INVENTANDO LA ANTROPOLOGÍA: FRANK HAMILTON CUSHING Y LA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE
Cambiamos de continente. Después de
haber recorrido Asia y, sobre todo, las
tierras africanas, hacemos las maletas para ir a América del Norte.
Vamos a situarnos justo en el momento histórico en el que la Antropología se
está configurando como auténtica
ciencia. Ha acabado la Guerra de Secesión y los Estados Unidos están poniendo punto y final a las Guerras Indias.
Con ello trazarán sus fronteras de forma definitiva. En esa fase crucial de
tránsito, un valiente pionero, Frank Hamilton Cushing, se atreve a instalarse
entre los indios Pueblo de Nuevo México para estudiarlos. En ese proceso
inventa la “observación participante”: el antropólogo ha de transformarse en una
suerte de “nativo” para poder comprender la cosmovisión de otros pueblos desde
dentro. Vamos a rememorar aquí a esta figura mayor en la historia de la
Antropología que, paradójicamente, es poco conocida, y a averiguar cómo
estableció su método clave de investigación. En nuestra ruta descubriremos
a personajes y episodios inolvidables.
1. La fascinación por las culturas
amerindias


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Gracias a esa original investigación tecnológica, adquirió una habilidad manual
extraordinaria. Pero en su pasión por las culturas indias había oculto algo más
espiritual: el joven Frank invocaba a los árboles, a las rocas y a la luna, y
estaba subyugado por el misterio de la noche. Muchos lo tomaban por loco al
verlo hablar solo, pero un vecino supo ver sus dotes excepcionales y lo
recomendó al prestigioso Smithsonian Institute de Washington. A petición del
mismo, en 1.874, cuando solo tenía 17 años, Cushing escribió su primer informe
científico relatando sus descubrimientos, y en el seno de la institución tuvo
la oportunidad de conocer a Lewis H. Morgan, figura fundamental en la historia
del pensamiento occidental, que ya entonces era una celebridad por sus estudios
sobre la cultura de los iroqueses.
El paso de Cushing por la Universidad
de Cornell fue breve. Seguramente su profesor de Geología, que en vano había
rastreado restos indios por la zona, se quedó muy acomplejado cuando aquel
aventajado alumno, tras solo unas horas de búsqueda, le llevó un saco repleto
de ellos.
Cushing pronto accedió al Bureau of
Ethnology (el departamento del Smithsonian para el estudio de las culturas
indias), de la mano de su director, John Wesley Powell, quien se convertiría en
su mentor. Diez años antes, en 1869, Powell
había visitado a los Zuni (o Zuñi), en la región Pueblo, al sudoeste de
Nuevo México, fronteriza con Arizona. Le sorprendieron tanto sus ceremonias que
decidió volver para realizar trabajo de campo aunque, por diversas circunstancias, finalmente no
pudo hacerlo. Pero contagió a su pupilo el interés por esta original cultura,
cuyo sistema de creencias tradicionales no tenía parangón con otras de la zona.
Se suponía, además, que su lengua se había mantenido incólume nada menos que
durante 7.000 años. En 1879 Cushing se
sumó a una campaña de investigación que iba a durar solo tres meses pero acabó
viviendo con los Zuni casi cinco años.
2. De la antropología de salón al
trabajo de campo
Cuando un conocido arqueólogo de
Washington se enteró de que el joven Cushing se disponía a unirse a esa expedición,
le espetó: Mr. Cushing, tengo entendido
que se dirige usted al territorio Zuni. Estará allí quizá un mes, tal vez
incluso dos o tres. Mientras usted
está allí, yo consultaré a mis autoridades [y entonces hizo un
grandilocuente gesto con la mano, señalando los repletos anaqueles de su
biblioteca] y cuando vuelva, publicaré un libro mejor que el que
Vd. consiga escribir. Esta anécdota permite explicar el agudo contraste que
se estaba produciendo, a finales del siglo XIX, entre dos estrategias de investigación
bien distintas: el trabajo de campo realizado personalmente por el antropólogo, que abanderaría Frank H.
