OSA JOHNSON Y LA POESÍA ETNOGRÁFICA DE ELIZABETH BISHOP



La poeta Elizabeth Bishop
¿Es posible hacer antropología con poesía? Quizá tendamos a pensar que se trata de un maridaje difícil, poco sostenible, vista la enorme subjetividad con que se mueven los poetas frente al rigor científico que persigue el estudio antropológico. Pero  merece la pena atreverse a explorar las posibilidades de esa fusión cuando hablamos  de Elizabeth Bishop (1911-1979), una poeta modernista americana verdaderamente extraordinaria pero  poco conocida entre nosotros. Me centraré en su poema “In the Waiting Room”, incluido en Geography III (1976).
     1.   EN LA SALA DE ESPERA
 En Worcester, Massachusetts,
fui a acompañar a tía Consuelo
a una cita con el dentista
 y me senté a esperarla
en la sala de espera.
 Era invierno. Oscurecía
temprano. La sala de espera
estaba llena de adultos,
zapatones de goma y abrigos,
lámparas y revistas.
Esta  poesía, escrita en verso libre, cuenta una historia sucedida en 1918 a una niña que acompaña a su tía al dentista en Worcester, Massachussets. Mientras la aguarda fuera de la consulta, rodeada por personas mayores, se entretiene leyendo un ejemplar del National Geographic.
Mi tía estuvo lo que me pareció
un largo rato adentro
y mientras esperaba leí
el National Geographic
(ya sabía leer) y examiné
con detalle las fotografías:
el interior de un volcán,
negro y lleno de cenizas;
luego aparecía vomitando
riachuelos de fuego.
Sorprendida por un torbellino de  fotos de volcanes, exploradores famosos, mujeres africanas desnudas e imágenes de caníbales de los Mares del Sur, tiene un momento de alucinación mental durante el cual descubre al mismo tiempo la otredad y su propia identidad  personal y social. A punto de cumplir siete años, una edad de transición, la pequeña Elizabeth, protagonista del poema, es capaz de leer íntegramente ese magazine para adultos.
Osa y Martin Johnson
vestidos con pantalones de montar,
botines y cascos protectores.
Un hombre muerto colgando de un poste
—«Carne para caníbales», leía la inscripción.
Bebés con las cabezas afiladas,
enrolladas en espiral con cordón;
negras desnudas con los cuellos
enrollados en espiral con alambre
como los cuellos de las bombillas eléctricas.
Sus senos eran horribles.
Su imaginación  infantil, que está llegando ya al momento de darse cuenta de su lugar en el mundo, queda impresionada  por los  volcanes en erupción, por la atrevida  apariencia unisex de los exploradores Osa y Martin Johnson, vestidos de safari en África, por las deformaciones craneales de los niños nativos, por las mujeres africanas desnudas, cuyos cuellos están rodeados de espirales de alambre y llevan los senos colgando, y por la carne preparada para un ritual caníbal.
Me dije: dentro de tres días
vas a tener siete años.
Lo decía para detener
la sensación de estar cayéndome
del mundo redondo que seguía girando,
hacia el frío espacio negri-azul.
Pero sentí: tú eres un yo,
eres una Elizabeth,
eres una de ellas.
¿Por qué también tú deberías serlo?
Apenas me atrevía a mirar
para averiguar qué es lo que yo era.
Profundamente perturbada  por todas aquellas novedades, que  encuentra en la ventana abierta al mundo natural y social que es el National Geographic, y rodeada de mayores, vecinos pero a la vez extraños en contraste con el  horizonte familiar conocido y protector, Elizabeth experimenta un momento de intensa  lucidez cognitiva  que le lleva a sentir la pertenencia a su propio grupo humano y a su sexo y género femenino como una identidad problemática. Es una vivencia ambivalente y desasosegante, porque contempla al mismo tiempo su inclusión en el mundo norteamericano y la oposición a otras razas y costumbres desconocidas y peligrosas; su pertenencia a una familia pero también su ser personal y único que resulta anonadado cuando se proyecta sobre el conjunto; su yo individual que, no obstante, siente que forma parte de una humanidad universal; su asimilación al género mujer, y su comparación e identificación problemática  con otras féminas, en particular con su tía, una mujer con pocas luces, y con las mujeres del continente oscuro; y el despertar de la sexualidad. Todo un conjunto de problemas radicales para la vida humana y de gran relevancia para la antropología.
Miré de reojo
—no podía mirar de frente—
las sombreadas rodillas grises,
los pantalones, las faldas y las botas
y los diferentes pares de manos
reposando bajo las lámparas.
Sabía que nada tan raro
había sucedido antes, que nada
más raro podría suceder jamás.
¿Por qué debía ser yo mi tía,
o yo misma, o cualquier otra persona?
¿Qué semejanzas—
botas, manos, la voz de nuestra familia
que sentía en mi garganta, o incluso
el National Geographic
y esos terribles senos colgando—
nos mantenían unidas
o hacían de todas una sola?
  La narradora de la historia, la Elizabeth madura que recuerda aquel episodio de confusión casi onírica de su infancia, quiere dar la impresión en todo momento de que está relatando una experiencia verídica de su propia biografía. La fecha y el lugar están concienzudamente ubicados: 3 días antes de su séptimo cumpleaños, el 5 de febrero  de 1918, en  Worcester, una pequeña ciudad al oeste de Boston, donde Elizabeth Bishop vivió con sus abuelos paternos una temporada. Otro dato que permitiría el anclaje a la realidad histórica es que, en el número del National Geographic de febrero de 1918, efectivamente apareció publicado un reportaje sobre volcanes en Alaska, en el Valle de las 10.000 Fumarolas, así que hasta aquí todo parece muy biográfico y real. 
El problema reside en que esa revista no incluye ningún artículo sobre los Johnson, ni sobre  caníbales, niños de cabezas puntiagudas o mujeres africanas. Preguntada al respecto en una entrevista, Bishop contestó despreocupadamente que estarían en el número siguiente, pero tampoco es así. Estas discrepancias han sido un pequeño misterio para los críticos literarios durante mucho tiempo, pero podemos intentar buscar la solución rastreando en las aventuras de los exploradores y documentalistas Martin y Osa Johnson.

