RITOS Y CREENCIAS EN LA CULTURA FUNERARIA EN EL ANTIGUO EGIPTO. Un diálogo entre Antropología y Egiptología
Conferencia dictada por Zulema Barahona Mendieta en Alicante,
el 10 de noviembre de 2014, en el ciclo El legado arqueológico del Egipto faraónico VII
Me ha parecido de gran interés
compartir en Tinieblas en el corazón esta conferencia, complementada con datos procedentes
de otras del mismo ciclo, porque trata la cultura funeraria del antiguo Egipto desde una visión antropológica, al centrarse en las creencias de los egipcios
sobre el Más Allá y en el aspecto ritual del tránsito a la vida de ultratumba.
Está repleta de datos fascinantes acerca del papel de la magia en la religión
egipcia e ilustra perfectamente -en un recorrido a vista de pájaro a lo largo
de 2.000 años de historia pero sin descuidar los detalles más reveladores-,
toda la evolución de las prácticas en la materia. Os invito a que descubráis aquí
los secretos del mundo funerario en la época de los faraones desde la óptica de
la Antropología.
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La época protodinástica transcurrió entre el año 2.900 y el 2.545
a . C. y abarca la primera y la segunda dinastías. En aquella etapa arcaica las tumbas para la
realeza, como también para los altos funcionarios del estado, consistían en mastabas, construidas con bloques de
piedra y, con más frecuencia, en adobe, es decir, ladrillos macizos de barro
mezclado con elementos vegetales y cocidos al sol. “Mastaba” quiere decir en
árabe “banco” y, efectivamente, las mastabas tienen la apariencia de un banco
corrido. Esas construcciones, de las que se encuentran destacables ejemplos en
Abidos, se concebían como la residencia en la vida futura para esos poderosos
personajes. Las cámaras funerarias se excavaban bajo tierra. La más grande de ellas albergaba al
difunto, mientras que en las estancias anejas se almacenaba el ajuar que consideraban
necesario para vivir en el otro mundo, incluyendo jarras y otros recipientes llenos de
alimentos.
Las mastabas tenían una fachada de palacio, con entrantes y
salientes, y estaban pintadas exteriormente. Debía de causar una impresión indescriptible
encontrar, en medio del desierto, estos edificios tan coloristas, que desmienten
nuestra equivocada imagen de una arquitectura egipcia monocroma.
En el interior de la mastaba otras cámaras más pequeñas se destinaban a tumbas
subsidiarias, probablemente para destacados cortesanos y personas muy allegadas
al faraón, quienes consideraban un auténtico
privilegio recibir sepultura junto a su máximo gobernante. Igualmente
encontramos unos recintos destinados al culto del ka, la fuerza vital del
ser humano. Como el ka era el doble
espiritual del faraón en vida, su otro yo, tenían que diseñar un habitáculo
especial para alojarlo. Los egipcios creían que el alma nacía con cada persona
y que, por ello, debía recibir el mismo culto y honores que el cuerpo del
fallecido.
Otro aspecto cultural muy
característico de estos periodos tempranos de la historia de las costumbres egipcias,
y que se mantuvo hasta el Imperio Medio, son las embarcaciones que se introducían en las mastabas. Inicialmente dichos barcos fueron de proporciones reducidas aunque,
con el paso del tiempo, llegaron a alcanzar un tamaño desmesurado, como sucede
con el barco de Keops.
Es preciso advertir que estas embarcaciones no eran un simple adorno para las tumbas sino que constituían el medio imprescindible para que el alma pudiera atravesar el Nilo y renacer al otro lado del río sagrado. Eran, pues, la herramienta necesaria para la resurrección del faraón, utilizando un tanto inapropiadamente un término de la cultura judeocristiana. Esa finalidad trascendental explica el esforzado empeño de los egipcios en montar estos barcos en el interior de las tumbas.
Es preciso advertir que estas embarcaciones no eran un simple adorno para las tumbas sino que constituían el medio imprescindible para que el alma pudiera atravesar el Nilo y renacer al otro lado del río sagrado. Eran, pues, la herramienta necesaria para la resurrección del faraón, utilizando un tanto inapropiadamente un término de la cultura judeocristiana. Esa finalidad trascendental explica el esforzado empeño de los egipcios en montar estos barcos en el interior de las tumbas.
Otros personajes de
menor rango social eran sepultados en posición fetal, dentro de una pequeña
fosa excavada en la tierra, quizá cubierta por un túmulo superior y rodeados de un extenso ajuar de cerámica e incluso de piedra. Como gráficamente indica la Dra. Barahona,
experta en cerámica egipcia, tales recipientes cumplían la función de nuestras
bolsas de plástico, permitiéndoles conservar
los alimentos. Creían que cuantas más jarras almacenaban
en los enterramientos, más asegurado quedaba el futuro del difunto en el Más Allá. Se han encontrado
centenares de piezas con el borde pintado en negro y algunas decoradas con barcos, símbolo de la gran travesía, o con elementos de
fauna nilótica, como los avestruces hoy desaparecidos, así como con otros enigmáticos dibujos de difícil interpretación.
