UNA PEQUEÑA HISTORIA CULTURAL DEL SUEÑO EN LA EDAD MODERNA

Ya nos hemos acostumbrado, por  influencia del psicoanálisis y las neurociencias, a ver los sueños como un reelaboración de los procesos mentales de nuestra vida diurna o como resultado de la actividad eléctrica del cerebro. Pero a lo largo de la historia, los seres humanos han dado al sueño un valor más elevado, como vía de comunicación directa con el más allá, como medio de anticipar el futuro y hasta como una expresiva metáfora de nuestra andadura por la vida. José Biedma centró su estupenda entrada Luz en las tinieblas. Historia y terapia onírica, en el blog Espíritu  y Cuerpo (http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2013/11/luz-en-las-tinieblas-historia-y-terapia.html),
 en el sueño en la antigüedad. Aquí nos vamos a ocupar de otra etapa en la historia cultural del sueño, la Edad Moderna, en ámbitos tales como el arte, la literatura y la filosofía, con especial referencia a su importante función cognoscitiva.
1. La vía artística


Con la plena confianza en las capacidades del ser humano, tan característica del humanismo renacentista, los pintores del s.XV afrontaron con entusiasmo el enorme reto artístico de representar el sueño. Era la ocasión perfecta para demostrar su destreza en captar la laxitud del cuerpo en el reposo absoluto. La Venus dormida de Giorgione (1507-1510) nos muestra desnuda a la bellísima diosa, sensual y armónicamente integrada en un paisaje que replica sus suaves curvas. Se trata de una obra revolucionaria, por su técnica y su temática, que inauguró una nueva etapa en la historia de la pintura y que sería imitada por Tiziano y por Velázquez en la Venus del espejo. Pero aún más difícil que reflejar las particularidades anatómicas del cuerpo dormido, los pintores renacentistas se atrevieron a plasmar el complejo contenido de los sueños, con sus símbolos y su narración de acontecimientos. Es evidente que ello no puede observarse ni copiarse de la realidad, por lo que resultaba imposible la mímesis. Para solucionar el problema recurrieron a argumentos conocidos, con referencias bíblicas, como El sueño de Jacob de José de Ribera; políticas, como  el enigmático Sueño de Felipe II de El Greco (1579); o mitológicas, como Venus dormida y Cupido de Paris Bordone o Eros y Psique, de J. Zucchi.

El sueño de Jacob, Ribera
El sueño de Felipe II, el Greco
Venus y Cupido, Paris Bordone
Eros y Psique, Zucchi
Esa última obra se inspiraba en la historia de los encuentros y desencuentros del Amor y el Alma que nos transmite Apuleyo en El asno de oro (180 d.C.).La bella Psique, picada en su curiosidad por sus envidiosas hermanas, infringe la prohibición de mirarlo que le ha impuesto su amante Eros, con el que solo ha tenido encuentros nocturnos, al iluminar su divino rostro mientras duerme, pero con ello destruye su relación. 
En una obra más tardía, la escultura de Antonio Canova Eros y Psique (1800), podemos ver un momento ulterior en la trama de este precioso y filosófico mito, cuando el Amor rescata al Alma del sueño eterno de la muerte. 
Pero es en la Sacristía Nueva (1520-1524) de la Iglesia de San Lorenzo en Florencia, la capilla funeraria de los Medicis, donde Miguel Ángel recurre a la idea de la noche, el sueño y el amanecer para dar cuerpo de mármol a las ideas neoplatónicas. Los príncipes Lorenzo II y Giuliano II, acceden en su vida ultraterrena al mundo de las ideas perfectas, del que la capilla es una réplica. En la parte inferior, símbolo de la realidad material, cuatro dioses debían personificar los ríos del Hades. En la interpretación de Platón, eran un trasunto de los cuatro castigos que amenazaban al alma al ser liberada del cuerpo. Pero Pico della Mirandola (1463-1494) los entendió como las cuatro tentaciones que esclavizan el alma a la materia. En la parte superior de la estructura, las esculturas contorsionadas del Crepúsculo, la Noche, la Aurora y el Día hacen referencia, con una gran riqueza de significados alegóricos, al paso del tiempo, la cíclica sucesión de las estaciones y las etapas de la vida humana. 
Con la muerte, el alma asciende a lo alto, liberándose de las ataduras del mundo terrenal. La impresión que provoca la Capilla, aunque incompleta, es sobrecogedora. Pero yo destacaría, sobre todo, la figura de la Noche, una alegoría de la muerte como sueño del que nos despertaremos en la otra vida, con una pátina de luz de luna verdaderamente asombrosa. Y, enfrentadas, las estatuas de los príncipes encarnando los dos modelos humanos básicos: la vida activa y la contemplativa.