    2.  OSA Y  MARTIN JOHNSON, DOS EXPLORADORES EN HOLLYWOOD
Osa  Helen Leighty  está considerada como una de las precursoras del documental etnográfico. Nacida en 1.894  en Chanute, una pequeña población de Kansas, nada parecía indicar que acabaría dedicándose  a la exploración y rodaje de  películas en parajes salvajes y exóticos. Pero se cruzó en su camino Martin Johnson (1884-1937),  un descendiente de emigrantes suecos que estaba poseído por el afán de aventuras. Así, a sus 18 años  no dudó en enrolarse en el Snark, a las órdenes del célebre novelista Jack London, para dar la vuelta al mundo. El viaje resultó un desastre por culpa de las tormentas y las enfermedades y, por ello, acabó tres años antes de lo previsto. No obstante, durante la singladura Martin tuvo ocasión de poner en práctica sus conocimientos de fotografía, que había adquirido en la pequeña tienda de su padre. A su vuelta a Estados Unidos, en 1909, decidió organizar una especie de espectáculo de vodevil en un teatro de Kansas. Mientras  proyectaba las fotos tomadas en el Pacífico, bellas jóvenes interpretaban canciones  evocadoras de aquellos lejanos paraísos. Osa acabó participando como cantante en el show, y se casaron después de un noviazgo relámpago. Los  planes de Martin seguían siendo  recorrer el mundo y, al cabo de siete años, gracias a su  espectáculo itinerante consiguieron recaudar el dinero necesario para ello. Por cierto que, en 1911, el fotógrafo Edward S. Curtis también estrenó un gran espectáculo de fotografías de los indios americanos con música orquestal en vivo, y sería muy interesante estudiar si existieron influencias entre el trabajo de Martin Johnson y el de Curtis. Para quienes tengáis inquietud por profundizar en el gran proyecto  de Curtis The Vanishing Race, podéis acceder en este enlace: http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/09/edward-s-curtis-fotografia-y-etnografia.html. En cualquier caso, es claro que en aquellos tiempos sin televisión existía un gran aficción popular por estas performances, que permitían conocer el mundo más allá de los lindes de la propia ciudad.
En 1917 Martin consiguió retomar la vuelta al mundo  en el lugar exacto donde el Snark se había quedado. En su libro de memorias I Married Adventure (titulado Casada con la aventura en castellano), Osa escribió: “Mi madre estaba convencida de que moriríamos de fiebres o en una olla hervidos  o peor, que los caníbales nos comerían crudos”, lo que indica muy claramente la tópica visión que los occidentales tenían sobre el salvajismo de los nativos de las antípodas. En la famosa novela Los hijos del Capitán Grant, que Julio Verne publicó en fascículos entre 1865 y 1867,  se pintaba a los maoríes como caníbales, y esos estereotipos calaron hondamente en la imaginación popular, al mismo tiempo fascinada y aterrorizada con las costumbres de aquellas tribus. 
En busca de salvajes que filmar, el matrimonio Johnson se dirigió a las islas Salomon donde, con una cámara de manivela, rodaron imágenes sobre un mundo que estaba desapareciendo ante sus ojos. Como tantos otros fotógrafos de los que ya hemos hablado en este blog,  cayeron atrapados por la magia de las estampas de aquellos rincones prístinos y por el deseo  de documentar a toda prisa la esplendorosa naturaleza y las formas de vida humana y animal  en peligro de extinción. En Nuevas Hébridas, hoy en el archipiélago de Vanuatu,  los lugareños les muestran cabezas disecadas sujetas a un palo,  como “terroríficas obras de arte”. Visitan después la isla de Malekula, también  en Vanuatu, donde los Big Nambas  los reciben en la playa con un cartílago atravesado en la nariz. Desean  ver a su temido jefe, Nihapat, y  se dirigen a buscarlo al centro de la isla rodeados por los nativos. No tardan en darse cuenta de que se trata de una trampa para cazarlos pero, en una huida rocambolesca, gracias a la milagrosa ayuda de un barco inglés, consiguen escapar del ataque de los antropófagos. Al menos así lo cuenta Osa en sus memorias y quedó grabado en  la película Con los caníbales de los Mares del Sur, estrenada en 1918 y que atrae a un tremenda avalancha de espectadores.
Cannibals of the South Sea marcó un momento crucial en la historia del cine. Ahí estaba, al alcance de un público muy amplio, lo que antes había estado reservado a los aventureros, etnógrafos y marineros temerarios. Era posible a partir de entonces tener miedo de los big nambas estando cómodamente sentados en una butaca de felpa roja. Los estadounidenses, fascinados, no se privaron  de este placer y  la película tuvo un éxito inmenso.” Grandes aventureras 1850-1950.
