ONODA Y LA DISONANCIA COGNITIVA


En 2014 se produjo el fallecimiento de Hiroo Onoda, un oficial japonés que siguió luchando en la selva de Filipinas durante 30 años como si la Segunda Guerra Mundial no hubiese terminado. El incansable soldado se negó a aceptar la orden de rendición impartida por el emperador Hirohito, porque era incapaz de aceptar la derrota del Imperio del Sol. Es un caso extremo de disonancia cognitiva, una teoría procedente de la Psicología social que resulta de gran utilidad para la Antropología. 


De hecho, dicha teoría  fue elaborada en 1956 por Leon Festinger para explicar la actitud de una determinada secta ante el fracaso de sus profecías apocalípticas. Se trataba de la Asociación de Sananda, cuya líder, bajo el seudónimo de Marian Keech, había pronosticado un cataclismo que acabaría con la Tierra el 21 de diciembre de 1954. El grupo pretendía escapar de la catástrofe a bordo de una nave espacial, que vendría a recogerlos la noche del día 20 de diciembre para llevarlos al planeta Clarión. Como era de esperar, el taxi galáctico faltó a su cita.

Leon Festinger
Festinger, que se había infiltrado en el grupo de creyentes, aguardaba expectante su reacción ante el fracaso de la catástrofe anunciada. Pero lo que hizo su líder espiritual, al día siguiente del fiasco, fue manifestar que había recibido un mensaje del Dios de la Tierra en el cual le informaba de que, en el último momento, había decidido salvar a nuestro planeta de la destrucción gracias a sus oraciones. Aquí el reajuste de datos permitió a la secta mantener  incólumes sus ideales, y dio a Festinger la pauta para escribir su famoso libro Cuando la profecía fracasa (1956). La conclusión que se impone es que los humanos necesitamos desesperadamente una coherencia sustancial entre nuestras ideas, valores, percepciones y comportamientos. Si detectamos un serio conflicto entre lo que pensamos y cómo actuamos, inmediatamente surge en nosotros un malestar psicológico, una perturbación que nos obliga a modificar algunos de esos términos contradictorios para alcanzar un equilibrio. Cuanto más fuerte resulta la disonancia entre las cogniciones en conflicto, más rápida e intensa será la respuesta adaptativa para superarla. Igual que el hambre nos obliga a buscar comida, la incongruencia mental nos fuerza a adoptar medidas para alcanzar una situación más comprensible.


Un ejemplo clásico acerca de cómo recuperamos el equilibrio, cuando nuestros deseos se enfrentan sin éxito a la realidad, es la fábula de Esopo La zorra y las uvas. Demuestra cómo nos forzamos nosostros mismos a dejar de considerar algo como apetecible cuando es imposible obtenerlo. Otro ejemplo muy característico es el fumador consciente de que el tabaco es nocivo para su salud. Para eludir la antinomia, o bien se decide finalmente a dejar de fumar, o bien modifica su valoración del carácter tóxico del tabaco, convenciéndose de que, en realidad, no es tan perjudicial como las alarmistas cajetillas advierten e, incluso, de que las consecuencias de dejarlo (obesidad, comportamientos ansiosos…) le resultarían todavía peores.

Onoda en 1974, en el momento de su rendición

Parece que esa  necesidad que tenemos los humanos de compensar el peso de pensamientos y acciones incongruentes es característica de nuestra forma de ser racional, pero puede llegar a rozar lo patológico, como en el caso de Hiroo Onoda.  Este soldado nipón fue destacado, junto con otros tres compañeros, a luchar en Filipinas durante la segunda contienda mundial. Aunque tenía en su poder la orden imperial de rendición, se negó a entregarse a los aliados porque no admitía la derrota de su país. Por el contrario, siguió cumpliendo una orden previa con la que la más reciente resultaba contradictoria: no rendirse jamás y esperar la llegada de refuerzos. El pequeño grupo subsistió como pudo en la jungla viviendo de mangos y plátanos y cazando ganado en la Isla de Lubang. Al final, uno de sus compañeros abandonó aquella loca aventura y  retornó a Japón en 1950. Gracias a su información, se organizó la búsqueda de los resistentes pero no lograron encontrarlos. El último compañero de Onoda  murió en un enfrentamiento con las tropas filipinas en 1972, pero él siguió en pie de guerra. Enviaron entonces a sus familiares para persuadirlo de que depusiera las armas, pero el intento resultó en balde. Nuevamente se perdió su pista hasta 1974. Entonces consiguieron convencerlo entregándole una instrucción escrita que le eximía de toda responsabilidad, tras lo cual Onoda aceptó rendirse. Tenía entonces 52 años y llevaba 30 de guerra personal contra la posibilidad de una derrota japonesa. Era un golpe inaceptable para sus expectativas sobre el carácter divino del emperador y la invencibilidad de su nación. De hecho, algo parecido le sucedió a otra comunidad de japoneses instalada en Brasil. También Onoda se marchó a este país poco después de su rendición. Era una forma de apartarse geográficamente de una realidad que percibía como disonante con sus expectativas y deseos. Me interesa destacar con ello que los ajustes cognitivos de creencias y comportamientos de Onoda no eran un problema individual, de un sujeto eventualmente perturbado, sino una reacción colectiva provocada por la rígida ideología japonesa de la época compartida a nivel grupal. Es precisamente entonces, cuando no hablamos de psicopatologías de una persona sino de reacciones colectivas, cuando legítimamente interviene la Antropología. Quizá los supuestos más llamativos  que explica la teoría de la disonancia cognitiva podemos encontrarlos en el terreno de los sistemas religiosos. Uno de ellos podría ser el del pensamiento mágico y la brujería en África.


