INVENTANDO LA ANTROPOLOGÍA: FRANK HAMILTON CUSHING Y LA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE



Cambiamos de continente. Después de haber recorrido Asia y, sobre todo, las  tierras africanas, hacemos las maletas para ir a América del Norte. Vamos a situarnos justo en el momento histórico en el que la Antropología se está configurando como  auténtica ciencia. Ha acabado la Guerra de Secesión y los Estados Unidos están  poniendo punto y final a las Guerras Indias. Con ello trazarán sus fronteras de forma definitiva. En esa fase crucial de tránsito, un valiente pionero, Frank Hamilton Cushing, se atreve a instalarse entre los indios Pueblo de Nuevo México para estudiarlos. En ese proceso inventa la “observación participante”: el antropólogo ha de transformarse en una suerte de “nativo” para poder comprender la cosmovisión de otros pueblos desde dentro. Vamos a rememorar aquí a esta figura mayor en la historia de la Antropología que, paradójicamente, es poco conocida, y a averiguar cómo estableció su método clave  de  investigación. En nuestra ruta descubriremos a personajes y episodios inolvidables.
1.  La fascinación por las culturas amerindias
Frank Hamilton Cushing nació el 22 de julio de 1857, en Pennsylvania. Su pasión siempre fue descubrir vestigios arqueológicos de los indios, que podían encontrarse fácilmente a orillas del lago Ontario y en el noroeste del estado de Nueva York, que fácilmente podemos imaginar que estaba mucho menos urbanizado que en la actualidad. Como Cushing relataría mucho tiempo después a una amiga, la antropóloga Alice C. Fletcher, cuando tenía diez años su padre le regaló una punta de flecha india. Ese artefacto impresionó vivamente su imaginación infantil, por la perfección con la que estaba labrada la piedra. Cushing  conservó siempre ese pequeño tesoro, que fue capaz de decidir su vocación profesional.
Más tarde asistió a una conferencia sobre geología y, hasta tal punto se entusiasmó con esta ciencia, que empleaba todos sus esfuerzos en rastrear minerales, puntas y amuletos, y se construyó un cobertizo que utilizaba como  laboratorio. En él  reproducía las técnicas primitivas de talla de la piedra, al tiempo que intentaba descifrar cómo pensaban los indígenas que las diseñaron. También experimentaba con la fabricación de cerámica y hasta construyó canoas con corteza de abedul, usando para ello sólo los medios que suponía que los indios habrían podido manejar. 
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Gracias a esa original investigación tecnológica, adquirió una habilidad manual extraordinaria. Pero en su pasión por las culturas indias había oculto algo más espiritual: el joven Frank invocaba a los árboles, a las rocas y a la luna, y estaba subyugado por el misterio de la noche. Muchos lo tomaban por loco al verlo hablar solo, pero un vecino supo ver sus dotes excepcionales y lo recomendó al prestigioso Smithsonian Institute de Washington. A petición del mismo, en 1.874, cuando solo tenía 17 años, Cushing escribió su primer informe científico relatando sus descubrimientos, y en el seno de la institución tuvo la oportunidad de conocer a Lewis H. Morgan, figura fundamental en la historia del pensamiento occidental, que ya entonces era una celebridad por sus estudios sobre la cultura de los iroqueses.
El paso de Cushing por la Universidad de Cornell fue breve. Seguramente su profesor de Geología, que en vano había rastreado restos indios por la zona, se quedó muy acomplejado cuando aquel aventajado alumno, tras solo unas horas de búsqueda, le llevó un saco repleto de ellos.


Cushing pronto accedió al Bureau of Ethnology (el departamento del Smithsonian para el estudio de las culturas indias), de la mano de su director, John Wesley Powell, quien se convertiría en su mentor. Diez años antes, en 1869, Powell  había visitado a los Zuni (o Zuñi), en la región Pueblo, al sudoeste de Nuevo México, fronteriza con Arizona. Le sorprendieron tanto sus ceremonias que decidió volver para realizar trabajo de campo aunque,  por diversas circunstancias, finalmente no pudo hacerlo. Pero contagió a su pupilo el interés por esta original cultura, cuyo sistema de creencias tradicionales no tenía parangón con otras de la zona. Se suponía, además, que su lengua se había mantenido incólume nada menos que durante 7.000 años. En 1879 Cushing se sumó a una campaña de investigación que iba a durar solo tres meses pero acabó viviendo con los Zuni casi cinco años.