Los norteamericanos están entusiasmados con las peligrosas aventuras  de estos dos glamourosos exploradores. Para saciar la sed de noticias sobre sus descubrimientos, los Johnson escriben libros, imparten conferencias y se convierten en auténticas estrellas de cine.
     3. MEMORIAS DESDE ÁFRICA
Dispuestos a explotar el filón, se dirigen a Borneo a firmar a los esquivos orangutanes, pero los medios técnicos de la época no les permiten rodar en la oscuridad de la jungla. Entonces el explorador Carl Akeley, del Museo de Historia Natural de Nueva York, los convence para que viajen al África oriental británica para rodar documentales sobre fauna amenazada. En 1921 llegan a Kenia con impresionantes equipos de filmación. Martin, conocido por los indígenas como “Bwana Picture”, el “Señor de las Imágenes”, realiza extraordinarios retratos de las tribus en Uganda, el Congo belga, Ruanda, Kenia y Tanzania. Osa y él portan rifles y lucen salacots, cómodos pantalones y botas altas de caza, imagen inmortalizada por la gran pantalla y que es la que, sin duda, evocaría Elizabeth Bishop en el poema.
En el curso de una gran expedición localizan el lago Paraíso, en el cráter de un volcán,  punto de reunión de  grandes manadas. Allí ruedan a los elefantes, y a los leones en el Serengueti. Hasta entonces habían producido películas mudas pero Simba, estrenada en 1927, tiene un gran éxito por su versión sonora. Ahora los Johnson son ya famosísimos y patrocinan toda suerte de productos, como sucede con las celebridades hoy en día. En 1929 la Fox les encarga la filmación de  una película en el Congo, pero nuevamente la penumbra de la densa selva de Ituri perjudica la calidad de la imagen, así que deciden construir un poblado y, a cambio de sal, tabaco, arroz y bananas, consiguen atraer como figurantes a 900 pigmeos de los alrededores. Por esta y otras licencias fueron tachados de racistas. Después intentaron filmar en Virunga a los gorilas de montaña pero acabaron recurriendo al truco de rodar a dos ejemplares jóvenes capturados,  en el jardín de su casa en Nairobi. Congorilla se estrena con un gran despliegue de público, ansioso por escuchar el sonido africano, los cantos de los pigmeos acompañados por sus tambores de piel de antílope. Con esas películas comerciales, que alteran la realidad para emocionar a los espectadores, daban más juego al espectáculo que al documental, pero lo cierto es que consiguieron dar  a conocer al mundo entero las imágenes del continente africano.
Después del triunfal estreno, los Johnson buscan el plus ultra: la aviación. Aprenden a volar en Kansas y compran dos hidroaviones, El  arca de Osa y El espíritu de África, dotados de literas, hornillo y hasta de escritorio para trabajar en vuelo. En 1932 vuelven al lago Paraíso y filman, por primera vez desde el aire, el Monte Kenia y el Kilimanjaro. Más tarde retornan a Borneo para fotografiar en vuelo las selvas, trayendo a casa imágenes maravillosas muy valoradas por los críticos. En 1937 retoman su ya clásica ronda de conferencias pero ese mismo año Martin muere en accidente. Osa queda gravemente herida, aunque ello no le impide seguir con la tournée en silla de ruedas.
 Ambos rodaron 50 películas, publicaron decenas de libros e innumerables artículos. Osa moriría a los 59 años, víctima de un ataque al corazón.
 4 .LA GEOGRAFÍA DEL GÉNERO
 Pero, ¿qué era lo que traía de las fotos de Osa Johnson a la pequeña Elizabeth, la protagonista del poema? La exploradora no podía lucir como una dama elegante en medio de la selva. Antes bien, iba vestida de safari, con pantalón, botas y sombrero, y empuñando armas que usaba con gran puntería para cubrir a Martin, mientras éste filmaba a las fieras a corta distancia. Su apariencia era andrógina aunque, a la vez, muy femenina. Ese estilo informal de vestir, libre de ataduras, significó en  los años 20 la conquista de un espacio de libertad, el que Osa necesitaba para incorporarse como miembro de pleno derecho al equipo de trabajo documentalista. Se encargaba de coordinar los viajes, de vigilar el transporte de material fotográfico, manejaba las cámaras y era ella quien salía a cazar y pescar para suministrar al equipo comida fresca todos los días. Como con agudeza señala Lee Edelman en The Geography of the Gender, la adopción generalizada de una vestimenta confortable, en lugar de los corsés y largas faldas, contribuyó a superar las oposiciones jerárquicas entre hombre y mujer. Solo así pudo Osa moverse con desenvoltura entre caníbales y cazadores de cabezas, cazar y escapar corriendo por las  junglas. 