Cushing, y la ya caduca “antropología de salón”. Hasta aquel momento, los
eruditos habían venido estudiando, sin pisar el terreno, los informes
redactados en ultramar por misioneros y
funcionarios coloniales, o los relatos a veces fantasiosos de viajeros
que se adentraban en territorios inhóspitos. Los antropólogos escribían desde
la metrópoli sobre pueblos exóticos que nunca
visitaban y cuya lengua tampoco
conocían. A veces tampoco la dominaban sus informantes, y entonces esos
intermediarios tenían que recurrir a traductores. Como resulta fácil de
imaginar, en esa larga cadena de transmisión no podía controlarse la validez de
la información obtenida, al estar expuesta a todo tipo de sesgos deformantes en
sus pasos sucesivos. Por ello, gran parte del material que se recopiló en esas
condiciones está bajo sospecha. La razón para delegar la investigación de campo residía, por una
parte, en prejuicios sociales: entonces
se consideraba que un gentleman scholar no debía internarse en junglas,
abrasado por el calor tropical y torturado por los mosquitos, a enfrentarse con
salvajes. Por otro lado, como argumentaba el arqueólogo que tan pomposamente retó
a Cushing, tal esfuerzo era innecesario: toda la “verdad” ya estaba en los
libros y bastaba deducirla de su lectura. El pensador evolucionista se limitaba
a manejar un esquema general acerca de
las etapas de desarrollo, universal, uniforme y ahistórico, de la humanidad. Lo
que hacía era forzar los datos observados para que encajasen en sus teorías
especulativas e ignorar los que las contradijeran abiertamente. Este gravísimo
pecado intelectual siguió cometiéndose hasta la primera mitad del siglo XX por
la Escuela de Etnohistoria vienesa. La "antropología de salón" o de “sillón” (Armchair Anthropology, como la llamaban
los ingleses) tuvo conspicuos cultivadores, como Sir James Frazer (1854-1943),
quien escribió los 22 volúmenes de La
rama dorada (1890-1902), un grandioso fresco comparativo de la mitología y
la religión, sin salir de su biblioteca. Pero es obvio que la Antropología
nunca habría podido alcanzar un estatus científico usando esta dudosa
metodología de trabajo. De ahí la importancia trascendental de la aventura del
conocimiento en que se embarcó Cushing, que dio a la disciplina el giro
copernicano que precisaba. Es lógico que este cambio metodológico se produjera
cuando los investigadores comprendieron la necesidad de abordar la concreta
andadura histórica de cada uno de los pueblos llamados “primitivos”, y que para
ello hacía falta conocer su lengua y profundizar en sus costumbres y creencias. Para ello resultaba insuficiente
un simple proyecto de investigación durante solo tres meses.
(Para más detalles acerca de los dos
paradigmas científicos, evolucionismo y
difusionismo, enfrentados en el cambio de siglo, podéis consultar http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/05/leo-frobenius-y-los-circulos-culturales.html )
3. Convertirse en nativo
Una vez acabada la breve estancia que
tenía prevista la expedición organizada por el Instituto Smithsoniano, Cushing
decidió quedarse entre los indios Pueblo y, a lo largo de cuatro años y medio,
se transformó en un auténtico Zuni. Aunque el primer año experimentó grandes
dificultades para integrarse en la comunidad, acabó consiguiéndolo gracias
tanto a su empeño como a las habilidades manuales y conocimientos técnicos que había venido acumulando desde su
juventud. En sus memorias relata que, al principio, su vida llegó a correr un
serio peligro: los Zuni planearon matarlo cuando comprendieron que pretendía
averiguar los secretos más sagrados de su cultura. Pero nuestro investigador
tenía un insuperable don de gentes y consiguió que lo adoptara el Gobernador
del pueblo, el viejo guerrero Piño Wawatan, quien se convirtió en su “padre”
espiritual.
De su mano aprendió la
concepción nativa de la naturaleza, la vida y el ser humano. Al segundo año ya
dominaba aquella singular lengua y, gradualmente, se fue introduciendo en el
grupo como un miembro más. Superó los ritos iniciáticos que marcan el cambio de
estatus y la pertenencia a una comunidad y logró entrar en el Consejo Secreto y
en la Orden de los Sacerdotes del Arco como jefe guerrero. Le impusieron el
nombre de Tenatsali, que quiere decir
en lenguaje Zuni “Flor medicinal” y que nadie más que él podría jamás llevar.
4. La observación participante
El método de investigación que
Cushing inventó en el curso de esa intensa convivencia fue la observación
participante, que constituye la piedra angular del trabajo antropológico. Es
cierto que su formulación más acabada corresponde a Bronislaw Malinowski, el
padre fundador de la Antropología moderna. Sus líneas maestras las encontramos
en la introducción a su obra cumbre, Argonautas
del Pacífico Occidental (1922), fruto de su trabajo de campo entre los
Trobriand de Nueva Guinea. Pero, como pone de relieve Ubaldo Martínez Veiga en
su estupenda Historia de la Antropología (UNED, 2007), para ello Malinowski no hizo
otra cosa que seguir los pasos que ya había dado Cushing unas cuantas décadas
antes.
