PESADILLAS EN EL LABORATORIO (I). LOS MONSTRUOS. "Frankenstein", "La isla del Dr. Moreau" y "La máquina del tiempo"

Cartel de la exposición Terror en el laboratorio, de Telefónica, que nos ha servido de inspiración para este trabajo
I.                  EL VERANO DE LOS MONSTRUOS

Por Encarna Lorenzo

En la irrepetible noche del 16 de junio de 1816, cerca del lago de Ginebra, tuvo lugar la gestación de dos de los más grandes mitos de la literatura fantástica. Villa Diodati, en Cologny (Suiza), era la residencia de verano de Percy B. Shelley, su futura esposa Mary Godwin, y lord Byron, que viajaba acompañado por su médico personal, John William Polidori.

Ese mismo año había tenido lugar la explosión del volcán Tambora, en Indonesia. Arrojó tal cantidad de material a la atmósfera que se produjeron fuertes alteraciones climáticas. El cielo se ensangrentó y se pobló de imágenes fantasmagóricas. Sin poder disfrutar de la naturaleza alpina, los amigos se entretenían dentro de la casa contándose historias de misterio e imaginación. En pleno apogeo del Romanticismo, con el lado oscuro de la mente pugnando por desatarse de las ataduras de la razón, aquellos genios se concertaron para escribir cada uno un relato de terror. Como es bien sabido, Mary Shelley (1797-1851) “dio a luz” en 1818 a Frankenstein, mientras que Byron empezó una historia de fantasmas, ambientada en Grecia, de la que pronto se cansó. Más tarde, Polidori la retomó y acabó transformándola en una narración acerca de un aristocrático vampiro, en la que se ha querido ver el retrato psicológico del propio lord Byron, que trataba de forma despótica y cruel al pobre Polidori, robándole su energía vital. El novelista irlandés Bram Stoker otorgaría la forma definitiva y universal a ese otro mito.

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Con esta entrada coral, que tendrá tres partes, queremos rendir homenaje a los creadores de mitos contemporáneos que se han convertido en inmortales porque nos interpelan como seres humanos a través de criaturas monstruosas, dobles terroríficos o autómatas sin alma. Nos parece que es una materia muy apropiada para la reflexión antropológica por la capacidad que tienen los mitos para suscitar reflexiones acerca de lo que es en realidad el ser humano, al contemplarse proyectado en esos espejos deformantes. De la intensa vigencia de estos personajes en nuestro imaginario cultural es prueba que Frankenstein, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde o el Hombre invisible poseen un significado que apela incluso a personas que nunca han leído estas novelas. Tal es su poder de suscitar ideas, especialmente al instalarse como estrellas en el firmamento cinematográfico. En estas obras también se crea un nuevo espacio humano, el laboratorio del hombre de ciencia pero en su dimensión de lugar donde el uso indebido de los conocimientos, por la locura o la soberbia, es capaz de alterar el orden social. Es en este momento cuando emerge con fuerza la figura del mad doctor, el científico chiflado. Con una intencionalidad moral, los autores pusieron en cuestión la figura del investigador de la naturaleza y su afán de suplantar al Creador. Los límites de la ciencia siguen siendo un tema de radical y permanente actualidad.
Una escena de Remando al viento
Pero comencemos con Frankenstein. Los autores románticos fueron notarios del fracaso de los sueños de racionalidad y de salvación a través de la ciencia que habían animado el pensamiento de la Ilustración, y se lanzaron a explorar los profundos terrores que anidan en el desván de nuestro cerebro. La obra de Mary Shelley, a la hora de traer a la vida a Frankenstein, un ser viviente hecho sin embargo de restos cadavéricos, no partió de cero. El doctor Dippel, nacido en 1673 en el castillo alemán de Frankenstein, en Darmstadt, estudió teología y filosofía, alquimia y anatomía, y llevó a cabo experimentos con cadáveres en la creencia de que podía transferirse el alma de un ser a otro. Su historia se convirtió en leyenda durante más de un siglo y la recogió Jacob Grimm mientras andaba explorando los folktales centroeuropeos. Jacob la relató a Mary Jane Clairmont, traductora al francés de los cuentos populares que aquél recogió incansablemente junto con su hermano Wilhelm, y que constituyen un tesoro de información sobre las costumbres del pasado en el continente. Mary Jane Clairmont se había casado en segundas nupcias con el filósofo William Godwin. Este ya tenía dos hijas de su matrimonio anterior con la genial pensadora feminista Mary Wollstonecraft, quien murió al dar a luz a Mary. Esta recibió de labios de su madrastra la extraordinaria historia del doctor de Frankenstein y, con una audacia literaria inédita hasta entonces para una mujer escritora, la convirtió en una obra de tal éxito y tan fértil en todos los campos que podemos afirmar, sin temor a exageraciones, que transformó la historia cultural de Occidente. De esto nos hablará el capítulo siguiente.