En esta etapa arcaica nace la costumbre de fabricar para las tumbas unos
recipientes para el vino, a veces grandes e incluso en materiales caros, como
el alabastro, con una ornamentación muy elaborada. Lo sorprendente de estas
jarras es que solo algunas son huecas, mientras que otras son macizas, lo que lleva
a plantearnos la utilidad que atribuían a estos recipientes sólidos, carentes
de toda funcionalidad práctica y fabricados con materiales costosos. La
respuesta reside en que la piedra resultaba para ellos un valor seguro, al ser irrompible.
Por otro lado, desde nuestra mentalidad actual se nos escapa con frecuencia el
significado mágico conferido a estos objetos en el mundo faraónico: algo
que en la realidad cotidiana es macizo, en el mundo de ultratumba puede convertirse
en una jarra rellena de vino inagotable, una vez pronunciadas las fórmulas
rituales oportunas.
También se han hallado en los enterramientos de esta
etapa figurillas de hueso o marfil, muchas de las cuales representan mujeres
desnudas. Los primeros egiptólogos pensaron
que encarnarían a las concubinas del difunto, para que pudiera disfrutar del
amor en el otro mundo. Pero, en realidad, lo que simbolizan es la fertilidad y
el renacimiento, significados asociados a la desnudez en su cultura. Así pues, con estos objetos de aparentes connotaciones
sexuales lo que buscaban era propiciar mágicamente que el difunto volviera a
nacer. El mismo papel cumple otra representación frecuente en las tumbas, la
figura de la madre con un niño.
Por otro lado, no es
fácil desentrañar el verdadero alcance de las paletas de esquisto u otras
piedras duras descubiertas en las tumbas. Anteriormente se creía que habrían podido
servir para moler los minerales utilizados en el maquillaje, pero hoy en día se
piensa que también tenían una función mágica.
Muestran algunos animales nilóticos de características especiales, como por ejemplo los peces joya, unos cíclidos cuyas hembras guardan sus alevines en la boca para después expulsarlos.Quizá los egipcios consideraban ese gesto equivalente al acto de engendrar y, por ello, mediante esas paletas mágicas, pretendían ayudar al difunto para que ingresara en una nueva vida.
Muestran algunos animales nilóticos de características especiales, como por ejemplo los peces joya, unos cíclidos cuyas hembras guardan sus alevines en la boca para después expulsarlos.Quizá los egipcios consideraban ese gesto equivalente al acto de engendrar y, por ello, mediante esas paletas mágicas, pretendían ayudar al difunto para que ingresara en una nueva vida.
Reino Antiguo (2543 a 2120
a . C.)
Debemos tener en cuenta que, en contra de nuestra
simplificadora concepción, las pirámides no constituían elementos aislados sino
que siempre formaban parte de un complejo
arquitectónico, compuesto por la pirámide, un templo adosado, una avenida y un templo en
el valle junto al Nilo. Entre los
distintos elementos de tal complejo existía para ellos una conexión espiritual
más que espacial, dada la distancia que los separaba.
La pirámide era el lugar buscado para facilitar el ascenso
del alma del faraón y su “resurrección” en el otro
mundo. Todo el complicado culto que realizaban estaba basado en la idea de que
el faraón era el escudo protector del pueblo
frente a los enemigos, la garantía del orden frente al caos. Para tal fin resultaba
fundamental que el faraón muerto ascendiera
al cielo y fuera sustituido en la tierra por su sucesor. Ese era el objetivo perseguido por el culto permanente a
su ka, que tenía lugar en ese
sofisticado complejo funerario. Una vez muerto el faraón o las reinas, eran trasladados al Nilo y desde allí se transportaban sus cuerpos al templo superior, a lo largo de la avenida, arrastrados en trineos de
madera. Estos tenían forma de barca y su deslizamiento se realizaba lubricando el suelo con barro mojado con agua o leche.
En el templo anejo a la
pirámide se celebraban los ritos mortuorios y en él continuaba después la adoración
del faraón. Llegó a ser tan importante ese culto que se desarrollaron negocios
muy lucrativos en las cercanías de
estos lugares sagrados. En Gizah se han hallado fábricas de cerveza y pan,
productos con los que alimentar el ka
del faraón en la capilla destinada al efecto. Cuando moría, dicha estancia
quedaba clausurada para no volverse a abrir. Las ofrendas se depositaban junto
a las estatuas del templo y eran los sacerdotes quienes se ocupaban del culto.
