros encantados” sustituyeron a otros personajes míticos mucho más antiguos que relaciona con otras tradiciones europeas (gnomos, elfos, kobolds y korrigans de Bretaña); y cita a Walter Scott, quien afirmó que eran los habitantes prehistóricos del país. En cualquier caso, discrepa de Manuel Murguía, que les atribuía un carácter en cierto modo demoníaco.

Concluye el autor diciendo que en los primeros años del cristianismo se debía de hablar mucho de los abuelos paganos o gentiles, atribuyéndoles la autoría de las “mámoas” y castros, y llegándose a perder la conciencia de continuidad racial. Pasados los siglos, con las invasiones de Almanzor y la llegada de influencias foráneas, los “mouros” terminaron por sustituir en la tradición popular a estos antepasados mitificados.
González Reboredo, en el libro ya reseñado, se opone a la aplicación de la “ley de transposiciones” de Resiers de la que Risco se sirve y prefiere considerar que en la Edad Media los campesinos no eran independientes, sino que estaban sujetos a otros segmentos sociales, de los que recibían protección militar, a los que habían de pagar tributos o, finalmente, formaban parte de una religión oficial que transcendía al poder decisorio de aquéllos. Esto daría lugar a una contraposición que necesariamente pasó a la tradición oral. De este modo, recordando que los “mouros” y “mouras” comen carne de cerdo, tienen la piel clara y, en ocasiones, el pelo rubio, lo que las asimilaría más a las hadas, concluye que vendrían a ser “el otro”, el extraño, el antiguo, una especie de tribu mágica con poderes. Así, y aunque las presente como contrapuestas a las conclusiones de Risco, no son tan incompatibles las suyas como cree.

Mámoa
Con gran ingenio literario Juan Rof Carballo es capaz de sublimar las teorías elaboradas sobre los “mouros”, calificándolos como uno de los elementos más importantes del subconsciente: la sombra, el elemento negativo, siempre necesario para la síntesis armoniosa de la personalidad. Esta cita servirá como punto de partida y engarce para el último tramo de esta entrada, el que enfoca el objeto de estudio desde el punto de vista literario. Estando enraizados tan profundamente en la cultura popular, no puede extrañarnos que los seres legendarios de los que hablamos hayan dado el salto de la tradición oral a la categoría de personajes literarios, pasando a poblar relatos, novelas y toda cuanta creación pueda surgir del ingenio de los literatos gallegos.

Aunque es verdad que por la descripción que hace de su aspecto y forma de vida, el protagonista de “Fortunato de Trasmundi” de Darío Xohán Cabana se asemeja más a los “korrigans” bretones, en esta novela de 1990 encontramos noticias de un pueblo que vive bajo tierra, oculto de la gente de “Fuera” y que tiene acceso al oro de los castros para atender a sus necesidades. Fortunato, capitán y presidente del equipo de Cuspedriños de Riba, harto de perder ante un equipo femenino en la final del Campeonato fútbol de las Siete Parroquias, se lanza a un arriesgado viaje por tierras de Galicia con el objeto de realizar fichajes de relumbrón con los que acabar con la hegemonia de sus rivales de Cuspedriños de Abaixo. El protagonista, tras vivir grandes aventuras, descubre al volver a su país subterráneo que el viaje se justificaba por sí mismo y que sus esfuerzos en materia futbolística no tendrán el premio que esperaba.


Otros ejemplos de elaboración literaria de las tradiciones lo encontramos en Álvaro Cunqueiro, cuyo discurso de ingreso en la Real Academia Gallega versó sobre los tesoros y, cómo no, sobre sus guardianes: “mouros”, hadas, gigantes, culebras…Pese a las apariencias, el autor asegura que no son sus dueños ni tan siquiera los creadores del encantamiento que protege a las riquezas, de modo que, roto éste y entregado el tesoro, quedan pobres y vagabundos y deben encontrar otra ocupación. La inmensa imaginación del escritor mindoniense nos describe al “mouro” de Pena Amiga como gordo, con un bigotito, muy colorado de mejillas, con una verruga en la punta misma de la nariz, los ojos pequeños y muy azules. Dado que el señor Marcelino de Pousadas había perdido su reloj y sin él le parecía que le faltaba el sentido de la vida, el “mouro” se ofrece a soñar dónde haya uno perdido y decírselo para que vaya a recogerlo. Así lo hacen, y cuando vuelven a encontrarse, contesta al Sr. Marcelino, que se queja de que el aparato no es muy puntual, que se trata del reloj de un abogado y que atrasa o adelanta según convenga para las pruebas de la Justicia. Añade para disculparse que es el único que se ha perdido en Galicia ese año y termina aconsejándole que se guíe por el sol, que lo de sacar el reloj para ver la hora no deja de ser una fantasía moderna.


