DOSCIENTOS HADZA. SUPERVIVENCIA Y EVOLUCIÓN
Los Hadza de Tanzania son
un grupo humano verdaderamente extraordinario. Son, probablemente, los
portadores del genoma mitocondrial más antiguo y hablan una de las primeras
lenguas de la especie humana, que actualmente carece de parentesco con ninguna
otra. La comunidad Hadza está integrada por 1000 individuos, de los cuales solo
una quinta parte ha mantenido casi intacto su tradicional estilo de vida nómada
como cazadores-recolectores. Por todo ello, atesoran una valiosa información
para trazar la línea que los une con nuestros ancestros en Africa Oriental, la
“Cuna de la Humanidad”.
Organización político-social y economía
Los Hadza ocupaban un territorio de 4000 km²
en la cuenca del lago Eyasi, al norte de Tanzania. Su estructura social es un
paradigma del igualitarismo. No se organizan en clanes o tribus sino en
campamentos, que alojan a la familia extensa y a sus amigos. Los hombres tienen
muy escasas posesiones: un arco, unas pocas flechas, un cuchillo y una pipa de
piedra. Fumar para ellos es una actividad social que les encanta. Se sientan en
círculo y se van pasando la pipa.
La caza es la actividad masculina por
excelencia. Cazan todo tipo de animales excepto serpientes. Utilizan el veneno
de la savia procedente de las rosas del desierto para hacerse con las presas
más grandes, como cebras o búfalos. Pero su manjar predilecto son los babuinos.
También recolectan miel subiéndose a los árboles y, gracias a ella, adquieren
el preciado tabaco o cannabis de sus vecinos los Datoga.
La aportación económica de
las mujeres es esencial: recogen frutos del baobab y se ocupan del forrajeo en
grupos, acarreando a sus bebés. Tras el destete, a los 2 o 3 años, los niños permanecen
en el campamento al cuidado no sólo de sus familiares sino del conjunto de la
comunidad. A partir de los cinco años, ellos mismos salen a cazar pequeños
animales y aves, y a recolectar bayas, frutas, frutos secos, colaborando
activamente en el mantenimiento de la colectividad. Y es que un rasgo muy
destacado de los Hadza es su comunismo primitivo: toda la comida que consiguen
individualmente se centraliza en el poblado y se distribuye a diario entre
todos, beneficiando indistintamente a quienes aportan su trabajo y a quienes
están impedidos para ello, como los más pequeños, los ancianos y los enfermos.
Los
Hadza son un buen ejemplo de la “sociedad de la opulencia” de la que hablara
Marshall Sahlins en Economía de la Edad
de Piedra (1974). Dedican a la caza entre cuatro a seis horas al día y el
resto del tiempo disfrutan de un placentero ocio. Duermen a cualquier hora del
día que les apetezca.
Otro signo de su
igualitarismo es que las mujeres tienen voz y voto en las reuniones del grupo,
y disfrutan de gran autonomía personal. Entre ellos no hay líderes ni
sacerdotes. Solo honran al varón más anciano dándole su nombre al campamento en
el que habita. Pero ahí acaban las jerarquías. Tampoco hay riqueza alguna de la
que hacer acopio. Viven solo preocupados por el día a día. No reconocen
derechos de propiedad sobre ningún territorio concreto y sus recursos
naturales. Por ese motivo, los Hadza se desplazan libremente en busca de medios
de subsistencia y disfrutan de una intensa movilidad entre los distintos
campamentos. Nadie es considerado una carga para sus vecinos.
Su organización social es
sencilla. Reconocen el parentesco consanguíneo bilateral, a través del padre y
la madre, pero también un parentesco ficticio. Los hijos pueden residir con sus
padres, lo mismo que con sus tíos o abuelos. Abandonan la cabaña común cuando
llegan a la pubertad, para irse a vivir con el grupo de jóvenes de su edad.
Llegada la edad adulta, tiene libertad para seguir residiendo en el campamento
de sus padres, aunque lo más frecuente es que el varón se traslade al campamento
de la familia de su esposa. Estos patrones tan laxos incluyen la posibilidad de
residencia neolocal, esto es, en cualquier campamento diferente, aunque no les
una con sus miembros ningún lazo familiar. No celebran ningún ritual especial
para la boda. Las parejas se forman por el hecho de dormir junto al mismo
fuego. Cambian de partener cada pocos años. Habitualmente son las mujeres las
que toman la decisión, cuando el esposo no es un buen cazador o las maltrata.