2. De la antropología de salón al trabajo de campo
Cuando un conocido arqueólogo de Washington se enteró de que el joven Cushing se disponía a unirse a esa expedición, le espetó: Mr. Cushing, tengo entendido que se dirige usted al territorio Zuni. Estará allí quizá un mes, tal vez incluso dos o tres. Mientras usted está allí, yo consultaré a mis autoridades [y entonces hizo un grandilocuente gesto con la mano, señalando los repletos anaqueles de su biblioteca] y cuando  vuelva, publicaré un libro mejor que el que Vd. consiga escribir. Esta anécdota permite explicar el agudo contraste que se estaba produciendo, a finales del siglo XIX, entre dos estrategias de investigación bien distintas: el trabajo de campo realizado personalmente  por el antropólogo, que abanderaría Frank H. Cushing, y la ya caduca “antropología de salón”. Hasta aquel momento, los eruditos habían venido estudiando, sin pisar el terreno, los informes redactados en ultramar por misioneros y  funcionarios coloniales, o los relatos a veces fantasiosos de viajeros que se adentraban en territorios inhóspitos. Los antropólogos escribían desde la metrópoli sobre pueblos exóticos que nunca  visitaban y cuya  lengua tampoco conocían. A veces tampoco la dominaban sus informantes, y entonces esos intermediarios tenían que recurrir a traductores. Como resulta fácil de imaginar, en esa larga cadena de transmisión no podía controlarse la validez de la información obtenida, al estar expuesta a todo tipo de sesgos deformantes en sus pasos sucesivos. Por ello, gran parte del material que se recopiló en esas condiciones está bajo sospecha. La razón para delegar la  investigación de campo residía, por una parte, en  prejuicios sociales: entonces se consideraba que un gentleman scholar no debía internarse en junglas, abrasado por el calor tropical y torturado por los mosquitos, a enfrentarse con salvajes. Por otro lado, como argumentaba el arqueólogo que tan pomposamente retó a Cushing,  tal esfuerzo era  innecesario: toda la “verdad” ya estaba en los libros y bastaba deducirla de su lectura. El pensador evolucionista se limitaba a  manejar un esquema general acerca de las etapas de desarrollo, universal, uniforme y ahistórico, de la humanidad. Lo que hacía era forzar los datos observados para que encajasen en sus teorías especulativas e ignorar los que las contradijeran abiertamente. Este gravísimo pecado intelectual siguió cometiéndose hasta la primera mitad del siglo XX por la Escuela de Etnohistoria vienesa. La "antropología de salón" o de “sillón” (Armchair Anthropology, como la llamaban los ingleses) tuvo conspicuos cultivadores, como Sir James Frazer (1854-1943), quien escribió los 22 volúmenes de La rama dorada (1890-1902), un grandioso fresco comparativo de la mitología y la religión, sin salir de su biblioteca. Pero es obvio que la Antropología nunca habría podido alcanzar un estatus científico usando esta dudosa metodología de trabajo. De ahí la importancia trascendental de la aventura del conocimiento en que se embarcó Cushing, que dio a la disciplina el giro copernicano que precisaba. Es lógico que este cambio metodológico se produjera cuando los investigadores comprendieron la necesidad de abordar la concreta andadura histórica de cada uno de los pueblos llamados “primitivos”, y que para ello hacía falta conocer su lengua y profundizar en sus costumbres  y creencias. Para ello resultaba insuficiente un simple proyecto de investigación durante solo tres meses.
(Para más detalles acerca de los dos paradigmas científicos,  evolucionismo y difusionismo, enfrentados en el cambio de siglo, podéis consultar http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/05/leo-frobenius-y-los-circulos-culturales.html )
3. Convertirse en nativo
Una vez acabada la breve estancia que tenía prevista la expedición organizada por el Instituto Smithsoniano, Cushing decidió quedarse entre los indios Pueblo y, a lo largo de cuatro años y medio, se transformó en un auténtico Zuni. Aunque el primer año experimentó grandes dificultades para integrarse en la comunidad, acabó consiguiéndolo gracias tanto a su empeño como a las habilidades manuales y conocimientos  técnicos que había venido acumulando desde su juventud. En sus memorias relata que, al principio, su vida llegó a correr un serio peligro: los Zuni planearon matarlo cuando comprendieron que pretendía averiguar los secretos más sagrados de su cultura. Pero nuestro investigador tenía un insuperable don de gentes y consiguió que lo adoptara el Gobernador del pueblo, el viejo guerrero Piño Wawatan, quien se convirtió en su “padre” espiritual.
De su mano aprendió  la concepción nativa de la naturaleza, la vida y el ser humano. Al segundo año ya dominaba aquella singular lengua y, gradualmente, se fue introduciendo en el grupo como un miembro más. Superó los ritos iniciáticos que marcan el cambio de estatus y la pertenencia a una comunidad y logró entrar en el Consejo Secreto y en la Orden de los Sacerdotes del Arco como jefe guerrero. Le impusieron el nombre de Tenatsali, que quiere decir en lenguaje Zuni “Flor medicinal” y que nadie más que él podría jamás llevar.
4. La observación participante
El método de investigación que Cushing inventó en el curso de esa intensa convivencia fue la observación participante, que constituye la piedra angular del trabajo antropológico. Es cierto que su formulación más acabada corresponde a Bronislaw Malinowski, el padre fundador de la Antropología moderna. Sus líneas maestras las encontramos en la introducción a su obra cumbre, Argonautas del Pacífico Occidental (1922), fruto de su trabajo de campo entre los Trobriand de Nueva Guinea. Pero, como pone de relieve Ubaldo Martínez Veiga en su estupenda Historia de la Antropología  (UNED, 2007), para ello Malinowski no hizo otra cosa que seguir los pasos que ya había dado Cushing unas cuantas décadas antes.