Los Johnson descubrieron casos de alargamiento  de cabezas infantiles en Malekula, que se practicaban mediante el vendaje con fibra de coco alrededor del cráneo poco después de nacer el bebé, dejándolo durante un año. Osa escribió que,  cuanto más estrecha y larga quedaba la cabeza del niño, más orgullosa se sentía la madre. Se trata de una práctica que se registra en culturas neolíticas del sudeste de Asia y en la América precolombina (mayas, incas y paracas) y, como recogió Friedrich Ratzel en 1896, también se practicó en Tahiti, Samoa, Hawai y en Malekula. Los isleños creían que esa deformación los hacía más cercanos al mundo de los espíritus.
En cambio, Osa no menciona en sus memorias haber contemplado casos de elongación de cuellos. Parece claro que Bishop introduce esa práctica en el poema para crear una evidente simetría entre mujeres y niños, como sujetos que sufren una distorsión física por imposición cultural de los sistemas patriarcales. Lee Edelman apunta con razón que el cuerpo humano deja de ser esos casos una base puramente natural, para convertirse en un signo más del lenguaje de la cultura. El cuerpo de la mujer pasa a ser un texto en el que se inscribe su estatus social. Como la vieja pena de garrote impedía al reo decir nada o movilizar de cuello, también los collares rígidos alrededor de la garganta (en las mujeres en diversos pueblos africanos o en Tailandia), las privan de libertad para hablar y moverse.
 En cuanto a los ritos caníbales, además las referencias de Osa a los Big Nambas y su  jefe Nihapat, en el número del National Geographic de octubre de 1919 se publicó una fotografía de una escena tomadas las islas Marquesas. El “long pig” era la expresión para referirse a  la carne preparada para el festín caníbal. Lee Edelman acierta al señalar que, en ese momento,  el cuerpo ya no es sujeto, se ha cosificado. La muerte es la diferencia que existe para algunos grupos entre un “hombre” y un “cerdo grande”. Ello demuestra que la cualidad de lo humano es, en gran medida, un producto lingüístico.
Otra cuestión es la relativa a las mujeres africanas desnudas. La poesía  utiliza fuertes calificativos para referirse al aspecto de sus pechos: “horrifyng” y “awful”. Por un  lado, esa reacción visceral es resultado del shock por el descubrimiento del cuerpo femenino maduro y el rol de la maternidad. Ella se ve como una semilla que llegará a desarrollarse de igual modo para adscribirse a una sexualidad heterosexual obligatoria, y cumplir con ella esa función maternal pretendidamente universal. Sin embargo, la Elizabeth  adulta que rememora esos descubrimientos infantiles se ha liberado de semejantes obligaciones, y las contempla precisamente desde ese acto de voluntad liberadora. Por otro lado, podría tratarse de una situación similar a la del Marlowe  de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, que tanta polémica sobre su supuesto racismo ha provocado. Ese mundo africano, extraño, les horroriza porque en la otredad descubren la común humanidad con otros pueblos y en el caso de Bishop, además, la feminidad compartida: “esos terribles senos colgando nos mantenía unidas o hacían de todas una sola”.
5. LA CARTA DE DARWIN