II. MITOLOGÍA EN UNA NOCHE DE VERANO 

Por ANGELES BOIX BALLESTER

   OBERTURA: LAMENTO

   Me ha creado el peor monstruo que existe, un monstruo lleno de orgullo y arrogancia que, al ver mi aspecto, no fue capaz de ver lo que vive en mi, y me rechazó y repudió con asco, o miedo…de mi, o de ver en mi lo que él hizo, lo que él proyectó hasta el más mínimo detalle técnico. Pero la técnica no basta cuando se trata de seres humanos, de seres vivos. Mi creador es un demiurgo chapucero que, como el de los gnósticos, ve en mí imperfecciones, y se da la vuelta, abandonándome...

   Yo no le pedí que me construyera de un conjunto heterogéneo de partes inertes y me animara con la electricidad; yo ya no podía pedir nada .Él actuó por propia voluntad y guiado por su razón. Y ahora yo también soy alguien dotado de voluntad y de razón, incluso de lenguaje, del fuego que Prometeo robó a los dioses para dárselo a los humanos. ¿Quién es más monstruoso, quien traspasa los límites de la moralidad humana para satisfacer sus deseos, o quien se ve arrojado a buscar venganza al ser rechazado y abandonado por todos?
Ilustración de Juan Ros
       MI HISTORIA CONTADA POR MI.

    Y ahora, mi hermano, mi amigo, hablemos tú y yo cara a cara. (1)

      Yo, lector, que he nacido dos veces, he nacido esta segunda de la mano de un humano manipulador de la materia, pero ignorante de lo que significa ser humano. Y he nacido esta segunda vez para instalarme en vuestro imaginario, para ser una criatura inmortal, porque vivo en vuestra cultura; soy un mito. Yo soy el monstruo del doctor Frankenstein. Pero insisto: el verdadero monstruo es él, y por extensión, el humano que olvida las cuestiones esenciales de la filosofía.

       Mi madre nos gestó a ambos una celebrada noche de lluvia del verano de 1816, en los Alpes Suizos, harta de tanto racionalismo de la época anterior y de la confianza ciega en las capacidades del ser humano, sobre todo de las derivadas del conocimiento científico, que en la Ilustración instaló en los humanos la idea de que el futuro sólo podía mejorar el presente, que el hombre sería capaz con sus conocimientos y sus manos incluso de enmendar a la misma Naturaleza en aquello que él considerara erróneo. Esta idea de progreso sin límite hizo del ser humano la criatura más orgullosa, y lo lanzó a una carrera alocada por alcanzar no se sabe qué meta.

    Pero, permíteme que vuelva una vez más a Prometeo (aquel que asocian con el nombre de mi creador), el que dio a los humanos la técnica y el logos al hacerlos partícipes del fuego de Hefesto y Atenea, pero no les dio el saber político, prerrogativa de Zeus. Y cuando falta este saber, el sentido moral y la justicia, la raza humana es capaz de exterminarse; por ello, ordenó Zeus a Hermes que lo repartiera a todos los humanos, y además, le ordenó: “…impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen, como a una enfermedad, de la ciudad”(2).


   Como Zeus, mi madre trató de conferir principios éticos al orgullo técnico y científico humano, y creó una hermosa historia de sentimientos rotos y una venganza destructiva y sin frutos, excepto el dolor, el frío y la desolación.