  1. La vía literaria  
Una de las obras más influyentes del Renacimiento fue El Sueño de Polífilo (1499), de Francesco Colonna. Su título original es Hypnerotomachia Poliphili, “lucha de amor en sueños”. Aunque todavía encierra elementos medievales, como la alquimia o los dragones, es un perfecto ejemplo de la nueva sensibilidad humanística, por su recreación del arte clásico y sus eruditas referencias literarias, mitológicas, musicales… Polífilo ama a Polia sin ser correspondido. Sueña que se extravía en la selva, donde deambula sorprendido entre ruinas evocadoras de magníficos edificios, jardines y fuentes. En su camino se encuentra con la diosa de la Libertad, Eleuteria, y con  la ninfa Polia, que ha consagrado su castidad a Diana. Como Beatriz con Dante, la ninfa Polia, su amada idealizada, le acompaña a recorrer lugares admirables en los que contempla la Sabiduría y la Belleza en sus formas absolutas y eternas. Podemos encontrar algunas de las imágenes del programa iconográfico de esta obra en el misterioso sacro Bosco de Bomarzo, cerca de Roma. Una novela histórica imprescindible, Bomarzo, de Mújica Laínez, relata de manera magistral la construcción de este palacio y los pormenores de aquella atormentada etapa. Y es que el optimismo renacentista duró poco. Pronto fue derribado por los ataques de fanáticos como Savonarola, con sus hogueras de las vanidades, por la austeridad de la Reforma o por los desastres de las prolongadas guerras de religión, que ocasionaron 13 millones de muertos en toda Europa. 
En ese clima de crisis, se impuso el mensaje de una elevada espiritualidad frente a los placeres mundanos, considerados fútiles. El sueño del caballero (1650), atribuido a Antonio de Pereda, muestra el desengaño ante los placeres pasajeros que apartan al hombre de los bienes realmente valiosos del espíritu. Con elementos propios de un subgénero de los bodegones llamado Vanitas, un caballero, elegantemente vestido, sueña con la muerte representada por la calavera; la hipocresía social, por las máscaras teatrales; con las riqueza que no pueden acarrearse hasta el mundo verdadero; el ocio y los placeres, encarnados en la baraja y las armas; el paso inexorable del tiempo del que advierte el reloj, y la vida que se consume como una vela que al final se apaga. Las obras de Shakespeare están repletas de esa imaginería barroca acerca de la brevedad de la vida, y en ellas hay también constantes referencias al sueño. En Hamlet (1599), el rey es asesinado mientras duerme. Más tarde, en el  acto V, el dubitativo antihéroe reflexiona sobre la brevedad de la vida cuando ve cómo sacan de una fosa el cráneo del bufón Yorick. Sin embargo, la tradición asocia ese macabro elemento al monólogo previo sobre el “Ser o no ser”, en el acto III, que contiene unos  reveladores y repetitivos versos sobre el sueño: “¡Morir…dormir, no más. Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne !...¡ Morir…dormir! ¡ Dormir! ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el problema! Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos liberado del torbellino de la vida!”.