Es un dato muy bien estudiado por los críticos la intensa admiración que Elizabeth Bishop sentía por Charles Darwin, “mi héroe favorito, casi”, y las similitudes que encontraba entre su propia poesía y el enfoque científico del genial naturalista inglés. Y, de hecho, In the Waiting Room es uno de sus poemas más darwinianos. Como resalta Zacharias Pickard, lo que interesaba a la autora era el modelo victoriano de historia natural que pusieron en marcha estos apasionados autodidactas, artífices de meticulosas observaciones. Con su acumulación de pistas consiguieron elevarse hasta  los grandes principios de la Geología y Biología. El origen de las especies (1859), uno de los libros más influyentes en la historia de la ciencia, fue fruto del paciente  trabajo de recolección de datos muy diversos, procedentes de diferentes parcelas del conocimiento científico, y la prolongada reflexión sobre su alcance conjunto. Se trataba de un proceso inductivo, baconiano. Se elevaba desde una multiplicidad de hechos hasta sintetizar un panorama abstracto, mental, el de la teoría que los explicaba en su totalidad. La epifanía de la pequeña Elizabeth está calcada sobre la experiencia del solitario Darwin de 6 años, que recolecta observaciones con los ojos fijos en datos y detalles minúsculos, consiguiendo dar un salto tras ello a lo desconocido. Como él, Elizabeth se queda con los ojos pegados a la portada del National Geographic para dar estabilidad a ese torbellino de ideas. Cuando se intentó interpretar su obra en términos de surrealismo, Bishop replicó en la Carta de Darwin a Anne Stevenson resaltando sus concomitancias con el estilo científico de Darwin, el salto de la observación empírica a la visión de conjunto en todas sus partes. El biólogo que le interesa a la poeta  no es el que formula finalmente la teoría de las especies sino el joven que, por primera vez, vislumbra en su mente la posibilidad de semejante idea durante el viaje del Beagle. Se ha definido esa aprehensión casi sobrenatural del significado complejísimo de la identidad humana como una “epifanía”. Mientras espera en el consultorio, con una visión que obtiene sentada en el suelo, la pequeña Elizabeth sólo percibe partes de las personas que ocupan la sala: las manos, las botas, una voz  familiar… Sólo al observar esos trozos de la realidad en la distancia, cobran sentido las similitudes entre unos y otros que muestran nuestra común pertenencia a un grupo. Como Darwin, Elizabeth pasa de la especie al género, la familia y el orden. Desde el grupo particular llega a la humanidad en su conjunto. Las personas verbales desfilan desde el singular al plural. Con expresiones chocantes, que nos alertan de que la frase tiene un importante significado oculto,  nos dice” tú eres un yo”, tú eres “una Elizabeth” que es también parte de ellos (“you are an I” , “you are an Elizabeth”).Se produce con ello un proceso de  abstracción. El nombre “Elizabeth” es como una categoría linneana para una especie en que podernos clasificar y con el que nos identificamos con los semejantes.
6. LA ESCUELA DEL DOLOR
De repente, de adentro
surgió un ¡ah! de dolor
—la voz de tía Consuelo—
ni muy escandaloso ni muy prolongado.
No me sorprendió en absoluto;
para entonces ya sabía que ella era
una mujer tímida y tonta.
Podía haberme sentido avergonzada,
pero no lo estaba. Lo que me tomó
enteramente por sorpresa
fue que resulté ser yo:
mi voz, en mi boca.
Sin darme cuenta
yo era mi tonta tía.
Caía —ambas— caíamos y seguíamos cayendo,
con nuestros ojos fijos en la portada
del National Geographic,
febrero de 1918.