El hallazgo de rampas
dentro de una pirámide ha confirmado que ese era
el método constructivo que utilizaban. Los funcionarios
y ministros, en cambio, no eran enterrados en pirámides sino en el modelo constructivo anterior, el de las mastabas,
integradas por una superestructura de piedra y por los pozos funerarios
inferiores. Las paredes de la mastaba estaban
decoradas pero, como ya se ha mostrado arriba, no colocaban el cuerpo del difunto en ese recinto superior sino en el pozo, junto
con su ajuar, tras lo cual ese lugar se clausuraba. El culto se realizaba en la
capilla exterior, situada bien dentro de la propia mastaba o en un punto
cercano, dependiendo del uso vigente en cada dinastía. A esa capilla acudían los familiares
del difunto a celebrar los cultos imprescindibles para asegurar su
supervivencia en el país de la vida eterna. Los deudos tenían que recitar oraciones y llevar las ofrendas,
que consistían en pan, patas de buey o saquitos con otros alimentos.
Un elemento fundamental en
las tumbas del reino antiguo son las estelas
de falsa puerta, el gozne entre el mundo de los vivos y el de los muertos,
delante del cual se realizaba el culto. El
alma del muerto, llamada ba, debía reunirse con el ka vital que habitaba en la tumba, y esa falsa puerta era precisamente el
umbral a través del cual el ba podía
regresar al mundo real para recoger las ofrendas y oraciones que necesitaba.
La estela de falsa puerta
tiene forma de entrantes y salientes, como la fachada de un palacio. Se trata
de un bloque de piedra, a veces pequeño, y en él aparecen los títulos del difunto y los nombres de sus familiares,
así como las fórmulas mágicas que debían recitarse. La presencia de estas
estelas es verdaderamente ubicua y perduraron hasta la época ptolemaica, lo que revela que se trataba de una costumbre muy
arraigada.
En las capillas aparecen
decoraciones muchas veces espectaculares. Son escenas de la vida cotidiana, en
las que puede verse al difunto arando el campo, llevando los bueyes, acompañado
de pastores con cabras… Dos son las interpretaciones que se han ofrecido para
estas imágenes. Una de ellas postula que
el difunto habría tenido algún cargo en
vida relacionado con esas actividades agrarias o con esos animales (por
ejemplo, el intendente de los rebaños del templo de Ra). Pero existe otra razón aún más persuasiva,
y es que estos dibujos, plasmados en las paredes de los monumentos funerarios, aseguraban al
fallecido una fuente de alimentación para el otro mundo, un lugar mágico en el que
esos animales cobrarían vida al recitarse las fórmulas jeroglíficas
inscritas en piedra. A diferencia de lo que habitualmente se piensa, los jeroglíficos no son textos para que los vivos recuerden a los muertos, función que desempeñan nuestras lápidas, sino para que los objetos
y las imágenes sustitutivas se convirtieran en reales en el Más Allá.
En otras tumbas más humildes, pertenecientes a la clase media, se han hallado grandes cantidades de cerámica, al igual
que piezas de metal, piedra, marfil y madera. Sorprende el elevado número de
jarras destinadas a la cerveza, un producto fundamental en el antiguo Egipto. Igualmente
aparecen otros botes más pequeños, miniaturas de esas jarras
que, del mismo modo, cumplían una función mágica. Así, una
vez que los familiares del difunto habían gastado una
elevada cantidad de dinero en recipientes, intentaban aliviar el coste comprando
otras más pequeñas como réplica de las
grandes.
En el Reino Antiguo todos
aquellos elementos de protección del faraón que antes encontrábamos en las
mastabas, sus títulos y las recitaciones mágicas, se incorporaron a los sarcófagos. La momia todavía se colocaba en el sarcófago encogida pero ya no en
posición fetal, como en el periodo predinástico, sino mirando a un lado y con la cabeza situada sobre un soporte en
forma de media luna.
Este reposacabezas no estaba pensado para hacer más cómodo
el descanso nocturno sino que tenía una función simbólica y
religiosa: representaba el horizonte, sobre el cual la cabeza del difunto equivalía
al sol adentrándose en el río para renacer
en la otra orilla, en el paraíso, que ellos llamaban Aaru.
Otro elemento clave en
los enterramientos del Reino Antiguo son las estatuas de los difuntos, que ahora
adquieren grandes dimensiones. La escultura cobra en esta época una enorme
importancia, incluso en las tumbas de personajes de menor rango social. En la
famosa escultura del príncipe Rahotep y
la princesa Nofret (IV dinastía), los
ojos, de un realismo asombroso, están hechos de cristal de roca.
Cuando, a la tenue luz de las antorchas, los operarios penetraron en la mastaba, descubierta en Luxor por Mariette en 1871, el susto que les causaron estas escultura fue mayúsculo, puesto que las confundieron con personas vivas. Para los antiguos egipcios esas figuras eran las depositarias del alma del difunto. Su fin era orientar al ba y sustituir al cuerpo embalsamado en caso de que se corrompiera a pesar de los cuidados que adoptaban para conservarlo. Los familiares dejaban las ofrendas al pie de la estatua y el ba las transmitía al otro mundo.