Cada dos o tres meses los Hazda empaquetan sus
escasas pertenencias y desplazan los asentamientos en busca de agua y comida,
siguiendo el curso fluctuante del clima en las dos estaciones diferenciadas. De
mayo a octubre, la estación seca, el tamaño de los campamentos es mayor. Puede
llegar a reunir hasta 100 miembros, aunque lo habitual es que no pasen de 30,
el número máximo que puede comer simultáneamente un animal de gran tamaño, dado
que no utilizan ningún sistema de conservación de la comida. Estos campamentos
se ubican cerca de los abrevaderos, a los que acude una fauna muy diversa. Durante ese semestre duermen al aire libre junto
al fuego, bajo una delgada manta. En cambio, durante la estación lluviosa, de
noviembre a abril, construyen en solo una hora pequeñas cabañas en forma de
cúpula, usando ramas entrelazadas y largas hierbas, que recuerdan un nido de
pájaro. En esa época se dispersan en
grupos más pequeños, porque entonces es más fácil conseguir alimento y no es
preciso aunar los esfuerzos comunitarios.
Cultura
y dimensión espiritual
Este pueblo habla el
Hadzane, una lengua que solo hablan ellos y que cuenta con una estructura fonética
peculiar. Son muy característicos los clicks percusivos con la lengua. Este
idioma carece de escritura y no se enseña en la escuela sino en el seno de la
familia. En las escuelas los niños aprenden el swahili y el inglés. El gobierno
de Tanzania ha intentado que los Hazda se incorporen al sistema educativo. Entre
los menores de 30 años, alrededor del 60% de la población ha asistido a la
escuela, aunque sea durante cortos períodos de tiempo. Algunos vuelven pronto a
la sabana, mientras otros permanecen en poblados durante los períodos lectivos.
Sin embargo, para este pueblo esa educación formal carece de valor. A pesar de
graduarse, no logran obtener ningún empleo, con la consiguiente frustración y,
lo que es peor, la pérdida de la oportunidad para adiestrarse en las técnicas
de caza y forrajeo y en el conocimiento de su propio idioma. Ellos piensan que
es mejor vivir en el bush, dueños de
su existencia, que pasar penas y hambre en las ciudades.
Los misioneros intentaron
convertir a los Hadza al cristianismo sin el menor éxito. Siguen teniendo una
religiosidad poco estructurada, con una cosmología que comprende el sol, la
luna, las estrellas y sus ancestros. Creen en un dios poderoso cuya ayuda es
esencial para la vida, el sol. También cuentan con relatos mitológicos acerca
de cómo poblaron la tierra sus antepasados, descendiendo desde un baobab, o
bien deslizándose por el cuello de una jirafa.
No conocen la brujería ni
existen entre ellos curanderos o sacerdotes. No obstante, temen los efectos de
la magia que otros pueblos pueden ejercer contra ellos, y mantienen fuertes
tabúes y rituales de gran importancia cultural en torno al procesamiento de la
carne de los animales.
La mortalidad infantil es
muy elevada entre los Hadza. Una quinta parte de los nacidos no llega a cumplir
el primer año, y la mitad no pasa de 15 años. El precio de su existencia libre
es un entorno difícil, con extremo calor, sequías frecuentes y enfermedades
como la malaria y la provocada por la temida mosca tse-tse.
Hace solo una generación,
se limitaban a dejar expuestos los cuerpos de los muertos para que los
devorasen las hienas, sin duda una manera de restaurar el ciclo de la vida. Desde hace unos años, en
cambio, cavan un agujero en el suelo y colocan allí el cadáver sin lápidas ni
ninguna ceremonia especial.
El epeme es su danza tradicional, que los hombres y las mujeres
interpretan en las noches de luna nueva, separados en grupos. Ellas cantan
mientras que los varones, ataviados con un tocado de plumas, hacen sonar las
campanillas que llevan alrededor de los tobillos, golpeando el suelo con el pie
derecho al son de sus cantos. Creen que en ese momento los ancestros vuelven a
la sabana y se unen con ellos a la danza.
Otros modos de vida entre los Hazda
Hemos hablado de sistema
de vida de esos intrépidos 200 Hadza que resisten en el bush practicando un estricto nomadismo. Los otros 800, en cambio, han
adoptado un sistema de subsistencia mixta: suplen la caza con alimentos comercializados
y también trabajan en comunidades rurales, o bien como guías para safaris o excursiones
de etnoturismo, en las que hacen demostraciones de su modo de vida, sus cantos
y danzas tradicionales.
