OSA JOHNSON Y LA POESÍA ETNOGRÁFICA DE ELIZABETH BISHOP
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La poeta Elizabeth Bishop |
1. EN LA SALA DE ESPERA
En Worcester, Massachusetts,
fui a acompañar a tía Consuelo
a una cita con el dentista
y me senté a esperarla
y me senté a esperarla
en la sala de espera.
Era invierno. Oscurecía
temprano. La sala de espera
Era invierno. Oscurecía
temprano. La sala de espera
estaba llena de adultos,
zapatones de goma y abrigos,
lámparas y revistas.
Esta poesía, escrita en verso libre, cuenta una
historia sucedida en 1918 a una niña que acompaña a su tía al dentista en
Worcester, Massachussets. Mientras la aguarda fuera de la consulta, rodeada por
personas mayores, se entretiene leyendo un ejemplar del National Geographic.
un largo rato adentro
y mientras esperaba leí
el National Geographic
(ya sabía leer) y
examiné
con detalle las
fotografías:
el interior de un
volcán,
negro y lleno de
cenizas;
luego aparecía
vomitando
riachuelos de fuego.
Sorprendida
por un torbellino de fotos de volcanes,
exploradores famosos, mujeres africanas desnudas e imágenes de caníbales de los
Mares del Sur, tiene un momento de alucinación mental durante el cual descubre
al mismo tiempo la otredad y su propia identidad personal y social. A punto de cumplir siete
años, una edad de transición, la pequeña Elizabeth, protagonista del poema, es
capaz de leer íntegramente ese magazine para adultos.
Osa y Martin Johnson
vestidos con pantalones
de montar,
botines y cascos
protectores.
Un hombre muerto
colgando de un poste
—«Carne para
caníbales», leía la inscripción.
Bebés con las cabezas
afiladas,
enrolladas en espiral
con cordón;
negras desnudas con los
cuellos
enrollados en espiral
con alambre
como los cuellos de las
bombillas eléctricas.
Sus senos eran
horribles.
Su imaginación infantil, que está llegando ya al momento de
darse cuenta de su lugar en el mundo, queda impresionada por los
volcanes en erupción, por la atrevida
apariencia unisex de los exploradores Osa y Martin Johnson, vestidos de
safari en África, por las deformaciones craneales de los niños nativos, por las
mujeres africanas desnudas, cuyos cuellos están rodeados de espirales de
alambre y llevan los senos colgando, y por la carne preparada para un ritual
caníbal.
Me dije: dentro de tres
días
vas a tener siete años.
Lo decía para detener
la sensación de estar
cayéndome
del mundo redondo que
seguía girando,
hacia el frío espacio
negri-azul.
Pero sentí: tú eres un
yo,
eres una Elizabeth,
eres una de ellas.
¿Por qué también tú
deberías serlo?
Apenas me atrevía a
mirar
para averiguar qué es
lo que yo era.
Profundamente
perturbada por todas aquellas novedades,
que encuentra en la ventana abierta al
mundo natural y social que es el National
Geographic, y rodeada de mayores, vecinos pero a la vez extraños en contraste
con el horizonte familiar conocido y
protector, Elizabeth experimenta un momento de intensa lucidez cognitiva que le lleva a sentir la pertenencia a su
propio grupo humano y a su sexo y género femenino como una identidad
problemática. Es una vivencia ambivalente y desasosegante, porque contempla al
mismo tiempo su inclusión en el mundo norteamericano y la oposición a otras
razas y costumbres desconocidas y peligrosas; su pertenencia a una familia pero
también su ser personal y único que resulta anonadado cuando se proyecta sobre
el conjunto; su yo individual que, no obstante, siente que forma parte de una
humanidad universal; su asimilación al género mujer, y su comparación e
identificación problemática con otras
féminas, en particular con su tía, una mujer con pocas luces, y con las mujeres
del continente oscuro; y el despertar de la sexualidad. Todo un conjunto de
problemas radicales para la vida humana y de gran relevancia para la
antropología.
Miré de reojo
—no podía mirar de
frente—
las sombreadas rodillas
grises,
los pantalones, las faldas
y las botas
y los diferentes pares
de manos
reposando bajo las
lámparas.
Sabía que nada tan raro
había sucedido antes,
que nada
más raro podría suceder
jamás.
¿Por qué debía ser yo
mi tía,
o yo misma, o cualquier
otra persona?
¿Qué semejanzas—
botas, manos, la voz de
nuestra familia
que sentía en mi
garganta, o incluso
el National Geographic
y esos terribles senos
colgando—
nos mantenían unidas
o hacían de todas una
sola?
La narradora de la historia, la Elizabeth
madura que recuerda aquel episodio de confusión casi onírica de su infancia,
quiere dar la impresión en todo momento de que está relatando una experiencia
verídica de su propia biografía. La fecha y el lugar están concienzudamente
ubicados: 3 días antes de su séptimo cumpleaños, el 5 de febrero de 1918, en
Worcester, una pequeña ciudad al oeste de Boston, donde Elizabeth Bishop
vivió con sus abuelos paternos una temporada. Otro dato que permitiría el
anclaje a la realidad histórica es que, en el número del National Geographic de febrero de 1918, efectivamente apareció
publicado un reportaje sobre volcanes en Alaska, en el Valle de las 10.000
Fumarolas, así que hasta aquí todo parece muy biográfico y real.
