ESPIRITISMO ESPAÑOL


"Se entregaban al misterio como a un amante inefable que sabía hacer vibrar las cuerdas de su histerismo elegante y decadente". Emilio Carrere. "Lo que vio la reina de Francia", 1916.

Puede sorprendernos hoy que, hasta nuestra guerra cainita e incivil, el espiritismo tuviese tanto predicamento en España. En La plasmatoria (1935) de Pedro Muñoz Seca (1879-1936) la parafernalia espiritista servirá para devolver la vida al mismísimo Don Juan Tenorio.

Espíritus cultivados, humorísticos y escépticos, fueron excitados y fascinados por el espiritismo y la teosofía romántica y bohemia. Es el caso de Emilio Carrere (1881-1947) al que se ha considerado uno de los pioneros españoles de lo que hoy se llama "periodismo del misterio" o "periodismo de lo paranormal" (del tipo practicado por Jiménez del Oso, J. J. Benítez o Iker Jiménez).


La colección de relatos espiritistas de E. Carrere, introducida y anotada por Jesús Palacios, resulta amena e ilustrativa de lo que llegó a ser en el mundo occidental ese movimiento místico y heterodoxo, religioso y (pseudo)científico, enraizado en el espiritualismo de Swedenborg y la Teosofía de Jacob Boheme. Personalidades científica y literarias tan famosas e influyentes como Flammarion, Víctor Hugo, Arthur Conan Doyle, William James, Edison, L. Frank Baum (el autor de El mago de Oz) o el nobel belga Maurice Maeterlinck estuvieron interesadas o creyeron en los fenómenos espiritistas.
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En Sevilla, el mismísimo General Primo de Rivera dirigió una sociedad espiritista (o espirita). Ramón y Cajal prestó atención e interés al movimiento, aunque luego le retiró su apoyo. El movimiento espiritista allanó el camino para la entrada de la Teosofía de Madame Blavatsky cuyo budismo esotérico, entrelazado a la tradición panteísta, sostenía la evolución y reencarnación del alma, a lo largo de un ciclo que podría culminar en su fusión con el Alma o Mente Universal, donde hallaría su perfección. Sin embargo, al contrario que los teósofos, los espiritistas mantendrían la creencia en la identidad individual del alma después de la muerte física.

Sociedades y logias teosóficas y espiritas florecieron en las principales ciudades españolas. Marcelino Menéndez Pelayo, en su paradójica Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), Bonilla y San Martín, Mario Méndez Bejarano y José Luis Abellán, en su Historia crítica del pensamiento español (1979-1991), tratan con amplitud este fenómeno sociocultural y esotérico.

Aunque Nietzsche se hubiese empeñado en anunciar en Alemania "la muerte de Dios", Nietzsche mismo había muerto cuando el pensamiento liberal y heterodoxo español prefería el krausismo, con su teísmo civilizado y moralista, muy distante de los violentos sentimientos paganos y blasfemos del filósofo demente y su martillo. Aunque fuese un movimiento anticlerical, el espiritismo admitía a Cristo como uno de los "grandes iniciados", recogiendo su mensaje como afín al Espiritismo, e intentándolo conciliar con el espíritu positivista y científico de la época. De manera que el espiritismo se convirtió en la panacea mística de varias generaciones de intelectuales españoles. Desde luego -como relata Pío Baroja en sus Memorias-, tenía un lado "sicalíptico" (erótico), bohemio y desvergonzado, pues algunas de esas "desopilantes" sesiones espiritistas podían tener como resultado que alguna criada quedara misteriosamente encinta, a resultas de sus "etéreos" encontronazos con los espíritus.

Valle Inclán contó su experiencia en una de las exhibiciones que el criminólogo italiano Lombroso hizo de la famosa médium Eusapia Palladino, cuyos poderes asombraron al matrimonio Curie. Galdós llegó a pintar el espiritismo como una religiosidad factible y deseable para el hombre moderno, libre de los excesos dogmáticos del catolicismo oficial. Y don Juan Valera se convirtió en un divulgador de la Teosofía, ocupándose de redactar para la Enciclopedia Hispanoamericana el artículo dedicado a la disciplina de Madame Blavatsky. Valera acabaría publicando una novela fantástica, orientalista y cabalística: Morsamor (1899).

El desarrollo del espiritismo en España, como en otras partes, estuvo aliado al modernismo simbolista, al decadentismo esteticista, pero también al sufragismo y al feminismo políticos, y es que, como escribe en uno de sus relatos Carrere, "el espíritu no tiene sexo". Carmen de Burgos (Colombine), protectora y amante de Ramón Gómez de la Serna, publicará en 1922 El Retorno: novela espiritista. Ángeles Vicente -recordada sobre todo hoy por su pionera novela lésbica Zezé- escribió un buen puñado de relatos espiritistas. Pero la más destacada de las escritoras espiritas españolas fue Amalia Domingo Soler (1835-1909), quien fue también aguerrida defensora de los derechos de la mujer.

Amalia Domingo Soler

Entre los poetas del 27, el más esotérico fue el andaluz Fernando Villalón (1881-1930). Villalón proyectó un "silfidoscopio", una máquina que permitiría ver a las sílfides y otros espíritus elementales (hadas, nereidas, salamandras, elfos, duendes...). Sus mejores poemas ("La Toriada", "Lubricán") están preñados de referencias esotéricas, cabalísticas y teosóficas.

El espiritismo dio pie a la burla despiadada de Fernández Flores, pero también a las agudas reflexiones filosóficas y aún psicoanalíticas de Emilio Carrere:

"No hay nada sobrenatural; éste es un concepto huero y supersticioso; sólo hay infinitos desconocidos que rigen leyes inmutables e innotas, pero perfectamente naturales. Y el primer infinito misterioso que se nos presenta es el laberinto físico y psíquico de nuestro propio yo. El huesped desconocido, como le llama Maeterlinck al laberinto del mundo inconsciente". ("Unas extrañas anécdotas de Pi y Margall").

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