Cuando, a la tenue luz de las antorchas, los operarios penetraron en la mastaba, descubierta en Luxor por Mariette en 1871, el susto que les causaron estas escultura fue mayúsculo, puesto que las confundieron con personas vivas. Para los antiguos egipcios esas figuras eran las depositarias del alma del difunto. Su fin era orientar al ba y sustituir al cuerpo embalsamado en caso de que se corrompiera a pesar de los cuidados que adoptaban para conservarlo. Los familiares dejaban las ofrendas al pie de la estatua y el ba las transmitía al otro mundo.
Reino Medio (1960
a 1780
a . C.)
En este periodo continuaron construyéndose pirámides, un
elemento constructivo perdurable a lo largo de la historia del antiguo Egipto.
En cada momento adoptaron expresiones
diferentes aunque siempre asociadas a la
idea de la reviviscencia, como unión del faraón con
Ra. La pirámide es un símbolo solar.
Durante los periodos intermedios de la historia de Egipto, caracterizados por la
convulsión política, se produjeron notables cambios en los sistemas constructivos. De
estas etapas no se conservan pirámides debido a
la descomposición del poder central, ya que durante las mismas no gobernaron
faraones sino nomarcas, es decir, gobernadores de los nomos, unidades territoriales a modo de provincias. Aunque las tumbas de estas épocas resultan interesantes
para la egiptología, no responden al
modelo de las pirámides. Una vez comenzado el
Reino Medio, pese a la vuelta al sistema faraónico, las pirámides ya no se
realizaron en piedra sino en ladrillo. Se argumenta que la razón pudo ser el menor poderío económico de los
faraones del nuevo imperio, aunque también puede invocarse un motivo ritual.
Así, las
pirámides están hechas de ladrillos de adobe
negro, un color ubicuo en el mundo funerario pero que para los egipcios no
representaba la tristeza y el luto sino el poder fertilizador del limo, de la
tierra negra de Egipto, Kemet,
símbolo de la vida y fuente de subsistencia. Estas pirámides, construidas con un adobe negruzco, en muchas ocasiones estaban recubiertas
con losas de caliza, como en la pirámide de
Sesostris I, rodeada de otras pirámides más pequeñas
con las capillas asociadas al culto. Suele decirse que esas pirámides pequeñas debieron de pertenecer a las reinas, pero no existen inscripciones que respalden tal
conclusión. Quizá tuvieran igualmente una
función ritual, para culto al ka del faraón.
En el Reino Medio siguen construyéndose los templos en el valle del
Nilo como parte del complejo funerario, aunque muchos de ellos se han perdido al haberse erigido en el área cultivable del río. Las pirámides de esta época se conservan semiderruídas porque el adobe es menos resistente que la
piedra y, además, cuando se reaprovechaban los
bloques de caliza de las cubiertas para mezquitas y palacios, las pirámides quedaban expuestas a las inclemencias del tiempo.
La mayoría de las pirámides del Imperio Medio se han conservado en
el oasis de El Fayum, una zona poco habitada en un medio muy rural, cercado por el desierto, considerado
el límite con el mundo de los muertos.
Una pirámide escalonada es una superposición de mastabas |
Aunque resulten muy
interesantes desde el punto de vista arqueológico, no suelen realizarse excavaciones en las necrópolis del pueblo llano,
porque los ajuares que se descubren en estas tumbas, compuestos de pequeñas jarritas,
tienen escaso valor crematístico. Por tanto, solo las entidades públicas promueven
proyectos de investigación en estas necrópolis, mientras que la financiación privada se decanta por lugares de enterramiento de
personajes importantes, a fin de obtener
resultados que logren una resonancia mediática.
En las tumbas de funcionarios
y los nomarcas aparecen capillas con
la estela de falsa puerta donde se dejaban las ofrendas y, debajo del recinto,
todo un complejo sistema de pozos para sepultar al difunto y a sus familiares.
A veces estos lugares eran abandonados durante un dilatado periodo y después se reutilizaban por otra familia, ya fuera
manteniendo la misma decoración o cambiándola.
También podía suceder que personas más humildes, carentes de medios para construir su propia
tumba, escondieran su sarcófago en enterramientos ajenos, en la creencia de que
el culto que otros daban a sus familiares podría beneficiarles.
Para la aristocracia se
excavaban hipogeos en la montaña,
con grandes salas decoradas y bellas columnas. Se aprecia en ellos la gran
importancia conferida a la decoración, no con
fines estéticos sino para asegurar la pervivencia del difunto en el otro mundo.