El problema reside en que esa revista no incluye ningún artículo sobre los Johnson, ni sobre caníbales, niños de cabezas puntiagudas o mujeres africanas. Preguntada al respecto en una entrevista, Bishop contestó despreocupadamente que estarían en el número siguiente, pero tampoco es así. Estas discrepancias han sido un pequeño misterio para los críticos literarios durante mucho tiempo, pero podemos intentar buscar la solución rastreando en las aventuras de los exploradores y documentalistas Martin y Osa Johnson.
El problema reside en que esa revista no incluye ningún artículo sobre los Johnson, ni sobre caníbales, niños de cabezas puntiagudas o mujeres africanas. Preguntada al respecto en una entrevista, Bishop contestó despreocupadamente que estarían en el número siguiente, pero tampoco es así. Estas discrepancias han sido un pequeño misterio para los críticos literarios durante mucho tiempo, pero podemos intentar buscar la solución rastreando en las aventuras de los exploradores y documentalistas Martin y Osa Johnson.
Osa
Helen Leighty está considerada
como una de las precursoras del documental etnográfico. Nacida en 1.894 en Chanute, una pequeña población de Kansas,
nada parecía indicar que acabaría dedicándose
a la exploración y rodaje de
películas en parajes salvajes y exóticos. Pero se cruzó en su camino
Martin Johnson (1884-1937), un
descendiente de emigrantes suecos que estaba poseído por el afán de aventuras. Así, a sus 18 años no dudó en enrolarse
en el Snark, a las órdenes del
célebre novelista Jack London, para dar la vuelta al mundo. El viaje resultó un
desastre por culpa de las tormentas y las enfermedades y, por ello, acabó tres
años antes de lo previsto. No obstante, durante la singladura Martin tuvo ocasión de
poner en práctica sus conocimientos de fotografía, que había adquirido en la
pequeña tienda de su padre. A su vuelta a Estados Unidos, en 1909, decidió
organizar una especie de espectáculo de vodevil en un teatro de Kansas.
Mientras proyectaba las fotos tomadas en
el Pacífico, bellas jóvenes interpretaban canciones evocadoras de aquellos lejanos paraísos. Osa
acabó participando como cantante en el show, y se casaron después de un
noviazgo relámpago. Los planes de Martin
seguían siendo recorrer el mundo y, al
cabo de siete años, gracias a su espectáculo
itinerante consiguieron recaudar el dinero necesario para ello. Por cierto que,
en 1911, el fotógrafo Edward S. Curtis también estrenó un gran espectáculo de
fotografías de los indios americanos con música orquestal en vivo, y sería muy
interesante estudiar si existieron influencias entre el trabajo de Martin
Johnson y el de Curtis. Para quienes tengáis inquietud por profundizar en el
gran proyecto de Curtis The Vanishing Race, podéis acceder en
este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/09/edward-s-curtis-fotografia-y-etnografia.html.
En cualquier caso, es claro que
en aquellos tiempos sin televisión existía un gran aficción popular por estas performances, que permitían conocer el mundo más allá de los lindes de la
propia ciudad.
En 1917 Martin consiguió retomar la
vuelta al mundo en el lugar exacto donde
el Snark se había quedado. En su
libro de memorias I Married Adventure (titulado
Casada con la aventura en castellano),
Osa escribió: “Mi madre estaba convencida
de que moriríamos de fiebres o en una
olla hervidos o peor, que los caníbales
nos comerían crudos”, lo que indica muy claramente la tópica visión que los
occidentales tenían sobre el salvajismo de los nativos de las antípodas. En la
famosa novela Los hijos del Capitán Grant, que Julio Verne publicó
en fascículos entre 1865 y 1867, se
pintaba a los maoríes como caníbales, y esos estereotipos calaron hondamente en
la imaginación popular, al mismo tiempo fascinada y aterrorizada con las
costumbres de aquellas tribus.
En busca de salvajes que filmar, el matrimonio Johnson se dirigió a las islas Salomon donde, con una cámara de manivela, rodaron imágenes sobre un mundo que estaba desapareciendo ante sus ojos. Como tantos otros fotógrafos de los que ya hemos hablado en este blog, cayeron atrapados por la magia de las estampas de aquellos rincones prístinos y por el deseo de documentar a toda prisa la esplendorosa naturaleza y las formas de vida humana y animal en peligro de extinción. En Nuevas Hébridas, hoy en el archipiélago de Vanuatu, los lugareños les muestran cabezas disecadas sujetas a un palo, como “terroríficas obras de arte”. Visitan después la isla de Malekula, también en Vanuatu, donde los Big Nambas los reciben en la playa con un cartílago atravesado en la nariz. Desean ver a su temido jefe, Nihapat, y se dirigen a buscarlo al centro de la isla rodeados por los nativos. No tardan en darse cuenta de que se trata de una trampa para cazarlos pero, en una huida rocambolesca, gracias a la milagrosa ayuda de un barco inglés, consiguen escapar del ataque de los antropófagos. Al menos así lo cuenta Osa en sus memorias y quedó grabado en la película Con los caníbales de los Mares del Sur, estrenada en 1918 y que atrae a un tremenda avalancha de espectadores.
