ROBERT H. BARLOW: UNA VIDA (SOBRENATURAL) ENTRE LA LITERATURA Y LA ANTROPOLOGÍA. PARTE I
Estructurada en dos entregas, la presente entrada nos permitirá conocer la singular figura de Robert H. Barlow, literato y antropólogo del siglo XX.
1. Introducción: Robert H. Barlow, un genio pluridisciplinario
A veces surgen personalidades inquietas, de
incontrolable energía, que son capaces de dejar su huella en dos o más ámbitos,
ya sea en la ciencia o en la cultura —para mayor complejidad, a veces no
relacionados entre sí—. Pienso, en primer lugar, en el polifacético Leonardo Da
Vinci, tan capaz de reestructurar el funcionamiento de la cocina del palacio de
Ludovico Sforza, como de pintar los más bellos retratos a las amantes de su
mecenas; también pienso en el excéntrico Howard Hugues, obsesionado a partes
iguales por el sueño cinematográfico, y por el de volar; y, por qué no, en
Steve Jobs, que no sólo nos vendió I-Tunes y I-Pads, sino que al ser co-fundador
de Pixar Animation también impulsó de manera decisiva la que es hoy la
expresión artística más memorable de la tecnología digital: el cine de
animación 3D.
Robert Hayward Barlow (Florida, 1918 – México DF,
1951) es una de esas figuras proteicas —aunque mucho más discreta—, que fue capaz de realizar aportaciones de
relieve tanto en el contexto literario como en el antropológico y académico. Su
singular figura permanece, no obstante, semioculta tras la de un gigante de la
ficción: Howard Philips Lovecraft (Providence, 1891 – 1938), con quien llegó a
escribir seis relatos de ficción “sobrenatural” (o “weird fiction”, como le
suelen etiquetar en inglés). Genio precoz donde los haya habido, Barlow fue
autor de más de 40 relatos de ficción, y fue asimismo autor de una vasta obra
poética, así como de ensayos, entre los que suele destacarse el elaborado para
las memorias póstumas de Lovecraft: “The Wind That Is in the Grass” (publicado
en el volumen colectivo Lovecraft
Remembered, 1944).
[01.
Retrato de Robert Barlow]
Sin embargo, su carrera como poeta y escritor de ficción se interrumpió bruscamente en torno a 1940. Se han manejado distintas hipótesis para explicar este cambio, desde la muerte prematura de Lovecraft en 1938, hasta los problemas familiares que siguieron a la separación de sus padres —y su consecuente desarraigo de su Florida natal—. Como fuera, después de una breve pero significativa estancia en San Francisco —donde realizó estudios de arte y un curso introductorio a la antropología—, Barlow se estableció en México para centrarse en estudios de arqueología mesoamericana, aprendiendo en pocos años lo que a otros les lleva toda una vida, hasta convertirse en autoridad, al devenir en 1948 director del departamento de Antropología del México City College. Su obra científica ocupa nada menos que siete volúmenes.
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Barlow desapareció trágicamente en 1951, contando sólo 32 años, a
consecuencia de una sobredosis de barbitúricos que se ha identificado como un
suicidio. A pesar de su carácter melancólico, nada parecía prever tal
inesperado final para una persona de semejante éxito académico, que incluso se
había comprometido personalmente en mejorar las condiciones de vida de los
pueblos indígenas. Adentrémonos, pues, en las luces y sombras de su multiforme
talento, su simbiosis temprana con Lovecraft, las particularidades de su
ficción escrita —y en especial de su joya literaria, La noche del océano (The Night Ocean, 1936), que
recientemente ha sido adaptado en forma de cortometraje animado—, así como sus
aportaciones al campo de la antropología.
[02. Cartel
de La nit de l’oceà, adaptación
animada de La noche el océano.]
2. Las tribulaciones del joven Barlow
Barlow tenía tan solo trece años la primera vez
que escribió a Lovecraft —evitando mencionar su corta edad—, y desde entonces
el solitario de Providence fungió como mentor de un joven prodigioso: Barlow no
solo escribía ficción desde muy temprana edad, sino que también era un solvente
dibujante, escultor en barro, músico pianista, bibliófilo y encuadernador,
marionetista, etc. Más adelante Lovecraft constató por escrito la admiración
que le había despertado su prometedor amigo, como puede leerse en su
autobiografía Lord of a Visible World.