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Bronislaw Malinowski |
La investigación participante
consiste en que el investigador debe
compartir con los sujetos que estudia las experiencias de su vida cotidiana,
para poder conocer su mundo de sentido desde dentro. Por eso es participación y
no solo una observación curiosa pero distante. Para conseguir una familiaridad
suficiente, es precisa la convivencia en el seno de una comunidad humana de
dimensiones restringidas y durante un tiempo prolongado, entre uno y dos años.
Malinowski recomendaba escindir la estancia en dos fases, al objeto de disponer
de un tiempo intermedio para reconsiderar el alcance del material obtenido y
poder reformular los planteamientos. Durante ese período, el antropólogo debe
sufrir una verdadera inmersión cultural, esto es, aprender a vivir como lo
hacen los “otros” analizados, y no limitarse a dar “una vuelta por la aldea” de
vez en cuando. Como igualmente escribió Malinowski:
En el transcurso de mi paseo matinal a través de la aldea, podía observar
los aspectos íntimos de la existencia familiar, el aseo, la cocina, la comida:
podía contemplar los preparativos para el trabajo de la jornada, las personas que iban a hacer los
recados o grupos de hombres y mujeres ocupados en fabricar algo. Las
discusiones, las bromas, las escenas familiares, los incidentes, incluso sin
importancia, a veces dramáticos, pero siempre significativos, constituían la
atmósfera tanto de mi vida diaria como de la suya. Puesto que me veían todos
los días, los indígenas no estaban intrigados, inquietos o incómodos por mi
presencia; desde entonces dejé de ser un elemento perturbador de la vida tribal
que estudiaba, ya no desvirtuaba todo por el hecho de acercarme, como sucede
siempre que un recién llegado se
presenta en una sociedad primitiva. En realidad, como sabían que metería mis
narices por todas partes, incluso allí donde un indígena bien educado no
soñaría nunca en inmiscuirse, acabaron por verme como parte y elemento de su
existencia, un mal o una molestia necesarios, mitigados por el tabaco que
repartía…Tuve que aprender a comportarme y, hasta cierto punto, adquirí el
“sentido” de los buenos y malos modales propios de los nativos de este país.
Gracias a esto pero también a que me llegó a agradar la compañía y compartir
alguno de sus juegos y diversiones, comencé a sentirme realmente identificado
con ellos y esta es, realmente, la condición previa para alcanzar el éxito en el trabajo de investigación.
Para ello, es fundamental que el
etnólogo domine la lengua o jerga nativa con
suficiente soltura para
interactuar e interpretar adecuadamente sus observaciones, aunque pueda contar con el apoyo de algún
informante.
En esa “zambullida cultural”, el
investigador se ve sometido a una nueva socialización: debe aprender las reglas de
actuación de los nativos para comprender su forma de vida de los nativos, comportándose
como si fuera uno más de ellos. Pero esa mimetización no implica que el
antropólogo olvide su cultura de origen. Este radical proceso, en el que se
autoinstrumentaliza en aras de obtener información cualificada, lo sitúa en un
terreno intermedio: nunca llegará a su total integración en el grupo porque
sabe que deberá volver a su lugar de procedencia cuando termine la estancia. En
un proceso reversible preprogramado, de manera que el etnólogo es capaz de
preservar la necesaria objetividad en el enjuiciamiento de las conductas
observadas. Mediante ese “extrañamiento”
es capaz de advertir las contradicciones entre las reglas preceptivas, las que
en cada cultura dicen lo que se debe creer y hacer, y la forma en que los sujetos estudiados las
llevan a la práctica, con diferentes grados de incumplimiento de los que,
muchas veces, no llegan a ser
conscientes.
Este proceso cognitivo y emocional, tan intenso y paradójico, transforma al antropólogo en un “nativo marginal”,
ubicado en un territorio mental intermedio entre su propia forma de vida y
la investigada, lo que le produce un
auténtico choque cultural. Su vida y salud pueden llegar a correr riesgos, le
asalta la soledad, la frustración de no entender el significado de lo que le
rodea, pero todo ello es el paso necesario para lograr un pensamiento reflexivo
válido. Nuevamente sufrirá otra sacudida cognitiva cuando retorne a su propio
mundo, y experimentará también la tristeza de la despedida de sus nuevos
amigos, con los que a veces los antropólogos establecen fuertes lazos. Hasta
pueden alcanzar entre ellos los más altos honores, como le sucedió a Cushing, o
a Evans-Pritchard con los Nuer del Sudán.