En busca de salvajes que filmar, el matrimonio Johnson se dirigió a las islas Salomon donde, con una cámara de manivela, rodaron imágenes sobre un mundo que estaba desapareciendo ante sus ojos. Como tantos otros fotógrafos de los que ya hemos hablado en este blog, cayeron atrapados por la magia de las estampas de aquellos rincones prístinos y por el deseo de documentar a toda prisa la esplendorosa naturaleza y las formas de vida humana y animal en peligro de extinción. En Nuevas Hébridas, hoy en el archipiélago de Vanuatu, los lugareños les muestran cabezas disecadas sujetas a un palo, como “terroríficas obras de arte”. Visitan después la isla de Malekula, también en Vanuatu, donde los Big Nambas los reciben en la playa con un cartílago atravesado en la nariz. Desean ver a su temido jefe, Nihapat, y se dirigen a buscarlo al centro de la isla rodeados por los nativos. No tardan en darse cuenta de que se trata de una trampa para cazarlos pero, en una huida rocambolesca, gracias a la milagrosa ayuda de un barco inglés, consiguen escapar del ataque de los antropófagos. Al menos así lo cuenta Osa en sus memorias y quedó grabado en la película Con los caníbales de los Mares del Sur, estrenada en 1918 y que atrae a un tremenda avalancha de espectadores.
“Cannibals
of the South Sea marcó un momento crucial en la historia del cine. Ahí estaba,
al alcance de un público muy amplio, lo que antes había estado reservado a los
aventureros, etnógrafos y marineros temerarios. Era posible a partir de
entonces tener miedo de los big nambas estando cómodamente sentados en una
butaca de felpa roja. Los estadounidenses, fascinados, no se privaron de este placer y la película tuvo un éxito inmenso.” Grandes
aventureras 1850-1950.
Los
norteamericanos están entusiasmados con las peligrosas aventuras de estos dos glamourosos exploradores. Para
saciar la sed de noticias sobre sus descubrimientos, los
Johnson escriben libros, imparten conferencias y se convierten en auténticas
estrellas de cine.
3. MEMORIAS DESDE ÁFRICA
Dispuestos a
explotar el filón, se dirigen a Borneo a firmar a los esquivos orangutanes,
pero los medios técnicos de la época no les permiten rodar en la oscuridad de
la jungla. Entonces el explorador Carl Akeley, del Museo de Historia Natural de
Nueva York, los convence para que viajen al África oriental británica para
rodar documentales sobre fauna amenazada. En 1921 llegan a Kenia con
impresionantes equipos de filmación. Martin, conocido por los indígenas como “Bwana Picture”, el “Señor de las
Imágenes”, realiza extraordinarios retratos de las tribus en Uganda, el Congo
belga, Ruanda, Kenia y Tanzania. Osa y él portan rifles y lucen salacots,
cómodos pantalones y botas altas de caza, imagen inmortalizada por la gran
pantalla y que es la que, sin duda, evocaría Elizabeth Bishop en el poema.
En el curso
de una gran expedición localizan el lago Paraíso, en el cráter de un
volcán, punto de reunión de grandes manadas. Allí ruedan a los elefantes, y a los leones en el Serengueti.
Hasta entonces habían producido películas mudas pero Simba, estrenada en 1927, tiene un gran éxito por su versión
sonora. Ahora los Johnson son ya famosísimos y patrocinan toda suerte de productos,
como sucede con las celebridades hoy en día. En 1929 la Fox les encarga la
filmación de una película en el Congo,
pero nuevamente la penumbra de la densa selva de Ituri perjudica la calidad de
la imagen, así que deciden construir un poblado y, a cambio de sal, tabaco,
arroz y bananas, consiguen atraer como figurantes a 900 pigmeos de los
alrededores. Por esta y otras licencias fueron tachados de racistas. Después
intentaron filmar en Virunga a los gorilas de montaña pero acabaron recurriendo
al truco de rodar a dos ejemplares jóvenes capturados, en el jardín de su casa en Nairobi. Congorilla se estrena con un gran
despliegue de público, ansioso por escuchar el sonido africano, los cantos de
los pigmeos acompañados por sus tambores de piel de antílope. Con esas
películas comerciales, que alteran la realidad para emocionar a los
espectadores, daban más juego al espectáculo que al documental, pero lo cierto
es que consiguieron dar a conocer al
mundo entero las imágenes del continente africano.
Después del
triunfal estreno, los Johnson buscan el plus ultra: la aviación. Aprenden a
volar en Kansas y compran dos hidroaviones, El arca de
Osa y El espíritu de África,
dotados de literas, hornillo y hasta de escritorio para trabajar en vuelo. En
1932 vuelven al lago Paraíso y filman, por primera vez desde el aire, el Monte
Kenia y el Kilimanjaro. Más tarde retornan a Borneo para fotografiar en vuelo las selvas, trayendo a casa imágenes maravillosas muy valoradas por los críticos.
En 1937 retoman su ya clásica ronda de conferencias pero ese mismo año Martin
muere en accidente. Osa queda gravemente herida, aunque ello no le impide
seguir con la tournée en silla de ruedas.
Ambos rodaron 50 películas, publicaron decenas
de libros e innumerables artículos. Osa moriría a los 59 años, víctima de un
ataque al corazón.
4 .LA GEOGRAFÍA DEL GÉNERO
Pero, ¿qué era lo que traía de las fotos de Osa
Johnson a la pequeña Elizabeth, la protagonista del poema? La exploradora no
podía lucir como una dama elegante en medio de la selva. Antes bien, iba
vestida de safari, con pantalón, botas y sombrero, y empuñando armas que usaba
con gran puntería para cubrir a Martin, mientras éste filmaba a las fieras a
corta distancia. Su apariencia era andrógina aunque, a la vez, muy femenina.