        Cuentan que en una bella película (3), el director filmó a mi creadora, Mary Shelley, hablando con su futuro marido – y por aquel entonces, amante – Percy B. Shelly y con Lord Byron acerca de mi historia y de las implicaciones morales de la misma: el ser humano no debe jugar a ser Dios y recrear la Naturaleza y sus leyes a su antojo.
    Esta historia es la historia del monstruo humano que va más allá de lo que cuentan los antiguos mitos de cualquier lugar: el mundo de lo muerto y de lo vivo no es de doble sentido: Tiresias sólo le pudo mostrar a Ulises las sombras de los muertos, no a los mismos muertos; es la sombra de Aquiles, y no Aquiles quien añora la vida, pero el límite es inamovible, no puede ser traspasado. Pero mi creador lo exploró de la mano de los nuevos avances científicos (¡qué poderosa es la electricidad, capaz de vivificar los fragmentos que me componen y permiten que se avive mi seso!), sin pensar que lo que de ahí resultase sería humano, yo, el nacido dos veces. Y el rechazado. Mis sentimientos se desbordaron, mi ignorancia se hizo patente al pensar que habría alguna forma de agradarle, de que me mostrara consideración….pero todo fue en vano. Su cara de horror al mirarme, su huida de mi presencia me hizo inundarme de odio y deseos de venganza. Y así comenzó la historia de muertes inútiles, perpetradas por mi mano o como consecuencia de mis acciones. Cargué con ellas sobre mis espaldas, pero en mí seguían vivos sentimientos diferentes: la soledad y el deseo de paliarla. Por ello volví a enfrentarme con mi creador: deseaba una compañera, quería que con su técnica y su saber creara una mujer para mí.

    Pero nadie iba a estar a mi lado. Al doctor Frankenstein le volvió el sentido moral cuando vio en mí hasta dónde lo había llevado su orgullo y, aunque comenzó a construir a mi compañera, sus escrúpulos lo llevaron a abortarla cuando estaba casi acabada…destruida, desmembrada, arrojada a la basura…Quizás fuera lo mejor, pues también existía la posibilidad de que, habiéndola creado, ésta me hubiese rechazado con pánico y asco, tal como hizo mi creador, aunque el origen de ella habría sido la misma inmoralidad que el mío.
    Entonces ya estaba todo perdido. Mi única misión antes de morir debía ser la de acabar con mi creador. También me gustaría acabar con la historia, relegándola al frío del olvido, pero sé que tú, lector, nunca vas a olvidar la soledad y desesperación de este nacido dos veces, de este al que llaman monstruo.


NOTAS:

(1) Cita libre de Jaime Gil de Biedma, “Pandémica y Celeste”.

(2) Platón, Protágoras, 322 e.

(3) La novia de Frankenstein. Robert Whale, 1935.

Ilustración de Juan Ros

  1. MONSTRUOS EN LA ISLA DEL DR. MOREAU
Por Encarna Lorenzo


H.G.Wells (1866-1946) es justamente célebre por sus novelas de ciencia ficción: La máquina del tiempo (1895), La isla del Dr. Moreau (1896), El hombre invisible (1897) o La guerra de los mundos (1898). Forma parte, con Julio Verne, de esa rara categoría de los visionarios. En 1932 predijo el comienzo de la Segunda Guerra Mundial con sólo cuatro meses de error. En su discurso futurista, sin embargo, latía una honda preocupación social, enfocada hacia los problemas más candentes de aquella era: contra la lucha de clases, la posibilidad de transformar pacíficamente la sociedad; el rechazo a los excesos del imperialismo británico y a los peligros de la tecnología descontrolada, o los límites éticos de la ciencia. Este gran pacifista denunció los horrores derivados de los conflictos bélicos y de los nacionalismos  exacerbados, y cuestionó las posibilidades de supervivencia de la especie humana por causa de los mismos. No fue únicamente un novelista de gran éxito sino también un historiador y filósofo prolífico, amén de un hombre de ciencias él mismo. Se formó con el evolucionista T. H. Huxley e impartió esta disciplina, de la que siempre aparecen rastros en su obra literaria, como tendremos ocasión de comprobar.