Desde la descolonización, a
principios de los sesenta, la investigación antropológica se ha volcado en una
medida muy relevante en nuestro propio
mundo occidental. Aun así, los principios de la observación participante siguen
siendo válidos mutatis mutandi, pues casi siempre se trata de estudios de
comunidades o grupos urbanos pequeños y unidos por un fuerte sentido de
identidad diferencial. Aunque sean vecinos del investigador, éste tiene que
convertirse en un “intruso” en su propia
ciudad. Como sugiere Francisco Cruces Villalobos, eso implica mirar a sus
conciudadanos como si fuera extranjero, como presupuesto necesario para superar
su sociocentrismo, la identificación inconsciente con los miembros de su propia
cultura.
5. De viaje con los jefes indios
Cuando ya estaba bien afianzado entre
los Zuni, Cushing animó a sus líderes a salir de viaje con él para conocer los
Estados Unidos. Pero no se trataba de esos zoos humanos de los que hablamos en
el artículo sobre Frobenius que antes se ha citado. Cushing era muy consciente
de que el proceso de aculturación de los indígenas era irreversible y que su
modo de vida tradicional estaba en trance de desaparecer. Quería que
aprendieran inglés, - él mismo les dio clases-, para que pudieran conocer de
cerca la civilización del hombre blanco, con todas sus posibilidades para
mejorar su formación y su economía agrícola.
Así que, en 1882, Cushing salió de Zuniland acompañado por su
“padre” y los jefes de los órdenes
sacerdotales. Se dirigieron a Boston, Washington y otras grandes ciudades de la
costa Atlántica, donde recibieron una cálida recepción y un atento seguimiento
por parte de la prensa. Cushing estaba inventando también lo que mucho más
tarde se llamaría la antropología
reflexiva: los pueblos estudiados no
son especies naturales, simples objetos pasivos de observación científica, sino
sujetos de observación compartida. El antropólogo intercambia con ellos ideas
acerca de sus respectivas culturas y trata de romper las fronteras que creamos
artificialmente entre los pueblos para
reconocer nuestra común identidad
humana.
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Emily Tennyson McGill |
Entre tanto ajetreo, Cushing tuvo
tiempo incluso para conocer al amor de su vida, Emily Tennyson McGill, con la
que se casó en Washington. Se la llevó a vivir a la reserva Zuni junto con su cuñada, y ambas compartieron con el
antropólogo el estilo de vida indio, con todas sus penurias y dificultades.
Sin embargo, pronto surgió un grave
problema con los territorios de sus
anfitriones. Unos años atrás, en 1877, el Presidente Hayes había promulgado una
ley que establecía sus límites pero se olvidaron de incluir en ellos el Valle
de la Nutria. Hecha la ley, hecha la trampa. No tardaron en aparecer tres
desaprensivos especuladores que lo reclamaron para ranchos de ganado. Cushing
escribió cartas a los periódicos de Chicago y Boston pero uno de los rancheros,
el Mayor W.F. Tucker, tenía grandes influencias en las altas esferas del poder:
era yerno del senador John A. Logan, candidato a la vicepresidencia de los
EEUU. Aunque Cushing consiguió que el nuevo Presidente, Chester Arthur,
reestableciera en 1883 los límites del territorio Zuni, no pudo evitar las
represalias de Logan, cuya reputación había quedado malparada con el asunto. El
vengativo Senador amenazó al Instituto Smithsonian con suprimir las
subvenciones que recibían mientras
Cushing permaneciera entre los Zuni. Por el bien de la institución, de la que
J. W. Powell, su maestro y amigo, era director, Cushing tuvo que abandonar la
reserva en 1884. Intentó volver en 1886 pero sus problemas de salud, fruto de
sus años de privaciones por el estilo de vida indio, le hicieron desistir del
intento definitivamente.
6. La lucha por las tierras ancestrales:
el caso de Standing Bear vs. Crook
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Alice C. Fletcher |
Además de Cushing, había muchas otras
personas luchando por los derechos civiles de los indios. Una de ellas era la
antropóloga Alice C. Fletcher (1838-1923). Por encargo del Museo Peabody de
Arqueología y Etnografía, perteneciente a la Universidad de Harvard, Alice se
instaló entre los Sioux de Nebraska en 1881. Su método de investigación se
asemejaba al de Cushing, pero su mérito es doble porque lo diseñó de manera
independiente a él y porque se atrevió a ponerlo en práctica siendo mujer, con
todos los obstáculos que ello representaba en el siglo XIX.