Otro de los innumerables personajes surgidos de la pluma de D. Álvaro es Porteiro de Mouros, parroquia que sitúa en la comarca lucense de A Corda, en la que, como su nombre indica, no faltaban los personajes legendarios. Porteiro conoció a uno que tiraba desde lo alto una moneda de oro al suelo; silbaba, y la moneda volvía a su mano. Tras regalar al hombre varias monedas, reconoció que solamente le quedaba una y Porteiro discurrió que podrían ir juntos por las grandes fiestas y ferias del norte de Lugo, haciéndose pasar su acompañante por el mago Mustafá. Éste realizaría el efecto ante el público, previo pago de una peseta, ofreciendo la moneda de oro en premio al que la alcanzase en su vuelo. Después de andar por el San Lucas de Mondoñedo, dos o tres ferias en Villalba y una en Mosteiro, juntaron cuatro mil pesetas. El hombre preguntó al “mouro” acerca de qué iban a hacer con el dinero, pidiéndole éste solamente unos buenos zuecos y unos anteojos de vista cansada “porque no hay nada que acabe más con la vista que estar viendo volar oro”.
La afirmación del amigo de Porteiro sigue vigente en la actualidad. Que no nos engañe el aspecto de los modernos prestidigitadores del oro (siempre ajeno). Si los vemos sin gafas, además de sus caros atuendos y sus cuidados peinados, es porque se las ingenian para que el dinero no llegue a cansarles la vista: testaferros, sociedades interpuestas, paraísos fiscales. Sirva también la ilustración de homenaje a mi admirado Ibáñez, con el deseo de que siga deleitándonos durante muchos años con los frutos de su ingenio.

Termino. El lector habrá podido comprobar que, como el título indica, se ha tratado de “mouros” y “mouras” y también de otros seres más reales cuyo recuerdo perdura merced a sus buenos sentimientos, enfrentados a otros que, bajo apariencia inofensiva, destacan por todo lo contrario. Esforcémonos por distinguir entre unos y otros, entre el oro y el alquitrán, para dar a cada uno lo que se merece.

Comentarios

  1. Jose Ignacio González Lorenzo me ha hecho estas interesantes observaciones sobre el contenido del texto:

    Lo de los moros es muy común en España. Menéndez Pidal recomendaba, cuando se buscan monumentos megalíticos, preguntar directamente por la tumba del moro. Así lo hicimos un amigo y yo cuando eramos jovencitos. Nos fuimos a una pedanía de Azuaga que se llama La Cardenchosa. Preguntamos al primer vecino por la tumba del moro y, allí mismo, en una de las salidas del pueblo, nos puso delante de un dolmen bastante bien conservado. Lo gracioso es que al hablar de los moros, los campesinos unían en su fantasia los moros que hicieron el castillo de Azuaga con los moros de la guerra civil. Así que, al final, los moros medievales acaban rindiendo el castillo a cañonazos. Si a ello le sumas el dolmen-tumba-del-moro, el lío era fenomenal. Eso sí que era magia: viajaban por la historia miles de años atrás y adelante sin ningún obstáculo.

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  2. Gracias a los artículos de Jose Losada estoy entrando a conocer la riqueza del folklore gallego y estas historias tan sugerentes que trae al blog, y esta es deliciosa, con toda su cuidada documentación.
    Una línea de interpretación de todo este lío de "moros" podría ser que los musulmanes consideran a algunos seres humanos tan extraordinarios que a su muerte son tenidos por "santos" , y sus tumbas son honradas , cuidadas y se convierten en lugares de peregrinación, habiendo un gran número de ellas. Quizás las ofrendas engordaran el imaginario popular poblándolas de tesoros. Cito esta información que he leído en alguna fuente que no puedo citar, pero ahora mismo sí recuerdo cómo se cuenta en El Cuarteto de Alejandría, aunque no recuerdo el volumen exacto.

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  3. Karlos Ferreiro nos ha mandado este cariñoso comentario: Felicidades a Pepe por su entrada; como siempre gracias por ampliar mis conocimientos de esos seres mágicos que nos rodean a los gallegos; gracias por ser esa persona que nos los hace recordar con tanta familiaridad y al mismo tiempo con esa magia tan tierna.
    Graciñas, Karl.

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  4. Como dicen los de Torrevieja: qué chocante... Felicidades por la muy delectable entrada.

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