Bronislaw Malinowski
La investigación participante consiste en que el investigador  debe compartir con los sujetos que estudia las experiencias de su vida cotidiana, para poder conocer su mundo de sentido desde dentro. Por eso es participación y no solo una observación curiosa pero distante. Para conseguir una familiaridad suficiente, es precisa la convivencia en el seno de una comunidad humana de dimensiones restringidas y durante un tiempo prolongado, entre uno y dos años. Malinowski recomendaba escindir la estancia en dos fases, al objeto de disponer de un tiempo intermedio para reconsiderar el alcance del material obtenido y poder reformular los planteamientos. Durante ese período, el antropólogo debe sufrir una verdadera inmersión cultural, esto es, aprender a vivir como lo hacen los “otros” analizados, y no limitarse a dar “una vuelta por la aldea” de vez en cuando. Como igualmente escribió Malinowski:
En el transcurso de mi paseo matinal a través de la aldea, podía observar los aspectos íntimos de la existencia familiar, el aseo, la cocina, la comida: podía contemplar los preparativos para el trabajo de la  jornada, las personas que iban a hacer los recados o grupos de hombres y mujeres ocupados en fabricar algo. Las discusiones, las bromas, las escenas familiares, los incidentes, incluso sin importancia, a veces dramáticos, pero siempre significativos, constituían la atmósfera tanto de mi vida diaria como de la suya. Puesto que me veían todos los días, los indígenas no estaban intrigados, inquietos o incómodos por mi presencia; desde entonces dejé de ser un elemento perturbador de la vida tribal que estudiaba, ya no desvirtuaba todo por el hecho de acercarme, como sucede siempre que un recién llegado  se presenta en una sociedad primitiva. En realidad, como sabían que metería mis narices por todas partes, incluso allí donde un indígena bien educado no soñaría nunca en inmiscuirse, acabaron por verme como parte y elemento de su existencia, un mal o una molestia necesarios, mitigados por el tabaco que repartía…Tuve que aprender a comportarme y, hasta cierto punto, adquirí el “sentido” de los buenos y malos modales propios de los nativos de este país. Gracias a esto pero también a que me llegó a agradar la compañía y compartir alguno de sus juegos y diversiones, comencé a sentirme realmente identificado con ellos y esta es, realmente, la condición previa para alcanzar el éxito en el trabajo de investigación.
Para ello, es fundamental que el etnólogo domine la lengua o jerga nativa con  suficiente  soltura para interactuar e interpretar adecuadamente sus observaciones, aunque  pueda contar con el apoyo de algún informante.
En esa “zambullida cultural”, el investigador se ve sometido a una nueva  socialización: debe aprender las reglas de actuación de los nativos para comprender su forma de vida de los nativos, comportándose como si fuera uno más de ellos. Pero esa mimetización no implica que el antropólogo olvide su cultura de origen. Este radical proceso, en el que se autoinstrumentaliza en aras de obtener información cualificada, lo sitúa en un terreno intermedio: nunca llegará a su total integración en el grupo porque sabe que deberá volver a su lugar de procedencia cuando termine la estancia. En un proceso reversible preprogramado, de manera que el etnólogo es capaz de preservar la necesaria objetividad en el enjuiciamiento de las conductas observadas. Mediante ese “extrañamiento es capaz de advertir las contradicciones entre las reglas preceptivas, las que en cada cultura dicen lo que se debe creer y hacer,  y la forma en que los sujetos estudiados las llevan a la práctica, con diferentes grados de incumplimiento de los que, muchas veces,  no llegan a ser conscientes.
Este proceso cognitivo y emocional, tan intenso y paradójico, transforma al antropólogo en un “nativo marginal”, ubicado en un territorio mental intermedio entre su propia forma de vida y la  investigada, lo que le produce un auténtico choque cultural. Su vida y salud pueden llegar a correr riesgos, le asalta la soledad, la frustración de no entender el significado de lo que le rodea, pero todo ello es el paso necesario para lograr un pensamiento reflexivo válido. Nuevamente sufrirá otra sacudida cognitiva cuando retorne a su propio mundo, y experimentará también la tristeza de la despedida de sus nuevos amigos, con los que a veces los antropólogos establecen fuertes lazos. Hasta pueden alcanzar entre ellos los más altos honores, como le sucedió a Cushing, o a Evans-Pritchard con los Nuer del Sudán.
Desde la descolonización, a principios de los sesenta, la investigación antropológica se ha volcado en una medida muy relevante en  nuestro propio mundo occidental. Aun así, los principios de la observación participante siguen siendo válidos mutatis mutandi, pues casi siempre se trata de estudios de comunidades o grupos urbanos pequeños y unidos por un fuerte sentido de identidad diferencial. Aunque sean vecinos del investigador, éste tiene que convertirse en un  “intruso” en su propia ciudad. Como sugiere Francisco Cruces Villalobos, eso implica mirar a sus conciudadanos como si fuera extranjero, como presupuesto necesario para superar su sociocentrismo, la identificación inconsciente con los miembros de su propia cultura.
5. De viaje con los jefes indios