Es de señalar que a Barlow no le acompañaban ni la salud ni la vista, y sin
embargo era un trabajador incansable que soñaba con establecer una colonia
literaria en Florida, proyecto al que se quiso sumar Lovecraft.
[03. H.P.
Lovecraft, Robert Barlow, su madre y su hermano Wayne en su casa de Florida, en 1936.]
Lovecraft, también con un estado de salud
precario, visitó tres veces la casa de los Barlow en Florida, pasando estancias
considerablemente largas entre 1934 y 1936 —la hospitalidad de los Barlow era
tan absorbente que habría podido inspirar a Buñuel el argumento de El ángel exterminador—. Durante este
tiempo, Barlow consiguió lo que otros habían intentado sin lograr el
consentimiento de Lovecraft: ayudarle pasando a máquina sus escritos
originales, con lo que Barlow contribuyó significativamente en la publicación
de los últimos trabajos del maestro. Pero de esta visita se desprendieron
también varios trabajos literarios comunes, concretamente seis relatos,
incluyendo títulos tan sugerentes como Cosmos
en colapso (Collapsing Cosmoses)
y Hasta en los mares (Till a’ the Seas), siendo el segundo una
perturbadora imagen de los efectos que un supuesto efecto invernadero causaría
en el planeta. Entre estos relatos, la obra más celebrada sería La noche del océano, considerada durante décadas el último relato de H. P. Lovecraft, y
que sin embargo se ha demostrado recientemente que pertenece casi en su
integridad a Barlow, realizando Lovecraft únicamente tareas de revisión: el
“afortunado floridense” (“Oh, Fortunate Floridian”, como lo llamaba su mentor
en su epistolario) contaba tan solo 18 años cuando escribió su obra maestra,
que contiene todos los rasgos característicos de su estilo literario, y que
veremos con detenimiento más adelante.
[04. La
casa familiar de los Barlow en Florida, tal como se conserva en la actualidad.
Fotografía de Vance Pollock.]
Por desgracia, Lovecraft falleció prematuramente,
en 1938, designando como su albacea literario a su pupilo Barlow. Sin embargo,
la decisión de Lovecraft, para quien Barlow había llegado a ser algo parecido a
un hijo, pareció incomprensible a sus amigos más antiguos, entre ellos August
Derleth, Donald Wandrei, y en especial Clark Ashton Smith, llegando a negar a
Barlow el acceso a los manuscritos de Lovecraft que él debía mecanografiar y
preservar. Su falta de reconocimiento como heredero dejó un sabor amargo en
Barlow, que había admirado especialmente la pintura y literatura del también
polifacético Clark Ashton Smith.
Barlow se preocupó asimismo de editar dos
revistas sobre literatura fantástica —The
Dragonfly y Leaves, entre 1935 y
1937—, y también depositó en la biblioteca John Hays los relatos que Lovecraft
había publicado en la revista Weird Tales.
[05. Los
dos volúmenes de la revista The Dragonfly.
Fotografiados por Vance Pollock en la casa natal de Barlow.]
En 1939 Barlow viaja a San Francisco, donde entra
en contacto con un grupo de poetas “activistas” liderados por Lawrence Hart.
Sin saber muy bien qué hacer con su vida, y exento de realizar el servicio
militar, comenzó a interesarse por la antropología: su psicóloga, la doctora
Barbara Mayer, le recomendó asistir a un curso sobre antropología mexicana en
el Instituto Politécnico local, donde se introdujo con pasión en la nueva
materia. Aprendió la difícil lengua náhuatl —la verdadera lengua mexicana—, y
en 1941 se graduó en Antropología en Berkeley, donde entró a trabajar como
investigador. En 1943 se trasladó definitivamente a México, su patria de
adopción.