Su vida ha sufrido una transformación radical en la
última centuria. El gobierno colonial británico fracasó estrepitosamente, en
sus intentos de 1927 y 1939, para que se
instalaran en asentamientos permanentes. En 1965, el gobierno de Tanzania
incluso tuvo que conminarles con la fuerza armada para conseguirlo. El
resultado de aquel experimento fue catastrófico. Muchos murieron a causa de
enfermedades respiratorias o el sarampión que contrajeron durante ese
hacinamiento, y los pocos que sobrevivieron huyeron de allí.
Pero aún hay otros serios
peligros que amenazan su sistema de vida ancestral. La escasa agua disponible
se canaliza para cultivos. Algunos de los animales que integran su variada
dieta han emigrado a los parques nacionales protegidos, donde no les pueden dar
caza. Los árboles en que recolectaban la miel han desaparecido. Para acabar de
complicar las cosas, en el año 2001 una compañía de safaris pretendió utilizar
parte del territorio Hadza como coto
privado de caza para sus adinerados clientes de los Emiratos árabes.
Afortunadamente, la presión de las organizaciones en pro de los derechos
humanos les hizo desistir de ese intento. En 2011, el gobierno tanzano concedió
a los Hadza la propiedad de 20.000
Ha , una mínima parte de su región histórica. Este pueblo
pacífico viene utilizando esa reserva de manera comunal y compartiendo sin
problemas con otros pueblos de la zona dedicados al pastoreo. Gracias a su
flexibilidad, su supervivencia es todavía posible, aunque sometida a constantes
desafíos.
Las claves de
la evolución humana
Los Hadza nómadas constituyen una fuente de
preciosa información para elaborar y contrastar hipótesis sobre la evolución
humana. Su modo de vida permite
comprobar la incidencia de algunos de los factores más relevantes en el desarrollo
de las especies humanas. Así, por ejemplo, la hipótesis del hombre cazador, formulada en los años 60 y que
defendía el rol masculino como medio de selección de pareja y aprovisionamiento
de la familia. Sin embargo, el hecho de que la caza se comparta comunalmente, fuera
del hogar familiar, obliga a reformular de forma más cuidadosa esta suposición.
La famosa hipótesis de la abuela fue
elaborada por Kristen Hawkes, Nicholas B. Jones y James O´Connell,
precisamente, a la luz de su estudio de los Hadza. Permite comprender los
modelos de colaboración entre nuestros de nuestros antecesores: las abuelas, ya
alcanzada la menopausia, podrían prolongar su esperanza de vida y la del grupo ayudando a sus
hijas con el cuidado de los niños. Por otro lado, la atención generalizada que
reciben los pequeños entre los Hadza, más allá de los límites de su familia
consanguínea, ha permitido elaborar la hipótesis de la crianza cooperativa, que
parece que también es un rasgo peculiar en la evolución humana.
En cuanto a la dieta, aunque
siempre se ha considerado el consumo de carne un factor crucial en el aumento
del tamaño del cerebro, la formación de la familia y la pareja monógama, así
como para la fabricación de herramientas, el modo de subsistencia mixto de los Hazda, como
cazadores-recolectores, permite suponer que también para los primeros humanos
tuvieron una enorme importancia alimenticia los tubérculos, frutos y larvas de
insectos.
Este pueblo, que carece de
ganados y cultivos, libre de posesiones y obligaciones sociales, extremadamente
solidario con sus semejantes, en el que las mujeres no están sometidas ni
marginadas, nos permite atisbar un escenario seguramente similar al que
vivieron las especies humanas hace más de 100.000 años. Cuando se introdujo la
agricultura, después de la última gran glaciación, se domesticaron diversas
plantas y animales en el Creciente Fértil y ese panorama igualitario cambió
radicalmente. Comenzó la acumulación de riqueza y poder y, con ellos, la guerra
y una rígida estratificación social. En palabras del científico y premio Pulitzer Jared
Diamond, aquella innovación fue “el peor error en la historia de la humanidad”.
Hoy día solo unos pocos grupos humanos siguen apegados a este sistema de vida
cazador recolector. Han sido desplazados a territorios cada vez más inhóspitos,
en el Amazonas, el Ártico, Nueva Guinea Papúa y algunas regiones de África.