Como Alice no hablaba
la lengua Omaha, debió recurrir a la ayuda de una intérprete. Sussette
LaFlesche (1854-1903), conocida como “Bright Eyes”, de padre francés
y madre medio
india, era una profesional completísima: periodista, escritora, conferenciante
y artista. A estas arrojadas damas las acompañaba el periodista Omaha Thomas
Tibbles, que después se casaría con Sussette.
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Sussette LaFlesche |
En 1879 Alice C. Fletcher había
intervenido en el proceso contra el jefe
Oso Erguido (1829?-1908), de la tribu de los Ponca, que habitaba en Nebraska junto al río Missouri. En 1868, debido a otra desastrosa delimitación territorial, los
Ponca se quedaron sin sus tierras. A estas alturas del relato ya estamos
autorizados a pensar que se produjeron demasiadas “equivocaciones” en esas
reparcelaciones. El caso es que los Ponca se atrevieron a protestar por ello y,
en respuesta, las tropas federales los echaron del territorio Omaha. El viaje
hasta su destino en la Gran Reserva Sioux, hoy en Oklahoma, fue tan penoso que murió más de un tercio de
los desplazados, entre ellos el hijo mayor de Oso Erguido. Antes de morir, el
joven hizo prometer a su padre que lo
enterraría junto a sus ancestros.
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Oso Erguido |
Aunque no se les permitía abandonar su
confinamiento, Oso Erguido no dudó en volver a Nebraska a cumplir el deseo
póstumo de su hijo, acompañado para ello por un séquito de sesenta y cinco
guerreros. Cuando la noticia se difundió, el Gobierno los declaró banda
renegada y ordenó al General Crook su
arresto para devolverlos al Territorio
Indio. El General George Crook (1828-189) era un glorioso vencedor de las
Guerras Indias, al que los Apaches habían apodado “Lobo Gris” en señal de temor
y respeto. Pero Crook, que simpatizaba
con la causa de Oso Erguido, puso los
hechos en conocimiento del periodista Thomas Tibbles.
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General Crook |
Pronto se organizó la
defensa del jefe a cargo de dos prominentes abogados, quienes plantearon un habeas corpus al amparo de la Enmienda
14ª de la Constitución. La respuesta del Gobierno a esa petición fue que los
indios no eran personas. El caso fue a juicio y en él figuró Crook como
demandado porque era quien había practicado el arresto del jefe Ponca. Aunque en el proceso penal actuó como
interprete Sussette Bright Eyes, el juez Elmer Scipio Dundy permitió a Oso
Erguido hacer uso final de la palabra. El jefe levantó el brazo y pronunció
este emotivo discurso:
Esta mano no es del color de las vuestras, pero si la pinchan, la sangre
mana y sentiré dolor. Esa sangre es del mismo color que la vuestra. Dios me ha hecho,
yo soy un hombre.
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Juez Dundy |
El juez Dundy falló en favor de los
arrestados, argumentando que los indios tenían derechos como personas y como
ciudadanos estadounidenses, y la Corte Suprema confirmó su decisión. Al final,
a los Ponca se le permitió volver a sus tierras. Una bonita historia en busca
de narrador.
Alice Fletcher llegó a ser Presidenta
de la Sociedad Americana de Antropología, y publicó 46 monografías
etnográficas. Su labor social fue
también muy notable: un siglo antes de que se hicieran famosos los microcréditos
del Banco Graneen en Bangladesh, Alice organizó un sistema de pequeños
préstamos a través de la Asociación Nacional de Mujeres Indias, al objeto de
facilitarles la adquisición de tierras y casas. Uno de esos préstamos permitió
a Susan LaFlesche, hermana de la
brillante Sussette, llegar a ser la primera médica nativa en Estados Unidos.
Alice también colaboró en la
redacción de la Dawes Act, promulgada en 1887, un instrumento normativo que
perseguía la integración de los nativos en la sociedad americana. Para ello se
dividieron las tierras comunales,
que habían disfrutado los indios de manera colectiva e
indiferenciada, en lotes que se adjudicaban en propiedad individual a los
peticionarios. Es fácil ver el contraste de valores entre ambas culturas:
familiar y grupal la de los indígenas, individualista la occidental. La ley
fracasó porque los nativos la vieron como la imposición de un sistema social
que les resultaba totalmente extraño, y también porque les ofrecieron las
tierras peores y más pequeñas.