En un estudio clásico, Robert Horton ya resaltó que, aunque el razonamiento en el que los nativos fundamentan sus creencias sobre acciones causales sigue, en principio, el mismo curso lógico que en el razonamiento científico, el sistema de creencias en que se mueven es cerrado. Ello les impide toda crítica y superación de sus errores. Hasta tal punto es así que no pueden concebir alternativas al fracaso de sus predicciones y, en lugar de cuestionar sus creencias, solucionan el problema con explicaciones ad hoc, con elucubraciones con las que restauran su fe en la suposición discutida. Tenéis un ejemplo divertido en la historia de Hamlet embrujado que cuenta la antropóloga Laura Bohannan en Shakespeare en la selva http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/01/shakespeare-en-africa-compartimos-los.html.


Otra llamativa aplicación de los ajustes cognitivos ocurría en los cultos cargo. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Pacífico fue el teatro donde se escenificaron sangrientas luchas entre japoneses y norteamericanos. Estos utilizaron muchas de las islas de Melanesia como bases, a las que los aviones arrojaban grandes paquetes repletos de alimentos, ropa, medicina y armas para sus compatriotas. A veces estos enormes cargamentos caían sobre los poblados. Los isleños quedaban sorprendidos con las maravillas que albergaban aquellos “cargo”: radios, Coca Colas, comida en lata, azúcar… Los nativos intentaban explicar esa magia dentro de su propio marco de creencias tradicionales. Como ellos no veían cómo se manufacturaban los apreciados productos, no establecían una relación de causalidad entre su fabricación y su aparición en las islas. En sus deliberaciones pensaban que quizá el “cargo” caía gracias a las palabras secretas que los blancos continuamente escribían en hojas de papel. O quizá era el resultado de algún eficaz ritual, como las marchas en formación militar o permanecer sentados delante de una mesa largas horas vestidos con traje y corbata. Lo que trastornaba la imaginación de los nativos era la idea de que el “cargo” lo hubieran creado para ellos sus antepasados y que los blancos estuvieran apropiándoselo con su magia. Cuando terminó la guerra en 1945, los soldados americanos abandonaron sus campamentos y las cosas maravillosas dejaron de caer del cielo. Para atraerlas de nuevo, los isleños organizaron acciones de magia imitativa consistentes en el culto a los aviones y la reproducción de los gestos de los soldados americanos. Para ello, desfilaban con palos como si fuesen rifles y hasta construyeron rudimentarios aviones y pistas de aterrizaje abriendo claros en la selva. Era su forma de introducir el orden y la coherencia en una situación social que amenazaba en convertirse  en caótica e incomprensible para ellos.


Tal vez nos resulten ingenuas las reacciones de las sectas milenaristas, los soldados resistentes en las selvas de las antípodas, y los nativos africanos o los melanesios con sus ideas irracionales, pero convendría que contempláramos bajo el prisma de la disonancia cognitiva la construcción de la historia de la ciencia occidental, cuyo alto valor tanto apreciamos, porque está repleta de situaciones de aquel tipo. De acuerdo con un diseño cosmológico que se remontaba a la antigüedad griega, durante dos mil años se creyó que las estrellas y los planetas estaban insertos en esferas concéntricas, compactas pero cristalinas, que se movían vertiginosamente alrededor de la Tierra. Mientras tanto esta, como centro del universo, permanecía en perfecta  inmovilidad. El firmamento era el reino de lo inmutable, mientras que el cambio, la corrupción y la muerte solo podían tener lugar en el mundo sublunar.

cosmografía ptolemaica

De acuerdo con tal esquema de pensamiento, los cometas, como cuerpos en movimiento, solo podrían desplazarse en el espacio entre la Tierra y la Luna, nunca más allá de esta. Pero Galileo, armado con un telescopio fabricado por él mismo y manejado con una absoluta falta de prejuicios, pudo desarmar esa errónea creencia. Sin duda ya lo habrían intuido algunos de sus predecesores, pero descartaron rápidamente ese pensamiento y cualquier otro que se refiriese al movimiento de la Tierra porque no casaba con el paradigma vigente en el que confiaban ciegamente. La percepción disonante era filtrada incluso antes de que pudiera producir discrepancias con las demás asunciones del sistema. La censura inquisitorial y los parches y remiendos en las viejas teorías fueron algunos de los mecanismos sociales resolutorios de la disonancia cognitiva, con una gran fuerza de resistencia al cambio de sistemas científicos. Como con un gran sentido del humor  tituló Paul Bohannan su conocido manual, Para raros, nosotros.