Ese estilo informal de vestir, libre de ataduras, significó en los años 20 la conquista de un espacio de
libertad, el que Osa necesitaba para incorporarse como miembro de pleno derecho
al equipo de trabajo documentalista. Se encargaba de coordinar los viajes, de vigilar el transporte de material
fotográfico, manejaba las cámaras y era ella quien salía a cazar y pescar para
suministrar al equipo comida fresca todos los días. Como con agudeza señala Lee
Edelman en The Geography of the Gender,
la adopción generalizada de una vestimenta confortable, en lugar de los corsés
y largas faldas, contribuyó a superar las oposiciones jerárquicas entre hombre
y mujer. Solo así pudo Osa moverse con desenvoltura entre caníbales y cazadores
de cabezas, cazar y escapar corriendo por las
junglas.
Los Johnson descubrieron casos de alargamiento de cabezas infantiles en Malekula, que se practicaban mediante el vendaje con fibra de coco alrededor del cráneo poco después de nacer el bebé, dejándolo durante un año. Osa escribió que, cuanto más estrecha y larga quedaba la cabeza del niño, más orgullosa se sentía la madre. Se trata de una práctica que se registra en culturas neolíticas del sudeste de Asia y en la América precolombina (mayas, incas y paracas) y, como recogió Friedrich Ratzel en 1896, también se practicó en Tahiti, Samoa, Hawai y en Malekula. Los isleños creían que esa deformación los hacía más cercanos al mundo de los espíritus.
Los Johnson descubrieron casos de alargamiento de cabezas infantiles en Malekula, que se practicaban mediante el vendaje con fibra de coco alrededor del cráneo poco después de nacer el bebé, dejándolo durante un año. Osa escribió que, cuanto más estrecha y larga quedaba la cabeza del niño, más orgullosa se sentía la madre. Se trata de una práctica que se registra en culturas neolíticas del sudeste de Asia y en la América precolombina (mayas, incas y paracas) y, como recogió Friedrich Ratzel en 1896, también se practicó en Tahiti, Samoa, Hawai y en Malekula. Los isleños creían que esa deformación los hacía más cercanos al mundo de los espíritus.
En cambio,
Osa no menciona en sus memorias haber contemplado casos de elongación de
cuellos. Parece claro que Bishop introduce esa práctica en el poema para crear
una evidente simetría entre mujeres y niños, como sujetos que sufren una
distorsión física por imposición cultural de los sistemas patriarcales. Lee
Edelman apunta con razón que el cuerpo humano deja de ser esos casos una base
puramente natural, para convertirse en un signo más del lenguaje de la cultura.
El cuerpo de la mujer pasa a ser un texto en el que se inscribe su estatus
social. Como la vieja pena de garrote impedía al reo decir nada o movilizar de
cuello, también los collares rígidos alrededor de la garganta (en las mujeres
en diversos pueblos africanos o en Tailandia), las privan de libertad para
hablar y moverse.
En cuanto a los ritos caníbales, además las
referencias de Osa a los Big Nambas y su
jefe Nihapat, en el número del National
Geographic de octubre de 1919 se publicó una fotografía de una escena
tomadas las islas Marquesas. El “long pig”
era la expresión para referirse a la carne
preparada para el festín caníbal. Lee Edelman acierta al señalar que, en ese
momento, el cuerpo ya no es sujeto, se
ha cosificado. La muerte es la diferencia que existe para algunos grupos entre
un “hombre” y un “cerdo grande”. Ello demuestra que la cualidad de lo humano es, en gran medida, un producto lingüístico.
Otra
cuestión es la relativa a las mujeres africanas desnudas. La poesía utiliza fuertes calificativos para referirse
al aspecto de sus pechos: “horrifyng” y “awful”. Por un lado, esa reacción visceral es resultado del
shock por el descubrimiento del cuerpo femenino maduro y el rol de la maternidad.
Ella se ve como una semilla que llegará a desarrollarse de igual modo para adscribirse
a una sexualidad heterosexual obligatoria, y cumplir con ella esa función maternal
pretendidamente universal. Sin embargo, la Elizabeth adulta que rememora esos descubrimientos infantiles
se ha liberado de semejantes obligaciones, y las contempla precisamente desde
ese acto de voluntad liberadora. Por otro lado, podría tratarse de una
situación similar a la del Marlowe de El corazón de las tinieblas de Joseph
Conrad, que tanta polémica sobre su supuesto racismo ha provocado. Ese mundo
africano, extraño, les horroriza porque en la otredad descubren la común
humanidad con otros pueblos y en el caso de Bishop, además, la feminidad
compartida: “esos terribles senos colgando nos mantenía unidas o hacían de todas una
sola”.