Cuán —no sabía ninguna palabra
que pudiera describirlo— «improbable»...
¿Cómo había llegado yo aquí,
igual que ellas, y oído por casualidad
un quejido que pudo tornarse
grito pero que no lo fue?
Lo que desencadena ese terremoto vital, esa visión sintética y globalizadora de lo humano es un “oh” múltiple, el dolor interior de Elizabeth confundida con su tía, de las madres y niños deformados, de la pérdida de dignidad de los muertos, con el dolor de la tierra que explota en los volcanes,  con el grito de pena por la Gran Guerra, todavía en marcha en aquella fría tarde de febrero de 1918. Todos somos uno en la naturaleza sería una  conclusión darwiniana muy apropiada. El texto dramatiza el reconocimiento del yo, del tú, ella, del nosotros y nosotras, del  ellos y ellas. Como con enorme acierto firma Jonathan Ellis, In the Waiting Room es el gran poema de Bishop acerca de la identidad humana. Y es el dolor compartido, la empatía con el sufrimiento ajeno, lo que permite comprenderla.
 7. RITOS DE TRANSICIÓN
La sala de espera era calurosa
y estaba bien iluminada y se desvanecía
bajo una gigantesca ola negra,
otra ola y otra ola más.

Entonces volví a sentirme otra vez en ésta.
La Guerra continuaba. Fuera de la sala,
en Worcester, Massachusetts,
la noche estaba ahí y la nieve derretida y el frío,
y aún era el cinco
de febrero de 1918.
 Pero hay otros aspectos antropológicos escondidos en el poema. En la consulta del dentista esa niña sola  tiene acceso a revistas de temas serios, incluso con fotos de mujeres desnudas, entonces casi una “pornografía suave”. La sala era un lugar de espera,  un espacio liminar, intermedio, apropiado para ritos de paso a la madurez. Su edad de 7 años está indicada en muchas culturas para ello. Por ejemplo, en la tradición cristiana era la edad para preparar y tomar la primera "comunión" , palabra que evoca el efecto de incorporación al  grupo religioso. No es extraño, pues, que la Elizabeth del poema tuviera una experiencia extrasensorial, inducida por la contemplación de aquellas fotografías para adultos, el calor y el aislamiento.
  Su identidad “en obras” es inestable, como la lava de los volcanes de las mil fumarolas en Alaska. El color predominante de las sinestesias es el negro, el de los cráteres, las mujeres africanas, el espacio exterior y las olas que inundan su conciencia. El simbolismo de ese color es evidente, la muerte que crea vida. Es, además, una cita oculta a la experiencia de un terremoto que relata Darwin en El viaje del Beagle
Esos ritos de paso, que tendremos que describir detalladamente aquí algún día porque son un tema antropológico universal, suelen consistir en la separación del iniciado para su posterior reincorporación al grupo. Escribe Arnold van Gennep en Ritos de paso (1909) : "Son ritos de separación del mundo asexuado, seguidos de ritos de agregación al mundo sexual, a la sociedad restringida constituida por los individuos de uno y otro sexo, sociedad esta que atraviesa  todas las demás sociedades generales o especiales. Esto es válido sobre todo a propósito de las chicas, al ser su actividad de la mujer mucho más simple que la del hombre" ( la negrita es mía).
El neófito pasa del yo egoísta a la identificación con el “nosotros”. En el camino se destruyen las viejas asociaciones y se construyen otras diferentes, necesarias para cada nueva etapa vital. Me resisto a pensar que la autora, tan cuidadosa con todos los otros detalles antropológicos de su poema, no haya pensado también en el auto-reconocimiento en términos de rito de paso. Pero su aportación genial es que la agregación no se produce solo a un grupo de solidaridad restringida de las mujeres, con la tía Consuelo y sus demás conciudadanas apartadas del mundo de la agencia social sino, con la ayuda de Darwin y con el ejemplo de mujeres fuertes como Osa, a la condición de ciudadana activa del mundo.
8. MEMORIA Y AUTOCONSCIENCIA
El poema de Bishop, supuestamente autobiográfico, no cuadra con los datos reales que hemos ido desvelando. Me gustan mucho las reflexiones de Edelman acerca de los fallos de memoria de la autora: al hacernos mayores, reinterpretamos nuestro mundo infantil dándole sentido. La conclusión obligada es que la memoria es poco fiable, mezclamos las imágenes por asociación. El subconsciente funciona con metáforas y metonimias, dos herramientas literarias fundamentales. El yo poético de Elizabeth es sólo una ficción de autora, siempre dada a la ironía para denunciar que lo que percibimos del mundo real no es seguro, sino que depende de nuestras reelaboraciones. Bishop, que sin duda habría sido una fantástica filósofa, consigue escribir un ensayo en cada uno de sus poemas: en 12 O´clock News, sobre las redes ideológicas de los medios de masas, en Rooster (“Gallos”), sobre feminismo. Sus elaboradísimos poemas, que son muy exigentes para los lectores, fuerzan los límites de lenguaje para transmitirnos ideas muy complejas, así que creo que, tratándose de esta incomparable autora, la poesía también puede ser una excelente herramienta para reflexionar sobre la antropología.

Fuentes consultadas:
:: Sobre E. Bishop, http://mujeres-extraordinarias.wikispaces.com/Bishop, donde está la traducción del poema que debe de ser de Octavio Paz, amigo personal de la autora. Nos la proporcionó la profesora Isabel Vila Vera, junto con interesante material acerca de la autora; http://www.shmoop.com/in-the-waiting-room-bishop/(Shmoop Editorial Team. "In the Waiting Room". Shmoop.com. Shmoop University, Inc., 11 Nov. 2008); UNED curso virtual  Introduction to gender studies ( Isabel Castelao, Jesús Cora y Dídac Llorens); Lee  Edelman, The Geography of Gender; y On”In the Wating Room”; Zacharia Pickard, Elizabeth Bishop´s Poetrics of Description; Jonathan Ellis, Reading Bishop Reading Darwin en Science in Modern Poetry.
:: Sobre Osa y Martin  Johnson, Las reinas de Africa, de Cristina Morató; Grandes Aventureras 1850-1950, de A. Lapierre y C. Mouchard;  Kansaspedia; The  Martin and Osa Johnson Safari Museum. Chanute, Kansas; entradas Osa Johnson, en  Wikipedia en español, y  Martin and Osa Johnson, Wikipedia en inglés;  y Deformación craneal artificial, en Wikipedia. En este enlace tenéis acceso a material filmado por los Johnson:
 http://memoriadocumental.blogspot.com.es/2011/04/osa-johnson.html