Fuentes consultadas
-artículo sobre Onoda por Mónica Arrizabalaga; 
-Ted Lewellen: Introducción a la antropología política
-Miguel A. Vadillo: La disonancia cognitiva o cómo el ser humano se convierte en esclavo de sí mismo;
-Antonio Ovejero: La teoría de la disonancia cognitiva
José Manuel Alarcón: El cargo cult de las pequeñas empresas; 
- Voces” disonancia cognitiva” y “Leon Festinger” en Wikipedia.

Comentarios

  1. Extraordinaria entrada, felicidades, el tema es sumamente interesante y, de alguna forma, el autoengaño inducido por la disonancia cognitiva llega a recordarme a algunos casos en los que personas que han obrado mal, o que no soportan una realidad dada, se autoconvencen de que eso no ha ocurrido, eximiéndose de toda responsabilidad. Un ejemplo clarísimo de ello está en el filme de David Lynch "Corazón salvaje", concretamente en el comportamiento de la madre de Lula, Marietta (interpretada por Diane Ladd), que "olvida" deliberadamente dos sucesos relacionados con su hija y los hombres, en los que estuvo estrechamente involucrada.

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  2. Mi madre solía decirme desde pequeña: "el que no vive como piensa, termina pensando como vive" para animarme a perseverar en la coherencia de vida, este artículo me lo ha recordado.....Muy buena entrada, Encarna!!! Gracias, Marisa

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  3. Freud y su hija Anna reinterpretaron lo del "están verdes" de la zorra esópica como un mecanismo de defensa al que llamaron racionalización. ¿No será nuestra razón, casi siempre, racionalización? Nuestra capacidad para el autoengaño está demostrada históricamente. La instalación en la mentira es común. Tal vez esa realidad reducida a actualidad en la que habitamos no sea otra cosa que un simulacro semicongruente. Todo esto parece corroborar la interpretación instrumental de la razón, tan funesta éticamente. Me refiero a también a la teoría, determinista, según la cual la deliberación de la voluntad es una payasada, una pantomima. La pasión ya ha decidido antes de examinar los pros y los contras, la pasión instrumentaliza el logos para justificar sus fines.
    Pero no creo que lo que es un caso pueda convertirse en regla. Podemos elegir la lucidez hasta el sufrimiento, y hasta preferir la lucidez al placer. ¿Lo hacemos todos los días o en eso consiste la heroicidad filosófica? Claro que alguien objetaría diciendo que si preferimos la verdad a la mentira que nos satisface lo hacemos con la esperanza de futuros placeres... "Algún día, ganará la guerra el gran Emperador y me condecorará con una medalla" -sigue soñando Onoda.

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  4. Querido amigo: no sé decir qué me gusta más de su acertado comentario, si la penetración de las ideas o la belleza de la forma, ese estilo Biedma de recoger las propuestas, reelaborarlas y lanzarlas desde otra óptica. Un placer de lectura. La verdad es que resulta imperdonable por mi parte no haber mencionado a los últimos de Filipinas, que mucho antes que Onoda se negaron a aceptar la realidad frustrante de la pérdida del imperio colonial español.

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  5. Esta pequeña entrada la publiqué en 2014 y creo que con la película "Onoda, 10.000 noches en la jungla", dirigida por Arthur Harari , merecía la pena rescatarla. No he visto todavía el film así que agradecería comentarios de los lectores.

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  6. Extraordinaria entrada Encarna. Mi enhorabuena, que maravilla!

    Me encanta lo comentado por María, pues ella siempre encuentra buenos ejemplos en el Séptimo Arte y bueno, extraordinarias aportaciones del profesor. Algo he leído o escuchado sobre "y si esta realidad no es otra cosa que una simulación?
    En esta mi primera lectura, pues volveré a ella , he pensado en las fases adaptativas, o desadaptativas de las que nos hablan los antropólogos referente al fenómeno que sufren los migrantes cuando entrar en contacto con nuevas culturas .

    Cierto, la zorra de la fábula de Esopo tiene mucho talento y nos ilustra de forma ejemplar cómo puede reducirse la disonancia cognitiva. Pero las personas del común, pese a que efectivamente desarrollamos mecanismos de compensación, de defensa o de autoengaño...,no en pocas ocasiones tenemos que gestionar tensiones personales por las dificultades para aceptar cosas que no entran dentro de nuestro esquema mental, en detrimento de una mayor coherencia interna .
    Muy interesante debatir sobre esta teoría, para reconocer e identificar los mecanismos psicológicos que explican el comportamiento humano.
    En fin, un fantástico artículo que puede analizarse desde muchas vertientes. Gracias.



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