Cuando ya estaba bien afianzado entre los Zuni, Cushing animó a sus líderes a salir de viaje con él para conocer los Estados Unidos. Pero no se trataba de esos zoos humanos de los que hablamos en el artículo sobre Frobenius que antes se ha citado. Cushing era muy consciente de que el proceso de aculturación de los indígenas era irreversible y que su modo de vida tradicional estaba en trance de desaparecer. Quería que aprendieran inglés, - él mismo les dio clases-, para que pudieran conocer de cerca la civilización del hombre blanco, con todas sus posibilidades para mejorar su formación y su economía agrícola.
Así que, en 1882, Cushing  salió de Zuniland acompañado por su “padre”  y los jefes de los órdenes sacerdotales. Se dirigieron a Boston, Washington y otras grandes ciudades de la costa Atlántica, donde recibieron una cálida recepción y un atento seguimiento por parte de la prensa. Cushing estaba inventando también lo que mucho más tarde se llamaría la antropología reflexiva: los pueblos  estudiados no son especies naturales, simples objetos pasivos de observación científica, sino sujetos de observación compartida. El antropólogo intercambia con ellos ideas acerca de sus respectivas culturas y trata de romper las fronteras que creamos artificialmente  entre los pueblos para reconocer nuestra  común identidad humana.
Emily Tennyson McGill
Entre tanto ajetreo, Cushing tuvo tiempo incluso para conocer al amor de su vida, Emily Tennyson McGill, con la que se casó en Washington. Se la llevó a vivir a la reserva Zuni junto con  su cuñada, y ambas compartieron con el antropólogo el estilo de vida indio, con todas sus penurias y dificultades.
Sin embargo, pronto surgió un grave problema con  los territorios de sus anfitriones. Unos años atrás, en 1877, el Presidente Hayes había promulgado una ley que establecía sus límites pero se olvidaron de incluir en ellos el Valle de la Nutria. Hecha la ley, hecha la trampa. No tardaron en aparecer tres desaprensivos especuladores que lo reclamaron para ranchos de ganado. Cushing escribió cartas a los periódicos de Chicago y Boston pero uno de los rancheros, el Mayor W.F. Tucker, tenía grandes influencias en las altas esferas del poder: era yerno del senador John A. Logan, candidato a la vicepresidencia de los EEUU. Aunque Cushing consiguió que el nuevo Presidente, Chester Arthur, reestableciera en 1883 los límites del territorio Zuni, no pudo evitar las represalias de Logan, cuya reputación había quedado malparada con el asunto. El vengativo Senador amenazó al Instituto Smithsonian con suprimir las subvenciones que recibían  mientras Cushing permaneciera entre los Zuni. Por el bien de la institución, de la que J. W. Powell, su maestro y amigo, era director, Cushing tuvo que abandonar la reserva en 1884. Intentó volver en 1886 pero sus problemas de salud, fruto de sus años de privaciones por el estilo de vida indio, le hicieron desistir del intento definitivamente.
6. La lucha por las tierras ancestrales: el caso de Standing Bear vs. Crook
Alice C. Fletcher
Además de Cushing, había muchas otras personas luchando por los derechos civiles de los indios. Una de ellas era la antropóloga Alice C. Fletcher (1838-1923). Por encargo del Museo Peabody de Arqueología y Etnografía, perteneciente a la Universidad de Harvard, Alice se instaló entre los Sioux de Nebraska en 1881. Su método de investigación se asemejaba al de Cushing, pero su mérito es doble porque lo diseñó de manera independiente a él y porque se atrevió a ponerlo en práctica siendo mujer, con todos los obstáculos que ello representaba en el siglo XIX.
 Como Alice no hablaba la lengua Omaha, debió recurrir a la ayuda de una intérprete. Sussette LaFlesche (1854-1903), conocida como “Bright Eyes”, de padre francés
Sussette LaFlesche
y madre medio india, era una profesional completísima: periodista, escritora, conferenciante y artista. A estas arrojadas damas las acompañaba el periodista Omaha Thomas Tibbles, que después se casaría con Sussette.
En 1879 Alice C. Fletcher había intervenido en el proceso contra  el jefe Oso Erguido (1829?-1908), de la tribu de los Ponca, que habitaba en Nebraska  junto al río Missouri. En 1868, debido a  otra desastrosa delimitación territorial, los Ponca se quedaron sin sus tierras. A estas alturas del relato ya estamos autorizados a pensar que se produjeron demasiadas “equivocaciones” en esas reparcelaciones. El caso es que los Ponca se atrevieron a protestar por ello y, en respuesta, las tropas federales los echaron del territorio Omaha. El viaje hasta su destino en la Gran Reserva Sioux, hoy en Oklahoma,  fue tan penoso que murió más de un tercio de los desplazados, entre ellos el hijo mayor de Oso Erguido. Antes de morir, el joven  hizo prometer a su padre que lo enterraría junto a sus ancestros. 
Oso Erguido
Aunque no se les permitía abandonar su confinamiento, Oso Erguido no dudó en volver a Nebraska a cumplir el deseo póstumo de su hijo, acompañado para ello por un séquito de sesenta y cinco guerreros. Cuando la noticia se difundió, el Gobierno los declaró banda renegada y ordenó al General Crook  su arresto para  devolverlos al Territorio Indio. El General George Crook (1828-189) era un glorioso vencedor de las Guerras Indias, al que los Apaches habían apodado “Lobo Gris” en señal de temor y respeto. Pero Crook, que  simpatizaba con la causa de Oso Erguido,  puso los hechos en conocimiento del periodista Thomas Tibbles.
General Crook
 Pronto se organizó la defensa del jefe a cargo de dos prominentes abogados, quienes plantearon un habeas corpus al amparo de la Enmienda 14ª de la Constitución. La respuesta del Gobierno a esa petición fue que los indios no eran personas. El caso fue a juicio y en él figuró Crook como demandado porque era quien había practicado el arresto del jefe Ponca.  Aunque en el proceso penal actuó como interprete Sussette Bright Eyes, el juez Elmer Scipio Dundy permitió a Oso Erguido hacer uso final de la palabra. El jefe levantó el brazo y pronunció este emotivo discurso:
Esta mano no es del color de las vuestras, pero si la pinchan, la sangre mana y sentiré dolor. Esa sangre es del mismo color que la vuestra. Dios me ha hecho, yo soy un hombre.
Juez Dundy
El juez Dundy falló en favor de los arrestados, argumentando que los indios tenían derechos como personas y como ciudadanos estadounidenses, y la Corte Suprema confirmó su decisión. Al final, a los Ponca se le permitió volver a sus tierras. Una bonita historia en busca de narrador.
Alice Fletcher llegó a ser Presidenta de la Sociedad Americana de Antropología, y publicó 46 monografías etnográficas. Su labor  social fue también muy notable: un siglo antes de que se hicieran famosos los microcréditos del Banco Graneen en Bangladesh, Alice organizó un sistema de pequeños préstamos a través de la Asociación Nacional de Mujeres Indias, al objeto de facilitarles la adquisición de tierras y casas. Uno de esos préstamos permitió a Susan LaFlesche,  hermana de la brillante Sussette, llegar a ser la primera médica nativa en Estados Unidos.
Alice también colaboró en la redacción de la Dawes Act, promulgada en 1887, un instrumento normativo que perseguía la integración de los nativos en la sociedad americana. Para ello se dividieron las tierras  comunales, que  habían disfrutado  los indios de manera colectiva e indiferenciada, en lotes que se adjudicaban en propiedad individual a los peticionarios. Es fácil ver el contraste de valores entre ambas culturas: familiar y grupal la de los indígenas, individualista la occidental. La ley fracasó porque los nativos la vieron como la imposición de un sistema social que les resultaba totalmente extraño, y también porque les ofrecieron las tierras peores y más pequeñas.
Las mejores  fueron vendidas a los blancos. Así fue cómo  sus territorios tradicionales, que en 1887 tenían una extensión de 560.000 Km², quedaron reducidos a  190.000 Km² en 1934. Aunque la Dawes Act acabó en una vergonzosa expropiación, la finalidad que guiaba a los antropólogos que, como Alice C. Fletcher, intervinieron en la elaboración de esta ley, era bienintencionada. Eran conscientes de que las culturas indias estaban condenadas a desaparecer y que sus miembros debían asimilarse a la sociedad blanca lo antes posible para sobrevivir.
7. El legado de Cushing
Una vez que abandonó definitivamente a los Zuni, entre 1886 y 1888 Cushing realizó excavaciones en los Valles Salado y de Gila, en Arizona y Nuevo México. Encontró los templos del sol y el “Pueblo de los Muertos”, al que llamó así por el gran número de esqueletos que se hallaron en él. En pleno desierto descubrió los restos de un extenso sistema de irrigación, lo que proyectaba una nueva luz sobre el supuesto atraso tecnológico de estas etnias. 
En 1888 Cushing excavó las ruinas de Cibola, región en la que los conquistadores españoles, guiados por una tradición medieval, habían buscado sin éxito las legendarias Siete Ciudades de Oro. También allí tuvo problemas con su deteriorada salud. Le recomendaron el clima de Florida, a donde llegó en 1890 para trabajar en los Everglades y los cayos. Fácilmente advirtió que los pueblos del Suroeste americano, México, Yucatán y Valle del Mississippi, estaban interconectados en un grupo cultural mayor. También en los estudios de área Cushing fue un innovador (sobre el particular puede consultarse igualmente el artículo antes citado http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/05/leo-frobenius-y-los-circulos-culturales.html).El valioso manuscrito con su informe antropológico se perdió pero, afortunadamente, pudo hallarse en el año 2000.
Cushing fue pionero en otros muchos aspectos del trabajo etnológico. Siempre defendió la perspectiva cross-cultural, esto es, el acercamiento comparativo entre culturas. Para él, el relativismo debía ser el principio básico de interpretación: ninguna cultura es superior a otra, ni siquiera la occidental, sino que deben compararse en igualdad de términos. Fue el primer antropólogo que utilizó el concepto canónico de cultura, establecido por Tylor en Primitive Culture (1871): Todo complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres u otras disposiciones y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de una sociedad.
Cushing también se adelantó en el uso del término “jefatura” (Chiefdom), que tanta importancia tendría después en la disciplina para referirse a una de las formas de organización social temprana.
En Mis aventuras en Zuni (1882-3) ofrece una visión romántica de su vida con los nativos que evoca el mito del buen salvaje (Martínez Veiga). En otras obras estudió los Fetiches Zuni (1880-1) o sus relatos populares (editados en 1901). La compleja cosmología de los Zuni se basaba en el número siete. Así tenían 7 montañas sagradas, 7 animales totémicos, 7 espíritus sobrenaturales, 7 clanes, 7 colores, 7 direcciones y 7 sacerdocios. Como destacaron Emile Durkheim y Marcel Mauss en Sobre algunas formas primitivas de clasificación, Cushing estuvo en lo cierto al afirmar que las relaciones sociales entre los hombres son el prototipo de las relaciones lógicas que se proyectan sobre las cosas, en contra de lo que había pensado James Frazer. Ese sistema de oposiciones, descrito por Cushing y reelaborado por Durkheim y Mauss, sería trascendental para el posterior  estructural-funcionalismo de Lévi-Strauss.
Después de todas esas grandes aportaciones metodológicas y doctrinales, ¿por qué Cushing ocupa un lugar un tanto secundario en el panteón de la disciplina? Martínez Veiga apunta tres causas para ello: no fue un autor del agrado de Franz Boas, el gran “pope” de la Antropología cultural americana durante la primera mitad del siglo XX; no publicó una etnografía integral sobre la cultura Zuni sino solo sobre aspectos parciales de la misma; y, sobre todo, fue fiel a sus amigos Zuni al guardar silencio sobre los secretos que le habían revelado en su iniciación ritual, pero con ello traicionó su papel como antropólogo.