Barlow nunca abandonó del todo sus inquietudes
literarias: durante este tiempo no dejó de escribir relatos —algunos tan
estimulantes como A Dim-Remembered Story,
que dedicó a Lovecraft—, poemas, y también trabajó fragmentariamente en sus
memorias. La lista de su obra póstuma es considerable, entre la que destacan
las compilaciones Accent on Barlow: a
comemmorative [sic] anthology (Lawrence Hart [ed.], 1962), Eyes of the God: The Weird Fiction and
Poetry of Robert Barlow (2002), editada por Hippocamus Press, y más
recientemente, el estudio literario que le dedicó Massimo Berruti en Dim-Remembered Stories. A Critical Study of
R. H. Barlow (2011).
[06.
Dibujo de H.P. Lovecraft representando a Chtulhu, con dedicatoria a Robert
Barlow, en 1937. Por desgracia, no se conserva ni uno solo de los dibujos o
modelados en barro efectuados por Barlow.]
3. Rasgos literarios de Robert H. Barlow
Los relatos de ficción de Barlow se aproximan al
poema en prosa, como también ocurre en la obra de juventud de Lovecraft y,
antes que él, su maestro Lord Dunsany. Pero en Barlow destaca un nuevo elemento,
que es una exquisita sensibilidad: en
La noche del océano brilla el amor
por el paisaje, sugiriendo la contemplación propia de un pintor.
[07. Melancolía, de Edvard Munch.]
Massimo Berruti ha dividido su obra de ficción en
tres categorías: la primera, “narrativas dunsanianas”, comprende muchos de sus
relatos tempranos, como Eyes of the God
(1933) y en particular el ciclo Annals of
the Jinns (1933-1935), donde todos los relatos cortos que lo componen están
interconectados por los personajes que habitan ese universo. La segunda
categoría, “cuentos de horror cósmico”, corresponde a la mayor parte de su
corpus de ficción: éste engloba títulos como The Experiment (1935), Origin
Undetermined (1938) y las mencionadas A
Dim-Remembered Story y La noche del
océano, y comprende la influencia más notable de Lovecraft en cuanto a la
construcción de una determinada atmósfera de terror. La tercera categoría, más
anecdótica, son las piezas cómicas y paródicas, como el relato co-escrito con
Lovecraft La batalla que dio fin al siglo
(The Battle that Ended the Century,
1934).
Asimismo, Berruti también reconoce siete temas
recurrentes en la ficción barlowiana, a saber: el dunsanianismo; la vaguedad;
el cosmicismo; el tiempo; la naturaleza; la ironía;
y la búsqueda furtiva y prohibida.
El dunsanianismo busca obtener un efecto
reminiscente al de la prosa de Lord Dunsany, ya sea emulando sus técnicas
narrativas —como esa construcción de un universo, aunque ficticio,
consistente—, así como en el empleo del lenguaje, que en este caso colorean la
prosa con un sabor poético. La utilización sistemática de un lenguaje solemne,
rítmico, rico en aliteraciones y cercano al lenguaje sajón, como en la inglesa
Biblia del Rey Jaime, coloca al lector en una perspectiva privilegiada: un
deseo de trascendencia que se percibe en toda la obra de Barlow, y que es
especialmente notable en el parlamento final de La noche del océano: “In the shrouded depths of time none shall
reign upon the earth, nor shall any motion be, save in the eternal waters. […] And
until that last millennium, as after it, the sea will thunder and toss
throughout the dismal night.” (“Nadie caminará por la superficie de la tierra
cuando transcurran los ciclos del Tiempo; sólo las aguas eternas continuarán
agitándose bajo la noche. […] Y en ese último ciclo, cuando todas las cosas
hayan desaparecido, el mar seguirá batiendo y agitándose bajo la negra noche”).
[08. Fotograma
del cortometraje La noche del océano,
realizado en acuarela.]
La vaguedad, o ambigüedad del punto de vista,
consiste en la construcción deliberada de un narrador poco fiable, cuya
percepción está, de alguna forma, trastornada, de manera que todo el relato puede ser descartado por
el lector. Mediante su narrador solitario y paranoico, La noche del océano proporciona el ejemplo más palpable de este
interés en la obra de Barlow.
El cosmicismo obedece a una visión que exilia al
ser humano del centro del universo: la visión de Barlow reduce el protagonismo
de lo humano y nos coloca en relación con potencias que están más allá de
nuestro control o incluso de nuestra comprensión. El fatídico final de Hasta en los mares, con el último ser
humano yaciendo en el fondo de un pozo, mientras el universo prosigue su
marcha, es un buen ejemplo de ello.