En el acto V de Romeo y Julieta (1597), Romeo recuerda que “soñé que había muerto-¡sueño raro, que confiere a un muerto la facultad de pensar!- y que venía mi esposa e infundía con sus besos en mis labios una vida tan vigorosa y deliciosa, que yo resucitaba y era emperador”. Romeo cree que ese sueño le pronostica favorables noticias pero, cuando encuentra a Julieta en su panteón familiar, aparentemente muerta, se suicida para reunirse con ella en la otra vida. Romeo, desterrado de Verona, no había podido enterarse de los planes de Fray Lorenzo: con el fin de que pudiera escapar de una boda sin amor que le imponían sus  progenitores, el buen fraile había entregado a Julieta una droga capaz de inducirle un sueño igual a la muerte. Aquí aflora otra preocupación esencial en la modernidad, acerca del carácter indistinguible de la muerte y el sueño, y de la vigilia y el sueño, que se considera constitutivo de nuestra propia sustancia. De La tempestad (1611), una de las últimas obras del Bardo, procede otra de sus más célebres citas: “Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada por un sueño” (“As dreams are made on, and our little your life is rounded with a sleep”).


Ante la incertidumbre que provocan los sentidos, se abren dos vías de actuación: buscar la seguridad moral en un comportamiento irreprochable, o perseguir la seguridad en el conocimiento a través de unas bases sólidas. Esta segunda línea de acción es la que emprende Descartes, mientras que Calderón de la Barca apuesta por la primera. 
En el cómic de Alberto Sanz, el rey debe ser espejo de virtudes parar el príncipe Segismundo, pero nada es como parece

La vida es sueño (primera versión de 1626, corregida en 1635), se hace eco igualmente de la teoría platónica del conocimiento. Segismundo, tras escapar y retornar a su caverna, filosofa sobre  la confundente información que proporcionan los sentidos y la memoria:
“¿Qué es la vida? Una ilusión


una sombra, una ficción
 y el mayor bien es pequeño
 que toda la vida es sueño
 y los sueños sueños son”(…)

“Mira bien lo que te advierto:
 que seas humilde y blando,
 porque quizás estás soñando
 aunque ves que estás despierto”.

 Ante la dificultad de dilucidar si ha soñado ser un príncipe o lo ha vivido realmente, por el cruel experimento al que lo somete su inhumano padre, Segismundo, que actúa al principio como un ser completamente asocial, porque siempre ha vivido solo y en cautiverio, acaba comprendiendo la importancia del comportamiento prudente por razones pragmáticas, en una especie de apuesta  pre-pascaliana en favor de lo divino.


 “No me despiertes si duermo,
 y si es verdad, no me duermas.
 Más sea verdad o sueño,
 obrar bien es lo que importa.
 Si fuere verdad, por serlo;
 Si no, por ganar amigos
 para cuando despertemos.”
 Ante el dilema, con versos sencillamente irrepetibles, Calderón mira a la vida eterna, “donde no duermen las dichas, / ni las grandezas reposan”. 
Una magnífica adaptación al cómic del nuestra obra de teatro más filosófica
3. La vía filosófica