En una tumba en la necrópolis de Beni Hassan puede verse una tribu de pastores
del desierto procedentes del este y de la costa sirio-palestina. Aparece
escrita la palabra heqa khasut, que los
egipcios utilizaban para denominar a los hicsos ( asociado a él está también el nombre de la
diosa Heqet, la más venerada por este pueblo). Los hicsos gobernaron el norte del país, con capital en Avaris, durante el Segundo
Periodo Intermedio (1.800-1.550
a . C.). Estos pueblos asiáticos llegaron con sus
familias pastoreando animales del
desierto, como las gacelas. La reproducción de estas caravanas en la tumba de
Beni Hassan proporciona una información muy
importante para conocer la historia egipcia.
Respecto del ajuar
funerario de la época, la fortuna quiso que apareciera
una tumba con el pozo intacto en la necrópolis de Deir-el-Bersha. Encima del
sarcófago habían depositado diversas figuritas, detallistas
y muy graciosas, y maquetas, que habitualmente se fabricaban en madera. Se
trata de una novedad introducida en el Primer Período Intermedio y que se consolidaría durante el
Reino Medio. Pueden verse mujeres moliendo harina para hacer pan y hombres
transportando jarras. También se
encontraron sandalias de madera, cubiertas de estuco blanco para hacerlas más
duraderas. La momia se colocaba mirando hacia un lado. Se sigue incluyendo la réplica del propio difunto, para asegurar su
reencarnación si el ka, la momia o el sarcófago sufrían algún daño. Las figuritas de criados servían de réplica de
la servidumbre necesaria en el otro mundo, e igualmente continúa utilizándose el
barco con el cortejo fúnebre.
Sin embargo, como
innovación, en esta época se inscriben en el sarcófago los textos religiosos, que ahora son distintos de los que antes se
incluían en las paredes de las pirámides. Su función clave es
ayudar al alma del difunto a salir de su encierro y superar las terribles
pruebas que le esperan. Los textos narran el viaje del alma hasta llegar a su
lugar de destino. En ese dificultoso trayecto aparecen monstruos que amenazan
con devorar al difunto. El alma tiene que pasar por múltiples estadios y, para
ello, ha de recitar las oraciones escritas en el sarcófago. Incluso se dibuja una suerte de mapa del Más Allá, donde está situado el Nilo y
la concreta ubicación de peligros tales como seres monstruosos, agujeros y fuego. El alma
tiene que salir airosa de esta especie de juego de rol, cuya costumbre se mantuvo hasta llegar casi a la época
ptolemaica.
El Reino Nuevo (1.539-1.077 a . C.) es el siguiente momento de apogeo en la cultura
funeraria. Se inicia con la reunificación de Egipto con Amosis I, y presencia
la fallida revolución de Akhenaton, el faraón hereje, tras lo cual se vuelve al
culto a Amon. Con Tutankamon se abandona Amarna y los faraones pasan a ser enterrados
en el Valle de los Reyes, en Luxor. Junto a ellos reciben sepultura las reinas,
como también algunos altos funcionarios y sus allegados, en tumbas más pequeñas.
La ubicación del Valle de los Reyes no se escogió al azar sino que vino enteramente determinada por las creencias religiosas egipcias. En esa región existe una montaña en forma de pirámide, a la que ya se atribuía carácter sagrado en el Imperio Medio, la cual puede ser vista desde cualquier punto del Valle de los Reyes (KV son las siglas por las que se identifican sus tumbas, por abreviatura del nombre en inglés, King Valley). La zona debía contar con la protección del ejército, ya que las tumbas no estaban escondidas sino a plena luz. Fue tan intensa la actividad constructiva de tumbas que, a veces, los enterramientos subterráneos se excavaban unos encima de otros.
La ubicación del Valle de los Reyes no se escogió al azar sino que vino enteramente determinada por las creencias religiosas egipcias. En esa región existe una montaña en forma de pirámide, a la que ya se atribuía carácter sagrado en el Imperio Medio, la cual puede ser vista desde cualquier punto del Valle de los Reyes (KV son las siglas por las que se identifican sus tumbas, por abreviatura del nombre en inglés, King Valley). La zona debía contar con la protección del ejército, ya que las tumbas no estaban escondidas sino a plena luz. Fue tan intensa la actividad constructiva de tumbas que, a veces, los enterramientos subterráneos se excavaban unos encima de otros.
Existen dos valles en
este territorio, uno oriental, todavía poco
conocido, donde se encuentra la tumba de Amenhotep III, y el Valle de los Reyes.
Igualmente está ubicado allí, aunque más alejado, el campamento de los trabajadores,
Deir el Medina. Durante nueve días los albañiles trabajaban y vivían en pequeñas cabañas, mientras que el décimo lo pasaban con sus familias en Deir el Medina.
Durante sus largas jornadas de trabajo, aquellos operarios entretenían sus ocios
haciendo caricaturas del faraón o dibujos pornográficos. Iluminan el lado más humano
de la vida cotidiana egipcia, que apenas puede vislumbrarse en los grandes hallazgos
arqueológicos.