             IN  THE WAITING ROOM                                     EN LA SALA DE ESPERA  


In Worcester, Massachusetts
I went with Aunt Consuelo
to keep her dentist's appointment
and sat and waited for her
in the dentist's waiting room
It was winter. It got dark
early. The waiting room
was full of grown-up people,
arctics and overcoats,
lamps and magazines.
My aunt was inside
what seemed like a long time
and while I waited and read
the National Geographic
(I could read) and carefully
studied the photographs:
the inside of a volcano,
black, and full of ashes;
then it was spilling over
in rivulets of fire.
Osa and Martin Johnson
dressed in riding breeches,
laced boots, and pith helmets.
A dead man slung on a pole
"Long Pig," the caption said.
Babies with pointed heads
wound round and round with string;
black, naked women with necks
wound round and round with wire
like the necks of light bulbs.
Their breasts were horrifying.

I read it right straight through.
I was too shy to stop.
And then I looked at the cover:
the yellow margins, the date.
Suddenly, from inside,
came an oh! of pain
--Aunt Consuelo's voice--
not very loud or long.
I wasn't at all surprised;
even then I knew she was
a foolish, timid woman.


I might have been embarrassed,
but wasn't. What took me
completely by surprise
was that it was me:
my voice, in my mouth.
Without thinking at all
I was my foolish aunt,
I--we--were falling, falling,
our eyes glued to the cover
of the National Geographic,
February, 1918.   
                   

I said to myself: three days
and you'll be seven years old.
I was saying it to stop
the sensation of falling off
the round, turning world.
into cold, blue-black space.
But I felt: you are an I,
you are an Elizabeth,
you are one of them.
Why should you be one, too?
I scarcely dared to look
to see what it was I was.
I gave a sidelong glance
--I couldn't look any higher--
at shadowy gray knees,
trousers and skirts and boots
and different pairs of hands
lying under the lamps.
I knew that nothing stranger
had ever happened, that nothing
stranger could ever happen.

Why should I be my aunt,
or me, or anyone?
What similarities
boots, hands, the family voice
I felt in my throat, or even
the National Geographic
and those awful hanging breasts
held us all together
or made us all just one?


How I didn't know any
word for it how "unlikely". . .
How had I come to be here,
like them, and overhear
a cry of pain that could have
got loud and worse but hadn't?


The waiting room was bright
and too hot. It was sliding
beneath a big black wave,
another, and another.


Then I was back in it.
The War was on. Outside,
in Worcester, Massachusetts,
were night and slush and cold,
and it was still the fifth
of February, 1918.
En Worcester, Massachusetts,
fui a acompañar a tía Consuelo
a una cita con el dentista
y me senté a esperarla
en la sala de espera.
Era invierno. Oscurecía
temprano. La sala de espera
estaba llena de adultos,
zapatones de goma y abrigos,
lámparas y revistas.
Mi tía estuvo lo que me pareció
un largo rato adentro
y mientras esperaba leí
el National Geographic
(ya sabía leer) y examiné
en detalle las fotografias:
el interior de un volcán,
negro y lleno de cenizas;
luego aparecía vomitando
riachuelos de fuego.
Osa y Martin Johnson
vestidos con pantalones de montar,
botines y cascos protectores.
Un hombre muerto colgando de un poste—«Carne para caníbales», leía la inscripción.
Bebés con las cabezas afiladas,
enrolladas en espiral con cordón;
negras desnudas con los cuellos
enrollados en espiral con alambre
como los cuellos de las bombillas eléctricas.
Sus senos eran horribles.
Lo leí todo sin ninguna pausa.
Era demasiado tímida para detenerme.
Luego miré la portada:
los márgenes amarillos, la fecha.
De repente, de adentro
surgió un ¡ah! de dolor
—la voz de tía Consuelo—
ni muy escandaloso ni muy prolongado.
No me sorprendió en lo absoluto;
para entonces ya sabía que ella era
una mujer tímida y tonta.
Podía haberme sentido avergonzada,
pero no lo estaba. Lo que me tomó
enteramente por sorpresa
fue que resulté ser yo:
mi voz, en mi boca.
Sin darme cuenta
yo era mi tonta tía.
Caía —ambas— caíamos y seguíamos cayendo,
con nuestros ojos fijos en la portada
del National Geographic,
febrero de 1918.

Me dije: dentro de tres días
vas a tener siete años.
Lo decía para detener
la sensación de estar cayéndome
del mundo redondo que seguía girando,
hacia el frío espacio negri-azul.
Pero sentí: tú eres un yo,
eres una Elizabeth,
eres una de ellas.
¿Por qué también tú debes serlo?
Apenas me atrevía a mirar
para averiguar qué es lo que yo era.
Miré de reojo
—no podía mirar de frente—
las sombreadas rodillas grises,
los pantalones, las faldas y las botas
y los diferentes pares de manos
reposando bajo las lámparas.
Sabía que nada tan raro
había sucedido antes, que nada
más raro podría suceder jamás.
¿Por qué debía ser yo mi tía,
o yo misma, o cualquier otra persona?
¿Qué semejanzas—
botas, manos, la voz de nuestra familia
que sentía en mi garganta, o incluso
el National Geographic
y esos terribles senos colgando—
nos mantenían unidas
o hacían de todas una sola?
Cuán —no sabía ninguna palabra
que pudiera describirlo— «improbable»...
¿Cómo había llegado yo aquí,
igual que ellas, y oído por casualidad
un quejido que pudo tornarse
grito pero que no lo fue?