La isla del del doctor Moreau es una novela ciertamente compleja. Utiliza el típico artificio literario del relato dentro del relato para dar a la historia mayor verosimilitud y distanciar al autor del contenido del texto, de manera que no se le responsabilice por las opiniones que se vierten en la obra. Aún así, su publicación dio lugar a un auténtico escándalo y a incontables críticas.
El sobrino y heredero del distinguido señor Prendick se encarga de dar a conocer al público los extraños acontecimientos en los que se vio envuelto su tío, a quien se llegó a tener por loco, quizá trastornado por la traumática experiencia de su naufragio y posterior desaparición durante 11 meses. El navío en el que había partido desde Callao en 1887 zozobró y sólo él consiguió salvarse, después de que los otros dos tripulantes de la lancha salvavidas lucharan entre sí, tras largos días de hambre y desesperación, para evitar ser devorados por los demás supervivientes. La terrible sombra del canibalismo en estas condiciones extremas asoma por primera vez en la obra de H. G. Wells. Era un tema de muy debatido por exceder de manera absoluta los límites de lo humano. El caso de la balsa de la Medusa, que inmortalizó la pintura de Géricault, había tenido una gran resonancia pública y, poco antes de publicarse la novela, un tribunal inglés había rechazado la exculpación que pretendían unos marineros, quienes se salvaron de la muerte de aquella forma tan ignominiosa. El caso es que Prendick logra ser rescatado al día siguiente por un barco cargado de animales procedente de África, cuyos tripulantes son realmente extraños. Montgomery, un estudioso de la biología, le hace tomar un extraño brebaje hecho de sangre, que consigue devolverle las fuerzas. Es una especie de ritual de ingreso en la cofradía del dr. Moreau. En la jornada posterior, este aparece a bordo del barco y, sin la menor consideración, ordena que abandonen otra vez a Prendick a su suerte en un bote. Pero unos singulares nativos se apiadan de él y le dan cobijo en la isla del dr. Moreau, quien acaba aceptando su presencia. Moreau, que había sido un famoso científico que tuvo que huir de Inglaterra cuando se hicieron públicos sus atroces experimentos en materia de vivisección sobre animales, cobra cierto interés por Prendick cuando se entera que, como lo fuera el propio novelista, había sido discípulo del famoso biólogo evolucionista Thomas Huxley. Prendick tiene el entendimiento completamente alerta ante las actitudes misteriosas de Montgomery y Moreau y por los misteriosos personajes que pueblan la isla, con rostros de una fealdad grotesca, cuerpos peludos y miembros deformes y, ante tanto secretismo, empieza a sospechar que lo que en realidad hace el Moreau en la isla son experimentos de vivisección sobre humanos. Teme que lo hayan retenido para torturarlo y decide escapar. En la selva se encuentra con otros seres bestiales que cantan y bailan torpemente en el claro del bosque, poniéndose a veces a cuatro patas y, en medio de toda aquella locura, Prendick hasta piensa en quitarse la vida para impedir que lo capturen vivo. Pero puede más su curiosidad acerca de lo que está sucediendo en realidad en aquel mundo arcano y opta por seguir luchando.
Entonces se encuentra con el Hombre Mono, que repite palabras mecánicamente pero que lo acoge amistosamente en su sucia cabaña. Los salvajes aceptan a Prendick como miembro de la comunidad y le enseñan sus normas, que repitien incansablemente: “No caminarás a cuatro patas, esa es la Ley. ¿Acaso no somos hombres?”. Nada de beber el agua directamente del abrevadero y comer carne y pescado, cazar a los hombres y otras cosas cuya enumeración resulta demencial e indecente para el trastornado cerebro de Prendick. Todo ello sucede en medio de un baile febril en el que él también participa. “Suya es la Casa del Dolor, Suya es la Mano que crea, Suya es la Mano que hiere, Suya es la Mano que cura”, referencias todas ellas a un Moreau deificado. Prendick sospecha que éste, después de animalizar a unos desdichados hombres caídos en su poder, ha infectado sus diminutos cerebros con la idea de su divinidad, con objeto de que lo adoren. Cuando finalmente Moreau y Montgomery lo encuentran, el doctor le aclara que no se trata de hombres sino de animales. Como Prendick no comprende entonces cómo saben hablar, construir casas y cocinar, el doctor le explica que esculpe tanto sus cuerpos como sus cerebros aprovechando la plasticidad orgánica, tal como hacían los médicos medievales que fabricaban enanos, mendigos tullidos y monstruos de circo, y le recuerda que hasta los inquisidores convirtieron la tortura en un arte y en una práctica científica: “¿Se va dando cuenta de que es posible trasplantar el tejido de una parte del animal a otra, o de un animal a otro, alterar sus reacciones químicas y su crecimiento, modificar las articulaciones de sus extremidades e incluso transformar su estructura más íntima?”
A través del hipnotismo, sustituye sus viejos instintos por una educación moral, si bien superficial, bajo la amenaza del castigo. También les enseña los rudimentos del inglés y un poco de cálculo. Su mente es como una hoja en blanco, no recuerdan nada de su pasado animal, pero el control que tienen de sus emociones es escaso y cada vez tienden más a la rebelión. Moreau los expulsa de la "estación biológica" en cuanto aprecia síntomas de fracaso en su proceso creador (¿una referencia a la expulsión del Paraíso?), y ellos se refugian en otra parte de la isla, donde continúan llevando una vida más o menos racional. A los rebeldes al cumplimiento de la ley los lleva de nuevo a la Casa del Dolor. A lo largo de ocho años, Moreau ha creado unos 120 monstruos mezclando partes de distintos animales, pero todos son imperfectos. Sus descendientes no sobreviven. Moreau se presenta como un creador bastante torpe, y él lo sabe. Esa es la gran tragedia de este antihéroe. Por eso tiene su esperanza puesta en el Hombre Puma, que al final se rebelará también y acabará con el fanático experimentador. Para calmar a los salvajes, que amenazan con sublevarse al perder a su dios, Prendick les presenta un pragmático discurso, que suena muy familiar: “El doctor Moreau no ha muerto, ha cambiado de forma, de cuerpo, durante algún tiempo no lo veréis, está en lo alto y os vigila. Vosotros no lo veis pero Él si os ve a vosotros. Respetad la ley”.