En el Valle de los Reyes dejaron
de construirse los templos de antaño. La función de culto del faraón divinizado, a pesar de que continuó siendo
fundamental, pasó a realizarse en los Templos
de millones de años, un nombre que responde a la idea de que debían durar
para toda la eternidad. Corresponden a las dinastías XVIII a XX. El culto se celebraba
a diario en estos templos, ubicados en la orilla occidental de Tebas. Tal
orientación responde a la relación asociativa que establecían entre el oeste y el
mundo de los muertos. Sin embargo, muy lejos de nuestra visión del templo como
lugar de encuentro de los fieles con Dios, para los antiguos egipcios era
exclusivamente la morada del faraón deificado. El pueblo tenía vedado el acceso
a este recinto.
Un buen ejemplo de la
arquitectura funeraria de este periodo es la tumba de Ramsés II, la KV 7. Se trata de un gigantesco monumento
funerario compuesto por numerosas pasillos y cámaras. Cada una de ellas contenía un rico ajuar y estaban ilustradas con textos
mágicos del Libro de los Muertos o del Amduat, que tenían una función
místico-religiosa. Existe una cámara con un
pozo que llegaba hasta un punto profundo. Suele decirse que dichas estancias tenían como objetivo desorientar a los ladrones pero,
en realidad, estas cámaras tan decoradas cumplían una
función ritual, para unir la tumba con
los dominios subterráneos del dios Osiris.
La KV5, de gigantescas
proporciones y con una multitud de cámaras funerarias, tenía por objeto dar
cobijo a los más de cien hijos que tuvo Ramsés II .
La tumba de Tutmosis III
está decorada a modo de un gran papiro funerario y, como siempre, no se trata
de una decoración con fines puramente estéticos sino preordenada a asegurar el
renacimiento del difunto. La tumba de Ay (WV 23), una de las pocas ubicadas en
el Valle de los Monos o Valle occidental
(Western Valley), tiene una decoración muy semejante a la de su predecesor
Tutankamon, con el fondo en amarillo y unas figuras probablemente salidas de la
mano del mismo artista, aunque aquí son de mayor tamaño.
Las reinas no se
enterraban en el Valle de los Reyes sino que tenían su propia necrópolis en el Queen Valley (QV), con tumbas de menor tamaño
pero que resultan trascendentales desde el punto de vista histórico y artístico. La más destacable es la de Nefertari (QV66),
esposa de Ramsés II, en la cual encontramos una decoración verdaderamente espectacular. Impresionan tanto su
bellísima factura artística como su excepcional estado de conservación, aunque recientes problemas de humedad han motivado su cierre para llevar a cabo un amplio programa de restauración. Junto con la tumba de Seti I, es la más deslumbrante de Luxor y, probablemente, de todo
Egipto.
El templo de millones de
años de Hatshepsut, al lado opuesto del anterior, es de grandes dimensiones puesto
que ensambla el templo con la tumba. Es uno de los primeros enterramientos en los
que se estableció la conexión material entre esos dos puntos. En el área cultivada del Nilo aparecen una serie de templos
paralelos, detrás de los cuales se sitúa el Valle de los Reyes. Existen aquí
diversas tumbas de nobles, funcionarios y otros miembros de lo que podría
considerarse “clase media”. Se encuentran en Deir el Medina, donde vivían los artesanos constructores que trabajaban en
el Valle de los Reyes. Estas tumbas pertenecen a personas ilustradas, que sabían leer. La necrópolis se encontraba situada junto a las casas del pueblo. No existía para ellos esa neta separación que nosotros establecemos entre la región de los
vivos y la de los muertos. En nuestra cultura los cementerios son un lugar
triste y tratamos de situarlos lo más lejos
posible de nuestras zonas residenciales. Por el contrario, para los antiguos egipcios
la muerte era un aspecto inseparable de la vida. Una vez al año celebraban un
gran banquete, muy alegre, en honor del difunto y para devolver la vida a su alma.
Siguen construyéndose en
esta época los recintos para el culto, así como los pozos con cámaras
funerarias y las pirámides. Aunque estas han sido una
forma constante a lo largo de la historia del Egipto antiguo, sus
características evolucionaron en las distintas etapas. La estela del difunto
contiene ahora un himno a Ra, divinidad solar a la que aspira a unirse, y las
letanías para fomentar las ofrendas de los parientes.
Continúan plasmándose las escenas del difunto en su vida cotidiana, con su esposa e hijos. Estos o los hermanos del muerto eran los encargados de llevar las ofrendas para su alma. Portan la jarrita para libaciones, con leche o agua, mientras se pronuncian las oraciones, mientras que otro oferente lleva la estatuilla de Osiris y la caja para guardarla. Con esta representación se pretendía asegurar, para caso de que la familia del difunto se olvidara de llevarle las ofrendas, que esa función quedara reproducida para siempre en las paredes de la tumba.