I.DESCARTES
 A los racionalistas les resulta incómodo el hecho de que Descartes, reconocido unánimemente como el fundador de la filosofía moderna, sentara las bases de su sapientia universalis gracias a tres sueños. En la Historia de la filosofía de Giovanni Reale y Dario Antiseri se habla de “revelación”, un eufemismo para referirse a un episodio irracional, como en gran medida se consideran las manifestaciones del mundo onírico. Ya se relataban someramente esos tres sueños en la entrada de José Biedma arriba citada. Pero faltan en ella algunos detalles, aparentemente secundarios, que nos ofrecen las claves para entender la trascendental importancia de los sueños en la obra de Descartes. Este estudió en el colegio jesuita de La Flèche, en Anjou, y obtuvo el título de Licenciado en Derecho, por la Universidad de Poitiers, en 1616. Su padre, el consejero  Joachim Descartes, deseaba que su hijo menor siguiese una provechosa carrera en la administración civil. Tres años después, Descartes se encontraba acampado con las tropas del duque de Baviera en Ulm. Había estado varios días febrilmente entregado al estudio filosófico- y también a la reflexión sobre cuestiones tales como la mnemotecnia de Ramon Llull, la  astrología, la alquimia y el esoterismo Rosacruz, según Richard Watson. En plena efervescencia mental, hizo un descubrimiento maravilloso y esperaba que los sueños le confirmaran su importancia, según confesó a Adrien Baillat, su primer biógrafo. De hecho, Descartes estaba tan interesado en los sueños que llevaba un cuaderno para anotarlos. 
La noche del 10 de noviembre de 1619  tuvo tres sueños providenciales. En el primero, mientras caminaba hacia su Colegio, notó una debilidad en el lado derecho de su cuerpo, que le obligó a inclinarse hacia el lado contrario para poder seguir en pie. Descartes se sentía ridículo andando así torcido, mientras veía a los demás caminar bien erguidos. Además, un fuerte viento lo zarandeaba y le impedía avanzar. Se refugió entonces en la capilla del Colegio para orar cuando, de pronto, recordó que había visto a un conocido a quien no había saludado. Para reparar su descortesía, intentó salir nuevamente a la calle, aunque el viento lo llevó de vuelta a la capilla. Una persona le dijo que Monsieur N tenía un regalo para él, un melón traído de un lugar lejano. Descartes se despertó con un fuerte dolor en el costado derecho y se quedó un par de horas meditando y  rezando. Pero, de repente, escuchó un fuerte trueno y la habitación se llenó de chispas, aunque no sintió miedo sino que, gracias a ello, pudo verlo todo mucho más claro. Después de despertar de este segundo sueño, volvió a dormirse y se vio envuelto en un tercero: estaba delante de una mesa en la que había una enciclopedia y el Corpus Poetarum, libro en el que leyó  al azar el verso del poeta latino Ausonio “¿Qué rumbo seguiré en la vida?”. Un desconocido le recomienda, en cambio, el poema titulado “Sí y No”. Descartes fue capaz de comprender que estaba soñando y asoció la enciclopedia a la unidad de las ciencias y el libro de  poesía a la unidad del saber filosófico. Cuando despertó, interpretó que los poetas representaban la revelación, el entusiasmo, y la frase pitagorica  “si y no” como una alusión a la verdad y falsedad en el conocimiento humano. Los dos primeros sueños le advertían contra los desvíos de  la senda verdadera, la de las ciencias, que le había revelado el Espíritu Santo encarnado en las chispas del segundo sueño.