La sala de espera era calurosa
y estaba bien iluminada y se desvanecía
bajo una gigantesca ola negra,
otra ola y otra ola más.

Entonces volví a sentirme otra vez en ésta.
La Guerra continuaba. Fuera de la sala,
en Worcester, Massachusetts,
la noche estaba ahí y la nieve derretida y el frío,
y aún era el cinco
de febrero de 1918.




                                       


Comentarios

  1. ¡Excelente trabajo con el poema de Elizabeth Bishop!. Muy bien presentado en esas partes que "deconstruyen" el poema para darle un significado más amplio y rico.
    De todo lo expuesto,y en relación con la vestimenta masculina de Osa Johnson, la misma Bishop tiene otro poema, "Exchanging Hats" , en el que juega con el uso de ciertas prendas o accesorios y la identidad sexual de quien los porta; en dicho poema, piensa si un señor dejaría de ser tal vistiéndose con ropas de dama, y si ellas son menos por llevar sombreros de caballero. Como siempre, Bishop deja pensando al lector con su lenguaje cuidadosamente escogido y su construcción rompedora.

    ResponderEliminar
  2. Felicidades por la entrada. Opino que el número de National Geographic que pudo leer Osa debía de tener la misma actualidad que las revistas de cualquier consulta médica: ninguna. Aún encuentro números del ¡Hola! donde dice que suenan campanas de boda para Elizabeth Taylor...

    ResponderEliminar
  3. Me encantan esas formas mestizas. ¿No empezó el discurso sobre el ser siendo poesía? Creación. Poyesis.
    El mundo en los tiempos de Osa, un espacio para descubrir, lleno de sorpresas. Un espacio para dominar por las políticas coloniales. El mundo se desencantó con esa "epistemología de cazador" (R. Panikkar).
    Hoy es más bien un espacio que conservar, cuidar, conocer y disfrutar, si ello fuese posible. Y no es posible un verdadero conocimiento deleitoso si no se ama la cosa que se pretende conocer...
    Muy interesante entrada, como todas.

    ResponderEliminar
  4. Muy cierto:Empedocles, Parmenides y, sobre todo, el De rerum natura de Tito Lucrecio Caro, todo un tratado cientifico-filosofico en verso, asi que si se puede hacer filosofia y antropologia poeticos. Muchas gracias por leer y comentar.

    ResponderEliminar
  5. Curioso, entre las muchas citas cinematograficas en The Artist, acabo de encontrar una muy clara a los filmes de Osa y Martin Johnson.

    ResponderEliminar
  6. Jose Ignacio, un lector siempre muy atento, me manda el siguiente comentario que le agradezco de todo corazón: He leído tu artículo sobre Elizabeth Bishop. Lo que más me ha gustado es esa construcción sucesiva de puertas que se abren y comunican con una nueva estancia en una sensación que parece interminable, pero que desembocan en consideraciones generales de antropología cultural que nos atañen también a nosotros, con lo cual vuelve a ponerse de nuevo en marcha el itinerario de puertas y estancias... La poetisa rememora en su poema a la pequeña Elizabeth descubriendo en la revista de National Geographic el mundo de los pueblos primitivos y las peripecias de Osa y Martin Johnson que acaban inmersos en la divulgación etnográfica. Etnografía y antropología que nos llevan de la mano a los ritos de paso de la pequeña Elisabeth y la toma de conciencia de nuestra inserción en el universo social, lo que nos atañe en nuestro periplo vital.. Eres una exploradora que descubres mundos desconocidos llenos de paisajes, personajes y exotismo.

    ResponderEliminar
  7. Maravillosa entrada Encarna. Felicidades. Este relato, tan cuidado en el fondo y en la forma , prueba con éxito que ese maridaje entre poesia y antropología es posible, que la información se dosifica y se acompaña de poesía,, porque a través de ese efecto de marea vuelve una y otra vez, para contarnos un poco más y así vas añadiendo y completando su sentido . Propósito logrado entonces.
    Mira lo que me encontré hoy en esta virtual sala de espera!! Sin duda volveré a leerla. Gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Anónima. Me encanta tu comentario, qué ingenioso lo de la sala virtual de espera, me he reído mucho. Mil gracias por leer. Un fuerte abrazo

      Eliminar

Publicar un comentario