8. “Soy leyenda”
Cushing murió prematuramente en 1900 cuando solo tenía 43 años. Sus compañeros de la Sociedad de Antropología de Washington dedicaron los máximos elogios a su memoria, no dudando en calificarlo como genio. Pero, antes que nada, había sido una persona con cualidades humanas excepcionales. Tenía un talento irrepetible para penetrar los significados ocultos en las costumbre nativas y logró renovar profundamente las técnicas de investigación antropológica. Sus extraordinarias capacidades se templaron con su laboriosidad, empatía e intuición clarividente. Fue un héroe sin fisuras. Como apuntó su contemporáneo Stewart Culin,  Frank H. Cushing vivió consumido por el deseo de saber y entender, lo que hizo de él una de las mentes más originales y brillantes en el ámbito de la etnología, adelantándose varias décadas a los avances que no se consolidarían definitivamente hasta bien entrado el siglo XX.

Su leyenda personal perduró tras su muerte porque había prendido con fuerza en el imaginario colectivo. Alguno de los rasgos de su vida y obra adornan, como pinceladas sueltas, a John Dunbar, el protagonista de Bailando con Lobos, como bien apunta Martínez Veiga. Más claramente aún se identifica su impronta en la novela futurista Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley: John el Salvaje, un trasunto de Cushing, habita en la reserva Zuñi, reducto para los inadaptados a la opresiva vida tecnológica, supuestamente feliz pero vacía de valores. El visionario Huxley contrapone radicalmente la civilización occidental, sin “alma”, dominada por los principios del trabajo en cadena de la producción fordista, a las culturas indígenas, vitalistas, orgánicas, llenas de sentido. Cushing, metamorfoseado en esos héroes de la ficción, nos sigue interpelando más de 100 años después de su muerte. Me gusta la frase que sus compañeros pronunciaron en su recuerdo: El mundo es mejor y más sabio gracias a que Cushing vivió en él.