Las mejores
fueron vendidas a los blancos. Así fue cómo sus territorios tradicionales, que en 1887
tenían una extensión de 560.000 Km², quedaron reducidos a 190.000 Km² en 1934. Aunque la Dawes Act
acabó en una vergonzosa expropiación, la finalidad que guiaba a los
antropólogos que, como Alice C. Fletcher, intervinieron en la elaboración de
esta ley, era bienintencionada. Eran conscientes de que las culturas indias
estaban condenadas a desaparecer y que sus miembros debían asimilarse a la
sociedad blanca lo antes posible para sobrevivir.
7. El legado de Cushing
Una vez que abandonó definitivamente
a los Zuni, entre 1886 y 1888 Cushing realizó excavaciones en los Valles Salado
y de Gila, en Arizona y Nuevo México. Encontró los templos del sol y el “Pueblo
de los Muertos”, al que llamó así por el gran número de esqueletos que se
hallaron en él. En pleno desierto descubrió los restos de un extenso sistema de
irrigación, lo que proyectaba una nueva luz sobre el supuesto atraso
tecnológico de estas etnias.
En 1888 Cushing excavó las ruinas de Cibola,
región en la que los conquistadores españoles, guiados por una tradición
medieval, habían buscado sin éxito las legendarias Siete Ciudades de Oro.
También allí tuvo problemas con su deteriorada salud. Le recomendaron el clima
de Florida, a donde llegó en 1890 para trabajar en los Everglades y los cayos. Fácilmente
advirtió que los pueblos del Suroeste americano, México, Yucatán y Valle del
Mississippi, estaban interconectados en un grupo cultural mayor. También en los
estudios de área Cushing fue un innovador (sobre el particular puede
consultarse igualmente el artículo antes citado http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/05/leo-frobenius-y-los-circulos-culturales.html).El
valioso manuscrito con su informe antropológico se perdió pero,
afortunadamente, pudo hallarse en el año 2000.
Cushing fue pionero en otros muchos
aspectos del trabajo etnológico. Siempre defendió la perspectiva
cross-cultural, esto es, el acercamiento comparativo entre culturas. Para él,
el relativismo debía ser el principio básico de interpretación: ninguna cultura
es superior a otra, ni siquiera la occidental, sino que deben compararse en
igualdad de términos. Fue el primer antropólogo que utilizó el concepto canónico
de cultura, establecido por Tylor en Primitive
Culture (1871): Todo complejo que
incluye los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, las leyes, las costumbres
u otras disposiciones y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro
de una sociedad.
Cushing también se adelantó en el uso
del término “jefatura” (Chiefdom),
que tanta importancia tendría después en la disciplina para referirse a una de
las formas de organización social temprana.
En Mis aventuras en Zuni (1882-3) ofrece una visión romántica de su
vida con los nativos que evoca el mito del buen salvaje (Martínez Veiga). En
otras obras estudió los Fetiches Zuni
(1880-1) o sus relatos populares (editados en 1901). La compleja cosmología de
los Zuni se basaba en el número siete. Así tenían 7 montañas sagradas, 7
animales totémicos, 7 espíritus sobrenaturales, 7 clanes, 7 colores, 7 direcciones
y 7 sacerdocios. Como destacaron Emile Durkheim y Marcel Mauss en Sobre algunas formas primitivas de
clasificación, Cushing estuvo en lo cierto al afirmar que las relaciones sociales
entre los hombres son el prototipo de las relaciones lógicas que se proyectan
sobre las cosas, en contra de lo que había pensado James Frazer. Ese sistema de
oposiciones, descrito por Cushing y reelaborado por Durkheim y Mauss, sería
trascendental para el posterior
estructural-funcionalismo de Lévi-Strauss.
Después de todas esas grandes
aportaciones metodológicas y doctrinales, ¿por qué Cushing ocupa un lugar un
tanto secundario en el panteón de la disciplina? Martínez Veiga apunta tres
causas para ello: no fue un autor del agrado de Franz Boas, el gran “pope” de
la Antropología cultural americana durante la primera mitad del siglo XX; no publicó
una etnografía integral sobre la cultura Zuni sino solo sobre aspectos
parciales de la misma; y, sobre todo, fue fiel a sus amigos Zuni al guardar
silencio sobre los secretos que le habían revelado en su iniciación ritual,
pero con ello traicionó su papel como antropólogo.