Se trata de una crítica mordaz a la religión basada en el miedo y en el control mental como mecanismos de dominación social. Pero Montgomery, borracho, da de beber alcohol a los monstruos, que se descontrolan cada vez más tanto en su aspecto físico como en su comportamiento. Es la creciente regresión a la animalidad, que da lugar a nuevas y desconcertantes formas, pues no retornan a ninguna de los animales cuyas partes Moreau utilizó para fabricarlos. También Prendick siente que su estancia en la isla con esas compañías lo ha vuelto un tanto animal. Intenta salir de allí pero el enloquecido Montgomery quema todas las lanchas. Finalmente arriba a la isla una balsa cargada con náufragos muertos y Prendick aprovecha para huir en ella. Afortunadamente lo recoge un navío pero, a su regreso a la civilización, nada vuelve a ser como antes. Ya no tiene confianza en el prójimo y teme que todos los seres humanos que se encuentra por las calles son, en realidad, monstruos ocultos, animales con forma de personas. Sus sentimientos hacia sus congéneres son ambivalentes: teme que en cualquier momento vayan a convertirse en salvajes. Sólo encuentra una sensación de paz y seguridad con el estudio de las estrellas inmutables.

Moreau, en principio, no responde al modelo del doctor loco sino que es soberbio y arrogante, tirano y autoritario como un dios creador. Wells lo pinta con el cabello blanco, las facciones duras, el gesto resuelto e imponente. Según logra recordar Prendick, había realizado valiosas investigaciones sobre transfusión de sangre y tumores malignos antes de caer en el descrédito científico, pero su actitud ante el sufrimiento es cruel e inmisericorde: “El estudio de la Naturaleza vuelve al hombre tan cruel como la propia Naturaleza”, es una de sus frases lapidarias. Para él, la cuestión del dolor es insignificante comparada con las enseñanzas que puede proporcionar la ciencia, una postura ética inadmisible y que Wells rechaza por boca del protagonista. El tema de la vivisección, actuar quirúrgicamente sobre animales vivos para la investigación, estuvo de moda en la época en que Darwin publicó su teoría de la evolución. Entonces no existía una legislación contra el maltrato a los animales. Pero cuando la teoría darwinista consiguió fracturar las barreras mentales entre los reinos humano y animal, que hasta entonces habían permanecido insalvables, la gente comenzó a sentir una creciente simpatía por las criaturas menores, con las que estamos más o menos lejanamente emparentados en el árbol genealógico al que pertenecen todos los seres vivos. Los trabajos sobre vivisección de François Magendie y de Claude Bernard fueron entonces prohibidos y Wells construyó sobre este tema una de sus novelas más acabadas, proyectada sobre el fondo de una discusión de gran actualidad en su época, como tantos otros temas sociales que abordó en su obra bajo la apariencia de simple ciencia ficción. Los temas científicos, como puede verse en el esencia cap.11, "Moreau se justifica", son claves en su novelística. Como haría más tarde Michael Crichton en Parque jurásico, todos los experimentos de Moreau tienden al desorden creciente. Es la ley de la entropía que había defendido Thomas Huxley. Pero no sólo hay ciencia en La isla del doctor Moreau. También aparecen en ella temas éticos fundamentales, como el hecho de que estos hombres -bestia son más caritativos que los verdaderos humanos. Los extraños nativos, que en realidad son los monstruosos habitantes de la isla, son capaces de apiadarse de él y salvarr su vida mientras que el insensible doctor Moreau lo había condenado a la muerte en medio de las olas.