Comentarios

  1. Magnífico artículo, una vez más en el que se recoge la huella histórica de un personaje que muchos conocíamos como John El Salvaje de Un Mundo Feliz, pero pocos pudieran ponerle un nombre de la historia de la Antropología. Es fascinante la personalidad de este antropólogo, no ya por lo que contó e hizo por los Zuni, sino por lo que supo callar y preservar de su cultura, aunque le valiera el ostracismo por parte de Boas. Hablas también de su método, la observación participante, elevado a sus más altas cotas con Malinowski; pues bien, abundo en el tema en mi próximo artículo sobre el colonialismo norteamericano en Samoa, pues también hay un personaje de novela que hace esta función de antropólogo " que se moja", y no solamente se queda en el sillón. De cualquier forma, la antropología aplicada de los EEUU es más tardía que la británica - algunos autores la sitúan después de 1.933, con la aparición del office of Indian Affaires - ya que hasta el New Deal , los Estados unidos no vieron la necesidad de administrar los pueblos conquistados; podemos suponer, por la historia que nos cuentas que se limitaron a quedarse con sus tierras y empujarlos a territorios menos feraces. Afortunadamente siempre hay voces que luchan por el conocimiento y la justicia como es el caso de Cushing y de las dos antropólogas que citas, totalmente desconocidas,pero cuyo papel vemos, con la perspectiva del tiempo, que ha sido crucial para comenzar unos procesos legales que pudieran llegar a reparar tantos y tan profundos agravios a tantas gentes.

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  2. Muchas gracias por tu comentario. Es cierto lo del desconocimiento de estas figuras y resulta realmente triste. Cushing no tiene un hueco en la wikipedia en castellano.Tampoco hay gran información en otras páginas en nuestro idioma, y el panorama ni siquiera mejora sustancialmente en inglés, así que espero que el artículo pueda ser de utilidad para ampliar un poco la información, excelente por otro lado, que ofrece Martínez Veiga, al que se le nota la gran simpatía que siente por Cushing. Y no es para menos.
    En cuanto a Alice Fletcher y su colaboradora Sussette, pues no hay ninguna referencia en el libro de Etnohistoria, a pesar de su gran participación en la Dawes Act. La historia de la Antropología se escribió en masculino hasta que llegaron Margaret Mead y Ruth Benedict. Aunque ellas no fueran las primeras, aparecen como tales por la gran difusión que alcanzaron sus trabajos. Tendremos que dedicarles aquí un buen artículo, que se lo merecen. Mientras tanto, estoy deseando que publiques esa visión antropológica de Samoa a través de la literatura y el cine que anuncias.