Continúan plasmándose las escenas del difunto en su vida cotidiana, con su esposa e hijos. Estos o los hermanos del muerto eran los encargados de llevar las ofrendas para su alma. Portan la jarrita para libaciones, con leche o agua, mientras se pronuncian las oraciones, mientras que otro oferente lleva la estatuilla de Osiris y la caja para guardarla. Con esta representación se pretendía asegurar, para caso de que la familia del difunto se olvidara de llevarle las ofrendas, que esa función quedara reproducida para siempre en las paredes de la tumba.
En otras
imágenes puede verse al difunto y a su mujer trabajando personalmente los
campos. Como personas pudientes, podemos suponer que no lo habrían hecho en su vida real, pero los egipcios entendían que debían reflejar tales
escenas en la tumba para asegurarles su alimentación en la otra vida. Pintaban igualmente preciosas imágenes de árboles frutales, siempre con esa finalidad mágica.
En Saqqara aparecen otras construcciones diferentes, menos conocidas que las pirámides. Son las tumbas-templo, con pilonos, patios y santuarios interiores, que intentan representar la estructura del templo para fomentar el culto. Son características del Bajo Egipto y un ejemplo de ellas es la tumba del general Horemheb, sucesor de Ay, construida antes de que aquel fuera nombrado faraón. Se ha reconstruido los pilonos con los patios columnados a modo de salas hipóstilas.
La tumba de Maya tiene unas decoraciones murales impresionantes, pintadas en amarillo, el color solar, que representa el brillo de Ra, la resurrección y la fertilidad.
En Saqqara aparecen otras construcciones diferentes, menos conocidas que las pirámides. Son las tumbas-templo, con pilonos, patios y santuarios interiores, que intentan representar la estructura del templo para fomentar el culto. Son características del Bajo Egipto y un ejemplo de ellas es la tumba del general Horemheb, sucesor de Ay, construida antes de que aquel fuera nombrado faraón. Se ha reconstruido los pilonos con los patios columnados a modo de salas hipóstilas.
La tumba de Maya tiene unas decoraciones murales impresionantes, pintadas en amarillo, el color solar, que representa el brillo de Ra, la resurrección y la fertilidad.
En las tumbas aparecen ajuares
con elementos de la vida cotidiana. Mientras
que hasta entonces se habían
representado en las paredes y por medio de maquetas, ahora se introducen los
elementos auténticos de su vida cotidiana,
real, algunos hechos ex profeso para la tumba. Así, por ejemplo, un arpa que se conserva en el Louvre.
Una novedad muy
destacada de esta época son los ushebtis.
Es un elemento que posiblemente ya estuviera presente en el Reino Medio pero que
todavía no se había desarrollado. Se trata de unas figuritas que tienen como finalidad ayudar
al difunto en sus trabajos de la vida futura y ser residencia para su alma. Suelen
adoptar la postura de Osiris, con los brazos cruzados, y su nombre significa “el
que responde”. Llevan inscrita una oración que, al pronunciarse, hace que se conviertan en personas de carne y hueso. Para hacer un
trabajo, en las manos llevan dos pequeñas azadas. Están vestidos como un alto funcionario, porque representan al difunto, y esta costumbre llegó a
ser tan sofisticada que hasta se guardaban en cajas con 365 ushebtis, uno para cada día del año.
En un papiro conservado
en el Museo Británico aparece la representación de una pirámide pintada de blanco, con una estela delante, la momia y los sacerdotes
llevando a cabo el ritual de la apertura de la boca. En el otro mundo, los seres
seguían necesitando el cuerpo. Por ello, la cremación constituía una auténtica aberración para los egipcios, porque destruía el preciado soporte del alma.
La ceremonia consistía en abrir los ojos al difunto para ver, la boca para
hablar y para comer, y la nariz para respirar. El rito se realizaba con una
vara, mientras un sacerdote vestido con piel de leopardo quemaba incienso sobre
una mesa de ofrendas y las plañideras lloraban. En algunas representaciones
puede verse también el ba en forma de niño, pero con un cuerpo de pájaro que le permite volar. Está vigilante, como
a la espera de que los familiares vengan a realizar las obligadas ofrendas.
En
otras ocasiones aparece el difunto jugando al senet, un entretenimiento habitual en el Egipto antiguo que tenía un simbolismo funerario, el de echar una partida
con la otra vida. Pueden verse igualmente dos leones que representan el
horizonte y que evocan la eternidad.
El sistema de sarcófagos era muy sofisticado. Se introducían unos dentro de
otros, como si fueran muñecas rusas, repletos de textos protectores y con una máscara de cobertura que ayudaba a retener la
representación ideal del individuo, como
garantía contra la destrucción de la momia. Son caras muy bellas e idealizadas.
También aparecen los
vasos canopos, que ya estaban
presentes en el Reino Antiguo pero no como los cuatro hijos de Horus, concepción que se
consolidó durante el Reino Nuevo. Tienen como finalidad proteger las vísceras del difunto, pues las partes blandas del cuerpo son lo primero que
se deteriora tras la muerte. Por ello se extraen y se guardan en los vasos canopos.