5. LA CARTA DE DARWIN
Es un dato muy bien estudiado por los críticos la intensa admiración que Elizabeth Bishop sentía por Charles Darwin, “mi héroe favorito, casi”, y las similitudes que encontraba entre su propia poesía y el enfoque científico del genial naturalista inglés. Y, de hecho, In the Waiting Room es uno de sus poemas más darwinianos. Como resalta Zacharias Pickard, lo que interesaba a la autora era el modelo victoriano de historia natural que pusieron en marcha estos apasionados autodidactas, artífices de meticulosas observaciones. Con su acumulación de pistas consiguieron elevarse hasta los grandes principios de la Geología y Biología. El origen de las especies (1859), uno de los libros más influyentes en la historia de la ciencia, fue fruto del paciente trabajo de recolección de datos muy diversos, procedentes de diferentes parcelas del conocimiento científico, y la prolongada reflexión sobre su alcance conjunto. Se trataba de un proceso inductivo, baconiano. Se elevaba desde una multiplicidad de hechos hasta sintetizar un panorama abstracto, mental, el de la teoría que los explicaba en su totalidad. La epifanía de la pequeña Elizabeth está calcada sobre la experiencia del solitario Darwin de 6 años, que recolecta observaciones con los ojos fijos en datos y detalles minúsculos, consiguiendo dar un salto tras ello a lo desconocido. Como él, Elizabeth se queda con los ojos pegados a la portada del National Geographic para dar estabilidad a ese torbellino de ideas. Cuando se intentó interpretar su obra en términos de surrealismo, Bishop replicó en la Carta de Darwin a Anne Stevenson resaltando sus concomitancias con el estilo científico de Darwin, el salto de la observación empírica a la visión de conjunto en todas sus partes. El biólogo que le interesa a la poeta no es el que formula finalmente la teoría de las especies sino el joven que, por primera vez, vislumbra en su mente la posibilidad de semejante idea durante el viaje del Beagle. Se ha definido esa aprehensión casi sobrenatural del significado complejísimo de la identidad humana como una “epifanía”. Mientras espera en el consultorio, con una visión que obtiene sentada en el suelo, la pequeña Elizabeth sólo percibe partes de las personas que ocupan la sala: las manos, las botas, una voz familiar… Sólo al observar esos trozos de la realidad en la distancia, cobran sentido las similitudes entre unos y otros que muestran nuestra común pertenencia a un grupo. Como Darwin, Elizabeth pasa de la especie al género, la familia y el orden. Desde el grupo particular llega a la humanidad en su conjunto. Las personas verbales desfilan desde el singular al plural. Con expresiones chocantes, que nos alertan de que la frase tiene un importante significado oculto, nos dice” tú eres un yo”, tú eres “una Elizabeth” que es también parte de ellos (“you are an I” , “you are an Elizabeth”).Se produce con ello un proceso de abstracción. El nombre “Elizabeth” es como una categoría linneana para una especie en que podernos clasificar y con el que nos identificamos con los semejantes.
6. LA ESCUELA DEL DOLOR
De repente, de adentro
surgió un ¡ah! de dolor
—la voz de tía
Consuelo—
ni muy escandaloso ni
muy prolongado.
No me sorprendió en
absoluto;
para entonces ya sabía
que ella era
una mujer tímida y
tonta.
Podía haberme sentido
avergonzada,
pero no lo estaba. Lo
que me tomó
enteramente por
sorpresa
fue que resulté ser yo:
mi voz, en mi boca.
Sin darme cuenta
yo era mi tonta tía.
Caía —ambas— caíamos y
seguíamos cayendo,
con nuestros ojos fijos
en la portada
del National
Geographic,
febrero de 1918.
Cuán —no sabía ninguna
palabra
que pudiera describirlo—
«improbable»...
¿Cómo había llegado yo
aquí,
igual que ellas, y oído
por casualidad
un quejido que pudo
tornarse
grito pero que no lo
fue?
Lo que
desencadena ese terremoto vital, esa visión sintética y globalizadora de lo
humano es un “oh” múltiple, el dolor interior de Elizabeth confundida con su
tía, de las madres y niños deformados, de la pérdida de dignidad de los
muertos, con el dolor de la tierra que explota en los volcanes, con el grito de pena por la Gran Guerra,
todavía en marcha en aquella fría tarde de febrero de 1918. Todos somos uno en
la naturaleza sería una conclusión
darwiniana muy apropiada. El texto dramatiza el reconocimiento del yo, del tú,
ella, del nosotros y nosotras, del ellos
y ellas. Como con enorme acierto firma Jonathan Ellis, In the Waiting Room es el gran poema de Bishop acerca de la
identidad humana. Y es el dolor compartido, la empatía con el sufrimiento ajeno,
lo que permite comprenderla.
7. RITOS DE TRANSICIÓN
La sala de espera era
calurosa
y estaba bien iluminada
y se desvanecía
bajo una gigantesca ola
negra,
otra ola y otra ola
más.
Entonces volví a
sentirme otra vez en ésta.
La Guerra continuaba.
Fuera de la sala,
en Worcester,
Massachusetts,
la noche estaba ahí y
la nieve derretida y el frío,
y aún era el cinco
de febrero de 1918.
Pero hay otros aspectos antropológicos
escondidos en el poema. En la consulta del dentista esa niña sola tiene acceso a revistas de temas serios,
incluso con fotos de mujeres desnudas, entonces casi una “pornografía suave”.
La sala era un lugar de espera, un
espacio liminar, intermedio, apropiado para ritos
de paso a la madurez. Su edad de 7 años está indicada en muchas culturas para
ello. Por ejemplo, en la tradición cristiana era la edad para preparar y tomar la primera "comunión" , palabra que evoca el efecto de incorporación al grupo religioso. No es extraño, pues, que la Elizabeth del poema tuviera una experiencia
extrasensorial, inducida por la contemplación de aquellas fotografías para
adultos, el calor y el aislamiento.