Es de destacar el gran número de resonancias literarias que aparecen a lo largo de la novela. Como en el famoso verso de Calibán, el salvaje, el monstruo expropiado de su isla, en La tempestad de Shakespeare, la isla del doctor Moreau también está llena de voces: resuena el contenido de esta obra shakesperiana, con sus elementos de literatura utópica, cuando Wells hace de la isla de Moreau el centro de operaciones para el desarrollo de una nueva y aberrante humanidad; igualmente pueden verse referencias a las aventuras del náufrago Robinson Crusoe. A su vez, la novela de Wells ha sido foco para nuevos desarrollos literarios y cinematográficos. Es fácil apreciar similitudes entre Moreau y Kurtz, y es que Joseph Conrad, gran amigo de Wells, se inspiró parcialmente en el odioso doctor para dibujar al tirano de El corazón de las tinieblas. En ocasiones también resultan perfectamente identificables los esquemas del conocido relato de Hawthorne, El joven Goodman Brown (1835), que se adentra en el bosque, el territorio de lo salvaje, para enfrentarse a sus propios demonios internos, y que acaba siendo partícipe, a su pesar, de su propia iniciación en la maldad y en la hipócrita doblez del mundo, experiencia que lo marca para siempre. También Prendick tiene una vivencia estremecedora en la selva huyendo de los hombres-bestia, contemplando los bizarros rituales de los monstruos expulsados por Moreau, mientras cree que son humanos que se entregan a prácticas de adoración a su Creador, al son de las letanías que entona el Recitador de la Ley. El autor pone en boca de Moreau las más cínicas ideas acerca de la educación moral, que para el doctor no son más que una transformación artificial de los instintos, la domesticación de la belicosidad, la represión del instinto sexual... Pero como les sucede a los bizarros experimentos de Moreau, tener siempre bajo control nuestro fondo animal resulta difícil. Wells estaba siendo testigo, en su época, del despertar de la ferocidad humana, la rebelión del hombre contra la opresión de la cultura, que llevaría finalmente a las atrocidades de las dos Guerras Mundiales que el autor tuvo ocasión de presenciar a lo largo de su vida. Sus palabras finales en la novela, por boca del desorientado Prendick, resultan verdaderamente proféticas: “ Siento que el animal se está apoderando de ellos, que en cualquier momento la degradación de los isleños va a reproducirse a gran escala. Sé que todo es una ilusión, que esos hombres y mujeres son seres perfectamente normales, llenos de sentimientos humanos y de ternura, libres del instinto, en lugar de esclavos de una fantástica ley, seres diametralmente opuestos a los monstruos. Sin embargo, me asusta su presencia, sus miradas curiosas, sus preguntas y su insistencia, y ansío estar a solas, lejos de ellos”.


IV.                   MONSTRUOS DEL FUTURO. LA MÁQUINA DEL TIEMPO

Por Encarna Lorenzo



La máquina del tiempo también utiliza el pretexto de la ciencia-ficción para realizar una reflexión de hondo calado político y moral. La sociedad victoriana de fin de siglo había experimentado una enorme mejora en las condiciones de vida de las clases pudientes gracias a los avances tecnológicos. Esto era motivo de preocupación en el contexto de un pensamiento darwinista, que creía que el abandono de la lucha por la supervivencia empobrecería a la especie humana. Otro tema importante de reflexión en la novela era la lucha de clases, un asunto conflictivo que había abierto una profunda brecha entre ricos y proletarios y que, al cabo de poco más de 20 años, en 1917, desencadenaría la revolución comunista. Pero no en la industrializada Inglaterra, como había predicho Marx, sino en la atrasada Rusia zarista. La cuestión que estaba sobre el tapete era cómo conseguir un orden social más justo y solidario para impedir ese enfrentamiento. Precisamente es el núcleo del argumento de otra conocida historia de ciencia-ficción, Metrópolis, de la que hablaremos en el capítulo dedicado a los autómatas.