El tiempo, como el horror cósmico, plantea un
existencialismo desesperanzado: nada queda tras su paso. En A
Dim-Remembered Story, Barlow
dibuja así su idea del tiempo, donde destaca la fragilidad de lo humano, si
bien nuestra vida es la pequeña medida de todas las cosas eternas, que necesitan
de un observador: “Time, of all things, is most elusive; for no one can know
what it actually is. Perhaps
time is a creation of Man—and Man is a brief thing upon a fragile sphere. His
world is but a single blossom in the garden of the firmament. It might be that
if there were no life, Time would not exist.” (“El tiempo es, de todas las cosas, la más esquiva; porque nadie puede
saber lo que realmente es. Quizás el tiempo es una creación del hombre —y el
hombre es algo transitorio en una frágil esfera—. Su mundo no es sino una sola
flor en el jardín del firmamento. Puede ser que si no existiera la vida, el
tiempo no existiría”).
La naturaleza se presenta en la literatura barlowiana como una deidad, un
ente sacralizado que despierta sentimientos ambivalentes y contradictorios. El
mar, como diosa madre, es una fuente de vida y salud —especialmente bajo el
predominio del otro dios, el sol—; pero en la oscuridad de la noche se revela
un refugio de criaturas malditas, que esconde especies insospechadas y extravagantes
formas de vida. La naturaleza es, sin duda, un reflejo de lo positivo del ser
humano, de su lado más puro y sin mancillar; pero también se muestra ajena al
género humano, inaccesible a su raciocinio, como indica el narrador de La noche del océano: “I do not know why
the ocean holds such a fascination for me. But then, perhaps none of us can solve those
things—they exist in defiance of all explanation” (“Aún ahora, desconozco por
qué el océano me fascina tanto. Pero
tal vez nadie sea capaz de explicar los hechos; se oponen por naturaleza a
cualquier interpretación”).
[09. Fragmento del mural Náyades, por Ramón Casas, en el que se
inspira el cartel de La noche del océano.]
La ironía, o parodia cómica, se sitúa en el lado contrario de la actitud
cósmica de Barlow, y trata un interés compartido con Lovecraft en diversos
relatos y poemas.
Por último, la búsqueda, física o psicológica, caracteriza varios relatos
de Barlow, como el intento por recuperar un recuerdo en A Dim-Remembered Story. En sí, la búsqueda es un tema polivalente
que alcanza diversos significados, y que puede ser ejecutada por un buscador
activo o pasivo (contemplativo).
Mención aparte merece su producción poética, donde Barlow ofrece abundantes
asociaciones de ideas y construye conexiones formales y causales entre las
palabras. Su contacto con los poetas “activistas”, que practicaban la escritura
automática, le ayudó a incorporar nuevas evocaciones, resultado de una
introspección que revelaría en sus poemas, entre otras cosas, el reconocimiento
poético —que no público— de su
propia homosexualidad.
4. La noche del océano: una mirada en profundidad
A pesar de haberla escrito con tan sólo 18 años, La noche del océano es una obra de madurez que resume las
características más importantes de su estilo. De alguna forma, en este
misterioso relato está impreso el ADN literario de Barlow. En clave de
maravillosa parábola, La noche del océano
gira en torno a uno de los temores más ancestrales del género humano: el de
nuestra propia extinción. La historia está protagonizada por un pintor que pasa
sus días de vacaciones en una cabaña junto al mar. Tras unos primeros días
soleados e idílicos, la melancolía del cambiante paisaje le invita a percibir
una serie de fenómenos extraños que culminarán con un encuentro con lo
imposible.
[10. Portada
de una publicación americana de The Night
Ocean —como relato inédito de
H.P. Lovecraft.]