Frank Marlowe, que estudió a los Hadza durante quince años, los calificó de
auténticos “fósiles vivientes”. A mí no me gusta demasiado esa bienintencionada
expresión, porque parece dar a entender que su cultura es absolutamente
prístina y que han vivido ajenos por completo al paso de la historia. Sabemos
que no es así, como han demostrado Eric Wolf o Johannes Fabian en Time and the Other (1996), que trata de
la mala costumbre que tiene la práctica antropológica de reificar a los sujetos
estudiados en un momento fuera del tiempo, como si fueran mariposas clavadas
con un alfiler. Tampoco resulta grato ver a estos 200 supervivientes
convertidos en conejillos de laboratorio, sometidos a un intenso escrutinio
ante la inminencia del desenlace esperado. Más bien deberíamos ver a los Hadza
como una muestra de nuestra riqueza y diversidad humanas, y preocuparnos muy seriamente
de que esta valiosa cultura no desaparezca.
Debo a mi querido amigo y compañero de profesión Jose
Ignacio M.C., disfrutar de una obra espléndida, La cuna de la humanidad (2014), una interesantísima publicación
colectiva que acompaña la exposición que, con el mismo nombre, ha podido verse
en el Museo Regional de Madrid y,
después, en el Museo de la Evolución de Burgos. En su volumen segundo contiene
el artículo Etnografía de los Hadza: Su
importancia para la evolución humana, de Alyssa Crittenden, de la
Universidad de Nevada, que es la base que he utilizado para esta entrada, junto con el estupendo artículo publicado en
la revista National Geographic en 2009, The
Hadza, de M. Finkle.
Felicidades por la entrada. Me siento tentada de hacer cierta comparación cinematográfica: igual que, viendo una película de Chaplin, uno diría que el cine tendría que haber evolucionado en esa dirección, donde unos pocos medios (apenas la imagen en b/n y la música) consiguen expresarlo todo con un alto nivel de estilización, el equilibrio social de los Hazda no debería ser la prehistoria, sino el objetivo de la civilización.
ResponderEliminarChapeaux, María, lo has clavado en 3 líneas y media. Cualquier día de estos te sacas el titulo de antropóloga. Gracias por participar con tus siempre inteligentes reflexiones.
ResponderEliminarJose Ignacio me ha mandado este comentario que m,e gustaría compartir: "Su forma de vida es casi idéntica a la de los kung del Kalahari. Nunca se me olvidará la película Los dioses deben estar locos (primera parte) que es magnífica y utilicé muchos años con mis alumnos para ilustrar la vida de los cazadores-recolectores.
ResponderEliminarSigo pensando que para entender las formas de vida elementales la mejor clasificación es la de la antropología: Bandas, Tribus, Jefaturas. Se distingue entre tribus agrícolas y ganaderas igualitarias y tribus agrícolas y ganaderas con jefatura y, por tanto, basadas en una jerarquización incipiente: Jefe, nobles-guerreros, y campesinos. El paso de la recolección y la caza a la agricultura y la ganadería es un proceso gradual en varias fases que implica seguir a los animales en sus desplazamientos, defenderlos de otros depredadores, seleccionarlos, etc., como puede verse entre los lapones. El cultivo de los campos sería tambien un proceso semejante. La vida de los recolectores-cazadores puede estar muy expuesta a diversos peligros y contingencias, pero exige pocas horas de dedicación al trabajo. En cambio, la agricultura y la ganadería exigen más esfuerzo y dedicación. Cultivos y ganados son ya susceptibles de apropiación individual aunque los usos sociales pueden ser muy distintos: sólo repartir los frutos, rotar las parcelas, cooperación en trabajos colectivos, etc. Todavía en el siglo XIX (y aún en el XX) se conservaba la comunidad campesina en buenas partes de Europa. En general, fueron las enclosures y la revolución industrial las que acabaron con ella. Las diferencias en el número de cabezas de ganado pueden marcar diferencias sociales (en posibilidades para contraer matrimonio o en el número de esposas que se pueden tener) pero ello no implica jerarquía social con poder político diferenciado. La diferencia entre el estatus del gran hombre de la tribu igualitaria y el del jefe de la tribu jerárquica radica en la duración del cargo, el primero vitalicio y el segundo hereditario y, sobre todo, en las ventajas del mismo: el primero carga con todo el esfuerzo para ser el último en el reparto, mientras el segundo consigue la mayor parte del mismo. La proyección artística y cultural también es evidente: los jefes ya tienen grandes enterramientos con rico ajuar funerario, etc.
En cualquier caso, deliciosa la exposición de la vida de los Hadza y las dificultades de su inserción en la vida moderna. El caso de los esquimales del Canadá ilustra también de los inconvenientes de las diversas soluciones que se puedan adoptar.