Su identidad “en obras” es inestable, como la lava de los volcanes de las mil fumarolas en Alaska. El color predominante de las sinestesias es el negro, el de los cráteres, las mujeres africanas, el espacio exterior y las olas que inundan su conciencia. El simbolismo de ese color es evidente, la muerte que crea vida. Es, además, una cita oculta a la experiencia de un terremoto que relata Darwin en El viaje del Beagle.
Esos ritos de paso, que tendremos que describir detalladamente aquí algún día porque son un tema antropológico universal, suelen consistir en la separación del iniciado para su posterior reincorporación al grupo. Escribe Arnold van Gennep en Ritos de paso (1909) : "Son ritos de separación del mundo asexuado, seguidos de ritos de agregación al mundo sexual, a la sociedad restringida constituida por los individuos de uno y otro sexo, sociedad esta que atraviesa todas las demás sociedades generales o especiales. Esto es válido sobre todo a propósito de las chicas, al ser su actividad de la mujer mucho más simple que la del hombre" ( la negrita es mía).
El neófito pasa del yo egoísta a la identificación con el “nosotros”. En el camino se destruyen las viejas asociaciones y se construyen otras diferentes, necesarias para cada nueva etapa vital. Me resisto a pensar que la autora, tan cuidadosa con todos los otros detalles antropológicos de su poema, no haya pensado también en el auto-reconocimiento en términos de rito de paso. Pero su aportación genial es que la agregación no se produce solo a un grupo de solidaridad restringida de las mujeres, con la tía Consuelo y sus demás conciudadanas apartadas del mundo de la agencia social sino, con la ayuda de Darwin y con el ejemplo de mujeres fuertes como Osa, a la condición de ciudadana activa del mundo.
Su identidad “en obras” es inestable, como la lava de los volcanes de las mil fumarolas en Alaska. El color predominante de las sinestesias es el negro, el de los cráteres, las mujeres africanas, el espacio exterior y las olas que inundan su conciencia. El simbolismo de ese color es evidente, la muerte que crea vida. Es, además, una cita oculta a la experiencia de un terremoto que relata Darwin en El viaje del Beagle.
Esos ritos de paso, que tendremos que describir detalladamente aquí algún día porque son un tema antropológico universal, suelen consistir en la separación del iniciado para su posterior reincorporación al grupo. Escribe Arnold van Gennep en Ritos de paso (1909) : "Son ritos de separación del mundo asexuado, seguidos de ritos de agregación al mundo sexual, a la sociedad restringida constituida por los individuos de uno y otro sexo, sociedad esta que atraviesa todas las demás sociedades generales o especiales. Esto es válido sobre todo a propósito de las chicas, al ser su actividad de la mujer mucho más simple que la del hombre" ( la negrita es mía).
El neófito pasa del yo egoísta a la identificación con el “nosotros”. En el camino se destruyen las viejas asociaciones y se construyen otras diferentes, necesarias para cada nueva etapa vital. Me resisto a pensar que la autora, tan cuidadosa con todos los otros detalles antropológicos de su poema, no haya pensado también en el auto-reconocimiento en términos de rito de paso. Pero su aportación genial es que la agregación no se produce solo a un grupo de solidaridad restringida de las mujeres, con la tía Consuelo y sus demás conciudadanas apartadas del mundo de la agencia social sino, con la ayuda de Darwin y con el ejemplo de mujeres fuertes como Osa, a la condición de ciudadana activa del mundo.
8. MEMORIA Y AUTOCONSCIENCIA
El poema de
Bishop, supuestamente autobiográfico, no cuadra con los datos reales que hemos
ido desvelando. Me gustan mucho las reflexiones de Edelman acerca de los fallos
de memoria de la autora: al hacernos mayores, reinterpretamos nuestro mundo
infantil dándole sentido. La conclusión obligada es que la memoria es poco
fiable, mezclamos las imágenes por asociación. El subconsciente funciona con
metáforas y metonimias, dos herramientas literarias fundamentales. El yo
poético de Elizabeth es sólo una ficción de autora, siempre dada a la ironía
para denunciar que lo que percibimos del mundo real no es seguro, sino que
depende de nuestras reelaboraciones. Bishop, que sin duda habría sido una
fantástica filósofa, consigue escribir un ensayo en cada uno de sus poemas: en 12 O´clock News, sobre las redes ideológicas
de los medios de masas, en Rooster (“Gallos”),
sobre feminismo. Sus elaboradísimos poemas, que son muy exigentes para los lectores,
fuerzan los límites de lenguaje para transmitirnos ideas muy complejas, así que
creo que, tratándose de esta incomparable autora, la poesía también puede ser
una excelente herramienta para reflexionar sobre la antropología.
Fuentes
consultadas:
:: Sobre E. Bishop, http://mujeres-extraordinarias.wikispaces.com/Bishop, donde está la traducción del poema
que debe de ser de Octavio Paz, amigo personal de la autora. Nos la proporcionó la profesora Isabel Vila Vera, junto con interesante material acerca de la autora; http://www.shmoop.com/in-the-waiting-room-bishop/(Shmoop Editorial Team. "In
the Waiting Room". Shmoop.com. Shmoop University, Inc., 11 Nov. 2008);
UNED curso virtual Introduction to
gender studies ( Isabel Castelao, Jesús Cora y Dídac Llorens); Lee Edelman, The
Geography of Gender; y On”In the Wating Room”; Zacharia Pickard, Elizabeth Bishop´s Poetrics of Description; Jonathan
Ellis, Reading Bishop Reading Darwin en Science in Modern Poetry.