8. “Soy leyenda”
Cushing murió prematuramente en 1900
cuando solo tenía 43 años. Sus compañeros de la Sociedad de Antropología de
Washington dedicaron los máximos elogios a su memoria, no dudando en
calificarlo como genio. Pero, antes que nada, había sido una persona con
cualidades humanas excepcionales. Tenía un talento irrepetible para penetrar
los significados ocultos en las costumbre nativas y logró renovar profundamente
las técnicas de investigación antropológica. Sus extraordinarias capacidades se
templaron con su laboriosidad, empatía e intuición clarividente. Fue un héroe
sin fisuras. Como apuntó su contemporáneo Stewart Culin, Frank H. Cushing vivió
consumido por el deseo de saber y entender, lo que hizo de él una de las mentes
más originales y brillantes en el ámbito de la etnología, adelantándose varias
décadas a los avances que no se consolidarían definitivamente hasta bien
entrado el siglo XX.
Su leyenda personal perduró tras su
muerte porque había prendido con fuerza en el imaginario colectivo. Alguno de los
rasgos de su vida y obra adornan, como pinceladas sueltas, a John Dunbar, el
protagonista de Bailando con Lobos,
como bien apunta Martínez Veiga. Más claramente aún se identifica su impronta
en la novela futurista Un mundo feliz
(1932) de Aldous Huxley: John el Salvaje, un trasunto de Cushing, habita en la
reserva Zuñi, reducto para los inadaptados a la opresiva vida tecnológica,
supuestamente feliz pero vacía de valores. El visionario Huxley contrapone
radicalmente la civilización occidental, sin “alma”, dominada por los
principios del trabajo en cadena de la producción fordista, a las culturas
indígenas, vitalistas, orgánicas, llenas de sentido. Cushing, metamorfoseado en
esos héroes de la ficción, nos sigue interpelando más de 100 años después de su
muerte. Me gusta la frase que sus compañeros pronunciaron en su recuerdo: El mundo es mejor y más sabio gracias a que
Cushing vivió en él.
Magnífico artículo, una vez más en el que se recoge la huella histórica de un personaje que muchos conocíamos como John El Salvaje de Un Mundo Feliz, pero pocos pudieran ponerle un nombre de la historia de la Antropología. Es fascinante la personalidad de este antropólogo, no ya por lo que contó e hizo por los Zuni, sino por lo que supo callar y preservar de su cultura, aunque le valiera el ostracismo por parte de Boas. Hablas también de su método, la observación participante, elevado a sus más altas cotas con Malinowski; pues bien, abundo en el tema en mi próximo artículo sobre el colonialismo norteamericano en Samoa, pues también hay un personaje de novela que hace esta función de antropólogo " que se moja", y no solamente se queda en el sillón. De cualquier forma, la antropología aplicada de los EEUU es más tardía que la británica - algunos autores la sitúan después de 1.933, con la aparición del office of Indian Affaires - ya que hasta el New Deal , los Estados unidos no vieron la necesidad de administrar los pueblos conquistados; podemos suponer, por la historia que nos cuentas que se limitaron a quedarse con sus tierras y empujarlos a territorios menos feraces. Afortunadamente siempre hay voces que luchan por el conocimiento y la justicia como es el caso de Cushing y de las dos antropólogas que citas, totalmente desconocidas,pero cuyo papel vemos, con la perspectiva del tiempo, que ha sido crucial para comenzar unos procesos legales que pudieran llegar a reparar tantos y tan profundos agravios a tantas gentes.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Es cierto lo del desconocimiento de estas figuras y resulta realmente triste. Cushing no tiene un hueco en la wikipedia en castellano.Tampoco hay gran información en otras páginas en nuestro idioma, y el panorama ni siquiera mejora sustancialmente en inglés, así que espero que el artículo pueda ser de utilidad para ampliar un poco la información, excelente por otro lado, que ofrece Martínez Veiga, al que se le nota la gran simpatía que siente por Cushing. Y no es para menos.
ResponderEliminarEn cuanto a Alice Fletcher y su colaboradora Sussette, pues no hay ninguna referencia en el libro de Etnohistoria, a pesar de su gran participación en la Dawes Act. La historia de la Antropología se escribió en masculino hasta que llegaron Margaret Mead y Ruth Benedict. Aunque ellas no fueran las primeras, aparecen como tales por la gran difusión que alcanzaron sus trabajos. Tendremos que dedicarles aquí un buen artículo, que se lo merecen. Mientras tanto, estoy deseando que publiques esa visión antropológica de Samoa a través de la literatura y el cine que anuncias.