El pintor del relato es un hombre alejado del
mundo y fiel tan sólo a sus pensamientos, enredado en la maraña de su
imaginación —anticipando aquí Barlow el efecto de terror psicológico basado en
la incertidumbre, como el que también subyace en las obras cinematográficas
guionizadas por DeWitt Bodeen, entre ellas La
mujer pantera (Cat People,
Jacques Tournier, 1942) o Suspense (The Innocents, Jack Clayton, 1961)—. El otro protagonista de la historia es el
océano, que aquí posee las cualidades de lo humano: sus diversas texturas y
colores le sugieren al protagonista que el mar experimenta diversos estados de
ánimo, que tiene sueños y recuerdos, y que esconde secretos abominables.
Pero el mar es también un ser que el pintor
sacraliza como un ser divino, y por ello le despierta sentimientos
contradictorios: el mar representa a la gran diosa madre, porque toda vida se inicia en un medio acuático, incluso
nuestra gestación fetal; pero también es un entorno oscuro e inhóspito, que
esconde especies insospechadas y temibles formas de vida. En última instancia, el mar es una proyección
del cosmos, la puerta hacia un universo demasiado vasto para comprendernos, o
para ser comprendido por nosotros.
[11. Escultura de monstruo
lovecraftiano, por Jordi Schell.]
Por otro lado, puede reconocerse en el
protagonista cierto reflejo del propio Barlow: el pintor es un ser
contemplativo, con ánimo de ermitaño, y cuya sensibilidad de artista se
proyecta en su percepción del paisaje y en su imaginación inmoderada. También
es posible entender al personaje en cuanto a observador de lo desconocido, siendo posible anticipar en él al
futuro antropólogo analizando las culturas.
Como se ha indicado antes, La noche
del océano es una obra maestra de la vaguedad del punto de vista, la
ambigüedad del relato que conocemos únicamente a través de los recuerdos del
protagonista, que incluso duda de sí mismo. Como artista, el narrador admite
que es un ser muy imaginativo; pero también hay momentos donde emergen los
indicios de una constitución mental débil, e incluso cierto desdoblamiento de
personalidad. La experiencia de la soledad junto al mar transforma al narrador
hasta tal punto que, cuando recibe el telegrama donde le dan el visto bueno al
mural que ha estado realizando —trabajo que le llevó a la extenuación
nerviosa—, en vez de recibir la noticia con alegría, la percibe con desinterés,
como si la misiva estuviera dirigida a otra persona. El retiro del personaje le
ha proporcionado una conexión con algo mucho más grande, algo que no podemos
ver bajo el bullicio diario que nos consume. La soledad le ha permitido intuir
una dimensión más elevada, a la que solo él tiene acceso, como revela (casi
delirante) en algunos soliloquios: mientras él aguarda a que lo innombrable emerja del océano, la gente del pueblo y los escasos
turistas que aún quedan, permanecen ignorantes de la tragedia que se avecina.
En La noche del océano surge el ello temible y misterioso: Barlow dibuja en lo profundo del mar la
imagen serena de nuestra ineludible desaparición, un miedo que en
nuestros días se encarna en pandemias —como la actual amenaza del ébola— y
desastres naturales que cuestionan la estabilidad de nuestro progreso —como el
maremoto que dio lugar a la crisis de Fukushima, cuyos efectos se harán ver
durante generaciones en el mar y en la atmósfera—. De alguna manera, el miedo
que subyace al imaginario lovecraftiano, con el gran Chtulhu soñando bajo el
mar —al que no se nombra en el relato, pero se le adivina—, recobra
periódicamente una trágica vigencia.
[12_Shunga o estampa erótica realizada por Hokusai, siglo XIX.]
Como indica Vicente Quirarte en su sugerente
artículo Morir en Azcapotzalco, La noche del océano es un relato donde nada sucede, y todo pasa. El
misterio apenas se revela tímidamente, y es más lo que nos deja suponer que lo
que realmente vemos: el océano es un
espejismo que nos enseña que somos mucho más pequeños, y a la vez, mucho más
grandes de lo que nos sentimos dentro del orden material de las cosas.
Muy agradecida por esta documentada información acerca de un autor realmente interesante. La película me resultó hipnótica, y como ya te comenté, me recordó tantos lugares y sensaciones de la Torrevieja rescatados por tu mano maestra, que nada más me queda que desearte toda la suerte del mundo para que tenga el éxito que se merece.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Mª Ángeles!
EliminarMuy interesante artículo. Profundo (como el mar).
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