La técnica evolucionó con el tiempo, siendo diferente su tratamiento en los distintos periodos. En
algunas etapas los vasos eran macizos. Las vísceras extraídas se colocaban en pequeños sacos y se volvían a colocar dentro del cuerpo, mientras que los
vasos desempeñaban una función protectora gracias al texto ritual inscrito en ellos.
Zulema Barahona Mendieta obtuvo su Doctorado en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Realizó su tesis doctoral sobre la cerámica de Medamud, al noreste
de Karnak, gracias a un convenio entre la citada Universidad y el Instituto
Francés de Arqueología Oriental (IFAO).
En años precedentes ha formado parte del
equipo del IFAO, realizando trabajos en el Oasis de Bahariya (Tell Ganub/Qasr
al-Aquz), Alejandría (Taposiris Magna y Plintine), y Karnak. Es, además, una gran divulgadora, con una
contagiosa pasión por la egiptología. Es una verdadera suerte poder contar en
Alicante con el magisterio de esta joven y excelente investigadora. Le
agradezco sinceramente que nos haya permitido publicar su conferencia en este
blog.
Fuentes adicionalmente
consultadas: entradas en Wikipedia: Casa del millón de años, Puerta falsa, Ushebti, WV 23.
Muy bien por la interesante entrada. Todo lo que rodea a los ritos y métodos de enterramiento en Egipto sigue siendo de lo más fascinante. A este respecto el reportaje sobre el descubrimiento de la KV63, aunque no fuera una tumba, sino un depósito de restos del enterramiento de Tutankhamon, es también bastante ilustrativo.
ResponderEliminarUna gran cantidad de información puesta a un nivel comprensible y ameno; una gran entrada. Mientras la leía, varias cosas acudían a mi mente: la primera,la amplia diferencia transcultural acerca del hecho de la muerte y del tratamiento del fallecido: construcciones inmensas para un cuerpo en descomposición o el abandono en la naturaleza para que ella vuelva a tomar lo que es suyo;rituales muy elaborados o poco elaborados; cuerpos que son cuidados después de muertos y vueltos a traer al mundo de los vivos ( en este blog está la entrada de los ritos funerarios de Madagascar, donde los expones con detalle), o simplemente alejados y hasta hechos invisibles, como la cremación y esparcimiento de cenizas en la actualidad.Resulta muy difícil sacar un denominador común en el tratamiento de la muerte, siendo el más democrático y universal de los hechos.
ResponderEliminarHa hablado de cuerpos y su tratamiento, pero en Egipto es crucial su forma de entender el alma inmortal y su viaje a la otra orilla, y aquí está mi segunda referencia: cuántos elementos de los expuestos encontramos en Platón: el alma y su transmigración y sobre todo la duplicidad de mundos, que aquí vemos en las imágenes del finado en máscaras, pinturas, e incluso pirámides, siempre uno principal y otro secundario.
Y una reflexión final: cuánto interés por la muerte, siendo un hecho que no forma parte de la vida (Wittgenstein), y que , cuando llegue, nosotros no podremos "vivirlo", como decía Epicuro, y de ahí a su conclusión: no nos angustiemos por ella. Sin embargo, las creaciones artísticas como las que nos muestras, son un patrimonio y fuente de conocimiento impagable.
Como siempre magnífica entrada y máxime destacando el tema de la muerte en Egipto que tan dignamente esa cultura supo mostrar. Pero hay una parte en la exposición, aquella en la que se dice que la necrópolis se encontraba situada junto a las casas del pueblo...es decir, los egipcios consideraban a la muerte una etapa de la vida, convivían con ese concepto y la asumían con toda naturalidad. Y después pasas a compararla con nuestra cultura en dónde los cementerios están alejados de nuestras ciudades... a esto yo añadiría no sólo los cementerios, sino también los manicomios, basureros...todo aquello que saque a la luz nuestras miserias; huir, ocultar en la distancia nuestras limitaciones, todo lo que repudien nuestros sentidos cuanto más lejos mejor. ¿ Aprenderemos alguna vez de las enseñanzas de esa cultura?
ResponderEliminarKFK.
Muchas gracias por tu comentario, Karlos. Qué acertado estás en señalar cómo establecemos una segregación espacial entre el mundo de los vivos, los cuerdos, los ricos...y el de los muertos, los locos, los pobres, y yo añadiría también los ancianos y los enfermos. Todos fuera de nuestra vista, que no nos corten el rollo. Ya lo debían de pensar así los antiguos romanos cuando, en una etapa más avanzada de su historia, decidieron sacar los enterramientos a las afueras de la ciudad, colocando las lápidas a lo largo del camino. Con ello se aseguraban de que alguien, los caminantes, recordasen a los muertos y que los espíritus de los difuntos se desorientaran y no supieran volver al lugar donde vivían, para no perturbar a los vivos.
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