La novela La máquina del tiempo se divide en dos partes. La primera examina los aspectos científicos de la cuarta dimensión y especula sobre la posibilidad de viajar en el tiempo. La segunda, que el autor debió de escribir arrebatado por una febril inspiración, pues la ultimó en solo 15 días, narra los viajes al futuro realizados por el innominado protagonista, el Viajero del Tiempo. En el primer viaje se detiene en el año 802.701. El planeta Tierra está entonces habitado por los Eloi, descendientes de la clase capitalista. Viven bellos, felices y ociosos en el Mundo de la Superficie. Cuando cae la noche, los siniestros Morlock, herederos de los proletarios que trabajaban en la industria y que ahora habitan en el Mundo Subterráneo, recorrido por un gigantesco sistema de túneles, dan caza y matan a los vástagos de sus antiguos opresores. Vemos así que se trata de una distopía, la reflexión sobre los temores ante un devenir que se anunciaba como problemático. En un futuro lejano, el ser humano finalmente se ha escindido en dos especies diferentes. Los ociosos capitalistas, entregados a una vida muelle, degeneraron en seres de pequeña estatura, física pero también ética e intelectual. Son gráciles y asexuados, vegetarianos, carentes de ingenio, fuerza y valentía, porque todo lo que precisan para su subsistencia se lo proporciona una naturaleza de clima amable. No conocen la enfermedad ni la vejez pero su aspecto no es saludable. Al Viajero le recuerdan los afectados de tuberculosis, una dolencia que el pobre Wells padeció. Los Eloi viven todos juntos en grandes edificios en un entorno arquitectónico en ruinas, un signo visible de la decadencia moral reinante. Su languidez y la entrega a juegos constantes les ha hecho perder el rasgo humano por excelencia, la empatía y la compasión, que han sido reemplazados por una frialdad moral. Como Moreau, no hacen nada por ayudar a quien se encuentra en peligro. Al principio, el Viajero del Tiempo especuló que aquél debía de ser el paraíso comunista, en el que el hombre había sometido totalmente la Naturaleza a sus designios. Pero finalmente este antropólogo viajero se da cuenta de que, en realidad, aquel mundo infantil de los Eloi era la evolución previsible del estilo de vida capitalista, rodeada de toda suerte de comodidades. Vemos aquí el sello del darwinismo social, tan pujante en la época, pero también una crítica tanto al capitalismo como al comunismo y, sobre todo, una reflexión moralizante sobre los riesgos de la escisión social, tan patente en la Inglaterra industrializada de la época, que explotaba hasta límites inhumanos a los trabajadores. En su viaje al inframundo en busca de la máquina del tiempo, el Viajero descubre a los Morlock, que son el reverso de los Eloi: feos, violentos y repugnantes física y moralmente. Sus ojos rojizos se han acostumbrado a las tinieblas, como si fueran arañas humanas, y sus rasgos son albinos. La miseria los arrojó a la oscuridad absoluta del subsuelo. Siguen produciendo para los señores pero estos, a su vez, les sirven de alimento. “Y cuando les faltó un tipo de carne, acudieron a lo que una antigua costumbre les había prohibido hasta entonces”, otra alusión velada al canibalismo. Aparece aquí igualmente, de manera muy patente, el tema del doble, que será objeto de análisis en la siguiente entrada.