:: Sobre Osa y Martin Johnson, Las reinas de Africa, de Cristina Morató; Grandes Aventureras 1850-1950, de A. Lapierre y C. Mouchard; Kansaspedia; The Martin and Osa Johnson Safari Museum.
Chanute, Kansas; entradas Osa Johnson,
en Wikipedia en español, y Martin
and Osa Johnson, Wikipedia en inglés;
y Deformación craneal artificial,
en Wikipedia. En este enlace tenéis acceso a material filmado por los Johnson:
http://memoriadocumental.blogspot.com.es/2011/04/osa-johnson.html
IN THE WAITING ROOM EN LA SALA DE ESPERA
IN THE WAITING ROOM EN LA SALA DE ESPERA
In Worcester, Massachusetts
I went with Aunt Consuelo
to keep her dentist's appointment
and sat and waited for her
in the dentist's waiting room
It was winter. It got dark
early. The waiting room
was full of grown-up people,
arctics and overcoats,
lamps and magazines.
My aunt was inside
what seemed like a long time
and while I waited and read
the National Geographic
(I could read) and carefully
studied the photographs:
the inside of a volcano,
black, and full of ashes;
then it was spilling over
in rivulets of fire.
Osa and Martin Johnson
dressed in riding breeches,
laced boots, and pith helmets.
A dead man slung on a pole
"Long Pig," the caption said.
Babies with pointed heads
wound round and round with string;
black, naked women with necks
wound round and round with wire
like the necks of light bulbs.
Their breasts were horrifying.
I read it right straight through.
I was too shy to stop.
And then I looked at the cover:
the yellow margins, the date.
Suddenly, from inside,
came an oh! of pain
--Aunt Consuelo's voice--
not very loud or long.
I wasn't at all surprised;
even then I knew she was
a foolish, timid woman.
I might have been embarrassed,
but wasn't. What took me
completely by surprise
was that it was me:
my voice, in my mouth.
Without thinking at all
I was my foolish aunt,
I--we--were falling, falling,
our eyes glued to the cover
of the National Geographic,
February, 1918.
I said to myself: three days
and you'll be seven years old.
I was saying it to stop
the sensation of falling off
the round, turning world.
into cold, blue-black space.
But I felt: you are an I,
you are an Elizabeth,
you are one of them.
Why should you be one, too?
I scarcely dared to look
to see what it was I was.
I gave a sidelong glance
--I couldn't look any higher--
at shadowy gray knees,
trousers and skirts and boots
and different pairs of hands
lying under the lamps.
I knew that nothing stranger
had ever happened, that nothing
stranger could ever happen.
Why should I be my aunt,
or me, or anyone?
What similarities
boots, hands, the family voice
I felt in my throat, or even
the National Geographic
and those awful hanging breasts
held us all together
or made us all just one?
How I didn't know any
word for it how "unlikely". . .
How had I come to be here,
like them, and overhear
a cry of pain that could have
got loud and worse but hadn't?
The waiting room was bright
and too hot. It was sliding
beneath a big black wave,
another, and another.
Then I was back in it.
The War was on. Outside,
in Worcester, Massachusetts,
were night and slush and cold,
and it was still the fifth
of February, 1918.
|
En
Worcester, Massachusetts,
fui a
acompañar a tía Consuelo
a una
cita con el dentista
y me
senté a esperarla
en la
sala de espera.
Era
invierno. Oscurecía
temprano.
La sala de espera
estaba
llena de adultos,
zapatones
de goma y abrigos,
lámparas
y revistas.
Mi
tía estuvo lo que me pareció
un
largo rato adentro
y
mientras esperaba leí
el
National Geographic
(ya
sabía leer) y examiné
en
detalle las fotografias:
el
interior de un volcán,
negro
y lleno de cenizas;
luego
aparecía vomitando
riachuelos
de fuego.
Osa y
Martin Johnson
vestidos
con pantalones de montar,
botines
y cascos protectores.
Un
hombre muerto colgando de un poste—«Carne para caníbales», leía la
inscripción.
Bebés
con las cabezas afiladas,
enrolladas
en espiral con cordón;
negras
desnudas con los cuellos
enrollados
en espiral con alambre
como
los cuellos de las bombillas eléctricas.
Sus
senos eran horribles.
Lo
leí todo sin ninguna pausa.
Era
demasiado tímida para detenerme.
Luego
miré la portada:
los
márgenes amarillos, la fecha.
De
repente, de adentro
surgió
un ¡ah! de dolor
—la
voz de tía Consuelo—
ni
muy escandaloso ni muy prolongado.
No me
sorprendió en lo absoluto;
para
entonces ya sabía que ella era
una
mujer tímida y tonta.
Podía
haberme sentido avergonzada,
pero
no lo estaba. Lo que me tomó
enteramente
por sorpresa
fue
que resulté ser yo:
mi
voz, en mi boca.
Sin
darme cuenta
yo
era mi tonta tía.
Caía
—ambas— caíamos y seguíamos cayendo,
con
nuestros ojos fijos en la portada
del
National Geographic,
febrero
de 1918.
Me
dije: dentro de tres días
vas a
tener siete años.