Para su discípulo, el gran científico Christian Huygens, esos perturbadores sueños fueron el resultado directo de dormir en una habitación recalentada por una estufa de porcelana. Malebranche, por su parte, los encontró grotescos. Y Freud, cómo no, al igual que hizo con el ambiguo sueño del cisne de Leonardo, dio un sesgo sexual a su interpretación.Ciertamente, la historia de los sueños de Descartes presenta concomitancias con otros conocidos episodios de revelaciones cruciales en la vida de religiosos, como San Agustín, San Jerónimo o San Ignacio de Loyola. No puede descartarse así que Baillet, deseoso de construir una hagiografia para Descartes,  pretendiera promocionar sus sueños a la categoría de revelación divina, incluso seguida de la promesa de peregrinación al santuario italiano de Nuestra Señora de Loreto en agradecimiento. El estudioso John R.Cole sacó a la luz, en 1999, diversas circustancias biográficas que explican, de la forma más convincente, esos misteriosos sueños de Descartes. Justo tres años antes de su fecha, el 10 de noviembre de 1616, había superado su examen de licenciatura y, en todo ese tiempo, no se había decidido a ocuparse de su carrera. Le dolía el costado derecho e intentaba inclinarse hacia el contrario porque en francés “Droit” es la palabra para referirse al estudio de las Leyes. El filósofo tenía mala conciencia porque los demás sí podían andar bien rectos, mientras que él andaba por senderos torcidos desde el punto de vista de su padre. En la festividad de San Martín, que se celebraba ese día, era costumbre emborracharse, aunque Baillet se cuidó de dejar constancia de que Descartes llevaba tres meses sin probar la bebida. Pero lo que importa tener en cuenta es que el Santo era el patrón de los abogados y que, por ello, en esa fecha comenzaba el año judicial, con la renovación de los contratos y los juramentos prestados por los jueces y letrados. Hasta el libro del Corpus poetarum hace referencia a la más importante recopilación del Derecho romano, el Corpus iuris civilis de Justiniano. Era el tercer aniversario de su examen de leyes ante el tribunal, que consistió precisamente en abrir un libro al azar y comentar un texto normativo, emitiendo un dictamen ad aperturam libri. En sus sueños casi proféticos encontró la fuerza para torcer su destino. Descartes dijo no a la cómoda y prometedora pero aburrida vida que le esperaba como letrado, para abrazar apasionadamente, en cambio, el estudio de las ciencias. Además de esa rebeldía contra la autoridad paterna, sus sueños le avalaron para hacer frente a otra aventura aún más osada contra el saber caduco de su tiempo. Con una ambición comparable a la de Francis Bacon, este hombre tranquilo y amigo de meditar entre las sábanas, sin embargo, se lanzó a la gigantesca tarea de sentar las bases unitarias para todas las ciencias sobre los principios de la geometría analítica. Leibniz dijo de él que su obra era “el vestíbulo de la verdadera filosofía porque, aunque no haya llegado a su núcleo último, se le ha aproximado más que ningún otro”. Y tan importantes le parecieron a Leibniz aquellos sueños de Descartes, que se tomó la molestia de copiarlos directamente de su cuaderno.
Leibniz
 No solo en la fase de descubrimiento sino también en las raíces de su proyecto filosófico vuelven a hacer su aparición los sueños. Así lo podemos comprobar tanto en el Discurso del método (1637) como en las Meditaciones metafísicas (1641) primera y sexta, su obra más divulgativa. En ambas obras Descartes insiste en que, durante el sueño, se tiene la sensación de estar viviendo una situación real, hasta el punto de que resulta difícil diferenciarlo de la vigilia. “Veo tan claramente que no hay indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia, que me quedo atónito”. “Considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
Pero inmediatamente después advertí que, mientras yo quería pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y, observando que está verdad: yo pienso, yo soy, era tan firme y tan segura que las más extravagante suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo, como el principio de la filosofía que andaba buscando”. Ahí tenemos al sueño y al cogito de la mano en párrafos contiguos del Discurso del método. 
Aunque se sale del período de la modernidad que habíamos acotado, creo que merece la pena confrontar el modo en que Descartes y Unamuno utilizan la hipótesis del sueño. En el primero se pone al servicio de la epistemología, mientras que Niebla (1914) respondía a hondas preocupaciones existenciales. El protagonista de esta nivola, Augusto Pérez, decide quitarse la vida por un desengaño amoroso pero, antes de hacerlo, viaja a Salamanca para hablar con don Miguel de Unamuno, gran experto en la materia por haber publicado un libro sobre el suicidio. Para el atribulado Augusto resulta un shock descubrir que no se puede suicidar porque es un ente de ficción, sometido enteramente a la voluntad de su creador. Pero Agusto le sale  respondón: “Y esta mi vida,¿ es novela, es nivola, o qué es? Todo esto que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción? ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de quien sea, que se desvanecerá en cuanto Él despierte, y por eso le rezamos y elevamos a Él cánticos e himnos, para adormecerle, para acunar su sueño? ¿No es acaso la liturgia todas de todas las religiones un modo de brezar el sueño de Dios y que no se despierte y deje de soñarnos?”. Para Unamuno, Dios no es ya el garante de la verdad sino el modo de asegurar su inmortalidad, esa que buscaba desesperadamente dando gritos de ornitorrinco, como le recriminó Ortega.