Cuando los Morlocks están a punto de atrapar al Viajero, este se lanza nuevamente hacia el futuro. En una playa desolada, presidida por un sol enorme, rojizo e inmóvil en mitad del cielo, divisa enormes mariposas y es atacado por un cangrejo gigantesco, por lo que sale huyendo otra vez. En esta ocasión va en busca del final de la Tierra, que la novela sitúa dentro de 30 millones de años. Ya no encuentra otro signo de vida que un ser con aspecto de piedra negra, el aire empobrecido y un sol moribundo. El Viajero regresa a su laboratorio para contar su odisea a sus conocidos, pero no le creen. Como en el mito de la caverna de Platón, el filósofo Wells, liberado de las cadenas de la ignorancia, intenta lanzar un mensaje moral de responsabilidad y cuidado respecto del planeta y de nuestros semejantes. A diferencia del arquetipo del doctor loco, el Viajero es un científico moralizante que advertía de los riesgos tanto del capitalismo como del comunismo, pero la eficacia de su mensaje no se agota en esa concreta etapa histórica sino que sigue interpelándonos acerca de los problemas que nos acechan como especie.

Fuentes consultadas:
-Terror en el laboratorio. De Frankenstein al doctor Moreau. Espacio Fundación Telefónica.
-Ospina, William: El año del verano que nunca llegó. Penguin Random House, 2015.
-Wells, H.G: La isla del doctor Moreau.
-Wells, H.G.:La máquina del tiempo. Ed. Bruguera, 1981.
-The Island of Dr. Moreau. Gradesaver. Web. 22-7-2016.
-Los cien años del Doctor Moreau. Jaime Perales. Web. 22-7-2016.
-La isla del Dr. Moreau. Wikipedia. Web. 22-7-2016.Alianza editorial, 2014.
-The Time Machine. Sparknotes. Web. 22-7-2016.
-La máquina del tiempo. Wikipedia. Web. 22-7-2016.

Comentarios

  1. Felicidades por la entrada. ¡¡Espero las entregas subsiguientes!!

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  2. ¡Extraordinaria entrada!. Muestra hasta qué punto el saber narrativo, la gran literatura, nos interpela moralmente, nos previene y nos orienta. El moderno Prometeo, el Frankestein de Mary Shelley (1818) se puede entender como una premonición y un aviso de los monstruosos poderes desatados por la tecnociencia. El ser humano como demiurgo chapucero.
    La fábula de la isla del dr. Moreau consiente varias transposiciones inquietantes, más allá de la crítica de la religión como control de almas e instrumento de poder. ¿No seremos también nosotros hijos malogrados del experimento cósmico de una raza superior? Por eso participamos sólo a medias de la naturaleza de nuestro Demiurgo chapucero, quien nos ha creado por oscuros motivos y que, concluido el ensayo, puede eliminarnos como seres fallidos en cualquier momento. En segundo lugar, está el miedo a la bestia, a esa fiera que todos llevamos dentro, dispuesta a hacerse presente y fastidiar nuestro proyecto de humanidad o de divinidad a la menor oportunidad. El temor último del protagonista Prendick es un corolario terrorífico, la posibilidad de una regresión rápida a la barbarie y el salvajismo. En efecto, la civilización y la civilidad penden siempre de un hilo.
    El mito nos previene ante lo que podríamos llamar los excesos del naturalismo (el darwinismo social, por ejemplo) y nos recuerda el sabio descubrimiento de Kant: la Naturaleza no es maestra en el plano ético, no es madre, sino madrastra cruel, sin compasión.
    Repasando el perfil de los Eloi de Wells, nos damos cuenta de sus virtudes proféticas. Nuestras metrópolis están ya llenas de eloi: gráciles, asexuados, infantiles, vegetarianos, carentes de ingenio, oriundos de un supermercado gratuito, ludópatas, narcisistas a tope...

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  3. Sorprendente e inquietante ese correlato entre los experimentos fallidos del Dr. Moreau y los seres humanos. H.G.Welles tenía tantísimo talento que seguro que pensó en ello. Y también en el perfil de los eloi se adelantó a la caracterización de la juventud indolente de hoy, que está llamada a hacerse cargo del mundo. A saber qué morlocks los devoran, real o metafóricamente...
    Muchas gracias José por sus lúcidas reflexiones.

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  4. En el campo de concentración de Ravensbruck, Alemania, los nazis realizaron experimentos de vivisección sobre 74 jóvenes reclusos, consistentes en operaciones muy mutiladoras para reproducir las heridas que causaron la muerte al gerifalte de las SS Reinhard Heidrich, cuando ejercía de carnicero de Praga y fue objeto de un atentado por un puñado de valientes checos.Así que está claro a qué clase de ideología acerca de la ciencia debemos asociar los experimentos en vivisección.

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