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  3. Bonito e interesante artículo. Me voy a limitar a hacer una acotación transversal, ya que esta diferenciación entre la observación participativa y la antropología "de salón" me recuerda a la dialéctica entre Sherlock Holmes y su intelectual hermano, Mycroft: un hombre muy inteligente, más que el hermano detective, ya que es capaz de acercarse, y mucho, a la resolución del crimen por la mera deducción, sin abandonar su sillón, pero que a la postre no suele llegar a los resultados del expeditivo Sherlock. Quizá Conan Doyle, por aquella época, expresaba así su simpatía por el carácter experimental sobre el intelectual.

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  4. Claro, él tomaba como modelo a su profesor de Química en la Facultad de Medicina, Joseph Bell, que era un hombre muy práctico y observador de las pistas que ofrecía la realidad. Buena comparación. Muchas gracias, María.

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  5. La autora combina con destreza teoría antropológica, episodios novelescos y una parte de la historia contemporánea, la que se refiere a los indígenas americanos, de la que solamente conocemos su faceta más anecdótica, olvidando las grandes dosis de injusticia y brutalidad que contiene. Sirvan estas líneas para recordar que LEONARD PELTIER sigue a la espera de un nuevo juicio que le permita recuperar la libertad, algo por lo que abogó el viejo león sudáfricano cuyo corazón está a punto de dejar de latir.

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  6. Muchas gracias por tu comentario. Tal como están construídos los argumentos de las películas de indios, solo los muy frikis son capaces de identificarse con los salvajes, así que hemos crecido bien adoctrinados sobre lo muy justificadas que estaban las tropelías que se cometieron en Norteamérica. Como habrá mucha gente que desconozca los pormenores del caso del pobre Peltier, sería fantástico que lo resumieras para los lectores del blog.

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  7. LEONARD PELTIER tiene sangre Ojigway y Dakota Sioux; es activista del AMI (American Indian Movement). En la actualidad cumple dos cadenas perpetuas, condenado por el asesinato de dos agentes del FBI en un tiroteo ocurrido en la reserva india de Pine Ridge en 1975, cuando se intentaba evitar el desalojo de los indígenas tras el descubrimiento en la zona de yacimientos de uranio. Muchas voces, entre ellas Amnistía Internacional, se han alzado para pedir su liberación y una revisión de su juicio; de entre ellas me gustaría destacar la de JESÚS DÍAZ INSUA, que en su libro SAVIA SIN OTOÑO le dedica los siguientes versos: La justicia de los cuchillos largos/Falsas pruebas también testigos falsos/Los perros de la guerra son los amos/ En la sombra imponen sus dictados/ Aplastan la libertad con su cruel mazo/ Expolian los terrenos sagrados/ Hacen de tratados papel mojado/ Leonard, viento tras sol enjaulado.

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  8. Ironías de la vida: Si aparecen reservas de uranio, fuera los indios de la reserva en la que el gobierno federal los ha metido, y el que abandera la protesta, a la cárcel una buena temporada, así se callan todos. A saber quién mató en realidad a los agentes del FBI.
    Bella voz poética la de Jesús Díaz Insua. A ver cuándo se anima a participar en este foro.

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  9. M.Angeles Atienza1 de julio de 2013, 1:40

    Guau ! Bailando con lobos es una pastilla de clorato al lado de la historia de Cushing y los indios Zuni. Menudo peliculón si se hace fiel a lo narrado por ti. Es una historia apasionante a muchos niveles y muy ilustrativa para aquellos que aun no han descubierto lo que es otorgar poder a los que no tienen conciencia. Gracias por esta gran historia.

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  10. Magnifico, ya sabemos eso de que la película "bailando con lobos" es un sueño robado a la imaginación de nuestra infancia y a la vida real de estos antropólogos.... La información aquí expuesta es veraz pero no gusta a los antropólogos y sociólogos más rancios que solo adoran Boas, Mead Malinowsky y otros tantos...esto me lo corroboro cierto profesor de la autónoma de madrid, editor de ciertas carta campesino polaco, que en un examen, puntuó bajísimo, hasta con desprecio un examen en el que referencié muchos de los datos curiosos que en este trabajo reveláis....la casta vieja solo acepta lo rancio...qué le vamos a hacer..

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  11. Muchísimas gracias por tu comentario. Sí, hay muchos rancios y rancias sueltos por ahí. Qué le vamos a hacer. Un saludo.

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