II. JEAN JACQUES ROUSSEAU
 Pero volvamos atrás, al momento anterior al tránsito entre las edades moderna y contemporánea. En 1782, Jean Jacques Rousseau escribe las Ensoñaciones de un paseante solitario. En esas notas autobiográficas descubrimos que el método de reflexión de Rousseau siempre fue la  rêverie, la ensoñación, un estado mental intermedio entre el sueño y la vigilia. Nos cuenta el filósofo ginebrino que, desde los 5 años, desarrolló la aptitud de trasladarse con la imaginación a un mundo ideal protagonizado por él mismo, escapando de las ataduras de la realidad para refugiarse en el sentimiento y la sensación: “Mi vida entera no ha sido apenas otra cosa que una larga ensoñación dividida en capítulos por mis paseos de cada día”. Tras su crisis paranoide de 1767, durante su estancia en Inglaterra con Hume, Rousseau se refugia aún más en sí mismo y en la naturaleza. 
Especialmente revelador es el Paseo quinto, en el que reinventa su estancia en la isla de Saint Pierre: “En mis ensoñaciones solitarias, tumbado en mi barca que dejaba a la deriva al gusto del agua, o sentado al borde del lago agitado, o en cualquier parte, a orillas de un bello río o de un arroyuelo murmurando entre guijarros”… “dejo mi cabeza enteramente libre y a mis ideas seguir su inclinación sin resistencia ni traba”… “Una tibia languidez enerva mis facultades todas, el espíritu vital se apaga en mí por grados, solo a duras penas mi alma se lanza afuera de su caduca envoltura”. Este misántropo prerromántico revela aquí su método de trabajo, la introspección soñadora, el libre flujo del pensamiento a través de su interioridad. Gracias a ello, sueña que puede acceder a un orden natural armónico e incontaminado, en el que resuelve su problemática dimensión social, que no es capaz de vivir normalmente entre los hombres en la ciudad. Esa ensoñación es contemplativa, casi mística, pero tambén rigurosa meditación racional, un verdadero instrumento heurístico.
Con ello se acaba este deambular entre artistas, literatos y filósofos que crearon sus grandes obras maestras reflexionando sobre o desde los sueños y considerándolos instrumentos de trabajo o metáforas centrales de su quehacer. Pero, a pesar de esa importancia, el concepto “sueño” está ausente de las enciclopedias filosóficas. Ninguna entrada en el Diccionario de Ferrater Mora nos habla de su papel en la historia de la filosofía. Ha quedado oscurecido por el esoterismo o por su estudio psicoanalítico o neurológico, y tal vez sea hora de defender el destacado papel cognoscitivo que jugó en la constitución del pensamiento moderno.

Me gustaría recomendar el texto de Máximo Lameiro en el blog arriba citado sobre Emanuel Swedenborg "Ciencia, sueños y visiones.." http://esprituycuerpo.blogspot.com.es/2013/11/ciencia-suenos-y-visiones-en-la-obra-de.html.
Esta entrada se publicó originariamente en el blog Espíritu y Cuerpo en mayo de 2014

 Fuentes consultadas:
-          Richard Watson: Descartes. El filósofo de la luz. Ed. Vegara
-          Antonio Defez: Unamuno, Descartes y la hipótesis del sueño
-          Giovanni Reale y Darío Antiseri: Historia de la Filosofía. Ed. Herder
-           Los medios como metáforas: La confusión entre sueño y realidad del teatro barroco
-           La vida es sueño. Entrada en el Diccionario literario Bompiani
-          Evangelina Rodríguez Cuadros: Calderón de la Barca. El autor y su obra. La vida es sueño: obra paradigmática.
-           Jean Jacques Rousseau: Ensoñaciones de un paseante solitario. Introducción de Mauro Armiño. Alianza Editorial
-           Jacobo Siruela: El mundo bajo los párpados. Ed. Siruela
-           Art en línia: Miguel Ángel: Capilla funeraria de los Médicis
-           José Jiménez: Sueños del más allá
-           El sueño renacentista llega al Museo Luxemburgo de París
-          Musée du Luxembourg de París presenta el Renacimiento y los sueños



Comentarios

  1. Aplaudo la acertada actualización de la entrada con la inclusión de la adaptación al cómic de "La vida es sueño". ¡Olé!

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    1. Muchas gracias, Enrique, y a Mario Ceballos por el material, El cómic es una maravilla. calderón estaría muy contento.

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