Lo
decía para detener
la
sensación de estar cayéndome
del
mundo redondo que seguía girando,
hacia
el frío espacio negri-azul.
Pero
sentí: tú eres un yo,
eres
una Elizabeth,
eres
una de ellas.
¿Por
qué también tú debes serlo?
Apenas
me atrevía a mirar
para
averiguar qué es lo que yo era.
Miré
de reojo
—no
podía mirar de frente—
las
sombreadas rodillas grises,
los
pantalones, las faldas y las botas
y los
diferentes pares de manos
reposando
bajo las lámparas.
Sabía
que nada tan raro
había
sucedido antes, que nada
más
raro podría suceder jamás.
¿Por
qué debía ser yo mi tía,
o yo
misma, o cualquier otra persona?
¿Qué
semejanzas—
botas,
manos, la voz de nuestra familia
que
sentía en mi garganta, o incluso
el
National Geographic
y
esos terribles senos colgando—
nos
mantenían unidas
o
hacían de todas una sola?
Cuán
—no sabía ninguna palabra
que
pudiera describirlo— «improbable»...
¿Cómo
había llegado yo aquí,
igual
que ellas, y oído por casualidad
un
quejido que pudo tornarse
grito
pero que no lo fue?
La
sala de espera era calurosa
y
estaba bien iluminada y se desvanecía
bajo
una gigantesca ola negra,
otra
ola y otra ola más.
Entonces
volví a sentirme otra vez en ésta.
La
Guerra continuaba. Fuera de la sala,
en
Worcester, Massachusetts,
la
noche estaba ahí y la nieve derretida y el frío,
y aún
era el cinco
de
febrero de 1918.
|
¡Excelente trabajo con el poema de Elizabeth Bishop!. Muy bien presentado en esas partes que "deconstruyen" el poema para darle un significado más amplio y rico.
ResponderEliminarDe todo lo expuesto,y en relación con la vestimenta masculina de Osa Johnson, la misma Bishop tiene otro poema, "Exchanging Hats" , en el que juega con el uso de ciertas prendas o accesorios y la identidad sexual de quien los porta; en dicho poema, piensa si un señor dejaría de ser tal vistiéndose con ropas de dama, y si ellas son menos por llevar sombreros de caballero. Como siempre, Bishop deja pensando al lector con su lenguaje cuidadosamente escogido y su construcción rompedora.
Felicidades por la entrada. Opino que el número de National Geographic que pudo leer Osa debía de tener la misma actualidad que las revistas de cualquier consulta médica: ninguna. Aún encuentro números del ¡Hola! donde dice que suenan campanas de boda para Elizabeth Taylor...
ResponderEliminarMe encantan esas formas mestizas. ¿No empezó el discurso sobre el ser siendo poesía? Creación. Poyesis.
ResponderEliminarEl mundo en los tiempos de Osa, un espacio para descubrir, lleno de sorpresas. Un espacio para dominar por las políticas coloniales. El mundo se desencantó con esa "epistemología de cazador" (R. Panikkar).
Hoy es más bien un espacio que conservar, cuidar, conocer y disfrutar, si ello fuese posible. Y no es posible un verdadero conocimiento deleitoso si no se ama la cosa que se pretende conocer...
Muy interesante entrada, como todas.
Muy cierto:Empedocles, Parmenides y, sobre todo, el De rerum natura de Tito Lucrecio Caro, todo un tratado cientifico-filosofico en verso, asi que si se puede hacer filosofia y antropologia poeticos. Muchas gracias por leer y comentar.
ResponderEliminarCurioso, entre las muchas citas cinematograficas en The Artist, acabo de encontrar una muy clara a los filmes de Osa y Martin Johnson.
ResponderEliminarJose Ignacio, un lector siempre muy atento, me manda el siguiente comentario que le agradezco de todo corazón: He leído tu artículo sobre Elizabeth Bishop. Lo que más me ha gustado es esa construcción sucesiva de puertas que se abren y comunican con una nueva estancia en una sensación que parece interminable, pero que desembocan en consideraciones generales de antropología cultural que nos atañen también a nosotros, con lo cual vuelve a ponerse de nuevo en marcha el itinerario de puertas y estancias... La poetisa rememora en su poema a la pequeña Elizabeth descubriendo en la revista de National Geographic el mundo de los pueblos primitivos y las peripecias de Osa y Martin Johnson que acaban inmersos en la divulgación etnográfica. Etnografía y antropología que nos llevan de la mano a los ritos de paso de la pequeña Elisabeth y la toma de conciencia de nuestra inserción en el universo social, lo que nos atañe en nuestro periplo vital.. Eres una exploradora que descubres mundos desconocidos llenos de paisajes, personajes y exotismo.
ResponderEliminarMaravillosa entrada Encarna. Felicidades. Este relato, tan cuidado en el fondo y en la forma , prueba con éxito que ese maridaje entre poesia y antropología es posible, que la información se dosifica y se acompaña de poesía,, porque a través de ese efecto de marea vuelve una y otra vez, para contarnos un poco más y así vas añadiendo y completando su sentido . Propósito logrado entonces.
ResponderEliminarMira lo que me encontré hoy en esta virtual sala de espera!! Sin duda volveré a leerla. Gracias
Querida Anónima. Me encanta tu comentario, qué ingenioso lo de la sala virtual de espera, me he reído mucho. Mil gracias por leer. Un fuerte abrazo
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