Bonito e interesante artículo. Me voy a limitar a hacer una acotación transversal, ya que esta diferenciación entre la observación participativa y la antropología "de salón" me recuerda a la dialéctica entre Sherlock Holmes y su intelectual hermano, Mycroft: un hombre muy inteligente, más que el hermano detective, ya que es capaz de acercarse, y mucho, a la resolución del crimen por la mera deducción, sin abandonar su sillón, pero que a la postre no suele llegar a los resultados del expeditivo Sherlock. Quizá Conan Doyle, por aquella época, expresaba así su simpatía por el carácter experimental sobre el intelectual.
ResponderEliminarClaro, él tomaba como modelo a su profesor de Química en la Facultad de Medicina, Joseph Bell, que era un hombre muy práctico y observador de las pistas que ofrecía la realidad. Buena comparación. Muchas gracias, María.
ResponderEliminarLa autora combina con destreza teoría antropológica, episodios novelescos y una parte de la historia contemporánea, la que se refiere a los indígenas americanos, de la que solamente conocemos su faceta más anecdótica, olvidando las grandes dosis de injusticia y brutalidad que contiene. Sirvan estas líneas para recordar que LEONARD PELTIER sigue a la espera de un nuevo juicio que le permita recuperar la libertad, algo por lo que abogó el viejo león sudáfricano cuyo corazón está a punto de dejar de latir.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Tal como están construídos los argumentos de las películas de indios, solo los muy frikis son capaces de identificarse con los salvajes, así que hemos crecido bien adoctrinados sobre lo muy justificadas que estaban las tropelías que se cometieron en Norteamérica. Como habrá mucha gente que desconozca los pormenores del caso del pobre Peltier, sería fantástico que lo resumieras para los lectores del blog.
ResponderEliminarLEONARD PELTIER tiene sangre Ojigway y Dakota Sioux; es activista del AMI (American Indian Movement). En la actualidad cumple dos cadenas perpetuas, condenado por el asesinato de dos agentes del FBI en un tiroteo ocurrido en la reserva india de Pine Ridge en 1975, cuando se intentaba evitar el desalojo de los indígenas tras el descubrimiento en la zona de yacimientos de uranio. Muchas voces, entre ellas Amnistía Internacional, se han alzado para pedir su liberación y una revisión de su juicio; de entre ellas me gustaría destacar la de JESÚS DÍAZ INSUA, que en su libro SAVIA SIN OTOÑO le dedica los siguientes versos: La justicia de los cuchillos largos/Falsas pruebas también testigos falsos/Los perros de la guerra son los amos/ En la sombra imponen sus dictados/ Aplastan la libertad con su cruel mazo/ Expolian los terrenos sagrados/ Hacen de tratados papel mojado/ Leonard, viento tras sol enjaulado.
ResponderEliminarIronías de la vida: Si aparecen reservas de uranio, fuera los indios de la reserva en la que el gobierno federal los ha metido, y el que abandera la protesta, a la cárcel una buena temporada, así se callan todos. A saber quién mató en realidad a los agentes del FBI.
ResponderEliminarBella voz poética la de Jesús Díaz Insua. A ver cuándo se anima a participar en este foro.
Guau ! Bailando con lobos es una pastilla de clorato al lado de la historia de Cushing y los indios Zuni. Menudo peliculón si se hace fiel a lo narrado por ti. Es una historia apasionante a muchos niveles y muy ilustrativa para aquellos que aun no han descubierto lo que es otorgar poder a los que no tienen conciencia. Gracias por esta gran historia.
ResponderEliminarLa pastilla de clorato...
ResponderEliminarMagnifico, ya sabemos eso de que la película "bailando con lobos" es un sueño robado a la imaginación de nuestra infancia y a la vida real de estos antropólogos.... La información aquí expuesta es veraz pero no gusta a los antropólogos y sociólogos más rancios que solo adoran Boas, Mead Malinowsky y otros tantos...esto me lo corroboro cierto profesor de la autónoma de madrid, editor de ciertas carta campesino polaco, que en un examen, puntuó bajísimo, hasta con desprecio un examen en el que referencié muchos de los datos curiosos que en este trabajo reveláis....la casta vieja solo acepta lo rancio...qué le vamos a hacer..
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario. Sí, hay muchos rancios y rancias sueltos por ahí. Qué le vamos a hacer. Un saludo.
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